La luz entraba a borbotones por la ventana volcándose directamente sobre sus ojos impidiendo a su cerebro seguir fingiendo que dormía. No es como si hubiera sido así en las últimas tres horas, pero le gustaba pretender que sí mientras su cabeza vagaba de un asunto oscuro a otro aún peor. Todos los días desde que estaba allí había sido así. Aparentemente, los paletos no conocían el poder de una buena cortina y pensaban que era una maravillosa idea tener aquel despertador natural. Él no estaba de acuerdo, por supuesto. Llevaba años arrastrando aquel molesto insomnio, pero siempre que tenía ocasión (y en ese momento consideraba que la tenía puesto que en aquel exilio no había nada mejor que hacer) le gustaba quedarse tirado, con los ojos cerrados, vagueando.
Las 7 de la mañana. Salió de la cama refunfuñando, como hacía cada día desde que había llegado dos semanas antes, y se arrastró hasta la cocina.
—Así que esta es la hora a la que se despierta el bello durmiente. No está mal, no. Había asumido que el señorito se despertaría para comer —la voz de Emma le sobresaltó.
—¡¿Qué haces tú aquí?! —Exclamó en un tono muy poco educado.
—Bueno, juraría que esta es mi casa, ¿no? —Respondió ella, divertida.
—¿No se suponía que estarías trabajando en lo que quiera que sea que trabajes?
—¿Llevas aquí dos semanas y aún no te has dado cuenta de cuál es mi trabajo? —Se le notaba que estaba al borde de las carcajadas y había pocas cosas que a Draco le molestasen más que sentirse objeto de una broma privada.
—No me interesa qué es lo que tiene que hacer la plebe para poder comer —respondió con altivez, haciendo un gesto de desinterés con la mano.
—Oh. Perdone, su alteza, no volveré a importunarle con asuntos tan banales, procuraré no perturbarle con mi día libre —contestó ella teatralmente y haciendo una pequeña reverencia.
Draco resopló en respuesta y se fue hacia la encímela para servirse café. Litros de café. Con un gesto de su varita lo calentó y con otro acercó un trozo de tarta de manzana que había sobre la repisa de la ventana. Estaba seguro de que desde que había llegado había engordado algunos kilos. No es que le preocupara, sabía que estaba famélico, pero le molestaba tener que darle la razón a Emma. Seguía siendo muy buena anfitriona, pero tenía la irritante costumbre de ser amable pese a sus impertinencias y de tener puñetera razón todo el tiempo. En cierto sentido le recordaba un poco a Granger, ese gesto de suficiencia y de "te lo dije". Y sí, se lo había dicho, la comida allí era excelente. Todo era más sabroso, todo tenía más aroma. La noche que llegó, Emma le había preparado una frittata de verduras que había hecho que olvidara su temor a morir envenenado. O, bueno, para ser exactos, no le habría importado morir si podía comer aquella maravilla. Nunca había sido una persona especialmente aficionada a comer, le gustaban las cosas refinadas por una cuestión de estatus, pero más allá de las manzanas no podía decir que tuviera un alimento favorito. Pero el campo le habría el apetito, estaba claro.
—¿Está buena? —Preguntó la pelirroja escondiendo su sonrisa detrás de una inmensa taza de té.
—No está mal —respondió él, mascullando con la boca aún llena de un gran bocado.
—Son manzanas de mi huerto, el mejor manzano de la zona, lo dicen todos. Lo que no saben, claro, es que ha tenido una pequeña ayuda. Ya me entiendes —explicó ella guiñando un ojo. Como si a él le interesara todo eso. Bah.
—¿Tu huerto? —Preguntó Draco antes de poder sujetar sus palabras. ¡Maldita sea! Ahora estaría parloteando sin parar sobre un tema que a él no le interesaba lo más mínimo.
—Sí. ¿Sabes lo que es? Un sitio donde se plantan cosas, se riegan y un día… voilà! Te dan comida.
—Sé perfectamente qué es un huerto, no necesitaba esa información. Pero no sabía que tú tuvieras uno.
—Así que realmente no sabes en qué trabajo —respondió ella ya carcajeándose abiertamente. —Chico, vas a tener que sacarte la cabeza del culo en algún momento.
