Ookami wa akazukin ni koi wo shita no me pertenece, sino a Hitoshizuku, y Rin y Len son propiedad de Crypton, Vocaloid.
Siguió manteniendo la hoja por largo tiempo entre sus manos, intentando descifrar las palabras escritas. Estaba recostada sobre su cama, con los brazos extendidas sobre su cabeza, entre sus manos, se encontraba la hoja un poco más manchada y algo borroneada. Como no estaba escrito con tinta, ni en una superficie excepcional, lo escrito no duraría mucho.
—Mamá ¿Qué dice? —preguntó cierta vez señalando a la hoja. Ella entrecerró los ojos e intentó leer, pero tampoco pudo entender.
—No lo sé. No tengo un buen nivel de lectura.
La chica se sintió molesta, pensaba que todos los adultos debían tener la obligación de saber leer, pero en el campo las cosas eran diferentes, como le gustaría ir a la ciudad u otro lugar lejos de ese aburrido paraje.
Con su última esperanza, fue a consultar al único que si sabía leer en su casa, su padre. Él era bueno en los negocios de intercambio de alimentos, semillas, trigos, legumbres, no solamente en usar las herramientas tradicionales. Además de que sus parientes fueron personas eruditas muy queridas por la nobleza, pero por un pequeño problema personal decidieron mudarse a esa comarca.
—Papá, ¿Sabes lo que dice? —le extendió el papel y el hombre lo vio con detenimiento.
—Dice Dank, pero no se lo que significa —contestó devolviendo la hoja.
—¿Dank?
—Parece alemán, ¿Dónde lo encontraste? —el hombre se vio preocupado mientras realizaba la pregunta.
—En el bosque, la última vez que fui a visitar a la abuela —en parte era mentira, en parte verdad.
El hombre volvió a tomar la hoja de las manos de su hija y la inspeccionó otra vez. La miró con el ceño fruncido y exclamó;
—Esto no es bueno, no puede ser bueno, puede ser de parte de los prusianos. Debo ir a juntar a los vecinos. Tú lo encontraste, tú vendrás conmigo.
Dejó todas sus tareas y juntó a muchos hombres mayores o padres de familia. Algunos hicieron caso al llamado y dejaron sus quehaceres, otros lo ignoraron, pensando que una palabra escrita en una hoja no podría ser alarmante, aunque estuviera escrita en alemán, el idioma de los prusianos. Enfrente de la capilla, la mayor parte de los vecinos se reunieron.
—¡Mi hija encontró esto en el bosque! —atrajo la atención elevando la hoja con la palabra "Dank" en ella—. Dice una palabra en alemán, no sabemos que puede ser, pero si es un mensaje de los prusianos, no podemos estar seguros que es algo bueno.
—¡Lo que nos faltaba! —exclamó otro hombre—. ¡No solo estamos amenazados por las otras aldeas a robarnos nuestros abastecimientos para el invierno, sino que ahora los prusianos nos invaden!
—¿Estas seguro que es una palabra alemana? —preguntó uno de los herreros del pueblo.
—Si, no hay duda. No sé alemán, pero se distinguirlo cuando lo veo, lo he escuchado a mucha gente hablar cuando vivía en la ciudad —afirmó el padre de caperucita.
—¡Podría significar "guerra"! —indagó una mujer anciana muy preocupada.
—¡O muerte, o invasión! ¡Quien sabe! —siguió otra.
Los murmullos se empezaron a acumular y las voces del pueblo no dejaban hablar al alcalde, que se aproximó en cuanto supo la noticia. La joven de caperuza roja se sintió avergonzada por todo el escándalo que ese paranoico pueblo estaba creando por una simple nota que seguro le escribió el chico lobo.
—¡Orden, orden! No sabemos que puede significar la palabra, pero tampoco tenemos muchas noticias del exterior, si fuera algún mensaje de guerra de parte de los prusianos, seguro nos llegaría la información. O podría ser un mensaje de algún suizo —habló el alcalde.
Las voces de la gente dejó la angustia a un lado, se sintió más tranquila por esas suposiciones que un llamado de guerra o invasión.
—¿Qué propone, señor alcalde? —preguntó un hombre muy desconfiado.
—No sabemos si esto es un mensaje de guerra o no. Lo que propongo es enviar un mensajero a la ciudad acompañado de gente de confianza, preguntar por si hay una supuesta invasión prusiana, conseguir a un traductor y que nos diga lo que significa. —La gente aplaudió y vitoreó por la decisión—. Por el momento, llamo a hombres fuertes y fornidos para que protejan los cinco puntos cardinales de nuestra comarca.
