La buena madame Marais sonrió cuando vio a lo lejos el muchacho nuevo que parecía interesarle a su nieta. Parecía concentrado en algo.

—Buenas tardes, madame Marais —la saludó alguien.

—¡Padre Luc, que placer verlo! —la mujer mayor le sonrió con cariño—. Hace años que no lo veía. ¿Le apetece comprar algo? ¿Zanahorias, remolacha, calabaza? También tenemos prendas confeccionadas por las manos de una gran mujer, puedo dar fe de ello porque soy su madre.

El hombre se rio. El padre Luc tenía un aspecto juvenil, pero la verdad es que era muy mayor, casi a mitad de sus cuarenta. Conoció a madame Marais una vez que ella estuvo enferma y fue a darle la unción de los enfermos. Parece que funcionó porque a los pocos días estaba como nueva.

—Solo quería algunas legumbres —contestó el sacerdote.

La mujer mayor preparó una pequeña bolsa de tela y puso dentro las legumbres. Volvió a captar su atención aquel muchacho que merodeaba cerca.

—Aquí tiene, padre —dijo entregándole la bolsa.

—Gracias, madame.

—Padre, ¿Puedo hacerle una consulta?

—¿Sobre qué es?

—¿Vio a ese joven de allí?

El padre Luc observó a donde apuntaba el dedo de la mujer.

—¿Se refiere al chico con ese raro sombrero?

—Ese mismo.

—¿Qué pasa con él?

—Verá, quisiera que me hiciera un favor. Bueno, más bien, sería un favor para él.

A la distancia, Rhein halló lo que estaba buscando, sin darse cuenta que también lo hallaron a él.

—¡Rhein! —gritó Rhin.

Ella apareció corriendo con los demás chicos. Rhein se paralizó, no podía decirles la razón de su desaparición.

—¡Aquí estás, Rhein! —exclamó Aurélie sonriente—. Temíamos que te habías ido sin despedirte.

—Lo siento, me distraje con algo.

—¿Qué tan importante era para irte tan lejos? —lo cuestionó Marcel.

Antes que el chico lobuno pudiera hablar, Lottie interrumpió.

—Benoit quería que tu eligieras el próximo juego —dijo señalando a su amigo. Él asintió.

—¿Jugar? ¿Yo? Bueno… siendo sincero, no quería jugar un juego, me apetece una apfel.

Rhin sintió sus oídos zumbar.

—¿Una qué? —preguntó Auri.

—Una manzana, perdón, a veces hablo así. Jueguen ustedes lo que quieran, iré a comprar alguna.

—Ya dejó en claro el garçon allemand que no quiere elegir el siguiente juego. Yo propongo que veamos el siguiente concurso, será de pasteles —sugirió Marcel.

Todos estuvieron de acuerdo, después del último juego y la búsqueda de Rhein, querían sentarse a ver algo relajante y se dirigieron al escenario.

Rhein se movió lejos y Rhin lo siguió con la mirada.

—Rhin, vamos, por aquí —la tomó su amiga de la mano.

—Voy acompañar a Rhein, estoy segura que no tiene dinero para pagar, luego nos vemos.

Aurélie se mostró sorprendida que su amiga no usara indirectas en pasar tiempo a solas con un muchacho, sin embargo, no quería interrumpirlos.

—Oh, entiendo, amiga —ella le guiñó y se fue con los demás.

Cuando los amigos llegaron a ver el concurso de pasteles, Paul notó la ausencia de la chica.

—¿Y Rhin?

—Ella fue a ocuparse de algo —le dijo Aurélie—. ¿Notaron el hermoso vestido que llevaba? Yo se lo regalé, quería darle algo muy bonito. Pensé que mis zapatos le quedarían bien porque mis zapatos van con muchos tipos de vestidos diferentes —cambió de tema la chica para dejar a un lado el hecho que su amiga estaba con el forastero.

