N/A: ¡Buenas! Hace tiempo quería hacer esto. Necesitaba sacármelo de encima y ya, lo hice. Esta historia no tiene tanta parafernalia literaria. Es sencilla en narración, porque prioricé el contenido y no la forma. Se compone a raíz de recuerdos y momentos. Transcurre rápido y está repleta de sentimientos. Como algunos saben, es una dedicatoria a mi mejor amigo que falleció hace siete años ya. No, la historia no es lo que, literalmente, me pasó a mí. No del todo, tiene recuerdos míos, pero es, en su 90%, puro Levimika. No podría hablar de mí con tanta libertad jaja. Pero sí los sentimientos plasmados aquí son más que míos, y es evidente por qué. No sé si sea una buena historia. O al menos, no una feliz. Pero si quieren leerla, muchas gracias.
Esta parte es una pequeña introducción. Luego les traigo un capítulo largo y completo con todo lo que pasó después.
A leer.
El privilegio de haberte conocido
Mikasa Ackerman pestañeó. Una vez, dos veces.
Era un día extraño. El sol no abrigaba; y aunque el viento corría esparciendo el frío desdén de su soplo, el tiempo no tenía las intenciones de ser violento. No parecía que fuese a lloviznar, aun cuando las nubes venían avanzando presurosas, pero tampoco parecía que fuese a hacer calor. Mikasa se sentía confusa ante las sensaciones ambientales, y, sobre todo, ante la mirada puntillosa de Petra Ral, y la constante petición que no abandonaba, aun cuando llevaban tiempo caminando.
La oyó con atención, y su duda más grande versaba sobre querer saber qué tenía Petra en la cabeza como para pedirle a ella algo así.
―Ayúdame ―Petra abogó a la expresión más lastimera que tenía en su repertorio.
―¿Estás segura que se encuentra en mi sección? ―resopló Mikasa, con fastidio, mirándola de soslayo.
Eran tan diferentes, pero Mikasa nunca había cuestionado su amistad. Ni siquiera cuando Petra salía con su sarta de ocurrencias. Mikasa, finalmente, acababa por comprenderla, no sin antes someterse a la práctica experimental de ponerse en sus zapatos. Fingir ser ella debía ayudarla a comprender tantas cosas, sin embargo, llegaba a ser empática con la mitad. Solo la mitad.
―Sí, lo he estudiado todo metódicamente ―le indicó, explicándole con movimientos de sus manos―. Es un poco más alto que yo, pálido, de cabello negro y ojos azules; se llama Levi.
―No… no recuerdo haber oído ese nombre ―mencionó Mikasa, como si la pobre excusa le ayudase a zafarse de la perseverante Petra.
―Usualmente andas distraída. No me sorprende ―Petra rodó los ojos. Y vio a Mikasa fruncir el ceño―. ¡Anda! No te va a costar nada. Si está en tu clase, no debiese ser difícil, ¿no?
―Me va a costar tiempo de mis sagrados estudios, señorita Petra ―indicó lo evidente―. ¿No debieses estar preparándote también? Es la primera ronda de exámenes de nuestra nueva vida universitaria.
―Voy a estudiar. No estoy dejándome estar ―su amiga parecía ofendida―. Solo quiero que te acerques a Levi, ¡nadie lo hace!
―Entonces, ¿por qué no hacerlo tú? ―la increpó, intentando no ser brusca.
―Porque no tengo ni la más remota excusa para hacerlo. No compartimos sección, ¿cómo podría? ―gimoteó frustrada―. Mikasa, por favor. Hazte amiga de Levi, y me vas contando todo lo que aprendas de él. Cuando me sienta lista, te juro que le hablo.
Mikasa miró a Petra por última vez, mientras se detenía justo en el pasillo que la dirigía su salón de clases; le quedaban pocos minutos para entrar. Sus ojos danzaron sobre el rostro esperanzado de su amiga, y se preguntó qué fue lo que la motivó a aceptar el desafío. Porque aceptó, a regañadientes, pero aceptó.
No tenía idea de quién se trataba, ni siquiera cómo lucía, pero concibió hacerse amiga de un desconocido para mimar los caprichos de Petra, solo porque ella aseguraba estar perdidamente enamorada de él ―y ni siquiera le conocía―, y tener las severas intenciones de hacerlo su novio. Mikasa la quería tanto… tal vez, por eso no se negaba, porque hacerlo supondría negarse a su felicidad, a ser un aporte en los objetivos que su amiga se proponía…
«Las amigas se apoyan en todo», pensó, cuestionando su propia actitud reacia. «Están en buenas y malas», recapacitó.
Hablarle a un sujeto random no debía ser un pecado capital ni un castigo en este infierno de otro mundo. Además, era su primer año de universidad, y debido a su falta de competencias para entablar relaciones sociales, no le vendría mal hablarle a alguien más de la clase que no fuese al profesor.
Accedió a ayudar a Petra, no sin dejar de ser cautelosa; siempre lo era.
Y pese a todo, el privilegio de haberla ayudado fue, llanamente, el comienzo de todo.
