Buenas Buenas Buenas ... alguien por aquí... alguien que me recuerde ?

Nadie? ... Bueno dejare mi Excusa aqui

Fui una Mega Floja tenia esto listo hace mucho pero cuando al fin deje mi viejo trabajo me digne a dormir comer ver anime y leer manga. sin mas ... tengan una bonita lectura


Disclaimer: Los personajes de esta Historia no me pertenecen son del ahora odiado por mucho Tite Kubo, la historia tampoco me pertenece es de la increíble escritora Maureen Child, yo solo los tomo prestados.


Capítulo Cuatro

Cuando terminó de contárselo todo, Momo guardó silencio y miró a Toshiro. No había podido mirarlo mientras le contaba lo de la carta de chantaje. No podía afrontarlo y decirle que no tenía dinero suficiente para pagar a la persona chantajista. Y no podía decidirse a hacer lo que había ido a hacer allí.

Pedir ayuda.

Ahora pasó la vista por el enorme despacho y la posó en él, apoyado en su mesa con las largas piernas estiradas ante sí y los pies cruzados a la altura de los tobillos. Respiró hondo y esperó. Pasaron unos segundos, medidos por los latidos fuertes de su corazón. Tenía la boca seca, nudos en el estómago y los ojos turquesas fríos de Toshiro no contribuían a lograr que se sintiera mejor.

Cuando el silencio se le hizo insoportable, lo rompió ella.

—¿Y bien? ¿No vas a decir nada?

Él se cruzó de brazos e inclinó la cabeza a un lado.

—¿Por qué me cuentas esto?

—Porque el niño también es tuyo —argumentó ella, que se dio cuenta de que no tenía que haber dicho eso en cuanto las palabras salieron de su boca.

—No empieces otra vez —él apretaba los labios de tal modo que era un milagro que saliera alguna palabra de su boca—. Vamos a ceñirnos a los hechos, ¿vale?

Se apartó de la mesa y empezó a caminar por la estancia.

Momo lo seguía con la vista. La luz del sol entraba apagada por los cristales tintados y los ruidos de la ciudad eran prácticamente inexistentes allí. Casi podía imaginarse que Toshiro y ella eran las dos únicas personas en el mundo.

Lástima que no fueran amigos.

—Si no he entendido mal —dijo él—, estás embarazada y no quieres que se sepa todavía.

—Cierto —Momo respiró hondo—. Si esa persona cumple su amenaza… —se interrumpió, incapaz de poner voz a los miedos que la perseguían desde que había abierto el maldito sobre.

—Serás tema de las murmuraciones durante meses.

—Años —lo corrigió ella—. Mi hijo oiría los rumores y no puedo permitir que ocurra eso.

—Con el tiempo tendrás que afrontar ese problema de todos modos —señaló él.

—Se me ocurrirá algo —comentó ella, deseando convencerse a sí misma tanto como a Toshiro—. Pero no puedo permitir que esto se haga público todavía.

—¿Y cuál es la razón por la que no acudes al padre de ese niño?

Ella lo miró de hito en hito. ¿De verdad pensaba que era capaz de quedarse embarazada de un hombre y decirle a otro que era el padre? Pero la sonrisa sardónica de él indicaba que eso era exactamente lo que pensaba.

—No quiere creerme —dijo.

—¡Ah! O sea que no soy el único hombre en tu vida que soporta mal las mentiras.

Ella recibió aquel comentario como una bofetada. ¿Cómo se le había ocurrido acudir a él? Se había metido intencionadamente en la guarida del león, le había pedido que abriera la boca y había metido la cabeza en ella para dejar que se la arrancara de un mordisco.

—¿Sabes qué? —murmuró—. Esto ha sido un error. Ahora lo comprendo. Olvida que he estado aquí.

Se volvió hacia la puerta, pero Toshiro la detuvo antes de que pudiera llegar a ella. La agarró del brazo con firmeza. Aun así, ella intentó alcanzar el picaporte y, cuando no lo consiguió, lo miró con dureza.

—Suéltame.

—Me parece que no —él la giró hacia sí, la llevó hasta el escritorio y la empujó con gentileza sobre uno de los sillones colocados delante—. No hemos terminado de hablar.

Ella echó atrás la cabeza para lanzarle otra mirada asesina.

—Oh, yo creo que ya hemos dicho todo lo que había que decir.

