Nota de la autora n°1:
Hola, lectores míos. Vuelvo con otra historia. Y creo que para introducirla, porque su importancia lo amerita, dejaré en claro algunos aspectos. Esta vez se trata de un three shot inspirado en un sinfín de situaciones, experiencias, pensamientos y sentimientos que he albergado durante mucho tiempo. Esta historia está basada, hasta cierto punto, en hechos reales. Siempre quise escribirla, solo que nunca me animé; excepto hace un par de meses, luego de enamorarme de una canción de Antimatter (una de mis bandas favoritas). Cuando comprendí el significado de esta canción, rememoré de inmediato esta historia y pensé: "vamos, un fanfic levimika más, ¿por qué no?". Puede que la temática les parezca Sugar Daddy, en realidad lo es, pero desde un concepto diferente y sin tantos remilgos. Al principio les va a parecer una típica historia de amor, pero es simplemente el comienzo, porque los capítulos posteriores traerán la cruda realidad.
Cabe destacar que este fanfic es un resumen ejecutivo de la historia original. Incluso, para ser un resumen el capítulo me quedó muy largo. Son 20mil palabras, cuando yo planeaba 10mil. Y no me apetece hacer un longfic con las historias que aún tengo pendientes jajaja. Así que los hechos ocurren un poco rápido por un tema de ir al grano y no perderme en relatar escenas sin sentido.
Como dato, el título hace honor y referencia a la obra Lolita de Vladimir Nabokov, y su prototipo de nínfula (Nymphette).
ADVERTENCIAS: Primero que todo la temática. Bajo ningún punto pretendo agasajar las actitudes que se manifiestan a lo largo de la historia, y quiero aclarar de antemano que este fanfic no representa mis ideologías o pensamientos sobre el tema. Está escrito desde los ojos de un externo, y aun con la realidad como su base, tiene pinceladas de ficción. El tema es delicado; aviso para evitar herir la sensibilidad de algunas personas… (se supone xD)
Segundo, OOC. Es probable que los personajes se salgan de su personalidad canónica debido a que fueron adaptados al contexto real de la historia. Nada que nos lleve a lo ridículo o extremo desagradable.
Espero que disfruten de esta historia, tanto como de las otras. Hay bastante desahogo en el contenido. Perdonen si fui muy pasional, es mi estilo de escritura y dudo que lo cambie.
Como mencioné, me inspiré en canciones para escribir esta historia. La primera de ellas es "Daddy Issues" de The Neighborhood, que representa los primeros encuentros, el amor y el mundo de colores. Para el final, entra la canción Stillborn Empires de Antimatter, que representa la tragedia final. Sería grato si, después de leer el capítulo o antes o durante, pudiesen darle un repaso a estas canciones y ver el video clip de la última.
Gracias por leer la nota, y sean bienvenidos a leer.
Era bellísima.
Era bellísima cuando, exudando aquella insolente confidencia, se exhibía a los rayos solares para alimentarse del calor. Era bellísima cuando se escabullía entre los rayos de luz de la luna y más bellísima cuando se hacía sombras en la oscuridad. Era bellísima cuando reía, cuando lloraba, incluso si enojaba, porque sus facetas eran tan dulces, nivelándose entre todas como si fuesen más de lo mismo. Y es que no podía ser de otro modo.
Era bellísima, bellísima, bellísima.
Lo era cuando reía y retocaba sus irises grises con destellos blanquecinos de humedad, como el rocío de la mañana sobre la suave hierba, como la bruma marina que se impregna en el rostro, como cualquier añoranza agridulce que pudiese venirse de pronto a la imaginación.
Era la niña de sus sueños, la luz de su vida, el oxígeno de su profana existencia en el mundo, o al menos lo había sido alguna vez, antes de que todo se echase a perder. Antes de que el mundo se encargase de demostrarle que él no era más que un simple mortal, existiendo bajo el yugo de todas las cláusulas morales y éticas.
No, él no era excepción alguna. Sin embargo, había sido estúpido, estúpido como un mosquito prisionero de la luz de un farol, dando repetidos botes contra la quemante irradiación, aquella que obnubilaba su vista y lo cocía vivo. Pero no le importaba, porque aquella ninfa traviesa y perniciosa lo estaba volviendo loco, arrebatándole la vida a pedazos que desgarraba con su preciosa existencia, quemándolo vivo con el ardor de sus pasiones; robándole el aire, succionándolo de sus pulmones…
Capítulo 1: Bellísima
I
Ella era la hija de la teniente Ackerman y aquello significaba mucho: era, principalmente, la razón que la llevó a tomar peligrosas decisiones por la desesperación y las ansias de escapar; era el motivo que había desencadenado sus mayores temores y su recelo hacia los hombres, incluso aquella suprema necesidad de consentimiento; era la razón por la que terminó erigiendo una personalidad poderosa, egoísta y cuantiosamente despiadada; aunque sus ojos cristalinos enseñasen algo totalmente distinto, como dulces poesías que serían la vergüenza de la hombría.
Él era un académico reconocido por su notable desempeño cuando de su vocación se trataba; un docente ejemplar. No obstante, visto desde su simple mortalidad, Levi era un buen amigo de la teniente Ackerman, tanto, que esta última jamás había puesto en juego la benevolente confianza que le había asignado, ni decir si quiera que dudaba de él.
Por tales motivos, había decidido asignarlo como tutor de su hija, Mikasa Ackerman. Una joven de dieciséis años que a simple vista no era más que una muñequita retraída y de mirada ausente. Mikasa no cumplía con el perfil idóneo de alumna ejemplar, y eso para la teniente Ackerman era una falta grave, e incluso podía decirse que de no ser por su cortesía ya habría expresado con soeces palabras que «Mikasa no era una hija digna de una teniente».
Sin embargo, no se trataba de una simple dejación ni mucho menos de pereza. El padre de Mikasa había fallecido hacía un par de años atrás como consecuencia de un trágico accidente, despojando a la joven de la confianza de enfrentarse a la vida, tras haberla desvinculado de la única imagen de fortaleza que había conocido a su corta edad. Con una madre entregada al servicio de proteger a la comunidad, que además trabajaba día y noche encerrada en la jefatura de policía, Mikasa era una adolescente vulnerable. Y de no ser por su renuencia a entablar relaciones con sus compañeros de clase más sociables, ya habría caído en la trampa de las drogas y la juerga eterna. Como mucho se reunía con Sasha, Armin y Eren; tres jóvenes que, conscientes de la situación de la joven, intentaban ser lo más amables posible con ella.
Esta situación de alejamiento constante y la falta de motivación para cumplir con sus responsabilidades llevaron a Mikasa a calificar en su colegio privado de forma mediocre. Con mucha suerte, sus resultados finales le permitían pasar de grado. Y gracias a todos los dioses lo conseguía o era probable que reprobar un año se volviese otro motivo para estancarla.
La teniente Akane Ackerman conocía al profesor Levi desde hacía muchos años atrás, puesto que se habían encontrado durante una charla sobre estupefacientes. Levi trabajaba en el Departamento de Ciencias de una importante institución: la Universidad Tecnológica de Orvud; lugar al que Akane pretendía que apuntase Mikasa en un mañana.
Y dado que la situación no parecía mejorar, contratar a Levi para asesorar a su hija durante los años venideros y así conseguir mejora en su rendimiento académico había sido la solución que Akane había considerado como luz en medio de aquel oscuro sendero. Le tenía confianza, Levi jamás fallaría con un trabajo como aquel, ni siquiera con lo esquiva que podía llegar a ser Mikasa.
Así que lo acordaron. Lo acordaron como si zanjasen cualquier negocio mundano, y no como si se tratase de una persona, peor aún una muchacha que probablemente estuviese sufriendo de enormes crisis depresivas tras la dolorosa transición a la adolescencia sin el amor de un padre y la ausencia de una madre; confundida, seguramente, ante todas las adversidades eventuales que no estaba preparada para enfrentar.
A la teniente Ackerman la arrastraba la urgencia; así era ella. Dependiente del tiempo y del trabajo, dependiente del qué dirán y de su intocable reputación, vanagloriosa por su dedicación hacia su hija, porque claramente ella era una madre ejemplar que lo daría todo por su retoña… todo excepto una hora más… un minuto más… ¡tal vez un segundo más!, y nada de lo que sucedió después hubiese sucedido entonces.
Levi llegó temprano a casa de la señora Ackerman. Llegó en su lujoso deportivo negro, brilloso como una pantera; ronroneaba casi igual cuando se oía el motor acercarse. Vestido en un traje que combinaba de forma semi formal, se aventuró hacia la puerta para llamar al timbre. Cargaba en las manos un lote de carpetas con guías de preuniversitario para ayudar a la joven que estaría a cargo suyo a comprender el largo camino que aguardaba por ella.
E, inocente, no reparó en el caótico destino que tenía deparado, mucho menos cuando, tras unos minutos de espera, oyó la puerta abrirse. Alzó la mirada con desinterés, esperando encontrarse con Akane Ackerman. Pero Akane no estaba allí.
«Bellísima», sería lo único que recordaría por el resto de su existencia.
―¿Buenos días? ―élfica, su voz debía serlo.
―Buenos días ―sus ojos se imantaron a la figura de la jovencita esbelta y de rosados labios―. La teniente Ackerman, ¿se encuentra?
―Le estábamos esperando, profesor ―Akane apareció tras Mikasa unos segundos después.
Los primeros minutos de absurda conversación protocolar ayudaron a Levi a entender por qué estaba ahí, en primer lugar. No solo se trataba de los estudios de Mikasa, sino también de todo lo que ella necesitase saber para enfrentar la vida. La palabra debía ser «tutor», no obstante, Akane le estaba pidiendo que cumpliese con el rol de una suerte de padre postizo, y aunque no lo hubiese dicho con tales palabras, Levi comprendió que, básicamente, esa era la idea.
Comprendía también que Akane nunca gozase de tiempo extra, comprendía el hecho de que su trabajo le exigiese más de lo que ella podía entregar, y comprendía que la muerte del padre de la muchacha debía suponer un trauma que, hasta la fecha, perduraba en su más sensible fibra. Por tales motivos, aceptó el trabajo. Porque lo era, de todos modos. Akane estaba ofreciéndole una suma de dinero acorde a la labor de llevarse a Mikasa a la universidad, durante las tardes, con él.
Agendaron días de la semana para ello: lunes, miércoles y viernes. Debía bastar, pero si Mikasa no mostraba mejoras significativas, se incrementarían los días, que incluso podría tomarle los fines de semana. Después de clases, Mikasa llegaría a su hogar, tendría tiempo para merendar y tras un breve descanso, Levi pasaría a buscarla en su auto. Y sonaba bien de buenas a primeras.
Solo que en la práctica, las cosas resultaron ser diferentes.
El primer día de intento de interacción fue fatídico. Levi pasó a buscar a Mikasa a la hora acordada, y ella salió de su hogar con un cariz tan fúnebre que Levi logró percibir su aura desde su asiento en el vehículo, aun cuando ella recién caminaba a unos pasos tras salir de la casa. La joven ingresó al auto, se dejó caer con pesadez sobre el asiento, y cerró la puerta casi sin fuerzas.
―Quedó abierta ―le indicó Levi, manteniendo un tono suave para no irritarla.
Pero, de todos modos, ya lo había conseguido. Por el simple hecho de haber acatado las órdenes de su madre, y por tenerla allí de camino a un lugar al que Mikasa no se antojaba de visitar.
Enervada, tomó el mango de la puerta para abrirla y volver a estrellarla con altanera insolencia, causando un estruendo que a Levi le hizo fruncir el ceño luego de dar un respingo… su preciado deportivo.
―Ahora se abrió esta de aquí ―bromeó, señalando su propia puerta a fin de robarle una sonrisa a Mikasa. Mas solo consiguió de ella una mirada asesina.
Akane Ackerman no había tomado en consideración que Levi era un académico cuyo público objetivo solían ser universitarios. No era, en lo absoluto, un pedagogo de secundaria; por lo tanto, su experiencia tratando con los berrinches adolescentes era paupérrima.
Mas eso no significaba que los seudo adultos que asistían a la universidad fuesen eminencias cuando de comportamiento se trataba; había algunos ejemplares que hacían a Levi cuestionarse la calidad del sistema educacional ―cada vez que se encontraba con algún bruto sin comprensión lectora―, preguntándose cómo habían hecho para graduarse de secundaria, y peor aún cómo habían logrado ingresar a la universidad.
Mikasa, a simple vista, con la reducida evidencia que otorgaba el panorama visual, no parecía ser una persona que figurase dentro del aciago perfil. Ella más bien parecía tener dificultades para sociabilizar, para entablar una conversación, y como era evidente que sucediese a raíz de tales características, tenía conflictos al momento de abrirse al resto. A Levi no le costó deducir que se debía a ciertas carencias que podía estar experimentando dada las condiciones que afrontaba su reducido círculo familiar, y no solo eso sino también su revolución biológica característica de la edad.
Tras llegar a la universidad, Levi llevó a Mikasa a recorrer los extensos y pulcros pasillos de suelo marmolado de la Universidad Tecnológica de Orvud. Durante el horario de la tarde, solía verse un flujo menor de estudiantes circulando por las estancias, algunos cargando libros entre los brazos, otros vestidos con trajes de enfermería, algunos de vestimenta formal, y otros simplemente pasaban el rato, posados en las áreas verdes que hacían las veces de preciosos jardines. Ciertamente, Orvud (como simplemente solían llamarle) parecía un palacete.
La oficina de Levi daba la sensación de ser multiusos. Poseía el escritorio típico de una rectoría, equipado con una computadora de vastas capacidades y algunos portafolios regados en la superficie de la mesa. La decoración de la sala disfrutaba de un estilo más vanguardista; no se encontraba atiborrada de estanterías con aspecto anticuado y que solían ser innecesarias. Además, parecía ser una sala de conferencias: tenía un proyector, su propio sistema de audio y sillitas repartidas de forma equitativa. Como si eso no fuera suficiente, un sector de la sala estaba destinado a la comodidad: dispensador de agua destilada, encimera para preparar comida, cafeteras y una pequeña alacena con suministros.
Mikasa inspeccionaba todo a su alrededor con meticulosa curiosidad, aprendiéndose de memoria cada rincón de aquella oficina, más como si buscase una manera de escapar de allí, o eso se le antojó a Levi cuando dejó de ordenar para centrar su atención en ella. No obstante, Mikasa no pretendía huir, tan solo escaneaba aquel que sería, desde ahora en adelante, su nuevo enclaustro. Aun sin saber ― ¡vaya con qué inocencia!― la importancia que adquiriría aquella simple sala, al final.
―Mikasa ―comenzó Levi, porque de algún modo debía comenzar, y la tensión debía desaparecer. Después de todo, no era la primera vez que se sentía empezar desde cero―, está de más recordarte las razones que tuvo tu madre para hacerte venir aquí conmigo ―no hubo respuesta; ella se mantuvo de pie frente a él, observándolo con apatía―. Considerando que tenemos bastante tiempo para trabajar juntos, pienso que lo más adecuado sería comenzar estudiando las asignaturas que representen una mayor dificultad para ti, continuando con las más sencillas. También puedes comentarme a qué carrera prefieres apuntar, y de ese modo puedo guiarte en tu camino a conseguir una postulación exitosa. ¿Qué te parece?
«El profesor Levi es un profesional».
«El profesor Levi es un docente de fama; ha ganado muchos premios y reconocimientos».
«El profesor Levi es un ángel; no solo competente sino también amable».
Mikasa repasaba las palabras de su madre una y otra vez, haciéndolas contrastar con la insípida imagen del sujeto frente a ella, y no lograba comprender cuáles eran los argumentos que su madre tenía a favor para acreditar tales proposiciones. Porque ella no le veía nada, nada de todo eso que decía su madre.
Profesional, tal vez. ¿Un docente de fama y apremiado? Ni idea, nunca había oído su nombre. ¿Un ángel amable?… Si ofender a los ángeles de ese modo fuese un pecado capital, su madre se iría directo al infierno por irrespetuosa y mentirosa. Porque Levi no se parecía en nada a un ángel.
