Disclaimer: Los personajes y las localizaciones pertenecen a J. K. Rowling. Hago esto sin ánimo de lucro, ni nada parecido. Solo me gusta escribir :)

Draco Malfoy era una persona divertida, al menos a los ojos de Albus Potter. Su padre nunca había hablado mal de él e incluso lo señalaba como una buena persona. Cabe decir que distaba mucho de la opinión popular, no había que ser genios para conocer el papel que había desempeñado durante la guerra. Como lo habían educado durante toda su vida, Albus no era prejuicioso y tomo especial atención para conocer a Scorpius Malfoy, descubriendo que era una persona muy buena y simpática. Ambos disgustaban hasta cierto punto lo mágico; y les interesaba la cultura muggle. Fue su razón principal por la cual, en su 3° año, ambos estudiantes de la casa Slytherin, decidieron tomar como uno de sus cursos optativos; Estudios Muggles. Sin embargo, Albus tomo además Cuidado de Criaturas Mágicas como recomendación de su padre. Scorpius Malfoy contra todo pronóstico tomo Aritmancia. Luego comprendería el porqué de esta decisión.

El enérgico vapor de la locomotora salía expedido con fuerza mientras se alejaba a toda velocidad de las familias de sus tripulantes. Albus y su mejor amigo buscaban sin apuro una cabina vacía, Scorpius sobrereaccionó al encontrar una con su prima Lyra y los gemelos Scamander, hablando animadamente sobre quizá que estupidez. Se disponía a entrar cuando la mano de Albus lo tomo y lo arrastro a la cabina siguiente. Unas chicas de 3° de Gryffindor ocupaban el lugar.

―Chicas, ¿Qué tal? ―dijo Albus con un claro tono pícaro en su voz. Las muchachas desviaron de inmediato su atención hacia ellos―. Saben, tengo algo muy importante que hablar con mi compañero aquí presente ―soltó mientras golpeó un par de veces el pecho de Scorpius a modo de señal para que las niñas espabilaran―. Estaría muy agradecidos si nos dejaran un momento solos.

Acto seguido, las cuatro chicas salieron. Por sus murmullos se podía adivinar que se quedarían en el pasillo mientras desocupaban el vagón. Scorpius pensó que esto no era habitual, que actuara tan engreído. Sabía que muchas chicas de cursos inferiores veían a su amigo como el hombre ideal, solo para después madurar y darse cuenta que Albus no parecía estar interesado en el amor.

―No tenemos mucho tiempo antes de que deba salir a patrullar con Lyra ―dijo mientras repasaba su reloj de mano―. ¿Cómo vas con Rose?.

―Igual que cuando comenzaron las vacaciones ―respondió dejando salir un largo resoplido, mientras miraba sin atención el blanco paisaje a través de la ventana del compartimiento.

―En tu última carta me dijiste que querías solucionar las cosas con ella.

El rugir de la locomotora ahogo la última palabra mientras se perdía la vista de la ventana. La oscuridad los ahondo repentinamente. Estaban atravesando el único túnel de camino a Hogwarts.

―Eso haré, cuando llegué el momento ―cortó Scorpius de manera poco educada. Reparó enseguida en que no estaba escribiendo una carta, no podía simplemente borrar los comentarios crueles o hirientes―. Estoy bien Albus, por el momento me acercaré a Rose con calma.

―¿A qué te refieres con calma? ―intervino Albus mientras sacaba sin hacer ruido su varita del bolsillo. La oscuridad lo ayudaría a trabar la puerta del vagón para que nadie los interrumpiera. Habían sido amigos desde primer año pero aun así, a Scorpius le costaba compartir sus sentimientos con él.

―Quiero que se dé cuenta de ciertas cosas antes de intentar cualquier cosa. Recuerda que me dijiste que ella no ha conversado con nadie acerca de esto ―suspiró largamente ahogando un sollozo―. Gracias por responder mis cartas.

Albus escuchaba a su amigo más decidido y fuerte que hace unas semanas. Había notado su progresivo cambio a medida que intercambiaban correspondencia. Gracias a eso, Scorpius comprendió lo inmadura y poco comunicativa relación que llevaba con Rose. Ninguno tomó lo suficientemente en serio sus sentimientos como para pelear por ellos, tanto que, al primer problema, ambos decidieron sin mediar palabra, que lo mejor sería dejar las cosas como estaban.

Albus también lo comprendía, había sido un espectador durante el último semestre de la evolución de la relación de sus amigos. Recordó haber escuchado de una anciana profesora Sprout que cultivar una mandrágora era como mantener avivado un amor. Que las brujas y magos herbólogos del pasado dedicaban su vida a la comprensión de la naturaleza, aquella que tanto amaban, aquella que consumía sus vidas. Irónico, meditó Albus.

―¿Recuerdas quiénes fueron los únicos que lograron mantener viva la mandrágora? ―preguntó sin esperar una respuesta de su amigo―. Ya sabes, la de segundo año en Herbología.

Scorpius no podía verlo, pero sabía que su amigo sonreía, lo conocía muy bien.

