ஐ disclaimer: Inuyasha le pertenece a Rumiko.
Después de muuuucho trabajo, les traigo aquí el segundo gran capítulo de este fic al que quiero tanto. No sé cómo agradecer el cariño que me han dado, me he esforzado todo lo posible porque sea un capítulo lleno de momentos entre Sessh y Rin. En el anterior, tenía un pequeño error que corregí ahora, sobre el tiempo que había pasado desde que Sessh llega al castillo: en el primer capítulo han pasado 3 meses y ½. Antes que cualquier cosa, clarificar que este fic no tendrá lemon y recordar que este es el penúltimo capítulo, pero con una sonrisa les digo que tiene más de 11.000 palabras :) ¡Disfruten montones la lectura y muchísimas gracias por leerme!
Los comentarios de gente con cuenta los responderé desde mañana, y muchísimas gracias por comentar a thereceiv3r, Irivel, Cris, Any-Chan, dos guest, Yoselinadi, Luu, otro guest y AnnabethCyone. ¡Son lo mejor del mundo! (L)
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Que mil brotes florezcan
II
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Sesshōmaru no quiso separarse jamás de aquel beso. Nunca había tenido uno así, tan húmedo y sensual, como si su boca tuviera algo que a él le había faltado, como si sus labios fueran maná y quisiera comerlos siempre. No solía esperar por lo que deseaba, y Rin se le había antojado desde hacía tanto tiempo y de manera inconsciente, de esa forma que se deslizaba en los sueños y despertaba instintos que creía dominar con tanta facilidad, que él…
Quería más de ella. Quería dárselo todo y recibirla completa. Quería sentir por siempre la suavidad de su cabello entre sus dedos, el calor de sus manos deslizándose tímidamente por su cuello, escuchar todos los días así de cerca su respiración, disfrutar de morder su boca y saborear sus quejidos.
Así que aquel era el sabor de un beso embebido en sentimientos…
Sesshōmaru jamás había experimentado de manera tan real la existencia de su corazón como al sentirlo palpitar con fuerza mientras la tenía entre sus brazos. Comprendió que deseaba yacer con ella como nunca antes lo había querido, quería que cargara con sus marcas en su cuerpo y él con las suyas. En él habitaba una parsimonia y una calculadora mente que envidiaban todos sus enemigos, era su orgullo y su arma más mortífera, incluso más que el filo de su certera espada, pero ahora mismo quería derretirse.
No obstante, un murmullo ahogado de ella lo orilló a obedecer a su petición:
—Basta…
Sesshōmaru posó sus densos ojos en ella; se le hacía casi vaporosa e irreal entre sus manos, así con las mejillas ardiéndole y los labios hinchados por su obra y gracia. Qué lienzo más maravilloso había resultado el cuerpo de Rin, y qué ganas de darle los toques finales que ya planeaba su mente con el pincel de su boca, en lugares donde sólo él pudiera apreciarlos… Pero comprendió luego de la mirada en silencio que compartieron que ella no se sentía del mismo modo al respecto, pues se puso de pie de súbito —en el calor del momento habían terminado en la cama.
Le dedicó un segundo a la visión pecaminosa que representaba Sesshōmaru en esos momentos —cabello desordenado, kimono mal atado, labios enrojecidos y ojos profundamente oscuros—, temblando internamente por el remolino de emociones que provocaba en ella verlo así. Esa visión debía de ser el pecado encarnado en la tierra, y ella tuvo que reunir toda su fuerza de voluntad para alejarse de aquella tentación que sabía que deseaba convertir en vicio, lo cual Sesshōmaru interpretó erróneamente como un rechazo a su declaración.
La miró en un profundo silencio, ocultamente sorprendido por el brillo que estaban adquiriendo sus ojos, que advertían que no tardarían en derramar lágrimas si es que no emprendía huida de inmediato. Por lo mismo, no hizo nada cuando ella susurró y desapareció de su habitación antes de permitirle ver su eminente llanto:
—Lo siento… lo siento.
Sesshōmaru comprendió de inmediato que no se lo decía a él.
Se lo decía a Kikyō.
