Él había leído El Mundo de los Secretos, ese libro cuya lealtad era incomparable al de cualquier otro y el cual se usaba como referente de fidelidad. Velocidad, Innovación y Lealtad. Takeru había leído uno de los tres grandes libros.
—¿Eso significa que el Mundo de los Secretos es mi libro?
—Oh, no, ni mucho menos —respondió Gard—. Eso significa que cumples las cualidades que Dhasa consideró a la hora de dejar que otros leyeran su libro, pero es el libro de Dasha, no el tuyo. Igualmente, el hecho de que hayas podido leerlo es, en sí, un milagro, ya que solo cinco personas después de su muerte pudieron hacerlo.
—¿En serio?
—Sí, pero eso también implica que tendremos que doblar tus esfuerzos en el aprendizaje. Y ahora ven conmigo más al fondo.
Gard jamás lo diría. Jamás asustaría a un niño de ocho años innecesariamente diciéndole que todos aquellos que leían el libro de Dhasa eran puestos en la mira. La información de ese libro era tan valiosa que ponía a prueba la verdadera bondad de una persona frente a la codicia que suscitaba aquellos conocimientos.
Al fondo de la habitación había una segunda puertecilla. Como la primera vez entró a oscuras, Takeru no se había percatado. El hombre rata se acercó a la puerta y colocó la palma de su mano mirando hacia arriba, sin superar la altura de su pecho.
—Aparece, Rey de las Madrigueras.
Apareció espontáneamente y ondulando el viento con fuerza, provocando su presión. El libro, tan solo un instante cerrado, abrió sus páginas de par en par mientras caía en la mano izquierda de su dueño. Sus dos hojas visibles comenzaron a brillar en tinta celeste, como si quisiera indicar qué era lo que se debía leer. Takeru conocía esto porque ocurrió lo mismo con el Mundo de los Secretos, cuando leyó la información del trasgo en tinta verde. No se había dado cuenta, pero los libros destacaban sus páginas iluminando sus tintas en cierto color.
Gard pronunció unas palabras abismalmente rápidas, tanto que a Takeru le costó seguirle el ritmo mientras las pronunciaba. Sabía que había mencionado un "…abre tus puertas…" por entre todo el repertorio de veloces vocablos y agradeció internamente a Hikari por haberle entrenado con aquellos deberes tan extraños. De no haber tenido aquellas nociones, Takeru estaba seguro de no poder comprender ni una sola de sus palabras.
Sonó un "clack" y la puerta se abrió, como impulsada por el viento. Al otro lado se encontraba la otra habitación, oscura cuando dieron los primeros pasos, levemente iluminada cuando se acercaron al centro de la estancia y ya completamente visible cuando se hubieron detenido. La madera gris de la estantería hizo creer a Takeru que aquellas eran de metal y no de madera. Hikari mencionó que la madera era mucho mejor que el metal para guardar los libros. Algunas estanterías eran de hierro, las de baja calidad, sobre todo, que no era por meter al hierro en la mediocridad, pero siempre era preferible la madera. Dentro de esta, resguardados y juntos, tan juntos que en vez de libros separados parecían un único y larguísimo tomo, se encontraban los libros. Cada uno exactamente igual al otro, del mismo grosor, del mismo tamaño y del mismo color: un blanco sin vida.
—Escoge —dijo Gard.
—Pero señor, si son todos iguales —contestó Takeru.
—Tú mismo lo dijiste hace unos minutos: No juzgues a un libro por su portada —Y le guiñó el ojo.
Takeru se acercó a la estantería y escrutó cada libro blanco por separado, o de dos en dos. De vez en cuando, los libros tenían ciertos efectos de luz según se movía de izquierda a derecha, de arriba abajo o se acercaba y alejaba. Azul, Amarillo, Rojo y Verde, Azul y Rosa, Naranja… Ninguno de ellos tenía título en el lomo. Takeru probó a sacar un libro cualquiera y abrirlo por la mitad. Un libro en blanco solo podía tener páginas en blanco, pensaba mientras acercaba la mano.
—Cuidado —avisó el hombre con cautela—, una vez lo hayas sacado no podrás devolverlo. Ese se convertirá en tu libro de conjuros.
