XV. Navidades, parte 1: los Black
El esfuerzo que estaba haciendo por no rascarse la cabeza tendría que quedar documentado en algún tipo de libro de los récords. Sirius y su hermano pequeño Regulus -ambos vestidos con las mejores galas que los galeones pueden comprar, y repeinados hasta parecer muñecos de cera- estaban de pie en el pasillo que hacía las veces de hall de su no tan humilde morada sonriendo educadamente a los invitados que no paraban de llegar.
La comida de Navidad de los Black era todo un acontecimiento en lo que su madre consideraba las altas esferas mágicas, y Walburga se enorgullecía de ello. Por eso no tenía intención de permitir que el descarriado de su hijo le saboteara la jornada, y así se lo había hecho saber a Sirius. El joven Gryffindor sentía el escozor de la mirada de su madre mientras intentaba mantener la compostura. Mostraba unos modales dignos de manual de protocolo, cuando por dentro escupía en la cara de todos y cada uno de los invitados que le dirigían un estirado saludo.
Aquella mañana frente a él desfilaron todos los miembros de los Black y representantes de las familias de los Sagrados 28 que su madre consideraba dignos. No podía soportar a la mayoría.
- Muchacho, relaja esa sonrisa un poco, parece que te hayan petrificado -la sonrisa de Sirus se ensanchó de forma natural al reconocer la figura del recién llegado.
- ¡Tío Alphard! -sin pensárselo dos veces, se lanzó a los brazos de su tío para dejar que lo envolviera en un cálido abrazo.
Sirius procuró saborear el momento, pues esa clase de gestos no abundaban en Grimmauld Place. Alphard era uno de los pocos miembros de la familia Black que le caían genuinamente bien. No compartía la aversión familiar por los muggles, ni su obsesión por la pureza de la sangre. Alphard trabajaba para San Mungo como investigador de nuevos remedios, lo que implicaba viajar por todo el globo y conocer todas las culturas que se extendían en él. Era la figura paterna que Sirius habría deseado tener.
- ¡Madre mía! O ha pasado más tiempo del que creía desde la última vez que nos vimos o te has tomado una píldora del crecimiento, no puede ser que estés tan grande.
- Qué exagerado eres -repuso Sirius entre risas.
- ¡Lo digo en serio! ¡Por Merlín! Este no puede ser el pequeño Regulus… -Alphard hizo ademán de acercarse a su sobrino pequeño para regalarle otro de sus abrazos.
Todo sucedió muy deprisa. Regulus intercambió una mirada con su hermano mayor, que cabeceó de forma casi imperceptible. Así, Regulus interrumpió el intento de abrazo alzando una mano en el aire y deteniendo el avance de su tío.
- Bienvenido, tío Alphard -el tono de Regulus fue tan distante y frío que confundió de forma inmediata a su tío, incapaz de entender lo que estaba pasando.
Sirius se sintió mal por el momento que su hermano le hizo vivir a su tío favorito, pero era consciente de la aversión que Walburga sentía por su hermano y de la aprobación que se reflejó en su mirada al presenciar la escena.
Regulus estaba un paso más cerca de estar a salvo.
Como siempre, la matriarca de los Black no había escatimado en gastos a la hora de dejar la casa decorada como la ocasión merecía. Guirnaldas de plata y esmeralda decoraban las paredes del salón en el que los invitados se disponían a comer, reflejando el estricto gusto de la anfitriona. Un majestuosa y robusta mesa de madera presidía la estancia, cubierta con un impoluto mantel de lino blanco y decorada con tres centros de mesa equidistantes.
Al fondo de la estancia, la chimenea había sido hechizada para su lumbre despidiera tonos verde botella, mientras que de su repisa colgaban cuatro calcetines perfectamente alineados con los nombres de los habitantes de la casa bordados en hilo de oro en ellos. Y a su derecha, un majestuoso árbol de casi tres metros de altura captaba la atención de todos los presentes.
Sirius odiaba ese árbol, le resultaba igual de frío que el resto de la decoración de la casa, un fiel retrato de la personalidad de su madre. De sus ramas no colgaban bastones de caramelos o galletas de jengibre, sino pequeñas jaulas de latón desde las que duendecillos de cornualles dedicaban miradas de súplica hacia unos indiferentes invitados.
