En serio no puedo creer que esté siguiendo con este fic, cuyos protagonistas y su "relación" van en contra de mi religión.
Solo aclararé algo.
¡MICHI FOREVER!
— Ese anciano debería jubilarse ya, cada vez que me ve no desaprovecha la oportunidad de fastidiarme.
— No es para tanto, Taichi. Son imaginaciones tuyas, él solo te saluda cuando te ve.
— Pero lo hace con una sonrisa de "Te haré llorar en mis pruebas", tú no lo sabes, Sora, y es porque le agradas a todo el mundo. ¿Verdad, Mimi?
La recién llamada fue sacada abruptamente de sus divagaciones, pues había estado "escuchando" a medias, por lo que solo atinó a parpadear sin tener la más remota idea de qué le estaban preguntando.
— ¿Qué?
Taichi enarcó una ceja y la movió ligeramente del hombro — Estás en otro mundo, mujer.
— Lo siento. Estoy muriendo por ir a dormir a casa — Y en parte no era mentira. Dormiría bien, sí, pero por muy cortos periodos.
— Últimamente estás muy cansada, Mimi — Le comentó la pelirroja — ¿No será que estás enferma?
Miró a sus amigos con desgana. Desearía que su estado se debiese a que estaba enferma, pero no. Ella estaba así porque desde hace un tiempo era protegida todos los días, protegida de que alguien atentase contra su vida, sabiendo que no podía decir nada ya que pondría a sus amigos en el mismo riesgo en el que se encontraba.
La persona que posó su mano sobre su hombro consiguió salvarla de tener que mentirles, ya que ambos prestaron atención al recién llegado.
— Aquí estás, te estaba buscando.
— Takuya… — Él era su salvador, y no, no exageraba en absoluto.
El muchacho de cabello castaño, ojos rojizos y con una altura tan notable como la de Taichi, se había convertido en su sombra, razón por la cual, para dar una explicación de por qué, prácticamente siempre estaba con ella, dijeron que Takuya era su primo hermano que se mudó desde Osaka.
Pudieron haber dicho que eran novios, sin embargo, eso implicaría demostraciones de afecto, que era seguro, ninguno haría. Ella, porque sería raro y muy incómodo, y Takuya, porque a pesar de que se habían hecho cercanos, conocía los límites que su trabajo le demandaba, además, que cualquier lazo "emocional" que cualquier de los involucrados poseyera, incluso siendo uno falso para mantener las apariencias, sería amenazado.
— Oye, viejo. Tú vives con ella, ¿Acaso está enferma? — Y Taichi y Sora no sospecharon ante aquella declaración respecto a su parentesco.
— Ya me has preguntado eso — Se quejó — Ella está bien. Y en cuanto a ti… — Dijo volviéndose hacia la oji miel — Vamos, tenemos que irnos ya.
Mimi suspiró. Esa frase tan directa y fría, significaba que alguien podría estarlos vigilando. Puede que Takuya se mantuviese cerca de ella, pero no era el único que se encargaba de su seguridad.
— Nos vemos mañana, chicos. Y tú deja de verme así, Tai… no estoy muriendo en secreto.
— Cuídate. Nos vemos luego — Ciertas frases que Sora de vez en cuando decía, le causaban escalofríos, pues daban a entender que ella sabía algo. A veces, la pelirroja se le quedaba viendo con una mirada inquisitiva y condescendiente, como incitándola a sincerarse. Y Taichi… él miraba a su alrededor con desconfianza, podía jurar que sus ojos chocolate irradiaban la misma frialdad que los de Takuya cuando sentía alguna amenaza cerca.
Lo que la llevaba a la conclusión de que se estaba volviendo paranoica.
Cuando se alejaron lo suficiente, como para no ser escuchados, revisaron a su alrededor e ingresaron a la camioneta del moreno.
— ¿Nos están siguiendo de nuevo? — Cuestionó sintiendo la tensión en su estómago.
— Tengo la sensación de que sí, pero los demás no han visto nada raro.
— Estamos en una universidad, Takuya — Dijo intentando convencerse de una posibilidad positiva — Incluso puede que el sentirte observado sea por las chicas que babean al verte.
— No estoy bromeando.
— Yo tampoco — Aclaró sonriendo ligeramente — Y… ya van dos semanas desde que él no viene a clases, ¿Está bien?
Él bufó, recostando su cabeza en el respaldar del asiento del conductor — Ustedes dos son raros. Preguntas continuamente por el otro y cuando se ven apenas y dicen algo.