—Pues te equivocas —Toshiro se sentó en el sillón al lado del de ella. Apoyó los codos en las rodillas y la miró a los ojos—. Lo que a mí me importa es por qué has acudido a mí.

Ella se enderezó en la silla. Levantó la barbilla, recurrió a la poca dignidad que le quedaba y se envolvió en ella como si fuera un manto.

—No tengo dinero suficiente para pagar a esa persona y he pensado que quizá podrías hacerme un préstamo —al ver que él no decía nada, se apresuró a añadir—: Te pagaré los intereses que consideres justos y…

—No.

Momo parpadeó.

—¿No?

—Pagar a un chantajista no es nunca buena idea —él se recostó en el sillón, colocó el pie derecho en la rodilla izquierda y tamborileó con los dedos en el brazo del sillón—. ¿Crees que esa persona se conformaría con un millón? No. Una vez que empezaras a pagar, te verías obligada a seguir pagando.

—¡Oh, santo cielo!

Momo se olvidó de mantener la postura perfecta y se hundió en el sillón. ¿Cómo había ocurrido aquello? ¿Quién estaba detrás de eso y por qué? ¿Qué había hecho ella para que la atacaran así? ¿Y qué iba a hacer?

—Tal y como yo lo veo —dijo Toshiro con suavidad—, lo mejor es conseguir que no valga la pena contar tu secreto.

Momo lo miró.

—¿Cómo dices?

Los ojos turquesas de él estaban entrecerrados, su mandíbula estaba rígida y la boca era poco más que una línea sombría. Aquél no era un hombre al que pudiera tomarse a la ligera. Era el hombre que había tomado Wall Street al asalto. Un guerrero de la época moderna que había destrozado a sus posibles competidores y dejado un montón de cadáveres financieros a su paso.

Era Toshiro Hitsugaya .

La fuerza imparable que había detrás de Empresas Hitsugaya

Y Momo tenía la clara impresión de que estaba a punto de enterarse de primera mano de lo que era tener a aquel hombre luchando a su lado.

—Lo único que tienes que hacer es casarte conmigo —dijo él.

La joven lo miró atónita. ¿De verdad había pronunciado aquellas palabras?

No podía estar segura. Era como si el mundo entero se hubiera parado de golpe. Jamás se le habría ocurrido esperar semejante proposición.

—¿Estás…? ¿Has di…? ¿Por qué…? —no era capaz de formar una frase coherente, lo cual no era buena señal.

Él le sonrió. Su sonrisa era fría y calculadora y no le llegaba a los ojos.

—¿Sorprendida?

—Ah, sí —admitió ella—. Yo diría que sí.

—Pues no deberías estarlo —Toshiro se levantó, se acercó al mostrador y se sirvió una taza de café—. ¿Quieres?

—No, gracias.

—Cierto —él asintió para sí con una sonrisa—. No puedes tomar cafeína. No sé cómo te las arreglas.

—En este momento tengo preocupaciones más importantes. ¿Y por qué tenía que esperar una proposición de matrimonio? Tú ni siquiera crees que el niño sea tuyo.

Toshiro tomó un sorbo de café y regresó al lado de ella.

—No, no me lo creo. Pero ésa ya no es la cuestión.

—¿Ah, no?

—Tú no puedes pagar el chantaje y yo no quiero pagarlo. Supongo que no quieres que tu familia se entere todavía del embarazo. ¿Es así?

Momo sentía escalofríos sólo con pensar en darles la noticia a sus padres. Una vez le habían retirado la palabra durante seis meses porque había salido brevemente con un músico.

Los Hinamori no eran una familia media norteamericana. Sus padres y ella nunca habían estado muy unidos, lo cual hacía que se preguntara por qué le importaba tanto lo que pensaran de sus elecciones de vida. Pero aunque Retsu y Zaraki fueran fríos y poco cariñosos, eran la única familia que tenía. Y ahora menos que nunca podía permitirse perder el contacto con ese único hilo frágil de conexión.

—Sí —susurró. Agachó la cabeza porque no podía mirarlo a los ojos—. Tienes razón.

—Y el padre de la criatura ya no está en escena.

—Podríamos describirlo así —murmuró ella con sequedad.