Llevaba una sudadera negra y un par de lentes de marco color vino. Estaba concentrado en deslizar su dedo índice sobre la superficie de la tablet situada en su mesa. El espacio restante había sido ocupado por su cuaderno y su estuche pequeño y compacto. Mantenía una expresión petulante, mientras parecía concentrado en… lo que fuese que se hallase frente a sí en la pantalla. El movimiento de sus cadavéricas manos se hacía hasta elegante. Y es que, sí, eran demasiado blancas, espectrales, y bien talladas como las manos de un escritor; los tatuajes de símbolos rúnicos en algunas de sus falanges le hacían parecer que llevase puestos algunos anillos…
«Trabajo en parejas», eran las palabras que había soltado el profesor, y Mikasa no pudo evitar rezongar con hastío.
Prefería trabajar sola la mayor parte del tiempo; decisión derivada de su falta de sociabilización con el resto de sus compañeros. Y es que nunca lograba sentirse cómoda con nadie. No toleraba las conversaciones superficiales, ni tampoco las profundas en compañía de gente con falta de criterio. No gustaba de discutir por diferencias de opiniones, por ende, con recurrencia, era silenciosa.
Petra era su amiga más cercana ―y la única―, su otra mitad, tanto así que compartían su inmensa pasión por el arte de la Traducción. No obstante, dado a que los cupos de la carrera eran reducidos y los tiempos en que habían inscrito sus matrículas distaban entre sí, quedaron separadas en distintas secciones cuando las clases dieron inicio.
Hubiese sido más sencillo si Petra hubiese estado con ella.
No tendría que trabajar con un desconocido. (Y tras pensarlo, se imaginó a sí misma con expresión de repelús).
Sin embargo, dejando de lado sus quejas de vieja prematura y amargada, recordó el favor… aquel favor que se le hacía tan poco conveniente, y que debía cumplir para hacer feliz a Petra.
Si el sujeto en observación resultaba ser desagradable, desistiría de su labor inmediatamente.
―¿Trabajas con alguien? ―era una buena instancia para comenzar; forzosa pero instancia―. ¿Te molestaría trabajar conmigo?
Levi despegó la vista de su tablet para prestarle atención a Mikasa. Cuando la miró, Mikasa se sorprendió ante la visión del color de sus ojos. Azules, dijo Petra, pero era un azul infinitamente excepcional, espeso y cargado, y el abanico de pestañas relucientes que tenía, provocó que Mikasa sintiera el súbito impulso de reclamarle que, como hombre, no tenía ningún derecho a tenerlas así de perfectas. Quiso arrancárselas y usarlas de postizas.
No obstante, y sin falta, reparó en que el sujeto frente a ella tenía un rostro bonito ―más que canónicamente bonito, atrayente― y unas ojeras bastante curiosas.
―No ―dijo, restándole importancia. Y Mikasa por poco olvida lo que le había preguntado.
Cuando la joven espabiló, y trabajó la expresión estúpida que debió tener, se sentó a su lado, ocupando el mesón que estaba vacío, y volvió a mirarle, expectante, como si fuese Levi quién tuviese que decir algo más.
―Eres Levi, ¿no? ―preguntó. Había oído al profesor decir su nombre cuando este hizo una pregunta durante la clase, y aunque había buscado su posición con la mirada, para saber de quién se trataba, aquella era la primera vez que le veía con completa y minuciosa atención.
Y llevaban un mes y medio de clases. ¡Esa cabeza suya! Volátil.
―Sí.
Tras la escueta respuesta, volvió la mirada a la estéril pantalla.
―Entonces, ¿trabajamos juntos? ―insistió, solo para estar cien por ciento segura.
―Sí.
Mikasa enarcó una ceja.
―Y… ¿traes tu guía contigo?
―No.
De pronto, se sintió indignada, ¡rechazada!, cuando no era ella la verdadera interesada.
―Verás, si me contestas con monosílabos es difícil que podamos trabajar.
―Tus preguntas fueron dicotómicas ―dijo él, con simpleza―. No había otra cosa que responder.
¿Fue eso un esbozo de sonrisa engreída?
Mikasa pestañeó rápidamente, y sacudió la cabeza, intentando entender. Ella también sonrió, sin embargo, su gesto enseñaba grata sorpresa, luciéndose sin pudor en sus labios rojizos. El labial que llevaba la hizo lucir realmente más carismática de lo que era, sobre todo con aquella expresión en su rostro.
¿Él osó a jugar con ella? Insolente. Pero eso era un punto a favor para él.
―Wow ―dijo más para sí misma. De igual manera, la lógica del joven la pilló desprevenida―. Soy Mikasa ―continuó, suavizando su voz de forma amigable.
―Lo sé ―mencionó él, concentrado en lo suyo.
Y eso último provocó que ella no pudiese evitar mirar a su pantalla también.
―¡Juegas Battlefield! ―exclamó la joven, mientras admiraba el fondo de escritorio del aparatito vicioso que portaba Levi.
