Disclaimer: Tengo tanto derecho a reclamar como propios los personajes de Orgullo y Prejuicio en la misma medida que el resto de la humanidad que no es Jane Austen. Las situaciones y diálogos no relatados en la obra original que son mencionadas a continuación, son producto de mi imaginación.
Nota de autor:
No es posible predecir el comportamiento de alguien bajo la influencia del alcohol, al menos es lo que la experiencia me ha enseñado. Algunos se vuelven agresivos, otros se deprimen, y otros más entramos en una fase en la que TODO es causa de risa y no podemos dejar de hablar. Imaginé que pasaría si Elizabeth estuviese alcoholizada justo antes de la propuesta de Darcy, y ella, como yo, asumiese un comportamiento ridículamente relajado.
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La mañana que Elizabeth encontró al Coronel Fitzwilliam en los jardines de Rosings finalmente pudo confirmar las sospechas que durante largo tiempo había tenido y supo con certeza que el señor Darcy había sido instrumento en la separación del señor Bingley y Jane. Con un espíritu apesadumbrado volvió a la casa de los Collins escoltada por el coronel y más tarde informó a sus anfitriones que no los acompañaría a cenar con la ilustre Lady Catherine de Bourgh. Se sentía enojada y triste al pensar en su hermana sufriendo por las maquinaciones del señor Darcy y las hermanas Bingley, así como la ingenuidad del señor Bingley, quién no estaba exento de culpa.
Aunque al principio renuente, el señor Collins estuvo de acuerdo en permitir que su pariente se quedase en casa, ya que Elizabeth aseguraba sentirse realmente mal. Una vez que ella estuvo sola, la sensación de pesar se hizo más intensa y quiso que desapareciera. Fue entonces cuando una idea irrumpió sus pensamientos, aunque ciertamente no la más correcta.
Decidió que al menos en esa ocasión utilizaría el alcohol como una alternativa para aliviar su estado emocional. Durante años había visto como las personas de su alrededor lo ocupaban como pretexto para socializar u olvidar problemas de forma temporal. Su padre se encerraba en la biblioteca y tomaba un par de copas como parte del método para ignorar a su madre, así que eso es lo que haría por el resto de la tarde.
No sabía mucho de licores, era un campo en el que no ponía atención la mayoría de las veces, por lo que decidió que la botella más elegante del señor Collins tendría algo que podría ser agradable.
El primer trago quemó, el segundo también. Para el tercero y los que siguieron, su garganta ya se había acostumbrado y ella se sentía mucho más relajada. Cuando su consumo era de aproximadamente un tercio de la botella decidió que había sido suficiente. La colocó en una de las mesas y se sentó en uno de los sillones de la sala de estar. Empezó a sentir la fatiga de su caminata de la mañana y cuando su cuerpo empezaba a ser vencido por el sueño, un visitante entró a la sala.
Se trataba del señor Darcy, quien lucía agitado y no tan impecable en su arreglo personal. Después de los saludos, fue él quien habló primero.
—Señorita Bennet, espero que se encuentre bien.— dijo Darcy de forma apresurada. Ella sonrió ampliamente y dejó escapar una risa discreta que conmovió al visitante.
—Lo estoy, señor Darcy... Estoy muy bien,— dijo ella de manera pausada.— ¿Y usted? ¿Está su familia bien? ¿No debería usted estar en casa de su tía? Lady Catherine se pondrá furiosa si descubre que usted ha venido de visita y no debemos hacerla enojar.— dijo, apenas arrastrando las palabras.
Darcy supo de inmediato que algo estaba mal con la señorita Elizabeth. Se acercó más a ella y notó el fuerte olor a licor.
—¿Ha bebido?— preguntó sorprendido. Él conocía a muchas mujeres de los altos círculos que gustaban por la bebida tanto como los hombres, pero disimulaban el hábito de una mejor manera. La señorita Elizabeth no le parecía la clase de persona con inclinación hacia el consumo desmedido de alcohol.