Mientras tanto, Rhin seguía a Rhein, se percató lo rápido que iba su paso, casi no lo tenía a la vista. Durante su camino, casi tropieza con un conocido suyo.

—Disculpa, Émile.

Tan pronto se disculpó, salió corriendo y observó como Rhein señaló con su mano a alguien. Era un hombre bajo, un poco regordete, sus cabellos un poco blanco por los años. Sus ropas eran dentro de todo prolijas, en especial por sus pantalones.

Rhin sacó su bolso, donde estaba envuelta la hebilla. Era hora de hacer su movimiento. Caminó hacia el hombre con la hebilla en mano.

—¡Rhin! —Émile apareció y sorprendió a Rhin hasta el punto de respingar.

—¡Émile! —exclamó la chica con un tono molesto—. ¿Necesitas algo?

—Si, quería preguntarte si viste a mi hermana, se fue con Aurélie, así que tal vez estén juntas.

—Creo que están cerca del escenario, viendo el concurso de pasteles. Paul y Marcel las acompañan. Si me disculpas, tengo prisa.

En eso, Rhin recordó que la presencia de Émile podría ser de ayuda para su plan. Fue hasta el hombre y dejó caer la hebilla. Luego volvió por el muchacho que ya estaba lejos.

—¡Émile! —lo llamó y él volvió a donde estaba ella—. Perdí la hebilla.

—¿Cómo que la perdiste? ¡Era nuestra única pista, Rhin!

—Lo se, lo siento. Creo que fue por aquí, les preguntaremos a las personas si la vieron.

Émile se separó de ella y preguntó a unas señoras mayores si habían visto el artefacto.

—Disculpe —preguntó Rhin—. ¿Ha visto una hebilla por aquí?

El hombre volteó a la caperucita e hizo una pequeña reverencia con su boina sonriendo.

—Buenas, señorita ¿Busca algo?

—Si, es una hebilla para cinturón.

—¡Ah! Eso me trae recuerdos. ¿Acaso usted usa cinturón? —se burló él. La chica se ruborizó y frunció el ceño.

—No.

—¿Por qué llevaba una hebilla de cinturón encima?

Ella no esperaba que le hiciera tal pregunta, creyó que le preguntaría algo cómo "¿Cómo es esa hebilla?" y al describirla, él reconocería que es la suya. Tuvo que desviarse, ¿Pero sería buena idea mentirle? ¿Y si probaba con la verdad?

—Bueno, es difícil de explicar. La encontré hace tiempo y pregunté por mi pueblo, pero nadie la reconoció como suya. Me la quedé y…

—¡Rhin! —el grito de Émile la dejó helada. Quería voltearse y gritarle "¡Ahora no, Émile!".

—¿Qué pasa, Émile? —preguntó forzando una sonrisa.

—¡Aquí está! No estaba muy lejos, entre los pastizales.

—Ah… Émile, gracias, pero… —la chica quedó muda al ver como el hombre se daba la vuelta, dispuesto a irse—. ¡Si! ¡Es esta! —vociferó tomando la hebilla para sorpresa del muchacho, quien no podía borrar su cara atónita por el bramido inesperado de su parte—. ¡Gracias, Émile! ¿Ve, monsieur? Era esta —tomó su hombro y lo giró para mostrarle en la cara, muy de cerca, el objeto.

Aquel hombre tomó la hebilla y sonrió a la vez que su rostro se coloreaba en un tono rubicundo.

—¡Aquí está! —exclamó el hombre alzando el objeto.

Émile se mostró sorprendido y confundido por la expresión del extraño. Rhin sonrió.

—Disculpe, monsieur ¿Es su hebilla? —preguntó el joven.

—Si, la perdí hace tiempo, cuando yo… —en eso, se quedó en silencio, con la boca semiabierta y el bermejo de su rostro se transformó en blanco—. Cuando…

—¡Es él, Rhin! —clamó Émile—. ¡Él fue quien robó a los Garnier!

