Shingeki No Kyojin no me pertenece. Mis respetos a su respectivo creador.

-RivaMika-

SemiAU


Linaje Ackerman


9

Todo era caos, todo estaba fuera de control, todo se les estaba yendo de las manos.

Habían creído poder seguir; por primera vez, en un largo período, habían conseguido tomar una base marleyana bajo su poder. Mikasa había arrasado con los soldados, de la mano del resto del escuadrón de Hanji. Los demás soldados, sobrevivientes y veteranos, se lanzaron vaticinados a la cruenta batalla. Los fusiles eran ensordecedores; la esperanza brilló.

Pero tan pronto esa luz hubo surgido en los corazones eldianos, se apagó con un soplido. El soplido había sido personificado entre incontables tanques de guerra que venían en dirección hacia ellos, seguidos por pelotones de soldados enemigos.

Estaban perdidos.

—¡Atención!—El grito, ese fervoroso grito cargado de tanto que había llamado la atención de todos, emanó de la garganta de Erwin Smith—¡No llegamos tan lejos para perder de nuevo, no dejamos atrás tantas vidas y sacrificios para permitir que nos arrebaten lo último que nos queda!—Era lo que necesitaban oír—¡Adelante, soldados, adelante! ¡Entreguen sus corazones!

Mikasa recordó porque estaba ahí, porque estaba haciendo lo que mejor podía hacer. Recordó el sentido de su existencia, sí, ese principio que la instaba a seguir el día a día. Era una soldado, la mejor soldado. Era una Ackerman, una tremenda Ackerman. Y sí iba a morir... ¿qué mejor manera había de hacerlo?

Que peleando, luchando, buscando ir más allá de las barreras impuestas por la putrefacta degeneración humana, buscando sobrevivir entre un río de desechos infinitos. Buscando vivir, si, vivir, no solo sobrevivir. No solo ser la resignación del que se priva de sentir.

El fusil en sus manos, manos de guerrera y de mujer invencible, manos manchadas de sangre, escupió las balas que se incrustaron en la carne que venía a su paso. No, no buscaba asesinar, ella necesitaba seguir, avanzar, alcanzar. Seguir, conseguir traspasar la frontera a tan solo pasos, no buscaba la victoria para la tierra que la vio crecer, ni honrar las vidas perdidas de sus compañeros. Ella anhelaba seguir y vencer, porque ella quería vivir y seguir.

Vivir

Sentir

Seguir

Junto a él

Y el tiempo se detuvo, cuando los cañones destruyeron tanques y los tanques cañones, los charcos carmesí se hacían extensos por el terreno, cuando un último suspiró se percibió en el lugar. Mikasa vio, una vez más, a la muerte cara a cara, llevándose a uno de los suyos, arrastrando consigo el alma de Sasha.

Hubo expresión en la cara, hubo desolación en el ser, hubo una vertiente de recuerdos, sobre ella. Los ojos perdieron el brillo y un cara de sorpresa fue el último vestigio de expresiva existencia.

—Carne.

Alcanzó a decir Sasha, antes de morir.

Y ella se quedó pasmada, lo suficiente para ser consciente de que lloraba a cántaros. Lo suficiente para que un caldo de ira le hirviera en el estómago y estallara en su entereza. Era esa sensación, ese instinto, ese poder, manejándola a su antojo. Entonces supo que hacer.

Y mató, mató y mató.

Era una ráfaga mortal entre los hombres.

Era el suplicio de quien pierde una vez más aquello que le importa. Era el sentir Ackerman afligido. Era Mikasa, pura e impulsiva Mikasa, haciendo lo que mejor sabía hacer.

Cortar

Ya no eran balas, sí no cortes, los que infligía en los enemigos. Acabó con decenas y decenas de ellos en un santiamén, viendo pero no viendo, moviéndose a una velocidad que Jean contemplaba atónito, mientras sus ojos cafés iban y venían de su amiga caída al arma mortal que era la heredera en aquel momento. Las cuchillas se partieron en pedazos y ella cayó de rodillas, mientras retomaba fusiles para seguir avanzando, como sí nada.