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Conciliar el sueño luego de aquel acontecimiento había sido más difícil de lo que el heredero de los Taishō anticipó. Jamás movía una pieza en el tablero sin anticipar antes sus consecuencias, nunca arriesgaba algo si no tenía la certeza de lo que ganaría sería mayor, en ninguna ocasión tomaba decisiones sin pensar en el futuro…, hasta la noche anterior. Las palabras de Kikyō habían calado profundamente en él y lo habían hecho meditar hasta tal punto que cometiera un acto que iba totalmente contra sus principios: hacer algo simplemente porque deseaba hacerlo en el momento. No existía el pasado, donde ambos venían de lugares diferentes, ni el futuro, donde jamás podría existir algo que los involucrara como más que lo que eran ahora; no había nada en su mente más que el contacto de sus labios cuando la besaba, nada más que el presente. ¿Qué perdía y qué ganaba? No lo había pensado ni le interesaba. En ese momento, simplemente había deseado besarla y lo había hecho.
Y ella había rechazado sus sentimientos.
Por lo mismo, Sesshōmaru esa misma noche había declarado que no tenía intenciones de continuar pensando en ella, pues respetaba su decisión de no querer nada que ver con él. Por más que detestara los andares de su padre, debía reconocer que había sido criado por un caballero, y jamás heriría su orgullo el que una mujer estableciera límites. No podía sino honrar los deseos de Rin y continuar sin mayores inconvenientes en su vida.
Había resultado fallida su misión de convencerse de que su avance se había debido a su necesidad de contacto humano, pues lo que le preocupaba no era en absoluto sentirse atraído por el cuerpo de Rin, sino que guardaba las flores que le regalaba y que se había acostumbrado de tal manera a verla por las mañanas, que le había resultado extraño no vislumbrar su sonrisa ese día. No había pensado en que perdería no sólo su oportunidad de estar a su lado, sino también su amistad al hacer algo así.
—¡Cuñado!
Su cuerpo se crispó con disgusto y desechó cualquier clase de pensamiento ante esa voz. Jamás hubiera esperado encontrarse con ella mientras iba camino a cabalgar, pues generalmente asistía a su práctica como sacerdotisa a esas horas, pero allí estaba, con una sonrisa llena de complicidad que significaba que traía algo entre manos.
—Kagome —concedió como único saludo.
—¡Buenos días, cuñado! —canturreó ella, divertida de poder hacerlo enojar con aquel apelativo. Sesshōmaru aún no llegaba a consenso sobre quién era más molesto, si Kagome o Inuyasha—. Me he encontrado con un sirviente en el camino y me comentó que tenías una carta, así que me he ofrecido a traértela.
Se la tendió de inmediato y Sesshōmaru no tardó ni un segundo en reconocer el sello de su clan: una carta de su padre. Estaba pronto a cumplir cuatro meses desde que había desposado a Kikyō, y si bien dudaba profundamente que su contenido hiciera referencia a la falta de noticias sobre un heredero, eso no quitaba que aquel era un asunto que debían resolver pronto con Kikyō —reposaba en el fondo de su mente aquel desagradable recordatorio de que debían ponerse en marcha antes de que la gente sospechara. Sin embargo, su margarita no había sido un regalo azaroso: era la más simple y sencilla verdad que sus ojos dorados eran sólo de ella, y no entendía cómo podría tocar a otra mujer siendo que Rin ya poseía toda su lealtad.
Encajando la mandíbula, decidió que InuTaishō no hubiera recurrido a comunicarse de aquella forma si no fuese algo importante, y que probablemente no había planeado una visita porque sospechaba que aquello podría haber revelado la ubicación del palacio de las Higurashi. Después de todo, oculto entre las montañas y cobijado por el crudo invierno, era un ideal escondite del mundo entero, pero ahora que la nieve comenzaba a sucumbir al deshielo y que sus enemigos se acercaban cada vez más, suponía que al fin su habilidad en combate volvería a serle útil. Suspendería su cabalgata matutina e iría a su habitación y…
Alzando la vista, Sesshōmaru comprendió que Kagome no se iría si no le decía qué decía la carta. Una mirada dura fue suficiente para que desapareciera refunfuñando de lo pesado que podía ser y se dirigiera al fin a su entrenamiento.
