El reloj en su pared marcaba acompasadamente los segundos que corrían; momentos atrás este había anunciado la media noche, y su residencia no podía estar más en armonía con ese ambiente tan silencioso, el cual era únicamente interrumpido por aquel aparato.

Mimi Tachikawa yacía sentada en uno de los sofás de la sala de estar, simplemente leyendo un libro de terror, hecho que viniendo de ella resultaba extraño. No porque estuviese leyendo en sí, sino debido a que era inusual que tal género fuese el motivo de su entretenimiento. Era evidente que no le pertenecía, su amigo Taichi impulsado por las insistencias de su mejor amiga decidió comprar en la librería algo que no fueran cómics para así "cultivar algo más que la inmadurez" como Sora llamaba a los hábitos de lectura del muchacho. Al final él se emocionó tanto con ese género literario, que ahora tenía en su poder seis libros, todos escritos por Stephen King; por lo que ahora, ante el entusiasmo de su amigo castaño ella se encontraba inmersa en el mundo de "Salem's Lot", sintiendo la adrenalina correr por sus venas ante aquella lectura.

Todo su cuerpo estaba tenso. ¡Dios! Estaba asustada. Pero no podía dejar el libro así como así. Quedarían con una horrible incertidumbre, y menos podría dormir.

Se encogió más en su lugar y suspiró para darse valor y… No. ¡No más! Ella necesitaba un descanso. Decidió estirarse en el sofá y cerrar los ojos por unos minutos.

La puerta de entrada retumbó, poniéndole al instante los pelos de punta y que por consecuencia, se levantara a la vez que ahogaba un grito.

Ese no había sido un simple toque, más bien fue un golpe con fuerza, golpe que luego de unos segundos se repitió y al tercero, perdió notablemente dicha fuerza.

Avanzó asustada, con todas las alarmas de su cabeza haciendo un escándalo, su parte inmadura, diciéndole que fuese a su habitación a encerrarse mientras que la parte racional le decía que solo estaba sugestionada por el libro.

— Eso debe ser… — Susurró al posicionarse frente a la puerta.

Con temor giró el picaporte luego de quitar los seguros, evitando a toda costa prestarle atención a las tontas posibilidades que su mente planteaba acerca de asesinatos y desapariciones.

Al abrir la puerta no tuvo tiempo de decir nada. Fue cuestión de parpadear para encontrarse a sí misma de rodillas en la entrada, sosteniendo a un hombre de cabello rubio, a quien apenas pudo reconocer.

No tenía absolutamente nada que ver con que fuese alguien con quien apenas intercambiaba saludos ocasionalmente, sino porque su rostro estaba manchado aquí y allá de sangre.

— Y-Yamato… — El peso de su inesperado visitante le ganó, provocando que se fuese de espaldas junto con él al suelo.

Si antes estaba asustada. Ahora estaba mucho peor.

A como pudo hizo al rubio a un lado, dejándolo recostado en el suelo y se dispuso a averiguar qué estaba pasando ahí.

El rubio de su cabello apenas se podía distinguir puesto que a juzgar por su apariencia, tenía una herida en la cabeza la cual lo había manchado de sangre. El mismo fluido carmesí bajaba por su cien derecha, ensuciando más su rostro. La ropa la traía hecha jirones, sobre todo en el abdomen, en donde divisó una herida que era tapada por un trozo de tela que se había adherido a la misma.

— Por dios… ¿Qué te ocurrió? — No tenía palabras para describir todo lo que estaba sintiendo en ese momento. Su pulso cardiaco estaba por los cielos, y el intenso olor a sangre la mareaba. Si bien no conocía a Yamato Ishida en absoluto, eso no significaba que lo que sus ojos observaban no causarían semejante impacto.

Justo cuando estaba por comenzar a llorar por la desesperación de no saber qué hacer por él, Yamato aspiró forzosamente dejando escapar quejidos de dolor.

Tenía que ayudarlo, sin embargo, algo le decía que ir a un hospital no era opción.

Cerró la puerta, insegura ante la idea de que el muchacho fue atacado por algún grupo de asaltantes y que aun estuviesen en los alrededores, nuevamente puso los seguros y a base de enormes esfuerzos lo arrastró hasta el sofá.