—Ilumíname —dijo intentando parecer totalmente desinteresado pese a que, muy a su pesar, empezaba a tener algo de curiosidad.
—Soy hortelana.
—¿Horte…? ¿Qué?
—Tengo una huerta, ya sabes, como el huerto pero a lo grande. El huerto es para mí, la huerta para el Ministerio.
—¿Para el Ministerio? —Draco no entendía absolutamente nada. —¿Para qué necesitaría el ministerio una huerta? ¿Para qué necesitaría una bruja una huerta o un huerto o cualquier cosa por el estilo?
—Tú… ¿tú de dónde crees que sale lo que comes?
—Eh… ¿magia? —Respondió él como si fuera lo más obvio del mundo. —Sé que no eres demasiado buena con ella y… en fin, tienes esa cosa a la que llamas varita que dudo que… —Antes de poder terminar su frase y con un mínimo gesto de muñeca Emma le había robado su propia varita.
—¡Eh! ¡Me has pillado desprevenido!
—Malfoy, cuando tengas la mitad de reflejos que yo podrás hablarme así —dijo ella sin perder la sonrisa mientras le devolvía la varita sustraída. —Llevo desde los 15 años trabajando con la magia, dudo que todos tus años de escuela te hayan dado esto. Y además, ¿es que no tienes ni idea de nada? ¿ Qué narices os enseñan en ese colegio para pijos? La materia no se crea ni se destruye. Todo lo que convocáis y transformáis tiene que venir de algún sitio. La mayoría de los magos rurales trabajamos para el Ministerio proveyendo una u otra cosa.
—Pero nada de lo que convocamos está tan rico —contestó Draco olvidando parecer desinteresado.
—¡Ahá! ¡Te has dado cuenta!
—No soy estúpido. Sé reconocer lo bueno cuando lo tengo delante.
—Permíteme que lo dude. Lo que estás comiendo aquí viene de mi huerto particular. Digamos que no gasto ni tantas energías ni tantos recursos en algo que va a ir para el Ministerio por una miseria.
—Vaya, chica lista —
—Lo dices asombrado.
—Es que estoy asombrado. Podrías haber sido una perfecta Slytherin.
—No lo creo. No acostumbro a pensar en mis iguales como inferiores.
La mirada de Draco se ensombreció y agachó la cabeza mirando fijamente su taza.
—No todos eran así, ¿sabes? Tan estúpidos como yo.
—No he querido decir… —empezó ella con tono arrepentido.
—No, tienes razón. Yo era un imbécil. Sigo siéndolo. Creo. Es difícil quitarse algunas costumbres. Hay cosas que se adhieren a nuestro sistema a palos y es difícil despegarlas —no sabía de dónde venía ese arranque de sinceridad. Probablemente de pensar en aquello como algo temporal. Al fin y al cabo cuando saliera de allí no volvería a ver a Emma. ¿Para qué tendría que hacerlo? Sus mundos eran opuestos. Es posible que también fuera porque todo eso había estado agarrado a su pecho como una garrapata desde hacía años y nunca había podido salir, no había tenido ni el tiempo ni la calma ni unos oídos dispuestos. Cuando estás en una guerra que dura tanto tiempo todos tus días son sobre esa guerra. Incluso cuando todo está en calma tu cabeza no puede estarlo. Ahora había tenido tiempo para pensar. Largos días de silencio y calma para pensar.
—No creo que seas taaaaan imbécil —respondió ella en tono conciliador.
—Sabes que sí.
—Solo un poco —dijo con una sonrisa cálida. Se quedaron mirándose durante un momento y acto seguido apartaron la mirada, ambos incómodos. Draco notó como el rubor subía hacia sus mejillas y se dio la vuelta fingiendo que estaba recogiendo. Se sintió imbécil, ¿un poco de simpatía y compasión y ya se ponía así de nervioso? ¿Qué pasaba con él?
—¿Cómo fue la guerra para ti? —Preguntó sin volverse.