Sesshōmaru caminó en silencio hacia sus aposentos, disfrutando del frío aire de la mañana que aún le permitía la incipiente primavera. El rocío mañanero cubría los pastos y su mente se preguntó brevemente si acaso Rin no sentiría demasiado frío en esos momentos. Con un cuerpo como el suyo, delgado e incapaz de batalla, de seguro se resfriaría…
Rompiendo el sello, procedió a leer una letra nostálgica:
Sesshōmaru,
ven al próximo consejo de guerra. Pon en orden tus asuntos y ven. El infierno ha despertado y viene por tu clan.
InuTaishō.
Era un código en caso de que la carta fuera interceptada en el camino, lo suficientemente concisa para que entendiera y sin dar detalles de más, pues InuTaishō sabía de sobremanera que Sesshōmaru recordaba cuándo realizaban aquella clase de reuniones. Con su padre, habían pasado largos meses intentando averiguar la identidad del perpetrador de la mayoría de los crímenes contra su clan, pues su líder sin duda poseía una mente capaz de rivalizar con la de los Taishō. Cuando parecía que lo iban a descubrir, él ya tenía un as bajo la manga y desaparecía nuevamente en la misteriosa bruma que envolvía a su persona.
Pero su padre le había dado lo que habían perseguido por tanto tiempo: su nombre.
El infierno viene por tu clan.
—Naraku…
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Había encontrado el sueño en medio de su llanto la noche anterior.
No quiso encontrarles sentido a sus lágrimas, ya que, entre su alocado corazón y su confundida mente, no hallaba espacio para resolver la enredadera que había causado en su ser aquella misteriosa presencia de ojos dorados. Había conocido a Sesshōmaru por casi cuatro meses, pero su idea había existido en su vida muchísimo antes; el esposo de Kikyō había sido un tema ampliamente conversado en la familia Higurashi, pues sería la siguiente cabecilla del clan, quien caminara al lado de Kikyō por el resto de sus vidas, el sueño que habían compartido en conversaciones de amigas, el futuro padre de sus hijos.
—El padre de sus hijos… —murmuró con horror, llevándose las manos a la boca.
Sabía bien la razón de su llanto: estaba deseando a un hombre que ya tenía trazado su futuro completo, y él, en vez de cortarle toda esperanza como esperaba que hiciera, de improvisto la besaba con tanto deseo que creía sentir las piernas débiles de sólo recordarlo. Sesshōmaru le había compartido la confidencia de que avivaba algo en su corazón y Rin jamás se había preparado para aquel escenario, ni de lejos, pues incluso ya tenía la absoluta certeza y férrea convicción de que él jamás se enteraría de que lo veía de otra forma que no fuera un preciado amigo.
Sesshōmaru había causado estragos en su corazón por primera vez cuando no estaba presente.
Ahora que lo pensaba con detenimiento, quizás existieron algunas pistas que podrían haberla hecho sospechar que el heredero de los Taishō albergaba sentimientos diferentes a la amistad por ella, como la suavidad con que se teñían sus pupilas cuando la miraba o el tiempo que pasaba a su lado como su silenciosa compañía, incluso su inesperada primera invitación a que cenaran juntos. Sin embargo, ella misma había sido ajena a sus propios sentimientos hasta una tarde un par de semanas antes, cuando se encontró con dos sirvientas en las afueras de la habitación de Kikyō dándole consejos para lograr un embarazo.
—Kikyō-sama nuevamente está menstruando —expresó con suma tristeza una de las sirvientas cuando captó la curiosidad de Rin por la situación.
Kikyō intervino en ese momento, aclarándole a Rin con una suavidad en su tono que asemejaba el pesar:
—Hemos tenido problemas para concebir.
Le había dado un abrazo y seguido con sus quehaceres, pero el malestar de su estómago no se quitó en todo el día y fue sólo en la noche, mientras estaba sola con sus pensamientos, que comprendió a qué se debía.
Sesshōmaru y Kikyō estaban compartiendo el lecho.