El extraño respingó y miró a todos lados, buscando una salida. Comenzó a correr sin una dirección específica, solo con objetivo de salir de allí lo más pronto posible.

—¡Detengan a ese ladrón! —gritó Rhin.

Émile comenzó la carrera para detenerlo, pero el hombre fue más rápido y tiró un barril lleno de manzanas en su camino para atrasar al muchacho.

—¡Deténganlo! ¡Es un ladrón! —bramó Émile.

Algunas personas se dieron la vuelta y vieron a donde señalaba el chico, pero no eran tan rápidas para alcanzar al hombre, o tan perspicaces para saber a quién se refería. Antes que el hombre pudiera escapar al bosque, una mano con garras cortas lo atrapó del cuello de su camisa y lo aprisionó rodeándolo con su brazo.

—¡Suéltame! —gritó el extraño tratando de soltarse del fuerte amarre de Rhein—. ¡Suéltame! ¡Yo no hice nada! ¡Soy inocente!

—Y si es inocente ¿Por qué huye?

Rhein lo arrastró hasta el centro del pueblo, cerca de la parroquia. Llegaron corriendo Rhin y Émile seguidos del alguacil, ellos lo llamaron por el asunto del ladrón. Algunas personas ya estaban acercándose a presenciar el alboroto en medio de tanto jolgorio.

—¿Es este el hombre? —preguntó el alguacil.

—Si, monsieur —asintió Rhin con Émile—. Él fue el ladrón de la panadería de los Garnier.

—¡No pueden probar nada! —gritó el hombre pataleando—. No tienen pruebas de que cometí robo o hurto alguno.

—Me temo que tiene razón —afirmó el alguacil en un tono resignado.

—Tenemos una prueba, busque entre sus ropas. Él tiene una hebilla de cinturón suelta.

El policía se acercó a buscar el artefacto y pidió a Rhein que lo sostuviera fuerte para que no pudiera escapar. Encontró una hebilla suelta y la sacó. Era de metal, un color gris gastado por los años y con un bonito ornamento.

—Esa es su hebilla —señaló Rhin.

—La encontramos en el bosque —dijo Émile—. Estaba en el camino a otra aldea y fue un día después del robo.

—¡Esa no es mi hebilla! ¡Nunca la vi en mi vida! —siguió gritando.

—¡Es un mentiroso! —exclamó Émile—. Rhin y yo vimos como la tomaba y decía que era suya.

—¡La confundí con otra que perdí! —sentenció ya cansado el hombre, no podía creer que no podía sacarse de encima a ese chico escuálido.

—Pero él empezó a correr tan pronto la tuvo en sus manos —esta vez habló Rhein, para sorpresa de los espectadores—. Pude ver de lejos como empezó a correr cuando tuvo en sus manos el objeto.

—Él miente.

—No miente, tiene razón —dijo Rhin.

—Él dijo que era suya y cuando nos iba a contar donde la perdió, cerró la boca y palideció —siguió Émile—. Fue entonces cuando salió corriendo.

—¡Oscar! ¡Oscar! ¡Ven aquí! —gritó esta vez, pero nadie respondió a su llamado—. ¡Vamos, cobarde! ¡Yo no fui el único esa noche!

—¿Eso fue una confesión? —preguntó el alguacil.

—¿Qué? ¡No! ¡Yo…! ¡Quise decir…!

—Ahórrese sus disculpas, está arrestado —dijo el alguacil y lo separó de Rhein—. Bien hecho, muchacho, ahora yo me encargaré.

La gente permaneció murmurando sobre lo acontecido y la gran conmoción que causó. Aurélie, Benoit, Lottie, Marcel y Paul aparecieron en medio de todo. Poco después que terminó el concurso de pasteles, les llamó la atención los gritos de Rhin y Émile que reconocieron a lo lejos y llegaron a ver como el alguacil se llevaba a un hombre que no paraba de gritar.