—Fácil —respondió ella rápidamente. —Es algo que he pensado mucho. La guerra para mí fue fácil. Si me comparo con todos vosotros, metidos de lleno en el huracán… Yo no tuve ese problema, nunca tuve verdadero miedo por mí misma. Siempre confié en que Harry y los demás lo conseguirían. Lo más desagradable que viví fueron los heridos que me llegaban, pero nunca estaban demasiado graves. No soy muy buena sanadora, ¿sabes? De almas sí, eso seguro, pero los cuerpos no son lo mío. Por eso nunca quise tener un rebaño. Prefiero las plantas. —Draco se volvió y se volvió a apoyar en la encímela para poder escucharla mejor y con mayor atención. —La elección fue fácil, además. No sé si lo sabes, pero soy mestiza, mi padre era un muggle, así que nunca tuve verdadero debate. Cuando todo estalló no tuve ni que pensarlo, solo tuve que ponerme a disposición de mi bando.
—Imaginaba que lo serías —asintió Draco.
—¿Por qué? ¿No soy lo suficientemente sofisticada para ser sangre pura?
—Eso por descontado. Pero, además, con 5 años ya conocía todos los apellidos puros de Gran Bretaña y el tuyo no es uno de ellos —respondió él con teatral orgullo.
—Oh, por supuesto —se rió Emma. —Como te decía no fue difícil. Suministré comida y ropa, acogí a quien me mandaran y aprendí unos cuantos hechizos para poder mantenerme oculta a mí y a todos los que lo necesitaran. Fueron tres años tensos, por supuesto, no podría decir lo contrario. Pero para mí era una alegría poder dar solaz y tranquilidad a quien me mandaran. También lo está siendo ahora —añadió con los ojos llenos de sinceridad.
—¿Por qué?
—Porque lo necesitas.
—Pero ya ha acabado la guerra y yo no lo merezco.
—No se trata de merecer, muchacho. Se trata de lo que es justo. Conozco tu historia y sé que para ti no ha sido tan fácil.
—Pareces una vieja cuando me llamas muchacho.
—¡Y aquí está de nuevo! ¡Draco Malfoy, señores! ¡Genio y figura! —Exclamó Emma.
—Mi historia no justifica mis actos —interrumpió él.
—No, claro que no. Pero solo tienes 21 años, deja que confiemos en que tienes margen de mejora. Pero se está haciendo tarde —dijo levantándose de golpe. —¿Te gustaría ver de dónde viene lo que comes?
—Claro, me vendrá bien estirar las piernas —respondió el rubio algo molesto por la interrupción. No estaba acostumbrado a ese tipo de conexión y quería que se prolongase, ver si verdaderamente podía quitarse esa losa que presionaba su pecho todos los días, a todas horas, obligándole a poner todas sus fuerzas en la miserable labor de respirar.
—Coge unas botas mías del arcón de la entrada. Seguramente sean de tu talla.
—¿Unas botas de mujer? —Respondió él alzando una ceja.
—Dudo que exista tal cosa como "botas de mujer" —resopló. —Pero si tanto te preocupa, te diré que son bastante más sencillas que esas deportivas de marca que me llevas a diario y sufrirán mucho menos el contacto con la tierra mojada. Te espero fuera, voy a ver si Gawain quiere venirse con nosotros.
Draco fue rápidamente a su habitación para vestirse. No mentía cuando decía que tenía ganas de estirar las piernas. Y, si estaba dispuesto a ser sincero consigo mismo, tenía que reconocer que tenía curiosidad por ver todo aquello. Sabía que en los terrenos de su mansión había algún lugar en el que había frutos y hortalizas, pero nunca se había preocupado en ir por allí. Sus padres tampoco lo habían favorecido, siempre decían que era mejor no mezclarse demasiado con los criados que trabajaban allí. Ahora vivía con alguien así. No dejaba de tener gracia. Se preguntaba dónde habrían mandado a su madre y si estaría en una situación parecida a la suya. De lo que estaba seguro, de eso no había duda, era de que su padre prefería pasar su tiempo en Azkaban que donde estaba él ahora. Hasta en eso se estaba alejando de Lucius. ¿Cuántas veces le habían dicho con orgullo algunos y con asco otros que era idéntico a su padre? No podían estar más equivocados. ¿En qué lugar le dejaba eso?
—Espero no haberos hecho esperar mucho —le dijo a Emma mientras acariciaba el hocico de un Gawain que no paraba de mover el rabo con felicidad. —Me ha costado Salazar y ayuda enfundarme esas botas. ¡No querían hacer caso a mi varita!