Era evidente, obvio y esperable; era su deber, su futuro, su posición. Era Kikyō, era su esposa. Y, aun así, aquello había sido un golpe mucho más duro que cualquier otra cosa que hubiera esperado, una parte suya sintió cómo se rompía su corazón al recordar tan de frentón que Sesshōmaru tenía un futuro con una mujer que no era ella. Siempre lo había sabido, pero en algún punto (entre los saludos de la mañana, las tardes que se prestaban compañía y las noches en que le deseaba dulces sueños) se había vuelto una perspectiva más bien borrosa. Estaba a su lado, pero no al alcance de su mano, y comprendió que sus sentimientos habían mutado en algo más profundo y anhelante que una simple amistad.
La siguiente vez que lo vio hizo todo por disimular su nuevo descubrimiento. No obstante, al verlo nuevamente y compartirle el descubrimiento de su renacuajo, al intentar que tomara a Jaken entre sus manos y rozarlas cuando se había negado… Rin entendió allí que estaba buscando adrede su contacto y que mirarlo a los ojos hacía que saltara su corazón.
Sesshōmaru era una presencia digna de leyendas, imponente y de hermosos rasgos, casi como si no perteneciera a ese mundo. Sin embargo, Rin albergaba en su corazón amor por él debido a lo que significaba; era una persona sumamente franca y que no andaba con rodeos, capaz de mantener la calma en cualquier situación posible, una compañía maravillosa pues, a diferencia de otros hombres, sabía escuchar y callaba de manera escrupulosa mientras ella le contaba sus relatos, siempre recordando los detalles aunque fueran meses después, y leal en cada fibra de su ser.
Como un perro, rió Rin en su momento.
A veces sentía el impulso de acariciarle la cabeza como a un cachorrito, pero se cortaba antes de hacerlo porque sabía que Sesshōmaru odiaba el contacto físico. Pero cada vez era más fuerte que ella: quería tocarle el cabello, rozarle las manos y, a veces, se preguntaba sin darse cuenta cómo se sentiría estar contra su pecho. Incluso un ser glaciar como él debía tener un latido contra su pecho, un algo que lo hacía humano, que lo hacía como ella…
Su corazón había dado un vuelco cuando había solicitado su presencia y no sabía cómo despertar de ese sueño a medida que la velada pasaba y cada vez estaban más juntos, como se había convencido de que era imposible. Pero por más que se pellizcara bajo la mesa, no despertaba; aquello no era un sueño.
—Esto no está bien.
Lo dijo esa vez y se lo había dicho a sí misma muchas veces antes, cada vez que el rabillo de sus ojos captaba a su Lord pasear por los pasillos, volver de una cabalgata o con el sudor perlándole la frente debido a un entrenamiento extenuante. No está bien, no está bien, no está bien, se convencía una y otra vez, pues esos sentimientos no podía albergarlos en específico por él. Se sentía terriblemente culpable, sobre todo al ver a Kikyō.
Además, tampoco eran sentimientos fructíferos, porque bien sabía el desprecio que Sesshōmaru le tenía a todos aquellos que eran de inferior estatus social. La única razón por la que habían establecido una relación había sido debido a la leve enfermedad que lo había acometido, y Rin se seguía preguntando por qué Sesshōmaru había mantenido el contacto con ella después… pero intentaba no pensarlo demasiado, pues las esperanzas burbujeaban en su interior dándole cosquilleos en el estómago ante la perspectiva de que quizás él sintiera lo mismo.
¡Qué broma más ridícula!, se reprimía al pensar eso. Pero él la había llamado a su cuarto y le había susurrado contra sus labios:
—Esto está peor.
Sesshōmaru le había dicho aquello, pero para Rin resultaba la mentira más vil de la humanidad, pues ese había sido uno de los momentos más maravillosos de su vida.
Aun así, era imposible. Él ya tenía un lugar que llenar, y no era a su lado.
Entendiendo aquello, Rin sabía bien qué debía hacer para continuar con su vida de manera pacífica.
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La puerta de su habitación fue abierta una mañana y Sesshōmaru comprobó en un segundo que no se trataba de Rin; no la veía hacía una semana y sospechaba que seguiría del mismo modo por un tiempo. Al menos deseaba poder clarificarle que no le debía nada y que jamás la obligaría a nada, que quizás podrían mantener su compañía porque su amistad llenaba sus días.