—¡Émile! —gritó Aurélie cuando lo reconoció. Corrió hasta él y suspiró al verlo sano, aun así, no evitó hacerle preguntas sobre su estado—. ¿Estás bien? ¿Ese hombre no te lastimó? —dijo tan rápido que apenas pudo respirar.

Émile sonreía, estaba feliz de verla, hace mucho que no lo hacía.

—Estoy bien, no te preocupes. Rhin y ese chico me ayudaron a atrapar al ladrón.

Aurélie reconoció a Rhein que estaba parado junto a su amiga.

—¡Rhin! ¿También te encuentras bien?

—Si, Auri.

—Rhein ¿C-cómo hiciste para re-retener al ladrón? —preguntó esta vez Benoit.

—No fue fácil, a cada rato quería escapar —respondió Rhein.

—¿Lo conocen? —Émile se sorprendió que supieran quien era ese chico.

—Si, lo conocimos ayer —contestó Marcel.

—Es de otra aldea, cerca del Rin —prosiguió Lottie.

Los amigos se juntaron todos alrededor de Rhein y Émile. La gente que rodeó la escena fue dispersándose y olvidando el tema del ladrón, la mayoría quería volver a comprar y ganar los premios que habían sido hechos a mano. Rhein se percató que no se presentó con el otro muchacho.

—Un gusto, soy Rhein Grimm —él extendió su mano y Émile se la estrechó sonriendo.

—Un gusto también, me llamo Émile Belmont ¿Eres extranjero?

—Pues obvio, es de otra aldea —dijo su hermana menor con tono de burla.

—No me refiero a eso, Lottie. Quiero decir, ¿Eres de otro país?

El joven tragó en seco y sus ojos se posaron en el césped.

—Eh… no, soy de una aldea que se habla alemán y francés, me acostumbré a escuchar ambos idiomas y de ahí quedó mi acento —mintió con facilidad pero se sintió intranquilo por la sospecha de Émile.

—¿Cómo pudieron atrapar al ladrón? —preguntó Lottie, una pregunta que tranquilizó a Rhein y le agradeció en su mente por cambiar de tema.

—Eso también quería preguntar yo —dijo Paul impresionado, no podía sacar de su cabeza la suerte que tuvieron de atraparlo en un día en que las aldeas se mezclaban.

—Fue gracias a Rhin —respondió Émile—. Le di la hebilla de cinturón hace algunos días para que la cuidase. Hoy decidió traerla y se le cayó.

—Mientras Émile y yo la buscábamos, le pregunté a un hombre, de los visitantes, si la vio. Fue entonces cuando Émile apareció con el artefacto. Estaba tan feliz de verlo que grité de felicidad y se lo mostré al hombre. Él la reconoció como suya e intentó escapar con ella.

—Pero Rhein lo atrapó, bien hecho, amigo —le dijo Émile palmeándole el hombro.

Rhein sonrió y se sintió complacido que lo reconocieran como un amigo. Se preguntó en su mente cuando fue la última vez que se sintió así.

—¡Chicos, ahora que está mi hermano aquí podemos hacer algo todos juntos! —exclamó Lottie.

—Esperen, cuéntenme ¿Quién ganó el concurso de pasteles? —preguntó Rhin.

—Una señora de otro pueblo —respondió Marcel—. Hizo una especie de tarta con manzanas y otros frutos rojos.

—Yo quería probar los pasteles del concurso, se veían deliciosos —suspiró Aurélie.

—Yo también —dijo Lottie.

Los ocho amigos intercambiaron palabras como nunca en mucho tiempo. Para saciarse después de hablar de pasteles, compraron algunos bollos dulces. Entre todos se sentaron en el césped e improvisaron un día de campo mientras veían a los chicos de otras aldeas divertirse, las señoras comprar o vender, los hombres vanidar de sus hazañas y también vendiendo.

—Por cierto, Rhin —dijo Émile—. Es ahora que noto el vestido que usas, se ve bien, parece de la ciudad.

—Gracias, Émile. Auri me lo compró.

