Shingeki No Kyojin no me pertenece. Mis respetos a su respectivo creador.

-RivaMika-

SemiAU


"No te rindas"

No te rindas, aún estás a tiempo
De alcanzar y comenzar de nuevo,
Aceptar tus sombras,
Enterrar tus miedos,
Liberar el lastre,
Retomar el vuelo.
No te rindas que la vida es eso,
Continuar el viaje,
Perseguir tus sueños,
Destrabar el tiempo,
Correr los escombros,
Y destapar el cielo.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se esconda,
Y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma
Aún hay vida en tus sueños.

Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo
Porque lo has querido y porque te quiero
Porque existe el vino y el amor, es cierto.
Porque no hay heridas que no cure el tiempo.
Abrir las puertas,
Quitar los cerrojos,
Abandonar las murallas que te protegieron,
Vivir la vida y aceptar el reto,
Recuperar la risa,
Ensayar un canto,
Bajar la guardia y extender las manos
Desplegar las alas
E intentar de nuevo,
Celebrar la vida y retomar los cielos.
No te rindas, por favor no cedas,
Aunque el frío queme,
Aunque el miedo muerda,
Aunque el sol se ponga y se calle el viento,
Aún hay fuego en tu alma,
Aún hay vida en tus sueños
Porque cada día es un comienzo nuevo,
Porque esta es la hora y el mejor momento.
Porque no estás solo, porque yo te quiero.

Mario Benedetti


Linaje Ackerman


10

—Creo que necesita una mano capitán.

Los dos se quedaron de piedra.

—Jaeger…

Ahí, de pie, con cara de impávido aburrimiento los contemplaba aquél que los llevó a padecer ese inferno.

El odio no tenía precedentes. Era más ínfimo y perenne que el odio con el que apuñalaban a Zeke. Eren lo sabía.

—Ahí están—Distinguieron detrás del castaño la voz del rubio—Es tu decisión que hacer con ellos, hermano.

"¿Hermano?"

—Libérenlos.

Levi y Mikasa no salían de su asombro.

Así pues, uno de los hombres que les servían a los captores acató la orden. No lo asimilaron del todo; desprenderse de la presión de los grilletes en sus muñecas y tobillos los dejaba desconcertados.

Mikasa fue la primera en reaccionar. Los ojos se le cundieron en lágrimas, al mismo tiempo que se sobaba las muñecas y se levantaba con pasos temblorosos. Entonces, un quejido lastimero mermó de su garganta y sus impulsos se movieron por ella.

Abrazó a Levi, quien con los ojos bien abiertos no perdía de vista a los indiferentes Zeke y Eren. Esa sensación que solo la azabache era capaz en provocar en él lo sacó de la estupefacción y, por ende, no se retuvo en estrechar a su prometida entre sus brazos, aún sin quitarles la mirada de encima a los sujetos del otro lado de la celda, con igual menosprecio.

—¿Piensas usarlos, Eren?

—No. —Zeke enfrentó a su hermano, con una ceja levantada. El muchacho parecía sumido en sus propios pensamientos, ajeno a la conmovedora escena y los lloriqueos de la heredera.

—¿Eren?

Ni Zeke ni Levi ni nadie lo predijo. El de mirada esmeralda se movió rápidamente y, sacando de la manga de su chaqueta una daga, atravesó el pecho del rubio con ella.

—… ¿Her…mano…? ¿Por qué…?

El hombre, con sangre escurriendo del pecho y de la boca, se desplomó en el suelo. Una lastimera expresión era visible en su rostro, que se iba tornando pálido y frío, tanto como lo fue Eren viéndole morir a sus pies.

—Los hombres necesitan a alguien que los guíe a la salvación, Zeke. Tú mismo lo dijiste—Contestó, mordaz—Alguien que tenga la capacidad de sacrificarlo todo.

Ésta era la única forma de salvarle, de salvarse, de salvar a Eldia

Añadió, viendo directo a los ojos de Levi:

—Un sacrificio por un bien mayor.

Esperaba que con ello lo entendieran todo.

