Un epílogo
Para Elizabeth Darcy, los últimos siete años habían sido pura felicidad en compañía del más maravilloso hombre que ella había conocido jamás. Aunque su relación no había iniciado de la manera más cordial en Hertford, fue aquella visita a Rosings la que los trajo a entenderse mejor. Su relación no era perfecta y algunas veces había desacuerdos, pero siempre lograban conciliar sus diferencias y cualquier malentendido se superaba rápidamente.
A lo largo de los años, él aprendió a reírse de la vida y pronto fue capaz de igualar el espíritu alegre de su esposa, aunque esto solo sucedía en privado o con la familia más cercana, como los Bingley, los Fitzwilliam, los Spencer o hasta los Morris, cuando visitaban Pemberley. La señora Bennet jamás pudo presenciar por completo la buena influencia que su hija había sido para el siempre misterioso señor Darcy, al igual que la señora Lydia Wentworth que no se enteró que Fitzwilliam era capaz de reír.
Con el matrimonio de Elizabeth y Fitzwilliam, Georgiana finalmente pudo hacer a un lado esa timidez consecuencia de las acciones de Wickham y ahora estaba celebrando su boda, con el señor James Spencer. A diferencia de Lydia, Georgiana no tenía prisa por casarse; ella disfrutaba vivir en la armonía de Pemberley en compañía de su hermano, su cuñada y un par de sobrinos que corrían por los jardines.
La boda fue una celebración elegante y con una distinguida lista de invitados que pudieron ser testigos del gran cambio de los antes muy reservados hermanos Darcy. No obstante, si bien Fitzwilliam había mejorado al lidiar con los grupos de gente, eso no restó el alivio que él experimentó una vez que todos los invitados dejaron su casa algunos días después de la partida de los recién casados. Como si se tratara de una victoria el recuperar la tranquilidad de Pemberley, Fitzwilliam fue a su estudio y se sirvió una copa de brandy. Solo lo consumía en momentos importantes y este se sentía como uno de esos.
Sentado en uno de los sillones que miraban hacia el jardín, se dispuso a disfrutar del silencio y la satisfacción de saber que su hermana sería feliz, tal y como él ya lo era. Fue así como Elizabeth encontró a su esposo aquella tarde de julio. Ella había ido a ver a sus hijos tomar una siesta después de un día de juegos y ahora quería pasar tiempo con él. Para Fitzwilliam la distracción fue bienvenida y pronto los dos estaban ocupados en un apasionado encuentro de sus bocas. De repente Elizabeth se detuvo y lo miró.
—¿Tomaste brandy?
—Fue un regalo del nuevo esposo de Georgie—dijo él entre risas y no por los efectos del consumo del licor.
Elizabeth dio un par de pasos hacia atrás para establecer distancia entre ella y su esposo. Llevaba años enteros cuestionándose qué encontraba tan divertido Fitzwilliam cada vez que ella siquiera pronunciaba la palabra brandy, ya ni se diga cada vez que lo ingería. Ella cruzó los brazos e hizo una mueca. Él conocía bien la expresión y empezó a hacer un recuento de las cosas que podrían haber molestado a su esposa.
—¿Qué sucede Lizzy?—preguntó con dulzura.
—¿Por qué siempre te ríes cuando por alguna razón escuchas la palabra brandy o esta se relaciona conmigo?
—Oh, no te preocupes, no es nada—dijo él restando importancia a la pregunta de su esposa y se acercó para besarla en el cuello. Muchas discusiones habían sido evitadas de la misma manera, así que él pensó que una vez más podía valerse de la misma estrategia.
—Hablo en serio, Fitzwilliam, quiero una respuesta o esta noche y las siguientes no compartirás mi cama— y en un tono seductor agregó— y bien sabes por qué me gustan las noches de verano.
Él hizo una expresión que lo mismo reflejaba deseo que frustración.
—No me hagas esto, amor mío—dijo casi como una súplica pero Elizabeth no cedió ni un poco y pasó su mano por el escote del vestido que usaba.
Finalmente, después de un rato de deliberar consigo mismo que bajo ninguna circunstancia él quería prescindir de la compañía de su esposa en la noche, le dijo la verdad, incluso parte del discurso que él inicialmente había planeado para pedirle matrimonio. Ella lo escuchó y en realidad, el infame discurso fue la parte que menos importancia tuvo para Elizabeth.
Ella se sintió avergonzada al imaginar que sin estar comprometida con el caballero que ahora era su esposo, se había tomado tantas libertades y había actuado de una forma mucho más cercana al comportamiento de Lydia. Sabía que Fitzwilliam era incapaz de mentirle, por lo que no había la más ligera duda de su versión de los hechos.
—Ya lo tienes, Lizzy, esa es toda la historia— declaró Fitzwilliam con una sonrisa que se reflejaba en su mirada.
Elizabeth vio aquellos ojos que la contemplaban con adoración y la vergüenza pasó rápido para igualar el buen humor que su esposo tenía por el momento. Juntos se rieron un rato, hasta que ella pudo controlar su respiración para poder hablar.
—Sabes, querido esposo, hasta el día de hoy sigo teniendo razón—susurró Elizabeth acurrucada contra el pecho de él.
—¿Sobre qué, querida esposa?—respondió él imitando el tono de ella y besándola en el cabello.
—Sigues siendo guapo y tentador.
Nueve meses después de aquella tarde, Elizabeth Anne Darcy se unió a Bennet y George Darcy para completar la familia y deslumbrar a una nueva generación de hombres con ojos expresivos como los de su madre.
Posterior a esa confesión, Fitzwilliam jamás se volvió a reír con cada referencia al brandy y en cambio, cuando su cuñado le preguntó qué le había parecido la botella, tanto él como Elizabeth se sonrojaron.
Este epílogo surgió porque uno de los comentarios de la publicación original mencionó que de saber la verdad, Elizabeth se habría reído... y creo que tienen razón. Además, supongo que su naturaleza curiosa eventualmente se habría cansado de no entender por completo a su esposo.
09.10.20