―¡Señorita Ackerman! ―el profesor la atisbaba desde su posición, con rostro severo―. Creí haber dicho trabajo en parejas. Más esfuerzo, menos ocio. Parece que hay mucho desorden ahí atrás ―y en efecto, estaban en el penúltimo asiento―. ¿Deberé buscarle otra pareja? ―este hombre era un despreciable.
Tras pedir disculpas, Mikasa consiguió mermar la impaciencia del hombre, pero optó por esperar un par de minutos para que la calma volviese a su lugar, antes de volver a decir algo.
Empero, tras el silencio de la clase, oyó el siseó que conformó la risilla de Levi.
―¿Qué? ―ella quiso saber.
―¿Te das cuenta? ―Petra había hecho una buena elección: él tenía unos labios increíbles que en esa sonrisa natural lucían espléndidos―. Nos han regañado como si estuviésemos armando un desorden tremendo, y apenas hemos cruzado tres líneas del libreto ―comentó Levi, empezando a leer la guía que le había quitado a Mikasa, puesto que él no tenía la suya.
―¿Cuál libreto? ―Mikasa se sentía más sonsa que nunca.
Levi la miró, inclinando la cabeza y enarcando una ceja.
―Es un decir ―musitó, intentando reprimir otra risilla.
Claro que sí, tonta.
Se quedó viéndolo con los labios entreabiertos a causa del aturdimiento. Y luego de luchar contra su mente, recuperó su compostura para disponerse a trabajar.
Y junto a él no fue complejo, él era inteligente, bastante. Había estudiado un año de intercambio en Inglaterra durante la secundaria, justo antes de terminarla. De eso se enteró Mikasa, cuando a él le correspondió leer un párrafo que contenía una enorme cita en inglés. Mikasa tuvo que reunir toda la cordura que le fue posible para evitar caer rendida ante el perfecto acento británico que Levi tenía, la fluidez en su hablar. Antes de conocerlo, se sentía la mejor en inglés entre sus pares… ya no podía decir lo mismo. La invadió una suerte de envidia sana, o tal vez celos, al saberse destronada.
Las respuestas a las preguntas extracurriculares que Mikasa le hizo venían de la mano con las pocas cosas que podía distinguir de él a simple vista. Como, por ejemplo, que las runas en sus dedos eran de origen vikingo y que representaban la salud, la fortaleza y la victoria; que su tablet no era una, sino un Ipad y que era más importante traerlo consigo que su tarjeta de identificación; que su perfume era exquisito, y que no era asfixiante como el de la mayoría de sus compañeros; que sus apuntes lucían terrible y obsesivamente ordenados porque tenía una manía por la limpieza y el orden; y que no, no iba a sacarse las pestañas para dárselas a ella.
Hubo cosas que él no quiso responder y, para evadirlas, se escudó en la actividad que estaban realizando: «Me inclino por argumentar con base en las ideas de Christine Nord. Vinay y Darbelnet también son una opción», interrumpió a la joven, cuando ella preguntó con inocencia algo que quizás no era cómodo de comunicar.
Cuando finalizó la clase, cada uno entregó un pulcro informe al profesor, y cuando Mikasa depositó el suyo sobre el de Levi, reparó en su nombre completo: Levi Ackerman. Frunció el ceño, sorprendida ante la coincidencia, mas cuando volteó para preguntar a su compañero por sus orígenes, él había abandonado la zona ya. Ella se mordió el labio inferior con curiosidad.
De un momento a otro, Mikasa comprendió a Petra. Definitivamente, había algo en aquel sujeto, un algo particular que generaba misterio y una súbita necesidad de querer conocerle. Apenas habían conseguido interactuar durante la hora con cuarenta y cinco minutos que duraba el bloque de clases, y a Mikasa ya le parecía que el joven con quién había trabajado era la persona más interesante del mundo.
Tal parecía que la propuesta de Petra se volvería bastante interesante.
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―¿Y bien? ―Petra era ansiosa.
―No lo sé ―dijo Mikasa, como si estuviese sumergida en un trance, tras haberle contado cómo había sido trabajar en clases con Levi―. Es un tipo bastante peculiar.
―¡Lo sé! ―sonrió Petra―. Por eso me gusta. Además, le he visto espiarme un montón de veces. Eso me ha dado esperanzas ―dijo esto último mostrándose más tímida―. Pero quiero saber qué más te dijo. No me digas que fuiste tan tú, que permaneciste en silencio toda la hora.
―Oye ―protestó Mikasa―, él es incluso más estoico que yo. Estoy haciéndote un favor.
Ambas se dirigían rumbo a sus hogares. El día había terminado, y aunque Petra debía desplazarse hasta la estación de metro para retornar a casa, le gustaba seguir el camino más largo si eso suponía una buena charla con Mikasa. Había seguido dicha modalidad desde su primer día de clases.
Nunca se separaban. Estaban juntas desde la secundaria. Tenían historia, y aunque eran muy distintas la una de la otra, era mejores amigas. Nunca desperdiciaban la oportunidad de estar juntas, y a pesar de que Mikasa nunca se lo decía a Petra, ella lo sabía.