— Bueno, discúlpame por preocuparme por alguien a quien conozco y que está siendo perseguido para ser asesinado. Además… — Sus ojos se perdieron en los cotidianos alrededores de la universidad a través de la ventana — Yamato no me puede ver a la cara desde lo que sucedió con aquel hombre. Y yo… no puedo evitar recordar aquella vez cuando mató a Choi Minho frente a mí…
— Escucha… — Takuya mantenía su mirada en el camino, aun así, podía ver su perfil siendo pintada por la seriedad, aunque con un atisbo de amabilidad en él — Sé que esto es una completa pesadilla, y que Yama debió tener un poco de cerebro para no meterse en toda esta mierda, y yo también debí ser inteligente. Nosotros intentamos acabar con todo; ya estamos hasta la madre de lidiar con esto. Pero no podemos hacerlo a la ligera, ya no.
— ¿A qué te refieres…?
— Si Yamato no puede encararte es debido a que está intentando que no salgas herida y eso fue justamente lo que sucedió. Así que no culpes al hombre por sentirse un bastardo… uno peor.
— No lo defiendas. Casi salta sobre ti para matarte — Mimi hizo una mueca al recordar la aterradora expresión desquiciada del rubio. Cuando ese día ella salió del baño y se encontró con él, Takuya recién llegaba y no fue muy agradable escuchar las mil y un maldiciones a los ancestros de moreno por parte de Yamato.
El contrario se encogió de hombros y sonrió con ironía, casi con gracia — Fue mi culpa por distraerme. En ese momento era mi trabajo cuidarte.
— ¿En ese momento? — Inquirió extrañada
— Ahora eres como una de nosotros — Sonrió al revolverle el cabello a Mimi, que ante tal acto lo insultó por molestarla — Tu seguridad ahora es algo más personal, para mí y los demás muchachos.
Esas palabras calaron en su interior.
Hacía mucho tiempo que no sonreía por palabras así, ya que desde que había cumplido la mayoría de edad, no hablaba con su madre. Desde la muerte de su padre, la relación con ella se fue deteriorando considerablemente. Su mamá entró en depresión y nunca había soportado sentirse sola y desprotegida por lo que constantemente se involucraba en relaciones que terminaban al poco tiempo, y, hace poco, se enteró que había conocido a un abogado con quién planeaba casarse. Por supuesto, su madre no le dio aviso alguno al respecto. Por fue aquello que recordó la razón de que haya abandonado a su hogar, odiaba ver la dependencia de su madre hacia un hombre, fue, debido a eso, que con la pequeña suma de dinero que su padre dejó a su nombre, se independizó y continuo estudiando.
Tenía a Taichi y Sora, sin embargo, siempre habría creído que ella suponía un fastidio para Takuya y sus compañeros, por lo que, al enterarse de la estima de ellos para con ella, provocaba calidez en su lastimado corazón.
— ¿Qué ha pasado con esa mujer? — Yamato observó fijamente al hombre frente a él, ataviado con una bata blanca, siempre pulcra y unos lentes de pasta negra, luciendo una solemne imagen tan característica de él.
— Ella ha estado intranquila — Joe Kido, desde que él se había ganado tanto poder y reputación, se convirtió en su mano derecha, en sus ojos cuando él no era capaz de controlar todo por su cuenta.
Si en el mundo hubiese alguien en quien confiar ciegamente, ese era Joe.
El peli azul de pálida piel y expresión calma, era médico, sí, pero a pesar de ser aliado de alguien cuyo respeto por la vida era completamente cuestionable, Kido seguía ahí administrando sus mandatos, no obstante, continuaba con su labor principal la cual usaba como tapadera de todo aquel mundo.
Debido a los constantes contratiempos, ellos se reunían en el consultorio del hospital en donde Joe trabajaba. Cada encuentro, por tres horas se dedicaban a intercambiar información imprescindible y dejar definidos los próximos movimientos de su estrategia.
— ¿Por qué? Nosotros la estamos vigilando — Habló jugando con el anillo de acero en su dedo índice.
— Ellos también lo hacen, Yamato — Acotó el médico mientras buscaba algo en uno de los cajones de su escritorio — Es su hermana, y por lo tanto, no le beneficiaría si comete una imprudencia.
Una sonrisa ladeada se curveo en sus labios — Se metió conmigo. Ya es bastante imprudencia, y luego de eso, cantó como un pájaro para mí, incluso cuando mucho de lo que dijo ya lo sabía, después de todo el bastardo de su hermano me reveló demasiado.
— Él la quiere de vuelta. Y no precisamente para proteger a su hermana de ti.
