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Lejos de casa

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Era tan simple como recolectar tantas mandarinas como fuera posible. La batalla para mí estaba perdida desde el comienzo; era más pequeña que mi hermano, más baja y menos ágil. Mamá se sentó en la nieve, y nos vio partir hacia los árboles de mandarina.

Tengan cuidado. Recuerden que no tenemos mucho tiempo y debemos seguir caminando.

Era perfectamente capaz de subir un árbol y, además, los frutos no estaban muy alto. Un adulto de la altura de mamá (y eso considerando que mamá no era muy alta) podría alcanzarlos con solo estirar la mano. Así que empecé a escalar, y cuando hube llegado a la parte donde las ramas inferiores empezaban a extenderse, me acosté sobre una y me arrastré hasta llegar al punto en el que quedé en medio de varias ramitas y un montón de hojas. Me estiré y tomé una mandarina, cortándola para dejarla caer en el suelo. Repetí el mismo proceso algunas veces más, hasta que vi que tenía más frutas de las que podía cargar.

Empecé a retroceder para bajarme del árbol, pero me resbalé, y apenas pude cambiar la posición de mi cuerpo antes de caer. Caí de pie, como un gato. Sin embargo, el terreno irregular debido a la nieve hizo que mi aterrizaje no fuera el más propicio, e inmediatamente me lastimé el tobillo. Mamá llegó de prisa al escuchar mis llantos y Sora llegó momentos después, era una de esas raras veces en las que de verdad estaba preocupado por mí.

No te preocupes, siéntate, en un rato pasará el dolor. —Sonrió y cubrió mi tobillo con un poco de nieve. Sora trajo sus propias mandarinas y las puso junto a las mías.

Te regalo lo que coseché —dijo para que dejara de llorar, porque mis lágrimas caían y caían sin ninguna vergüenza. Así, puso fin a nuestra competencia de mandarinas.

¡Ah, tengo una idea! —expresó felizmente mamá—. Pongámonos cómodos y comamos algunas de una vez. Ella comenzó a pelar la fruta.

Quiero hacerlo —dije, casi hipando. Aunque ya había dejado de llorar, mis mejillas estabas todas mojadas y parecían congelarse a pesar de que ya no hacía mucho frío.

¿En serio? Muy bien, mira, —Me tendió una— metes tu dedo en la parte de abajo, este puntito ¿ves? Cuando ya está adentro lo deslizas hacia a arriba y lo vuelves a hacer hasta que esté completamente pelada.

El resultado era una cáscara con forma de flor. Comimos un par cada uno antes de ponernos de pie, pero al levantarme me di cuenta que el tobillo me seguía doliendo. Mamá sonrió y me cargó sobre su espalda mientras Sora caminaba delante de nosotras con el resto de las mandarinas. Sin ninguna nube a la vista, el azul se extendía por todo el cielo.

Te prepararé una rica sopa, ya vamos a llegar a casa.


—Llegar a casa.


¿A través de los recuerdos?

A través de los recuerdos.


Medicina. Quizás algo limpio. Tibio y frío. Dolor.

Estar boca abajo me dificultaba tanto respirar como moverme. Respirar dolía; hacía que mis pulmones al inflarse estiraran mi piel. Mi cuello también dolía debido a la incómoda posición en la que me encontraba. Mi cabeza era una sopa llena de pensamientos inconexos.

Al abrir los ojos me di cuenta que no estaba en mi futón, no estaba en mi cuarto. Esa no era mi casa. Estaba demasiado adolorida y cansada como para entrar en pánico, pero abrí más los ojos para estar alerta. Todo era silencio. Tragué saliva mientras intentaba recordar qué hacía en ese lugar y cómo terminé ahí. Lo última que recordaba es que estaba soñando hace unos momentos.

Tal vez seguía soñando.

Cerré los ojos de nuevo, esperando que al abrirlos de nuevo todo el escenario cambiara.

—¿Despertaste?

Si hubiese estado en mejores condiciones hubiera saltado del susto. La voz venía del otro lado de la cama, pero no quería moverme y girar la cabeza para ver quién me hablaba. Aunque no hizo falta ya que la persona en cuestión rodeó la cama y se agachó para verme directamente. Lo primero que vi fue sus extrañas prendas oscuras, pero luego mi mirada dio de lleno contra los ojos más brillantes que hubiese visto alguna vez. Eran de un color lila, que de alguna manera me transmitieron un poco de tranquilidad casi al instante. Su expresión denotaba preocupación, igual que su voz:

—Dime, ¿cómo te sientes? ¿Tienes mucho dolor?