—Es increíble...

—¡Sigue, Jean!—El muchacho oyó la voz de su capitán y rebuscó instintivamente seguir el contraataque. No podían vacilar. Miró de reojo el cuerpo de Sasha, sintiendo una profunda pena y, armándose del valor y la fuerza que residía en sí, continuó.

Siguió a Hanji y a Moblit; los tres pudieron continuar sin mayor contratiempo, puesto que Mikasa había acabado con una gran parte de los soldados. Bufó, irónico. Ella sola había acabado con tantos que ni un pelotón entero quizá habría podido.

—Es fuerte—Dijo la capitán de anteojos, con una sonrisa orgullosa observando a su subordinada—Ella y Levi son impresionantes.

—¿El capitán, también?

—Es peor—Jean tragó grueso al oírla—¿O no, Moblit?—El nombrado experimentó un escalofrío, tragando igual que el "cara de caballo".

—No tengo la menor idea de con que diantres están hechos los Ackerman—Comentó Moblit a lo que asintió, tentada de reír, antes de contemplar el cuerpo que yacía no lejos de ellos. Quedó perpleja, lamentada.

—Sasha...

Volvieron a dispersarse, nuevamente, cuando un tanque se aproximaba a ellos a gran velocidad. Corrieron en distintas direcciones; Moblit siempre detrás de la capitán. Más soldados de los suyos se hallaron el mismo destino que su compañera. El dolor, era grande, combustible para la determinación a ganar y evolucionar de ese infierno.

Erwin siguió entre los suyos, comandando los ataques precisos para acabar con los que los superaban en número. El vigor del rubio y la destreza incomparable de la azabache los impulsaba a luchar con gallardía. Sin pensar, siquiera, en el aprecio por sus vidas.

Sin vacilar, como el mismo Erwin, cuando resultó arrastrado y ensangrentado por los enemigos.

No estaban ahí para perder.

Habían alcanzado la cúspide de la batalla. Los enfrentamientos brutales, de entre fusiles y cuchillas, se mostraban feroces ante ellos. Al igual que el escuadrón de Hanji, el escuadrón de Levi se dispersó a unirse a sus compañeros de inmediato. El azabache, con cuchilla en mano y el correspondiente fusil en la otra, abatió contra los enemigos que se encontraba a su paso; con la fuerza y los reflejos actuando, divisó la casi ejecución de uno de los soldados del escuadrón de su excéntrica mejor amiga justo a tiempo. Con un rápido movimiento, traspasó con la cuchilla el estómago del sujeto y le voló la cabeza con el arma. El muchacho, desencajado, se arrastró hasta recobrar la posición.

—¡No te quedes dormido, imbécil!—Le gritó antes de seguir con lo suyo.

Sí, la capitán tenía razón. Jean se cuestionó aquello que había dicho Moblit momentos antes: ¿De qué carajo estaban hechos los Ackerman?

El heredero, no obstante, entre el matadero constante dio con su superior también en pie de lucha. No daba crédito a sus calcedonias cuando halló a Erwin sangrando a chorros, pero concentrado en seguir junto a sus subordinados.

—¡Oi, Erwin!—Acabó pronto con los que batallaba el comandante—Lárgate de aquí.

—Levi—Siguió olímpicamente de él—Debes ir al frente.

—¿Qué?

—Los hemos doblegado, Levi. No podré seguir mucho más, pero intentaré llegar—Le informó, inmutable. Lo miró por el rabillo del ojo—Mikasa nos trajo mucha ventaja. Ella está alcanzando los terrenos del enemigo y Hanji la está siguiendo. Debes ir allá.

Su impulso quiso domar sus pies y avanzar hasta donde se enteraba que estaba su prometida, más el estado del rubio ante él era alarmante. Perder a Erwin, quien los había guiado hasta tan lejos, no iba a ser para nada favorable.

—Erwin... Tú...

—No tenemos todo el día Levi.