―Claro que lo recuerdo ―respondió con una leve sonrisa mientras el tren emergía de las profundidades de la montaña al campo invernal que representa el valle secreto. Dentro de una hora, el rio seria visible, congelado en todo su recorrido hasta el colegio―. Parece que las Gryffindor se fueron.

―No me imagino porqué ―dijo Albus mientras guardaba su varita en el bolsillo de su pantalón. Con una mirada maliciosa logro sacar una risa en su amigo.

―Eres un verdadero cabrón, Potter. Trabaste la puerta para que no pudieran molestarnos.

―Olvidas el muffliato, Malfoy ―ahora la risa se le contagiaba él―. Y no soy cabrón, soy de Slytherin.

Con el tema resuelto, comenzaron a hablar de sus vacaciones. Scorpius había recibido de Navidad una nueva escoba, con lo cual a Albus le brillaron los ojos. Muy a pesar de Draco Malfoy, su hijo no era adepto al Quidditch, y todas las escobas que le regala terminaban siendo usadas por su amigo.


El viejo sombrero acabado en punta descansaba sobre una desvencijada cómoda. Aquel mueble que servía de esquinero se encontraba junto a la chimenea y era impreciso decir con total seguridad que elemento de la sala era el más viejo. Sin embargo, la oficina, que bien podría pertenecer a un director muy organizado, estaba taimadamente limpia y ordenada. Cada estante rebosante de gruesos volúmenes descansaba sobre una pared de piedra de la cual pendían retratos de muchos ancianos, solo unos forados cubierto de paneles de cristal a modo de ventana interrumpían la colección de cuadros. En medio solo se hallaba un escritorio dejando delante un espacio considerablemente grande, por el cual una persona podría pasearse durante horas pensando en silencio.

La habitación había estado quieta durante horas y, de haber sido vigilada, algún lunático habría podido jurar que aquel viejo sombrero de cuero curtido se movía de vez en cuando. La chimenea, justo antes de que el último rayo de Sol abandonara el cuarto por hoy, comenzó a emanar de las cenizas un verdoso fulgor. A medida que se sumía la oscuridad, más notorio se hacía el resplandor, hasta que una pequeña explosión iluminó por un instante todas las paredes de la sala. De inmediato emergió de la chimenea una anciana cubierta enteramente por una túnica larga y un sombrero de bruja. Antes de sentarse en la silla frente al escritorio, deposito sobre éste una recta rama de madera. Se notaba cansada y algo aliviada, agradecida de estar sola por fin.


Estaban compartiendo una conserva de cerezas cuando vieron al otro lado de la puerta a Lyra mover las manos en un intento por llamar la atención de Albus. Ambos saltaron de sus asientos al darse cuenta de lo tarde que era. Albus tomó lo más rápido que pudo su uniforme, entretanto Lyra abrió la puerta y por esta salió Albus a toda velocidad en dirección al baño.

―Ni siquiera me ha saludado, tu amigo es muy mal educado ―comentó Lyra haciéndose la ofendida, mientras tomaba asiento junto a su primo―. Me ha dejado haciendo el patrullaje sola.

―Perdón por eso, nos hemos entretenido conversan…

Se interrumpió al sentir los brazos de su prima rodeándole el cuello. El calor de su cuerpo y el perfume en su cabello lo abrigaron de una manera muy fraternal. Sintió ganas de llorar, aquella muestra de cariño era muy rara dentro de su familia. Sin embargo, Lyra, que posiblemente era la única persona que lo conocía mejor que Albus, sabía leer muy bien los sentimientos de su primo.

―No, soy yo la que debe disculparse, Scorp, debí estar más tiempo contigo.

―Tranquila, no fue para tanto, Albus estuvo conmigo ―dijo Scorpius mientras se separaban.

―Lo sé, me escribió muchas veces para pedirme consejos, pero era poco lo que podía hacer desde Alemania, encima ustedes no tienen teléfono y las lechuzas demoraban días en llegar.

Los primos se rieron en un intento por ahogar sus sollozos. Lyra siguió ofreciendo disculpas por un minuto más hasta que llegó Albus al compartimiento. Ambos se despidieron de Scorpius, pero Lyra se quedó atrás para darle un último abrazo.

―Nos vemos en el banquete ―se disponía a salir por el umbral cuando Scorpius la detuvo con una pregunta:

―¿Cómo pudiste abrir la puerta? ¿Albus te enseñó el contrahechizo?

Su prima se volteó con una sonrisa pícara en los labios.

―¿Quién crees que le enseño a hacer ese encantamiento en primer lugar? ―dijo mientras un mechón de su rubio cabello le cruzaba el rostro.

Scorpius se quedó solo en el vagón imaginando algún posible escenario en el cual les hubiera resultado útil un encantamiento trabapuertas a un par de prefectos.


El inconfundible bufido de una locomotora al otro lado del lago la despertó de su fugaz sueño. He llegado antes que los alumnos, caviló rápidamente la directora, consultando su viejo reloj con broche, similar al usado por los sanadores en San Mungo.