―Le gustan los videojuegos, mucho, diría que es un gamer ―narró Mikasa―. Noté que es muy aplicado, habla bien el inglés, porque, durante el trabajo que realizamos, me leyó una cita que aparecía en la guía que nos entregaron. Usa lentes de descanso para utilizar «cualquier aparato tecnológico que expida abundante luz» (según sus propias palabras), en la secundaria realizó un intercambio a Inglaterra y por eso domina el idioma a la perfección. Tiene una redacción buenísima, pero su caligrafía es un asco, una estafa. Debió ser médico. Es más, me comentó que cuando egrese quiere especializarse en traducciones científicas y medicina. Es muy solitario, silencioso y sarcástico. Y esto no es algo que me haya dicho, pero supongo que duerme poco, porque tiene unas ojeras enormes. ¿Contenta con mi primer informe?
Petra sonrió plenamente.
―Si pudiese expresártelo ―sus manos se resguardaron en su pecho―. Gracias, Mikasa, por esto. Solo hasta que pueda saber un poco más de él ―hizo un puchero―. Necesito saber si soy correspondida.
Y Mikasa suspiró, cansina.
―Solo porque parece ser más interesante de lo que creí ―Petra aplaudió mientras celebraba―. Pero si no le das ni un solo mísero beso de aquí a finales de año, juro que patearé tu trasero.
―¿Te diste cuenta lo bello que es? Es muy atractivo ―dijo, tomando las palabras de Mikasa como una indirecta―. ¿No crees?
―Lo es ―dijo Mikasa, encogiéndose de hombros―. Por eso te daré una doble ración de patadas.
―¡Malvada! ―chilló Petra, colgándose del brazo de Mikasa.
―Y tengo exigencias: van a adoptarme y a mantenerme ―bromeó Mikasa, fingiendo un timbre autoritario.
Hizo reír a Petra a carcajadas durante el resto del camino.
El tiempo transcurrió demasiado lento para Mikasa.
La universidad era un asunto complicado. No había nada en ella que pudiese recordarle a sus sanos y cómodos días de escuela. Este monstruo famélico que era la educación superior, la mantenía agotada la mayor parte del tiempo, como si le extrajese las energías por medio de succión.
No obstante, sus días no eran malos. Tenía una vida tranquila, no absenta de dificultades, pero plena gracias al esfuerzo de sus padres. Su casa era grande y acogedora, tenía sus comodidades, y aunque no le faltaba nada, no era el tipo de persona excéntrica. Los valores de su familia lo eran todo, y ellos generalmente hablaban de humildad y bondad. Sobre todo, gracias a las influencias de su madre y sus orígenes japoneses: el honor era trascendental. Tanto así, que las discusiones eran casi inexistentes en su núcleo. Por otro lado, todos en su dulce morada tenían algo que hacer durante el día, no solían estar juntos frecuentemente, lo que evitaba roces innecesarios. Y cuando volvían a verse durante la cena, se habían extrañado tanto, que el escenario se concebía como el mejor momento del día.
Podría decirse que en clases solía concentrarse la mayor disposición de su tiempo: informes, guías, presentaciones, exámenes, y así. No era una obsesiva de los estudios. Mikasa era tan aplicada, que con el contenido de la clase hacía al menos el setenta por cierto de su práctica para los exámenes, el resto era repaso. Sin embargo, consideraba que con la cantidad despiadada de trabajo que le exigían, vida personal era lo último que consideraba tener.
Mas cuando lo recordaba, una mirada sigilosa se escapaba hacia el mesón de Levi Ackerman. Porque después de todo, él era la única actividad recreativa que tenía en el último tiempo (aun cuando estuviese vinculado a la universidad, de todos modos).
Su investigación se componía mayoritariamente de observaciones. Desde la última vez en que habían hecho equipo, no volvieron a hablarse. Mikasa sentía que no tenía argumentos para acercase a él… « ¿Y preguntarle como está, por cortesía, no vale?», sintió que estaba regañándose a sí misma. Después de todo, nada podía ser peor para Petra, quién realmente no tenía excusas aliadas.
Y no era que él estuviese muy ocupado, tampoco. Estaba solo, siempre solo. Efectivamente, nadie se acercaba a él, nadie hacía ni un mínimo esfuerzo por querer parecer amable con él. Mucho menos la tipeja que, con altanería, pasó a llevar la mesa del joven, botando su característico Ipad al suelo.
Mikasa dio un pequeño brinco ante el actuar de la invasora de su panorámica.
«Sorry», le dijo la muy basura, por simple obligación. Y siguió en lo suyo. Ni siquiera lo miró a los ojos, ni siquiera recogió el objeto que al parecer se había roto. Mikasa lo supo por la expresión afligida de Levi, tras recoger el aparato del suelo y guardarlo enseguida.
―Pienso… ―al terminar las clases, Mikasa se aventuró a seguirlo. Necesitaba decirle algo respecto a lo sucedido. Esperó que Levi abandonase el edificio y enfilase por la calle, para trotar a sus espaldas y poder seguirle el ritmo―. Pienso que ella debería pagártelo.
Levi volteó con sorpresa. Tenía la frente arrugada a causa del desconcierto y sus ojos de abundantes pestañas contemplaron a Mikasa atentos.