Era atractivo en la justa medida. Era denso hasta que su presencia dolía, le provocaba jaqueca. Era impulsivo; la había atropellado con información en vez de crear una instancia para conocerse mejor, después de todo pasarían bastante tiempo juntos. Nada de eso, ahora estaba allí de pie, contemplándola con el ceño fruncido a la espera de una respuesta. No, él no era un ángel… era un demonio.
―¿Qué le hace pensar que sé qué estudiar? ―murmuró molesta, dándole un repaso poco amigable.
―Entonces, ¿te apetece que te comente sobre las carreras que imparte esta institución? ―Levi comenzó a mostrarse menos delicado. No le gustaban los mocosos insolentes.
―Como quiera. Tan solo dígame qué hacer para poder volver a casa pronto ―masculló irritada, quitándole la mirada a Levi, y dándole a entender con este último gesto que ella no era más que un cordero temeroso.
―Mikasa ―bufó Levi. Tras sopesar un poco la situación, y luego de morder su labio inferior, decidió esclarecerle el panorama―, supongo que tienes claro que el día de mañana tienes que hacer algo con tu vida; a mí no me importa qué, específicamente. Tú me dices cuáles son tus intereses y yo haré todo lo que esté en mis manos para ayudarte. Pero si tú no estás cooperando, me temo que seguir adelante con esto es imposible. Y tu madre no va a permitir que eso suceda, así que si no quieres que todos nuestros encuentros sean de silencio e incomodidad, mejor tomas esta oportunidad que no todos tus pares tienen, y le sacas el debido provecho.
Mikasa lo miró con expresión ofendida, alzando la vista debajo de su flequillo para dispararle rayos luminosos. Sus mejillas infladas por el enojo le hacían estirar la trompa, emulando un puchero amurrado. Levi estaba seguro de que ella podría jurar cuán intimidante lucía, cuando lo único que había provocado en Levi había sido una dulce calidez.
Era tan bonita.
No.
«Bellísima».
E insufrible.
Una insufrible mocosa de mierda insolente.
Mikasa no volvió a dirigirle la palabra, excepto por escuetas respuestas cuando él iba pidiéndole que revisara los facsímiles para que pudiese familiarizarse con la temática. No obstante, ella los sorteaba entre sus manos con efímero interés cuando leía algo que no tenía en su conocimiento, intentando ocultar cualquier atisbo de empatía.
La tarde se hizo larga. Levi llevó a la jovencita hasta su casa, aun cuando ella insistió en movilizarse por su propia cuenta.
Cuando la vio dejar el vehículo para volver a caminar hacia su hogar, supo que algo no andaba bien. Ningún joven debe sentirse así de cansino al caminar de vuelta a casa; tal parecía que Mikasa no quisiese entrar en su hogar. Levi lo supo cuando la vio juguetear con las llaves pasando de la correcta una y otra vez. Se había quedado espiándola desde su asiento, asegurándose de que la muchacha entrase en la morada sana y salva antes de poder partir.
Al verla desaparecer tras la puerta, sintió que se desconectaba de ella. Y este pensamiento le hizo creer que no se había equivocado al aceptar la propuesta de Akane. Tal vez él debía ayudar a Mikasa Ackerman y sacarla de aquel enclaustro personal al que ella misma se había sometido. O eso quiso creer en ese momento.
II
Las semanas transcurrieron y los resultados no mejoraron. Mikasa, tal y como se había acordado, asistía todas las tardes luego de sus clases, a la universidad junto a Levi. Él estudiaba con ella, y ella se mantenía firme, cumpliendo al pie de la letra el tratado de paz armada que mantenía con él. Después de todo, no era un hombre que no destilara confianza, solo que para ella, alguien tan compleja, aún representaba un ente hostil.
No obstante, un día cayó como desde el cielo la gota que rebalsó el vaso. Ocurrió la gran discusión, el detonante que desencadenó los más trágicos hechos un par de años más tarde; la gran discusión que nunca debió propiciarse, pero lo hizo, facultando a la tragedia a echar raíces en las vidas de personas ingenuas que siempre lo dieron todo por sentado.
Fue durante una tarde.
Levi ya aguardaba a las afueras del hogar de la señora Ackerman. Jugueteaba con el teléfono en las manos, mientras esperaba a la joven Mikasa. Repasó las noticias, revisó sus notificaciones, procuró no tener correos pendientes, y a ratos echaba ligeros vistazos hacia la acogedora casita que no parecía dar indicios de que la chica apareciese pronto. Cuando ya estaba a punto de bajarse para llamar a la puerta, Mikasa salió expedida por poco huyendo, cargando en el hombro su mochila, sosteniendo el arcial con extrema fuerza. Llevaba los ojos entrecerrados y la mano libre hecha un puño. El largo cabello le danzaba con el viento que ella misma producía con la rapidez de su andar.
Entró en el auto casi con desesperación y cerró la puerta tan rápido, como si al hacerlo estuviese forjando una fortaleza impenetrable.
Levi la contempló alarmado.
―Mikasa, ¿sucedió algo? ―indagó, apoyando sus antebrazos cruzados sobre el volante para inclinarse y ver mejor el rostro de la joven.
Fue cuando notó la humedad en sus preciosas gemas grisáceas. La línea que dividía los bellos labios rosados se había curvado unos milímetros para enseñar una triste expresión en aquel rostro que la mayor parte del tiempo lucía flemático.
―Vamos ―musitó ella, con tanta suavidad que parecía que al usar más fuerza se rompería la garganta.
Levi prefirió obedecer. Condujo camino a la universidad en completo silencio, sin querer importunarla. Cuando se encontraba con un semáforo en rojo, aprovechaba el tiempo para mirarla de soslayo y cerciorarse de que se encontrase bien, luego volvía la atención al camino preguntándose qué habría sucedido.
Al llegar a la universidad se le hizo hasta innecesario indicarle el camino, aun cuando días atrás por poco debía arrastrar a Mikasa por los pasillos y repetirle un santiamén de veces las indicaciones para llegar a la oficina. La joven caminó a su lado en total silencio, ni siquiera podía percibirse el sonido de su respiración, y eso inquietaba enormemente a Levi.
Tras ingresar a la oficina, Mikasa se sentó rápidamente en una silla y acomodó su mochila en la superficie de la mesa, dispuesta a trabajar y a la espera de las órdenes de su profesor particular.
Sin embargo, Levi no pudo continuar. Las cosas no andaban bien.
―Mikasa, ¿quieres decirme qué ocurrió? ―le dijo, intentando no sonar demandante sino más bien preocupado.
La joven alzó la vista hacia él, sus ojos cristalinos brillaban aún.
―Profesor, deberíamos continuar con la clase…
―¿Qué clase? ―esta vez le habló con seriedad―. Usualmente, nuestros encuentros son intentos de mantener la calma para no mandar todo al carajo. No me tienes paciencia; yo no te la tengo a ti. Pero he intentado ser lo más comprensivo posible contigo. Si no cooperas, nada de esto va a funcionar. Terminarás convirtiéndolo en un suplicio, en una guerra fría, si es que ya no lo es…
El labio inferior de Mikasa tembló. Lo observó con grandes ojos temerosos, sin dar crédito a las palabras de Levi.
―Profesor, yo…
―Yo no quiero que pienses que hago esto por el dinero. Estoy comprometido con mi labor, quiero ayudarte ―sentenció al final, irrumpiendo las palabras de Mikasa.
Y ciertamente fue una sentencia.
«Quiero ayudarte».
El comienzo de la tragedia.
―¡Usted no puede ayudarme! ―jadeó la joven, exasperada.
―¿Por qué estás tan segura de ello? Eres una mocosa. Desconoces las soluciones adultas con las que se pueden solventar los conflictos. Tu rebeldía hormonal solo te permite ahogarte en un vaso de agua.
―Usted no sabe nada sobre mí ―rechistó―. Se cree que por ser un adulto tiene mejores capacidades que yo. ¡No soy una tonta!
―Sé que no lo eres ―clamó él, autoritario―. Y esa la razón que tengo para no abandonarte.
«No abandonarte».
Otra sentencia. Otra forma de manifestar aquel destino inexorable.
Mikasa lo sopesó durante unos segundos, mientras intentaba controlar su agitada respiración. Sus blancas manitos de sonrosadas uñas perfectas descansaban sobre su mochila, apretando la lona a ratos, cuando se ponía demasiado nerviosa. Levi estaba frente a ella, de pie y de brazos cruzados contemplándola con expectación.
Ella estaba sola. Muy sola. Y se preguntó si sería correcto confiar en Levi, abrirle su corazón y contar con él. Después de todo, era la primera persona que conocía en su vida que le preguntaba con genuino interés si le ocurría algo, que le decía que quería ayudarla y no abandonarla, puesto que ni su misma madre se lo había dicho alguna vez.
Además, él insistía. No se conformaba con sus esquivas respuestas, estaba ahí por más, y Mikasa supo que él no se movería hasta que ella le dijese la verdad.
Mikasa suspiró.
―Si se lo cuento… ―musitó.
―No se lo diré a nadie ―Levi completó la oración, asintiendo mientras ablandaba su expresión―. Lo que quieras decirme no llegará jamás a los oídos de tu madre, si me lo pides.
Y eso estaba mal, muy mal. Estaba pésimo, porque una madre debía saber de buenas a primeras qué sentimientos negativos anegaban el pecho de su hija, haciéndola sufrir hasta el cansancio. Sin embargo, la confidencia que siempre debió pertenecerle a Akane Ackerman ―porque el asunto la involucraba de todos modos―, ahora llegaba al poder de alguien más.
―¿Lo promete? ―se preocupó la joven, mostrándole a Levi un tímido rostro de cejas curvadas y labios fruncidos.
Y luego de las dos sentencias, Levi cometió un tercer error: le sonrió.
―Claro.
Y ella le sonrió de vuelta.
Entonces, Mikasa Ackerman se lo contó todo.
Le contó la triste historia de su vida. Su padre había fallecido en un trágico accidente automovilístico, cuando ella tenía catorce años. Para colmo, habían discutido antes del accidente, habían tenido un altercado brusco, porque su padre quería tomar un trabajo que le supondría largos períodos fuera de casa. «Entonces no vuelvas, si tanto quieres irte», le gritó Mikasa, sin saber que sus palabras se volverían realidad. Cuando se enteró del fallecimiento de su padre, gritó con tanta fuerza que creyó que terminaría rompiéndose los pulmones.
Su padre tenía un importante rango en el ejército, y había sido llamado a cumplir sus labores a un buen par de horas de la ciudad en la que residía. El dinero le hizo un llamado… y perdió la carrera a mitad de camino.
Desde aquel día, la madre de Mikasa enloqueció. El dolor, la pena fueron tales que la sumergieron en una depresión horrorosa, que arrastró incluso a la misma Mikasa.
Akane era una mujer atractiva y joven. Por tales motivos, encontrar pareja no resultó ser un asunto complejo. Sin embargo, sus prototipos de novio parecían haber sido obtenidos tras probar suerte con una ruleta; los más espantosos engendros habían aparecido en la puerta de su casa en diversas ocasiones: el novio alcohólico, el que tenía otra familia y se hacía pasar por soltero, el que tenía una hija y no tenía espacio para darle a Akane, el novio metalero que llegaba todos los fines de semana con intenciones de armar una juerga en la casa (aun conociendo la profesión de Akane), el novio que solo se interesaba en su dinero, el novio que no hacía más que aprovecharse de la situación para mirar con otros ojos a Mikasa (y esta última agradeció que no pasara a mayores), el novio que comía más de la cuenta, el novio que no la ayudaba, ni le importaban sus problemas, y ¡cómo olvidar el novio que prefería estar frente al computador todo el tiempo! Novio tras novio… problema tras problema que Akane le hizo vivir a Mikasa sin pensar en el daño que le hacía, en lo incómoda que se sentía.
―Lo peor son las crisis ―suspiró Mikasa―. Se encierra en el baño por horas ―comenzó a desesperarse mientras narraba―, se encierra a llorar, y se llama a sí misma una cobarde. Se siente culpable por lo que hace y por lo tanto, se castiga encerrándose en el baño. A veces no hay comida en la casa, las cuentas no se han pagado… y ella, simplemente, está ahí… en el baño.
Los suspiros de Mikasa pasaron a convertirse en jadeos temblorosos. Levi la contemplaba sin poder dar crédito a sus palabras. Jamás se lo hubiese esperado de Akane, porque frente al resto del mundo ella era una mujer intachable. Mas el relato de Mikasa dejaba en evidencia todo lo contrario; y sumado a eso, le había provocado un fuerte dolor estomacal, como si Mikasa le hubiese transmitido su desamparo a través de su discurso.
De pronto, a Levi se le vino a la mente que ningún adolescente debía desarrollarse bajo un ambiente tan hostil. Sabía que muchos jóvenes se enfrentaban a diversas realidades durante esa edad, pero el asunto preocupante radicaba en que Akane no razonaba sobre las consecuencias que sus actos repercutían en su hija. La vida era su suya, asimismo sus decisiones, empero, la casa en la que vivían también le pertenecía a Mikasa, y hacerla vivir situaciones contra su voluntad era una falta de respeto. Tal parecía como si Akane no tuviese en consideración el sentir de Mikasa, probablemente, basándose en la pobre idea de que esta última fuese una estudiante mediocre que solo se preocupaba de sí misma.
―Y a pesar de las cosas que hace ella, me dice a mí que soy una inútil, una holgazana, un estorbo… ¿por qué? Porque aún no puedo dejar la culpa que me carcome luego de haberle gritado a mi padre… como si a mí no me doliese… ―Mikasa llevó sus dedos índice y pulgar a presionar el tabique de su nariz, mientras las lágrimas escurrían con rapidez―. Ah, no… qué mal.
―No, no ―Levi se acercó a ella para tomarla del hombro―. ¿Cómo va a estar mal que llores? Bota, bótalo todo.
―Qué vergüenza… ―hipeó, intentando evadir la insistente mirada del hombre.
―No, en lo absoluto ―insistió él.
―Hoy me gritó ―llegó al punto del conflicto―, discutió conmigo porque tras llegar de clases pregunté si había algo de comer. Me dijo que ella no era mi esclava ―hipeó la joven―. Me trató pésimo, pero luego entendí que estaba alterada desde antes; había discutido con su novio nuevo… Resulta que tenemos muchas deudas, pero con el sueldo de una teniente no alcanza ―rio con sorna, enredando el sonido ronco con su llanto―, no sé qué está haciendo con el dinero.
¿Y dónde estaba el tino? Se preguntaba Levi. ¿Dónde estaba la madurez o la sabiduría de la adultez? Porque no conseguía explicarse que Akane se comportase como una adolescente ―vaya ironía―, cuando estaba a cargo de su hija, una niña inestable que prescindía de una cuantiosa cantidad de amor y apoyo. Cargaba con una culpa: haber herido a su padre antes de que éste muriese de manera inesperada y, según le confesó Mikasa, a pesar de eso no hubo psicólogos, no hubo apoyo familiar, ni siquiera de su colegio, ni por parte de la orientadora ni de nadie. Y se pasaban apuntándola con el dedo, catalogándola como una alumna conflictiva, como la típica alumna problema, en vez de preguntarse «por qué». Para colmo, Akane iba y se tomaba los comentarios como la más irrefutable verdad, aun siendo consciente de los antecedentes que existían.
―Akane, estás cagándola ―musitó Levi para sí mismo, mientras se refregaba el rostro con ambas manos.
Mikasa observó a Levi con grandes ojos. El hombre comenzó a pasearse por la estancia con semblante dubitativo, parecía estar pensando. Y la joven, entonces, sintió una extraña sensación al considerar la posibilidad de que él la entendiese, puesto que nadie lo hacía. Para los demás, ella era una simple niña que tenía que preocuparse de estudiar y solo de estudiar. Y no de pagar cuentas, ni comprar la mercadería, ni mucho menos evitar que su madre se suicidara. Porque sí, esas cosas que Akane no hacía, las hacía Mikasa. Y esas crisis que Akane sufría, las corregía Mikasa. Ella era el pilar, a veces el muro de contención, el soporte de todo aquello que amenazaba con caerse a pedazos y despojarla del último vestigio que tenía de lo que consideraba su hogar. Incluso, el pilar de su madre cuando ésta intentaba coger el cuchillo más grande de la cocina para pasárselo por el cuello o los brazos; allí estaba Mikasa, forcejeando contra ella para poder arrebatárselo.