Aquellas pocas palabras bastaron para hacerlo retroceder.
Los ojos de Takeru se desviaron tras alejar la mano del libro blanco. Había un libro que brillaba verde, en verde y dorado. ¿Dónde lo había visto? Era como si hubiese destellado una sola vez y se hubiera perdido. Como buscar la luz de un faro en una noche de tormenta. No, más bien era como buscar la luz de una linterna en una noche de tormenta. Tan minúsculo e imperceptible que, si no estuviera completamente seguro de haberlo visto brillar, hubiera jurado ser causa de su alucinación. Era una llamada, imperceptible, pero una llamada. Había un libro que lo estaba llamando.
—¿Dónde estás? —murmuró el chico—"Por favor, destello, brilla una vez más".
Tenía que estar muy atento, porque sabía que estaba ahí, visible como los demás, oculto como ninguno, como encontrar un árbol en mitad de todo el bosque, como encontrar una estrella en oculta en el cielo nocturno, junto a las demás. No, más bien, como pedirle a una estrella fugaz que volviese a caer para poder apreciar su brillo una vez más.
"¿Qué deseo le pedirías a una estrella fugaz?"
—Brilla una vez más.
"Que cayese de nuevo para volverla a contemplar".
Extendió los dedos, los apresó en la parte superior del tomo y lo sacó, suavemente, del lugar. El blanco brillaba tanto como una estrella, mientras poco a poco iba mutando su color, como si estuviese mudando la piel, y dio paso al verde y al dorado, brillantes como el día soleado. Era un bosque, un bosque bañado por los rayos del sol, por los haces de luz. Las tapas y el tomo, de un verde intenso, dibujaban las hojas verdes de un árbol, mientras que el oro derretido se escurría por la tapa izquierda, formando el título.
—¿Cómo se titula tu libro? —preguntó Gard, como ajeno a las palabras grandes y visibles de la portada.
Los colores se amoldaron hasta quedarse quietos, en su lugar, como destinados a ser. El libro que antes carecía de color, ahora brillaba con la fuerza de la vida. Su libro, su libro de conjuros se llamaba:
—"Cometa de Luz y Papel".
El libro se fue desvaneciendo de entre los dedos de Takeru como haces de luz.
—¡Ha desaparecido! —chilló.
—No te preocupes, lo has resguardado.
—¿Resguardado?
—Los libros son frágiles, incluso siendo mágicos, para protegerlos el hechicero los "resguarda". Los envía a una dimensión dentro de su propio pensamiento y ahí se quedan hasta que se vuelven a llamar —explicó Gard—. Normalmente desaparecen tras cierto tiempo cuando dejas de requerirlos, aunque si mencionas "resguárdate", desaparecerán en el acto. Para llamarlos simplemente debes decir "aparece" seguido del título del libro.
—Aparece, Cometa de Luz y Papel —declaró Takeru con la palma hacia arriba, sin embargo, no ocurrió nada.
—Tranquilo, respira hondo. Debes creer fervientemente en su…
Cuando un abrupto destello impactó contra una de las blancas paredes, el hombre apartó al niño segundos después y por pura inercia. El libro verde y dorado de Takeru, Cometa de Luz y Papel, se había estrellado con la fuerza de una arremetida animal. Acto seguido, se lanzó hacia una de las esquinas del techo y rebotó por toda la sala causando agujeros en las paredes.
—¡Rápido, resguárdalo!
—¡Resguárdate!
El libro desapareció en un luminoso polvo a centímetros de la nariz de Takeru, lo que le hizo estornudar.
—Bueno, habrá que practicar su llamada.
—¿Por qué se comporta así?
—Su mismo nombre lo dice, es un cometa. Probablemente destaque en velocidad de escritura. Además, con esa fuerza de impacto no se dejará apresar por los devoradores fácilmente.
—¿Los devoradores también pueden comerse los libros de los hechiceros?
—Por supuesto, son sus favoritos, después de los libros de lucidez. Ante todo, procurar no invocar tu libro si la situación no lo amerita, mucho menos en el bosque, donde cualquiera podría estar acechando —aconsejó la rata.