Pero ellos, al igual que el hombre que los había liberado, estaban petrificados. El capitán mantenía el contacto visual contra las frívolas esmeraldas, afianzando a Mikasa contra él; la azabache por su parte miraba el cuerpo del fallecido anonadada.

Oyeron un grito desgarrador: Eren había asesinado también al otro hombre, cortándole la garganta y acto seguido abrió completamente la celda.

—Síganme. No tenemos todo el día.

Lo miraron desconfiados ¿Seguirlo a él? ¿Quién era ese ente? ¿Qué quería? Realmente no deseaban seguirlo, pero no tenían otra opción.

Se habían refugiado en una pequeña casa dentro de la ciudad marleyana. El mayor de los Ackerman lo había intuido; Zeke les había mentido respecto a la ubicación. Sin más opciones por tomar, tuvieron que seguir a Eren, aún en contra de la desconfianza que les producía.

La pequeña casa era iluminaba por tenues lámparas de aceite, casi todo era viejo y de madera. El recinto contaba con cuatro camas pequeñas, una cocina y un baño.

El muchacho Jaeger les explicó todo. Su hermano, un eldiano hijo de su padre, había sido criado dentro de las filas marleyanas con el fin de acabar con su propia gente. Lo había conocido años atrás, cuando partió por su cuenta para buscar la solución a la interminable guerra por sus manos. Sin embargo, él y su hermano tenían una concepción muy diferente de la liberación eldiana.

Con la confianza ganada y un pequeño ejército a su favor, Eren había llegado a la conclusión que las ideas arraigadas de su hermano no iban a perpetuar la vida de ninguna nación. Básicamente, para Zeke, tanto Marley como Eldia debían caer para redimirse.

—Entonces, ¿dices que ése pedazo de mierda quería acabar con todos? —Preguntó el capitán al oírlo. Eren asintió.

—No podía permitir que el plan de mi hermano se concretara—Continuó explicando—Intenté persuadirlo muchas veces, pero Zeke en verdad estaba decidido a cumplir ese cometido… Siento por lo que tuvieron que pasar, capitán, Mikasa. Pero era necesario.

Los Ackerman guardaron silencio.

—En algo tenía razón mi hermano. Su poder es necesario para darle fin a ésta guerra sin tregua—Entonces, posó los ojos en la heredera—Mikasa, Armin y la legión ya están al tanto.

La azabache había guardado silencio durante todo el trayecto y durante la explicación de los motivos que tenía el prometido de la reina. Se había mantenido distante; Levi había notado la forma rencorosa con la que avistaba al castaño.

—Dime, Eren—Habló el heredero, con parsimonia en la voz—¿Entonces tu compromiso con Historia es también parte de tu plan?

La duda tenía doble intención.

—Más o menos.

Sentenció.

—Nos veremos más tarde—Eren se acomodó la chaqueta colocándose de pie—Tengo algunos pendientes con los que terminar aún.

El silencio se instaló una vez los Ackerman se quedaron solos.

Mikasa había preparado una crema para cenar; Levi le veía hacer cada movimiento, la manera en que la azabache veía puntos ciegos de la habitación. Algo la aquejaba.

—¿Qué es, mocosa? —La abordó luego de que hubieron ordenado la pequeña cocina, abrazándola por la cintura.

—…

—Sé que no es precisamente cómodo tener que movernos con Jaeger, pero…

—¿Viste la forma en que asesinó a su hermano? Su hermano, Levi, era SU hermano y no le dolió en lo más mínimo hacerlo…

Ella se había identificado. No conocía, en absoluto, al hombre que los había sacado de la celda. Era un completo extraño, un asesino que no tenía compasión ni miramientos. Y no es que ella tuviera la potestad para juzgarlo, pero las decisiones crudas que tomaba Eren eran demasiado. ¿Qué clase de rey podía ser para Eldia ese hombre, cuando no tenía ninguna clase de consideración?

Ver a Zeke morir la hizo verse a ella misma, desangrándose por culpa del castaño. Fue Mikasa, en la adolescencia, sufriendo la pérdida y traición de su hermano al dejarle desamparada junto a Armin.

Un malestar se asentó en su estómago y sintió unas terribles náuseas.