―¿La viste? ―indagó, deteniéndose para sostener la conversación.
Se hallaban de pie en medio de la vereda, frente a frente.
Mikasa presionó la palma de su mano contra su frente y suspiró.
―Sí, miré de casualidad y presencié el espectáculo ―se mordió el labio, un tanto complicada―. ¿Crees que el arreglo sea muy caro?
―Iba a averiguarlo ahora ―murmuró él, mirando al suelo.
―Puedo acompañarte, si quieres ―ofreció. ¿Qué estaba haciendo?
Recordó la petición de Petra Ral. Pero esto no estaba haciéndolo por ella. ¿Qué estaba haciendo?
Le había nacido una suprema necesidad por ser empática, como nunca antes. Pocas personas provocaban efectos de este tipo en ella ―Petra era una―, pero Levi, en cambio, era aún más especial, porque no lo conocía, y sin embargo, su sola existencia removía estos sentimientos en ella. Él era tan serio, que a cualquier persona podría haberle provocado aversión, renuencia ante una persona que parece decirte con su mera expresión que eres non-grata, pero no a Mikasa.
A Mikasa le sorprendía sentirse a gusto a su lado, cuando aún ni le conocía.
Por esas cosas maravillosas y curiosas del destino, pasaron el día, juntos. ¿Cómo? Fue tan natural como los preparativos para la lluvia, como la salida del sol al amanecer, como el agua que escurre cuando el hielo se derrite; casi como si estuviese predestinado a suceder.
No hubo cláusulas predeterminadas, ni de esas clásicas preguntas absurdas que todos hacen cuando intentan conocer a alguien. Mikasa hizo su oferta: ofreció su compañía para hacer más grata una velada que, a todas luces, parecía ser amarga y desolada. Él no se negó, para curiosidad de la joven, aceptó de buenas a primeras. Y la dejó caminar a su lado, mientras le explicaba qué consideraciones tenía respecto a lo que le había sucedido.
Mikasa, nivelando su ritmo al de Levi, le enlistó todos los lugares que ella conocía, donde podría resolver su problema. La pantalla estaba rota, cambiarla no debía ser complejo, el asunto era si la superficie táctil se había dañado. Eso sería infinitamente más costoso, y por ende, debería comprar una nueva.
―Si te compras una nueva, después le llevas este cadáver a la chica que lo botó ―sugirió Mikasa―. No sin antes pegarle la factura en la pantalla. Sería épico ―rió.
Él también, aunque cansino.
―No importa ―Levi encogió los hombros.
―¿Te sobra el dinero? ―bromeó Mikasa.
―Estoy tan molesto, que sería mejor evitar que vuelva a acercarme a ella ―pero Mikasa no podía creer que realmente estuviese enfadado. Por fuera, lucía tan imperturbable como siempre.
Su paseo resultó provechoso, porque los servicios técnicos abundaban en cada cuadra. Sin embargo, lo que no abundaba eran los repuestos de pantallas táctiles, mucho menos para un equipo de ese calibre. Cuando el técnico le comentó a Levi que el arreglo de su Ipad valdría técnicamente lo mismo que el precio original, Mikasa vio como el afectado se desmoronó ante el desahuciado diagnóstico.
No obstante, mientras Levi fruncía sus labios con angustia, Mikasa tenía su atención en su expresión y en el enclaustro de su propia mente. Algo en este individuo le provocaba fuertes punzadas en el corazón. Tal vez, comprendía la frustración de perder algo que obtuviste con tanto esfuerzo. Tal vez, era eso… intentaba ser comprensiva… después de todo, este sujeto podría llegar a ser el futuro novio de Petra, y desde ese día, sería un llavero al lado de su amiga; inseparables. Más le valía ser agradable y llevarse bien con él.
Decidió invitarlo a beber milshakes. A Mikasa le encantaban.
Un tazón de abundante helado, leche, salsa de chocolate, galleta molida, chips de chocolate, y nata montada fue dispuesto en la mesa para cada uno. Los ojos de Levi se ensancharon exageradamente ante la edulcorada visión frente a sí.
Mikasa los había llevado a un modesto local juvenil: vigas a la vista, candelabros modernos, ventanales con alfeizar, todo con estilo de cabaña, madera, tonos acogedores y plantas elegantes.
―¿Tú comes estas cosas? Eres tan escuálida que no te creo ―comentó él, sondeando su comida desde todas las perspectivas, como si no supiese por donde comenzar a comerla, beberla, o lo que fuese.
―Porque no lo como todos los días ―fue obvia―. No, espera. Eso es una mentira. Tal vez, mi metabolismo es ágil.
Mikasa parecía una niña con un juguete nuevo. Y sin hacer referencia al helado, específicamente.
Levi la observó unos segundos, antes de hablar.
―Gracias ―dijo, de pronto.
―No te preocupes, yo quería invitarte. No me des las gracias y come ―Mikasa se abalanzó sobre su tazón para aventarse una cucharada de helado a la boca.
―Por acompañarme ―completó.
Logró hacer que ella alzara su vista lentamente hasta encontrarse con su mirada azulina y agotada. ¿Por qué Levi siempre lucía cansado?