Desde los catorce años hasta sus dieciséis recién cumplidos había tenido que luchar y ser fuerte, y como nadie le daba trabajo por su corta edad, se las había arreglado para vender algunas cosas que ya no usaba, como prendas u otros elementos, y también solía ser ayudante de una de las vecinas de su barrio, la que tenía un pequeño local de venta de abarrotes y que de buen corazón le había dado un espacio para que realizara pequeñas labores como barrer, ordenar y reponer productos y, a veces, atender clientela.
De momento no podía hacerlo. Mucho menos con la idea de su madre de ponerla con clases intensivas, puesto que aquello le ocupaba todo el tiempo que tenía disponible. Desde entonces se preguntaba qué haría para ganar dinero. Puesto que su madre, si bien recibía una buena remuneración, estaba ahogada en deudas desde el fallecimiento de su padre, o bien perdía el dinero con sus novios como había concluido al final Mikasa. El asunto era que siempre faltaba algo, y Mikasa sabía que debía ser ella quién suministrase la solución.
Estaba perdida en estos pensamientos, cuando Levi se sentó a su lado. La hizo espabilar cuando le rozó la mejilla con el dorso de la mano.
―¿Estás enojada con tu madre? ―quiso saber.
―No ―se apresuró en responder―. Más bien me preocupa, porque ya no sé qué sucederá en un mañana. Si volverá a salir del baño… o si no lo hará nunca más ―su voz se apagó al final―. Y me duele… me duele que se desquite conmigo, que piense que todo me da lo mismo y que por eso no quiero estudiar. Por el contrario, ¡quiero! Pero siento que no tengo fuerzas.
Luego, Mikasa calló durante varios minutos. Los respiros entrecortados indicaban que había comenzado a tranquilizarse.
Levi, por su parte, intentaba comprender la complejidad del asunto. Le tenía afecto a Akane, pero no podía plantarse y hablar con ella, decirle: «tú hija me comentó de tu comportamiento inmaduro». Además, le había hecho una promesa a Mikasa; su silencio. Y no la traicionaría así de fácil, cuando le había costado un buen par de semanas que ella le abriese su corazón.
Por otro lado, un sentimiento fuerte se azotó contra su pecho en cuanto descubrió la historia detrás de aquella muñeca preciosa que tenía frente a sí, aquella ninfa sublime que parecía estar encerrada en una jaula sombría y gélida. Un padre que siempre estuvo ausente y finalmente, desapareció del todo, y una madre que no cumplía con el rol de una. Mikasa estaba sola, creciendo y sin un guía a su lado, aprendiendo a ser ella misma su mejor amiga.
Y eso era algo que sí podía resolver, y que no se permitiría jamás pasar por alto.
―Mikasa ―le dijo, siendo más sutil―, hay cosas que no podemos cambiar y otras que sí, que están en nuestras manos. Tu madre te ama, pero todos cometemos errores, y eso me lleva a pensar que no vas a perderla… ella está confundida, es todo ―encogió de hombros―. Tú no tienes la culpa de nada, los accidentes ocurren y ya. Lo único que puedes hacer es sobreponerte a la situación. Hagamos algo ―le ofreció, y ella ensanchó la mirada con interés.
―¿Qué cosa? ―quiso saber, entreabriendo sus preciosos labios.
―Ahora tienes una buena razón para asistir a estas clases conmigo. En vez de hacerlas un martirio, conviértelas en algo bueno. Que sea éste el escape que necesitas, aquí nada te hará falta, y si necesitas una mano amiga, aquí estaré yo.
III
Desde entonces, la discrepancia entre ambos se hizo llevadera. Con aquella nueva disposición, a Levi le resultó más sencillo poder enseñarle a Mikasa, haciéndole repasos intensivos cuando era necesario. Las calificaciones de Mikasa mejoraron al punto de sorprender enormemente a Akane, y por sobre todo, esto provocó que la joven recuperase gran parte de su confidencia.
Levi descubrió que a Mikasa no le iba el humanismo. Ella prefería la ciencia, así como él. Por lo que resultó bastante fructífero, puesto que trabajaban en sintonía. Mikasa se leía todos los libros que Levi le prestaba, y siempre terminaba pidiéndole más. Conversaba con él sobre las teorías que estudiaba y le contaba sobre sus propias ideas.
Las clases pasaron a realizarse todos los días hábiles de la semana, y por un motivo que Akane no logró comprender, Levi le pidió, por favor, que no volviese a pagarle por sus servicios; él haría el trabajo de todo corazón. Y por otra razón que tampoco comprendía, pero que le hacía feliz, Mikasa pasó de rehusarse a ir a sus clases a bajar corriendo las escaleras cuando sabía que Levi le esperaba a las afueras en su auto.
Mikasa se sentía a gusto con Levi, le entregaba confianza. Además, tal y como se lo había prometido, las conversaciones personales que tenía con él jamás salían de su oficina en la universidad. Él se había abstenido por completo de comentar el asunto con Akane, y como si eso fuera poco, la llenaba de elogios frente a su madre para saciar la sed de orgullo de la mujer. Y porque, después de todo, era cierto; Mikasa era una excelente alumna.
Sin embargo, como era evidente que sucedería, los problemas no cesaron. Había días en que Mikasa llegaba a sus clases con los ojos hinchados y rojos, con las ojeras profundas y el alma ida. Y Levi no lograba resistir la congoja que le oprimía el corazón al verla así. Porque Mikasa era una ninfa hermosa. Levi pensaba que debía estar exenta de cualquier rastro de dolor en su vida, porque no lo merecía, pero aun así ella sufría. Pronto comprendió que su rol en la vida de la joven era funcionar como una suerte de placebo; la hacía feliz durante un par de horas y luego la devolvía a su malsana realidad.
Y la vez comprendió que a él solía sucederle del mismo modo. Estar con ella significaba la gloria máxima, y verla partir tras cerrar la puerta de su auto era la más absoluta oscuridad.
Lo que no comprendía era desde cuando había comenzado a sentirse así. Pero resultaba que desde hacía un tiempo hasta entonces, un intenso calor ardía en su abdomen cada vez que la tenía cerca. Y el infierno se desataba cuando la rozaba por accidente al caminar a su lado, o al tocar su mano tras recibirle algún libro que ella estuviese alcanzándole, o al quedarse viendo las piernas torneadas que se movían con simpleza bajo la minifalda negra de puntitos blancos que la joven solía vestir. Ni pensar en las veces en que sus labios se resecaban y ella solía humedecérselos con la lengua, a veces se mordía el pulgar… y a veces, un mechón de cabello se le metía en la boca, haciendo que Levi quisiera quitárselo de allí.
Cuando la veía succionar la punta del lápiz cada vez que estaba concentrada haciendo apuntes, Levi salivaba más de lo usual. E intentaba controlarse, cuando el aire clavaba en su garganta provocándole ganas de jadear. Cuando llegaba a ese límite se auto regañaba, absteniéndose de hacer llegar sus pensamientos más lejos.
Él quería ayudarla. Ese era su más preciado deseo. Porque lo era. Él no era un depravado. Y ¡demonios!, la niña tenía dieciséis años. Y él, treinta. Por un poco más podría ser su padre, uno bastante joven, pero padre al fin y al cabo. Cómo clavaba la culpa, como una daga de hielo en sus entrañas, al saberse deseoso de tenerla consigo. Mas se contentó a sí mismo tras pensar que sólo estaba confundiendo la realidad; no era deseo, él quería protegerla con tanto afán, que le despertaba unas ganas tremendas de consentirla, amarla y darle todo lo que nadie más le daba.
Por ende, decidió que el estudio intensivo debía traer su cuota de diversión. No quería atosigarla con el estudio y estresarla nuevamente. Llevó a cabo un plan, un día que en que Mikasa volvió a asistir a las clases con la mirada perdida, con los ojos lluviosos y el rostro enrojecido.
―No iremos directamente a la universidad hoy. Pasaré al centro comercial a deshacerme de una cuenta maligna, ¿te molestaría acompañarme? ―preguntó, mientras conducía con parsimonia.
Mikasa se mostró sorprendida.
―No, claro que no ―le dijo, como si temiese fastidiarlo.
El viaje resultó ser provechoso. La cuota de ánimo que Mikasa necesitaba, aun si tan solo servía para distraerse con los luminosos escaparates de las tiendas, o incluso si se dejaba relajar por el ruido ambiental de la atiborrada muchedumbre. Veía gente feliz, familias felices, todos con una bolsa en la mano que les prometía la satisfacción de poseer algo. Mikasa sonrió y suspiró. No recordaba la última vez que se había hecho un regalo a sí misma.
En eso pensaba, cuando Levi se sumó a su lado.
―Listo, ¿quieres comer algo? ―ofreció con desinterés.
―¿Comer algo? ―musitó Mikasa, mirándolo con ojos luminosos e inocentes.
―Te sonaba la barriga de camino aquí ―le dijo sin sutileza alguna, haciendo que Mikasa se sonrojase violentamente.
―¡Lo siento! ―estaba avergonzada―. Yo no quise…
―Akane está haciendo de las suyas nuevamente, ¿no? No preguntaré desde hace cuánto que no comes, porque voy a terminar enojándome más. Solo quiero saber: ¿qué quieres comer?
―No es necesario.
―Ahora ―Levi insistió tajantemente.
A Mikasa le hubiese gustado saber cuándo y cómo fue que terminaron en un restaurant carísimo. Le respondió con toda sinceridad cuánto ansiaba comer un trozo de carne, y con eso se le vino a la mente que Levi la llevaría a un local de comida rápida, tal vez para comprar unas mundanas hamburguesas. Pero la había llevado a un local de fina mesa que se hallaba en el mismo centro comercial, a comer carne, lo que debía ser legalmente un trozo de carne. Con un cubierto en cada mano, Mikasa contemplaba su plato con grandes ojos y esperando algún tipo de señal que le diera el permiso de comerse aquello que tenía frente a sí.
Levi parecía divertido. La observaba con interés, y aunque sabía que ella seguía esperando su señal, él no se la dio, no tan fácilmente si así conseguía verla tan encantadora como en aquel momento. Mas el hambre fue más fuerte que ella, y la señal se hizo innecesaria.
―Pensé que debíamos estudiar ―le comentó la joven, con las cejas dibujando una expresión inocente, sincera.
―Ya te dije que quería tomarme un respiro. Tú también te lo mereces.
―Creí que no perdíamos el tiempo. Usted es muy estricto a veces, por eso no entendía las razones de…
―Mikasa, estoy intentando llegar a ti. Me estoy moviendo lento, muy lento ―le respondió él, mientras se llevaba el tazón de té de jazmín que había pedido a la boca; y el tazón era tan grande que le cubría la mitad del rostro, logrando que solo sus ojos azules fuesen visibles.
Ojos azules que con desvergonzada intensidad comenzaron a desnudarle el alma a Mikasa, haciéndola sentir inquieta, con una tonta necesidad de sonreír. Las melindrosas mariposas que revoloteaban en su estómago y en su pecho le hicieron sostener el tenedor con exagerada fuerza contra el plato, provocando un chirrido incómodo e irritante.
Levi contrajo el rostro al oírlo.
―Perdón ―musitó Mikasa.
―Relájate un momento. Te dije que podía ser un amigo, y eso es lo que quiero ser ―mintió; en el fondo no quería ser un amigo, pero eso era algo que incluso se negaría a sí mismo―. Lo conversamos el otro día, puedes contar conmigo, y si no te molesta, momentos como este pueden volver a repetirse cuantas veces se pueda, siempre y cuando me sigas respondiendo tan bien en los estudios.
Los ojos de Mikasa brillaron como dos luceros. Levi pudo ver la alegría hecha orbes grisáceos, centellantes, infantiles.
Mikasa Ackerman era… tan linda. A Levi le gustaba que lo mirase; ojalá lo mirase siempre, mucho, todos los días… ojalá siéntese ganas de mirarlo, y entonces siguiese así, y así, y así, por mucho tiempo más.
―¿Por qué está haciendo esto? ―le preguntó la joven, sacándolo de su ensoñación.
―¿Por qué debería no hacerlo? ―le interceptó la idea―. ¿Debería ser como han sido todos los demás contigo? No puedo… no quiero.
La suavidad en la mirada de Levi resultaba inquietante, o debía serlo para alguien quien mirase desde afuera, con consciencia adulta. Sin embargo, Mikasa vio en él algo que había buscado tanto tiempo, algo que quería y no tenía: cariño. El afecto, la comprensión, el apoyo, la fortaleza de un adulto… de un hombre… de un padre. De pronto se sintió tan protegida, enormemente a salvo, como si un dragón gigante vigilase su castillo de sueños, o así lucía desde la perspectiva de su candor. Creía que ya nada podría tocarla, ni siquiera su madre Akane y sus berrinches de siempre, porque contaba con el profesor Levi, y él la llevaría a donde ella quisiera, por cuánto tiempo ella quisiera, porque ella era importante, porque ella no merecía lo que estaba pasándole…
―Y porque te has esforzado en ser mejor, aun con todo lo que sucede. Eres fuerte, debes comprender el valor que tienes ―siguió explicándole las razones, enlistando las palabras tras sus pensamientos.
Mikasa extendió su pequeña mano, trazando una trayectoria tímida, la que Levi resiguió con su mirada atenta. Sintió cada músculo de cuerpo entrar en tensión cuando la suave palma cayó sobre su propia mano, aferrándose con temor y sigilo, acariciándolo hasta el momento en que él respondió, enredando sus dedos con los suyos.
―Gracias ―dijo Mikasa, suspirando al final. Ella se veía tan agotada.
Y, sin embargo, Levi estaba feliz.
«¿Por qué no puedo llevármela conmigo?», pensaba, mientras intentaba contener sus emociones.
«¿Y si la rapto y nos vamos lejos para siempre?» jugueteaba con los planes en su mente, sabiendo que no eran más que niñerías momentáneas que ridiculizaban su juicio.
Porque, para empezar, no tenían un lugar al que ir, ni había manera de escapar; por lo tanto, ahí terminaba cualquier atisbo de plan heroico que surcase su mente, viniéndose súbitamente con intenciones de ser una buena idea. Pero, por otro lado, tampoco existía manera de escapar de aquella tentación fulminante que la joven comenzaba a suponer.
Era terrible; Levi lo supo al sentir su mano enredada con la suya. El simple roce lo hacía entrar en combustión y despertaba en él un sentimiento que creía muerto.
Como si eso fuera poco, el saber que ella estaba agradecida significaba que lo consideraba en su vida, que sus esfuerzos no habían sido menores, ni tampoco en vano. Haciendo uso de su insolencia juvenil podría haberlo despachado, o incluso haberse aprovechado de su mano amiga, tal vez ni siquiera llegar a considerarlo, pero ella lo tomaba en cuenta, lo tenía complemente presente. Y le retribuía con sencillas palabras su gratitud.
Y aunque Levi le hubiese dicho minutos antes que estaba moviéndose lento, sabía que aquello no había sido más que una burda mentira con el afán de no espantarla. En realidad, estaba yendo rapidísimo, tanto, que él mismo hubiese deseado ser más paciente. Solo que no podía.
Hubo varios minutos de silencio en los que se miraron con complicidad. Y debido a eso, sin que nadie dijese nada al respecto, pudieron comprender que algo estaba ocurriendo, que aquello que los unía estaba desglosándose en un curioso sentimiento.
Mikasa aun lo no entendía.
Levi, sí, a la perfección: estaba enamorándose…
―Voy al baño ―pidió Mikasa, mientras se escabullía de la mesa, soltándole la mano a Levi. Probablemente, sin ánimos de soportar durante más tiempo la tensión que repentinamente había cubierto la instancia.
―Ok, pagaré la cuenta.