—Oi, saldremos de ésta—Su prometido, acariciando sus tersos brazos, besó sus hombros y cuello con una ternura inusitada—Lo prometo.

Si él lo decía, entonces así sería.

Así sería.

Entrada la madrugada, Eren retornó a la pequeña casa. Levi había vislumbrado la silueta del muchacho sin camisa o prenda alguna que ocultara su torso desnudo; fue después de que, luego de muchas caricias y besos clandestinos, su mujer lograra conciliar el sueño.

El futuro rey se mantuvo indiferente a la comprometedora escena en que había hallado a su hermana adoptiva y a su capitán. Había sospechado la relación que éstos mantenían, pero poco le importaba. Era la vida de Mikasa y Levi era un hombre respetable.

—Capitán Levi—Lo llamó, sabiendo que el hombre se hallaba despierto—Necesito hablar con usted a solas.

El azabache se levantó procurando no perturbar el sueño de la soldado. Se hubo puesto en pie y siguió al muchacho, hasta mediar palabras que serían decisivas a futuro.

—Usted es fuerte. El más fuerte, capitán Levi. Tiene un gran poder.

Y un gran poder… conlleva una gran responsabilidad.


Estaban preparados, o al menos ansiaban sentir que lo estaban. Era primordial regresar al pedazo de tierra que los esperaba más allá del mar.

Mikasa seguía intranquila. Para la heredera, la situación que los tenía atados de pies y manos era sumamente delicada y frustrante. Lo sabía, además de que ya su prometido se lo había recordado incontables veces, que si o si debían seguir el plan de Eren.

Pero seguía sin confiarse ni un ápice de su hermano adoptivo.

Por eso no soltaba a Levi. Ansiaba el calor que el hombre le proporcionaba, lo solicitaba, sus manos instintivamente lo buscaban. El capitán se las había apañado para conseguirle unas improvisadas compresas, cuando apareció su problemilla menstrual, motivo que retrasó los planes del Jaeger. También había mentido cuando hubo pasado el ciclo, solo para compartir una última noche junto a su azabache.

Se alistaron a primera hora. Eren les proporcionó unas capuchas de tela marrón y unas hachas de leñador. A ambos Ackerman les parecía una pobre indumentaria, pero cualquier cosa con filo bastaba para ellos. Y eso bien que lo sabía el prometido de Reiss.

—Eren—Era la primera vez, en días, que se dirigía de manera directa al muchacho—Si nos traicionas, yo misma te cortaré la garganta—Y no mentía. Y ellos sabían que no lo hacía.

Interceptaron un edificio unas calles más allá, después de subirse a un carruaje conducido, para sorpresa de los dos herederos, por soldados de la legión.

Mikasa sería la primera en atacar a los guardaespaldas de la edificación que intervendrían. Iría ella sola, cosa que no terminaba de agradar al capitán, luego ellos entrarían para atacar a los soldados marleyanos. El objetivo era el canciller de la nación enemiga, personaje corrupto participe de la dictadura en que se había convertido el gobierno actual. Su objetivo estaba muy claro.

Así se hizo. Mikasa se soltó de la mano del capitán y fue hacia los hombres, acabando con los cuatro guardaespaldas en minutos.

Durante la pelea de la azabache, Eren observó por el rabillo del ojo la manera en que Levi seguía los movimientos de su hermana. El hijo de Grisha era el primero con quien destapaban sin tapujos su relación, besándose esporádicamente y permitiendo roces y caricias frente a él. También no había pasado desapercibida la joya que portaba en uno de sus dedos la azabache.

—Ustedes dos se complementan muy bien—El capitán lo miró, atento.

—Hmp.

—Me alegra que Mikasa lo haya encontrado a usted, capitán—Comentó el muchacho, retornando la mirada a la soldado—Ella necesitaba a alguien que proteger y que la protegiera. Yo no era esa persona. Creo que usted necesitaba lo mismo.

El aludido se tomó su tiempo en responder, transcurrido un rato, Jaeger prefirió concentrarse y prepararse para salir justo cuando Mikasa derribó al último sujeto. Ahí fue que Levi le respondió.

—Al igual que tú no la necesito, Jaeger—Se puso de pie y miró de reojo al muchacho.

