¿Cómo puedes, por unos segundos, sentir que estás unido a una persona, y en realidad que ésta no sienta lo mismo?

Eso es lo que yo pensaba.

Por supuesto no fui al centro comunitario. Ni a la universidad.

Pensé que podría perder el semestre y eventualmente tendría por fuerza que perder un año completo. Buscar un empleo. Separarme de esas personas. No volver a ver a Ben.

Pasaba los días entre el supermercado y mi casa.

El cheque que mi padre depositaba cada quince días en la cuenta de banco serviría para pasar unos meses antes de que notara que no estaba asistiendo.

Así fue como pasó un mes.

No noté lo rápido que se sucedía el tiempo.

Finn también había dejado de llamar, justo después de no ir al centro comunitario y dejar el proyecto que nos habíamos preocupado en construir por meses. Ni siquiera podía recordar ya la letra de la canción.

Uno de esos días, al irme a acostar, mientras la lámpara en mi mesa de noche iluminaba directamente mi móvil que permanecía cargado pero sin una sola llamada o mensaje, tocaron a la puerta. Me pareció extraño.

Finn era el único que sabía dónde vivía y no habría ido a mi casa sin asegurarse que lo recibiría, pues sabía bien que yo no gustaba de las visitas. Menos sin avisar.

Pero el modo de tocar a la puerta era distinto al que Finn empleaba. La mano que tocó mi puerta parecía más firme y sin prisa, como si la persona fuese a esperar para siempre mientras me dirigía a abrir.

Me miré al espejo antes de ponerme encima una enorme sudadera de la universidad que por error me habían enviado en talla de hombre y que me quedé de todos modos porque era muy cómoda. Estaba en el peor estado que podría nadie estar antes de dormir.

Al llegar a la puerta y observar la mirilla, mi sorpresa era mayúscula. La persona fuera era Ben y cargaba entre sus manos de dedos largos y perfecta piel blanca de nudillos remarcados una maceta pequeña con un tulipán solitario en color rojo.

Ante el desconcierto, permanecí un segundo observando su rostro antes de quitar el seguro. Sus facciones me resultaban interesantes y siempre fue así por más repudio que me causara antes del suceso que vivimos juntos, pero a diferencia de todas las demás ocasiones en que le vi a discreción por más de un minuto, en esta ocasión lo que su rostro me provocó fue fascinación. Y duda.

La expresión de Ben no era seria o arrogante, como lo fuera antes. Parecía introspectivo, humilde... Ansioso.

Abrí la puerta.

Parecía no esperar ser recibido, porque me miró desconcertado, con una expresión desvalida y angustiada que no tenía claro a qué respondía. Luego de ver con más detenimiento sus ojos, me di cuenta que había esperado hablar conmigo, verme o darse cuenta que había pasado lo peor para ambos y que podíamos seguir viviendo nuestras vidas después de aquello, pero yo no había vuelto a su rango de visión para saber eso y su incertidumbre se había aliviado en el momento en que abrí la puerta.

Sonrió ligeramente, con esa sonrisa encantadora y casi imperceptible que sólo le había visto dedicar en algún momento a Jyn, o a algún profesor si quería algo de éste.

- Esto es para ti – Me tendió la maceta de barro rojo, misma que estaba envuelta en papel aluminio y una bolsa de material térmico - Tendrás que reemplazar el hielo por la mañana, los tulipanes no se riegan – y sin poder contenerme, sonreí.

- Se nota que no me conoces un ápice. Esta flor estará muerta en unas cuantas horas en mis manos – Nuevamente sonrió - Pasa.

Vestía pulcramente de negro y sobre una playera básica llevaba una chamarra de piel con remaches. Las botas, de impecable piel, lanzaban destellos contra las luces blancas de mi pequeña estancia. Su cabello también estaba inamovible, perfecto y brillante. Para la vista, era un gusto verlo.

Dentro de mí, pareció nacer una especie de admiración. Me alegraba que estuviera tan bien luego de todo lo que había pasado. Y al mismo tiempo, nació el temor de que hablara del tema.