Mientras varios hombres se presentaron voluntarios, la chica se escondió detrás de su padre, era muy embarazoso todo el escándalo, y un poco humillante tener la atención de esa forma.
—Eres muy lista y valiente, pequeña —le dijo el alcalde en voz baja y acarició sus cabellos rubios. A ella le disgustó esa muestra de afecto, pero no se atrevió a decirle algo al alcalde—. Si no hubieses traído esa nota, tal vez Francia estaría en peligro.
La chica tragó en seco y se sintió peor. Estaba segura que no era un llamado de guerra, pero no se atrevió a discrepar a la gente.
Escribieron letra a letra la palabra alemana en una hoja, debido a que el contenido original, escrito con liquido de una mora, se estaba borrando de la hoja del árbol. Encargaron a un chico de nombre Émile para que llevara el mensaje y otros hombres lo siguieron como custodios. Pasaron muchas semanas, y el mensajero no regresaba. Como siempre, los rumores no se esperaron en llegar, preguntándose la gente si se había perdido o si los prusianos los secuestraron, o si fueron asaltados por ladrones en el bosque. Pero el mensajero era un joven listo, y quienes lo conocían bien, sabían que llegaría pronto.
A pesar de que sus padres estaban preocupados por el asunto de los prusianos, y que no dejaban casi salir a la chica, su madre se mostró preocupada por la abuela.
—¿Pero qué será de mi mamá? —preguntó ella angustiada a su marido—. No puede estar sin saber de esto, tan marginada en medio del bosque.
—Yo puedo ir a avisarle —dijo la chica, con caperuza en mano y dispuesta a marchar. Tenía ganas de irse de su casa o se volvería loca.
—Eres muy valiente, pero no quisiera que alguien te lastimase o te hiciera algo peor.
—Mamá, no soy una tonta, conozco los caminos buenos del bosque y no sería correcto que la abuela estuviera aparte de toda la situación.
Ambos padres se callaron y miraron a su hija, luego se miraron entre ellos, como comunicándose un mensaje por su silencio. Al final, el padre tomó la palabra.
—De acuerdo, ve a advertirle a tú abuela, pero no vayas cerca de La Moder, ni te distraigas por los caminos largos. Ve y vuelve antes de que el sol caiga.
La chica asintió y fue en marcha a la cabaña de la abuela. Cuando notó que su casa estaba lejos, suspiró tranquila, ahora podía caminar a paso despreocupado. Sonrió en cuanto vio los dos senderos que llegaban a la cabaña; uno era más corto, con algunas hojas y flores caídas, el otro más largo, cerca del río Moder. El rumor de que la nota era de guerra o invasión no era verdadero, y eso lo sabía, por lo que tomó el camino largo.
Ella estaba ahí, por ese lado del bosque otra vez, su llamativa caperuza roja le confirmó su presencia, justo cuando pensó que nunca regresaría por ese lado, después del ataque y de mirar su apariencia. Se sintió muy agradecido por la canasta llena de comida que le había dejado y no quedó ni una miga luego de su festín. Solo por ese cesto, tuvo el presentimiento de que ella volvería. Todavía estaba un poco herido después de la pelea, pero los víveres que le había dejado, fueron suficientes para recuperar sus fuerzas, hace mucho que no comía tan bien.
Pero no podía decirle nada, tenía que fingir que no estaba, se ocultó detrás del árbol y la vio marchar como si nada. Le pareció bonita, no recordaba haber visto a otra mujer bonita en toda su vida, a penas tuvo contacto con los humanos y hace mucho tiempo que no hablaba directamente con ellos.
Ella iba distraída, como muchas veces y en un momento, se detuvo, sacó su capucha, tal vez por el calor y notó que una ligera brisa onduló sus cabellos rubios. Sin darse cuenta, un suspiro escapó de su boca, un suspiro que él no sabía que significaba. Ese suspiro, lo delató.
—¿Hola? —preguntó ella, alarmada por el sonido escuchado. Dio la vuelta sobre si misma y agarró una rama pesada de un árbol. Se acercó en dirección a su escondite, detrás de el pino que se ocultaba.
Scheiße, pensó él, mirándola desde otro punto acercarse. Corrió hacía otro árbol, pero ella distinguió su forma y figura y lo siguió.