El castaño había comprendido esa mirada, antes de abatirse los tres contra los guerreros que se aproximaban.

Yo la quiero.

La necesito, sí, la necesito respirando y lejos de toda esta mierda

Habían acabado con el senador, con todos. Habían hecho una perfecta masacre dejando cuerpos cercenados a su paso.

—Lo logramos—Había dicho Armin, quien arribó llegado minutos después con un séquito de soldados. Eren asintió altivo a sus palabras, abrazando por los hombros con un brazo al rubio.

Mikasa no salía del asombro arbitrario de verlos a ambos, cuando bien recordaba que Armin había terminado tan dañado como ella por las decisiones egoístas del castaño. Y como si los amigos pudieran leerle la mente, la observaron a la vez, a lo que ella desvió la mirada hacia el suelo.

La invitaban a unirse al fraternal abrazo.

—Hay que seguir—Levi irrumpió comentando con la mandíbula tensa a su lado. Tenía razón, no habían terminado.

La azabache sin embargo no esperaba que tras abandonar el manchado edificio plagado de cuerpos, detonaran incontables bombas que la dejaran aturdida. Levi la había tomado por los hombros una vez subidos al carro halado por un caballo, que los sacó del lugar. Seguido, se fijó en Armin y Eren. Todos tenían la misma expresión.

Como si lo hubieran previsto.

Pero, de ser así, ¿por qué ella no había estado enterada?

Habían arribado a un muelle, en tanto las sirenas y alarmas sonaban por toda la ciudad. Los guerreros no tardarían en aparecer. Grata fue la sorpresa cuando, en un barco junto al mismo, Hanji, Moblit y Jean estaban ahí.

—¡Heeey, Mikasa! —Era la capitán, moviendo los brazos enérgica para atraer la atención de la soldado. Esta vez, con un parche censurando uno de sus ojos.

Estaba feliz. Saldrían de allí, ya habían sobrevivido, ya estaban listos para partir. Ya no más dolor… No.

La esperanza nos trajo hasta aquí

Incluso sintió aprecio y hasta se sintió agradecida con Eren por llevarlos hasta ahí.

Armin le sonrió, con un deje de felicidad y melancolía, extendiéndole una de sus manos. Ella la tomó, apretando la de su prometido con la otra. Dio unos pasos atraída por el rubio, pero el otro agarre la detuvo. Levi no se movió y por el contrario, le soltó la mano…. A lo que ella, confusa, volteó buscando una explicación.

—Vamos, Mikasa—Instó el muchacho estratega, tratando de hacer que se moviera. Pero ella no lo hizo.

Ella miraba al capitán, solo al capitán, buscando algo. Más él no la miraba a ella… Y eso la aterró.

—¿Levi?

Lo oyó suspirar. Y la miró, las calcedonias brillaban para su parecer causando estragos en su corazón. Se lo decía sin palabras y ella no lo aceptaba, porque era inconcebible. Insoportable.

Sintió los labios aprisionarse con los suyos, con cariño, con amor. Le entregó muchos sentimientos por medio de aquel beso. Pero el sabor era más agrio que dulce, porque ese beso sabía a una única cosa…

—Cuídate, mocosa.

Eren le tomó una muñeca, por lo que Armin sin remedio le tomó la otra. Los dos, en contra de la voluntad de la azabache, la llevaron consigo al barco. Y Mikasa se enloqueció, se movió frenéticamente, luchó por liberarse de los brazos de los dos.

Ese beso…

Ese beso sabía a despedida.

—¡Levi! ¡Levi! ¡Suéltenme! ¡LEVI!

Gritó hasta donde le dieron las cuerdas bocales y con toda la fuerza de los pulmones. Moblit y Jean debieron echarles una mano a Eren y Armin, usando todos el máximo de sus fuerzas para retenerla. A Mikasa no le importaba. No concebía, estaba lejos de esa realidad. Ella no sintió las manos de sus compañeros, si no los grilletes de las cadenas de la celda que compartió semanas atrás con su prometido. Y lloró, lloró hasta que el alma se le secara, hasta que la figura del azabache se veía minúscula; el barco había zarpado y sus compañeros la observaban con pena.