Así que los devoradores también se escondían dentro del bosque. Takeru rememoró lo sucedido hace unos minutos allí fuera, cuando escuchó aquel grito agudo y vio a aquella bestia oscura saltar de entre los arbustos. ¿Debía decírselo a Gard?
—Gard —dijo—, en el bosque me encontré a un monstruo de colores oscuros.
—Por la noche todas las bestias son oscuras, Takeru. ¿Te atacó?
—No, saltó por encima de mi cabeza y me asusté mucho. Creo que huía de algo.
—¿De qué?
—Escuché el grito de una mujer mientras buscaba la biblioteca.
—¿El grito de una mujer? —Gard se mesó la barba—. Tal vez pudiera tratarse de una "banshee".
—¿Qué es una banshee?
—Son criaturas con forma de mujer, dicen que sus gritos dan un aviso de muerte.
—¿Significa que alguien va a morir?
—No, cuando oigas gritar a una banshee, significa que "ya ha muerto alguien".
Takeru tragó saliva.
—Tranquilo, son espíritus benignos, no harán ningún daño y no suelen ser objetivo de ningún ataque. Aunque he oído rumores de que algunas criaturas protectoras correr a socorrer los gritos de las banshee's.
—¿Crees que la bestia que vi fue a ayudarla?
—No lo sé Takeru, no conozco muy bien a las criaturas de este bosque, pero Hikari sí.
Se escuchó el sonido que hacía la puerta de la habitación de al lado al ser golpeada contra la pared y unos pasos rápidos que se apresuraron hacia la siguiente. Gard abrió la puerta de su habitación para que esta no corriese el mismo destino mientras un hombre de pelo castaño entraba a trompicones para luego recibir una patada en el culo, cortesía del hombre rata, mientras, fuera lo que fuese a decir, era interrumpido por la sarta de improperios que soltó Gard.
—¡Gard, vienen los devoradores! —dijo el chico con la barbilla aún en el suelo tras recibir la patada.
—¿Cómo? —preguntó el director sin poder creérselo.
—Es como una masa de aceite gigantesca, se mueven todos juntos, devorando todo lo que encuentran a su paso. ¡Se acercan a la biblioteca! ¡Ya hemos evacuado a todos los invitados!
Los agudos sentidos del hombre le permitían detectar devoradores a gran lejanía, pero aquella vez no había podido detectar nada. ¿Se estaría volviendo viejo con el tiempo? Apretó los dientes mientras se dirigía a la salida de las dos habitaciones.
—Takeru, quédate donde estás y protege los libros de las habitaciones —ordenó para, próximamente, señalar al castaño—. Tú, ven conmigo.
—Sí señor.
Cerraron la primera puerta y dejaron al niño en la habitación, silente, quieto como un animal, expectante. ¿Qué había ocurrido? A Takeru le costaba asimilarlo. Primero había sido todo tan mágico, cuando pudo entrar en la habitación y escoger el libro que pasaría a ser suyo de por vida. Conocer la leyenda de El Mundo de los Secretos. Pero en un instante estaban bajo ataque por aquellos malvados devoradores a los que había jurado enfrentarse y ahora permanecía allí, en aquella habitación, escondido, avergonzado.
¿Si había entrenado para combatir a los devoradores, porqué se escondía ahora? Recordó vagamente como Hikari invocó su libro para ahuyentar a los trasgos. Lo había llamado por su nombre, por su título, y este había aparecido de la nada, abierto de par en par, para que su dueño recitara los conjuros pertinentes y así poder combatir a la horda. ¿Sería diferente con los devoradores? La única diferencia que veía era que estos podían devorar su libro, ¿pero acaso no corrían los libros el mismo peligro con los trasgos que con los devoradores? Después de todo podían ser dañados de una manera u otra, pero Hikari los combatía con los conjuros de su libro, con su magia. ¿Qué magia tendría él? ¿Qué magia tendría su libro? Tragó saliva, una invocación pequeñita no podía hacer daño a nadie, tan solo le echaría un vistazo. Lo llamaría, ojearía sus páginas y lo resguardaría nuevamente.