Trajo todo lo que consideró necesario e inició sus improvisados cuidados de enfermería. Limpió con mucho cuidado su rostro, intentando no lastimarlo, pero de vez en cuando el contrario se quejaba aun en su inconsciencia. Desinfectó la herida en su labio, la de su ceja, y con una toalla húmeda le aseó el cabello, quitándole toda la sangre que pudo, y siguió así hasta que aquel rubio dorado pudo distinguirse tal y como era.

Ahora solo quedaba la herida en el costado izquierdo de su abdomen.

En el momento en que sus manos se posaron sobre la piel del muchacho, este las sujetó mientras con lentitud habría sus ojos, dejando a la vista unos fríos pero hermosos orbes que asemejaban un zafiro.

Evidentemente, aquel acto hizo que diera un respingo y esta vez sí gritara.

— ¡Dios mío! — Mimi se llevó la mano al pecho. Tantos sobresaltos en tan poco tiempo terminarían por matarla — Yamato, ¿Qué sucedió? ¿Cómo terminaste así? ¿Quién o quiénes o fueron?

— Haz silencio… — Le respondió débilmente.

¿Qué hiciera silencio? ¿Cómo podía decirle aquello luego de ver su estado?

— P-Pero tú… todo tú… — Balbuceo mirando la herida que estaba siendo cubierta.

El rubio aspiró con fuerza e intentó fijar bien su mirada sobre la joven — No digas nada… a nadie… — Ishida dio un apretón a sus manos y toda fuerza se fue, dejándolo de nuevo inconsciente.

Ante esas palabras, Mimi abrió mucho los ojos con el desconcierto pintando sus facciones. Miles de preguntas se dispararon en su mente mientras veía el pálido y herido rostro del contrario.

Pasaron veinte minutos en los que se dedicó a desinfectar aquella horrible herida, fue la que más tiempo le tomó. Primero tuvo que retirar con extremo cuidado el género que la cubría, y limpiar toda aquella sangre seca alrededor de lo que con preocupación se dio cuenta era una herida hecha con algún objeto caliente. Una marca… ¿Una marca de propiedad, quizá? Era extraña, pues se trataba del típico símbolo de prohibición de alguna señal de tránsito; el círculo siendo atravesado por una línea.

¿Qué significaba todo aquello?

A Yamato fue marcado como si se tratara de un animal. Y lo habían golpeado tanto que ni siquiera podía mantenerse despierto.

Finalmente, el cansancio la embargó, había pasado una hora exacta desde que estaba en ese sofá donde yacía Ishida, solo leyendo un libro por ocio, y ahora recién terminaba de curar a alguien que apareció en su puerta manchando todo de sangre.

Sus manos aun temblaban, y sentía inmensas ganas de llorar por la preocupación y la impotencia. Quería llamar a Sora para que la consolara. Quería llamar a Taichi para sentirse protegida y así entre los tres idearan qué hacer respecto a la situación del rubio. No obstante, ese mismo algo que le dijo que no lo llevase al hospital, también le decía que no llamara a sus amigos.

Se dejó caer en uno de los sofás individuales luego de haberse lavado las manos y cambiado de ropa y el sueño más ligero la atrapó, pues estaba segura que dormir profundamente era algo que definitivamente no podría hacer.


Pasadas unas horas, percibió movimiento a su alrededor, razón por la cual abrió los ojos de inmediato.

Paseó sus orbes mieles por toda la sala y divisó a un débil Yamato intentar ponerse la camisa rota que traía cuando llegó a su puerta.

— ¿Qué crees que haces? — Cuestionó alarmada al ver los bruscos movimientos que el rubio hacía, estos con facilidad harían que la herida de su abdomen volviese a sangrar.

— Tengo que irme. Ya he causado suficiente — Respondió dándole la espalda.

¿Irse?

Arqueo una de sus castañas cejas y frunció el ceño — ¿Irte? No te vas a ir de aquí, Yamato.

— Estando aquí o en cualquier otro lugar, esto va a curarse.

— No hablo de tus heridas. Por cierto, de nada, no fue molestia curártelas — Ironizó. Ahora recordaba por qué no convivía mucho con ese hombre — Tú no saldrás de este lugar hasta que sepa qué rayos pasó y cómo y por qué llegaste aquí y así — Sentenció cruzándose de brazos.

No le respondió, él continuó acomodándose inútilmente aquella prenda que ya no tenía arreglo.

— Habla, Ishida.