—Sí, un poco. Me sentía muy mal por todo... y ya me siento mejor. ¿Usted cómo se siente, señor Darcy? ¿Está su familia bien?
Darcy suspiró decepcionado y decidió que su propuesta tendría que esperar para otra ocasión. Si lo hacía ahora, era probable que la señorita Elizabeth ni siquiera recordase lo sucedido al día siguiente.
Elizabeth intentó levantarse con la intención de ofrecer té al visitante, sin embargo su equilibrio la traicionó y fue Darcy quién la sujetó por los costados. Ella no se movió y solo lo miró con intensidad. Alzó su mano y tocó el rostro de Darcy en una caricia que él había soñado por tanto tiempo y que aceleró el ritmo de su corazón. Él cerró los ojos y trató de controlar su reacción con respiraciones profundas, sin embargo, no funcionó.
—Señorita Bennet, yo la amo, y lo he hecho por tanto tiempo. Por favor acabe con mi sufrimiento y dígame que acepta ser mi esposa,— dijo Darcy superado por la emoción que el contacto generó. No era la propuesta que él tenía planeada, pero las palabras se habían agolpado en su boca. Su propuesta inicial consistía en explicarle las dificultades que él había enfrentado dadas las circunstancias de ambas familias, ya que él imaginaba que ella apreciaría la honestidad, sin embargo, él no consideró que una simple caricia de ella lo alteraría tanto.
Elizabeth empezó a reírse de forma incontrolable hasta que las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.
—Pero no puedo casarme con usted, señor Darcy,— empezó ella.— Usted, usted separó a mi hermana del señor Bingley y ahora ella muy está triste. Janey sigue muy enamorada del señor Bingley. Y lo que el señor Wickham me dijo sobre usted...muy mal hecho, señor,— agregó con su dedo índice apuntando hacia él. Con ambas manos ella envolvió el rostro de él y continuó con su explicando negativa en una voz risueña— Es una pena que usted sea tan guapo, más que tolerable y muy tentador...— dijo mientras deslizaba sus manos por el cuello y hasta los hombros de él.
Darcy tenía las mejillas enrojecidas por múltiples razones: el contacto de Elizabeth, el que ella admitiera (aunque bajo la influencia del alcohol) que lo encontraba atractivo y tentador, la mirada que de forma innegable reflejaba deseo; y después las que lo eran muy agradables de enlistar: ella sabía de la intervención con Bingley, Wickham había manchado su nombre con mentiras una vez más y ella había escuchado su ridículo comentario en el baile de Meryton.
Había sido rechazado y sin embargo la experiencia no se sentía tan miserable. Ella estaba tan alcoholizada que probablemente ambos podrían borrar ese día de sus vidas. Sería tan fácil irse con la tranquilidad de que ella no recordaría una propuesta de parte de él, pero no. Él no podría vivir en un mundo donde ella estuviese en manos de otro hombre bajo la creencia de que él era un villano. Él quería ser la última persona que ella viera antes de dormir y la primera al despertar. Él quería sentir las manos de ella entre las propias y poder conversar por horas durante los largos inviernos en Pemberley. Él quería una segunda oportunidad.
En su cabeza, Darcy empezó a planear cómo podría resolver las cosas. No sería fácil, mucho menos agradable, pero era su felicidad la que estaba en juego. La misma señorita Elizabeth le había dado las pautas para empezar a mejorar la impresión que ella tenía de él. Un profundo suspiro lo sacó de sus cavilaciones y bajó su mirada hacia su pecho. La cabeza de Elizabeth descansaba a la altura de su corazón y sus ojos estaban cerrados. Se había quedado dormida de pie, en sus brazos. La sensación de ella tan cerca de él fue la confirmación que Darcy necesitó para saber que al menos debía intentarlo una vez más.