Noté que tenía un parche en su mejilla, pero eso no evitaba que su rostro se viera menos hermoso. Volví a tragar saliva para responder.

—Sí. —Mi voz salió en un susurro, pero aun así ella había logrado escucharme.

—Te daré un té para que te sientas mejor. Pero primero toma un poco de agua fresca. —Procedió a bajarme la sábana que me tapaba hasta los hombros—. Te ayudaré a sentarte.

Puso una mano debajo de mí y otra sobre mi hombro para darme vuelta lentamente, dejándome de lado. Luego colocó una almohada para que pudiera apoyarme y me ayudó a subir. Jadeé cuando sentí todo el dolor acumularse en mi espalda. No quería moverme más, aunque la chica hiciera la mayor parte de la fuerza, sentía que iba a partirme en dos. Me quedé muy quieta cuando ya me hube sentado, mientras que la chica me servía un vaso de agua con la jarra que estaba en la mesita junto a la cama y me daba de beber cual bebé.

—¿Dónde estoy? ¿Dónde está mi familia? —pregunté. Ella no quiso verme a los ojos.

—Lo lamento —dijo después de un suspiro. —No pude llegar a tiempo. Ahora estás en un lugar seguro y puedes confiar en mí, no tienes de qué preocuparte.

—¿De qué habla? ¿Qué sucedió? —Empecé a hiperventilar. Poco a poco mis pensamientos se aclaraban, pero solo podía distinguir momentos del festival.

—¿No recuerdas? —cuestionó.

No pude verla, cerré los ojos tratando de concentrarme y recordar más allá. Papá y yo habíamos regresado solos, él durmió en mi cuarto. La cabeza comenzó a dolerme cuando en mi mente resurgió el dolor de una vertiginosa caída por las escaleras, al retroceder aún más, un instante: la puerta siendo rasgada. Mi corazón empezó a latir más rápido, ahí, en esa cama. Algo me perseguía, tenía que huir. ¿Tenía algo de lo cual escapar? ¿Qué me acechaba? Sentí miedo, y volví a abrir los ojos cuando sentí dos manos colocarse sobre mis hombros.

—Tranquila, tranquila —susurró. Sonrió tristemente y después acarició mi cabello. Esa persona destilaba amabilidad, no creía que ella me hubiese hecho daño.

Y su voz, recordaba su voz. ¿Qué decía?

"¡Retrocede!"

Era un tono firme con una voz dulce.

—Algo... algo me perseguía. —Ella me miraba atentamente. Yo esperaba buscar una respuesta en sus ojos, porque todo era muy confuso. Como en un sueño.

—¿Qué más recuerdas?

—Yo estaba dormida. ¡Lo estaba! —casi grité. Cerré los ojos con fuerza cuando otra memoria me golpeó: sangre en el suelo. Solo sangre.

—Lo siento, no fue justo de mi parte pedirte que recordaras. No ahora. —Sus brazos se colocaron cuidadosamente a mi alrededor—. Lo que tienes que hacer es recuperarte. Tu herida más grave tardará algunas semanas en curarse. Tienes algunos raspones y moretones, pero nada que no se desvanezca en unos días.

—¿Dónde están realmente? —Su ligero abrazo no me ayudó a tranquilizarme. Mi respiración se aceleraba cada segundo. Ella se separó, pero tomó mi mano entre las suyas y guardó silencio brevemente, como pensando qué decir, o cómo decirlo.

—Ya no están. —Las palabras llegaron, pero el significado no. Parpadeé varias veces tratando de entender. —Han muerto.

Creo que, aunque lo hubiera explicado mejor o lo hubiera dicho de cien maneras distintas, el resultado sería el mismo.

—No, mamá murió —dije no muy convencida. La idea de la muerte no me era extraña; viví junto al largo proceso que había conllevado, y más tiempo había vivido con el dolor de la pérdida. Lloré por horas y horas durante las noches subsiguientes, abrazada a papá, hasta que me quedaba dormida con las mejillas empapadas. Extrañaba a mamá cada día de mi vida y el dolor jamás se fue. Pero nada de lo que estaba sucediendo en ese momento tenía sentido.