Forzoso y maldiciendo en su cabeza, continuó con el rumbo. Corrió entre los soldados, dejando atrás al comandante, centrado del porqué y del para qué tenían que seguir con los objetivos de tan cruenta guerra. Pero, no conseguía dar crédito. Su azabache, su pupila, su prometida había llegado tan lejos por su cuenta ¿Cómo era posible eso? Casi un centenar de enemigos caídos yacían en su trayecto. Tuvo la corazonada de quien había sido la perpetradora de la masacre.

La vio moverse, ágil y gallarda, contra todo uniformado de azul que se le atravesaba. Se movía como una fiera entre los hombres, como un animal salvaje entre cadenas. Una leona, eso parecía ser Mikasa, subyugada por la ira y el dolor de la pérdida con cuchillas en cada mano.

Aunque respiraba errática y tenía unos cuantos cortes, él no tenía más intenciones que de imitarla. Se abrió pasó empuñando sus armas y arremetió entre el centenar que caía reducido más y más ante ellos, entre gritos desesperados y gemidos ahogados.

¿Cuánto tiempo perduró aquello? ¿Cúanto tiempo, fueron ráfagas instintivas y sanguinarias entre el mar de vidas arrebatadas?

Fue hasta que, ante ellos, no hubo más que un barco enorme. Habían llegado al mar.

En el muelle construido por los marleyanos, que había contiguo al barco, un único hombre estaba en pie, vestido de traje y aplaudiendo como sí nada.

—¿Qué...?

—Me impresionan—Exclamó el hombre, caminando tranquilamente hacia ellos, quienes no bajaron la guardia.

—¿Quién es usted?—Indagó Levi, con la voz alzada.

—No importa quién soy yo, sino quiénes son ustedes—Más que una respuesta, aquello despertó más dudas en los azabaches—Son los Ackerman, ¿no es así, Eren?

¿Eren? Al oír el nombre, los dos atinaron a moverse pronto y voltear, pero ya era tarde. Lo último que visualizaron antes de encontrarse con la llana oscuridad, fueron los cabellos largos y castaños más unas estelas esmeraldas carentes de brillo.

Lo primero fue el olor, un fastidioso olor a humedad que reverberó el asco en Levi y uno que confundió a Mikasa. Al despegar los párpados, todo era borroso, como quien se los presiona por un largo período de tiempo. El aturdimiento los tenía adormecidos, pero distinguieron las siluetas del otro; aquello fue lo que los desesperó.

Se sacudieron, violentos y salvajes, como lo haría un depredador al ser atrapado. Las cadenas crearon un sonido estruendoso y, aunque forcejearon con el acero que los amarraba, fue imposible librarse. La ira fue mayor en Levi, quien comprendió más rápido todo. Cuando vio a Mikasa el corazón casi se le salió. Cinco cadenas la retenían en tobillos, muñecas y cuello, como si su hermosa azabache fuera una bestia. Entendió, por la firme presión en esas mismas partes pero en él, que se hallaba en las mismas condiciones.

Pero no, joder, ella no.

Mikasa ardió, con toda la impulsividad que la sacudía, contra las cadenas por un rato, incluso después de que el capitán se quedó inmóvil. No sólo era la cólera, la rabia y la frustración; también era un inconmensurable temor el que la motivaba.

Cuando comenzó a gritar sin reticencia a que se le rasgara la garganta, él le habló.

—Mikasa, basta.

—¿Basta? ¿Cómo me dices que basta? ¡Estos malditos nos tienen como perros!—Intentó forcejear nuevamente, esperanzada, pero nuevamente fue en vano.

Porque era horrible. Era tétrico. No podía resignarse a ver a la persona que más quería en ese mundo dentro de una celda, menos con gruesas cadenas. Para ella, para él, para ambos, esa visión era una grotesca pesadilla.

Los dos estaban, dentro de todo, atónitos, asimilando todo con vértigo. La guerra. Las bombas. Las muertes. Sasha. Erwin... Eren.

—Eren—Murmuró ella, con un odio furtivo como si el mero nombre fuera repulsivo. Él había estado en sus últimos momentos de consciencia. Había colaborado para que ellos terminaran ahí.

