La caída de Ayano
Ayano no era una mentirosa. Había imaginado más de una vez lo que sería caer desde la azotea de la escuela.
Y olvidar entre un montón de rojo violento.
No más madre muerta.
No más hermanos que cuidar.
No más heroísmo.
Ni agentes secretos.
No más Shintaro Kisaragi, que no la quería más que a su ego.
No más padre abandonador.
Ni demonios antropófagos.
Sería una caída.
Y luego. El final.
Pero la realidad siempre dista de los sueños de colegialas distraídas, que lloran por sus problemas.
El Otro Mundo de Ayano fue un Caer Eterno. O casi.
Ayano cayó, enredada entre serpientes. Sofocada.
De repente, ya no importó si su color preferido era el de la sangre. Ni siquiera si había dado su vida por la de su familia.
Cuánto había rogado.
O amado a su madre.
Si a su padre le importaba.
Qué harían los demás.
Si Takane o Haruka realmente fueron sus amigos o si solo la toleraban.
Si Shintaro la quería o su adicción al porno no lo dejaba verla como más que muslos asomando de una falda.
Ayano cayó. Y su caída no terminaba más, porque arrancaba el velo de la oscuridad y su propia integridad.
Ella gritó. Lloró. Quiso negociar con el demonio. Pero solo escuchó risas.
Y nada más.
Porque. Cayó.
Y fue una locura.
Y fue de verdad.
Ella cayó.
Y ya no importó si era virgen. Si su primer beso había sido su hermano menor haciéndose pasar por Shintaro.
Si Shintaro la olvidaba de inmediato.
Hubo grullas de papel volando a su alrededor. Tenían sus notas bajas dibujadas con sangre.
Y fotos de sus padres casados.
Esos que tal vez no debieron conocerse.
Ayano cayó a través de sus recuerdos.
Y contuvo la respiración por lo que parecieron años.
Lo fueron.
Ella cayó. Y así lo hizo el tiempo. Su risa, su uniforme. Sus lágrimas. Su deseo de normalidad y dignidad.
Su amor.
Se podría decir que envejeció del Otro Lado.
Pero no llegó a verse mayor. No más que Mary Kozakura. Porque la Oscuridad la envolvió y sus Ojos Rojos no tuvieron la indulgencia de acercarla más a la Muerte.
Ayano atravesó Crepúsculo, Calor y Neblina.
Aprendió a dominarlo. Este se la tragó. A medida que caía. Con las Serpientes. El monstruo.
Y cuando debió tocar el fondo, simplemente se detuvo.
No hubo nada.
Ni sus gritos.
Tal vez, a lo sumo, un resquicio del amor que solía sentir.
Ni siquiera le quedaba dolor.
Flotó, poseída por los demonios.
Y volvió.
Bueno, algo como Ayano Tateyama volvió.
Porque Ayano Tateyama había caído y ella nunca quiso mentir, pero dejó su humanidad del Otro Lado.
El Rojo le quitó tiempo. Pero sobre todo a sí misma.
Al final, rogar no sirvió de nada. Eran monstruos también. Como ella solía decir que no.
Ayano cayó y ya nada fue igual. Ni las grullas ni Shintaro. Ni su familia. Ni la escuela. Ni el Rojo que desde entonces le perteneció intrínsecamente.
Ayano cayó y su moral también.
Pero incluso así fue amada, esperada, recibida, como había sido llorada. Y eso resultó injusto. Pero real.
Como no lo había sido su sangre en el suelo y un cuerpo que pertenecía a Shuuya.
Ayano cayó, al volver era Otra.
Y tanto la extrañaban que igual la recibieron. Porque lo perdió todo e igual lucharía.
Porque cayeron sus recuerdos y todo lo que valoraba. Pero su familia se quedó. Hasta Shintaro.
Y tal vez caerían de nuevo juntos. Pero Ayano no tenía miedo. Con la misma resignación del que ha probado el abismo, hizo frente a aquello.
Ayano creyó que así no sería tan malo. Y si ganaban mejor pero...De un modo u otro, tenía un deber que cumplir.
Volver de su caída tuvo ese precio.