—¡Espera! —le gritó. Él se ocultó inmóvil, detrás de otro árbol, pero no dijo nada, esperó a que ella hablase, escuchó sus pasos acercándose, y la rama pesada caer al suelo—. No te haré daño. Solo quiero saber algo, —una vez más, el muchacho se mantuvo en silencio—. Quiero saber, que me escribiste en la nota.
Los ojos se agrandaron más de lo normal, no esperaba una pregunta como esa. Se preguntó si ella sabía leer o no. Entonces, como si un haz de luz iluminara su mente, recordó que había escrito la nota en alemán, no en francés, ¡Albern!, se maldijo a si mismo.
Ella esperó, largo rato en silencio, no podía permanecer más tiempo allí, sus padres la esperaban y todavía no había advertido a la abuela de la falsa noticia. Después de casi dos minutos esperando, se dio la vuelta en dirección a la cabaña.
—Decía "gracias" —respondió al fin el joven.
La caperuza roja volteó a el árbol sorprendida y miró como de su sombra, salía con mucha lentitud, el mismo joven con apariencia lobuna de la otra vez. No pudo evitar ahogar un grito, como cuando se conocieron, pero esta vez, no tenía intenciones de salir corriendo.
—Quería decirte gracias, pero estaba tan apurado al escribir que lo hice en mi idioma —en su acento era notorio su procedencia.
—¿Eres... prusiano? —preguntó la chica desconfiada, a muchos pasos de distancia.
—No, soy alemán. Tú, francesa, ¿Verdad? —ella asintió en silencio, sus labios estaban fruncidos y todavía no se acostumbraba a la apariencia excéntrica del chico—. ¿Cómo te llamas? —preguntó él.
La chica dudó un rato, pero al fijarse mejor, notó que su apariencia era muy lastimera; sus ropas estaban tan desgarradas y sucias, que no pudo evitar sentir pena por el muchacho lobo.
—Rhin —ella dijo. Fijó como las orejas puntiagudas se elevaron, como si algo lo hubiese sorprendido.
—¿Rhin? ¿Cómo el famoso río?
—Así es.
—Yo también me llamo como el río —fue el turno de la chica por sorprenderse, sus ojos se ampliaron.
—¿También te llamas Rhin?
—No, me llamo Rhein, así es como se dice en alemán.
La caperucita se mostró sorprendida, y por primera vez, sonrió.
—Hablas muy bien francés ¿Quién te enseñó?
—Mi padre y mi tío, ellos son muy buenos lingüistas. —él correspondió su sonrisa, no le fue difícil hacerlo—. También aprendí neerlandés e inglés, gracias a ellos.
—Se ve que sabes mucho, hasta escribir. Yo solo se hacer algunas comidas y limpiar. Otra cosa no sé, ni leer —terminó diciendo con la cabeza gacha.
El muchacho, de nombre Rhein, volvió a levantar sus orejas sorprendido y sintió pena por la joven.
—Pero sabías lo que decía la nota.
—Mi padre me lo leyó, se puso como loco cuando supo que era alemán el idioma de la nota, si lo hubiera sabido, no se lo hubiese mostrado. Él no sabe alemán, pero lo distingue de otros idiomas. —Rhin se mantuvo en silencio, hasta que una leve risa escapó de sus labios.
—¿Qué es gracioso? —preguntó desconcertado.
—Nada, es que... cuando papá se enteró que el idioma era alemán, convocó a una reunión en la comarca e hizo pensar que tal vez el mensaje era una incitación de guerra o invasión por parte de los prusianos.
—Tú padre si que es paranoico —ella asintió riendo—. Perdón por toda la revuelta que causé en tu pueblo.
—No, está bien. Hace mucho que no pasaba algo interesante. Ahora el alcalde ha mandado a un mensajero a traer la traducción de la nota desde la ciudad, y las últimas noticias. Cuando sepan que solo significa "gracias", van a estallar de risa y decepción.
—O de alivio —acotó el joven. Ella negó, siguiendo con sus carcajadas.
—Lo dudo, estoy segura que más de alguno quería ir a la guerra, conociendo lo arriesgado que son los hombres y eso me hace recordar; hay varios hombres vigilando en los puntos cardinales de la comarca, será mejor que tengas cuidado.
—Lo tendré, aunque estoy aquí desde hace poco tiempo, se bien cuales son los lugares más seguro de este bosque, como tú.