El calor del cuerpo de ella era agradable y deseó prolongar el contacto, pero no era el momento para tener pensamientos que pusieran su honor en juego. Haría las cosas bien. Si la señorita Bennet realmente estaba enamorada de Bingley, entonces el temor de que su amigo terminase en un matrimonio sin afecto ya no era una razón válida para objetar tal unión. Lo de Wickham sería un poco más complicado, al igual que la aclaración sobre aquel terrible comentario.
Él la acomodó nuevamente en el sofá y la cubrió con una manta. Revisó la botella y la devolvió a la vitrina de dónde él asumió ella la había obtenido. Finalmente se arrodilló frente a Elizabeth y besó su pequeña mano, con la esperanza de que pronto pondría un anillo de compromiso.
—Hasta pronto, Elizabeth;— dijo él con la voz más dulce que jamás había utilizado y dejó la casa de los Collins.
La mañana siguiente trajo un fuerte dolor de cabeza para Elizabeth, por lo que ella decidió permanecer en casa y omitir su paseo matutino. No recordaba la presencia del señor Darcy pero sí que había bebido de una de las botellas del señor Collins, aunque no recordaba haber devuelto el recipiente a su sitio.
Charlotte la había encontrado en una de las habitaciones de abajo y de inmediato notó el olor del licor, no obstante, decidió ocultar el hecho a su esposo y Elizabeth no fue molestada hasta la mañana siguiente. Ambas amigas hablaron sobre lo sucedido en Rosings en ausencia de Elizabeth, y Charlotte comentó que el señor Darcy había estado ausente durante la mayor parte de la cena.
La misma mañana, Darcy vio desde la residencia de Lady Catherine al emisario que salió a toda velocidad hacia Londres para entregar la que era quizás, la carta más importante para su felicidad. Era una larga confesión y disculpa para su amigo Bingley, en la cual le insistía visitar a la señorita Bennet en la calle Gracechurch. Quedaban casi dos semanas para la partida de la señorita Elizabeth a Londres, por lo que Darcy prácticamente rogaba al cielo que su amigo actuara rápido en recuperar el afecto de la señorita Bennet.
Dos días después del encuentro en la casa de los Collins, Darcy fue en busca de la señorita Elizabeth en donde ella había comentado que generalmente le gustaba caminar por las mañanas. Se saludaron con cortesía, pero era evidente que ella no deseaba la compañía de él y que el caballero estaba inusualmente nervioso. Él preguntó si ella se encontraba mejor, a lo que ella confirmó que había tenido un fuerte dolor de cabeza durante los dos días anteriores. Después de caminar un rato en silencio, él se animó a hablar.
—Señorita Bennet, hay algo que debo discutir con usted y que ha ocupado mis pensamientos desde el baile en Netherfield.— Ella asintió en aceptación y él continuó.— Usted en aquel entonces comentó que había conocido al señor Wickham y cómo él mencionó que lamentaba haber perdido mi amistad... Casi puedo imaginar las historias que él le dijo sobre mí. Que toda mi vida estuve celoso de él por el afecto que mi padre mostró hacia su persona, que en mi venganza lo despoje del puesto como clérigo que mi padre había sugerido fuese asignado al señor Wickham después de que él concluyera sus estudios. ¿Son correctas mis suposiciones?— preguntó él mientras sus manos apretaban su sombrero.
—Sí, él expresó historias de naturaleza semejante.— Declaró ella con firmeza y una expresión que parecía desafiar al señor Darcy.
—¿Mencionó a mi hermana?
—Un poco.— dijo Elizabeth sumamente incómoda por el curso de la conversación y el cambio en el tono de la voz de él, que de neutral había pasado a preocupada y triste en la última pregunta.
