Nota de autor: Tengo tanto derecho a reclamar como propios los personajes de Orgullo y Prejuicio en la misma medida que el resto de la humanidad que no es Jane Austen.
Escribí está historia porque me gusta la idea de Lydia sin Wickham, ella merece una oportunidad con alguien más, aunque no seré yo la persona que escriba sobre eso en este momento. La historia que a continuación se presenta no se centra en Elizabeth y Darcy como protagonistas sino como los beneficiados por las acciones de un hombre que a pesar del dolor de un amor no correspondido actúa de manera honorable.
Todo acerca de ella se podía admirar. Su sonrisa, su voz, su buen humor y el gusto por el baile. Muchas veces parecía estar en su propio universo de libros y debates, pero hasta al discutir, él podía admirarla.
El sargento Samuel Denny llevaba enamorado de Elizabeth Bennet desde que la había visto por primera vez al cruzar los campos entre Netherfield y Longbourn. Con su cabello desordenado y las mejillas enrojecidas por correr, le pareció la imagen de la perfección, más que la siempre radiante Jane Bennet. Había intentado acercarse a ella sin mucho éxito, consiguiendo únicamente amabilidad pero sin despertar realmente el interés de la señorita. No tenían muchas cosas en común, pero su corazón ignoraba todo esto y de forma terca se negaba a olvidarla. Denny realmente imaginaba que un día podría conquistar a la desconcertante Elizabeth Bennet.
Fue un mes de noviembre que Denny regresó de Londres con el regimiento cuando sus esperanzas flaquearon por primera vez. George Wickham, un nuevo soldado, se unió al ejército y viajó hasta Meryton, donde pasarían el invierno hasta que fuesen llamados. En Londres, el señor Wickham le pareció un sujeto bastante agradable y a quien eventualmente no le molestaría llamar amigo. De buen humor y excelentes modales, Wickham parecía ganar la simpatía de todos con relativa facilidad, sin embargo, el buen espíritu de amistad formado en la capital se esfumó al llegar a Meryton.
Según la apreciación del señor Denny, la señorita Elizabeth le prestaba demasiada atención al nuevo soldado. Con Wickham ella se reía, conversaba y para frustrarlo aún más, ella parecía bastante enamorada del caballero. Denny no solo debía preocuparse de las atenciones de Wickham sino también del señor Darcy, un caballero de gran importancia con quien la señorita Elizabeth siempre estaba discutiendo. Denny tuvo la oportunidad de bailar en Netherfield con ella, desafortunadamente el señor Darcy tuvo la misma idea, quien reservó único baile de la noche para ella. Una alarma saltó en su cabeza cuando los vio bailar juntos, no obstante sus preocupaciones pronto se vieron aliviadas, ya que los habitantes de Netherfield dejaron el condado de Hertford unos días después sin la intención de regresar.
Durante el mes de enero, los esfuerzos de Wickham por ser amigable con la señorita Elizabeth disminuyeron, ya que éste tornó su afecto en la señorita Mary King y sus diez mil libras recién heredadas, lo cual fue un alivio para sus sentimientos, aunque esto no ayudó a la causa de conquistar a la segunda de las Bennet. Los días se escurrieron como agua y lo único que rescató de su tiempo con ella fueron más saludos y cortesías básicas.
En marzo él vio partir a la señorita Elizabeth para visitar a su amiga en Kent junto con el señor y la señorita Lucas. La ausencia de ella hizo que sus visitas a la residencia de los Bennet fueran casi nulas. Sin la dama a quien él admiraba, la presencia de las hermanas menores no era deseable.
Fue en mayo cuando la partida del ejército era inminente. Brighton era el siguiente destino que recibiría a los soldados y para Denny se trataba de una noticia agridulce. La separación era algo que él debía enfrentar, especialmente con el poco progreso que había logrado desde su regreso de Kent. Ella parecía más reservada que de costumbre y si bien antes fue amigable con Wickham, ahora parecía evitarlo. Denny pudo conversar acerca de las apreciaciones de Rosings y de Hunsford con ella, sin embargo, había algo su mirada que faltaba. Un brillo, felicidad, él no podía definir con precisión que era, pero la señorita Elizabeth no era la misma. Fue a través de Wickham que Denny se enteró que el señor Darcy había estado al mismo tiempo que ella, lo cual le hizo desear saber con certeza qué había sucedido en Kent.
Un viejo temor resurgió y se albergó en su corazón, tal vez la señorita Elizabeth se había enamorado del señor Darcy. Denny escuchó la defensa de ella cuando una vez más Wickham intentó hablar mal del caballero. Entonces apareció lo que él no había hallado antes en su mirada. Cuando ella mencionó al señor Darcy su expresión reflejó nuevo entendimiento. Ya no había desprecio en sus ojos, sino empatía. Quizás era momento de aceptar que la suya era una causa perdida.
La última vez que Denny la vio, fue en una cena organizada para despedir al ejército. Elizabeth se despidió de él en términos cordiales pero no efusivos, le deseo un buen viaje y éxito en cada una de las campañas a las que fuese llamado, pero jamás dijo que esperaba su regreso. Entre lo último que se dijeron, ella mencionó que su hermana menor acompañaría a los Forster, y fue este momento, el único en el que ella habló de algo realmente personal en su presencia. Mirando de reojo a Lydia, Elizabeth le confesó a Denny que estaba preocupaba por su hermana. Él le sonrió, casi con la certeza de que se trataba de la última vez que la vería, y con la voz más calmada que pudo, le aseguró que todo estaría bien.