La amiga se ruborizó al sentir que era el centro de atención de la conversación.

—Eso explica porque es tan bonito. Tienes buen ojo para los vestidos, Aurélie —le dijo el muchacho sonriendo.

Aurélie desvió su vista y no dijo nada. Se sentía feliz que Émile le hablara, pero trataba de alejar de su mente esos sentimientos que le causaban problemas.

—Gracias, pero creo que soy mejor en los vestidos que se hacen en la ciudad que los del campo.

Marcel se acercó a su hermano, ajeno a la tensión incómoda que se produjo ese instante entre Aurélie y Émile.

—Oye, ya todos le dijeron a Rhin que se ve linda con ese vestido ¿Qué esperas tú para decírselo? —le susurró.

Paul sintió a su piel erizarse y un escalofrío le recorrió su espina dorsal. Él bajó su vista.

—Quiero decírselo cuando bailemos.

—Puedes decírselo ahora y de paso invitarla al baile —le guiñó el ojo.

Paul tragó y tomó el consejo de su hermano.

—Rhin —la llamó. Rhin le prestó atención, feliz de salir de situación incómoda—. Yo… yo también pienso que… que ese vestido te va bien —su corazón que latía muy rápido se calmó de repente.

—Gracias, Paul —respondió sonriendo.

—¿Te gustaría bailar conmigo en el baile de esta noche? —preguntó tan rápido que apenas se pudo entender. Rhin pudo captar las palabras "bailar" y "conmigo" y entendió el mensaje.

—Oh, está bien —ella aceptó porque estaba agradecida con Paul en haber sido indulgente con Benoit.

No pasó mucho tiempo antes que llegara la hora del baile. Los amigos se dirigieron hacia el escenario donde una banda de músicos estaba preparando los instrumentos que trajeron. Las parejas abajo iban a sus posiciones.

La abuela de Rhin salió de su puesto de venta para ver a su nieta y la estrechó en un abrazo. Los amigos de la muchacha la dejaron a un lado sola para tener su momento con su abuela.

—Rhin, escuché que ayudaste en el arresto a un ladrón ¿Cómo te encuentras? ¿Te lastimó?

—Estoy bien, abuela. Émile y Rhein me ayudaron.

—¿Rhein también? ¡Qué muchacho tan decidido!

Ante su exclamación y porque pasó por alto el nombre del otro muchacho, Rhin no pudo evitar negar con su cabeza, a la vez que rodaba los ojos.

—¿Todo bien en el puesto de ventas?

—Si, querida. La cosecha de tu padre fue fructífera, tu madre pudo vender muchas prendas elegantes. ¿Dónde está Rhein? ¿Ya se fue?

La caperucita tragó en seco, ella esperaba cambiar de tema, pero su abuela siempre sabía cómo volver.

—No, está por allí —señaló a su grupo de amigos, Rhein estaba un poco más alejado, hablando con Émile.

—¡Qué alegría! ¡Qué alegría! Tengo que hablar con él ahora mismo —la señora soltó a su nieta y corrió hacia el grupo. Rhin pudo observar como ella corría a su amigo lobuno de la conversación que tenía con Émile y lo llevaba para hablar aparte.

La chica se rio en voz baja y se preguntó si su abuela le preparó un regalo a Rhein.

—¡Buenas noches, damas y caballeros! —llamó el alcalde desde el escenario—. Terminaremos esta fiesta con nuestro tradicional baile, espero que hayan disfrutado de estos tres días.

La gente aplaudió y el hombre bajó para que una joven pasara a entonar su voz para una canción.

—Rhin —ella se dio la vuelta a Paul, quien temblando le estiró su mano.

Ella se la tomó y ambos empezaron un torpe baile, lo más seguro es que fuera porque el chico estaba muy nervioso. Tal vez con otra chica no sería tan torpe para bailar.

La voz de la cantante era hermosa y mientras los músicos tocaban sus instrumentos las parejas no dejaban de mirarse con sonrisas y ojos brillantes.