— Ya lo sé — Se sintió enfermo y enojado al recordar el maldito compromiso que sentía por esa mujer, tantas mierdas había hecho ya, que la lástima había sobrepasados los límites. Ahora solo le quedaba matar a ese sujeto y así quedar libre de esa fastidiosa y latente culpa que se arremolinaba en su interior — Sé bien qué es lo que pretende, y ella también lo sabe, pero es tan estúpida que seguirá ahí con tal de que sea a mi beneficio, sin embargo, si me sigue jodiendo la vida me va a volver a importar un demonio lo que le pueda pasar y daré la orden de que la dejen frente a su puerta como un regalo.
Kido suspiró ante aquel tono carente de emoción de su contrario. Un tono tan usual en él, que ya no le sorprendía.
Le alegraba que Yamato quisiera acabar con los líos y problemas en los que se involucró, no obstante, había cierta inquietud que rondaba su mente y que no le permitía aliviarse del todo.
Una vez que ese Tártaro se acabase, ¿Qué le quedaría a Yamato?
— No hagas esa cara, sé lo que estás pensando, Joe. Así que no me jodas con tu lástima. Necesito otra camioneta, y dile al idiota de Takato que vigile bien a Akiyama, su hermana puede terminar muerta en cualquier momento por un descuido — Arqueó una de sus cejas al ver la expresión contrariada del peli azul — ¿Qué tienes en esa carpeta?
Dicho objeto fue dejado sobre la superficie del escritorio, Yamato lo miró con extrañeza y se dispuso a echarle una ojeada.
Sus manos arrugaron la carpeta, una vena se tensó en su cuello a la vez que iba pasando su fría mirada sobre las distintas fotografías, de hombres a quienes reconoció como subordinados de Ryo Akiyama en los alrededores de la oficina policiaca en Tokio.
— ¿Qué significa esto?
— Quieren delatarte — Sentenció con inexpresividad — Si la policía sabe de tu antigua conexión con Akiyama y de tus otros antecedentes, tendrán las suficientes pruebas para encarcelarte con una extensa condena, Yamato. Y si estás en prisión…
— Ese bastardo le pagará a los infelices de adentro para que me liquiden a cualquier costo — Concluyó lanzando los papeles al suelo — Veo que su cobardía llega a otros extremos… ni siquiera se atreve a matarme personalmente porque sabe que lo llevaré conmigo al infierno…
Detuvieron su conversación al escuchar dos ligeros golpes en la puerta y Yamato se levantó. Era el fin del encuentro.
— Haz que vigilen mejor a Yuri — Ordenó antes de retirarse sin llamar la atención de las personas dentro del hospital.
— Vamos, Mimi. No es nada. Solo fue una rozadura.
— Cállate. Tus estúpidas excusas ya me tienen harta. Ni qué decir de tu forma de restarle importancia a las cosas.
Mimi miró ceñuda a Takuya.
Al castaño lo habían emboscado de camino a su residencia, y lo más evidente fue la herida que aun sangraba en su bíceps y el labio inferior roto.
No era la primera vez en todo ese tiempo en que el moreno llegaba en tales estados, más bien, en otros peores, y el muy inconsciente la saludaba como si nada pasara.
¿Acaso el ingrato ese pensaba que ella lo iba a ignorar así como así?
Había curado tantos cortes, rozaduras de balas, tratado moretones de una gran gama de colores, que creí que bien podría iniciar un negocio de enfermería clandestina. Después de todo, en todo ese ambiente no sería algo que llamase la atención.
— Deberías ya estar acostumbrada, y tratar de seguir tú vida tranquilamente… — Takuya se recostó en el sofá mientras hablaba, y en serio, debió callarse tal y como se lo había dicho, pues el abrupto cambio en la expresión de la castaña fue desconcertante.
Ella rio, sin una pizca de gracia — ¿Acostumbrada? ¿Vivir tranquilamente? — Repitió elevando la voz — ¡No me jodas con eso, Takuya! — Gritó lanzándole la botella de alcohol — ¿Cómo podría acostumbrarme a verte a ti y a los demás heridos constantemente? ¿Se supone que debo vivir tranquila porque ustedes me protegen? ¡Perfecto! Vivo en paz a costa de su seguridad. ¿Cómo rayos puedes ser tan desconsiderado pidiéndome que viva como una estúpida ignorante de los peligros a mi alrededor porque tengo a un grupo de amantes de la violencia cuidándome las espaldas y arriesgándose, ah?
Takuya observó anonadado a Mimi.
Por varios meses había sido testigo de la tristeza, miedo, alegría, entre otras emociones de ella, pero jamás la había visto molesta. No a ese nivel.
