Antes que todo, deben saber que el nombre de este capítulo, responde a la canción "Forever" de Anna Tsuchiya, pues hay una línea que simplemente me rompe el corazón y es el título que usé. "Estoy sosteniendo el pedazo de sueño que tú me diste", así que lo modifiqué ligeramente para que encajara con lo que quería seguir relatando. Espero les emocione esta continuación tanto como a mí. Gracias a todos por sus reviews, por leer y por seguir leyendo :)


El teléfono sonó y Yasu se levantó de la cama, soñoliento. Eran alrededor de las tres de la mañana y por lo regular no recibía llamadas de nadie a esa hora, a menos que...

Y corrió al teléfono, dando un traspié con la alfombra para luego levantar la bocina con estrépito. Permaneció en silencio escuchando al otro lado de la línea.

- Soy yo.

La voz susurrante de Nana Osaki, idéntica, aunque en apariencia algo más grave por la edad pero de timbre inconfundible, sonó del otro lado. Habían pasado tres días desde que había enviado aquel correo electrónico que prácticamente, ya había olvidado.

- ¿Pero qué..? Nana, ¿Qué pasa?

- ¿Dijiste que habría una entrega de no sé qué y querían que fuese, no? - Dijo, sin mayor ceremonia – Necesito saber quién irá por mí al aeropuerto, no quiero toparme con ningún reportero, incluso aquí en Londres es imposible librarse de paparazis y es un vuelo de más de doce horas – Yasu respondió casi de inmediato.

- Lo haré yo mismo. Tenemos que hablar.

- Sí, habrá que hacerlo antes de ver a Nobu y Shin, supongo. ¿Y Hachi? ¿Está bien?

- Está bien – Yasu permaneció en silencio un momento y al ver que Nana no decía nada más, demandó - ¿Ni siquiera preguntarás por Satsuki?

- Yasu – la voz de Nana cambió a una mucho más profunda y severa, que hasta entonces jamás le había escuchado – Voy a ir a Tokyo. Satsuki es la hija de Hachi. Es todo lo que debo saber y es todo lo que los demás dirán. No voy a alterar su vida a causa de mis añoranzas o de cualquier sentimiento de culpa o autocompasión. Es feliz. Y Hachiko es feliz. Eso es todo.

- Bien - respondió desconcertado pero pretendió parecer escueto - ¿Cuándo vendrás?

- Estaré en Tokyo el día doce a las seis de la mañana, así que te mantendré al tanto – y después de un momento, dijo – Gracias... Por estar.

- Nunca me he ido, Nana.

El teléfono permaneció en las manos de Yasu un momento, en tanto se escuchaba un "click" y luego el sonido inequívoco de que la llamada había concluido.


El día once, Nana Osaki miró a través de la ventana del hotel. Ciertamente el Sheraton Skyline no tenía la vista más increíble de Heathrow, sobre todo tomando en cuenta que era un hotel cercano al aeropuerto, pero a diferencia de la mayoría de los hoteles en Heathrow, no era tan costoso.

Por alguna razón, Nana continuaba con los hábitos de antaño y sólo gastaba si era inevitable el gasto en particular. A veces se lo cuestionaba, pero se daba cuenta que aunque no era millonaria, su cuenta bancaria había crecido considerablemente en los últimos años conservando sus gastos dentro de lo indispensable.

Realmente no sentía necesitar nada en particular. Si había un lugar donde cantar, alguien que la contratase, café y una cajetilla de cigarrillos, estaba bien. Guardaba prácticamente cada centavo de su dinero y, en consideración a la voluntad de Ren, había vivido con el dinero que él le había heredado tras su muerte, y aún así, conservaba de éste una cantidad bastante respetable. Del dinero de las regalías correspondientes a las canciones escritas y compuestas para Trapnest, nunca había tocado ni un centavo.

Era dinero manchado. Dinero hecho sobre su dolor y su miseria permanentes y no quería saber nada de éste. Era dinero sucio. Dinero proveniente de Takumi. Dinero de Reira Serizawa.

Si Nana se hubiese cuestionado en ese instante el porqué de su aversión hacia Reira, habría preferido no hacerlo. Lo cierto es que era demasiado evidente.

Ren había muerto porque había ido a buscarla.

Nana optó por hacer el pensamiento de lado y no tocarlo, como hacía con todo lo que la abrumaba y desorientaba emocionalmente. Había decidido dejar todos sus sentimientos lejos de sí misma, como si los hubiese lanzado dentro de una jaula asegurada al mar.

Dejó de mirar el estacionamiento y la entrada al hotel que era hacia donde su ventanal apuntaba y se sentó en la cama observando sus pertenencias, mismas que estaban en absoluto orden y pulcritud en su maleta. Llevaría un bolso de mano de cuero que había comprado en Londres para sus efectos personales y sus tarjetas y pasaporte y un maletín de mano a juego.

Se sintió lujosa, porque eran las únicas cosas superfluas que había adquirido con dinero de Ren.

Su vista entonces se desvió a su dedo anular, donde llevaba puesto el anillo de compromiso que Ren le había dado. Ese día, en aquella entrevista, Reira llevaba puesto un vestido de novia. El mismo del video. Y Ren era el novio.

Se mordió el labio, ahuyentando la sensación de impotencia y frustración.

Ya no lo amaba. Ésa era la verdad.