―Deberías descansar Minerva ―interrumpió uno de los retratos de la pared, más específicamente el de un hombre de cabello largo y negro que, a pesar de ser el más joven de los retratados, su expresión le confería un semblante de viejo amargado―. Es el primer día y ya se te ve agotada.

―Ya que estás tan hablador, avisa a tu retrato en el Ministerio que el tren llegó sin contratiempos ―el retrato esbozó una pequeña mueca (que bien podría haber sido una sonrisa) antes de retirarse por uno de los bordes del marco―. La ministra necesita una buena noticia, por muy ínfima que sea.

Se levantó suavemente de la silla y se dirigió al único aparador de cristal entre los estantes, la abrió y tomó de entre una gran cantidad de frasco de cristal, uno que comparativamente era pequeño. Retiró la cuña de corcho y bebió poco más que la mitad de su contenido, guardando el resto en uno de los bolsillos de su túnica. Salió del despacho en dirección al Gran Comedor ubicado en la planta baja del castillo cuando sintió el repentino golpe de energía y vitalidad en su cuerpo. Aunque el hormigueo en sus ojos persistía, esto le daba unas cuantas horas antes de caer rendida a la fatiga.

Al ingresar al Gran Comedor por la puerta de profesores pudo percatarse que los Premios Anuales recién estaban acomodando a los estudiantes en la mesa de su respectiva casa. Todos los maestros la saludaron cordialmente una vez que se sentó en la silla del director (o directora en este caso). Intercambio un par de palabras con su amigo el profesor Flitwick cuando recordó su conversación con la Ministra de Magia.

Minerva McGonagall había concurrido al Ministerio para una reunión muy importante, en donde a un gran número de representantes del Mundo Mágico se les informó sobre ciertas cosas muy extrañas que habían estado ocurriendo durante el transcurso del año anterior. Al levantarse la reunión, la directora fue encaminada al despacho de la ministra. Luego de un par de formalidades, la que antaño había sido profesora de Transformaciones, pudo leer en el comportamiento de su ex alumna que algo la inquietaba, como la duda que produce el querer contestar a la pregunta que hace un profesor a toda la clase.

―¿Qué es lo que te atormenta Hermione? ―preguntó finalmente la directora, más en tono de amiga que de maestra―. Sé que no es precisamente la violación de la barrera internacional sobre el Mar del Norte. Sé que es algo que…

―Rose ha estado actuando muy extraño durante las vacaciones ―interrumpió la ministra, con un ritmo al hablar que hacía tropezar cada palabra con la siguiente―. Desde que llegó de Hogwarts que no ha querido salir de casa, pocas son las noches que cena con nosotros y llora en su cuarto cuando Ron y yo no estamos en casa. Cuando le pregunto qué sucede, dice que nada y comienza a actuar, solo para que no nos preocupemos.

Minerva McGonagall no era tonta y estaba segura de que su ex alumna tampoco lo era, ambas sabían perfectamente lo que le pasaba a su hija. Sin embargo, ella no le daba suficiente importancia al tema, después de todo, quien no había sufrido por amor durante la adolescencia.

―Dígame Minerva, ¿sabe usted algo acerca del comportamiento de mi hija? ―preguntó casi en un sollozo, haciendo la siguiente pregunta mientras se secaba con un pañuelo unas pequeñas lágrimas―. ¿La vio usted actuar raro durante los últimos días que estuvo en Hogwarts?

―También me preocupé mucho por su comportamiento, pero créeme cuando te digo que no es grave por lo que está pasando, todos hemos sido jóvenes alguna vez, Hermione, o es que acaso no recuerdas lo mucho que sufriste por el joven Weasley.

Fue entonces cuando la directora pudo ver, aunque solo fuera por un momento, a través de la máscara de Hermione Granger y al mismo tiempo se vio reflejada en sus ojos. Se vio a sí misma de 16 años, rechazando al único amor de su vida en aquel pastizal de su infancia, en un lugar que nunca volvió por temor a recordar un amor que no quiso corresponder.

―Qué bueno que no soy la única que lo piensa ―dijo finalmente la ministra con una sonrisa melancólica en el rostro, había dejado de contener el llanto y ahora comenzaba de a poco a respirar normalmente―, mi niña está creciendo.

―Como dije Hermione, es algo normal en estudiantes de su edad, deberías hablar con ella cuando puedas, explicarle que no es el fin del mundo.

―Me gustaría, pero ya va en camino a Hogwarts en este momento, en el fondo lo sabía muy bien pero…

―No quería aceptarlo.

―¿No querías aceptar qué, Minerva? ―interrumpió el profesor Flitwick, sin interés en oír su respuesta, sino más bien con la intención de sacar a la directora de su letargo.

―Disculpa Filius, solo divagaba.

Filius Flitwick, consciente de que su amiga estaba cansada, dejo pasar el tema. Durante un momento pensó en cómo ofrecerle que se retirara a descansar mientras él oficiaba la bienvenida. Sin embargo, Minerva McGonagall se levantó de su silla y le vociferó a los estudiantes, a todo pulmón, que guardaran silencio en el Gran Comedor.