Tras la puerta apareció su esposa, Kikyō, con una sonrisa enigmática que lo orilló a preguntar:
—¿A qué has venido? —Sabía de antemano que tenía una noticia para él—. ¿Esa sonrisa se debe a que has descubierto cómo quedar encinta sin tocarnos?
Kikyō soltó una risita. Habían estado conversando muchísimo más la semana pasada, y Sesshōmaru había sentido la necesidad de hacerle saber la situación con Rin, pero comprendía que no era posible, así que algunas veces se encontró pensando en cómo decirle que le hacían sentido sus palabras de la vez pasada. Kikyō, no obstante, traía otro platillo para él ese día:
—Rin me lo ha contado.
Sesshōmaru quedaba pocas veces sin palabras, y ciertamente no había esperado jamás que algo con sabor a chisme tuviera ese efecto en él. Afuera, la primavera comenzaba a hacerse cada vez más manifiesta y los pájaros cantaban con gusto por los deshielos, y fue por un minuto el único sonido que hubo en aquel lugar.
Para sorpresa de Sesshōmaru, Kikyō sonrió.
—Es esto de lo que te hablaba la otra vez —dijo acercándose a él. Sesshōmaru no supo cómo mantener la compostura por su situación; sabía en demasía que una mujer jamás podría castigar a un hombre por tener otras compañías, pero sí estaba en posición de castigarla a ella. ¿Era el cariño de Kikyō por Rin más grande que cualquier orgullo que pudiera existir, por más falso que fuera su matrimonio? Le habían enseñado a pensar a las mujeres como seres llenos de envidia, pero cada una que conocía le demostraba que aquella era una representación bastante errónea de lo que en realidad representaban: todas eran vida a su manera, y su amor por la otra lo sorprendía hasta el día de hoy, más equiparable con el cariño familiar que con una fría relación de respeto—. Ambos entendemos el deber, pero tenemos deseos que se escapan de nuestro control —Tomando asiento frente a él, Kikyō expresó con sinceridad—: Sesshōmaru, me alegra que al fin puedas ser un hombre normal. No me molesta en absoluto que sigas tu cortejo a Rin, si ella está de acuerdo con eso, claro.
Sesshōmaru tuvo que parar un segundo para procesar realmente sus palabras.
—¿Qué quieren decir tus palabras?
—Que tengo una propuesta poco convencional para ti. —Sesshōmaru la miró con seriedad, pero invadido por la extrañeza—. Ambos somos líderes de poderosos clanes y, aun así, no tenemos decir en nuestras vidas. Te propongo que seamos un hombre y una mujer normales, comunes y corrientes, y que nos permitamos amar a quien decida nuestro corazón. Te estoy proponiendo que tú sigas a tu corazón y estés con Rin, y que yo siga al mío y encuentre a alguien que me ame.
—¿Qué clase de propuesta es esta?
Ambos sabían que no era un reproche, sino una duda legítima: ¿quién en su sano juicio podría proponer algo como eso?
¿Y quién aceptarlo?
—Nadie tiene por qué saberlo. No lo has dicho, Sesshōmaru, pero lo noto en tu mirada. No deseas tocar a otra mujer que no sea ella, ¿entonces por qué traer a un hijo al mundo si ninguno de los dos lo quiere? No hay apuro aún. Puedo llorarles a mis doncellas y contarles lo difícil que nos ha resultado concebir; inventarles incluso que tu frío glaciar se debe a lo duro que es no poder tener un heredero aún. Nadie tiene por qué saber la verdad salvo nosotros. Podemos ser libres, aunque sea un tiempo.
—Una mujer jamás podrá ser igual de libre que un hombre —expresó Sesshōmaru, cerrando los ojos.
No tenía intenciones viles al decir algo así, sino que deseaba recordarle el contexto en el que vivían. Probablemente nadie reprochara que Sesshōmaru buscara otras compañías, pues estaba excusado en su situación de hombre y sus necesidades básicas, pero las personas no pensaban lo mismo de una mujer como Kikyō, por más noble y azul que fuera la sangre que teñía sus venas; una mujer paseándose con otro hombre sería siempre mal vista. A Sesshōmaru incluso lo entenderían, pues estar con una mujer que supuestamente no podía concebir le quitaba todo el propósito a casarse en esos tiempos.