—Hay cosas que tienes que saber —empezó—. Pero no tiene que ser precisamente en este momento, necesitas descansar.

Había sangre.

Un perseguidor.

—Un asesino. —No fue una pregunta; no creía que hubiese sido de otra forma. Pero inmediatamente deseché la idea y traté de calmar mi respiración, aun así, no pude evitar que mi vista se nublase. Negué con la cabeza e hice una mueca intentado fingir una sonrisa—. No. —Seguí negando, aunque el movimiento hiciera que el dolor en mi espalda aumentara—. No, fue una pesadilla. Dormí desde que estuve con papá hasta que desperté aquí.

Ella me miró con lástima, pero antes de que tuviera tiempo de responder o de que yo volviera a replicar, se escuchó una tercera voz:

—Tienes heridas, ¿y duelen verdad? Sí fue real.

Apenas se escuchaban sus pequeños pasos. A la par de la mayor se plantó una niña de grandes ojos violeta que cargaba una bandeja con vendas. Fue hasta ese momento en el que vi su cabello adornado con un broche de mariposa que me di cuenta que la otra chica también tenía adornos de mariposa en su largo cabello.

—No tienes que ser tan insensible, hermana. —regañó la de ojos lila.

—Fue un demonio, y deberías odiarlos tanto como nosotras —siguió, dejando la bandeja en la mesita para después poner su vista sobre mí.

—Shinobu, ya basta. —La mayor frunció el ceño y el tono suave se volvió tan firme como la primera vez que lo escuché. Porque no lo escuché en un sueño.

—¿Un demonio? —Inmediatamente, los ojos naranjas en medio de escleras negras brillaron con furia al ser empujados a la superficie de mi mente. Donde todo parecía borroso, los recuerdos de esos ojos y la visión de sangre en el suelo eran tan claros como el cristal.

Cuando las primeras lágrimas cayeron, en medio de la confusión y el desengaño, la chica me envolvió en un abrazo, igual de cuidadoso que el anterior, pero más fuerte. Sollocé en su hombro ignorando el dolor físico que provocaban los constantes temblores de mi cuerpo.

Dolor, pánico, miedo, angustia, inquietud, desconsuelo; eran muchas cosas con las que no podía lidiar y no podía entenderlas por completo. Una desconocida me abrazaba y no quería llorar frente a ella. Una desconocida me abrazaba, pero yo estaba sola en el mundo, y darme cuenta de esa realidad me atravesó como mil espinas creciendo desde la parte más oscura de mi interior, me sentí ahogada. Deseaba correr, huir, esconderme. Sin embargo, tenía que conocer la verdad que aparentemente no recordaba ni quería recordar, debía hacerlo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó después de varios minutos, mientras acariciaba gentilmente mi cabello.

—Aoi Kanzaki —respondí, mi voz sonando quebrada. Luego se separó y me tendió un pañuelo para limpiarme. En algún momento, la niña había salido de la habitación y había regresado con el té humeante que ahora sostenía. Aunque su rostro seguía serio, sus ojos mostraban algo de culpabilidad.

—Ahora debes tomarte este té, Aoi —dijo la chica amable—. Te ayudará a sentirte mejor.

Hice lo que me pidió sin rechistar.

—Mi nombre es Kanae Kocho y ella es mi hermana Shinobu. Somos miembros del Cuerpo de Exterminio de Demonios —explicó.

—¿Exterminio de demonios? —pregunté, confundida—. ¿Habla de demonios de verdad?

—Sé que es difícil de creer que tales criaturas existan, pero tú lo has visto, aunque no lo recuerdes muy bien. Te lo explicare después de que duermas un poco

—Quiero escucharlo ahora, necesito saber qué sucedió. —Traté de actuar más compuesta para que ella pudiese decirme todo sin reservas, aunque en realidad me sintiera como gelatina. No sabía que esperar.

—No sé mucho sobre lo que pasó en tu casa y qué sucedió exactamente con tu familia. ¿Estás segura de que quieres escuchar? —Asentí, y ella continuó luego de un momento—. Los demonios son seres que se alimentan de humanos, tienen gran fuerza y poder, y solo salen durante la noche porque la luz del sol les hace daño. Son seres que viven encadenados a ese estado, ni siquiera conservan sus memorias humanas. —Escuche atentamente con los ojos bien abiertos—. Han existido por siglos, y nuestra organización se ha encargado de hacerles frente durante mucho tiempo.