- Siéntate. ¿Quieres algo de beber? No tengo muchas cosas pero quizá un trago nos siente bien a ambos. Estaba por irme a dormir. ¿Ron con hielo? ¿Vodka y jugo? - Y hablando y haciendo, le dejé en el sillón retapizado de tejido rosado y me dirigí a la alacena - ¿Tequila?

- Tequila. ¿Tienes limón y sal?

- Nadie en el mundo que tenga una botella de tequila en su casa deja de comprar limones. Tequila entonces - Removí dos vasos pequeños de una vitrina y tomé una simple charola redonda para ponerla en la mesilla de centro. Sentí frío en los pies a pesar de la alfombra y me di cuenta que iba descalza... - ¡Maldita sea! - pensé y me senté rápidamente al otro extremo del sillón. Ben permaneció en silencio mientras me observaba maniobrar la botella y le daba uno de los vasos, rebosante de una versión blanca de un famoso tequila mexicano. Había sido regalo de uno de los viajes de mi padre - ¿Y bien? - pregunté a quemarropa - ¿Qué te trae por aquí? ¿Cómo supiste dónde vivo?

- Tu novio me lo dijo - Pareció enfatizar la palabra "novio".

- Yo no tengo ningún novio - rebatí y bebí el tequila del vaso de un solo movimiento, llevándome luego la mitad de un limón a la boca y exprimiéndomela entera. Me escurrió entre los dedos, pero no me importó.

- ¿Cassian Andor no es tu novio? - Y de nuevo, sonrió. Esta vez, su sonrisa no tenía sentido alguno para mí.

- ¿Por qué te ríes de esa manera? No, no es mi novio, está en algunas materias conmigo, hemos entregado algunos trabajos en equipo y de ahí en más no tengo la menor idea de quien sea.

- Al parecer le interesas más de lo que tú misma te has dado cuenta – De nuevo tenía esa actitud agresivamente pagada de sí misma que tanto me irritaba. Me serví otro tequila y volví a beberlo de un sorbo. Poca gente entiende que el tequila es un licor agresivo y que beberlo rápidamente también tiene efectos rápidos. En el primer trago, el ardor casi me pareció insoportable y por ello me llevé el limón a la boca. En el segundo trago, el ardor ya sólo fue una calidez que se tornó agradable y que parecía una especie de suero de la verdad que me obligaba a decir exactamente lo que estaba pensando.

- Lo que él piense sobre mí, lo mismo me da – y mientras hablaba, movía mis manos – Ha pasado un mes desde que hablamos, Ben y no dijiste una palabra más. Asumí que todos esos eventos habían quedado en el pasado. No deberías preocuparte por venir a advertirme nada o a pedirme que no mencione lo que ha pasado, yo no... - Y entonces se acercó sentándose más cerca y me puso un dedo en los labios, lo que me estremeció sin quererlo ni poder evitarlo.

- No vine a nada de eso – y colocó nuevamente su mano sobre su regazo – Estaba preocupado porque no te he visto en la universidad y ya ha pasado algún tiempo. Y llego aquí y te encuentro a punto de dormir en viernes, a las nueve de la noche y estás pálida y con un rostro totalmente descompuesto. ¿Cuánto realmente has podido dormir desde entonces? - Por primera vez parecía genuinamente interesado al preguntarme algo.

- Apenas puedo conciliar el sueño unas cuatro o cinco horas por día, es cierto, pero pasará.

- Sí, pasará. ¿Has consultado a algún terapeuta? Puedo referirte con el que voy ahora mismo.

- No necesito un terapeuta, gracias – Y sirviéndome un tercer trago, esta vez tomé primero otra mitad de limón y la exprimí para luego beberme el vaso que escurría de tequila. Ben comenzó a reír.

- En un minuto estarás tan mareada que te dormirás. ¿No bebes hace mucho, verdad?

- Claro que no he bebido. No hago nada más que estar aquí dentro. Pero me gusta aquí - me limité a responder, intentando evitar que la lengua se me resbalara pero era muy tarde.

- Sí, es muy agradable – dijo tranquilamente.