—A mí me parece que la única opción que te queda es casarte conmigo. Si nos casamos, no habrá escándalo sobre el embarazo. El chantaje desaparece. Fin del problema.

—Y el comienzo de otro —replicó ella. Se levantó también porque se sentía en desventaja teniendo que echar la cabeza atrás para mirarlo—. Toshiro, te agradezco mucho esa oferta inesperada de ayuda, ¿pero no crees que es ir demasiado lejos?

—¿Por qué? —él dejó la taza de café en el escritorio y le puso las manos en los hombros con gentileza pero con firmeza—. Tenemos mucha química junta. Eso ya está demostrado.

—Pero el matrimonio…

—No tiene que ser para siempre —clarificó él—. Podemos ponerle un tiempo límite. Considéralo un matrimonio por un año. Mi abogado preparará el contrato y…

—¿Un año?

—Menos tiempo resultaría sospechoso, ¿no crees?

—Supongo que sí —se sentía como si una ola la estuviera arrastrando mar adentro y no tuviera suelo firme bajo los pies. No había nada a lo que agarrarse, ningún sitio al que volverse. Ningún lugar al que mirar que no fueran los ojos de él—. Pero sigo sin comprender por qué haces esto.

—Quiero un hijo. Un heredero —espetó, dio la vuelta a la mesa y miró los rascacielos de la gran ciudad que se extendían ante ellos—. No necesitas saber nada más —se giró hacia ella—. Me casaré contigo y reconoceré a tu hijo. Será mío legalmente y también por sentimientos. Tú firmarás papeles legales que atestigüen ese hecho.

—¿Y si es una niña?

Él pareció sobresaltarse… como si no hubiera considerado en absoluto aquella posibilidad.

—Da lo mismo. Niño o niña, el bebé es mío desde el momento en que nos casemos. ¿De acuerdo?

Ella no tenía ningún problema con aquello, pero no lo dijo. El bebé era suyo a pesar de lo que él creyera, así que no pondría obstáculos a firmar los documentos que le pidiera. Pero quedaba otra cuestión.

—Si nos casamos y queremos que parezca real, tendremos que vivir juntos.

—Naturalmente.

—Como marido y mujer.

—Por supuesto.

Volvió hasta ella sin dejar de mirarla a los ojos.

Momo sintió un calor repentino. La mirada de Toshiro la afectaba como una caricia.

Cuando la tocó, casi temió estallar en llamas. Pero lo único que pasó fue más calor, que pasó desde las manos de él a sus hombros y de allí a toda su piel.

—Te trasladarás a mi casa. A mi cama. Por lo que a todos los demás respecta, estamos enamorados. Y cuando nos casemos —añadió con suavidad—, espero que me digas quién es el padre del niño. Tengo que saber lo que puedo esperar por ese lado, contra quién debo estar en guardia.

—Toshiro…

Él la besó y Momo dejó de pensar. No podía pensar con las sensaciones que la embargaban como un río de lava fundida. Todas las células de su cuerpo estaban vivas y despiertas y pedían más a gritos.

Toshiro le acarició la espalda y la estrechó con tal fuerza que Momo pensó por un momento que sus cuerpos se iban a fundir. Le echó los brazos al cuello para sujetar su cabeza contra la de ella y la boca de él en la suya. Él le separó los labios con la lengua y ella suspiró de placer y se entregó a la maravilla de todo aquello.

Y todo aquello sucedía mientras un pequeño rincón todavía racional de su mente exploraba aquella situación nueva. ¿Casarse con Toshiro no sería buscarse más problemas? ¿Se estaba metiendo a ciegas en una situación que sólo conseguiría hacerla desgraciada? ¿Se estaba exponiendo a que le hicieran daño?

¿Pero tenía otra elección?

Toshiro interrumpió el beso. No la soltó, simplemente levantó la cabeza y la miró.

—¿Y bien? ¿Qué me dices? ¿Nos casamos?

Momo miró sus ojos turquesa. Vio el futuro extendiéndose desconocido ante ellos y comprendió que él era la mejor opción para su hijo y para ella. No quería casarse con un hombre que la consideraba capaz de mentirle en algo tan personal e importante, pero si no se casaba con Momo y el chantajista cumplía su amenaza, su hijo y ella serían víctimas de rumores maliciosos durante años. Además, no se iba a casar con un desconocido, sino con el padre de su hijo.