Pasados unos momentos de silencio, Yamato respondió — Solo vine aquí porque tu casa estaba cerca, además necesitaba un lugar donde esconderme — Dijo encarándola con seriedad. Incluso con aquel aspecto, su expresión seguía inspirando frialdad.

— ¿Esconderte de qué?

— Solo tienes que saber lo que ya te dije. Tengo que irme… y gracias por ayudarme con esto.

Su expresión estuvo por suavizarse ante el agradecimiento, pero cuando asimiló que Yamato se iría así nada más evitando darle una explicación, se apresuró a llegar a la puerta antes que él y le impidió siquiera tocar el picaporte.

— Hazte a un lado, Mimi — Se quejó irritado y notablemente cansado.

— No — Contestó molesta — Llegaste a mi casa todo ensangrentado, prácticamente inconsciente, y, encontré un cuchillo en tu chaqueta… te sané la mayoría de tus heridas, me di cuenta que te marcaron con algo hirviendo, lo menos que puedes hacer como agradecimiento es darme una justa explicación y si no lo haces, voy a llamar a las autoridades, porque esto amigo, no es normal. Tú elijes con qué pierdes menos, Yamato.

Él la observó, aquella muchacha necia y escandalosa tenía una expresión que ya había visto en muchas ocasiones. Intentaba ocultar su miedo con una máscara de rabia, aunque esta última no era del todo falsa. Le daba la razón, muy a su pesar; sin embargo, la explicación que Mimi Tachikawa le estaba exigiendo no le daría la tranquilidad que ella parece necesitar.

— Bien… solo… dame el cuchillo que encontraste.

— No pienso matarte.

— No serías capaz de matar ni a una mosca. Solo devuélvelo — No quería tocar más esa cosa, así que le señaló el mueble de la televisión, donde el peligroso objeto yacía riéndose de ella ante el miedo que le provocaba el solo saber que estaba dentro de su casa.

Ambos tomaron asiento de nuevo en los sofás. Ishida guardó el arma en su pantalón y clavó sus ojos zafiro en la castaña frente a él.

— Llegué en ese estado porque estaba huyendo — Inició su relato con un tono bajo, probablemente por el cansancio acumulado — Me han estado siguiendo para matarme.

¿Matarlo?

— ¿Por qué querrían matarte? No es como si fueras un criminal o…

— Mimi — La interrumpió gravemente, la aludida lo miró con confusión, pero antes de que alguno hablase, fuera de la residencia, claramente se escucharon dos estruendos, dos disparos al aire.

— ¡Mierda! — Yamato se levantó de golpe, maldiciendo a sus anchas — Lo que faltaba… — Se giró hacia Mimi y la tomó del brazo — Tenemos que salir de aquí. Ya.

Lo siguiente que ella supo fue que el rubio la sacó de su casa por una ventana de la parte de atrás y la jaloneaba para que avanzaran por un callejón oscuro mientras trataba de hacer una llamada.

— ¡Terminen con esa mierda ya! ¡No es mi casa así que no quiero que jodan ahí! ¿Me escuchaste? ¡Que nadie más sepa de ese lugar, Takuya!

Inmediatamente hubo terminado la conversación, vio como él estrellaba el celular contra el suelo haciéndolo pedazos al instante.

— ¡Ya detente! — Ella se detuvo, ejerciendo fuerza para no ser impulsada por el peso del muchacho — Esto… ya se salió de control. Sea lo que sea que está pasando, vas a terminar de decir lo que ibas a revelar en mi casa. ¡Ya nada tiene sentido y estoy asustada, Ishida!

A estas alturas, ya no tenía opción. Ella merecía saber la verdad.

— Estoy involucrado con gente peligrosa, Mimi. Durante seis años fui la mano derecha del líder de una organización de tráfico de armas y drogas… y ahora ese sujeto me quiere muerto.

— ¿Seis años? — Repitió, sintiendo un vacío alojarse en su estómago — Pero solo tienes veintitrés.

— ¿Acaso hay edad para cometer estupideces?

— No cambies de tema — Se llevó las manos a su cabello y lo revolvió con frustración. Una ola de emociones la estaba mareando.