Ella se mostró sorprendida ante tal afirmación tan cierta.
—¿Cómo... sabes eso?
Rhein se dio cuenta de sus palabras y bajó la vista junto a sus orejas, como un niño que lo encuentran atrapado en su fechoría.
—Algunas veces te vi caminar por aquí y he notado, y perdón si sueno un poco atrevido, que caminas con aires soñador cuando pasas cerca del río —fue el turno de Rhin por bajar la vista ruborizada de que él haya notado eso—. ¿Puedo preguntar el porqué?
—Bueno, de poder puedes, pero que yo quiera responder a tú pregunta, es otro asunto —dijo muy firme, como si no deseara responder a su pregunta—. Sería como si yo te preguntase, o mejor dicho, te pidiese el favor de que me explicaras el porqué de tú apariencia —el chico bajó su orejas lobunas, demostrándose apenado.
—Si lo haces ver así, lo entiendo ¿A dónde ibas ahora? Muchas veces te veo por aquí, pero nunca se a donde vas —preguntó con intenciones de cambiar de tema.
—Al único lugar que mis padres me dejarían, ir a ver a mi abuela.
—¿Por qué tú abuela vive tan lejos y tan... sola?
La joven se encogió de hombros.
—La verdad, no sé. Supongo que fue allí donde se crió y... así es la gente mayor. Le cuestan los cambios y prefieren pasarse lo que les queda de vida en un lugar conocido o querido por ellos.
—Tiene sentido —ninguno dijo algo más y la atmósfera empezó a sentirse pesada. Rhein reaccionó a tiempo, recordando a donde iba Rhin—. Perdón, creo que te estoy atrasando.
—¿Qué? ¿A qué...? ¡Ah! —la muchacha cayó en cuenta a que se refería el muchacho lobo—. Cierto, debo ir a ver a la abuela ¿Cómo pude olvidarlo? Seguro va a estar preocupada si no me apuro —Rhin dio la vuelta dispuesta a correr, pero echó una última mirada al chico—. Fue un gusto conocerte, Rhein, hasta algún día —ella saludó con la mano y corrió en la dirección.
—También lo fue para mi, Rhin —le dijo el chico, pero estaba seguro que ella no lo había escuchado.
En general, la joven había dado el aviso a su abuela sobre el tema de la nota en la hoja de un árbol y que la encontró en el bosque. La mujer mayor reaccionó como toda persona progenitora y protectora lo haría.
—¡Pardiez, mi niña! Debes ahora cuidarte más que nunca ¿Encontraste la nota en dirección a la cabaña? Eso es aún más alarmante, quiere decir que ese misterioso prusiano...
—O alemán —interrumpió la joven, cuando su abuela levantó una ceja sorprendida de la suposición de la chica, ésta prosiguió—. O suizo —continuó nerviosa.
—Suizo, alemán, prusiano, todos son lo mismo. Trata ahora de ser más precavida cuando vengas. No, ni siquiera tienes que venir ahora, corres mucho peligro. Vuelve a casa y no regreses hasta que el mensajero vuelva. No te preocupes por mi ¿Qué le harán unos soldados a una anciana? Tal vez robarme, pero no tengo mucho que ofrecer, más que una rica comida.
—Abuela, tal vez papá exageró ¿Y si la nota no era más que... eso? Una simple nota que podía contener cualquier trivialidad.
—No hay que tomarse esas cosas tan a la ligera Rhin, quien sabe que podría acechar a esta pequeña comarca.
A penas pudo seguir escuchando a su abuela, lo que más deseaba en ese momento era volver a su hogar, ver La Moder y charla un rato con... con su nuevo conocido. En algo tuvo que aceptar que su abuela tenía razón, no era bueno juzgar a un muchacho y uno debía conocer mejor a la gente, ahora estaba feliz de haber tomado esa decisión de acercarse más al chico-lobo. No pudo evitar sentirse preocupada en como comería Rhein o donde dormía, que suerte que estaban en verano, pero los días de frío y lluvia ¿Dónde los pasaría?
—Querida ¿Por qué esa mirada?
—¿Eh? —murmuró la chica alzando su cabeza.
—Luces como si algo te angustiara, entiendo si es el tema de la nota.
—No abuela, eso no me preocupa ahora.