Aquélla era su mejor opción. Se casaría con Toshiro y encontraría el modo de convencerlo de que el bebé que llevaba dentro era suyo. Con esa idea en mente, se decidió por fin.

—Sí, Toshiro. Nos casaremos.

—Excelente.

Volvió a besarla y el trato quedó sellado.


—¿Un acuerdo prematrimonial? ¿Te vas a casar? ¿Cuándo ha ocurrido?

Toshiro miró a su abogado y amigo sentado frente a él a la mesa Ichigo Kurosaki era un hombre alto, de pelo Naranja y ojos claros. Parecía un hombre peligroso y Toshiro apreciaba eso en un abogado.

—Es una decisión repentina —admitió, y tomó un sorbo del whisky de cincuenta años que tenía delante.

—Muy repentina, si quieres saber mi opinión —Ichigo levantó la mano para pedir a la camarera por señas un whisky como el de su amigo. Había llegado algo tarde a la comida de negocios y tenía que ponerse a la altura—. ¿Tú no juraste que no volverías a casarte después de lo que pasó con Karin?

Toshiro asintió con el ceño fruncido.

—Esto es diferente.

Le contó lo que ocurría y su amigo movió la cabeza y dio las gracias a la camarera cuando llegó con el whisky. Levantó el vaso y tomó un sorbo.

—Eso no está tan mal. Momo Hinamori es un buen partido.

Toshiro ya lo sabía. Momo tenía aún más pedigrí que Karin. La familia Hinamori era dinero viejo. Habían existido desde siempre y protegían su apellido con la tenacidad de una perrera de pit bulls. Se confesó a sí mismo que le gustaría ver la cara de los padres de Momo cuando ella les dijera que se iba a casar con él, un multimillonario hecho a sí mismo, hijo de un camionero y un ama de casa.

Paseó la vista por el pequeño restaurante de lujo. Sólo una docena de mesas ocupaban la habitación de paredes forradas de madera y esas mesas estaban cubiertas con manteles de lino de un blanco inmaculado. Los camareros llevaban pantalones negros y camisas blancas y se movían con eficiencia silenciosa. Las ventanas tintadas de oscuro daban a la Quinta Avenida y Toshiro se distrajo un momento mirando la multitud de gente que circulaba por las aceras. La voz de Ichigo lo devolvió a la realidad.

—O sea, que no la crees en lo del bebé, pero te vas a casar con ella de todos modos.

—Más o menos es eso. Necesito que prepares un acuerdo prematrimonial y también un documento que establezca que soy el padre del bebé —cuanto más pensaba en aquella situación, más le gustaba. Iba a conseguir una compañera de cama capaz de prender fuego a sus sábanas y el hijo que tanto ansiaba. Por lo que a él respectaba, ganaba mucho con aquello. Y saber de antemano que la mujer con se iba a casar era una hermosa embustera le daba ventaja. Otra vez—. Lo quiero firmado ante notario y todo lo que haga falta. Pero lo quiero antes de la ceremonia.

—Todo es factible —Ichigo lo miró con dureza—. Pero dime una cosa. ¿Por qué te apresuras a descartar la posibilidad de que seas el padre?

Toshiro frunció el ceño.

—Tú sabes por qué.

—Sí, Karin te dijo que tenía el resultado de los análisis y que tú no eras fértil.

Toshiro hizo una mueca. Ichigo nunca había sido fan de Karin, pero eso no le daba derecho a cambiar los hechos.

—Yo vi los malditos resultados.

—Tú viste lo que Karin quiso que vieras.

Habían hablado de eso otras veces y Toshiro no deseaba ir por ese camino.

—Oye, no quiero hablar de lo que ya es pasado, sólo necesito que te ocupes de estos detalles, ¿de acuerdo?

—Claro, Toshiro —Ichigo se encogió de hombros—. Me ocuparé de todo. ¿Cuándo lo quieres?

—La boda es dentro de dos semanas.

Ichigo soltó un silbido.

—Tendré que darme prisa.

—Para eso cobras tanto, amigo mío —comentó Toshiro con una sonrisa de satisfacción—. Y, ahora, vamos a comer. Tengo que recoger a Momo dentro de una hora para ir a la policía.

—Por lo menos eso sí me parece razonable —dijo Ichigo, tomando la carta—. ¿Con quién vais a hablar? ¿Tienes ya el nombre?