— Es como debes estarlo imaginando. El año en que me gradué de la preparatoria conocí a gente de afuera. Quería dinero para darme lujos, y lo que ganaba con las presentaciones de la banda no me era suficiente. Durante un año me dediqué solo a la venta de drogas afuera y en las cercanías del colegio, conseguí la atención del jefe de esa organización y me gané su confianza. Me asignaba divisiones completas para supervisar, e incluso llegué a conseguir nuevos clientes. Poco a poco muchos de sus subordinados empezaron a obedecerme a mí, como si yo fuera el verdadero jefe, incluso comenzaron a conocerme en ese mundo con ese nombre, no existía Yamato Ishida, solo "Jefe". Y por obvias razones, ese bastardo vio una amenaza en mí, a su posición y a todos sus malditos negocios. Por eso ha estado enviando a quienes todavía les son fieles para liquidarme.

Un frío había comenzado a extenderse en su cuerpo conforme el relato del rubio avanzaba, su voz suave y fría comenzaba a aumentar de tono y a llenarse de odio a la vez que una expresión despiadada se adueñaba de sus facciones.

— Tengo gente a mi lado… me siguen por respeto o por miedo, no estoy seguro de sus razones… sin embargo, no puedo actuar como un cobarde pidiendo constantemente que me cubran la espalda. Ellos están haciendo algo que es más importante para mí.

— No solo fue trasiego de armas y drogas… — Murmuró quedamente, captando la mirada contraria — Mataste a gente. No es necesario que expliques eso. Tú… ¿Cómo puedes aparentar una vida normal de universitario?

— Ser un maldito ambicioso hizo que pudiese llevar ambas vidas.

— Mataste a gente — Lo interrumpió, su voz se había quebrado — Y convives con personas iguales a las que mataste…

— No gastes fuerzas en mí, Mimi. Ya sé que soy una mierda de persona. Si es que aun puedo ser llamado así.

— Él tiene razón, señorita. No es en absoluto alguien que merezca lástima — La cruel y desconocida voz a sus espaldas le crispó los nervios y todo color en su rostro desapreció, Yamato la colocó detrás él y levantó aquel cuchillo que brillaba a contra sol — ¿Quién es la hermosura de ahí, Jefe?

— Nadie que te interese. ¿Hoy te toca a ti? Pensé que no querrías terminar igual que tu hermano, Choi — Yamato sonrió de lado, una sonrisa igual de salvaje que la del recién llegado — Ve y dile al bastardo de Akiyama que si sigue mandando a sus perros falderos, terminará sin ninguno a quién darle galletas.

— Estoy aquí por asuntos personales, imbécil. Mataste a mi hermano menor, al principio creí que no tenías a nadie en tu vida de mierda, pero… — Mimi sintió pánico cuando ese sujeto la miró con ojos desquiciados — Veo que me equivoqué.

Fue cuestión de segundos, Yamato avanzó con tal velocidad que no supo en qué momento llegó hasta el hombre llamado Minho y le clavó su cuchillo en el abdomen, provocando que un aullido de dolor saliera de los labios de Minho y que este se apoyase sobre una de sus rodillas para apuntar al rubio con un revolver. Mimi retrocedió horrorizada hasta que su espalda chocó con la sucia pared del callejón.

Tiene que ser una pesadilla… por favor, que sea solo una pesadilla.

Minho disparó con intención de darle en la pierna a Yamato, pero este lo interceptó, se acercó para sacar el cuchillo incrustado en el abdomen del contrario y a la vez aprovechó para propinarle un codazo en el rostro que causó que su nariz se lastimara de tal forma que una gran cantidad de sangre comenzó a salir manchando todo de rojo. A pesar de aquellas heridas, Minho se incorporó y golpeó al rubio en la cabeza con la culata del arma y la herida que horas atrás Mimi había sanado volvió a sangrar.

— ¿Aún no aprendes a pelear de verdad, Minho? — Se burló escupiendo sangre — Me das pena, justo por no saber pelear es que tu hermano se pudre en el infierno en este momento.

— Tú eres el mismo diablo. Al menos en mí algo queda de un ser humano.

¿Quién era aquel hombre…? ¿Cómo podía ser el mismo vocalista de la banda más prestigiosa de la universidad… de la ciudad entera?

La oji miel no supo cuándo comenzó a llorar. Ella observó los últimos momentos del tal Minho, pues Yamato pareció aburrirse de tantos rodeos. Él volvió a golpearle el rostro para que así perdiera el equilibrio, más sangre se derramó, y antes de que Minho cayese al cielo, el rubio se posicionó detrás de él y con un rápido movimiento de muñeca, delineo el cuchillo en su cuello.