—Aparece, Cometa de Luz y Papel.
Y la puerta salió hacia fuera volando con un impacto.
—¡No! ¡Espera, vuelve!
Cuando Takeru salió de la habitación comprobó como una enorme masa negra intentaba devorar las estanterías de la biblioteca, cuya madera chirriaba con genuino miedo detrás de un brillante muro de luz que las separaba de la negra masa turbulenta.
—¡Takeru! —chilló Hikari en cuento le vio aparecer.
—¡No pierdas la concentración, Hikari! ¡Si se rompe la barrera estaremos acabados! —dijo Gard quien, con su libro flotando a pocos centímetros de su cara, doblaba los brazos sobre su pecho y cerraba los puños en lo que parecía ser un conjuro de protección.
El libro de Takeru rebotó por todos los rincones del lugar hasta que, precipitadamente, se zambulló dentro de la masa viscosa.
—¡No! —chilló el niño mientras veía como devoraban su lustroso libro nuevo.
—¡Takeru! —Hikari se abalanzó sobre el muchacho, que pretendía zambullirse dentro de la masa para recuperar su preciado libro nuevo.
El campo protector se fracturó un poco y un hilillo de masa consiguió pasar, caer al suelo y, bajo la nueva forma de una rata, trepar hacia el libro más cercano. Gard comenzó a murmurar una frase a gran velocidad.
—"…Defensa del Subsuelo".
Otra rata blanca y luminosa escapó del libro de conjuros de Gard y saltó al ataque de la rata negra, comenzando una corta pelea que terminó en una pequeña explosión de suciedad viscosa cuando la rata blanca ganó la batalla.
—La barrera se está fracturando, Hikari.
—Algo les ocurre a los devoradores —dijo ella en respuesta—, han dejado de avanzar.
Ciertamente la masa se había detenido durante un segundo, como si le hubiese dado una indigestión. Al cabo de un rato, esta regurgitó el libro de Takeru, que cayó en las manos del niño. El libro se abrió por la mitad y, entre sus páginas, en tinta negra, aparecía un conjuro extenso.
—No se ha tragado el libro —Hikari no se lo podía creer.
—¡Chicos! —gritó Gard—. ¡Aprovechemos!
Como si no solo las personas se hubiesen dado por aludidas, si no también los libros, estos comenzaron a revolver sus páginas, buscando el conjuro más indicado para la ocasión. Cometa de Luz y Papel también se revolvió hasta hallar un hechizo en tinta verde. El primer conjuro de Takeru, bajo la premisa de: "Los límites no están en el cielo, ya que el cielo nunca tuvo límites".
El resto fue por inercia pura y, solo tuvo que seguir el coro.
—¡Embestida del Subsuelo! —conjuró Gard.
—¡Lluvia de Luz de Estrellas! —pronunció Hikari.
—¡Impacto Cerúleo! —pronunció Takeru.
Fue una lluvia de conjuros por parte de los Warner, que hacían retroceder a la masa con cada vez más facilidad hasta que esta, al cabo de un buen rato lanzando conjuros, se hubo desvanecido completamente.
Y la biblioteca volvió a estar en silencio.
—Takeru, ¿estás bien? —preguntó Hikari, notando como al chico le flaqueaban las rodillas.
Takeru negó con la cabeza mientras densas lagrimas asomaron por sus ojos.
—"Mehequedadosinaire" —dijo rápidamente para luego caerse al suelo, abriendo y cerrando la boca como un pez.
—¡Takeru! —Hikari lo puso en posición fetal, con las piernas y los brazos en el suelo, mientras le masajeaba la espalda—. Respira por la nariz, despacio.
—¿Ha usado su energía vital para conjurar?
—Es evidente que todavía era muy temprano para darle un libro de hechizos, podría haberlo matado.
—¿Cuántos conjuros vitales crees que ha usado?
—Uno solo, tiene buena capacidad pulmonar, me esmeré en que ganase destreza —Hikari siguió masajeando—. Te pondrás bien Takeru, te pondrás bien.
Y todo se volvió negro.
Capítulo 4: Cometa de Luz y Papel.