- Bueno, si sólo viniste a decirme eso, deberías volver a tu mansión. No va a pasarme nada – Dije, con enfado – Como verás, estoy magníficamente – De nuevo, su mirada parecía absurdamente desvalida. Frustrado, apretó los puños un momento y luego levanto de nuevo la vista y me miró.

- Estaba asustado de que lo dijeras, es cierto. Pero no quise venir a molestarte ni busco amedrentarte. Sé por lo que pasaste y sé que no estás llevándolo bien ahora y yo… - Sonó entonces un celular. Era el de él. Me lo mostró y contestó.

- ¿Si? Ah, Jyn… -respondió con una expresión de fastidio- No, no, no puedo ir ahora… ¿Qué? No sé qué te pasa pero estoy en algo importante ahora, además ya es muy tarde, nena – se llevó una mano a la cabeza – Si, nos vemos mañana ¿Está bien?.. No, Jyn, no puedo verte ahora, no estoy en mi departamento… Mejor duerme, nos vemos. – Pareció colgar casi apresuradamente.

- No deberías estar aquí – me levanté y bebí directamente de la botella dirigiéndome a la ventana – Quizá si te vas ahora aún alcances a ver a tu novia – y volví a beber. Ben arrancó de mi mano la botella, bebió un largo trago y la puso en la mesa de centro con estrépito. Ésta hizo un sonido pero no se rompió, mientras lo miraba asombrada.

- Si quisiera estar con Jyn, nada me detendría – y se acercó a mi. En ese momento su cercanía se sentía peligrosa en un modo que nunca se había sentido antes – Pero vine por ti - Su aliento estaba impregnado de un aroma curioso, como mentolado. Acababa de beber dos o tres tequilas y su aroma perfecto a colonia de menta no había cambiado en absoluto. Aspiré hondamente. Sentía mi corazón latiendo fuertemente, razón por la que desvíe la vista tratando de ocultarlo. Ben me tomó el brazo gentil pero firmemente y me miró fijamente a los ojos – Rey, tu y yo no somos ni por asomo los mejores amigos pero… - bajó la cara con vergüenza y luego enfrentó mi mirada con la suya – aprecio lo que hiciste. Todo. Y vine porque necesitas ayuda. Y nadie está aquí contigo del modo que nadie estuvo conmigo en esto…

- ¿Te das cuenta que no estás solo, verdad?

- Tampoco tu – y su mano acarició mi mejilla haciéndome estremecer. Por primera vez, alguien había estado cerca de mí, tan cerca como nadie nunca lo estuvo. Y estaba provocándome el deseo de sentir sus labios allí mismo, deseo que me estaba costando trabajo reprimir y ocultar. Al darme cuenta plena de lo que hacía, me alejé y él también dio un paso atrás, sin decir nada, como si todo fuese parte de un sueño. Él me miraba en silencio frente a la ventana de la estancia de tonos rosados y mentas y yo lo miraba a él, alto y elegante, abrumador y prohibido para mi, con su silueta recortada contra la obscuridad mientras las luces de la calle iluminaban su rostro. Al escuchar un fuerte estruendo, ambos salimos de la ensoñación. Las luces se apagaron totalmente. Un transformador de la terminal eléctrica había explotado y me había quedado sin energía. Por algún absurdo en mi mente, me vino a la cabeza aquella escena de El Club de la Pelea, ésa película de David Fincher con el protagonista y su ¿Antagonista? tomados de la mano frente al caos. Una película con la que toda persona de edad adulta desea identificarse en un mal momento en su vida.

Pues bien. Allí estaba Ben, frente a mi, en la obscuridad más absoluta, y allí estaba yo, deseando a Ben como no deseaba nada más en ese instante.

Regla número uno: No se habla con nadie del Club de la Pelea.

Di un paso al frente. Ahora la que representaba un peligro era yo. Ben estaba con otra. Y era muy posible que cualquier cosa que sucediera, terminase mal. Pero di el paso al frente de todos modos. Y Ben, en la obscuridad, pareció leer en mis ojos a través de la penumbra.