Las últimas vueltas que dieron al centro comercial fueron por mero descarte. Quizás por cosas del destino ninguno de los dos quería irse a casa aún. Tal vez, y solo tal vez, querían estar un minuto más juntos.
Al menos, Mikasa sabía que llegar a su casa sería encontrarse a Akane encerrada en el baño, repitiendo una y otra vez: «¿Por qué no me muero? Mejor debería morir». Y la culpa, de nuevo, arrastrándola a un abismo que conocía y que no se antojaba de volver a vivir. Estaba bien ahí, junto a Levi, acostumbrándose a la nueva sensación tan extraña que le recorría cada fibra.
Y para Levi, un hombre que pisaba los treinta años, sin vida más que su trabajo, llegar a un hogar vacío no era mejor panorama que estar con Mikasa. Su vida solitaria, sombría, rodeada de lujos y comodidad económica le hacían sentir enormemente vacío. Porque esa era su realidad: había gozado de un buen linaje familiar, una buena herencia y, aparte, un buen desarrollo profesional. El asunto con él radicaba en que estaba solo, ambos padres fallecidos, familiares viviendo lejos, incluso en distintos continentes, y los amigos que tenía servían para despotricar contra el trabajo, contra el ajetreo de vivir en la ciudad. Mas cuando terminaba el día, debía volver a encerrarse en su departamento sin más atisbo de vida que la propia. Por ende, aquellos momentos dulces que tenía con la joven le llenaban de vida nuevamente.
Por un momento la perdió de vista. Ella estaba imantada a una vitrina, contemplando una minifalda tableada, de aquellas que usan las patinadoras. Era negra, sencilla y bonita. Tan bonita que debía estar en su cuerpo… pero Mikasa no traía ni una moneda en el bolsillo.
―¿Te gustó la falda? ―Levi se sumó a su lado.
―Sí… ―murmuró Mikasa, tímida.
―… ¿Te la compro? ―la simpleza en el actuar de Levi realmente la desconcertaba.
―¿Qué? ―se exaltó―. No, no, por favor. No piense tampoco que pretendo abusar de su confianza, profesor. Se la pediré a mi madre cuando lo recuerde…
―Y entonces nunca llegará. Yo te la compro.
―¡Que no! ―Mikasa sacudió sus manos en el aire.
―Que sí ―le respondió él, estoico como siempre―. Es un regalo de felicitaciones, ¿así me la aceptas? ―Mikasa negó con la cabeza―. Porque iba a comprarla de todos modos.
―Prof…
Quiso detenerlo, pero no pudo. Levi entró a la tienda con ímpetu, buscando a una vendedora en el acto, zafándose del agarre de Mikasa. Y para hacer más compleja la situación, él no era alguien que pasase desapercibido entre la multitud, por el contrario, su aspecto elegante y garboso llamaba la atención a primera vista. Por lo tanto, Mikasa no pudo seguir discutiéndole. Se acercaron a él al apenas verlo con un ejemplar de falda en la mano y con cara de querer ser atendido.
Y aunque el último intento de Mikasa por evitar la compra fue negarse a darle su talla, Levi la descubrió de todos modos tras darle un extenso repaso de pies a cabeza, deteniéndose a propósito en las sutiles curvas de su anatomía, haciéndola sonrojar a un punto febril.
―¿No pensó en cómo voy a explicar esto ahora? ―espetó Mikasa, mientras alzaba la bolsa de la tienda frente a él.
Levi conducía con suficiencia, intentando ocultar la sonrisa sardónica de medio lado que llevaba en el rostro.
―Tutéame ―le pidió.
Mikasa frunció el ceño.
―¿Me está escuchando? ―berreó exhausta.
―Tutéame ―recalcó―. No me trates de profesor, porque me estresa. Ni mucho menos de usted, porque me estresa más.
―No podría…
―Sí, sí puedes ―detuvo el vehículo.
Mikasa no se dio cuenta, cuando ya estaba a las fueras de su casa nuevamente. El día se había terminado.
―No estudiamos ―comentó, mientras apretujaba la bolsa para hacerla caber en su mochila.
―Volveremos a estudiar en otra ocasión. ¿Eres menos inteligente por distraerte un día? ―le cuestionó.
―No ―Mikasa sonrió―. Es solo que jamás me hubiese imaginado un día así con ust…
Volteó a mirar a Levi con preocupación. Él asintió.
―Contigo ―terminó la frase, sintiéndose extraña ante la confianza que estaban desarrollando―. No sé cómo agradecer…
El mechón de cabello insolente que siempre quedaba atrapado en sus rosados labios estaba ahí otra vez, inserto en su comisura, entrando más cada vez que ella hablaba. Levi sentía nuevamente la necesidad de quitárselo, y esta vez fue tan fuerte que no lo evitó. Le acarició la mejilla, hasta que la hizo voltear, y entonces con cariño y delicadeza, le quitó el mechón que estaba húmedo, y lo sujetó detrás de su oreja.
―Siempre me pasa ―dijo Mikasa con timidez―. Mi cabello está algo largo, y cuando hablo mucho, respiro agitadamente y termino tragándome un mechón.
―Mikasa ―ella le prestó toda su atención―, no tienes que agradecerme nada. Detestaría si comienzas a sentirte en deuda conmigo. No es así, en lo absoluto.
Mikasa asintió. Luego volteó a ver su hogar; las luces estaban apagadas. No quería volver, no quería ver a su madre. No era usual que se enfadase con ella al punto de evitarla, pero ahora sí lo estaba, muy molesta. Había llegado el momento en que comenzaba a descubrir sus propios límites; y el de su paciencia, Akane lo había agotado hacía tiempo ya.
―No me quiero bajar ―admitió, de pronto notando la angustia que había hecho nudos en su pecho.
―Yo tampoco quiero que te bajes ―confesó Levi.
Y entonces confirmó de nuevo que no, no estaba yendo lento como le había dicho. No quería ir lento, no tenía paciencia. No cuando esa ninfa preciosa parecía estar ahí, gritando por ayuda.
―Llévame contigo ―le pidió de pronto en un arrebato que por poco acaba con él ahí mismo.
―¿Cómo? ― y de pronto dejó de sentirse el adulto.
―No sé… no quiero volver ―jadeó Mikasa. Tenía tantas ganas de llorar.
Levi jamás se había sentido tan exasperado.
Tenía a una adolescente en su auto con el ánimo en estado crítico, y no sabía qué hacer para remediarlo. De pronto, hizo abuso de algo que nunca hubiese utilizado con el fin de salirse con la suya. Lo evitaba a toda costa, pero por ella, por la ninfa de sus ensueños, no escatimaría en manipular las influencias que le favorecían.
Cogió su celular y realizó una llamada.
―¿Akane? ―dijo, y en un segundo todo el mundo se paralizó para Mikasa tras creer que Levi la había traicionado―. ¿Molesto? Qué bien. Bien, gracias. Sí, aquí conmigo, salimos tarde de la universidad, ¿te molesta si la invito a cenar? De seguro estás cansada y qué pensarías de mí si te la envío con el estómago vacío. ¿Molestia? En lo absoluto, sería un honor. Tienes turno de noche, ¿bueno? La traeré temprano, lo prometo. Esta niña prodigio necesita un bocado.
El corazón de Mikasa latía desaforadamente, debido a que él había conseguido en cinco minutos lo que ella no había podido en dieciséis años: un permiso de su madre para salir de noche.
―Listo. Tu madre tiene turno esta noche. Así que debes estar aquí antes de las dos mil trecientas, porque la teniente dejará todo con llave.
―Levi ―musitó Mikasa, sin dar crédito a lo que veía. Y olvidando que por fin comenzaba a tutearlo.
―Tu madre confía en mí, y eso es bueno. Yo no te haría daño, sabe que estás bien conmigo.
Y eso ya no era un problema.
―¿Y ahora? ―Mikasa pestañeó repetidas veces.
―Tengo suficiente combustible ―constató―. Demos vueltas hasta que te aburras y quieras volver.
Era la primera vez que salía hasta tan tarde en la noche. Su madre nunca le permitía dejar la casa pasadas las nueve. Esa era una de las razones por las que Mikasa tenía poco amigos. La mayoría se iba de fiesta a su corta edad, y ella no tenía los permisos para asistir a tales eventos. Por eso ahora sentía que el corazón le saldría disparado del pecho, mientras miraba todo a su alrededor: las calles luminosas, los bares, la gente reuniéndose los minutos previos a la fiesta, la música que podía oírse incluso a las afueras de los pubs, las calles más oscuras, el cielo, la luna, incluso la carretera.
―¿Para dónde me llevas? ―preguntó Mikasa, sin dobles sentidos, y a la vez jugando con el sarcasmo inintencionado.
Levi soltó un respiro corto, emulando una risilla.
La música que Levi llevaba en la radio le gustaba a Mikasa. Tanto, al punto de hacerla bailar en su asiento. Moviendo la cabeza, haciendo danzar su cabello, sus hombros, sus brazos, sin ser exagerada, sino coqueta, dulce, ida, inmersa en la melodía.
―Dale buen volumen. Vamos solos por la carretera ―pidió ella, casi olvidándose de su absurda timidez.
Y él obedeció. Bajó los vidrios del auto para dejar entrar la brisa y le dio a todo el volumen del impactante equipo que tenía en su preciado deportivo. Subió la velocidad, sacándole partido a su motor, abusando del rendimiento de su vehículo.
Juró por todo lo más valioso que atesoraría esa noche por el resto de su vida.
Mikasa, también por primera vez, sintió la adrenalina de hacer algo distinto. Solía compararse con sus compañeras de estudio, aquellas que siempre tenían algo para contar, cosas interesantes, experiencias nuevas que se habían aventurado a probar, con sus novios, sin ellos, con varios de ellos y así. Pero nunca había oído a nadie contar sobre salir de paseo de noche con un profesor, o mejor dicho con «el profesor». Con Levi, con aquel ángel que todos veneraban y que tenía el afán de darle en el gusto en todo, en todo a ella.
Las mariposas seguían haciendo calor en su vientre. Todo su cuerpo comenzó a trabajar a toda máquina para despertar la descarga hormonal, la rebeldía, la juventud salvaje en su máximo esplendor.
Y la idea la hacía sonreír de gozo: mientras sus compañeros eran felices con el primer cigarro, con la primera resaca, con el primer novio; ella era feliz con su primera vuelta a toda velocidad en un deportivo carísimo, luego de haber ido a un restaurant fino y haber comido filete en salsa de vino. No entendía qué estaba pasándole, pero un momento sintió que comenzaba a vivir de verdad, porque estaba pensando en ella, no en Akane, ni en sus novios, ni siquiera en su padre, sino en sí misma… y en Levi.
El resto de hora, antes de que el reloj marcase las once y Cenicienta debiese volver a su hogar, pasearon por la carretera, luego de vuelta por la ciudad conversando de cosas sencillas, con una naturalidad impresionante que Mikasa no podía atribuirle ni siquiera a sus mejores amigos. Y si bien ellos sabían todo sobre ella, eso no los facultaba de la comodidad única que Mikasa experimentaba tan sólo cerca de Levi.
La novedad que él significaba la hacía agitarse con arrebato. Despertaba en ella el interés por cosas que antes parecía obviar, y que ahora se acercaban sigilosas susurrándole curiosidad a pequeñas descargas. Sin embargo, lo que más la atraía era, precisamente, el hecho de que él fuese un adulto, puesto que aquello traía consigo muchas cosas que con los demás no podía tener: sabiduría, para empezar; libertad, en los horarios, en los lugares que frecuentar; protección, nada podría pasarle en compañía de un adulto; experiencia, la que tenía intenciones de absorber con el hambre de una esponja; y muy en el fondo asumía que le acomodaba la libertad económica. Porque Levi no iba a decirle que juntasen dinero entre los dos para comprarse un par de hamburguesas, ni mucho menos le pediría que le devolviese algo de dinero para el combustible del auto, y como si eso no fuese todo, él gustaba de consentirla sin que a ella le urgiese la deuda, porque no existía ninguna.
Al llegar a su casa, Mikasa vislumbró las luces de la sala de estar encendidas. Akane estaba esperándola de seguro. Y a pesar de que haber pasado la mejor noche de su vida, seguía sintiendo el apretón estomacal de saber que debía enfrentársele tarde o temprano.
―Adiós, Levi ―suspiró, y seguido a su resoplido oyó el estruendo de la puerta del auto.
Pestañeó rápidamente sin comprender qué sucedía, hasta que vio a Levi abrirle su propia puerta.
―¿Qué sucede? ―lo miró, confundida.
―Te voy a dejar ―le respondió con simpleza―. ¿Qué pensaría Akane de mí si es que te dejo tirada como si nada, sobre todo a esta hora?
Mikasa encogió los ojos con recelo, robándole una risilla a Levi. Nunca lo había visto sonreír, ni reír. Excepto con ella.
La acompañó hasta la puerta de su casa, esperando a que Mikasa introdujese la llave para entrar. No tardó en ingresar a la sala de estar, siguiendo los pasos de la joven que se acercaba a su madre, quien estaba terminando de ordenar un bolso para irse al trabajo.
―¡Profesor! ―exclamó sorprendida la mujer. Estaba vestida con su traje de policía.
―A la puerta de la casa y sin ningún rasguño ―enunció Levi, procurando dejar expuesta una imagen irreprochable. Mikasa lo observó por sobre su hombro, sin dar crédito al cinismo de Levi y a la vez, queriendo aplaudirlo por conseguir moldear a su madre con tanta facilidad.
―No sabes cuánto te lo agradezco. Mikasa ha mejorado bastante el último tiempo ―Akane parecía orgullosa, y Mikasa no logró decidir si odiaba más el cinismo de su madre o el de Levi.
―Respecto a eso, Akane, quería pedirte permiso para que Mikasa trabaje conmigo en el laboratorio. Es una excelente estudiante y necesito manos extras. Claramente le daré una remuneración por ello, no es gratuito.
Mikasa sintió un hielo recorrerle toda la espina dorsal. Aquello no estaba en los planes, ni siquiera lo habían conversado de camino hasta ahí. No podía decir que la idea le desagradaba, porque no lo hacía en lo absoluto, pero estaba segura de que Levi no necesitaba manos extras para trabajar.
―¡Claro! ―asintió con vigor, la mujer―. Supongo que Mikasa se me ha adelantado y ha dicho que sí, ¿no es así?
Akane contempló a Mikasa con una dulce mirada maternal, la que le provocó un intenso escalofrío, poniéndole los pelos de punto tras recordar que hacía un par de horas ambas habían discutido de forma trágica.
―Así es ―comentó Mikasa, por inercia, sumándose al teatro repulsivo que acababa de germinar en medio de su hogar.
―Se me hace tarde ―dijo la mujer, espabilando y tomando sus cosas para salir―. Mikasa, ten cuidado, ya sabes que la noche es peligrosa. El teléfono de la casa está disponible, llámame de ser necesario.
―Te llamaré de mi celular ―rezongó Mikasa. Le irritaba esa manera de ser de su madre: fingir la máxima preocupación, cuando habían días en los que se desaparecía con su novio de turno, dejándola a la deriva por tiempo indefinido―. Qué te vaya bien.
―Akane, permíteme ir a dejarte hasta tu trabajo ―ofreció Levi―. Después de todo, es mi culpa que te quedaras esperándonos.
―¡Profesor! Muchas gracias ―asintió, sonriéndole con expresión tonta y dócil.
Y verla de ese modo, a Mikasa le hizo doler el estómago.
La teniente Akane se despidió de su hija y se adelantó para salir hacia el auto que aguardaba a las afueras. Levi se quedó detrás, retrasando su salida apropósito, y antes de cerrar la puerta para despedirse se dirigió a Mikasa por última vez:
―Ahora ya no tendrás que justificar los regalos que te dé. Le dices que lo conseguiste con el dinero de tu trabajo, es todo.
―Levi…
―Y si te pasa algo, prefiero que me llames a mí. Tienes mi número.
Cuando se fue, Mikasa se quedó de pie en la sala de estar, sintiendo como su propio corazón parecía querer asesinarla ahí mismo.