—¿Me permite usted explicarle la historia desde mi experiencia y la de mi familia?— preguntó él con una actitud que reflejaba un desconocido sentido de humildad que ella jamás había visto durante el tiempo que convivió con él en Hertford. Ella no tuvo otra opción que aceptar, parcialmente porque le interesaba saber cómo el señor Darcy presentaría los hechos y en parte porque el cambio en su actitud era simplemente asombroso.— El señor Wickham es el hijo de un hombre respetable quien durante mucho tiempo fue administrador de Pemberley…
Darcy prosiguió a contar los pormenores de su relación con el señor Wickham hasta el desafortunado incidente con su hermana menor. La pena en sus ojos era tan clara que Elizabeth supo que el señor Darcy no podría inventar algo así de terrible que pudiera dañar la reputación de la señorita Darcy.
Cuando él concluyó su historia, asegurándole que el Coronel Fitzwilliam podía dar certidumbre a lo relatado, ella se sintió avergonzada por haber creído ciegamente en las palabras de un extraño que con encantos y cumplidos había sabido envolver a toda una comunidad. Elizabeth preguntó acerca de cómo se encontraba la señorita Darcy, a lo que él contesto que ella estaba mejorando.
—Quiero expresar, además, un par de disculpas de mi parte, señorita Bennet,— agregó él.
—Creo que soy yo quien debe disculparse, señor,— empezó ella. Aunque el hombre hubiese separado a Jane del señor Bingley, ella había hablado mal del señor Darcy frente a todos sus conocidos compartiendo las mentiras que el señor Wickham había dicho.— Me temo que no fui capaz de ver tras el engaño del señor Wickham y soy responsable de haber dañado la imagen de usted en la sociedad de Meryton.
Él aceptó sus palabras con sinceridad y trató de aliviar la culpa de ella, después de todo, él sabía que los siguientes temas no serían fáciles de abordar.
—Quiero que sepa lo mucho que lamento mis comentarios aquel día en el baile de Meryton. Los eventos del verano me tenían preocupado y no quería estar en aquel lugar. No busqué ofenderla, sino librarme de la insistencia de mi amigo. Usted no solo es tolerablemente atractiva sino una de las mujeres más bellas que tengo el gusto de conocer.— La mirada del señor Darcy envió nuevo entendimiento sobre él a Elizabeth. Era la misma intensidad que la siguió durante cada uno de sus encuentros en el condado de Hertford. No era la mirada de un hombre que critica sino la de un hombre que admira.
Las mejillas de ella se sonrojaron. Su consciencia le decía que no debía olvidar que el hombre que ahora le decía tal cumplido era el mismo que había ayudado a arruinar la felicidad de Jane, pero su vanidad no pudo evitar que una sonrisa apareciera en sus labios al agradecer las palabras. Para su asombro, el señor Darcy continuó.
—La segunda parte de mis disculpas es respecto a su hermana, la señorita Jane Bennet.— Ella lo miró con curiosidad, pero no lo interrumpió.— Hace unos días recibí una carta del señor Bingley que me hizo pensar acerca de su felicidad. Yo sabía que la señorita Jane Bennet estaba en Londres y oculté ese hecho de él.— Elizabeth estaba a punto de protestar cuando él continuó de inmediato,— por lo que ya le he escrito para rectificar mi error. Creo que no es mi papel el entrometerme en esa clase de decisiones.
El semblante de ella cambio por completo en cuanto el señor Darcy terminó de hablar. Él no podía determinar si la mirada era de reproche, enojo o asombro. Él empezó a sujetar con más fuerza su sombrero y a voltear en todas direcciones. Su respiración era agitada y el nerviosismo que demostraba lo hacía parecer más humano y vulnerable. Elizabeth apenas podía comprender lo que escuchó. El hombre frente a ella no era el mismo que había conocido en Netherfield.
—Señor Darcy, debo saber la verdad y espero no ofenderlo con mi pregunta, pero es necesario. ¿A qué se debe este repentino cambio?
Él pensó en las posibles respuestas que podía darle. La opción de decir la verdad quedó descartada de inmediato e intentó pensar en algo para aligerar el ambiente.