—¡Auch! —gimoteó Paul.

—Lo siento —se disculpó la chica—. Es la primera vez que bailo con estos zapatos.

A lo lejos vio la caperucita a su amiga bailando con Émile. Ella sonrió aliviada de que ya no estuvieran peleando, pero no evitó sentirse un poco triste por ellos. No quería que se separaran, pero los planes que tenía cada uno para su vida eran muy diferentes.

—E-eres linda —tartamudeó Paul en voz baja.

—¿Qué? Perdón, Paul, no te escuché.

—Di-dije… —antes de hablar, Rhin reprimió una carcajada—. ¿Qué pasa?

—Nada es solo que a veces tartamudeas peor que Benoit.

Él frunció el ceño por tal comparación.

—Hoy casi no habló —dijo Paul con esperanzas de poder entablar una conversación normal, sin tartamudear.

—Pobre, estoy segura que le hubiese gustado pedirle a Lottie bailar.

—Pero si sigue hablando como cabra será difícil que encuentre a una buena chica —comentó riéndose, algo que no debió hacer, pero no se dio cuenta de su error hasta que vio el ceño fruncido de Rhin.

El resto del baile fue un silencio incómodo entre ambos que ni siquiera la bonita música apaciguó. Cuando terminó la canción, Rhin se inclinó estirando la falda de su vestido y al erguirse miró a su compañero a los ojos, aún podía presenciarse su molestia.

—Tal vez Benoit tartamudea al hablar, pero tú tartamudeas peor que él cuando te pones nervioso. Deberías ver tus propios defectos antes de burlarte del de los demás.

Luego de esas palabras se retiró, no dispuesta a hablar más con Paul. El muchacho, por su parte, permaneció congelado y en silencio sintiendo que podría llorar, de no ser porque su hermano se le acercó para felicitarlo y sacarlo de la pista, muchas parejas volvían a prepararse para el siguiente baile.

La caperucita pensó en ir hacia el puesto de venta de sus padres, pero el brazo de Rhein la sujetó.

—¡Rhin, te estaba buscando!

—¿Qué pasa Rhein? ¿Algo malo?

—Siendo sincero, no lo sé. Es tu abuela, ella me dijo…

—¡¿Qué?! ¡¿Mi abuela está bien?!

—Si, si. Tranquila, tu abuela está bien. Es que ella… pues… —Rhein bajó su vista ruborizado—. Habló con el sacerdote del pueblo para que pueda buscarme un hogar aquí, en tu comarca.

Los ojos de Rhin se abrieron tanto que casi podría lagrimear.

—¡Es fantástico, Rhein! —en el fondo Rhin había pensado en hacer lo mismo, pero no tuvo tiempo para hablar con el padre Luc. Estaba muy feliz que ella y su abuela pensaran parecido.

—¿Qué? ¿Te parece bien?

—Por supuesto. Vivirás aquí —en su mente ella pensó "y estarás cerca mio".

—Pero no me especializo en nada de agricultura o en tareas del campo.

—Aprenderás, Rhein.

Ella sonrió y estrechó sus manos con las suyas. Él se sonrojó de tal muestra de afecto y por lo mucho que se acercó ella a su rostro.

—Rhein, acepta esta propuesta. Estamos en otoño y pronto empezará el invierno. Necesitarás un lugar cálido para dormir. Además, eres un chico que merece vivir entre la gente, no en el bosque con los animales. Eres muy inteligente y prometedor.

—Pero Rhin… mis…

El joven separó sus manos de las de ella y pensó en sus garras.

—No importa, te cortaré las garras y te enseñaré a cortarlas.

—Y mis… —él señaló sus orejas ocultas en el gorro a la vez que movió sus pantalones—. Tendré que estar usando sombrero y pantalones largos siempre —susurró.

—Solo en eso tendremos que ser cuidadosos, pero tal vez tengas suerte y vivas solo. Ya inventaremos una excusa para justificarlo.