.*.
00:05 am
En su habitación la penumbra cubría todos los rincones, excepto por un pequeño cuadro de luz tenue; la pantalla de su celular.
» ¿Qué conversó con mi madre en el camino?
Prof. Levi: Tutéame.
»…
» ¿Qué conversaste con mi madre?
Prof. Levi: Nada particular, solo que eres una hija ejemplar y una estudiante brillante.
» ¿Y para qué es todo esto?
Prof. Levi: ¿Te molesta?
» Tengo curiosidad.
Prof. Levi: Para ganarme más permisos y poder estar contigo.
La respuesta tardó quince minutos. Mikasa estaba temblando y no de miedo, sino de ansiedad.
» No me molesta, en lo absoluto. También quiero estar más tiempo contigo.
Prof. Levi: Linda…
El último paso había sido dado. El último límite se rompió cuando el último mensaje fue enviado. Como una cuerda que se rompe, el lazo que unía a Mikasa y Akane se había cortado, separándolas, alejando a Mikasa para siempre del yugo de su madre, porque todo lo que representaba Akane para ella era debilidad.
IV
Bellísima.
Y por serlo se merecía todo lo mejor del mundo y el mundo entero. Y para eso estaba él, por eso existía; su misión era hacerla feliz, darle todo lo que ella necesitase y quisiera, porque él podía, quería y debía.
El tiempo pasó tejiéndolos a ambos en una misma pieza y con la misma estambre.
Levi sabía ―Dios, que lo sabía tan bien― que no era correcto. No era correcto consentirla, porque no era nada suyo y porque estaba malcriándola, pero consideraba que todo lo hacía con cariño, para ayudar a una niña que vivía una mala situación. Pero eso era la punta del iceberg. Sabía que estaba mal desearla, porque tenía dieciséis años y ella debía estarse preguntando qué carrera estudiar, qué haría el fin de semana con sus amigos, o como mucho qué hacer para que el chico que tanto le gustaba se fijase en ella y así hacerlo su novio. Mas cuando rememoraba lo preciosa que era, lo perfecta que lucía con toda la jodida ropa que se colocase encima, él no pensaba en ser su novio, ni darle simples besitos ni mucho menos tomarle la mano. Y por eso respiraba con calma cuando sus deseos hervían en su sangre, convirtiéndolo lentamente en un hombre lobo dispuesto a saltar al ataque.
La deseaba… la deseaba tanto que le dolía… le dolía respirar, moverse, sentarse, pararse, dormir, despertar…todo. Se sentía decaído, aletargado, y cuando estaba lejos de ella, el abismo se alzaba encumbrando celdas de hielo. Las noches sombrías en su cuarto solitario, en un departamento estéril, sin vida dejaron de ser soportables. Pensaba todo el día en ella: cuando se levantaba y desayunaba; en la ducha, sintiendo el agua caer cálida por todo su cuerpo; de camino a su trabajo; incluso durante las clases que daba, y sus alumnos solían quedarse viéndole con curiosidad cuando Levi se perdía mirando a la nada. Y los fines de semana, simplemente, desfallecía, desesperándose por salir a comprar, a correr o al gimnasio, al cine, a los encuentros con sus compañeros de trabajo, estudiando, trabajando en casa, todo lo que le permitiese ocupar la mente. Incluso dormir, mas cuando cerraba los ojos, soñaba con ella.
Mikasa también pensaba todo el día en Levi, aunque con un propósito distinto. Pensaba ¿por qué? ¿Qué razones tendría Levi para ayudarla con tanto esmero? Y si bien no era algo que le molestase ―por el contrario, le gustaba―, no lograba comprender qué había hecho ella para merecer tanto, excepto estudiar. A veces pensaba que Levi era el único que la entendía, que tomaba en cuenta todos los esfuerzos que ella hacía para que su pequeño mundo no se fuese al carajo.
Poco a poco comenzaba a aferrarse a él, acostumbrándose a la inquietante necesidad de tenerlo consigo. Sí, lo necesitaba, y se sorprendía a sí misma pensándole más de la cuenta. No solo en sus acciones, sino todo en él: su rostro, su ropa, su aroma, sus cosas personales como su bolso, su auto, su reloj de pulsera, su teléfono, su oficina… todo lo que era él y lo que le daba un indicio de quién era él, qué le gustaba, qué prefería, como escogía.
Comenzaba a quererlo. De eso sí se había dado cuenta. De eso sí estaba segura.
Le gustaba cuando la llamaba, cuando le enviaba mensajes, cuando se comunicaban por chat y tenían conversaciones tontas:
«¿Estás haciendo clases?», preguntaba Mikasa.
«Sí, a los burros», respondía Levi.
«¿Cuáles burros, si para ti todos lo son?».
«Bueno, a estos que son más burros que los de ayer».
Y Mikasa sonreía, como la adolescente que era, sosteniendo el teléfono en las manos mientras le respondía.
«Quiero verte», le confesó Mikasa.
«Yo no», le respondió él a secas.
«Mientes», contestó Mikasa, tecleando más fuerte que de costumbre.
Esperó su respuesta con el ceño fruncido.
«Yo no quiero… yo deseo verte… con toda mi alma».
Se removió completa y rio sonsamente mientras se mordía el labio inferior. Tanto cariño, tanto aprecio, tanta compañía... se sentía demasiado bien. Sentía que no podría dejar a Levi ir nunca, jamás. Quería estar a su lado para siempre y vivir así, en aquella utopía donde todo era tan simple, donde la alegría se conseguía con un par de palabras, con un par de minutos a su lado, con un mensaje a media tarde. Sentía que comenzaba a comprender el sentido de la vida, y creía que su madre había vivido equivocada durante mucho tiempo.
No obstante, aquella magia que les pertenecía a ambos irradiaba mucho más de lo que hubiesen esperado, sobre todo cuando Levi dejó de medir los límites y dejó de ser cauteloso. Entonces, el secreto cruzó las fronteras teniendo un alcance mayor al esperado.
Una tarde, Akane partió de casa más temprano de lo usual y no volvería hasta el día siguiente a la hora de almorzar. Mikasa estaba con todos sus amigos pasando una tarde de ocio: Eren, Armin y Sasha. Estaban imantados a la computadora que estaba conectada a la pantalla del televisor, y se peleaban por la próxima película que verían. Y mientras tanto Mikasa contemplaba el disco duro que estaba lleno de películas y series… disco duro que había sido un regalo de Levi y que Mikasa excusó diciendo que lo ocupaban para el trabajo en el laboratorio.
El televisor también era un regalo de Levi que había estado destinado para Akane, y la tonta mujer crédula cayó sin rechistar, hasta parecía creer que Levi tenía segundas intenciones con ella. Y eso último a Mikasa le parecía irrisorio.
Y cómo olvidar que hasta el cable HDMI que estaban usando se lo había dado Levi. Gracias al cielo el laptop que tenía Mikasa era un regalo que le había hecho su padre antes de morir, y ese significativo afecto que le profería era la razón que tenía Levi para no haberle obsequiado otro.
De pronto su teléfono sonó; Levi la estaba llamando.
―¿Te estás divirtiendo?
―¿Tú qué crees? Mamá se fue temprano hoy, hubo un accidente en la carretera del norte. No llegará hasta mañana, estará ocupadísima. Así que aquí nos quedamos sin comida, con frío, y sobreviviendo a base de películas.
―Qué pena me da ―se burló él―. Si estuvieras conmigo ahora no tendrías ni hambre ni frío.
―Tengo una vida, ¿sabes? ―rio Mikasa―. Mis amigos también tienen derecho a verme.
―Tú ganas. Te hablo más tarde.
Mikasa no era buena midiendo el tiempo, y por esa razón solía llegar tarde siempre a sus encuentros. Sin embargo, estaba segura que no debían haber sido más de veinte minutos, no más que eso… era imposible. Porque cortó la llamada, se dirigió a sus amigos y los ayudó a escoger la siguiente película. Luego se acomodaron en el extenso sillón, cubriéndose con una manta, y cuando tocaron la puerta, y ella pausó la película para ir a abrir, no habían transcurrido más de diez minutos.
Sus amigos la esperaron, mientras ella se encargaba de atender la interrupción. Tal fue su sorpresa al verla entrar cargando una caja grande, que se pusieron de pie en el acto. Eren se adelantó para ayudarla a ubicar la caja sobre la mesa del comedor, y expectantes todos ayudaron a abrirla. Dentro se encontraba una caja más pequeña con un calefactor y a un costado paquetes de supermercado: comida para llevar, aún caliente. En la caja del calefactor, una nota: «Provecho».
Mikasa sonrió ampliamente y suspiró. Sus amigos la contemplaron con temor y sin entendimiento alguno de lo que estaba sucediendo.
Ella no tardó en tomar su teléfono.
―¿Por qué? ¿POR QUÉ? ―jugueteó con su voz cuando Levi le contestó.
―Dijiste que tenías frío y hambre.
―Las explicaciones, Levi. ¡Las explicaciones! ―insistió Mikasa.
―Si la gente empieza a preguntar demasiado, vamos a tener que empezar a hacerlos desaparecer ―sugirió―. Mi auto tiene un maletero grande.
―¡Levi! ―rio Mikasa con su dulce voz de ninfa.
―Buen provecho. Compré suficiente para todos. Disfruten la película.
Tras cortarle, Mikasa empuñó el teléfono en la mano y apoyó el puño contra su frente, sin dejar de sonreír. Oír la voz de Levi era realmente bueno.
―Mikasa ―preguntó Armin, algo temeroso―, ¿quién envió estas cosas? ¿Tú mamá?
―Y justo envió comida ―dijo Sasha.
―Y un calefactor ―celebró Eren, terminando de quitarle las bolsas que lo envolvían para conectarlo pronto.
―No, no fue mi madre ―comentó Mikasa, estaba vez mostrando un semblante más serio.
Y con esas palabras ocasionó el silencio más sepulcral que podría conseguir de sus amigos que usualmente hablaban sin parar. Sabían que Mikasa tenía una familia muy pequeña. Su padre había fallecido, no tenía hermanos, ni tíos cerca, sus abuelos vivían a kilómetros de la ciudad, y si su madre no había sido, entonces no lograban comprender quién tendría el dinero con tan fácil disposición de comprar un calefactor de la nada.
―¿Cómo? ―preguntó Sasha, confundida, casi sintiendo culpa por la papa frita que se había echado a la boca.
Y aunque Eren y Sasha se mostraban obstruidos y risueños a raíz de la misma confusión, Armin sintió como un hielo le recorrió la médula, bañándole la espalda de una extraña sensación de persecución; había experimentado el mal presentimiento más tétrico de su vida.
―¿Recuerdan a mi tutor? El que contrató mi madre ―indicó Mikasa.
―Claro ―dijo Eren, tomándole sentido a las palabras de Mikasa antes de que ella les explicase en detalle.
Armin sentía como el presentimiento empeoraba con el paso del tiempo.
―Él es casi como de la familia. Mi mamá lo estima demasiado, se conocen desde hace años ―comentó―. Y él me consiente de vez en cuando, no es curioso que suceda. Él, simplemente, se preocupa. Yo le comenté que mi madre no estaba y que… bueno, teníamos frío y hambre. Así que nos ha hecho un favor; él es una gran persona.
―Vaya, qué suerte ―dijo Sasha, aventándose otro puñado de papas a la boca.
―¿Y eso pasa en la vida real? ―preguntó Eren, comiendo papas también. Junto a Sasha parecían maravillados por el corazón de oro del tutor de Mikasa.
―No se lo coman todo, traeré platos y cubiertos para repartir ―dijo Mikasa, negando con su cabeza y sonriendo, mientras se adentraba en la cocina.
Mikasa creyó que la evasión pasaría desapercibida, pero no resultó con Armin, quien no pudo dejar de verla con curiosidad y preocupación. Mas prefirió evadir preguntas y comentarios de momento, sobre todo porque Armin, siendo un chico perceptivo, olía un trasfondo oculto en todo el panorama, y no sería tan arrebatado como para importunar a Mikasa. Después de todo, ella tendría sus razones para no profundizar en el tema. Y sabía que si confiaba en ellos, les contaría la verdad tarde o temprano. No obstante, aun cuando compartió con sus amigos el calor y la comida, no pudo alejar la terrible sensación caótica que le provocaba la completa situación.
V
Y así los días siguieron pasando, y más cosas siguieron llegando. Desde las cosas más útiles como medicamentos cuando Mikasa enfermaba, hasta sus más viles caprichos: maquillaje, esmaltes para uñas, carcasas para su teléfono, estupideces de papelería (post-it, lapiceras de colores, agendas, rotuladores), una cámara fotográfica, un teléfono nuevo, el más moderno, con plan y llamadas ilimitadas entre ambos, ropa, ropa y más ropa. Y no cualquier ropa, de las marcas más caras y famosas. Y por cierto, un precioso par de patines.
Patines que constituyeron los sueños más eróticos que Levi hubiese podido tener. La sacaba a pasear al parque, donde Mikasa pasaba horas de horas contorneándose de un lado al otro, usando precisamente aquella faldita que servía para patinar, aquella que había fijado el punto de partida: el primer regalo.
La veía moverse, deslizándose gracias al impulso de sus piernas exquisitas, contorneadas, firmes. Y el viento hacía lo suyo, jugueteando con la falda tableada, que sugería demasiado a ratos, enseñando una rodaja de nalga que se hallaba cubierta por un hot pant negro. En ocasiones, Mikasa se daba cuenta de aquel detalle, y Levi odiaba el momento en que ésta se amarraba la sudadera a la cintura para evitar levantamientos. Entonces, cuando la faldita ya no era su blanco, lo era su boca y la forma en que chupaba la paleta que solía comprarse en el quiosco del parque.
Sus labios se coloreaban del color del caramelo, usualmente, rojo. Y su boca pegajosa, que relamía una y otra vez, le dejaba en claro a Levi lo dulce que estaba, haciéndole desear saborearla en su propia lengua, degustarla.
Sentía el calor ascender por su cuerpo cuando reparaba en su cintura y la manera delicada en que esta se ensanchaba hasta su caderas. Y entonces, cuando bajaba la mirada ahí estaba de nuevo, el hot pant, negro para colmo, preciosamente negro, ajustándose a las nalgas que Levi anhelaba morder, palmotear, estrujar.
Estaba jadeando. Intentó controlarse, refregándose el ceño y, sin embargo, aún consciente de su excitación, volvió a mirar.
Mikasa miraba a Levi, sentado en una banca con la atención fija en ella, y entonces volvía a patinar con más vigor, ofreciéndole un espectáculo especial, en el que se retiraba la sudadera y daba vueltas, mareándose, extendiendo sus brazos y girando hasta volver la falda un círculo danzando en su cadera.
Cuando terminaba la tarde, Levi la llevaba de la mano, mientras ella patinaba con velocidad de paseo. Y a veces, la tironeaba con el fin de hacerla trastabillar y que lo utilizase de apoyo.
Y eso era una parte de todo.
También estaban las comidas en restaurantes carísimos, paseos a lugares maravillosos y horas de horas juntos, horas que Mikasa no quería que tuviesen fin. Conoció asombrosos paisajes, realizó giras de estudios con el equipo de ciencias de la Universidad Tecnológica de Orvud gracias a Levi, conoció gente nueva, hasta llegar a un punto en el que sentía que había dejado su anterior vida atrás. Se sentía nueva, otra persona, viviendo una vida de ensueño.
Llevaba meses ya junto a él, acostumbrándose a pasar días enteros a su lado. Él era indispensable en su vida, confiaba en su fidelidad, y no se imaginaba un día en que él no estuviese con ella.
Al menos eso pensaba, hasta que Levi se vio en la obligación de realizar un viaje largo por motivos de trabajo. Fue cuando Mikasa se dio cuenta que debía superar el trauma de los viajes extensos y lo que había sucedido con su padre.
Le dolió como hacía mucho que algo no le dolía. Y aun así dejó ir a Levi sin rechistar, después de todo, él no podía negarse a los asuntos laborales.