Y definitivamente no solo estaba molesta, puesto que también estaba maldiciendo, irónicamente lo intenta golpear con objetos con los que momentos atrás lo estaba curando. Sin embargo, supo que si decía algo referente a ello, podría ganarse algo más que una femenina cachetada.
— Ya, ya… relájate. Intentaré que no me veas lastimado para no preocuparte.
— ¡Eso no es un consuelo! — Se quejó frustrada, volviendo a gritar. El corazón le latía con mucha rapidez. Sabía que actuaba demasiado demandante para la situación en la que se encontraban, pero odiaba la idea de que por su culpa más personas estuviesen arriesgándose, siendo heridas, y Dios no lo permitiera, inclusive siendo asesinadas.
La puerta principal fue golpeada dos veces, y Mimi fulminó con la mirada a su acompañante.
La discusión no había terminado.
Del otro lado, Yamato yacía con expresión escéptica. Desde que se abrieron las puertas del ascensor no dejaba de escuchar gritos, por lo que en primera instancia creyó que algo malo había pasado, pero al acercarse se dio cuenta que no eran gritos de miedo, sino de rabia, y que, pertenecían a la frágil mujer que habitaba en la residencia a la que justamente se dirigía.
— ¿Estás bien? — Preguntó no dándose cuenta de su error, sobre todo al ver la mueca que Takuya le hizo.
— Lo que faltaba… ahora tú… ¡Mi casa no es un maldito hospital! — Gritó lanzando la puerta – Fuiste tú quien me envió a este grupo de idiotas adictos a la violencia, ¡Y ya estoy harta, Ishida!
— ¿Qué demonios te sucede, Mimi?
— ¿Saben qué? — Se tragó el nudo en su garganta, y miró a Takuya y luego a Yamato, y viceversa — Váyanse al demonio…
Ambo hombres observaron en silencio el retiro de Mimi a su habitación. Incluso escucharon que cerró la puerta con doble seguro.
— ¿Debe importarme?
— Que no te escuche, hombre. He recibido muchas amenazas de muerte, pero… esta ha sido la peor.
— Da igual. Terminé mi junta con Joe hace poco. Todos debemos ser aún más cuidadosos que antes, Takuya. Tienen la intención de encerrarme y si eso pasa, todo será más difícil.
— Sal de ahí. Tengo que hablar contigo, no con una puerta, Tachikawa — Yamato golpeo por sexta vez, llamando a la habitación de Mimi. Ahora consideraba innecesario haberle dicho que pusiera tantos cerrojos de hierro, así hasta para él era imposible derribar la puerta.
— Fuera de aquí — Contestó ella desde adentro.
— Joder. Tiene que ver con tu vida y la de los que te rodean. Hace un rato estuviste haciendo un berrinche por ello. ¿Y ahora todo te importa una mierda?
— No. Pero tú sí — Él puso los ojos en blanco, acostumbrado a tratos de esa naturaleza — Estoy cansada de preocuparme por ustedes.
— Escucha. Preocuparte por todos solo hará que termines muerta en algún momento.
No hubo respuesta.
A los pocos segundos, poco a poco escuchó los seguros siendo desactivados, y Mimi salió, encarándolo con expresión molesta.
— Yo no soy como tú. Asesinar, planear asesinatos y venganzas es parte de tu rutina diaria, no de la mía — Contestó cruzándose de brazos. No importaba cuanto tiempo pasase, la fría mirada del rubio seguía intimidándola – Ahora, habla. ¿Qué quieres decirme? ¿Llegó alguien más a mi puerta cubierto de sangre?
— No vine a bromear…
— Yo no estoy bromeando.
— Seré breve. No seas descuidada. Incluso si estás con Takuya y los demás. Desconfía de todos. Y si algo pasa, no intentes involucrarte para detenerlo.
Volvieron a quedarse en silencio.
¿Qué podría responder a eso?
Yamato lucía cansado. Como si no hubiese dormido en días, hecho que no podía constatar porque él muy esporádicamente se aparecía por su casa, generalmente, si tenía algo para decirle, se lo comunicaba a Takuya y el moreno le informaba. La piel de él siempre había sido pálida, pero ahora lo era aún más, sobre todo con esos círculos purpura debajo de sus ojos.
— Deberías descansar.
— ¿Qué?
— Sé que al Jefe no se le dan órdenes y probablemente tampoco sugerencias – Comentó notando el cambio en la gélida mirada — Pero, supongo que si te digo que luciendo tan agotado como debes estarlo, incluso yo con mi deficiente puntería podría matarte de un disparo en la cabeza.
Yamato arqueó una ceja — Últimamente te has vuelto muy irónica.