Por más que lo pensara, el joven Black no conseguía dar con ningún detalle que le gustara de la Navidad -ni siquiera los regalos, que siempre habían sido demasiado Black para su gusto-, no al menos en esa casa. Sin quererlo, su mente voló hasta Hogwarts, en el que su amigo Remus había decidido pasar las fiestas. Le sabía mal que estuviera pasando las navidades solo en el Colegio y habría dado cualquier cosa por estar con él en ese mismo instante.
O con James, quien durante las dos semanas previas al inicio de las vacaciones había intentado convencerles a ambos de que pasaran las Navidades con su casa, alegando que sus padres estarían encantados. La tentación había hecho buena presa de Sirius, pero el recuerdo de la carta de su hermano le obligó a rechazar tan apetecible oferta.
Pronto los comensales empezaron a tomar los asientos que les habían sido asignados. Walburga y Orion presidían la mesa, flanqueados por Regulus y Sirius respectivamente. Tras una señal de la señora Black, una docena de elfos domésticos empezaron a servir los entrantes.
A lo largo de toda la mesa, los estirados invitados empezaron a hacer uso de la exquisita vajilla de plata de los Black para empezar a comer, entablando aquí y allá conversaciones que hacían que Sirius tuviera que morderse la lengua para no intervenir.
- … una vergüenza sin duda.
- Y que compartan clase con nuestros hijos es un insulto.
- He oído que Dumbledore defiende que los sangresucia tienen las mismas habilidades que los jóvenes que provienen de familias de sangre pura -comentó su tía Lucretia, arrancando las carcajadas de muchos de los presentes.
- ¡Menuda desfachatez!
- Es un viejo chiflado -espetó Bellatrix.
Se escuchó un golpe seco y todas las miradas se dirigieron a Sirius que, sin poderlo aguantar más, había clavado los puños sobre la mesa. Temblaba de rabia.
- Dumbledore es el mejor y más sabio mago de todos los tiempos. Y, para que lo sepas tía Lucretia, uno de mis mejores amigos es de sangre mestiza y es el alumno más habilidoso de todo el curso. Así que os podéis meter vuestras teorías elitistas por donde os quepan panda de…
- ¡Kreacher! -de repente, Sirius fue incapaz de hablar. No podía mover ni un sólo músculo, estaba totalmente petrificado- Llévalo a su habitación y encárgate de que no pueda salir.
- Sí mi señora -el elfo doméstico chasqueó los dedos y el cuerpo de Sirius empezó a levitar a través de la instancia.
Me encargaré de ti luego. La voz de su madre sonó dentro de su cabeza, fría como el metal, arrancándole un escalofrío de miedo al muchacho. Sirius le dedicó una mirada suplicante a su padre, que agachó la cabeza de forma impotente.
- ¡Walburga! ¿Qué se supone que estás haciendo? ¡Es un muchacho, no un animal! ¡Es tu hijo, por Merlín!
- Silencio Alphard. Esta es mi casa y no toleraré la insubordinación. Y, por supuesto, no tengo intención de dejarte opinar sobre cómo educo o dejo de educar a mis hijos.
Kreacher lo llevó flotando hasta su habitación y no lo despetrificó hasta haberse asegurado que las ventanas estaban correctamente protegidas. Tras haber finalizado su inspección, el elfo doméstico chasqueó de nuevo los dedos y Sirius cayó de bruces contra el suelo.
- No tienes por qué hacer esto Kreacher.
El elfo sonrió con sorna.
- Kreacher vive para servir a la noble casa de los Black. Kreacher se sentirá orgulloso de poder asistir a mi señora en la reconducción de la conducta del jovencito Sirius más tarde…
Satisfecho al ver la chispa de pánico que se encendió en los ojos de Sirius, Kreacher dio media vuelta y salió de la habitación. Alimentado por la rabia y el miedo, el joven Black se abalanzó sobre la puerta, a pesar de que de sobra sabía que no iba a ser capaz de abrirla.
- ¡Os odio! -gritó con la cara pegada a la madera- ¡Os odio a todos!