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PARTE 3


Ni bien visualizó a Manfred tendido en la camilla, todos los sentimientos que Franziska había albergado en su interior hasta aquel momento, desaparecieron para dar lugar a la inmensa necesidad de correr hacia donde se encontraba su padre. Y así lo hizo: olvidándose por un segundo de la presencia de Miles Edgeworth –que había llegado un poco antes que ella–, la niña apresuró sus pasos y con brazos extendidos se abalanzó sobre el hombre que yacía inmóvil pero con los ojos bien abiertos, para así envolverle el cuello y, escondiendo el rostro en su hombro derecho, se largó a llorar.

–P-papi… –sollozó a la vez que sentía como Manfred respondía sutilmente a su abrazo y le acariciaba la cabeza.

–Ya, ya –el veterano fiscal la obligó a que lo soltase, más por una cuestión de dignidad que por otra cosa.

La jovencita se separó para secarse el rostro con ambas manos aunque estaba lejos de poder detener el llanto. Que su padre estuviese vivo era motivo suficiente para detener sus lágrimas, pero la realidad era que en ese momento Franziska tenía un motivo más para llorar: el estado deplorable en el que había quedado su progenitor.

La imagen que daba Manfred en una camilla con un suero conectado era bastante tétrica y una manera en la que ella jamás lo había visualizado. Iba más allá del honor de los von Karma y la apariencia que tanto se molestaban en mantener; ver al mayor exponente de los tribunales de una manera tan vulnerable, le despertó temor y de repente hizo que comprendiese que por más perfectos que fuesen aquellos que llevaban su apellido, no dejaban de ser simples mortales expuestos a las atrocidades con las que puede golpear la vida.

–Franziska. Suficiente –Manfred volvía a dirigirle la palabra, esa vez con un tono de voz mucho más exigente y la pequeña se vio en la obligación de sorber por la nariz y simular integridad.

–Señor, es un alivio ver que se encuentra estable –dijo Miles apaciblemente. Oírlo provocó que Franziska se pusiera de mal humor nuevamente–. La situación causada por el accidente fue muy angustiosa, tanto para mí como para Franziska.

(No uses mi nombre para ganar puntos, estúpido)

–Me imagino –concluyó el fiscal mientras miraba a su hija de reojo. Algo en sus orbes fríos hizo que la niña dirigiese la mirada al suelo–. Supongo que no habrás hecho un escándalo, ¿verdad? –inquirió de forma severa.

No pudo evitar balbucear al recordar lo mucho que había gritado y pataleado mientras su padre estaba inconsciente en el césped, cómo había perdido los estribos y de qué manera había olvidado cualquier rastro de seriedad al permitir que el estúpido de Miles Edgeworth la consolase como si una von Karma necesitase los paternalismos de un imbécil.

–Le encantará saber que estuvo inmensamente tranquila, conocedora de que usted era capaz de salir de este embrollo con vida. Impresionante para una chica de su edad –mintió Miles, y lo hizo de una forma tan descarada que la niña no pudo evitar sentirse ofendida aunque lo hiciese para cubrirla.

¿Qué clase de gusano osa mentirle en la cara al grandioso Manfred von Karma? Y más aún para protegerla.

Franziska apretó los puños y enderezó los hombros con orgullo. Aquel estúpido se estaba tomando demasiadas libertades y, definitivamente, ya había sobrepasado la cuota de atrevimientos por un día. Si él podía mostrarse lo bastantemente sinvergüenza frente a Manfred von Karma como para mentir por su bien, ella se arriesgaría un poco también.

–Papa, el estúpido de Miles está tratando de ser simpático conmigo para evitar que yo te cuente la manera en la que me dejó en ridículo hace un par de minutos –soltó mientras esbozaba una sonrisa maliciosa que permitió que el muchacho viese–. Me trató de niña maleducada frente al estúpido del médico, cuando lo único que hice fue reclamar que se te tratase como el paciente importante que eres.

–¿Qué quieres decir? –le preguntó su padre con los ojos entrecerrados y Franziska sonrió altanera. Tenía toda la atención de papa para ella en aquel momento y la posibilidad de poner a Miles Edgeworth en el lugar que le correspondía.

–El estúpido del médico nos comentó sobre tu incapacidad y el estúpido de tu protegido, en vez de unirse a mí y protestar por una mejor atención, se enfadó conmigo y hasta se disculpó con el otro inútil –explicó la niña.