El chico frunció los labios y siguió contemplando sus manos un rato más.

—Está bien, me quedaré, Rhin.

La caperucita dio unos aplausos mientras reía, su pecho explotaba de regocijo.

—No te preocupes, Rhein. Te ayudaré a que tu estadía sea placentera.

—Iré a decirle a tu abuela sobre mi decisión.

Mientras él se alejaba, Rhin sacudía sus piernas al ritmo de la música que tocaban los juglares en el escenario. No podía estar más feliz.

—¿La caperucita bailando? —preguntó Aurélie acercándosele.

—¡Auri! ¿Cuándo terminaste de bailar?

—Hace un momento —respondió sacudiendo su cabello.

—¿Por qué bailabas con Émile? Creí que ibas a alejarte de él.

—Así lo pensé pero… —ella se quedó en silencio, a la vez que el tinte bermejo se hacía presente en sus mejillas.

—¿Pero?

—Pero cuando él me lo pidió sonó tan dulce, Rhin. Que no me pude resistir —ella suspiró con sus manos en su cara.

—¿Eso quiere decir que te quedarás con él en el pueblo?

Las manos de ella bajaron hasta su pecho hechas un puño y su rostro se tornó serio.

—Aún lo estoy pensando. Todavía mi corazón está indeciso pero no quiero hacerle daño a Émile, tal vez quiero vivir en el campo, tal vez no, sólo que… —ella calló, arqueó sus cejas y sus ojos se humedecieron— no sé qué hacer —susurró.

Rhin se acercó a ella para abrazarla.

—Piénsalo con calma, Auri. El mañana es un misterio, pero no podemos apenarnos por ello, sino que debemos apreciar el hoy.

Su amiga volvió a sonreír y se separó de ella con un peso ligero en su pecho.

—Gracias, Rhin.

En medio del ameno momento, Rhein apareció, respirando agitado.

—¿Y bien, Rhein? —preguntó su amiga.

—Fuimos a ver al padre Luc y él me dijo que duerma hoy en la parroquia porque mi hogar está lejos, que mañana hablará conmigo del tema.

—¡Eso es fantástico! —exclamó la caperucita.

—¿Qué? ¿Qué cosa? —preguntó Aurélie moviendo su cabeza de un lado a otro—. ¿Pasó aquí algo que no me enteré?

Los dos amigos le contaron lo que la abuela de Rhin le consultó al padre Luc y Aurélie hizo una sonrisa tan grande que no parecía haber estado a punto de llorar hace un rato.

—¿Eso significa que te quedarás aquí, Rhein? ¡Es la mejor de las noticias que escuché en mucho tiempo! —la joven dio gritos de alegría mientras los otros dos permanecían sonrojados de sus reacciones—. ¡Esto hay que celebrar! ¿Rhein, bailarías?

La canción que bailaban las parejas ya casi terminaba, pero por el estado jovial de la gente, era obvio que tocarían otra más.

—Pues, no sé, me gustaría, pero… —Rhein no sabía cómo decirle a Aurélie la verdad de su condición.

—Ya entiendo. No tienes que hablar, Rhein. Rhin, toma —la chica puso la mano del lobuno sobre la caperucita—. ¡Disfruten del baile! —Y se marchó riéndose.

Ambos amigos vieron sus manos estrechas y se ruborizaron. Rhin se apartó rápido.

—Lo siento lo de hace rato. Auri es así a veces, hace cosas sin permiso de los demás.

El muchacho no respondió, pero acercó de vuelta su mano a la de ella. Ella volvió a sonrojarse.

—¿Rhein?

—Quiero bailar contigo, Rhin.

La llevó hacia la pista, mientras iniciaba la siguiente canción. Era una música un poco más lenta con el sonido del violín que destacaba entre los demás instrumentos.