—Pensé que podría practicar ser mejor persona, señorita Bennet,— dijo encogiéndose de hombros.— Quizás usted podría ayudarme a mejorar mis habilidades de conversación, de esa manera estaré empleando mejor mi tiempo, ¿No le parece?,— dijo con una sonrisa que Elizabeth no había visto antes. Ella se rio ante la referencia de su conversación en Rosings. Con buen talante, ella aceptó el desafío y por primera vez ellos tuvieron una conversación verdaderamente amigable, a la que siguieron muchas otras más durante el resto de la estancia de Elizabeth en Hunsford.
Un cortejo tuvo lugar bajo la nariz de Lady Catherine y pronto el señor Darcy vio cumplido su deseo de colocar un anillo en la mano de Elizabeth. Cuando ambas hermanas Bennet viajaron de Londres a Longbourn, el señor Darcy y el señor Bingley tomaron turnos para preguntar por el permiso para casarse con la señorita de sus afectos. La entrevista de Bingley fue más sencilla que la de Darcy, quien tuvo explicaciones que hacer acerca de sus primeras impresiones en aquella sociedad y tocar el tema del señor Wickham. Incluso la salud mental de la misma Elizabeth fue cuestionada por padre, quien tenía inquietudes acerca de las razones de su hija sobre la aceptación tan repentina del señor Darcy. Tales preocupaciones pronto fueron desvanecidas, ya que la expresión de la pareja era de amor y respeto.
La boda se fijó para la primera semana de junio. Con la presión de planificar tal evento, la señora Bennet aseguró que necesitaba a todas sus hijas en casa, por lo que Lydia no fue con la señora Forster a Brighton ese verano. En realidad, la señora Bennet no quería que la menor de sus hijas perdiera la oportunidad de conocer a los amigos del señor Bingley y el señor Darcy, después de todo, bien podrían poner a hombres igual de ricos en el camino del resto de las hijas Bennet.
Lamentablemente, Lydia de todas formas escapó y tuvo una boda rodeada de escándalo, pero eso fue hasta el año siguiente, cuando sus dos hermanas mayores esperaban emocionadas la llegada de sus respectivos bebés y Mary, para sorpresa de todos, estaba comprometida con un brillante doctor que conoció en Londres cuando ella visitó a los Darcy al final del invierno.
Fue el hijo rebelde de un almirante quien pensó que sería buena idea desposar a Lydia Bennet cuando probó de su entusiasmo durante un caluroso verano en el condado de Derby. La sucesión de eventos no fue honorable, ya que primero compartieron una serie de apasionados encuentros en los jardines de la casa de los Bingley, después dejaron algunas deudas en Carlisle y finalmente llegaron a Escocia, donde fueron casados por un sacerdote que olía a whisky. Nadie aplaudió la unión excepto la señora Bennet, quien festejó tener tres hijas casadas y una comprometida. Después de que Mary se convirtiese en la señora Gibson, todos los esfuerzos se centrarían en conseguir un buen esposo para la última hija soltera.
A diferencia de Lydia, Kitty tuvo un cortejo y boda convencionales con el hijo del legítimo dueño de Netherfield, el señor Allan Morris, por lo que eventualmente se convirtió en la señora de aquella gran casa.
Al mirar en retrospectiva, Darcy agradeció que su esposa hubiese tomado una insana cantidad de alcohol aquella tarde en Hunsford. Después de haber reflexionado sobre el día que ella declinó su oferta, Darcy concluyó que el discurso original tampoco habría tenido éxito, mucho menos si ella hubiese estado sobria.
De los días en Hunsford, Elizabeth, siendo fiel a su filosofía de recordar aquello que solo le trajera alegría, solo recordó el cambio en el comportamiento de su esposo y los momentos que compartieron juntos después de que los malentendidos fueron aclarados. Rara vez ella volvió a tomar brandy, y cuando lo hacía, una sonrisa burlona se dibujaba en los labios del señor Darcy. Ella jamás logró entender el porqué.