Franziska observó a Miles sobre sus hombros con toda la intención de deleitarse con su humillación, pero con lo que se encontró fue con una mueca de preocupación dirigida hacia ella. Inmediatamente después, suspiró y con los ojos cerrados bajó la cabeza. Su reacción le pareció extraña ya que esperaba ver algún destello de arrepentimiento en su mirada y al no entender qué había sucedido con el muchacho, volvió a dirigirse hacia su padre para encontrarse con que éste tenía el rostro desencajado en cólera.

–¿Incapacidad, dices?

El veterano fiscal pronunció las palabras entre dientes y Franziska pudo ver cómo los músculos de su cuello se tensionaban. Cuando se encontró con la furia tan grande que transmitían los ojos del Rey, dio un pequeño sobresalto.

No tardó ni medio segundo en darse cuenta de su error y se maldijo por asumir que él ya era conocedor del futuro inmediato que tendría que sobrellevar, el cual estaba lleno de humillación y pérdida de prestigio. ¡Maldición! ¡Era obvio que no lo sabía! De haberlo sabido, lo primero que hubiese hecho Manfred al verlos sería pedir por el inepto del médico en busca de una explicación. Nunca se hubiese molestado en perder el tiempo conversando con su hija y su pupilo.

(Qué… q-qué estúpida eres Franziska von Karma) Era increíble que fuese tan inmensamente descuidada. ¡Hasta el estúpido de Miles Edgeworth había tenido la precaución de cerrar la boca!

–Y-yo… l-lo sien…

–Señor –la interrumpió Miles y en aquel momento Franziska agradeció su intervención desde el fondo de su corazón. Estaba titubeando como un bebé. Parecía haberse olvidado de cómo hablar–, el médico nos aseguró que caminará, pero tardará seis meses en hacerlo –explicó el joven ahorrándose los detalles más preocupantes.

–¿Seis meses? –la voz tranquila y carente se sentimientos solo hacía que su padre diese más miedo. Estaba encolerizado a niveles insospechados, con todo y morfina en sangre. De no estar drogado… –¿Y cómo pasaré esos seis meses?

Franziska oyó cómo Miles inspiraba y se armaba de valor. Tenía tanto miedo como ella.

–En sillas de ruedas.

Se hizo un silencio de un par de segundos. Un silencio tan frío que Franziska sintió que se le erizaban los vellos de la nuca. Tenía la mirada clavada en sus zapatos y no pensaba levantarla por nada del mundo; tampoco le hacía falta: conocía a su padre y sabía la cara que ponía cuando estaba enceguecido de ira. Era como si los músculos de su rostro se desunieran y los huesos de su frente se hundían dándole un aspecto demoníaco. A su vez, también le daba un tic muy pronunciado en el párpado izquierdo, el cual junto con el rechinar de sus dientes inspiraban mucho más terror.

Manfred von Karma era un hombre muy violento pero generalmente sólo se abstenía a ejercer violencia psicológica la cual, junto con el alcohol que ingería con cada vez más regularidad, se volvía inmensamente insoportable para quien la sufría. Pocas veces Franziska lo había visto ser violento de forma física. A su hija nunca la había agredido pero en aquel momento la jovencita estaba segura de que si se hubiese podido levantar de esa camilla, tanto ella como Miles Edgeworth se hubiesen llevado un golpe o dos. Y el médico… Franziska sentía pena por el médico porque, tarde o temprano, Manfred volvería a caminar y de más está decir que no se olvidaría de la deshonra.

–Seis meses –murmuró el fiscal para sí mismo–. Seis largos meses dando lástima.

–S-señor…

–¡No intentes consolarme! –interrumpió a Miles con un gruñido colérico si bien en ningún momento el joven mostró intención de calmarlo. El fiscal tenía tanto odio dentro que levantó la mitad del cuerpo– ¡Tú puedes estar muy acostumbrado a ser un mediocre, pero yo no lo estoy! ¡Soy Manfred von Karma! ¡¿Entiendes eso?!

–¡Papa! –chilló Franziska con toda la intención de callar a su padre. Al parecer se había empecinado en llevar a cabo su descargo contra Miles, como siempre hacía –N-no… ¡no es nuestra culpa!

–¡Tú te callas!