—Un tal inspector Sasakibe—repuso Toshiro—. Está al cargo de la investigación de la muerte de la mujer que vivía en el edificio de Momo. He pensado que, como el chantaje es en el mismo edificio, podemos ver al hombre que ya investiga lo que ocurre en el 721.


El inspector Sasakibe parecía cansado.

Su pelo entrecano estaba revuelto y lucía ojeras profundas. Una barba de un día cubría su mandíbula y llevaba la corbata azul oscura aflojada sobre el cuello desabrochado de la camisa.

—A ver si lo he entendido —miró la libreta en la que había tomado notas mientras hablaba Momo—. ¿Le están haciendo chantaje y no tiene ni idea de quién puede estar detrás?

—Así es —Momo se puso tensa, pues se sentía incómoda en la pequeña comisaría.

A su alrededor había un montón de policías inclinados sobre sus mesas atestadas de carpetas, papeles y teléfonos que no dejaban de sonar. El ruido era ensordecedor. Un vagabundo sin techo cantaba en voz alta; una prostituta con un vestido rojo intentaba evitar una detención a cambio de favores sexuales y un joven barbudo agitaba las esposas que lo tenían sujeto a la silla.

Aquello estaba tan alejado de su mundo de todos los días, que Momo no sabía dónde mirar.

—¿Y cree que puede tener algo que ver con la muerte de Inoue Orihime? —preguntó Sasakibe por encima del ruido.

—¿Qué? —Momo negó con la cabeza y frunció el ceño—. No. Es decir, no lo sé. Es posible, supongo… —miró a Toshiro, que estaba sentado a su lado.

Él no parecía intimidado por el lugar. Se notaba que era un hombre que se sentía seguro de sí en cualquier parte.

Toshiro tomó el hilo de la conversación.

—Inspector Sasakibe, la verdad es que mi prometida y yo no tenemos ni idea de quién puede estar detrás de este intento de chantaje. Yo he pensado que debíamos venir a hablar con usted por si puede estar relacionado con lo que sucede en el edificio de mi prometida.

Momo tenía que esforzarse por no mostrar una reacción visible cuando oía la palabra «prometida». Él la había usado dos veces, como si quisiera subrayársela a ella o al inspector. Se preguntó a cuál de los dos y ella misma se contestó que daba igual.

Ya había aceptado casarse con él. Y, aunque a una parte de ella le preocupaba lo que pudiera ocurrir, otra parte más cobarde agradecía el aplazamiento que le había ofrecido Toshiro.

—Agradezco que me hayan contado esto —Sasakibe se recostó en su vieja silla—. Y con franqueza, no me sorprendería que hubiera una conexión.

—¿De verdad? —preguntó Momo.

—Parece improbable que ocurran dos acontecimientos así en un par de semanas en un lugar donde no ha habido ningún problema en más de diez años y no estén relacionados.

—Eso mismo he pensado yo —Momo extendió el brazo y apretó la mano de Momo.

—Bien, tengo todo lo que necesito por el momento —el inspector se puso en pie—. Lo investigaré y, si averiguo algo, me pondré en contacto.

Toshiro se levantó a su vez y le tendió la mano. El inspector se la estrechó Toshiro le dio las gracias por todo. Tomó a Momo del brazo y la guió al exterior.

—¿De verdad crees que el chantajista tiene algo que ver con lo que le pasó a Inoue Orihime? —preguntó Momo cuando estuvieron fuera.

Toshiro cruzó la acera con ella y levantó la mano para parar un taxi.

—Mi instinto me dice que sí, que está relacionado.

—Entonces eso significa…

—No sabemos lo que significa —le advirtió él—. Pero sí. Tu chantajista podría estar mezclado en la muerte de esa mujer.

—¡Oh, Dios mío!

Momo no quería imaginarse a Orihime suicidándose. Pero la idea de que hubiera un asesino en el 721 de Park Avenue resultaba aún más perturbadora.

Un escalofrío le subió por la columna y se estremeció a pesar del calor y la humedad que golpeaban con fuerza la ciudad.


Bueno ahora si seguiré actualizando, para los que no saben este libro es de 12 Capítulos pero yo voy a hacer unos arreglos por ponerlo asi, para que ustedes no queden con las misma dudas que quede yo

nos leemos pronto :*