Alzó otra vez sus orbes de plata, sintiendo a fin de pinchazos invisibles en determinadas áreas de su cuerpo. Levi mantenía la cabeza gacha, su cabellera negra impedía verle la mitad del rostro. Sabía, con solo verlo, que contemplaba la antítesis de una tormenta que podía desatarse en cualquier momento.

Fue entonces que oyeron pasos. Uno, dos, tres; zapatos de diferentes colores oscuros salieron de las sombras y una luz fue encendida. Lo que había al otro lado de la celda eran encimeras, tubos de ensayo, ... era un laboratorio.

Tres hombres aparecieron, abrieron la celda. Se impresionaron de encontrarlos despiertos.

—Díganle a Zeke que despertaron—Uno de ellos se marchó.

Los dos Ackerman miraron con desconfianza y crudeza a los restantes, pero ellos ni se detuvieron a verles. Levi reaccionó de inmediato cuando se acercaron a Mikasa; la azabache y él se sacudieron con renovadas fuerzas, tantas que los hombres dudaron en acercarse a la aguerrida soldado. Cuando se armaron del valor para tomarla de uno de los brazos, recibieron mordidas feroces. Los gritos de los dos retumbaron en el lugar, la ferocidad de los dientes arrancó piel, haciéndoles sangrar y mientras Levi, hacía sonar y sonar las cadenas entre sí.

—Maldita...

—Zorra de mierda.

Sí, los insultos a su prometida lo enardecieron más de lo que ya era posible. Levi no aguantaba. No, no podían tocarla, no tenían derecho a poner esos mugrientos dedos en ella.

—¡Aléjense, cabrones! ¡Hijos de perra, no se acerquen a ella! ¡No la toquen!

Las soldaduras de las cadenas comenzaron a chirriar, cosa que además del temperamento descolocado del azabache alarmó a los hombres. Uno de ellos gritó por ayuda; pronto, tres hombres más aparecieron.

—Adelante.

Berreó, se impulsó con toda la fuerza que pudo. Les gritó, los maldijo, les escupió, pero no se detuvieron. Los hombres sacaron unos palos eléctricos y comenzaron a golpearlos a ambos. Pero ellos no declinaron, ni siquiera cuando más sujetos entraron a la pobre celda. La primera en caer fue ella. Cuando lo hizo, Levi, atiborrado de un miedo egregio y una desesperación magna, perdió la razón en un instante. Las soldaduras volvieron a chirriar; los hombres temieron, porque por más que lo golpeaban sin compasión con aquellos palos, por más que el hombre sangraba y sangraba, no caía como la mujer.

Observó la gota que rebalsó el vaso: enterraron inyectadoras de agujas gruesas en la pálida carne de su prometida y extrajeron la sangre de ésta.

De un momento a otro, ya no sintió las cadenas reprimiéndolo y oyó a los hombres exclamar cosas inentendibles.

Afortunadamente para ellos al segundo el azabache se desplomó inconsciente.


Al despertar, sus ojos buscaron el sitio donde se suponía que estaba ella.

La halló ahí, durmiendo profundamente sobre un mísero colchoncillo. Su inmaculado rostro mostraba unas pronunciadas ojeras, varios moretones decoraban su piel, turbando el órgano dentro de su pecho, jamás le había visto un rostro tan cansado. Si sabía que Mikasa amanecía con ojeras cuando no dormitaba bien, lo que explicaba que ella no había dormido nada bien.

Exhaló una bocanada de aire por la boca, ¿cuánto tiempo perdió el conocimiento?

Por el vello que sintió en la mitad inferior de la cara, imaginó que bastantes días.

No había sino una tenue bombilla alumbrándolos.

Se sentía débil, lánguido, escuálido. No sabía cómo permanecían con vida, por qué los tenían allí, por qué hacían todo aquello. No vivía en condiciones tan miserables desde que estuvo en la ciudad subterránea sendos años ya. Pero, ésta vez, le pareció, dolía más. Dolía porque no era un afán por simplemente buscar sobrevivir para sí mismo, si no que ahora lo que más quería en el mundo estaba junto a él.