Terminó de tragar lo que se había echado a la boca, y tomó una servilleta para limpiarse. Hizo una breve pausa, que para sí misma resultó un vacío enorme y delator.
―Ah, es eso ―tragó saliva―. Descuida, fue muy injusto lo que sucedió hoy… ¿Pensaste qué vas a hacer?
Cambiar el tema siempre era plan B.
―Comprar otra… algún día ―sonrió levemente.
Mikasa le devolvió la sonrisa con angustia oculta entrelíneas.
Cuando el día acabó, se despidieron en un paradero de microbuses. Levi debía pillar uno para volver a casa… pero Mikasa también. Entonces, volvieron a mirarse con incredulidad. Vivían cerca, no al lado del otro, pero al menos, subirían al mismo vehículo para llegar a destino.
Las coincidencias abundaban entre ambos a un punto surreal. A Mikasa le fascinaba, porque apenas comenzaban a conocerse, y sus cosas en común aparecían a efusiones fluviales, despertándolos tras cada baldeada de agua fría. Empero, le quitaba el pie al acelerador cada vez que sentía que se emocionaba demasiado.
―Esto es muy curioso ―murmuró Mikasa, como si de pronto el ambiente se hubiese tornado fantasmal.
―Vamos a morir ―añadió Levi, con vehemente seguridad, tomando las señales como materia apocalíptica.
Hizo reír a Mikasa ante la falta de lógica del comentario. Ese sarcasmo suyo, el humor negro, ¡qué tipo tan excepcional! Sus conversaciones con él fluían con una naturalidad abismante, que ni siquiera con Petra había conseguido. Recordaba sus primeros días de interacción en la secundaria: un fiasco, que le devolviesen el dinero era lo mejor que le podía pasar. Mas con él tiempo, aprendió a conocerla y quererla tal cual era. Pero con Levi no… él, simplemente, era. Y desde ese punto de partida, todo estaba bien.
Mas la alegría que le provocaba este descubrimiento se opacó cuando viajaban de camino a casa. No había pasado mucho tiempo, pero sí el suficiente como para decir que el viaje ya llevaba buen ritmo. Conversaron trivialidades para pasar el tiempo, mientras Mikasa contemplaba el paisaje a través de la ventanilla del microbús. Levi se había sentado hacia el pasillo, pero no despegaba la vista del paisaje tampoco… o eso quiso creer Mikasa, cuando sentía que el objetivo no estaba calibrado y que los ojos densos se habían posado sobre ella.
Y todo parecía tranquilo. Hasta que Levi comenzó a experimentar malestares, intensos síntomas violentos que lo atacaron sin piedad, y Mikasa no supo cómo reaccionar.
Primero, lo vio cogerse la frente para tomarse la cabeza a medida que se inclinaba hacia adelante. ¿Mareos por el viaje?, pensó Mikasa. No obstante, al cabo de unos segundos, vino la primera muesca de dolor… progresiva, hasta que Levi apretó los párpados y abrió la boca, como si buscase oxígeno desesperadamente.
―¿Te encuentras bien? ―inquirió Mikasa, tomándole el hombro con suavidad, temerosa de crear contacto con él.
Un quejido abandonó los labios del joven, mientras respiraba tan agitadamente como un roedor atemorizado.
―Sí, es normal ―dijo él, jadeante―. A veces, me mareo y me duele la cabeza ―y, entonces, soltó un gruñido.
―¿Cómo puedo ayudarte? ―Mikasa estaba tan asustada.
En el interior del microbús, nadie parecía querer ayudar, aun cuando algunos volteaban y otros alzaban sus cabezas para poder mirar por sobre el asiento que les precedía.
―Está bien ―musitó, Levi, intentando calmarse―. Ya pasará.
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―¿Dolores de cabeza?
Mikasa tuvo que alejar el auricular de su oído debido a la voz aguda de Petra.
―Sí. No quiso explicarme por qué. Pero se veía mal, muy mal ―comentó Mikasa con tristeza, recordando el momento en que vio a Levi retorcerse de dolor y afirmarse del asiento delantero, como si temiera caerse de pronto.
El solo recuerdo producía un hondo vacío en su abdomen.
―Pobrecillo mi futuro novio ―se quejó Petra―, ¿Qué le aquejará? Además, pasar por un momento tan amargo como el de hoy. De seguro, fue producto del estrés.
―¿Y el estrés puede hacerte tan mal? ―averiguó Mikasa.
El padre de Petra era médico, por lo tanto, su amiga siempre estaba al tanto de ese tipo de información. Y cada pregunta que tenían sobre salud, se la encargaban al señor Ral, a veces, atosigándolo con su curiosidad.