No contó los segundos, porque en poco tiempo salió de la cabaña en dirección a su hogar, no sin antes escuchar cientos de consejos y recomendaciones de la anciana, como por donde era más seguro y que no se quedara viendo otra vez el río. Recomendación que, por supuesto, no siguió. Otra vez pasó cerca de la quebrada con el sol cayendo a sus espaldas, el suelo era más empinado y un poco húmedo, pero ella pensaba en que cosas se ocultaban más allá de su orilla y qué misterios escondía su horizonte.
—Ten cuidado, podrías caerte y mojarte —escuchó al mismo joven de antes decir. Ella dio la vuelta y lo contempló apoyado sobre el tronco del árbol.
—Estoy llena de advertencias y consejos —respondió con un tono de ironía.
—¿Ah, si? Creí que no, como tus padres siempre te dejan venir hasta aquí sola.
—Me dejan venir hasta aquí, con un muchos consejos y advertencias, tengo muchas de sobra. Una de mis favoritas es "no pases por el sendero del río".
—¿Es tu favorita porque es la que más desobedeces? —ella asintió y rió en voz baja, su compañero se contagió con la risa—. Por casualidad, Rhin, ¿Tienes comida de sobra?
—Hoy no vine con el canasto, solo vine a advertirle a la abuela sobre tu nota —dijo extendiendo sus manos vacías. El joven hizo un mohín y bajó sus orejas. Eso le hizo recordar algo a la joven.
—Por cierto, Rhein ¿Dónde duermes? —el chico señaló con su mano a un lugar no específico del bosque.
—Por allá, a unos metros, cerca de un tronco hueco. No fue fácil, primero tuve que limpiarlo todo de insectos y cuando vi que estaba bien, empecé a refugiarme allí. Preferiría haberme refugiado en alguna cueva, pero los animales siempre se adelantan.
—Y ¿Qué comés? —preguntó Rhin más preocupada que antes.
—¿Que adivinas? —contestó y se echó a reír, eso lo hizo sentirse bien, hace mucho que no reía o bromeaba con un humano.
—Ya, en serio —dijo la muchacha, parando su risa.
—Pues... de lo que pueda, mayormente la corteza seca del árbol o algún fruto. He aprendido a diferenciar que bayas son buenas o venosas por el olfato. Antes comía carne más seguido, pero ahora, a penas puedo.
Rhin sintió pena por las condiciones que él vivía, pero también mucha curiosidad. ¿Cómo es que llego a tener esa forma? ¿Cuánto tiempo llevaba así? ¿Cómo fue que terminó cerca de su comarca? ¿Qué es lo que hace la mayor parte de su día? ¿Cómo se cuidaba de los peligros en el bosque?
—Oye te-tengo una idea. Se como darte algo de comida.
—¡¿Cómo?! —exclamó el joven entusiasmado, con sus orejas en punta otra vez.
—Esta noche puedes venir a mi casa.
—¿Qué? ¿Dónde es? ¿Cómo es? —siguió preguntando cada vez más impaciente.
—Tranquilo, tranquilo —intentó calmarlo, estaba muy cerca de ella y con una mirada suplicante—. Vivo a pocos kilómetros de aquí, todo en esa dirección —señaló al sur del sendero—. Dejaré una bolsa de mimbre con comida en la ventana de mi habitación. Hice una hace tiempo sola y mamá no notará su ausencia, podrás llevártela, pero traémela pronto ¿Si?
—¿Cómo reconoceré tu casa?
La chica posó pensativa a la cuestión, pero pronto supo como responder.
—Mi casa tiene una línea de color rojo en la pared exterior de mi habitación, en esa misma pared verás la ventana con la bolsa de mimbre. Así podrás reconocerla. También está al lado de un granero, y posee una extensión con un pequeño huerto.
Si no tuviera tanto orgullo, Rhein podría llorar, y si no se conocieran de hace poco, podría abrazarla. Sus ojos brillaban, sus brazos temblaban y ni hablar de sus rodillas, se sintieron recuperar fuerzas.
—Gracias, Rhin.
—Por nada —respondió en una sonrisa sincera la chica. Ella volteó en dirección a su hogar y levantó su mano—. ¡Hasta pronto! —se despidió corriendo, no quería preocupar de vuelta a sus padres llegando tarde a su casa.
Rhein suspiró otra vez de alegría. Al fin, alguien comprensivo y comida decente.
Al siguiente día, Rhin despertó feliz de ver el cesto de su ventana vacío. "Seguro se lo comió todo a noche", pensó sintiendo lástima del chico.