―¿Con esto basta? ―le preguntó con genuina preocupación a la ninfa preciosa que lo miraba con desconcierto. Le estaba entregando un buen fajo de billetes.
Estaban en su oficina tras terminar la última jornada de estudios antes del viaje.
―Levi ―Mikasa jadeó―, ¿qué es esto?
―No estaré durante la próxima semana. Si quieres movilizarte, venir al laboratorio, no tendrás como, y por estar aquí nunca alcanzas la cena; todo eso es dinero, Mikasa. Por eso dime, si con eso te alcanza, o puedo pasarte más dinero.
―¡Levi! ―Mikasa lo reprendió―, ¿entiendes lo que estás haciendo? Estás dándome dinero.
Levi enarcó una ceja.
―Siempre te doy regalos, y antes te he pasado dinero, no veo el problema.
―Que esto es mucho, mucho.
―No, nunca es mucho ―le respondió, sosteniendo su barbilla―. Si pudiese, Mikasa, sería mucho más.
―Aun no me acostumbro ―dijo Mikasa, sosteniendo los billetes en las manos, sin poder creer que tenía tanto dinero en su poder.
―No es malo acostumbrarse a esto, Mikasa. Yo no voy a dejarte sola. Recíbelo, si no lo haces me enojaré.
―No quiero que pienses que estoy aprovechándome de ti ―y con eso hizo que Levi reconsiderase quién era el aprovechado realmente.
El problema era que estaba enamorado de ella. Y no podía retractarse ya, no podía evitarlo, aun cuando lo había intentado infinita cantidad de veces. Caía, siempre caía, sobre todo cuando ella lo miraba de la misma manera en que lo miraba en aquel entonces. Tan pura, tan transparente, tan única. No había malos sentimientos en su corazón y eso lo arrastraba a caer, a adorarla con ardor, a desearla, a querer tenerla consigo siempre.
―Yo no pensaría eso de ti ―musitó Levi, mirándole los labios con descaro, y luego subiendo la vista hasta sus ojos, acercándose peligrosamente a ella.
Sin embargo, ella se alejó para guardar el dinero que él le había entregado, en su mochila. Cerró todo, asegurándose de dejar todo en su lugar, demorándose más de la cuenta para evitar el momento en que debía enfrentar a Levi y despedirse de él.
Tan solo era una semana, tan solo eran diez horas de viaje. No, Levi no iba a morir de camino al trabajo esporádico que le había surgido. No, Levi no iba a dejarla tan fácilmente, él tenía suerte, llegaría sano y salvo, y cuando volviese irían a comer cosas apetitosas y a patinar. Tenía que dejarlo ir, tenía que poder, él no era su padre… los viajes largos no eran sinónimo de muerte, él iría y volvería tan pronto que ella no lo notaría.
Levi se paró frente a Mikasa, mirándola con detenimiento, dándose cuenta del nudo que existía dentro de ella. Y no solo eso, se dio cuenta de que aparte de sus miedos, se encontraba la tensión, aquella que se había alzado en la estancia sin sigilo alguno. Ambos se sentían extraños y no era muy difícil de ver: Mikasa estaba inquieta, Levi estaba exasperado. Estar juntos a solas se hacía cada vez más difícil de llevar y Mikasa parecía comenzar a comprender por qué.
Le gustaba Levi. Lo quería con un cariño explicable, le tenía un apego poderoso y fuerte, y ya no se imaginaba la vida sin él. Lo quería tanto, mas sabía que algo raro sucedía, puesto que él tenía treinta años y ella tan solo dieciséis. Entonces, eso que resonaba en su cabecita atolondrada no podía ser, no podía ser, no podía ser…
¿Cierto?, se preguntaba a sí misma, sin hallar respuesta a su confusión.
Sabía que todo lo que estaba sucediendo entre ella y Levi se debía a algo mucho más profundo que el compañerismo y el altruismo de Levi. Aquello iba más allá de la relación de un tutor y una estudiante, incluso de la amistad que su madre le profería al hombre sumada a la excesiva confianza.
De pronto, Mikasa se sentía más insegura que nunca. Y asustada.
―Me tengo que ir ―susurró Levi, sin dejar de mirar a Mikasa. Y ella alzó sus ojos para conectarlos con las gemas azules que la escrutaban. Los ojos de la joven brillaban, húmedos.
―Vas a volver, ¿cierto? ―Mikasa fijó la mirada en los labios de Levi.
―Sí ―asintió él, atento a las expresiones de Mikasa.
Todo era tan extraño. De pronto se sentía desconectada de Levi, como si ambos tuviesen ideas erróneas respecto del otro, como si durante todo ese tiempo hubiesen estado viendo la historia desde una perspectiva distinta y ahora se encontraban con diferentes respuestas a una misma interrogante: ¿qué eran para el otro?
¿Acaso estaban mintiéndose mutuamente?
Levi volteó a arreglar unos folios que había sobre una mesa, y Mikasa que quedó atascada en su lugar, estudiando sus hombros fornidos y su espalda ancha, sintiendo el vacío bajar desde su garganta hasta su estómago, clavando con un sentimiento culposo y cizañero.
Sentía culpa de querer algo que no era, ni sería. Sin forma, sin sentido. Sentía culpa de hacer algo que ni siquiera había hecho. Tanta agonía iban a acabarla ahí mismo, porque no quería seguir mintiendo, no quería vivir fingiendo hipocresía, cinismo. Ella no era como su madre. Quería las cosas claras, una sola idea, una sola línea.
Y empezó a desesperarse, queriendo llorar, cuando notó que Levi se demoraba más de lo normal. Él estaba evadiéndolo, porque sabía a donde iba a terminar todo eso, sabía cuál era el resultado inevitable, y aun así quería intentar restringirlo. Aun cuando sabía que era imposible.
Aquella debilidad suya lo tenía a su merced. Y por eso tenía las palmas clavadas en la mesa, evitando voltear a mirar a Mikasa, a aquella tentación que estaba destruyéndole la vida de a poco. Si hubiese sido más fuerte…
Más correcto…
Menos caprichoso…
Pero no pudo.
Ni podría, nunca. Volteó, finalmente, desesperado.
Sin previo aviso, tomó el rostro de Mikasa con ambas manos y la besó en los labios. Juró, por un segundo, que se le iba la vida en ese momento. Y no fue un beso como los que solía imaginar con ella. Fue un beso tranquilo, quieto, segundos en que sus labios presionaron los de la joven.
Cuando la soltó, Mikasa permanecía impávida por fuera, ningún solo atisbo de emoción.
―Te llevaré a casa ―comentó, intentando amenizar el exabrupto.
―Me iré en taxi. Gracias ―le habló con tono uniforme, conteniéndole las intenciones, tomando su bolso para salir de allí de inmediato.
Levi se refregó los ojos con la yema de los dedos. Lo había arruinado. Lo sabía.
―Que tengas buen viaje ―dijo Mikasa, casi al aire, dejando las palabras a su suerte sin preocuparse porque fuesen escuchadas o no.
.*.
No tomó un taxi. Prefirió tomar un microbús, si eso hacía el viaje más largo y cansador. Después de todo, tan solo quería llegar a su casa y descansar, dormir.
Todo comenzaba a oscurecer, y la ciudad se repletó de luces blancas. En la distancia parecía un pastel de cumpleaños con las velas encendidas, o eso le decía Akane a Mikasa cuando ésta tenía apenas ocho años. Desde entonces, habían pasado igualmente ocho años. Y al decirlo así le parecía tan poco tiempo, se sentía tan niña aún, y aquel sentimiento le provocó un fuerte apretón de pecho. Se concentró en el paisaje nocturno, y a veces, en las personas que subían a la locomoción para irse a sus hogares luego de un largo día de trabajo.
Llevaba los audífonos puestos, escuchando tristes canciones que le recordaban a su padre, no obstante, la imagen que llevaba en su mente era la de su madre. Y tal como si la hubiese llamado con el pensamiento, ella le marcó al teléfono.
―Preciosa mía, ¿dónde estás? ―le preguntó, haciendo que la daga que Mikasa cargaba en su pecho se clavara más profundamente. Adoraba cuando Akane dejaba su personalidad de mierda atrás, y se transformaba en lo que era: mamá. Pero el sobrenombre, justo en ese preciso momento, sonaba amargo, como si realmente no lo mereciese.
―De vuelta a casa ―comentó Mikasa con suavidad. Estaba tan alicaída.
―¡Qué bueno! Compré algunas cosillas para la cena, para que comas conmigo ―tenía buen ánimo.
Pero a Mikasa le urgía que su madre estuviese con su novio.
―¿Solas?
―¡Las dos solas! ―confirmó Akane. Y Mikasa sonrió adoloridamente.
―Ya llego ―murmuró, evitando llorar en el teléfono.
―Te espero.
Dolía, porque a pesar de todo, era su madre y ella la amaba. Y lo único que quería era verla feliz, y que fuese feliz junto a ella, que correspondiese ese amor que Mikasa le profesaba y que Akane desgarraba con cada desaire que le daba. Al final, lo único que podía mejorar sus falencias era que su madre la tratase como ella siempre había querido: como a una hija, no como una mala decisión.
Por otro lado, el solo hecho de pensar que Akane había comprado cosas para cenar, con su dinero, por su propia voluntad, pensando en ella, la destruía de amor, ahogándola en dolor. Ojalá fuese así siempre…pero no ese día.
Justo ese día en que cargaba una culpa enorme. Porque le había fallado a su madre. Y le fallaría por mucho tiempo más, desde ahora en adelante, porque abusaría de la confianza que por fin ella le estaba entregando, solo para que Levi la besara de nuevo, un millón de veces más.
Lloró, en silencio en el microbús, porque sentía que había cometido la más alta traición existente. Y en todo momento había tenido en mente a su madre, incluso cuando los labios de Levi aún estaban sobre los suyos. ¿Qué era de la niña que ella había criado con las dificultades que eran evidentes? Aun así lo había hecho, aun soportando la tremenda depresión que tenía, levantándose para ir a trabajar cuando no quería hacerlo.
Intentó dejar de llorar, porque llegaría a su casa y su madre la vería.
Pero los pensamientos seguían agolpándose en su magín: «traidora, besaste a un hombre mayor, te gusta un hombre mayor, sucia, irresponsable, atrevida»…
Tras llegar a su casa y cenar, subió de inmediato a su habitación. Tuvo que morderse la lengua para no llorar, tras ver a Akane tan contenta mientras comía con entusiasmo. Lo bueno fue que no le hizo preguntas, y asumió el decaimiento de Mikasa como parte del cansancio que traía de sus clases. Antes de que Mikasa dejase la mesa, su madre le dio un beso en la frente y le retiró la loza.
Cuando Mikasa se halló en la seguridad de su cuarto, sollozó dando rienda suelta a su agonía. Y, posteriormente, pudo pensar con mayor tranquilidad y el estómago lleno.
Había sido su primer beso. Y no había podido disfrutarlo como tal, por todas las restricciones que ella misma se había impuesto.
Había sabido de antemano que algo trascendental ocurriría ese día. Lo notó en la atmósfera extraña que los había cubierto a ella y a Levi. No solía ser así. Ambos estaban inquietos, atrayéndose y evitándose a la vez. Le recordaba la sensación que había experimentado años atrás, a sus doce, cuando sus compañeros la habían encerrado en la sala con un niño que le agradaba. Era incomodidad, nerviosismo, ganas de salir corriendo.
La significancia inicial que tenía su relación con Levi ya no era la misma, y la única manera de cortar con aquella tensión era cediendo a la verdad.
Se estaban ocultando cosas y, por ende, se sentían extraños en presencia del otro.
Mikasa sabía que estaba haciendo mal; dejándose consentir por el dinero de un hombre adulto que la deseaba. Se había dado cuenta al final, qué era lo que Levi realmente sentía por ella. Y sabía que ella, asimismo, sentía algo por él, solo que no sabía explicarlo con exactitud.
Lo quería… ¿como un padre?, ¿como un hermano mayor? No podía determinarlo de buenas a primeras, pero sí lo quería.
Tal vez estaba enamorada y aun debía descifrarlo.
Lo cierto es que sonrió con renovada energía cuando a la mañana siguiente Levi le escribió: «Vivo. Llegé bien».
VI
Fue la semana más larga de su vida. Entonces, Mikasa lo supo: estaba enamorada de Levi. Porque no debía ser normal extrañar tanto a una persona, al punto de hablarse todo el día por mensajes, e incluso, en las noches, despertándose entre intervalos para decirse algo. El sentimiento era tan bonito ahora que estaba más claro, que la tenía envuelta en una nube de aletargante felicidad.
La noche antes de viajar, Levi no cesó de enviarle mensajes a Mikasa:
00:00 No puedo esperar a que sea mañana. Fue un buen trabajo, pero es la última vez que acepto estar rodeado de gente tan desagradable.
00:30 Debería estar durmiendo, como tú, porque mañana tengo que levantarme temprano. Pero no puedo dormir.
01:45 Te extraño…
02:25 No, no puedo dormir. No puedo dejar de pensar en ti.
02:56 Me he estado preguntando… ¿te molestó lo del beso?
03:04 Mierda, ¿por qué no pueden borrarse los mensajes antes de que los veas? Omite eso.
03:36 Me puse a leer un libro sobre genética. Pienso que si tus genes son dominantes, tendrás unos bebés preciosos el día de mañana… espera, ese piropo es muy nerd. Déjame intentar otra cosa.
03:50 No, no se me ocurre nada. Te extraño…
04:22 Mikasa, no puedo dormir. Haz algo… metete en mis sueños como de costumbre…
04:47 Estaba pensando que cuando despiertes te encontrarás con esta sarta de estupideces. Perdóname.
05:45 Y ahora a levantarse. Aun cuando no he dormido nada. Vas a tener que compensarme por esto, mocosa dueña de mi insomnio.
06:05 Vamos a vernos hoy… ¿supongo? Llegó cerca de las 18hrs.
Cuando Mikasa leyó todos los mensajes, rio con ternura y le respondió breves pero certeras palabras:
«No, no me molestó. Sí, sí vamos a vernos».
La citó en su departamento. No era algo que Mikasa esperase con antelación, se esperaba que la llevase al laboratorio como de costumbre, pero luego concluyó que sería mucho pedir cuando Levi venía apenas llegando del trabajo anexo que le habían solicitado. ¿Quién querría estudiar luego de venir de una extensa jornada laboral? Claro estaba.
Mikasa sabía cómo llegar al edificio en el que vivía Levi. Le era fácil puesto que no quedaba a muchos minutos desde la universidad, debía tomar la misma locomoción que la llevaba a la Universidad Tecnológica de Orvud y luego bajarse para caminar un par de cuadras. No le provocaba desconfianza frecuentar el sector a solas, porque se encontraba en unos de los mejores barrios de la ciudad.
Al llegar a la conserjería del edificio, registró sus datos y, expectante, esperó por el permiso para ingresar. Al avanzar lentamente camino al complejo departamental, su estómago se encogió, ansiosa por ver a Levi nuevamente, aun cuando solo había transcurrido una simple semana.
Tras llegar al segundo piso y tocar el timbre de la puerta que portaba el número 234, aguardó, cerrando sus ojos para concentrarse y no perder la calma. Seguía siendo Levi después de todo.
Pero cuando él le abrió la puerta, no solo perdió la calma, sino también la cordura. Se había duchado recientemente, tenía el cabello húmedo y vestía ropajes simplones para andar en casa; una playera bastante ancha de color gris y pantalones deportivos negros, y no traía zapatos, solo calcetas grises. Nunca antes lo había visto así de informal.
―Acabo de llegar ―le dijo―, y no hay como ducharse en casa ―confesó para distender el encuentro.
Mikasa, sin poder resistirlo, se lanzó a abrazarlo. Y él la arrastro al interior del departamento, afirmándola de la cintura y llevándola consigo. La cargó, tomándola con fuerza, haciendo que Mikasa le rodease la cintura con las piernas.
Finalmente la sentó en la baranda de la cocina.
Mikasa no fue consciente de lo que acababa de suceder, porque estaba obnubilada por la hermosura del lugar, tan pulcro, tan perfectamente decorado y espacioso.