Y claro que la quería junto a él.

Pero no así. No así.

Porque, cuando hay esperanzas en un mundo obsceno y manchado, ese mundo las aplasta. Las tortura.

—¿Levi?

—Mikasa...

Ella despertó. Se refregó los hermosos ojos ahora algo ahuecados con desgano y se arrastró a él hasta donde las cadenas se lo permitieron. Su prometida le dio una pequeña sonrisa, que sabía él, delataba lo feliz que se sentía en ese preciso instante. Y mierda, que le dolió. Ella se sintió feliz sencillamente porque él había despertado.

Mikasa no merece el dolor que ha plagado éste mundo.

Él también lo hizo. Con un esfuerzo casi sobre humano debido al cansancio y la debilidad, se movió hacia ella. La azabache alargó los dedos de la mano y él lo hizo igual. Los dedos se rozaron y eso fue, para ellos, como beber agua en medio del desierto, como probar algo que llevas deseando desde hace mucho, muchísimo tiempo. La electricidad que surgía entre ambos al tener sus pieles en contacto los incentivo en demasía, aunque solo lograran que los meñiques de lado y lado se enredaran.

Como quería él romper esas cadenas de mierda y llevarla lejos de todo lo malo.

—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

—Creo que cuatro días—Claro. No había modo exacto de saberlo—Yo... empecé a temer que tú...—Ella murmuró en un hilo de voz.

—No pienso morir tan miserablemente—Dijo con firmeza, buscando transmitirle algo de seguridad a la azabache. Lo logró.

—Ellos vienen todos los días a tomar muestras de nuestra sangre. Aún cuando tú no despertabas lo hacían. Todos los días una mujer viene a dejar comida... También te inyectó como una especie de suero. Me dijo que con eso no era necesario que comieras—Informó Mikasa, impertérrita.

—¿Segura qué eso es todo? ¿No volvieron a golpearte?—Ella negó.

—De cualquier forma eso no los detendrá.

—Joder, Mikasa...

—Y también... Me han dejado inconsciente—Levi se inquietó al oírla, pero ella hizo un gesto para calmarlo—No me han hecho nada, solo que al terminar de tomar la sangre me inyectan para dejarme inconsciente.

—¿Por qué...?

—Ellos no dan explicaciones Levi.

Sí, en esos momentos de zozobra, solo les quedaba la resignación.

Por eso, aún apretando los dientes, tuvo que ver como día tras día tipos diferentes y caras ya conocidas venían a cumplir con la rudimentaria y dolorosa rutina. Las agujas eran ordinarias y dolorosas, al punto que las zonas en donde los atravesaban quedaban con la molestia por eternas horas. Aún después de la pérdida de conocimiento inducida.

Sí, los días pasaban, quizás también las semanas. Levi seguía tensándose cada vez que se aproximaban a Mikasa; era ella, de los dos, quien más tranquila asumía la situación, aunque más de una vez se exaltó cuando golpearon nuevamente a su prometido por gruñir al oírla jadear de dolor por un pinchazo. No obstante, con ella no habían vuelto a utilizar los palos eléctricos.

Se percataron de que las soldaduras de las cadenas habían sido robustecidas con tornillos reforzados. También, cada día lucían más demacrados. Sus sedosos cabellos negros ahora estaban desaliñados, una barba fastidiosa se apreciaba en el rostro del azabache haciéndolo ver mucho mayor y comenzaban a adelgazar.

No vieron nunca que trabajaran en el laboratorio, más tenían la sospecha que era utilizado cuando ellos se hallaban indeliberados. Los hombres jamás les contestaban sus preguntas, ni aunque fueran educados o los insultaran, siquiera los miraban a la cara. Si quiera decían cualquier cosa.