Sesshōmaru jamás había pensado demasiado al respecto, sino que sabía que era cómo pensaba la gente, pero al ver por primera vez la aflicción brevemente reflejada en el rostro de quien era su esposa, comprendió por primera vez la extensión de restricciones que tenía su género en esas situaciones. Incluso si él podía soñar, aunque fuera una relación breve y casual, ella no tenía esa posibilidad.
—Esa no es una verdad absoluta, sino una situación transitoria. Llegará el día en que se nos juzgue con la misma vara. No creo que las mujeres tengamos necesidades diferentes a las de ustedes, sólo creo que vivimos en una sociedad hipócrita.
Kikyō era, en definitiva, una mujer muy extraña y quizás había nacido en tiempos incorrectos para ella… pero eso lo hacía respetarla. No podía sentirse de manera diferente cuando una persona defendía con tanta fiereza su libertad.
—Que frecuentes otros hombres de manera pública sólo me traerá desgracia.
Kikyō subió la mirada con ira para replicarle que él ya había hecho lo propio, pero entonces entendió la significativa mirada de oro frío que tenía sobre ella: de manera pública. ¿Lo estaba aceptando, entonces? ¿Le estaba diciendo que tuviera cuidado?
—Bajo esa capa de hielo, puedes ser bastante bueno —repuso con una sonrisa, poniéndose de pie sintiendo su corazón en la mano. Ninguna otra persona hubiera aceptado una proposición así, pero alguien enamorado de otra mujer probablemente entendía las ganas de ella de ser libre. Con toda la sinceridad del mundo, le hizo saber—: Lamento no poder quererte, Sesshōmaru.
Él le dio un asentimiento, la mayor demostración que podía de que pensaba del mismo modo. Rin tenía razón, las cosas hubieran sido más fáciles si simplemente hubieran congeniado, o incluso si se hubieran odiado y cumplido con su labor, pero volverse amigos y pensar demasiado en las injusticias que vivían determinaría un destino trágico para ambos, sólo que ellos aún no lo sabían.
Si Rin había sido su primera amiga, como ella había dicho, Sesshōmaru debía conceder que, si bien tenía demasiado que pensar como para tener algo en orden, podía decir al fin que una de sus más grandes aliadas se encontraba en Kikyō.
—Kikyō —llamó él antes de que ella saliera de la habitación, dubitativo. Aún no entendía qué la había hecho confiar en él y deseaba saberlo—, ¿cuál es el propósito de contarme esto?
Ella lo miró con extrañeza un segundo, para luego sonreír con algo similar a la diversión en sus labios.
—Después de todo, eres mi esposo.
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Luego de aquella conversación, demoró tres días en cruzar caminos con Rin nuevamente. Entre sus crecientes reuniones (cortesía de Kikyō como gesto de agradecimiento por la especie de amistad que habían formado), el aumento de su influencia en dichos encuentros y el claro hecho de que Rin lo estaba evadiendo por todos sus medios, fue difícil. No obstante, al encontrar un respiro entre todas sus ocupaciones, supo dónde dirigirse de inmediato, pues ella le había tomado bastante cariño a su renacuajo.
Caminó en silencio por los pasillos hasta llegar a su lugar preferido de todo el castillo: el huerto interior y las bellas pozas que lo rodeaban. Era necesario caminar por sobre un pequeño puente para ingresar al lugar donde crecían hortalizas y flores, desde el cual se veía una gran porción de las pequeñas pozas rodeadas de rocas para delimitarlas, y sabía también que detrás del huerto había una puerta que le permitiría bajar hacia ellas. Estaban un par de sirvientes cumpliendo su labor y lo observaron en un respetuoso silencio mientras pasaba entre los pasillos del pequeño huerto, entendiendo de inmediato el deseo tácito de encontrarse solo y retirándose de inmediato con solo una mirada de él.
Encontró la puerta que la misma Rin le había mostrado una vez, la primera que le había regalado una flor, y no se sorprendió al verla de espaldas e hincada para supervisar a su renacuajo nadar. Le llamaba la atención la facilidad que tenía para querer a esa cosa pequeña y ridícula, de la cual ni siquiera tenía la certeza de que en realidad era Jaken, pues todos eran idénticos, pero suponía que así era ella; tenía cariño para repartir.
