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Un corazón en perfecto estado

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Jamás me fue raro levantarme antes del amanecer, despertarme por el ruido de utensilios de cocina siendo golpeados una y otra vez, voces en la planta baja, el sonido del agua. Cuando escuchaba a mi hermano mayor arrastrando los pies por el pasillo significaba que ya era hora de ponerme en marcha, aunque no que tuviera que hacerlo. Mamá decía que debía dormir más, que algún día crecería, me llenaría de responsabilidades y de bebés, y que extrañaría los días en los que podía dormir a mis anchas. No creía que fuera cierto, no podía quedarme acostada mientras todos tenían cosas qué hacer.

A los seis años todavía no me dejaban siquiera tomar un cuchillo o mover las brasas de la estufa, gracias al cielo, o hubiese sido muy irresponsable por parte de mi familia. Aun así, me conformaba con mirar; estaba aprendiendo. Usualmente, parada en un banquillo, lavaba los vegetales, ayudaba yendo a cortar algunas hierbas del jardín o limpiaba las mesas. Fuera lo que hiciese en la cocina, tenía que hacerlo rápido, ese lugar era intenso. Cuando no necesitaban mi ayuda por ahí, me dedicaba a oficios más domésticos como barrer o simplemente sacudir el polvo.

Siempre fui más consciente de lo que no podía hacer que de lo que sí podía. Por ejemplo, y más importante, no podía cocinar, y cuando toda tu familia se dedica a atender un restaurante eso jode mucho. Ni siquiera podía ayudar a atender los pedidos porque no sabía leer ni escribir muy bien, y era muy pequeña como para llevar la comida. No podía limpiar las ventanas porque me faltaba altura, no podía ir a comprar víveres sola, no podía lavar los platos con la suficiente rapidez, y la lista podría seguir. Ser niño seguro tenía sus desventajas, pero no podía decir que no lo disfrutaba. Mi hermano Sora no podía salir a jugar tanto como quería con sus amigos, tenía nueve años y les era de mucha ayuda en el restaurante. Yo tenía todo el tiempo libre que quisiera, y para que no me aburriera mi papá me dejaba salir jugar toda la bendita tarde.

No tenía muchísimos amigos. Recuerdo salir con una niña llamada Sakura, pero luego se mudó y jamás volví a verla. Después me hice amiga de Kusumoto (solo recuerdo su apellido porque jamás lo llamábamos por su nombre), y él me presentó a dos chicas gemelas: Miho y Yuno, quienes adoraban hacerle bromas a todo el mundo, excepto a Kusumoto porque él era tan despreocupado que no les ponía atención. Poco tiempo después conocí a Nabuyori; el primer niño que me gustó en la vida. Él era un año mayor que yo, de radiantes ojos violeta. Nabuyori amaba cantar y me enseñó a pescar. Los cinco jugábamos todos los días.

–¡Ya sé! Hoy vamos al árbol viejo. –Ese lugar era uno de los tantos sitios a los íbamos a jugar, era un simple árbol viejo, pero cuando eres niño cualquier lugar es bueno mientras haya espacio. Ahí, parados frente a la casa de las gemelas, porque era la más central para todos, empezamos a debatir.

–Fuimos ayer –dije, bajándole las ilusiones a Miho.

–No tengo ningún problema con ir hoy también. –La respuesta de Nabuyori hizo que empezara a sentir una versión primitiva de celos.

–¡¿Verdad?! –El entusiasmo de Yuno era palpable, de lejos la más energética del grupo.

–Estoy con Aoi –soltó Kusumoto, con gesto relajado–, pero podemos ir al estanque. –A veces sentía que el chico podía leerme la mente. Asentí rápidamente, era un lugar en el que podía pasar mucho tiempo con Nabuyori, mientras me seguía enseñando a pescar. El mencionado me sonrió.

–Seguro no te importa que no vayamos hoy, ¿cierto, Aoi? –Nabuyori sonrió, sabía que me encantaba ir allí. Mis ilusiones se fueron al traste en un instante, pero luché por no aparentar mi decepción.

–Ah, claro. –Le devolví la sonrisa, fingiendo que no me importaba–. ¿Qué tal la fuente? –sugerí otra opción, sin pensar en dar mi brazo a torcer por el árbol viejo, ni siquiera por la gracia de Nabuyori. Afortunadamente todos estuvieron de acuerdo, Yuno incluso parecía igual de entusiasmada. Mientras caminábamos, escuché a Nabuyori cantar. Siempre lo hacía, a veces solo tarareaba alguna melodía desconocida, otras veces recitaba canciones completas. Su compañía era agradable y él era lindo, insisto en que me encantaban sus ojos. No podía buscar más razones por las cuales me gustara, y no tenía necesidad de hacerlo. En ese entonces no pensaba que tuviera que buscarlas. Aunque desde pequeña fui una niña que analizaba demasiado las cosas, obviamente no tenía madurez suficiente como para entender el amor. Para mí, el amor era mis padres abrazándose, los romances de las obras de teatro y lo que decían los poemas. Pero, por supuesto, tampoco entendía los poemas. No sabía lo que había detrás de las palabras, no sabía lo que había más allá de los abrazos de mis padres. Pero sabía lo que era el cariño y creía tener claro que lo que sentía por Nabuyori era diferente de lo que sentía por mis amigos o por mi familia.

No era algo más ni menos fuerte, solo diferente, y, por mucho que tuviera una legítima curiosidad por saber cómo funcionaba el mundo, no necesitaba saber cómo funcionaba el corazón.

Nabuyori, recolectando las piedras de colores más brillantes que podían verse al fondo de la fuente; las risas melodiosas de Yuno y Miho mientras jugaban empapadas; Kusumoto tendido en el pasto mientras veía el cielo difuminado en tonos celeste y melocotón; todo era un cuadro pintado en mis recuerdos. De todas las tardes pacíficas y hermosas que he tenido en mi vida, esa es la que más nostalgia me trae. Me encontraba en un momento de mi vida en la que mi ignorancia sobre lo que es la vida era palpable, en el que el dolor más grande que había experimentado fue una quemadura en la mano, cuya cicatriz se desvaneció pronto. En ese entonces no sabía que las verdaderas cicatrices nunca desaparecen.

Además, creo que recuerdo muy bien esa tarde porque fue la última vez que jugué con ellos. Con un simple movimiento de la mano al despedirme cuando empezaba a oscurecer, también me despedí de una parte de mi infancia que jamás volvería. En realidad, todo empezaba a oscurecer.

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Dos años de hiatus. Casi cuatro años de no publicar una historia nueva. Si ahora estoy aquí es porque Kimetsu no Yaiba me devolvió esas ganas de escribir que ya había perdido. Yo ya me había divorciado de los fanfics, pero KNY me recordó lo bonito que es leer y escribir estas historias.

Aoi siempre se me hizo un personaje interesante, menor pero interesante. Desde que leí el capítulo de Aoi y Kanao en la primera novela de KNY, me entraron unas tremendas ganas de escribir sobre ella, y los fanfics Inoaoi me ayudaron a llegar a una resolución. Este fic también contendrá altas cantidades de Inoaoi, pero no va a girar en torno a la pareja, que, por cierto, ya es canon (sí, tengo pruebas y ninguna duda). Será una historia centrada completamente en Aoi, desde su infancia hasta su adultez.

El nombre del fic es de una canción muy famosa que ha sido versionada por muchos artistas. El nombre de este pequeño capítulo introductorio también es de una canción. Si llegaste hasta acá, gracias por darle una oportunidad a Little Girl Blue.

Cover art: 五十嵐 ( gara_gara_igara) en Twitter.