Los dejaban bañarse esporádicamente lanzándoles unos jabones y permitiendo el paso del agua a través de unos aspersores en el techo. Lo más humillante, además de las míseras colchonetas, eran los recipientes puestos para que pudieran hacer sus necesidades fisiológicas. La mujer que les dejaba la comida se los llevaba diariamente.

Entre esos días de frustración, Levi se planteó seriamente lanzar su recipiente con las heces y la orina sobre la mujer.

Tampoco hablaban gran cosa entre ellos. Dormían mucho, cosa que no entendían a que se debía, si a las inyecciones o las comidas. Ni siquiera habían tocado el tema de su compromiso, ni nada, porque era incómodo y triste pensar en si siquiera llegarían a casarse.

Hubo entonces un día, que apareció ante ellos, el mismo hombre del muelle junto al mar el cual estaba de pie, mirándolos fríamente. Rubio, de lentes.

—Despertaron antes de lo esperado—Dijo, como sí nada—Soy Zeke... Y ustedes son...—Antes de añadir algo más, el rubio percibió una ira capaz de aplastarlo en los irises grises y azules respectivamente—Fascinantes...

Nunca había visto miradas que transmitieran tanto.

Nunca le habían escupido el odio con solo verlo. Era ser atravesado con filosas lanzas. Si su fascinación no fuera excelsa, se habría estremecido. Más sin embargo de igual forma, un cosquilleo se extendió por su columna.

Más allá del objetivo principal, ese par de azabaches eran magníficos. Con solo verlos lo sabía.

—Imagino que tú eres Mikasa—Comentó, viéndola a ella—No creo que seas tú—Seguido se dirigió a Levi en un intento de sonar divertido. Pero nada ahí lo era—Levi y Mikasa Ackerman...

—¿Qué mierda quieres?—Espetó, ya harto, el mayor de los herederos.

—Vaya, no pierdes el tiempo—Zeke dijo centrado ahora en él—Según me dijo Eren, ustedes pertenecen a la estirpe de la nobleza más cercana al rey. O, en este caso, a la reina.

—No tenemos nada que ver con la reina—Respondió en ésta oportunidad Mikasa.

—¿Quién dijo que esto tenía que ver con ella?

No entendían. No entendían absolutamente nada.

Entonces, ¿para qué nos quieres, hijo de puta?

—Creo que al menos merecen saber porqué están aquí.

El hombre abrió la celda, entrando como si nada, cerca de ellos. Se sentó en el suelo despreocupadamente, cruzando las piernas y apoyando las manos en la superficie. Vio a Mikasa y luego a Levi. Aunque lucían que daban pena, la altivez y el desdén seguían siendo característicos de ambos.

—Su linaje es más importante de lo que creen—Atinó a decir Zeke, estirándose—Fuerza sobrehumana, destreza incomparable, habilidades en combate desmedidas ¿Nunca se preguntaron de dónde proviene todo eso?

Los dos guardaron silencio. Tampoco dieron algún indicio a Zeke. Luego de ser tan transparentes en el odio, los Ackerman parecían haber alzado una pared emocional gradual.

—Son los únicos de su estirpe, los únicos con habilidades innatas que quedan... Están en peligro de extinción.

—Como animales—Mikasa lo interrumpió. Su certero comentario, anudado a la comparativa puesta la situación en que estaban inmersos, fue como una estocada.

—Ve directo al grano, marleyano de mierda—La sola presencia de ese tipo le ponía irascible. Zeke hizo una mueca tras el comentario mordaz.

—No soy marleyano—Agregó el rubio como si eso fuera lo verdaderamente ofensivo—Yo busco lo mismo que ustedes: liberar a Eldia. Y la única esperanza que tiene nuestra nación, es el poder de ustedes dos.

Se miraron entre ellos, lo volvieron a ver a él, miraron al suelo y Levi bufó.

—Tch, lo único que eres es un maldito lunático.

—Lamento si mis medios son algo drásticos, pero es lo necesario para ponerle fin a ésta guerra.

—¿Tratándonos como unos miserables?

—En sus plenas potestades habrían acabado con mi gente y habrían escapado.

—Claro, porque tu gentuza resulta muy agradable.