Ahora Rhin temblaba mientras Rhein se acercaba más a ella. Los dos tenían sus manos juntas y se balanceaban de un lado a otro. No podía respirar bien, no podía mirarlo a los ojos, solo a sus pies cuyos zapatos eran muy elegantes al lado de los desairados de su compañero. Hizo lo que pudo para no pisarle, pero sin querer uno de sus zapatos aplastó uno de los suyos.

—Perdón —se disculpó la chica—. Yo… es la primera vez…

—Me gusta —la interrumpió. La chica alzó su cabeza y lo miró por primera vez a los ojos en lo que iba su baile.

—¿Eh?

—Me gusta la gente que es como tú, Rhin —le sonrió y sus ojos le transmitieron una sensación cálida en su interior.

—¿E-en se-serio? —se sintió avergonzada, estaba tartamudeando como Paul.

—Si, eres inteligente, valiente y muy… schön.

Ella inclinó su cabeza.

—¿Muy qué?

Él se rio, era muy tímido para decirle lo hermosa que le parecía, así que decidió decirlo en su idioma.

—No importa, Rhin. Estoy feliz de conocerte.

Ella le devolvió la sonrisa y quiso decir algo para que él también supiera lo mucho que lo apreciaba.

—Yo también estoy feliz de conocerte, Rhein. Eres increíble en todo, sabes nadar, sabes ocultarte bien entre los árboles, sabes pelear contra animales salvajes, sabes distinguir los ríos y predecir el clima.

—Eso solo lo se por mi condición —susurró molesto. Debajo de su gorro, sus orejas bajaron.

—Pero también eres muy inteligente, puedes hablar y leer varios idiomas diferentes, así como saber que palabras decir para que los demás se sientan mejor.

Las orejas debajo del gorro se elevaron. Rhein estaba atónito, sabía que era considerado alguien erudito, pero no esperaba que pudiera hacer bien a las personas con sus palabras. El muchacho sonrió y tomó la cintura de Rhin.

—¿Rhein, qué haces?

Él no respondió, solo la elevó sin borrar su sonrisa. La chica ahogó un grito y quienes miraban se asustaron un poco.

—¿Qué estás haciendo, Rhein?

—Una vez vi una pareja hacerlo y quería hacer lo mismo.

La joven sonrió y se rio, aunque luego se puso nerviosa por la altura a la que estaba y como el público los miraba.

—¿Podrías bajarme?

Él lo hizo entre carcajadas. Ahora sabía por qué apreciaba tanto a Rhin, por qué se puso celoso cuando pensaba que Benoit era un chico mayor que le enseñaba, por qué aceptó quedarse a vivir en su pueblo a pesar del peligro que corría y por qué arriesgó tanto por ella cuando tuvo que enfrentar a ese lobo o nadar para salvar a Lottie y seguiría arriesgándose en el futuro si fuera por ella.

Él suspiró, desde hace tiempo que no tenía esa sensación de estar en su hogar.

Ich liebe dich —susurró.

—¿Qué? ¿Qué dijiste?

—Na-nada importante —respondió tan rápido que casi se atropelló con sus palabras.

Rhin frunció el ceño e infló sus mejillas.

—Vamos, Rhein. No me gusta que me escondas lo que dices en alemán —le exigió.

—Bueno… dije que bailas bien —inventó algo que sonara creíble y despejaras de dudas a su compañera—. Sabes Rhin, te ves muy linda con ese vestido —esta vez dijo con un tono más bajo y lento, casi seductor.

—Gracias —era innegable como las comisuras de sus labios resaltaban sus mejillas arreboladas al elevarse.

Los dos bailaron en silencio y no dejaban de sonreírse en cuanto sus ojos se encontraban. No había incomodes, incluso estando en silencio. La música lo hacía sentir todo más liviano.


Traduzco y escribo, tal vez me tome un descanso por un tiempo. Gracias a las traducciones que hago de Sech auf einen Streich aprendí muchas palabras en alemán, es por eso que a veces se que palabras Rhein debe decir. Debería ver alguna serie en francés para hacer eso con Rhin.