Disclaimer: Tengo tanto derecho a reclamar como propios los personajes de Orgullo y Prejuicio en la misma medida que el resto de la humanidad que no es Jane Austen.
Notas del autor:
I. Las situaciones no relatadas en la obra original que son mencionadas a continuación, son producto de mi imaginación.
II. Este primer capítulo originalmente surgió como un "One shot" de uno de mis momentos favoritos de la obra de Austen, sin embargo decidí continuarlo. El lector puede considerar únicamente leer esta primera parte e imaginar que la historia sigue el curso que Jane Austen escribió; o bien seguir con los capítulos posteriores y tomar parte en este juego de suposiciones.
En los capítulos posteriores veremos a distintos personajes cambiar su comportamiento antes del canon, lo que dará como resultado una nueva historia, en la cual Darcy tendrá que hacer frente a las consecuencias que su decision de hacer a Elizabeth su esposa traerán, especialmente con su familia.
La tarde del sábado no estaba transcurriendo tal y como Fitzwilliam Darcy esperaba; en medio de todos los pendientes que cada uno de los habitantes tenía, se vio obligado a pasar media hora solo con la señorita Elizabeth Bennet. Ella había entrado primero a la biblioteca, eso era cierto, por lo que ella podría interpretar su presencia como si él deseara su compañía. Esto era parcialmente cierto aunque Darcy lo negaría a cualquiera que se atreviera a cuestionarlo. La diferencia era que hoy él estaba determinado a ignorarla; no elevaría las expectativas de ella, una muchacha de una familia inferior a la suya, sin fortuna y con parientes que distaban de ser un modelo de conducta.
La noche había sido complicada al enlistar las razones por las que no debía prestarle mucha atención contra aquellas por las que ella claramente le atraía. Tal debate empezaba a nublar su juicio. Elizabeth, es decir, la señorita Elizabeth, era vivaz e inteligente. Tenía una voz agradable y sus interpretaciones al piano si bien no perfectas, estaban llenas de emoción. Y sus ojos, oscuros y bellos que él podía perderse en ellos. No se dejaba intimidar por nadie y tampoco buscaba llamar la atención, ella iba por la vida como si bailara una música que nadie más podía escuchar. Esto lo intrigaba en gran manera, aunque estaba casi seguro de que era un truco, uno que él ya conocía, Londres se lo había enseñado bien.
Él abrió el primer libro más cercano al sofá donde se encontraba sentado, con toda la intención de hacerle notar que no estaba dispuesto a tener conversación de ninguna naturaleza con ella. Su admiración iba en aumento con cada charla que tenían y entendía que de no poner en orden sus pensamientos, podría estar en peligro de enamorarse y hacer algo absurdo. No, Elizabeth Bennet era una trampa en la que él no iba a caer. Ella era una sirena cuyo canto él escuchaba llamarlo a la perdición.
A los pocos minutos de abrir su libro, ella hizo lo mismo después de haber inspeccionado la pobre selección disponible de la biblioteca. Al parecer, ella pronto se encontró pérdida en la lectura. Para él era imposible leer, de vez en cuando escuchaba una risa traviesa escapar de ella, y en dos ocasiones notó como incluso sus hombros se sacudían tratando de contener una carcajada. Esto lo inquietó, y después de diez minutos abandonó cualquier esfuerzo por concentrarse y prefirió robar miradas hacia ella aprovechando la aparente concentración de la señorita.
Al cabo de media hora se escucharon ruidos afuera de la biblioteca y Elizabeth se levantó. Por un momento estuvo tentada a no mencionar lo que le daba risa, pero la curiosidad por ver la reacción del caballero la venció. Caminó y se detuvo frente a él.
—Señor Darcy— dijo ella tratando de contener su risa.
—¿Sí, señorita Elizabeth?— Su voz grave resonó en la biblioteca con severidad. Estaba claro que la interrupción no era bienvenida y ella lo entendió de inmediato. Él, si bien estaba satisfecho de saber que ella no podía dejar pasar el momento para hablarle, consideró no alentar la conversación más allá de lo necesario.
—Solo quería decirle que es más fácil leer un libro cuando no está al revés — dijo sonriendo ampliamente. Seguido de esto, tomó el libro de las manos de Darcy, lo enderezó y se lo dio de vuelta—. Ahora me retiro, para que disfrute de su... novela— dijo después de ver el título. El tono de burla era innegable en su expresión. El día anterior él había comentado que la lectura de novelas era un uso irracional del tiempo y poco aportaba al aprendizaje. Ella había opinado fuertemente en su contra y como casi todas las conversaciones entre ellos, había terminado en una discusión intensa en la cual nadie del resto de los habitantes de la casa quiso intervenir.
Él no pudo decir nada y solamente sintió cómo el color en sus mejillas subía bajo la mirada inquisitiva de Elizabeth. Una vez que su observación estuvo completa, ella caminó hacia la puerta sin esperar una respuesta de su parte. Y entonces él la escuchó. Era una risa descarada y muy diferente a la de las señoritas que siempre intentaban ganar su atención. Había ironía y burla que ni siquiera se esforzó en disimular. Estaba mofándose y no le importaba si él lo notaba. Cuando el sonido finalmente se perdió en el pasillo, él bajó los ojos al libro que tenía, Los misterios de Udolfo. Más avergonzado no podía sentirse, la noche anterior había criticado duramente a la autora.
Quiso enojarse por la actitud de Elizabeth, sin embargo tuvo que reconocer que solo había actuado tal y como su naturaleza le indicaba. Si ya lo había enfrentado antes, ¿por qué no lo habría de hacer ahora? Su mente era un mar de confusión y emociones que él se negaba a analizar detalladamente por miedo a lo que dicha introspección pudiese revelar.
Se puso de pie y ajustó su saco. Tomó una de respiración profunda para calmarse y se retiró a los establos, aún más determinado que antes a ignorar a Elizabeth por el resto del día, deseando con fervor que ya fuese domingo. Su objetivo se vio cumplido, ya que por el resto del sábado apenas le dirigió diez palabras, las contó antes de dormir esa noche, y con una sonrisa de satisfacción, se felicitó. Él, Fitzwilliam Darcy, había conseguido demostrar que era capaz de distanciarse de Elizabeth Bennet. Si ella tenía las mismas intenciones, él no estaba enterado.