Fantasías


Los observo con cuidado desde el otro extremo de la mesa. No puedo apartar mis ojos de ellos; la manera tan cariñosa en que se hablan, lo pequeña y delicada que luce a su lado…

Es tan difícil soportarlo. Un sentimiento amargo que me exaspera, que no escapa a mi comprensión. Han pasado tantos años que se supone he tenido tiempo para acostumbrarme, pero todavía sus besos me siguen molestando.

Nuestras miradas se cruzan y sostengo el encuentro más de lo necesario, incomodándola. Es como un reproche silencioso porque sabe cómo estoy por dentro, el daño que esas sonrisas me causan.

Entonces ella trata de ignorarme dándole un ligero beso en los labios, un vano intento de mostrarme a quien pertenece su corazón.

Pequeña ingenua ¿Por qué estás retándome?

De pronto encuentro una excusa para quedarnos solos. Me acerco y la abrazo, aprisionándola contra mí. La beso suavemente y casi puedo sentir la tensión de sus músculos bajo la textura de la ropa, el calor de su cuerpo ansioso que demanda un mejor beso.

Me pierdo en el sueño, siendo yo el único que la provoca, quien acaricia su cintura y se desliza entre sus piernas. Mis manos se pierden recorriendo su cuerpo, memorizando su figura. Sonrío satisfecho porque soy el único que calla esa boca altanera, el que roza su lengua y muerde sus labios.

Ella respira ansiosa en mi cuello, le dreno las fuerzas mientras grita extasiada, y es fascinante, porque también contra mi cuerpo se ve pequeña y delicada...