―Así es… ―dijo ella, con pesar―. Siento mucho haberte pedido este favor, no pensé que Levi fuese tan complejo. Debiste sentirte muy incómoda hoy…
―No ―aclaró de inmediato el punto. Levi no provocaba malestar en ella―. No, en lo absoluto. Me genera mucha curiosidad. Es un buen tipo, Petra. Pero algo sucede con él. Tal vez, estar contigo le haga bien…
Había pasado tiempo ya, dos meses para ser exactos. Y todo ese tiempo se compuso de memorables anécdotas que comenzaban dar pie a una buena amistad. Cada momento vivido era la pieza infaltable del lazo que estaban forjando, aun cuando el trato que tenían para el otro era bastante adusto. Sin embargo, era cómodo. Ninguno de los dos sentía necesidad de fingir en frente del otro; Levi decía bastantes improperios, Mikasa en menor medida, pero no se los reservaba cuando se expresaba. Nunca quiso mostrarse como una señorita, por el contrario, y para el pesar de su vulnerabilidad, se mostró a Levi tan auténtica como era.
La metamorfosis comenzó sigilosa. Primero los trabajos en pareja fueron la excusa, luego los recesos entre una clase y otra, las idas al centro comercial, el regreso a casa, ocupando el mismo microbús, y finalmente, se dieron cuenta que no eran necesarias las excusas. Se llevaban bien, se gastaban bromas, se colocaban sobrenombres, no tardaron en sentarse juntos durante las clases, y mucho menos tardaron en volverse inseparables.
Cuando Mikasa estaba aburrida, usaba sus rotuladores para colorear los tatuajes en los dedos de Levi, y añadirles innecesarios doodles de flores. En los recesos, lo peinaba y le ataba elastiquitos en el cabello para pasar el tiempo; le rayaba los cuadernos, anotando cualquier efeméride absurda ―05/06: La estúpida del Ipad se cayó en la entrada de la universidad. Nota mental: el karma existe―; cuando tenían tiempo libre en clases, lo fastidiaba por su acento británico cuando pronunciaba: schwa, schwa, schwa, le repetía con su tono ecuánime, y aún así, odiosa; como Mikasa amaba la papelería, se había comprado un timbre para ponerle su nombre a todas las cosas, incluso a las de Levi, y a él mismo, sobre todo cuando descubrió cómo, luego de una exposición completa en idioma inglés, las huecas de sus compañeras habían reparado en que él existía, y ahora lo adoraban por su acento, por su desplante, por sus «ojos tan lindos», y su estilo tan único.
«¡Que se consigan a su propio objeto de estudio, que este es el mío!», pensaba Mikasa. Y luego reía. Era su amigo, a pesar de todo. Su nuevo amigo.
Su nuevo amigo que no se quedaba atrás cuando se trataba de fastidiarla. Cuando Mikasa se tomaba un tiempo de los recesos para maquillarse, Levi se le acercaba como una pantera a punto de cazar, y en el momento en que ella estaba más distraída, le empujaba el brazo para hacerla fallar. Le dejaba el labial en línea recta hasta la mejilla, el delineador hasta la oreja, y una vez ―el día en que Levi Ackerman recordó que podía tener ataques de risa―, la dejó con una uniceja cuando Mikasa se pasó a llevar con el rímel. Siempre lo hacía, y ella siempre caía.
Durante las horas de descanso, aquellas ventanas de horario interminables que esperaban para poder entrar a la próxima clase de la tarde, la pasaban recostados en el césped. Allí, Levi se sentía a gusto, como si la naturaleza fuese un paliativo para esos intermitentes dolores de cabeza que solía sufrir, y de los cuales Mikasa aún no tenía explicación. Mas si la hierba fresca y el aire puro ayudaban, ella no protestaba. Le seguía, sin inquietarlo con preguntas que sobraban.
Podría decirse que desde, exactamente, el día del accidente con el Ipad, no volvieron a separarse; Levi y Mikasa hacían prácticamente todo, juntos. Y es que, aparte de las jugarretas de Mikasa, tenían demasiado en común: el gusto por los videojuegos, por la lectura, por la música, por los animales, por la soledad, incluso, por la mayoría de las comidas. Era un calco del otro, con algunas partes en negativo que resultaban complementarias.
Habían descubierto en el otro una comodidad que nadie podía entregarles, y relegaron a todo el mundo de su dupla, haciendo que cualquier tercero sobrase cuando ellos dos se encontraban juntos. No era intencional, sino que era el resultado inevitable de la ecuación que ambos formulaban. El cariño, a su vez, fue inherente, y aunque no era verbal, las acciones reflejaban más que mil palabras.
Si estaba nublado, Mikasa comenzaba a tapar a Levi con capas y capas de ropa, aventándole encima su abrigo, su bufanda, el abrigo que él había rechazado, su mochila, la de él, y por último, se lanzaba sobre él para aplastarlo junto con todo lo demás. Y Levi la dejaba fluir, consciente de que era imposible detenerla cuando algo se metía en su cabeza.
Si estaba soleado, entonces Mikasa aprovechaba la emisión de abundante luz para escudriñar entre sus pestañas y así descubrir el verdadero color de sus ojos. Sí, eran azules, pero tan sombríos. Y también, cuando una pequeña gotita de sudor resbalaba de la frente de Levi, Mikasa lo soplaba son suavidad, haciéndolo sonreír.