»Shinobu y yo nos convertimos en cazadoras hace unos meses. Nuestra misión de anoche era cazar a un demonio que nos habían informado que merodeaba por esa zona. La última pista señalaba que el demonio se encontraba en el festival. También sabíamos qué sería difícil de atrapar ya que tenía facilidad para mezclarse entre la gente y, a pesar de que mi hermana y yo buscamos por horas atentas a cualquier indicio, no pudimos encontrarlo. Por suerte, decidimos seguir a una persona que caminaba sola hacia tu pueblo, pensando que quizás el demonio se aprovecharía de eso. Gracias a ello, estuvimos lo suficiente cerca como para escuchar unos gritos y, afortunadamente, logré evitar que el demonio te... te hiciera más daño. Fue complicado, pero logramos asesinarlo, Shinobu y yo. De hecho, fue Shinobu quien paró tu hemorragia. —Volteé a ver la niña, quien miraba hacia otro lado con el ceño fruncido—. Así que ya no debemos preocuparnos de que él atormente a más gente.

—¿Y mi familia? —pregunté aterrada—. ¿Dónde estaban, cómo estaban?

—No hace falta que lo sepas. —me cortó con suavidad.

—Sí lo hace, ella está en todo su derecho —dijo la niña, Shinobu, quien se había mantenido callada hasta ahora. Kanae puso una expresión dolorosa—. Sabes que tengo razón.

Parecía que, por un momento, se invirtieron los papeles entre las hermanas. En cuanto a la decisión de preguntar, esta solo duró mientras hablé, porque ya me había arrepentido. Kanae no regresó su vista hacia mí, en cambio, la enfocó en el suelo.

—Un hombre adulto y un niño se encontraban en la entrada de la casa. Otro hombre adulto estaba en un dormitorio. Es todo lo que sé.

Al escuchar esas palabras, no logré parar el llanto y oculté la cara entre mis manos. Kanae prefirió limitarse y no continuó, lo cual agradecí porque no quería saber más, no necesitaba los detalles. No quería ni imaginarlo. Tuve que poner una mano en mi pecho, porque sentía que dolía demasiado, ya fuera por las heridas o por tanto llorar. Kanae y Shinobu esperaron pacientemente junto a mí hasta que pude calmarme un poco. No es que pudieran decirme algo que realmente pudiera consolarme, yo lo sabía y ellas también.

—¿Tienes algún otro familiar, Aoi? —La pregunta acentuó todavía más el vacío en mi estómago. Negué sin levantar el rostro. Era verdad que no hubiese nadie más; desde que tuve uso de razón, mi familia solo era mamá, papá, Sora y tío Manami. No pude ver qué expresiones tenían, mucho menos saber qué pensaban, pero en ese instante no me importaba que fuera a ser de mí. Quizás, si me quedaba el tiempo suficiente con los ojos cerrados, pudiera desaparecer y volverme aire.

—No importa, solo descansa. —Esta vez fue Shinobu la que habló, cuya voz, aunque igualmente seria, sonaba más suave.

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Sé de primera mano lo difícil que es comunicarle a una persona que un ser querido ha fallecido, no quiero ni pensar en tener que decírselo alguna vez a un niño. Aquí Aoi tiene 9 años; no es una edad en la que no seas capaz de comprender del todo el significado de la muerte, menos ella que ya tuvo que experimentarlo con su mamá. Sin embargo, no es la edad suficiente que se requiere para afrontarlo de mejor manera, especialmente si se tiene en cuenta la muerte violenta que tuvo su familia.

A veces sucede que al sufrir mucho estrés y pánico durante determinada situación traumática se pierdan fragmentos de la memoria. También hay casos en los que el recuerdo del suceso se olvida completamente. Ojo, no soy una experta en el tema. Lastimosamente, aunque por ahora vaya a ser más fácil para ella continuar con su vida sin recordar las escenas más horribles, eso no quiere decir que las vaya olvidar para siempre...

Quiero compartir unos datos sobre los nombres de la familia Kanzaki. Como ya es sabido, el nombre de Aoi significa literalmente "azul", así que quise relacionar sus nombres. Kaito y Manami tienen que ver con el mar, Sora significa "cielo", y Tsubame es como se le llama en japonés a las golondrinas, las cuales tienen un hermoso plumaje índigo.

Y ya, esta nota fue demasiado larga, no los molesto más. Gracias por leer :3