—Ah, ya, se me olvidó decírtelo, son especialmente tercas. Tan resistentes como tercas, no se dejan doblegar con hechizos flojos —un gesto de diversión hizo que Draco se contuviera y no entrara al trapo. —Tenemos que ir andando y es un paseo algo largo, espero que no te importe, así podemos seguir hablando. De momento sigo teniendo instrucciones de que no te aparezcas en ningún sitio.
Un sentimiento cálido se apoderó de su pecho. La frustración al haber tenido que interrumpir su conversación se fue disipando y sintió un ramalazo de simpatía por la chica.
—Claro, sin problema —se limitó a decir y echó a andar.
Pasaron algunos minutos en un silencio tranquilo y cómodo viendo como Gawain iba y venía, con trote veloz, esperándolos cuando se quedaban algo rezagados. A un lado del camino Draco había visto un carballo del que había arrancado un palo con el que mantenía ansiado y entretenido a partes iguales al perro que intentaba aferrarse a él con sus lobunos dientes.
—Así que Gawain… —dijo el chico rompiendo el relativo silencio del campo.
—Siempre me gustó esa historia —respondió sencillamente.
—No nos deja en muy buen lugar a los magos.
—Es que nuestro lugar no siempre es bueno. Especialmente en lo que se refiere a los muggles —razonó ella.
—No te lo puedo discutir.
—Ah, ¿no? Esperaba un poco más de batalla por tu parte, Malfoy.
—Veamos… ellos nos quemaban en la hoguera. Eso estuvo mal, sin duda. Ya lo dice Historia de la magia.
—Por supuesto —asintió ella.
—Pero no todo está en ese libro. Supongo que se olvidaron de la parte en la que hacíamos crecer forúnculos en los cuerpos de nuestros vecinos si nos caían mal, que dábamos filtros amorosos para salirnos con la nuestra y que… en fin, provocábamos la caída de imperios. Antes de los Acuerdos de Aberdeen Gran Bretaña era un puñetero caos por nuestra culpa.
—Te van a desheredar.
—¡Ya contaba con ello! Aunque mucho me temo que desde Azkaban será difícil para Lucios hacer las gestiones.
—¿Así que estás en ese punto? —Inquirió ella con cautela.
—Eso parece. Soy todo un progresista.
—¿Desde cuándo…? —Dejó la frase sin terminar.
—¿Desde cuándo pienso así? —Completó él. Ella asintió. —Desde hace mucho. Cinco o seis años, probablemente.
—¿La muerte de Dumbledore?
—No —negó él. —Bueno, sí pero no. Fue aquel curso, pero fue desde antes. Cuando subí a matarlo… Era el miedo, no yo. El miedo hablaba por mí, el miedo dirigía mis pasos. Pero nunca quise, no quería… Cuando lo vi caer…
—Debió de ser horrible —mientras lo decía llevó un brazo a su hombro y lo acarició ligeramente, haciendo sentir a Draco una sensación de calidez que le hizo retirarse inmediatamente. —¡Perdón! Debía haber preguntado si te importaba… —Ella se ruborizó.
—No —cortó él. —No pidas perdón. Es que no estoy acostumbrado a…
—Lo entiendo, lo entiendo, no más explicaciones. Sigue contándome.
—Sí. Lo que decías. Sí. Fue horrible. Justo en aquel momento acababa de comprender que él era la única persona que daba un galeón por mí y… murió. Sin más. Nadie más creía en mí y él… estaba muerto. Después pasé mucho tiempo perdido. Aún estoy perdido. Pero supongo que la certeza de que no estaba de acuerdo con todo aquello es la que me hizo hacer el par de cosas supuestamente heroicas que me han traído aquí.
—No fueron supuestamente heroicas —corrigió ella mientras se agachaba para volver a lanzar el palo a Gawain. —Fueron decisivas.
—¿Tú crees? En el fondo (y no se lo digas a nadie o tendré que matarte), —respondió Draco bajando cada ves más la voz — creo que Potter lo tenía todo bajo control.