Su vida con él se volvió una pauta: lo desmenuzaba durante el día, y al llegar la noche, en una llamada telefónica que parecía interminable, le contaba todo lo que había aprendido de él a Petra Ral. Y esta última, no conseguía hacer otra cosa más que seguir enamorándose de Levi, y chillar quisquillosa ante cada novedad que Mikasa tenía para ofrecer. Él era sencillamente increíble, y Mikasa, con ayuda de una buena habilidad narrativa, conseguía hacerlo parecer un príncipe azul. No era que lo agasajara, ni nada por el estilo; pero lo describía con la más pura sinceridad de sus ojos y cada sentido con que lo percibía día a día.
Levi era una roca por fuera, y sin embargo, él solía ayudar a un grupo de animalistas que recogían animales de la calle para darles un nuevo hogar; si tenía dinero, no dudaba en realizar donaciones a los hogares de menores; no discriminaba a nadie, excepto si se trataba del tino y el intelecto; nunca fastidiaba; solía resolver sus propios asuntos, era práctico y autosuficiente; amaba leer, amaba su carrera, y amaba la música. Misma que Mikasa compartía, aunque no siempre. No obstante, cuando descubría algún nuevo hit que él le pudiese ofrecer, lo añadía de inmediato a su lista de reproducción. Levi tenía un excelente gusto con eso.
Solía decir que la música tenía vida propia, y que para él, más que un entretenimiento, suponía una forma de comunicación, de emitir, por medio de un sentimiento sonoro, «un algo que decir». Y aunque él tenía una forma particular de comunicación, Mikasa pensaba que le costaba descifrar su código.
«Has estado tan silente últimamente», Mikasa le escribió un mensaje que envió por Whatsapp.
«Sí. Estoy algo decaído. Y pensativo», le respondió él, al cabo de unos minutos.
«¿En qué estás pensando?», le picó la curiosidad. Era la primera vez que veía esta faceta suya. Levi no parecía ser emocional, pero ahora se notaba abatido.
«No es qué… es en quién…», Mikasa sintió como sus ojos amenazaron con salirse de sus cuencas. Levi, ¿pensando en alguien? Sintió algo removerse en su estómago, algo similar a la ansiedad, pero más intenso si cabía. Él no solía hablar de su vida personal, y ahora le informaba algo como eso de un solo aventón.
Mikasa no supo cómo reaccionar.
¿Y si estaba pensando en Petra?, se ilusionó. Tal vez su tarea fuese más breve de lo que parecía. Quizás no debía ser tan alarmista, la situación podía tener otro cariz, diferente al que ella apreciaba.
«¿En quién estás pensando?», envió. La conversación se tornaba interesante.
«En una ella», respondió él, haciendo que Mikasa sintiera ternura ante su mensaje.
«¿Qué con ella?», indagó, acercándose poco a poco a su objetivo.
«Lo mismo quisiera saber yo…», no podía oírle, solo leerle, y aun así, Mikasa percibía las palabras con tanta tristeza escondida.
«¿Ella no ha sido clara contigo?», ¡sí!, debía tratarse de Petra.
«Tanto como para no entender qué es lo quiere de mí», dijo él, «Si tan solo pudiese saber cuáles son sus intereses, qué pretende conmigo, con sus buenas intenciones…»
«¿Y no te animas a hablar con ella?», ¡vamos, Petra! Lo tengo. Celebraba Mikasa, susurrándole a la pantalla de su teléfono.
«Aparentemente, ella no suele darse cuenta de las cosas con facilidad». Claro, Petra era tan torpe, pensaba Mikasa.
«Hazlo más evidente», le recomendó Mikasa.
Y Levi demoró varios minutos en responder. Cuando lo hizo, sorprendió a la joven como siempre hacía, hasta dejarla con la respiración congelada en la garganta.
«¿Puedo enviarte una canción? », le preguntó. Mikasa hizo un mohín de extrañeza. ¿Para qué la canción? Tal vez, estaba cambiándole el tema, porque eso hacía cuando surgía entre ambos una conversación sobre un tema que él no quería tocar.
«Envía», le dijo, frunciendo su ceño ante el desconcierto.
El link que él envió la redireccionó a un video de una canción que tenía subtítulos en español. No tenía una introducción extensa, comenzaba de inmediato, y era muy bonita. Mas cuando Mikasa reparó en la letra, un fuerte apretón le encogió el estómago, arrebatándole el oxígeno.
¿Por qué? De pronto, comenzó a sentirse nerviosa.
«¿Qué con la canción?», escribió, ansiosa, y a medida que tecleaba, su mano temblaba.
«Quiero que la escuches, es todo».
«¿Y por qué?», preguntó, aunque sin saber qué esperar de la respuesta.
En todo caso, esta nunca llegó. Excepto, el tic de comprobación que le decía que Levi había leído su mensaje.
¿Puedes oírme decir tu nombre por siempre?, ¿Puedes verme anhelándote por siempre?, ¿Me dejarías tocar tu alma por siempre?, ¿Puedes sentirme anhelándote por siempre?
Luego de escuchar la canción sin parar, durante toda la noche, Mikasa concluyó que quizás Levi sí quería que ella la oyese, y solo eso…