―¿Tienes hambre? ―Levi estaba entre sus piernas, apoyando las manos a cada lado de ella, plantando las palmas en la mesa.
―Algo ―le contestó, mientras columpiaba las piernas en la baranda―. Pero, puedo ayudarte a cocinar. No has dormida nada.
―Dormí un poco durante el viaje ―encogió los hombros.
―¿Con la boca abierta? ―indagó Mikasa, bastante interesada.
Él enarcó una ceja, confundido.
―No…
―Entonces no cuenta.
Levi le sonrió, enternecido por sus comentarios sosos e infantiles.
Mikasa se quedó viéndolo, sintiendo intensamente el aroma a ducha reciente; el jabón, el shampoo, el olor a limpio, perfume… un buqué de sensaciones refrescantes que la llevaban a perderse en ese momento tan disparatado. Por algún extraño y desquiciado motivo, el hecho de que Levi fuese mucho mayor que ella, un adulto, le provoca un cosquilleo pecaminoso, curiosidad, un gustazo prohibido y pícaro.
No dejaba de analizarlo: los mechones húmedos, los ojos enrojecidos aún, su aliento frío porque el día estaba fresco y él apenas había salido de su contacto con el agua, la boca hidratada, y el intenso aroma a hombre, aquel que la hacía sentir cómoda, en casa, protegida, cálida.
Y por supuesto, en medio de su fisgoneo descarado dio con las pequeñas arruguillas oscuras bajo los ojos azules que la escrutaban con detenimiento. Levi siempre había tenido ojeras, pero ahora tenía ojeras en las ojeras.
―Como se nota que no estás bien, estás cansadísimo ―los pulgares suaves de Mikasa rozaron las mejillas de Levi, poniendo urgente atención al cansancio en sus ojos.
―Parte de esto es tu culpa ―le comentó, recordándole las mil y un sensaciones que le provocaba saber que se había quedado despierto por ella toda la noche.
Y con eso, la hizo guardar silencio. Porque ante su desplante tan desinhibido, ella no era rival.
Se alejó de ella, haciéndola sentir frío tras haber tomado distancia. Caminó por la cocina, y Mikasa, después de seguirlo con la mirada, reparó en que él estaba cocinando. Había dos ollas cerradas emanando una ligera columna de vapor, y además, hacia un costado de la encimera, dos recipientes con postre: algo como mousse de chocolate con una cubierta de crema y frutillas. Luego se dio cuenta que el horno también estaba encendido.
―¿Te gusta el salmón? ―preguntó Levi, sacando dos platos de la alacena, alzando el brazo en el acto, logrando distraer a Mikasa con la presión de su bíceps.
―Mucho ―musitó Mikasa.
―Qué bien ―murmuró, mordiéndose el labio inferior con concentración.
Sirvió arroz con verduras, un jugoso trozo de salmón y una cubierta de salsa blanca con camarones.
Mikasa no pudo ocultar el ensanchamiento de sus ojos y la ligera caída de su mandíbula. Levi le dio un repaso:
―¿Qué? ¿Pensaste que yo almorzaría una sopa corriente? Si tengo tiempo, me gusta dedicarme.
―Más que eso me sorprende saber que tenías energías para cocinar esto luego de tu viaje ―mencionó, clavando el tenedor sobre el salmón para desmenuzarlo.
―Cosas que uno hace por amor ―confesó él, haciéndola detenerse de golpe.
Él no la miró. Se dedicó a almorzar en silencio sin levantar la vista en ningún momento, eludiendo quizás la responsabilidad que debía cargar con el peso de sus palabras. Era sincero, sin embargo, algo escurridizo. Lanzaba la piedra y escondía la mano, o de seguro, mesuraba cómo enfrentaría la posterior consecuencia. Después de todo, Mikasa Ackerman representaba un sueño a largo plazo, uno que trabajaría con mesura y detenimiento, como un proyecto con objetivos específicos, agendando metas y panoramas.
Metódico, como buen académico. Y de esa forma, Mikasa podría comprender su ostentosa reputación profesional. Dedicado en todos los aspectos de su vida.
Cuando terminaron de comer, Levi la invitó a sentarse en el sillón. Ella tomó asiento, dejándose caer en la mullida superficie, mientras apoyaba los brazos en las rodillas y contemplaba a Levi moverse de un lado a otro, lo veía tomar un par de carpetas, bolsos, libros.
―¿Tienes taller de ciencias esta tarde? ―le preguntó a la joven, mientras se arrodillaba a su lado, colocando un par de documentos sobre la mesa de centro, los que comenzó a repasar entre sus manos.
―Sí, de hecho, me queda media hora como mucho ―mencionó, tras haber encendido la pantalla de su celular.
―¿Me haces un favor? ¿Puedes dejar este informe en la oficina del área de ciencias? Me lo pidió tu rector hace unos días, y hoy tengo otras cosas que hacer, no pudo ir yo.
―Claro ―le dijo, recibiendo el papeleo―. ¿Debo dejárselo a alguien en específico?... ¿Levi?
No le respondía. Parecía ido, inmerso en algún rincón de su mente, no obstante, estaba ahí en la sala, con ella, más presente que nunca, de hecho, brindándole genuina atención, aquella precisa atención que le entregaba solo a ella; minuciosa.
Sus ojos azules estaban clavados en las torneadas piernas juveniles, haciendo sentir a Mikasa vulnerable ante su presencia. No sabía qué estaba pensando y eso la desesperaba. Tras llamar su nombre un par de veces, él permaneció intacto, y acto seguido, ella refregó sus pantorrillas, incómoda. El gesto fue el catalizador necesario para hacerlo espabilar. Alzó el rostro con actitud severa y la contempló con seriedad.
―No me dijiste ―le reclamó.
―¿Qué cosa? ―estaba aturdida, fuera del foco de la conversación.
―Tus pantis ―suspiró él, relajando sus hombros y su expresión―. Tienen un agujero, están rotas.
Mikasa bajó la mirada, pasando la yema de sus dedos por el hoyuelo en el borde de su muslo. El vestido ajustado y corto que la envolvía no dejaba mucho a la imaginación. Era un agujero pequeño que debía pasar desapercibido, Mikasa lo había notado aquella mañana, sin embargo, para Levi, quien incluso notaba cuando tenía una peca demás, había sido notorio desde el primer momento.
―Necesitas un par de pantis nuevas. Puedo pasarte mi tarjeta para que te compres unas, me quedé sin efectivo ―sugirió con desinterés.
―¿Qué? ―ella arqueó ambas cejas―. No. Claro que no. Puedo arreglarlas pintándolas con esmalte de uñas y cosiéndolas. No es tan grave.
Estaba concentrada en mirar la falla en la tela antes de anticipar los gestos del hombre frente a sí. Levi se removió del suelo para poder llegar a ella y hacerse un lado en el otro puesto del sillón. Se sentó, recargándose en un brazo, con la cabeza semi inclinada. Mikasa notó su presencia y tras mirarlo unos segundos, sonrió para esconder el rostro entre los mechones de su cabello, y se distrajo con el jugueteo que tenía con sus dedos y las palmaditas que dio sobre sus rodillas. Levi estaba demasiado cerca.
Pero él siguió en silencio, contemplándola, inquietándola.
―¿Y entonces?
Fue cuando sintió el calor en la pierna. No el calor del fuego, sino el abrigo de una caricia, la calidez de un masaje… a lo largo de todo su muslo. Volteó a mirar a Levi con urgencia tras darse cuenta de sus intenciones, y luego de notar que su rostro estaba a escasos grados de ella, desistió de oponer resistencia, porque se dio cuenta que no tenía fuerzas para rechazarlo.
La mano ancha se aventuró por su muslo firme con una confianza desbordante, incluso, con la suficiencia de estrujarla con ardor. Poco a poco, sus dedos comenzaron a trazar caminos sobre la tela, crispándole los nervios a la joven, erizándole los sentidos cuando la yema del dedo índice de Levi encontró el agujero y empujó hasta entrar en contacto directo con la tersa piel. Acariciando con cuidado, creó un roce inocente que tenía las segundas intenciones de ensanchar el problema, rompiendo la tela suavemente.
Mikasa conectó sus ojos con los de Levi; no había temor, no había inquietud, esta vez solo la latencia de lo ineludible, lo evidente.
La caricia esta tan atosigante, tan eléctrica, que Mikasa se vio en la obligación de apoyarse contra el respaldar, como si buscase un soporte que la ayudase a contener la lluvia de emociones que la empapaban de pies a cabeza.
Estaba permitiéndole tocarla, tan dulcemente.
Cuando el agujero creció, Levi se permitió introducir un segundo dedo, luego un tercero, y sin contemplaciones, comenzó a romper la pantis, ensanchando la rajadura hasta la rodilla de Mikasa, incluso tomándose el lujo descarado de amasarle la pierna completa. Subiendo hasta el muslo inexplorado, para apretarlo hasta hacerla dar un respingo y jadear. Y cuando la lujuria podía más, se le escapaban pequeñas caricias hacia la parte interna de la pierna.
Finalmente, Levi deslizó su mano hasta posarla en la rodilla de Mikasa, para masajearla y luego rodearla para hundir los dedos en la parte posterior y hacerle cosquillas.
―¡No, Levi! ―rio quisquillosa, halándolo de la camiseta.
―Ahora sí está rota ―señaló, sonriendo con presunción.
―De todos modos ―ella le sonrió con coquetería―, traje un par de pantalones. Sabía que al salir del taller, debería cambiarme por el frío.
La mirada desafiante de Levi, entremezcla de risa y frustración, le dejó en claro a Mikasa que ella también tenía sus formas de ganar.
―Puedes pasar al baño ―se puso de pie, mientras le indicaba el pasillo a la izquierda.
Cuando Mikasa entró al baño, pensó que le hubiese gustado que el suyo fuese así: amplio, en tonos blanquecinos y azules, un espejo gigante, todo tan limpio y pulcro. Y no era que el baño de su casa estuviese sucio, pero era, claramente, mucho más humilde que aquel. Inspeccionó todo a su alrededor con mesura, grabándose en la memoria cada rincón, desde la preciosa cortina de baño hasta el felpudo situado en la bajada de la tina, y sin olvidarse de los pequeños detalles como la pasta de dientes, la crema de afeitar, el shampoo, el acondicionador y el perfume.
Soltó un suspiro y relajó su cuerpo. Y reparó en que era normal ponerse así de tensa cuando estaba cerca de Levi. Pero ahora invadía su espacio, no solo estaba cerca de él, sino que estaba irrumpiendo en su intimidad, y se preguntó si estaba llegando demasiado lejos. Mas al recordar el beso insolente que él le había robado se liberó de toda carga que pudiese atosigarla.
Se subió el vestido y se sentó sobre el retrete para quitarse las pantis sin problemas. Y estuvo de acuerdo en que el roce de sus propias manos no podía igualarse al roce de las manos de Levi. Aspiró con fuerza y se mordió el labio inferior, mientras recordaba el momento que acababa de ocurrir, saboreándolo en su mente como no había podido debido a sus nervios.
Se acomodó los pantalones, las zapatillas y prosiguió quitándose el vestido para reemplazarlo por una sencilla camiseta de tirantes y su abrigo. Se admiró en el espejo, antes de salir, asegurándose de que todo estuviese en su lugar: su cabello, su rímel, su labial tono rosa oscuro. Cuando estuvo contenta con el resultado, se dispuso a salir, no obstante, antes de que tomase el pomo de la puerta, contempló por última vez el frasco grisáceo que contenía el perfume del hombre que la hacía dudar de sus convicciones.
Se detuvo un momento allí y cogió el envase con cuidado. Lo giró un par de veces entre sus manos y finalmente presionó la válvula para rociarse la manga del abrigo. Esnifó una vez y el aroma la hizo estremecer; cómo amaba su olor. Siguió rociándose la manga hasta dejarla húmeda y luego la sacudió para soltar la tela, y salió del baño fingiendo toda la demencia que le era posible.
―Hora de irnos ―exclamó Levi, quién también traía ropa nueva encima―. ¿Lista?
―Lista.
La llevó a clases, aunque no le tomó más de quince minutos. De todos modos, Levi tenía una lista de cosas por hacer y llevar a Mikasa hasta el taller de ciencias de su colegio le quedaba de camino. Durante el viaje guardaron silencio, evitando decir algo respecto a lo que estaba sucediendo entre ambos. Parte de eso era inseguridad, y Mikasa lo tenía claro, puesto que le atemorizaba pensar que aquel beso hubiese sido algo sin importancia. Y Levi por su parte, aunque ansiaba conocer la opinión de Mikasa, temía porque ella estuviese en desacuerdo con su arrebato.
Después de todo, él la consideraba un joven bastante consciente.
Al llegar a destino, Mikasa comenzó a dudar de necesitar clases de taller. Sondeó la fachada de su colegio, y luego volteó a ver a Levi, quién la escrutaba con anterioridad, manteniéndose estoico y con la mirada densa que siempre solía tener.
―Debo irme ―dijo ella, y el comentario fue tan obvio, que Levi enarcó una ceja.
―Así es ―respondió a secas.
Mikasa se sintió vulnerable, de pronto, como si no tuviese nada a que aferrarse. Era sencillo, abrir la puerta y salir. Pero no quería irse sin más. Aun picaba la curiosidad, el querer saber si Levi era capaz de hacerlo de nuevo, aquello que había hecho con ella en su oficina… ¿sería capaz de besarla de nuevo? ¿Sería capaz de hacerlo siempre de ahora en adelante? Le interesaba, tanto, que no podía dejarlo pasar.
Y sabía que tenía cierto poder en todo eso, por ende, hizo uso de la jerarquía entre ambos para ponerlo a prueba.
―¿Y eso es todo? ―preguntó con inocencia, sabiendo que ese aspecto suyo despertaba sentimientos en aquel hombre.
―¿Todo? ―pero él siempre llevaría la delantera. Quiso hacerse el desentendido, desvinculándose de toda responsabilidad.
La hizo sentir nerviosa, como si se estuviese equivocando.
―¿Me dejas aquí sin más? ―intentó por última vez.
Entonces, la línea que sellaba sus labios ―los que Mikasa seguía imaginando contra los suyos― comenzó a transfigurar lentamente, suavemente, hasta convertirse en una amplia sonrisa coqueta.
Levi se quitó el cinturón y giró su cuerpo hacia Mikasa, acercándose a ella. Cuando estuvo a un impulso de su rostro, se detuvo para mirarle los labios y luego subir hasta sus ojos grises, brillosos y llenos de cuestionamientos.
Bellísima. Porque no podía ser diferente. Era su esencia.
Mikasa lo sentía inspirar y exhalar, lo oía, lo respiraba a su alrededor.
―Deja de fingir demencia y reconóceme ahora que por poco te acabas mi frasco de perfume ―musitó sobre los labios de la joven, esperando su ansiada respuesta.
Mikasa sintió la suprema necesidad de que una catástrofe ocurriese en aquel momento, un terremoto violento, un meteorito mortal, cualquier cosa que borrase del tiempo aquel nefasto cuadro. Tartamudeó un par de veces sin éxito al intentar defenderse, y es que su concentración vacilaba cuando sentía la nariz de Levi rozando la suya.
―Lo siento ―musitó con una pobre confianza.
Fue cuando él cerró la distancia, acercándose de forma fugaz, haciéndola cerrar los ojos.
No obstante, pasó de ella, dejándola con las ideas muertas y la esperanza rota. Se había reclinado sobre ella para abrirle la puerta y hacerla bajar.
―Qué sea una buena clase. No te atrases, llegas tarde. Paso por ti a la hora de salida.
Se vanaglorió en el momento en que la vio hinchar las mejillas para luego oírla azotar la puerta con el más frívolo de los desdenes.
―¿Y mi adiós? ―le gritó, cuando ella se disponía a marcharse.
Y esta vez fue Mikasa quien le hizo comprender a Levi que no solo tenía sus formas de ganar, sino también sus formas de vengarse.
―Adiós, tenga buena tarde usted, profesor ―le cantó las palabras con cizaña, sabiendo que él las odiaba.