La niña vio cómo su padre elevaba la palma de su mano y amenazaba con darle una bofetada. Aterrorizada, Franziska se echó hacia atrás, tratando de huir del lugar pero se chocó de espaldas contra Miles y éste la tomó de los hombros, conteniéndola. La niña se acercó lo más que pudo a él: tenía miedo pero de repente la presencia del tutelado la hizo sentir segura.

–Seis meses… –siguió murmurando, pasando de los dos jóvenes completamente. Estaba ensimismado en sus pensamientos.

De repente, el Rey de los fiscales tomó la aguja intravenosa que salía de su brazo y se la arrancó con brutalidad. Un hilo de sangre comenzó a bajar allí donde había estado el suero y luego de hiperventilar un par de segundos, Manfred volvió a dirigirse hacia ellos. Seguía furioso pero en su rostro Franziska pudo ver que había hallado algo más en lo que proyectar su odio.

Agradeció mientras sentía los dedos de Miles aferrándose a sus hombros. Él también estaba expectante.

–¿Holger ya se encuentra en casa? –preguntó impaciente.

Holger era el encargado de los establos en la mansión de los von Karma. Franziska intentó buscar algún tipo de respuesta que dejase satisfecho al veterano pero no encontró ninguna. ¿Cómo demonios iba a saber dónde se encontraba Holger si hasta aquel momento había estado llorando?

–Sí. Yo mismo me encargué de que se dirigiese a la mansión justo después que ocurrió el accidente –contestó Miles. Se le oía sereno como siempre aunque la niña podía decir con seguridad que seguía igual de atemorizado.

–Bien–Manfred pareció complacido con la respuesta y Franziska dejó escapar un suspiro de alivio–. Dile que sacrifique al animal.

(No… ¡Schwarz!)

Era el caballo favorito de su padre, negro como el carbón y de pelaje brillante. Siempre había sido obediente y era rápido como un rayo, además, ¡no tenía la culpa de lo que había sucedido!

Franziska no pudo evitar sentir cómo los ojos se le inundaban e intentando contener el llanto, comenzó a temblar. Obviamente, Miles notó aquello y se lo confirmó cuando cuestionó la orden que le daba su mentor de forma valiente, incluso después de lo mucho que lo había avergonzado:

–Pero señor… el animal no resultó herido en el acc…

–No me interesa –le interrumpió Manfred–. Dile a Holger que le ponga una bala en el cráneo, que se le ordeno yo, y también dile que tiene tres días para presentar su renuncia. No quiero tener en los establos a un inepto que no puede educar a un animal –agregó–. Vete ya y llévate a la niña.

Miles y Franziska abandonaron rápidamente el cubículo, sin pronunciar palabra y mientras salían del hospital camino al estacionamiento, ella comenzó a llorar en silencio. El joven se percató inmediatamente de su estado, pero no dijo nada y ambos se subieron en el coche de él, el cual le había sido alcanzado por uno de los sirvientes de la mansión.

Ni bien estuvieron en la casa, Franziska corrió desesperada hacia la cocina en busca de Doña Liv, el ama de llaves que quería como a una abuela, para evitar ser consciente de lo que iba a sucederle al pobre de Schwarz.

Cuando la niña ya llevaba aproximadamente veinte minutos llorando en el regazo de la mujer y recibiendo el consuelo que solo ella podía brindarle, sintió los pasos de Miles acercándose hacia la cocina y no puedo evitar temblar mientras aumentaba la frecuencia con la que caían las lágrimas.

Estaba cansada de llorar, lo único que deseaba era irse a la cama. No para dormir exactamente, porque era obvio que no podría, sino para aislarse del mundo, olvidarse de ese fatídico día y soñar despierta con un lugar en el que Schwarz seguía vivo, su padre ya no estaba enfadado y en donde el desconocido de Gregory jamás se subió a aquel ascensor, porque así Miles estaría lo más lejos posible de esa casa de locos aunque eso implicase que jamás lo conocería.

–Franziska. –La voz de Miles provocó que ella se separase del ama de llaves. La jovencita buscó una respuesta en los ojos del muchacho pero como siempre, estos no le decían nada– ¿Puedo confiarte una cosa? –preguntó y ella se sintió descolocada.

La anciana se retiró dejándolos solos mientras ambos jóvenes tomaban asiento en la mesa de la cocina, donde solían comer los sirvientes.

–Dime –dijo la niña. La curiosidad había hecho que dejase de repente sollozar.