Porque era la segunda vez, no, la tercera en que sufría un abandono emocional tan grande. La tercera en que su sentir terminaba ultrajado.

Mikasa solo distinguió uno de esos ojos, una de esas caras, que era justo la única cuyos ojos no estaban puestos en ella. Las podridas esmeraldas que quiso arrancar, en un arrebato.

—¡Eren!

Si el Jaeger no hubiera perfeccionado sus capacidades en pelea, Mikasa habría logrado infringirle daño. Armin y los demás debieron correr a alejarla del futuro rey, puesto que estaba empecinada en hacerlo pedazos ahí mismo.

En cortarle la garganta como había jurado. Porque, para ella, Eren nuevamente la había traicionado.

Porque todo había sido un plan de Eren, desde el principio. Porque igual que años atrás había servido como un títere en los caprichos del castaño, aún si iba en contra de su voluntad. Y esta vez el precio era más caro. Eren le había arrebatado todo.

Como lo odiaba. Cuanto, cuanto lo odiaba.

Eren siempre era el detonante, la mente detrás del suceso, la plaga que acababa con todo a su paso.

Eren, Eren, Eren y solo Eren.

La conmoción era demasiada. Su mente estaba exhausta, de todo. Solo se hubo calmado cuando los brazos de Hanji la arrullaron mientras se deshacía en cada sollozo, hasta caer rendida.

La azabache despertó en el cuartel.

No era ni lo sombra de lo que fue antes de partir de allí.

No había brillo en su mirada, no había vigor. Enferma, se sentía enferma. La capitana se daba de cuenta y se sentía triste por ello. Mikasa no destilaba ni la fuerza ni el vigor que la caracterizaba.

—Es como cuando se fue Eren—Dijo Armin, tras una reunión con Hanji y Erwin una tarde—No. Estoy seguro que es peor—Meditó el muchacho. El comandante y la capitana se miraron.

Habían sufrido incontables bajas por la batalla de dos meses atrás, esa donde habían secuestrado a los Ackerman. Además de Sasha, cayeron muchas vidas. Entre ellas la de Mike Zacharius, Nanaba, Petra…

—Connie se murió de pena—Le informó Jean a Mikasa en una ocasión en que la visitó. La azabache nunca salía de su habitación, por lo que sus amigos procuraban ir a verla—No pudo soportar la muerte de Sasha.

Hanji era la que más pendiente estaba de ella. La excéntrica mujer la visitaba cada noche, sin falta, aún si la chica permanecía callada y con la mirada perdida. Armin también buscaba verla seguido.

Además, la heredera era objeto de los cotilleos de Eldia, incluso por encima de Eren y la reina. Luego de las acciones de Levi ante la nobleza antes de partir era un revuelo gigante. Cuando Mikasa se paseaba por los pasillos, los soldados no hacían más que mirarla con desprecio y susurrar a sus espaldas; con los nobles no sería muy diferente.

La capitán se sentía responsable con la situación de la azabache, desde la última vez que habló con Levi ese día en el muelle.

Cuídala, Hanji. Por favor cuídala. Te lo encargo cuatro ojos.

Porque él sabía que Mikasa era tan frágil como fuerte. Tan fuerte como frágil.

No había dejado que regresara a la mansión, pues imaginaba que los recuerdos del capitán estarían presentes en cada esquina. También la asignaron a otra habitación, para que no tuviera el recordatorio constante de Sasha.

Así que la mujer no desistió y preocupada porque la azabache sufriera el mismo destino que su otro subordinado, la llevó con el médico de la legión.

—No lo sé, doctor, si pudiera recetarle algo para que ella no se deprima más—Dijo al anciano luego de que la checara—No quiero que termine cometiendo una locura.

El médico se refregó la barbilla, observando el diagnóstico realizado a la soldado en cuestión.

—Entiendo su preocupación, capitán, pero me temo que no puedo hacer lo que me pide—El hombre se acomodó las gafas, sopesándose la información que tenía en sus manos—Verá, la señorita Ackerman está embarazada.

Hanji casi se cae de la silla.