Choi Minho cayó al suelo con un golpe seco y murió instantáneamente sobre un charco de sangre.

Cuando Yamato se dio la vuelta para mirarla, Mimi sintió su sangre helarse, un temblor se instaló en su cuerpo, las lágrimas habían cesado, pero un rastro de lo que fueron había quedado en las pálidas mejillas. Lo que menos le importaba era verse patética.

Había visto cómo asesinaban a alguien frente a sus ojos.

Y lo peor de todo, era que sabía que, si Choi Minho no moría, ellos lo harían.

— Salgamos de aquí — Él se acercó para ayudarla a ponerse en pie y le extendió su mano, gesto que tuve que aceptar ya que no tenía fuerzas para hacerlo por su cuenta.

— Él…

— No hay problema. No te verás involucrada en esto… — Le aseguró sujetándola por los hombros — Lamento que hayas tenido que ver eso.

Yamato odiaba darse cuenta de la mentira oculta en sus palabras. Mimi no se vería involucrada en el asesinato, sin embargo… ya estaba involucrada en su mundo podrido.

— Es normal para ti, así que no lamentes el no saber algo — Respondió apartándose sin verlo a los ojos — ¿A dónde iremos ahora?

— A tu casa no. Están asegurándola.

— ¿De qué hablas?

— Que no vas a volver ahí hasta que hayan revisado bien los alrededores.

Caminaron en silencio durante veinte minutos, y finalmente llegaron a una casa de campo, hecha en su totalidad de madera. No era ni muy grande ni muy pequeña y poseía vidrios polarizados.

Afuera, estacionada en un camino de grava, había una camioneta negra y a través de una de sus ventanas, distinguió a un hombre joven de cabello oscuro y piel pálida que al percatarse de su presencia, saludó a Yamato con un gesto de cabeza.

— Aquí vamos a poder hablar sin problemas.

Ella le dedicó una significativa mirada, sobre todo a su ropa con evidentes parches rojos, y también a su rostro. Habían tenido suerte de que aun fuese temprano en la mañana, de lo contrario, un hombre ensangrentado caminando mientras cargaba un cuchillo habría llamado fuertemente la atención.

No podía soportar verlo así. Era demasiado para ella que solo quería salir huyendo de todo eso que desconocía.

Él fue a cambiarse y darse una ducha. Al regresar a la pequeña sala de aquella rustica residencia, encontró a Mimi sentada sobre un pequeño sofá mirando a la nada, ella al notar su llegada hizo una mueca que no supo interpretar — Estaba pensando… ¿No has pensado en huir?

— Suenas tan tranquila.

— Lo estoy intentando — Admitió suspirando — Pero estoy aterrada… y… si dices que te están siguiendo, ¿Por qué no huyes? Si has estado con el negocio del tráfico ilegal… es evidente que tienes ingresos más que suficientes.

Tomó asiento frente a ella, dejando escapar una risa amarga — Ryo Akiyama me encontraría aun así me escondo en lo más profundo del mismísimo infierno, aunque eso no sería algo tan diferente a lo que vivo justo ahora.

Jugó con los dedos de sus manos. El hecho de mantenerse quieta le suponía un gran esfuerzo. Con algo tenía que liberar toda aquella presión que se acumulaba en sus hombros como si se tratase de una pared de hormigón aplastando a un insecto indefenso y débil.

— Entonces… ¿Cómo saldrás de esto? — Habló cuando pudo encontrar su voz atascada en algún lugar de su garganta.

Al preguntar eso, notó el cambio abrupto en los ojos del contrario. Sus facciones se endurecieron, al tener sus antebrazos apoyados sobre sus piernas, vio sus puños apretarse con fuerza, sus ojos se oscurecieron, asemejando perfectamente el cielo nocturno en su faceta más tenebrosa y sin ninguna estrella.

— Huir no es una opción. Al menos no si me escondo por completo… — Confesó con pesadez — Si fuese solo respecto a mí… me daría igual seguir vivo, pero si me oculto, mientras me rastreen buscarán algo con qué hacer que me aparezca en su foco. Irán por Taichi y Sora, y los matarán. Y seguirán contigo…

Aquello bastó para que el pecho se le contrajera con pánico. El temblor regresó a sus manos y tuvo que sujetar un cojín entre ellas para controlarlo.