–¿Pero puedo confiar en ti o no? –volvió a preguntar el pupilo de Manfred. Estaba siendo demasiado pesado pero la seriedad en su rostro no dio lugar a Franziska para enfadarse.

–Sí, claro.

–Schwarz sigue vivo –confesó Miles mientras dejaba ver una leve sonrisa.

Al oír aquello, Franziska no pudo evitar sentirse invadida por una inmensa felicidad aunque aún no entendiese muy bien qué había pasado

–Le pagué a Holger para que se llevase al caballo dentro de unos días, cuando abandone la casa. Es un animal tan atlético que cree que puede venderlo por unos cuantos miles de dólares en otra estancia –explicó el muchacho–. También le encargue que procurara que la estancia que lo compre sea un lugar en donde pueda ser feliz –acotó mientras dejaba expandir su sonrisa.

Franziska sintió una calidez en el pecho producto del agradecimiento y un montón de cosquillas le recorrieron el estómago. En aquel momento pudo decir con seguridad que las avispas habían dejado de ser tales para convertirse en mariposas. De repente no le molestaba sentir lo que fuese que sentía, no tenía que avergonzarse: Miles Edgeworth era una persona maravillosa y ella siempre le estaría agradecida por aquel detalle.

No tenía por qué hacerlo. No tenía por qué complacer a una niña caprichosa que hacía un rato había intentado hundirlo frente a su mentor con resultados catastróficos. Pero lo hizo.

Entonces se permitió abrazarlo por primera vez, sin vergüenza o sin lamentarse. Era lo mínimo que tenía que hacer por alguien que le cubría la espalda de tal manera, aun siendo hija de un hombre al que le encantaba avergonzarlo.

–Gracias –dijo con sinceridad plena, si bien aquello no evitó que le subiese un calor por las mejillas y el corazón le latiese a mil por hora.

–Lo único que pido a cambio es que no le digas nada a tu padre. –Miles respondió al abrazo pero se separó rápidamente–. Te conozco lo suficiente como para saber que a la primera oportunidad en la que consideres que te estoy molestando, se lo dirás.

Franziska negó con la cabeza con ímpetu. Podía ser muy mala cuando quería, pero no tanto.

–No lo haré. Es una promesa –dijo ella finalmente y vio cómo Miles lucía contento con la respuesta.

Aquella sería la primera situación de complicidad que ambos compartirían. La desgracia que había despertado en la niña el temor de quedarse sola y que, consecuentemente, empeoraría el carácter de su padre al verse condicionado por un bastón, también le había enseñado a que a veces es mejor estarse callada, que el apellido y el orgullo no son todo en esta vida y que a veces, al que más más desprecias es el que más hace por ti.

Con el tiempo, Franziska dejaría de ser niña para convertirse en mujer, afilaría su personalidad y entendería muchas cosas. Más allá de los sentimientos que con los años se fueron agudizando y volviendo más sinceros, la fiscal prodigio descubriría de forma eventual que el accidente que le había cambiado la perspectiva en tantos asuntos, no había sido una simple casualidad tramada por el destino, sino que en realidad fue un intento fallido de matar a su padre. A raíz de aquello, no pudo dejar de preguntarse qué habría sido de Miles y de sí misma si esa tarde Manfred von Karma hubiese muerto y no hubiese estado allí para ordenar el sacrificio de Schwarz, el cual Miles se molestaría en cubrir por ella, y solo por ella.

Quizás la vida de los dos fiscales hubiese sido diferente aunque no por ello, más soportable.


Publicada la última parte de este extraño oneshot. He de decir que aunque lo escribí todo de golpe, ensimismada en mi headcanon xD, el final no me convence del todo. Lo revisé muchas veces; lo reescribí, tratando de hacer más ameno el mensaje que quería transmitir pero siento que no lo logré.

Sinceramente, podría haber agregado un par de detalles más, como por ejemplo, explayarme en lo que hubiese sucedido si Manfred von Karma hubiese estado muerto para cuando se destapa la olla de lo que verdaderamente pasó en el incidente DL-6 pero sentí que eso sería irme por las ramas, alargar más el asunto y dejar entrever parte de un fanfic que llevo escribiendo hace meses y que me está costando muchísimo terminar xD

Espero que se haya entendido o que, al menos, haya quedado coherente.

¡Gracias por leer y deja un comentario! :D