—De haberlos dopado indefinidamente habrían caído en un coma. Deberían estar agradecidos.

—¿Agradecer? Si serás cabrón...

—¿Qué tiene que ver Eren en todo esto?

Mikasa, quien había guardado silencio durante la disputa verbal, se dirigió dubitativa pero recia en su pregunta hacia Zeke. Los ojos azules del rubio se posaron en ella, escrutándola.

—Alguien debe dirigir la nación hacia su verdadero esplendor. Él es el más capacitado para hacerlo.

Levi enarcó una ceja, con una duda picándolo en las entrañas.

—¿Qué hay de Historia?

—A estas alturas, él ya debió haberse encargado de ese problema.

Los azabaches temiendo lo mismo, se miraron. Todo estaba en juego.

—Bien, debo irme. Piénsenlo, es un bien común. No deberían resignarse a morir cuando pueden dar más—El rubio se puso de pie y salió de la celda, no obstante el mayor de los herederos lo detuvo.

—Oi, tengo una pregunta—Zeke lo miró de reojo, instándolo a que continuara—¿Estamos en Marley?

—No.


Zeke venía a visitarlos todos los días, durante al menos una hora. La mayor parte de su visita, el rubio hablaba mayormente solo, con contadas palabras salidas de la boca de los Ackerman.

Y mientras, ellos se pudrían.

O al menos eso sentían, cada vez que se quedaban observando al otro. No lo soportaban.

Mikasa cada vez que lo hacía rememoraba. Revivía las caricias, los besos, los anhelos. El como el hombre frente a ella la había hecho mujer, la tranquilidad de pasearse por los terrenos de la mansión, los entrenamientos. ¿Dónde había quedado esa fuerza? ¿Nunca más volvería a lograr algo junto a él, más que rozar sus dedos? Se le quebraba el alma. Pensar en ello, era más doloroso que cualquier aguja hundida en la piel.

Y para Levi no era menos. No, porque era inaudito. Era un escupitajo del destino el que todo acabara allí, luego de tanto.

Luego de haber conseguido un propósito propio, luego de haberse planteado un objetivo.

Por eso no se rindió. Por eso, posteriormente, aprovechaba cada minuto de consciencia y de ausencia para forcejear contra las cadenas. Le importaba poco, o nada, destrozarse las muñecas para liberarlas de los grilletes. Lo haría en caso de ser necesario.

Cuando el primer tornillo en torno a la soldadura se aflojó, Mikasa lo imitó.

Cada que aparecían los sujetos que les sacaban la sangre, muestras de saliva e inclusive líquido espinal en algunas veces, procuraban esconder de su perímetro las soldaduras casi zafadas. Los músculos ya estaban exhaustos por el sobreesfuerzo, pero aguantarían.

Ellos debían, tenían que, ansiaban continuar. Eran fuertes, lo más fuertes…

Más de una vez, llegaron a la conclusión de que perderían la cordura en ese cautiverio maldito. Cada que veían a Zeke, el odio hacia él se acrecentaba. Pero si no habían enloquecido antes, no enloquecerían ahora.

Y finalmente, había llegado el día, justo después de que se fuera el rubio. A Levi le quedaba un último tornillo. Siguió zafándose, con su prometida observando esperanzada forcejeando con sus propias cadenas.

—Creo que necesita una mano capitán.

Los dos se quedaron de piedra.


Me moría por actualizaaaaar. Fueron semanas eternas para mí y mi ausencia se debía a los jodidos cortes de luz que azotan mi país ;_; qué vaina.

Éste capítulo, que por fin sale a la luz, viene dedicado a los buenos amantes del RM con especial mención a Cerisier Jin por sus comentarios (me deleito leyéndolos, no sabes cuanto los aprecio)

Y la verdad éste capítulo es uno (si no el más) doloroso. El desenlace final de Linaje está a tan solo un paso y el simple hecho de haber creado un fic con final es una gran muestra de lo mucho que lo he disfrutado. Sin más, hasta el próximo.

Se despide

MioSiriban