—¡¿Qué?! ¡¿Lo dice en serio?! —El hombre asintió, extrañado con la reacción de la superior.

"¡Yuju! ¡Así que lo hiciste, enano!"

La líder de escuadrón se pensó todo un día en cómo darle la premisa a su querida subordinada. Antes de decírselo, se lo comentó a Armin quien tampoco cabía en la sorpresa y la alegría. Considerando lo cercano que era el estratega al futuro rey, el Jaeger no tardó en enterarse. Aún así, Eren se mantenía al margen de Mikasa.

Fue un viernes por la noche, tras una cena para celebrar las buenas nuevas por haber recuperado el terreno más allá de los muros, que Hanji decidió arribar la habitación de Mikasa. Justo a tiempo; la soldado estaba apoyada en el marco de la ventana sobre sus rodillas, lista para lanzarse al vacío.

—¡Mikasa! —La haló de un brazo haciéndola caer sobre ella—¡¿Acasó te volviste loca?! —Exclamó, tomando a la muerta en vida de los hombros.

—No quiero vivir, Hanji-san—Respondió rota, quebrada, hecha trizas—No puedo, no tengo qué.

El alma estaba ausente. El espíritu derrotado.

Y es que el corazón se le había quedado en el muelle de Marley, aunado a la esencia de Levi Ackerman.

Y Hanji sintió pena, muchísima pena.

—No digas eso—Pidió, secando las lágrimas—Tienes que vivir, Mikasa. Tienes que hacerlo… Por ti y por tu bebé.

La azabache le contempló con los ojos tal cual par de monedas. Atónita. Aturdida.

Bebé

La noticia hizo eco en su cabeza.

Por eso los mareos, por eso las náuseas. No estaba enferma.

—¿Estoy…?

Hanji asintió, abrazándola nuevamente. Nuevas lágrimas descendieron de los orbes de plata, en tanto el brillo retornaba a los irises. Un calor enorme vino a su pecho, uno similar al que sentía a causa del capitán.

No podía rendirse

Pensó, llevándose las manos al vientre.

No podía hacerle eso a su hijo

De ella, de él. Un bebé de ella y Levi.

—Hanji-san—Decidida, se apartó de su superior para secarse las lágrimas. La miró causando emoción en la capitán—Quiero volver a la mansión.

Mikasa retornó a la antigua estructura, con nuevos ánimos. Había decidido seguir con su embarazo y se sentía lo suficientemente capacitada para vivir por su cuenta. Sin embargo, por prevención y petición de la misma, Erwin concedió a Hanji quedarse un tiempo junto a la soldado para cerciorarse de su seguridad.

Cuando la heredera contaba con las veintitrés semanas de embarazo, la boda de Eren e Historia se suscitó. Para sorpresa de todos, ella decidió asistir, usando un vestido majestuoso confeccionado por Scostless –quien se sentía maravillada creando ropajes para una lady embarazada-.

Poco después una nefasta noticia tocó a su puerta.

—Lo sentimos—El soldado se fue tras entregarle el cravat en sus manos.

Hanji y ella lloraron. La capitán más, pero ella a solas. Mikasa la superó; gritó y sollozó hasta quedarse dormida, pero aceptó la noticia de la muerte de su prometido tragándose todo el dolor.

Creó un vínculo de más cercano con Hanji y Erwin, los más merecedores de la confianza de su prometido en vida. También logró perdonar, o al menos tolerar a Eren, luego de que el mismo le diera su sentido pésame.

—Mikasa, no sé si me creas—Le había dicho después de la plática—Pero esa noche cuando le pregunté si estaba seguro de pelear hasta lograr la libertad de Eldia, él me dijo que no se arrepentiría, porque fue su decisión.

"—Toma una decisión de la que no te vayas a arrepentir"

Claro que sí. Era Levi, después de todo.

Aceptar la realidad era duro.

Porque, sí, éste mundo es cruel…

Pero no podía echarse a morir. No ahora.

La proclamación de Eren ante Eldia como legítimo rey de las tierras no tardó en llegar; todos los ciudadanos de la nación lo adoraban, pues había peleado por lograr la ansiada libertad.