Y aunque Mikasa pensaba que tenía que ver con los complejos de la edad, más bien tenía que ver con el sentimiento amargo que le producía recordar las fronteras que esas palabras suponían, el ser usted, el ser su profesor. A Levi se le hacía tan molesto.
Sonrió con dulzura cuando ella, a pesar de ir pasos más allá, volteó a mirarlo con una sonrisa. Y se convirtió en el hombre más dichoso del planeta, cuando ella, creyendo que ya nadie la veía, se llevaba la manga de la chaqueta a la nariz para aspirar como si se tratase de una droga.
.*.
Volvió por ella, como el comprometido que era. Luego de resolver sus asuntos, su tiempo y disposición le pertenecían nuevamente. Y como el atento que era, no le parecía grato recibirla con las manos vacías. Cuando Mikasa subió al vehículo, Levi le entregó una bolsa de tienda. Y ella apenas estaba entrando al auto. Lo observó con sorpresa en el rostro durante unos segundos y luego bosquejó una expresión hastiada. No había podido conseguir ni conseguiría jamás que él dejarse de consentirla de ese modo.
No necesitó abrir el obsequio; sabía lo que era: un par de pantis nuevas. Tomó la bolsa, irritada y cerró la puerta sin tanta violencia como otras veces.
―¿Qué? ―inquirió él, tras el silencio de la joven.
―¿Por qué? ―reclamó.
―¿A estas alturas insistes? ―negó con la cabeza, mientras echaba a andar el auto―. Además, yo las rompí. Te las debía.
―Y ni siquiera fue necesario ―suspiró―. Te dije que podía arreglarlas.
―Cuando podrías tener unas nuevas ―encogió los hombros―. No es que cuesten una fortuna, tampoco.
Avanzó un par de calles solitarias, puesto que había entrado el ocaso. Comenzaba a anochecer. Pero aún Mikasa seguía manteniendo aquel semblante tenso, como si quisiera decirle algo, solo que no lo hacía. Guardaba silencio, y eso le recordaba a los primeros días en que debió tratar con ella. Incluso, asemejaba a la tensión que habían experimentado aquel día en la oficina.
Estaba al tanto de que la joven quería respuestas, solo que él no sabía si estaba listo para entregárselas.
―¿Algo está pasando no es así? ―preguntó Mikasa. La timidez haciendo notas en el tono de su voz.
―¿Algo? ―preguntó, intentando tomarse el asunto con naturalidad, y sin embargo, no pudo evitar sostener el volante con más fuerza de la usual.
―Sabes a qué me refiero ―musitó Mikasa, parecía triste―. Ese día en tu oficina… me besaste.
Mikasa oyó como operó el cambio en la respiración de Levi; se volvió pesada.
―¿Te molestó? ―reiteraba la pregunta, aunque ahora en su presencia.
―No, te dije que no ―reiteró ella también―. Pero quiero saber qué pasa. ¿Te importa? ¿O sólo fue… un arrebato? ¿Por qué no has intentado hacerlo de nuevo?
Levi la observó con grandes ojos y, por un momento, pensó que perdería el control del vehículo. Bajó la velocidad de conducción con el fin de calmar la agitación que comenzó a alterar los latidos que taladraban en su pecho. O chocaría, estaba seguro de ello.
La miró repetidas veces, mientras intentaba concentrarse en el camino, pero era imposible. Tuvo que realizar un tanteo veloz, hasta encontrar un espacio en este mundo para él, para poder estacionar su auto y darle la instancia merecida a la situación, conversarla, entenderla.
Se estacionó cerca de un parque solitario que quedaba de camino a la casa de Mikasa. No se veía nadie en las cercanías. Solo la sombra de los arboles danzando de un lado a otro a causa del viento.
Se tomó un respiro y se refregó el rostro con las manos. Necesitaba un minuto, un solo minuto para enfriarse la cabeza, pero Mikasa no le daba tregua, nunca.
―¿Y bien?
Exigía, y en ese aspecto tenía derecho a exigirle todo. Porque él se había apropiado de algo que no le pertenecía ―y que quizás ella había destinado para alguien más―, para colmo, sin su permiso. Se lo había arrebatado como un fiero ladrón.
―Pensé que te molestaría ―admitió―. No lo he vuelto a hacer, porque sería una falta de respeto. Y no quiero pasarte a llevar. Ya lo hice una vez y lo siento.
―Levi ―recargó el tono de voz―, no me molestó. No intento hacerte sentir mejor. Es cierto, no me molestó.
―Ese día te fuiste tan rápido…
―Intentaba asimilar lo que había sucedido. Lo siento. No quise preocuparte. Pero quiero que sepas que no me molestó. Solo quiero saber qué sucede, porque lo peor que podrías hacer es no decírmelo y dejarme así, sin saber qué sientes.
¿Saber qué sentía? ¿Cómo decírselo sin espantarla? No podía, no podía explayarse sin terminar hablándole de cosas que a ella, de seguro, aún ni se le pasaban por la cabeza. Era tan complejo, sobre todo porque era un asunto que ni él mismo había conseguido zanjar con su fuero interno. Los cuestionamientos morales martillaban su magín a diario, acosándolo con ética y buenas costumbres, tachándolo con un sinfín de etiquetas que jamás nunca se habría imaginado para sí: acosador, abusador, estuprador, transgresor…
Pero se engañaba a sí mismo. Resguardándose en el consentimiento de Mikasa; estaba bien, estaba bien, ella no estaba rechazándolo, estaba bien.
Giró su cuerpo, apoyándose de costado contra el asiento, mientras observaba atento a Mikasa, quien estaba expectante por su respuesta.
―Espero que no salgas corriendo ―rogó, acariciándole la mejilla.
Mikasa le sostuvo la mano con fuerza, dejándola firme contra su piel, y mostrándose determinada.
―Dime ―pidió con preocupación al darse cuenta que a Levi estaba costándole demasiado hablar.
―¿Me creerás?
Ella asintió aun sosteniéndole la mano, que ahora estaba entrelazada con la suya, descansado entre ambos.
―Estoy enamorado de ti ―confesó, sellando el pacto, sellando los últimos preparativos de la tragedia―. Y no me siento bien.
Mikasa no logró comprender como pudo llenarla de intensas cosquillas y arrastrarla al sentimiento más oscuro al mismo tiempo. La primera premisa la hizo volar en cosa de segundos, porque sabía que en el fondo añoraba oírlo, añoraba la satisfacción de saber que había encantado a un hombre mayor. No obstante, saber que eso le provocaba malestar la hizo sentir desdichada.
―Todo este tiempo he querido ayudarte, he querido estar ahí para ti, ese era mi objetivo ―comentó―. Lentamente, me absorbiste, como un océano, y no sé cuánto tiempo más estaré flotando en esta inmensidad antes de encontrar tierra firme…
»No debía ser así. Todo esto comenzó como un simple trabajo, y mira dónde estamos ahora… y me pregunto si es tu voluntad sostener mi mano ahora, o si esto es obra de las instancias que yo mismo he suscitado, como causa y efecto.
Por un momento, Levi se odió. Porque la había hecho llorar. Y se había jurado que él nunca haría algo así, sin embargo, lo había provocado, y no entendía cómo o por qué había sucedido. Pero lo cierto era que la había hecho entristecer a tal punto de enseñarle una expresión tan adolorida, como si algo le estuviese quemando el pecho, como si algo se hubiese roto dentro de ella. La fría lágrima viajó desde su mejilla a su mentón y murió en el vacío tras caerse. Luego hubo una segunda, y una tercera.
―Estoy sosteniendo tu mano porque quiero ―masculló―. No esperaba que fueses del grupo de los que piensan que no puedo hacer cosas por mí misma.
―No es eso ―quiso corregir―. No quiero que pienses que te estoy arrastrando a esto…
―¿Qué es esto? ―ella se descontroló y le alzó la voz hasta hacerlo irritar―. ¿Qué se supone que es esto?
Y con eso consiguió lo que quería.
Levi volvió a arrebatarse contra ella, sosteniéndola del rostro con fuerza, pero el mismo subidón de adrenalina le despertó un milisegundo de consciencia, haciéndolo detenerse a escasos centímetros de ella.
Mikasa frunció el ceño al verlo dudar de nuevo.
―Acabas de arruinarlo de nue…
No la dejó terminar. No se lo permitiría.
La besó. Y el impacto le hizo sentir a Mikasa que la bañaban con un balde de agua fría.
Debía ser terrible. Pero era preciso. Mikasa se lo hizo saber en el momento en que sus pequeñas manos lo tomaron del rostro para sostenerlo en su lugar. No obstante, a Levi le estorbaban allí, haciéndolo tomarlas para bajarlas hasta su pecho y acercar más a Mikasa. Se separó de ella unos segundos y la observó. Estando inclinado hacia ella, podía recargar su cabeza en el hombro de la joven, y lo hizo sin dudar, creando el ángulo perfecto entre ambos. El ligero acercamiento fue suficiente señal para que Mikasa cediera al segundo beso, cortesía del sencillo hecho de ser humana y para su suerte, tremendamente susceptible a la sensorialidad, porque él activaba detonadores con solo rozarla.
La boca del hombre fue su guía en aquel sendero sin luces, donde moverse a ojos cerrados era requisito. Pensó que aquello era lo más extraño que había hecho en su vida, extraño y, sin embargo, bastante satisfactorio. Sobre todo cuando reparaba en la sensación exacta de los roces más específicos, la humedad, el calor, la suavidad… y la intromisión. La intromisión ardorosa del cuerpo extraño que la hizo estremecer hasta llevar sus manos a la oscura cabellera, para enterrar los dedos ahí, como una liberación para toda su agonía.
―Oye ―susurró, despegándose de él un momento.
―¿Qué? ¿Te asusté?
―No ―rio confusa―. Eso se sintió muy bien, pero yo no tengo tanta experiencia en esto.
―Sígueme ―susurró, para besarla de nuevo.
Su pulgar barrió el hueso de la mandíbula de la joven, impulsándola a abrir la boca con más soltura. Sus nervios le impedían adentrarse en ella y eso lo exasperaba, porque quería degustarla en profundidad. Entonces, lo consiguió, cuando ella se entregó sin miedos a la experiencia, a la madurez de sus movimientos candentes, porque el beso no era casto y Levi no tenía intenciones de que lo fuese. Quería despertar la malicia en ella, adelantarle los intereses y llevarla a seguirle el ritmo.
Luego de un momento, Levi se tomó un respiro, descansado sobre el hombro de Mikasa.
―¿Te gustó? ―le preguntó, sentía la cara afiebrada y comprobó que Mikasa tenía las mejillas enrojecidas.
Ella sonrió con aire renovado. Tenía los ojos húmedos y el color rojo subió un par de tonos por la pregunta desinhibida.
Se mordió el labio inferior y se acercó a él.
―De nuevo ―le pidió, tomándolo de la nuca para acercárselo.
Y ese tercer beso fue la perdición. Porque Mikasa había entendido la dinámica, replicando lo que había memorizado, y porque Levi al notar la confidencia de la joven no tenía más motivos para mostrarse sutil. Se dejó hacer mientras se deleitaba con la fuerza que ejercía Mikasa en su nuca, con la lentitud del beso, con la presión de sus labios, con la calidez de la lengua que a ratos era demasiado juguetona para su cordura. La ternura de Mikasa estaba acabándolo ahí mismo, haciéndole admitir que la adoraba, de forma tan dolorosa, mientras se dejaba morder. Y Mikasa ya no podía decidir si le encantaba más la respiración de Levi contra su mejilla o contra sus propias fosas nasales. Le gustaba su calor, la sensación nueva, incluso las manos que antaño quietas ahora tenían una nueva labor: descubrir rincones en su cuerpo, sobre todo en su cintura, en sus caderas. La cálida cercanía hizo del momento un tormento sofocante; porque él era denso, cálido, suave y atosigante.
Mikasa estaba ida, perdida en sus acciones como para darse cuenta de lo que estaba desencadenando en él; el peligro inminente. Pero Levi sabía que no podía romper los límites, porque no tenía nada a mano para enfrentar ese exabrupto. No podía llevar las cosas más lejos, o eso pensaba hasta que Mikasa, sin nociones de antemano y sin discernimiento de las consecuencias, succionó la lengua del hombre entregado a su merced, haciéndolo dar un respingo y por poco haciéndolo llegar al cielo con tan simple gesto. Por un momento, Levi sintió que había perdido todo el aire de sus pulmones.
―Suficiente ―jadeó, luchando contra sí mismo para alejarse de ella―. Tengo que llevarte a casa.
Ella hizo un puchero.
―Suficiente dije ―reclamó, a punto de ceder a sus encantos.
Condujo en silencio por las calles restantes, con la diferencia de que ya no había inquietud ni tensión alguna. Inclusive, por un momento pensaron que no podrían encontrar momento más tranquilo que aquel. Levi concentrado en el camino con su mano entrelazada a la de Mikasa, y ella, contemplando el paisaje pasar efímero a través del vidrio de su ventana. Había anochecido ya.
No había podido disfrutar de su primer beso. Pero estaba segura que estos no los iba a olvidar jamás, sobre todo cuando reconstituía la sensación en su cabeza una y otra vez, y las mariposas agresivas le revoloteaban en la barriga sin cansancio.
Se sentía especial, distinta. Viva como nunca antes se había sentido.
Cuando llegó el final del día, le dolió despedirse de Levi.
―Nos vemos ―y aunque fue una afirmación, disfrazada se hallaba la pregunta.
Aun le causaba incertidumbre.
―Mañana, a la misma hora de siempre ―él le sonrió.
―Adiós ―le devolvió la sonrisa.
―Oye ―Levi la detuvo un segundo―, no te quiero pensando sandeces, ¿está bien? Estamos bien, todo está bien. Te quiero con mi alma ―le dio un pequeño beso―, ¿lo sabes? No lo olvides.
―Eres tú el que tarde o temprano termina pensando cosas ―le correspondió otro beso, abrazándolo y dejándose abrazar.
―Buenas noches ―y otro beso más.
―Así no podré irme nunca ―rio Mikasa, aun contenta entre sus brazos.
.*.
Esa noche no pudo dormir. Dio vueltas y vueltas en su cama, sin comprender la sensación de escalofríos que la recorría de pies de a cabeza. Y cuando volvía a repetir la impresión de la boca de Levi en su mente, los nervios se le crispaban. Fue tanto, que terminó rodando sobre una superficie imaginaria de su colchón. Terminó cayéndose y dándose un buen golpe contra el buró.
Despertó a su madre quien fue a verla a su cuarto y terminó recogiéndola del suelo.
Ese día fue el más feliz de su completa vida. Y probablemente, el último.
Porque cimentó sentimientos en el aire, sin la solidez necesaria, obedeciendo al llamado de supervivencia que entonces se disfrazó de amor. Y ella a sus dieciséis años no podría entenderlo. Se dejó llevar por la novedad, por lo prohibido y por la tonta idea de la felicidad efímera que Levi suponía para ella.
No obstante, allí no comenzaba el nuevo camino que el primer amor había supuesto para ella. Ahí terminaba el último paso para dar pie a la tragedia. Y su inocencia fue la mayor culpable. Y asimismo, la falta de inocencia de Levi.
Algún día Mikasa comprendería que todas las cosas tienen su precio; en todos los sentidos viables que figuren como acepción a esa sentencia.
Nota de la autora: n°2:
Termino aquí por hoy. Sé que no hice interactuar mucho a los amigos de Mikasa, pero tengo planes para ellos en los próximos capítulos. Si se lo preguntan, yo ocupo el papel de Armin en esta historia. Solo por si las dudas xD
Espero traer la segunda parte pronto, que es más hard. Creo que será un desafío para mí, pero lo acepto. De momento esto es un aperitivo de tonos rosa, pero si miran entre líneas comprenderán el trasfondo. Si no… esperen al segundo capítulo.
Díganme qué les pareció… yo me siento extraña escribiendo esto, no voy a mentirles. Pero daré lo mejor de mí, it's a promise.
Déjenme sus reviews o moriré. No mentira wuajaja
Y nos estamos leyendo. Love ya all.
Matt.