— No es ironía. Y te lo advierto, no estoy de humor, así que no me subestimes de lo que puedo y no puedo ser capaz de hacer, Yamato.
Mimi pasó por su lado, sin dirigirle ninguna palabra más.
Y él cayó en cuenta de algo. Ese mundo podrido al que pertenecía, estaba contaminando a la castaña.
— Yamato Ishida, queda detenido por asesinato. Tiene derecho a guardar silencio y a llamar a su abogado, en caso de no tener uno, se procederá a asignársele alguno del poder judicial.
Él miró más allá, a dos cuadras de donde estaba siendo esposado por oficiales de la policía de Tokio, dos hombres que conoció hace mucho tiempo, intentaban pasar desapercibidos, haciéndose pasar solo por peatones curiosos de lo que acontecía, pero se equivocaban, él logró identificarlos, dos tipos con quienes trabajó bajo el mando de Ryo Akiyama, y sabía perfectamente que estaban confirmando los hechos para informar a su bastardo líder.
Akiyama lo consiguió.
Logró que fuese descubierto por las autoridades.
Aunque algo no le cuadraba. ¿Asesinato? ¿Solo eso? ¿Qué pasó con todos los cargos que deberían adjudicarle?
Fue escoltado hasta una patrulla blindada. Esposado en manos y tobillos. Y rodeado de oficiales evidentemente armados.
No estaba sorprendido. No realmente. Siempre supo que no importaba cuan meticuloso y calculador fuese respecto a sus acciones, estaría a un paso de ser descubierto. ¿Preocupado? En absoluto.
En ese momento lo único que sentía era la urgente necesidad de estar frente a frente con Akiyama. Torturarlo lentamente, que la sangre fuese drenada de su desagradable persona manchando todo a su alrededor, que el suplicio fuese tan insoportable que se viera obligado a rogarle con lágrimas en su rostro.
No tendría piedad alguna. Después de todo. Nunca sintió piedad por nadie.
Y sobre todo, ese hombre tendría la horrible experiencia de que sus enseñanzas, mejoradas y con la marca de El Jefe, se vuelvan en su contra. Él era alguien con poder incalculable. Pero su defensa cuerpo a cuerpo era deficiente, pues siempre contaba con 10 hombres cuidándole las espaldas, solo una insignificante arma que raramente usaba cuando se veía acorralado sin ninguna persona a la cual utilizar para protegerse a sí mismo.
Yamato Ishida: Antecedentes
A los ocho años su vida dio un drástico cambio. Fue secuestrado junto con su hermano menor. Pasaron dos meses siendo torturados física y psicológicamente por sus represores, y ante un síntoma, consecuencia del daño psicológico, el menor reaccionó violentamente ante ellos, por lo que recibió dos disparos certeros en la cabeza que lamentablemente dieron fin a su corta vida.
Finalmente, el hijo mayor fue rescatado, pero su personalidad tranquila sufrió evidentes cambios antes las torturas recibidas y la pérdida de su hermano menor. Se volvió agresivo e indisciplinado, actitudes que fueron controladas pasivamente por sus padres.
A los diez años, desgraciadamente presenció la muerte de su madre quien debido a fuertes daños internos que presentaba ante las constantes golpizas de parte un delincuente que la atacó al salir por las compras de la despensa.
Quedó a cuidado de su padre al que comenzó odiar ya que nunca creyó la historia respecto al fallecimiento de su mamá.
Aquellas conductas que fueron apagadas crecieron poco a poco, y a los once años asesinó a su padre pues aseguró que fue el quien le arrebató a su progenitora mientras se encontraba en estado de ebriedad.
Fue trasladado al reformatorio de Hikarigaoka, donde apenas pasó meses, posteriormente escapó, y luego de ser encontrado en medio de una pelea callejera, se trasladó a otro reformatorio en Osaka.
Permaneció ahí, envuelto en pleitos, vandalismo y malas conductas, hasta que a los diecisiete años su actividad desapareció, y se le halló cuestionablemente establecido como estudiante universitario, con una vida nueva e intachable.
Ocho años después se le encuentra culpable de asesinato en primer grado con arma blanca. La víctima, Choi Minho, un coreano establecido en Japón con quien el acusado mantenía una relación tensa vinculada con años anteriores.
Veredicto: CULPABLE.
— La corte de justicia de Tokio sentencia a Yamato Ishida a siete años de prisión, los cuales pasará en la prisión de máxima seguridad de Odaiba. Se levanta la sesión.
Luego de un buen tiempo considerándolo, pensé ¿Por qué no? no pierdo nada siguiéndola la historia a este mimato que aún no tiene ni pies ni cabeza, pero, tiempo al tiempo.