— Si huyo, los matarán. Y si me atrapan es probable que los maten justo antes de liquidarme. La única forma de salir de esto es asesinando al bastardo de Akiyama. En este negocio el más fuerte es quién sobrevive, mis aliados me ayudarán con los topos de Ryo, pero si no lo mato a él esto no acabará.

— Muertes… muertes… ¿Acaso te das cuenta de todo lo que me estás diciendo? — Dijo molesta, mirándolo con rabia y sus ojos cristalizándose — De una u otra forma van a morir personas… y para colmo… Taichi y Sora… ellos… ¿Saben de esto?

— No. Por eso te dije que no dijeras nada.

— Parece que nada te importa, Yamato. Solo hablas de muerte a pesar de haberle quitado la vida a alguien hace menos de dos horas.

— ¿Entonces querías morir en su lugar? — Yamato la enfrentó. Entendía su enojo, pero él no podía solucionar todo de la forma pacífica. Por años, la violencia fue la única manera en que debía y tenía que actuar, o si no él sería el asesinado. Sobre todo ahora. Tenía algo que le importaba, y le valía un carajo los medios que tuviese que usar para proteger ese algo — Si yo no hubiera atacado él…

— Si tú no hubieses llegado a mi casa… no, si no hubieses sido un adolescente egocéntrico y ambicioso nada de esto habría pasado, pero fuiste un idiota y cometiste un error que te llevaría a una cadena interminable de errores porque… la última cosa que tendrías que hacer para solucionarlo… es asesinar — Sentenció bajando la voz.

No solo estaba asustada. Le dolía. Dolía ver a lo que tuvo que acostumbrar ese hombre a quien conocía únicamente como el amigo de sus amigos. Ese error lo convirtió en un criminal, que sabrá Dios con cuantas personas jugó a ser juez de vida. Ahora él quería acabar con toda esa oscuridad. Podía percibir la desesperación en sus palabras. No obstante… aquella oscuridad solo se destruiría irónicamente… con más oscuridad.

Se puso de pie y caminó en silencio hasta el encorvado rubio, pues él se había sumido en el mutismo ante las palabras de ella. Suspiró con desasosiego y se agachó, llamando la atención contraria — Eso va a dejar una fea cicatriz si no se trata… mejor dicho, otra.


Su mirada se mantuvo perdida en el agua mezclándose con el líquido carmesí. No estaba haciendo ningún movimiento para ayudar a la limpieza de su cuerpo. Solo se quedó ahí, sintiendo frío a pesar de que el agua estuviese caliente. Su cabello se pegaba a su frente y los costados de su rostro.

Hacía dos meses que no tenía que presenciar algo semejante. Pero ahora, ella había sido la potencial víctima.

Vivía en su casa siendo vigilada constantemente por Takuya, la mano derecha del rubio. Él era su sombra, sabía cuidarla discretamente, pero aun así, no era ni de cerca una vida normal.

Sabía que cuando preguntaba por cómo estaba la situación, Takuya evitaba ingeniosamente el tema. No obstante, ella sabía que Yamato posiblemente estaba matando a personar para llegar a Ryo Akiyama, planeando arruinarlo y así denunciar todos y cada uno de sus negocios.

Y en ese tiempo, fue seguida y atacada, salvada y cuestionada.

Hasta ese momento, cuando tuvo que herir a un hombre para que no la asesinara. Se ensució con la sangre ajena, pues aquella profunda herida en su pecho se abrió sobre ella en el instante en que intentaba asfixiarla. El hombre escupió sangre, manchándole también el rostro y por fin pudo liberarse gracias a Takuya que se encargó de terminar con el error.

Lo único que quedaría en ella como recordatorio de lo que hizo sería esa marca gruesa alrededor de su cuello.

Sus ojos se movieron por el baño, hacia la puerta. Inclusive con el ruido del agua chocando con la cerámica de la ducha, pudo escuchar el toque en esta.

— Mimi… ya me enteré. ¿Segura que estás bien? — El tono culpable otra vez teñía su voz

— Sí… estoy bien — Podría decirse que era una mentira a medias.

Hacía dos meses que supo la realidad de Yamato Ishida. El gran amigo de sus amigos, el universitario con supuesta vida perfecta, atractivo, amado por las chicas, y con mucho dinero. Él era un narcotraficante violento que buscaba la forma de liberarse y amar.

Y ella había quedado en medio de ese vacío.


Pues… tú dirás si cumplí decentemente, Mid.