—No es así como funcionan las profecías —corrigió ella. —Las profecías son sobre una persona pero también sobre todos los que la rodean. Y tú estabas en su órbita más cercana. No habría habido profecía sin Harry, por supuesto, pero tampoco la habría habido sin ti.
Draco se quedó en silencio. Nunca lo había visto así. Observó a su alrededor algo incómodo, se habían metido en una zona tupida con un camino escarpado. Agradeció que le hubiera obligado a calzarse aquellas botas, no creía que sus zapatillas hubieran aguantado aquellas piedras punzantes y el lodazal en el que se convertía a ratos el camino. Se paró un segundo y vio como Emma y Gawain seguían avanzando.
—Voy a ajustarme las botas, en seguida os alcanzo —mintió. Parado en mitad de aquel pasaje volvió a inspirar hondo, igual que había hecho al llegar. Necesitaba un segundo para pensar, recuperarse, volver a ser él. Observó a sus acompañantes y fijó su vista en la chica. No, definitivamente no era guapa, pero era realmente agradable verla sonreír. El pelo escapaba de su trenza y brillaba alrededor de su cabeza como una corona de fuego. Parecía una reina del bosque con su ropa de hombre y su paso ágil y seguro. —Hombruna —pensó. Pero inmediatamente desterró aquel adjetivo de su mente. Eso es lo que habría dicho su madre, pero por mucho que la quisiera no se le ocurría nadie con menos capacidad para ver más allá de una primera capa de artificio en las personas. ¿Por qué se habría casado con su padre? No, no era hombruna, si es que aquello significaba algo. Era ella. Sin más. Difícilmente podía contener su esencia en su nombre, como para contenerla en un vulgar adjetivo.
Pero, ¿qué estaba pensando?¿Dónde tenía la cabeza para estar divagando de aquella manera?
Echó a correr y en unas cuantas zancadas estuvo de nuevo junto a ellos.
—Pues ya hemos llegado —dijo ella extendiendo los brazos hacia un terreno inmenso.
—¿Y todo esto es tuyo?
—Si estás de acuerdo conmigo y opinas que la tierra es de quien la trabaja: sí. Es tooodo mío. Aunque el ministerio no estaría demasiado de acuerdo.
—¿Y tu huerto? —Preguntó él con curiosidad.
—En el claro más bonito en kilómetros a la redonda. ¡Ven! —Y echó a correr entre los cultivos tan rápido que tanto el muchacho como el perro tuvieron dificultades para alcanzarla.
—Eres… eres… —intentaba decir Draco jadeando mientras se sujetaba con fuerza a las rodillas para no vomitar. —¡Eres muy rápida!
Entonces levantó la cabeza y lo que vio lo dejó sin aliento. Frente a él se extendían montones de cultivos que no conocía en absoluto. Pudo ver algunas calabazas, tomates y lo que le pareció que era maíz. Pero eso no era lo más importante. Al fondo, un río de aguas cristalinas se extendía hasta más allá de donde podía alcanzar su vista. En la margen, pequeños arbustos de verde brillante se mecían junto al viento y las flores blancas de las hierbas del Parnaso danzaban como pequeñas hadas. Cardos y zarzamoras por aquí y por allá completaban el paisaje Dejó escapar una exhalación.
—Precioso, ¿verdad? —La miró y, por un momento, habría jurado que ella también brillaba y se mecía y se fundía con el paisaje como en un cuadro. Todos los colores de los que se componía su rostro parecían haber nacido para estar allí, recortados contra los mil tonos de verde que los rodeaban.
—Es lo más hermoso que he visto en mi vida —respondió. Y no sabía bien a qué se refería.
Sacudió la cabeza.
El aire libre no le estaba sentando bien. Tenía que ser eso. La soledad, la tensión, el estrés postraumático. Seguro que había alguna explicación lógica para aquella ligereza de espíritu, aquella blandura de sentimientos. Más valía que cogieran pronto a Nott o sería él mismo el que iría detrás de él para acabar con aquella ridícula situación.
—Vámonos —ordenó.
—Y aquí vuelve.
—¿Qué? —Preguntó enfadado.
—Nada, vámonos —replicó ella en tono triste. —¡Gawain! ¡A casa!
Y el perro volvió saltando, empapado de haber jugado en el río rebuscando culebras. Ajeno a todo lo demás.