Con normalidad el ejército se asentó en Brighton, los oficiales fueron invitados a cenas y se organizaron algunos bailes sin olvidar sus responsabilidades militares. Denny no se sentía particularmente entusiasmado por participar en tales eventos, la pérdida de sus esperanzas por la señorita Elizabeth era una herida fresca como para encontrar diversión en el carácter irrespetuoso y casi indecente de la señorita Lydia. Él siempre había soportado de buena gana a la menor de las hermanas Bennet, pero ahora que Elizabeth era una quimera, no hallaba razón para tolerar la presencia de la más fiel admiradora de los hombres uniformados.
Denny supo del plan de Wickham y Lydia de escapar gracias a que su amigo tendía a alardear sobre sus conquistas cuando estaba ebrio y a que la señorita Lydia utilizaba cada momento disponible para hacer bromas sobre lo divertido que sería ser la primera de las hermanas en casarse. Esto fue la gota que derramó la paciencia del joven sargento. En su opinión, Lydia Bennet merecía ser encerrada en su recámara hasta que aprendiera a comportarse. Su nivel de ignorancia era ridículo, obviamente la joven no había considerado el riesgo que suponían tales acciones para la reputación de sus hermanas… para Elizabeth.
El día que la imprudente pareja tenía planeado escapar, Denny avisó a su superior de las intenciones de ambos. El coronel, con más juicio que su coqueta esposa, ordenó que Wickham fuese detenido y Lydia fue puesta bajo la mirada vigilante del ama de llaves. Durante el resto de su estancia en Brighton, Lydia no tuvo contacto con Wickham, a quien pronto se le acusó por deudas de juego y a diversos vendedores del área.
Lydia nunca perdonó a Denny una vez que se enteró de su participación al estropear los planes de su viaje con Wickham, (la esposa del coronel se negaba a ser culpada por su amiga y contó todo a la señorita). Lydia lo acusó de estar celoso, a lo que Denny con toda satisfacción respondió que siempre la había encontrado ridícula y fastidiosa. Con gran diversión y tal vez haciendo de lado sus buenos modales de caballero, el sargento le dijo que la única razón de su amabilidad era el respeto a su hermana Elizabeth.
Esto provocó los gritos histéricos de la señorita y Denny no pudo evitar reflexionar sobre cómo Lydia podía estar emparentada con las dos hermanas mayores. Dentro de todo lo que ella vociferó, algo tuvo de verdad; Lydia le prometió a Denny que Elizabeth jamás le daría una oportunidad de ganar su afecto. Él se encogió de hombros y decidió que discutir con la irascible joven era suficiente para hacer a un hombre perder la cordura, por lo que se retiró a mitad de la discusión.
Eventualmente Lydia regresó a Longbourn para encontrar que el señor Darcy y Elizabeth se habían comprometido en el condado de Derby, la boda se celebraría en seis semanas, al igual que la de Jane y el señor Bingley.
Ella se sentía molesta porque sus hermanas, a quienes consideraba aburridas, se casarían antes. Lo único bueno era que el sargento seguramente sufriría al saber que Elizabeth se había casado con el adinerado señor Darcy. En imaginar la miseria del señor Samuel Denny, Lydia encontró su venganza cumplida.
El sargento sí se enteró del matrimonio de la señorita Elizabeth, y aunque desconocía cómo se había dado la relación, aceptó la derrota en una batalla en la que nunca tuvo oportunidad. Había admirado a Elizabeth desde que la conoció, unos cinco años atrás, antes de entrar al ejército. Se contentó sabiendo que al menos su intervención evitó un posible escándalo que pudo haber dañado a la familia Bennet. Ese tendría que ser su regalo de despedida para la señorita Elizabeth. Él esperaba que ella nunca supiera lo que había sucedido en Brighton, pero si por alguna razón se enteraba, una plegaria por su seguridad sería suficiente agradecimiento mientras él estuviese en la guerra.
Sentado frente a la chimenea en una posada, sacó de su bolsillo un pañuelo con las iniciales "EB" que ella había perdido tres años atrás y él jamás regresó a su dueña. Había sido un consuelo tener algo de ella, aunque fuese un simple pedazo de tela. Lo besó por última vez y después lo arrojó a las flamas, nada bueno podía ser tener la prenda ahora que ella era una mujer casada. Se preguntó si ella sería feliz, si el señor Darcy la amaría con devoción y respeto, si la cuidaría hasta el último aliento. «Yo te habría adorado, mi querida Elizabeth. Si me hubieras dado la oportunidad de acercarme…», pensó Denny con tristeza, pero no estaba en su destino una vida con Elizabeth Bennet. Otro más afortunado compartiría sus risas, su entusiasmo por la vida. Otro hombre pasaría sus manos por aquel cuerpo y vería crecer su vientre con hijos que probablemente tendrían la misma mirada curiosa de su madre.
Brindó una vez más por la mujer que lo había fascinado por tanto tiempo y a la que nunca llegó a comprender. Abandonó el lugar después de beber su copa, necesitaba prepararse para enfrentar a las fuerzas de Napoleón. Tal vez los franceses le harían olvidar a Elizabeth Darcy.