La rendición de Marley llegó poco después de saberse la muerte del heredero Ackerman. Todos sabían, en el fondo, que todo había sido gracias a él. Levi dio descanso a todas las almas perdidas durante la guerra.

Y si, todo había salido como el Jaeger lo había planeado

Pero también muy hermoso…

—¡Puja, Mikasa! ¡Ya casi!

En los aposentos de la soldado, la heredera, la invencible Ackerman, se oyeron los llantos de un recién nacido. La mujer sudaba cansada por el esfuerzo, pero sonreía y lloraba de felicidad por contemplar a su primogénito.

Y en ese instante supo, mirando el pulcro cravat colgado de un clavo y a su hijo, que todo había valido la pena. Todo.

Porque había tomado una decisión de la que jamás se arrepentiría

Era un nuevo día y primeros rayos del Sol salieron para colarse por las ventanas de la mansión Ackerman; los trabajadores salían a cuidar y plantar los terrenos, en tanto otros limpiaban y organizaban la misma. En uno de sus baños, una madre amorosa bañaba a su pequeño de casi cinco años tarareando una melodía.

—¿Mami? —El pequeño la buscó con sus ojitos azul zafiro; eran iguales a los de ella, pero claramente el color había sido heredado de su padre—¿Hoy podemos ver a papá?

Mikasa sonrió ampliamente, frotando la cabecita de su pequeño.

—Claro que sí mi amor.

En eso el pequeño frunció el ceño, recordando un tema que se le había pasado.

—El tío Armin dijo que hoy me llevaría a jugar con las princesas, pero no quiero ir—Dijo, con un tono algo enojado—Esas niñas son muy fastidiosas ¡Además, son muchas! Prefiero quedarme entrenando contigo.

La azabache no resistió la ternura que le producía su pequeño, así que sin contenerse plantó un beso en las mejillas rosáceas del niño.

Lo vistió con toda la paciencia y el amor del mundo, oyendo las anécdotas del chiquillo.

—La tía Hanji me estaba enseñando a leer el otro día—Dijo, emocionado, en tanto su madre le colocaba unos pantaloncillos—Es más fácil aprender con ella y con el tío Armin que contigo—Mikasa sabía que lo decía para fastidiarla.

—¿Ah si? Bien, en la biblioteca hay muchos libros que puedes ponerte a leer en lugar de ir a entrenar conmigo hoy.

—¡No, no, no! —Exclamó moviendo la cabecita de un lado a otro con desesperación—Solo era una broma mami no seas así.

Mikasa le dijo que no se preocupara y buscó unos pequeños mocasines, se los puso al pequeño y, con la manito enredada con la suya, bajaron por la escalera principal y se internaron por el pasillo que sabían bien a donde llevaban.

Al niño le encantaba contemplar los cuadros de sus antepasados, gracias a ellos, conocía los rostros de sus abuelos, tío abuelo y el de su difunto padre. Pero más que nada, se sentía emocionado de ver las impresionantes armas que ahí se guardaban y de las que su madre procuraba mantenerlo alejado.

Mientras el chiquillo se paseaba emocionado por los estantes que guardaban el sinfín de armas de oro y plata, Mikasa se paraba ante los últimos cuadros de la habitación con la melancolía impresa en sus orbes de plata. Siempre se quedaba el mayor tiempo viendo el de Levi, sus facciones, los detalles tan bellamente plasmados por el artista.

—¿Por qué siempre miras a mi papá así, mami? —Curioseó el pequeño, volviendo a tomar la mano de su progenitora, llenándola de calidez.

Sin responder, Mikasa cargó al pequeño en brazos.

Porque lo extraño. Lo extraño demasiado.

Acarició las hebras azabaches de su pequeño y, buscando que el pequeño le hablara sobre otras cosas, se quedó mirando aquel telón que le traía tantos recuerdos.

Más tarde, el niño y Mikasa se batían en una pelea en los amplitudes verdes de la mansión. Ahí donde años atrás, el padre de la criatura y ella peleaban.

—¡No es justo mami, siempre me vences! —Berreó, haciendo un puchero justo cuando Mikasa lo mandó al suelo.