Con el paso de los años, todo su amor por Ren se había transformado en otras cosas que habían trastocado su vida de formas inimaginables, y poco a poco habían dejado de alterarla o tener más sentido para ella. Lo había dejado ir y entendía que Ren debía descansar de una vez. Había comprendido que Ren Honjo había luchado en la marea de la que había sido su vida, con demonios más fuertes que él mismo. Había comprendido que Ren la había amado, pero que nunca había sentido que fuese suficiente para hacerla realmente feliz. Había comprendido que lo había perdonado, pero que nunca iba a perdonar a Reira por tenerlo todo sin pedirlo o necesitarlo, sólo por el hecho de existir. ¿Qué le daba derecho de quedarse con Ren, la única persona a quien ella había pertenecido?

Nada tenía que ver con que Nana poseyera el corazón de Ren. Tenía que ver con que Ren había muerto llevándose el de ella.

Inevitablemente su pensamiento voló a Satsuki, el último fragmento, la única representación de que alguna vez Nana Osaki y Ren Honjo se habían profesado un amor sin límites, lejos del entendimiento humano simple. Se pertenecían entonces y se pertenecerían, de algún modo, para siempre.

En ese instante, fue que algo en Nana cambió, haciéndola sentir ansiosa y asustada ante la idea de presentarse en Tokyo, porque fue la primera vez en toda su vida que dimensionó las repercusiones de cada una de sus acciones. Y llegó a la conclusión de que, si bien su decisión de entregar en adopción a Satsuki no había sido la decisión correcta o razonable, también era verdad que ya no había marcha atrás y no se retractaría echando a perder su vida y menos aún, la de Hachiko que la había aceptado y la había amado con todo su corazón. Pero... ¿Qué sería de ella sin la idea de que Ren vivía, aunque fuera una pequeñísima parte de él, en la hija que habían procreado juntos?

Se limpió el rostro lleno de lágrimas, sin saber muy bien por qué las derramaba y dejó todas sus cosas juntas sobre la cama, mientras salía de la habitación por un café del Starbucks junto al lobby, no sin antes solicitar a alguien que le ayudase a bajar su equipaje y la transportase al aeropuerto.


La última hora en el avión fue todo un suplicio para Nana.

Porque había pensado en muchas cosas y finalmente se había quedado profundamente dormida por casi diez horas. Había comprado un boleto en primera clase, cosa que se había permitido por la magnitud del viaje y cuando despertó, lo hizo porque había soñado algo que la había alterado, tanto, que miró hacia los lados. La ventanilla estaba allí, las nubes que surcaba el avión también, aunque aún parecía de noche, pero pudo percibirlas. Luego miró los dos asientos vacíos al otro lado de su cuerpo, donde no había pasajero alguno.

En su sueño, era también Nana Osaki, pero tenía veinte años. Vestía una blusa sin mangas color violeta y una falda negra y corta Vivien Westwood, tenía una cerveza en la mano y estaba muy ebria, con las hebras de corto cabello negro cayéndole en el rostro. Estaba en... Una reunión, en el apartamento 707. Nobu, Shin y Hachiko departían alegres en la mesa que ella había construido con sus propias manos. Y ella... Recibía a Yasu que vestía un traje negro y sus horribles gafas obscuras. Y se detuvo de puntillas frente a él con los labios contraídos, besándole en los labios, cosa que a todos pareció graciosa y que fue desconcertante para él porque no la detuvo, pero tampoco parecía haberle correspondido, mientras ella reía, ebria y alegre.

Y fue que recordó que aquello no había sido un sueño, sino un recuerdo de la noche en que les había dado la noticia de que darían su primer concierto como Black Stones en un pequeño lounge en Tokyo.

Por años, había dejado de lado aquella noche en que, mientras grababan su primer disco, ella lo había enfrentado verbalmente, recostada en la hierba frente a un lago mientras Yasu fumaba, sobre sus sentimientos por ella y éste le había dicho que sus sospechas eran ciertas.

Y cuando Ren murió y se vio embarazada, sola y vulnerable, a diferencia de todas las otras ocasiones en que se había apoyado en él, había huido sin dar una explicación, sin decir una palabra de nada.

Había huido en el peor momento en que podía huir porque ella lo necesitaba y... Probablemente él la había necesitado a ella.

Se había criado con Ren y si ella se sentía profundamente destrozada, Yasu debía haberlo estado mucho más y no había tenido a nadie para desahogarse.

Cuando finalmente el avión aterrizó, estaba hecha un manojo de nervios y, presa de un terrible pánico, había estado apretando entre sus manos una bolsa de papel que nunca dejaba de tener en algún bolsillo, con el peligro siempre latente de un nuevo ataque de ansiedad.

Pero no lo tuvo.

Se recompuso, haciéndose a la idea de que ahora lucía como otra persona y que quizá eso aminoraría un tanto el efecto de las demás cosas. Ahora su cabello era largo y rubio, ni siquiera parecía una persona que conociera; su vestimenta y arreglo personal distaban enormemente de la ropa y el maquillaje rudos que usaba cuando era más joven, y en general, lucía como una mujer de mundo; una artista nómada que sabe de todo un poco y que habla más de dos idiomas, una cantante con cierta trayectoria que se puede dar el lujo de viajar en primera clase y tener las uñas pulcramente arregladas por un manicurista profesional.

De no bajar con un cigarrillo a la sala de espera, probablemente Yasu no la habría reconocido.

Pero el hábito que por años había intentado evitar, ahora mismo era lo único que la mantenía sin tensión y fue una suerte, porque fue como Yasu, viendo la impertinencia de la mujer que había amado tantos años, se dio cuenta que estaba allí.