Inclinándose, me tomó el rostro y aquel segundo de expectación fue, de todo aquello, el que mejor se sintió. Sus labios no me tocaron inmediatamente, sino que sondeó los míos primero, como si no estuviese seguro de lo que hacía. Y una vez que su boca tocó mis labios, una descarga de adrenalina pareció apoderarse de ambos, pues con su cuerpo me había empujado contra el cristal. Sus brazos apresaron mi cuerpo como si hubiese estado esperando el momento de hacerlo por mucho tiempo. Y mis brazos a su vez, parecieron moverse solos en correspondencia.

Decir que aquel beso me había hecho sentir de todo, era poco, porque también me sentía como si yo hubiera estado esperándolo por tiempo indefinido. Todo en aquel momento parecía planeado por una especie de fuerza omnipresente y yo no podía por menos que dejarme llevar. Me estremecí en sus brazos, con una sensación de estar haciendo lo peor por conseguir el mejor fin, algo así como 'el fin justifica los medios'. Porque… ¿Cómo algo malo podía sentirse tan bien? Por un segundo recordé aquel día y estuve a punto de detenerme. Pero no lo hice. No era el tipo que habia tratado de abusarme. Era Ben. Y Ben era todo lo dulce y tierno que podía ser siendo Ben.

Sus brazos recorrieron mi espalda y sacándome la sudadera y llevándome al sillón me tumbó allí, sacándose la chamarra también. Su pecho de gimnasio se marcaba a través de la playera y confieso que me gustaba (y me gusta). Puede ser que fuera todo lo superficial que quieran, pero no importa. Era imposible de evitar no sentirse ansiosa por tocar y desear un cuerpo así. Y estando allí, algo bebida y vulnerable, era bienvenido.

Mi respiración y la suya estaban agitadas, como en una intensa sesión de danza. Su lengua entraba despacio en mi boca, casi dejándome sin aliento, mientras mi lengua respondía al vaivén tocando sus labios, enredándose sensualmente con su lengua, serpenteando y tocando como en una batalla sin fin. Cuando la mano de Ben me tomó por la nuca intensificando el contacto, aquello cambió y la sensación sencillamente era adictiva. Mi cabeza estaba echada atrás contra el respaldo y el cabello se me desató, con lo que una masa de mi cabello castaño colgaba del respaldo en cascada. Ben masajeaba mi espalda suavemente, casi con delicadeza, respirando agitado, besándome con una pasión que yo no conocía, pero que en ese instante añoré experimentar.

Su cuerpo sobre mi cuerpo ejercía una cierta presión, aunque no lo dejaba caer sobre mi totalmente. El alcohol había hecho su efecto y al parecer en ambos. Ben comenzó a besarme el cuello y los hombros sobre la playera que llevaba yo debajo de la sudadera a modo de pijama y pronto la piel desnuda de mi torso cedió a las caricias de sus labios. Sentía derretirme cada vez que sus labios tocaban mi piel. A mi vez yo no podía mas que responder del mismo modo y lo besé en todo lugar que estuvo a mi alcance.

El sonido de nuestras respiraciones era pesado y de no haber sonidos en los departamentos alrededor o en las calles de la ciudad, nos habrían escuchado perfectamente porque aquella noche nadie se contuvo de decir, hacer o gritar nada. Me besó tanto que dos días después mis labios aún permanecieron hinchados.

Cuando la electricidad por fin se había restablecido, había pasado un par de horas. Ambos teníamos la ropa floja y desaliñada y el cabello revuelto.

Incluso así, Ben era muy apuesto, diría que incluso era más apuesto que cuando se arreglaba tanto porque cuidaba en exceso su apariencia. Me miro fijamente, sonrió y sin quitarme la vista de encima, comenzó a subirme la blusa y besándome en el vientre murmuró:

- Debes saber que no creí que la noche terminaría así – y me sonrió divertido por primera vez. Una sonrisa que se repetiría mucho luego de eso.

- ¿Es que ya ha acabado?

Sonrió de nuevo y se levantó, quitándome los pantalones y observándome con extraña e inexplicable fascinación.