—Si no pongo en juego tus habilidades nunca podrás sacarles el máximo potencial, Ryu.

El niño cruzado de brazos desvió la vista de su mamá, para ver algo o mejor dicho alguien quien llamó su atención de inmediato. Se puso de pie, sin caber en la sorpresa y apuntó con un dedo levantando las cejas. Mikasa frunció el ceño y miró extrañada a su niño.

—¡Se salió de la pintura, mamá! —Exclamó, entre feliz y asombrado, corriendo a esconderse en la madre.

—¿Qué…?

Mikasa se volteó y miró. Bajo de estatura, con una sombra de barba, usando ropas que nunca le había visto. Los mismos ojos, la misma nula expresión, el mismo rostro pero ahora decorado con crudas cicatrices.

Era él, maldición que era él.

No podía ser una alucinación, de lo contrario, su hijo no lo podría ver. Pero ahí estaba.

Seguía sin poderlo creer. La conmoción fue tanta, que los ojos se le llenaron de lágrimas y se llevó ambas manos a la boca para tapar los sollozos que vociferó.

Era él.

—Volví, mocosa.

Los brazos la sostuvieron. El tacto fue real, la respiración calinosa colándose por la piel de su cuello y clavícula también. Después de muchísimo tiempo, experimentó esa electricidad en su cuerpo que solo él era capaz de ocasionarle.

—Dime…. Dime que esto es real…

—Lo es.

—Dime que no te irás de nuevo…

—No lo haré—Con las yemas de los pulgares, el azabache borró las lágrimas de los pómulos femeninos y empalidecidos—Ya no más.

No mentía. No lo hacía. Se había empecinado de liberarlos, de hacer todo aquello posible; y a Mikasa no le importaba que esas manos trémulas estuvieran manchadas de sangre desconocida, porque a pesar de todo… Era todo cuánto quería en el mundo. Él y su niño. Nada más.

—Oi—El azabache, dándose cuenta de los ojitos tímidos y curiosos que los veían, se colocó de cuclillas—¿Cómo te llamas?

El pequeño miró a su madre, buscando la aprobación de ésta. Mikasa asintió y el chiquillo, tras tragar grueso, procedió a responderle.

—Ryu—Dijo seguro, poniéndose firme con la mano empuñada como buen soldadito—Ryu Ackerman.

Una sonrisa ineludible dibujó el rostro del capitán. Como un acto paternal, despeinó los cabellos de su hijo. Su hijo. De él y de Mikasa.

Retornó la mirada en Mikasa, en el amor que ella le transmitía y la felicidad de hallar al niño. Por fin volvía con lo que más anhelaba en su existencia, a los brazos de su azabache, a su pequeña familia.

Y vaya que ahora tenían tiempo por recuperar.

Levi se dispuso a unirse al entrenamiento un rato, impresionando a su niñito e inclusive a su mujer por su desmedida fuerza. A la noche, luego de que el inquieto Ryu lograra conciliar el sueño, regresó a sus aposentos, donde la heredera lo esperaba vestida con ese camisón que a él tanto le gustaba.

Una tenue sonrisa surgió de él cuando se deleitó con las manos ávidas de la azabache; el anillo estaba ahí en el mismo dedo en que lo había puesto años atrás.

—Tenemos que casarnos—Le dijo, entre besos y suspiros.

—Ajá…

—Oi, mocosa—Rompió con el contacto fijando sus calcedonias contra los irises plateados—Hay algo que nunca te dije… Y que pensé mucho durante todo este tiempo.

—¿Ah sí? —Él asintió. Sabía perfectamente que Mikasa sospechaba de que se trataba, en tanto tanteaba cada latido emergido en el ritmo de su órgano vital. Antes de que saliera de su boca, se lo dijo con los ojos, como tantas veces atrás lo había hecho.

—Te amo.

Ella mostró los dientes. Nada la hacía más feliz.

—Yo también te amo.

Porque el dolor era necesario

También las penas

Son necesarias para sentir, para anhelar la vida

Para seguir nuestro camino

Para ir hasta donde nos depara el destino

Y tú

Tú eras mi destino

Desde siempre

FIN