La primavera aún no quería desligarse por completo del invierno, por lo cual el suelo estaba enlodado y ensuciaba sus botas. Sesshōmaru pensó levemente en cuándo llegaría aquel kimono que había ordenado traer hacía un mes aproximadamente, aquel que le regalaría para que tuviera uno en el cual se sintiera igual de bella como a sus ojos. El sonido de las pisadas la alertó de una nueva presencia y volteó con una sonrisa para saludar a su compañera, pero entonces dio de plano con la seria faz del Lord del lugar y Sesshōmaru pudo ver con claridad cómo mutaba su sonrisa en horror al hallarse acorralada y tener que confrontarlo por primera vez desde que se habían besado y ella lo había rechazado.
Sesshōmaru no deseaba causarle miedo, por lo que se mantuvo en silencio hasta que Rin se viera más cómoda, y cruzando las manos, inquirió con parsimonia:
—¿Por qué se lo has contado?
Rin abrió la boca de par en par, ya que claramente no esperaba que Kikyō hablara con Sesshōmaru de eso. Aunque tenía sentido, pensó con algo parecido al pesar y una sensación ácida quemándole el corazón, porque eran esposos después de todo.
Esposos. Rin tragó con fuerza, intentando contener su malestar al recordar que Sesshōmaru pertenecía a otra, y respondió con la frente en alto lo que se le hacía más lógico mientras se sacudía el kimono al incorporarse.
—Porque no estaba bien.
Sesshōmaru dio un paso hacia ella y Rin retrocedió otro. Él la había besado por los problemas que estaba teniendo con Kikyō, porque necesitaba una compañía luego de tanto tiempo como los hombres solían hacer, y Rin no quería ser partícipe de algo así, tanto por Kikyō como por ella misma que veía su corazón roto al sentir que había sido sólo una distracción.
O, al menos, de eso se había convencido con los días al ver que Sesshōmaru tampoco buscaba su presencia. Se había equivocado al creer que retribuía sus sentimientos.
—¿He hecho algo en contra de tu voluntad?
Rin subió la mirada con sorpresa, porque en medio de sus pensamientos había sido incapaz de mirarlo a los ojos. En él descubrió algo que no esperaba: estaba preocupado de que se hubiera sobrepasado. Sesshōmaru no era el hombre más fácil de leer, al contrario, pero meses de verlo le entregaban a Rin la premisa de lo que realmente estaba pensando; en el último tiempo, había comenzado a preguntarse si su posición se había alzado sobre ella, orillándola a aceptar un acercamiento que no deseaba.
A veces olvidaba que, por más igual que viera a Rin, eran diferentes. Él era un hombre poderoso y ella apenas una mujer en condición de sirvienta.
Ella parpadeó ante sus palabras. Había llegado a convencerse de que las intenciones de Sesshōmaru eran puramente carnales, pero esa preocupación en sus ojos… Antes de ser consciente, se encontró admitiendo:
—No, todo lo que ha pasado lo he querido. —Fue el turno de él de encontrarse con una verdad que no esperaba; había asumido su ida del lugar como un rechazo a sus sentimientos, pese a que le supiera contradictorio luego de lo recíproco que se había sentido besarla—. Estaba mal por Kikyō-sama. No le haría eso.
—Te has puesto en un enorme peligro al decirlo.
Rin dio un gran suspiro, pues Sesshōmaru no tenía idea, aunque lo dijera así. Si alguien de su posición no podía entender las implicancias, se lo explicaría:
—¡Lo sé! Usted es un Lord. Puede tener a las mujeres que quiera y nadie lo miraría mal, menos cuando está teniendo tantos problemas con Kikyō-sama para concebir. Aun así, si Kikyō-sama fuera a depositar sus ojos por más de la cuenta en algún caballero, ¡sería la deshonra más grande del universo! Si así de rígidos son los códigos para mujeres de su misma sangre noble, ¿cómo espera que me traten a mí?
Sesshōmaru parpadeó una vez, digiriendo las palabras de Rin. Lo sabía también, por eso respondió con obviedad la solución que tenía para aquel problema:
—Te haré una princesa.
—No quiero ser una princesa —repuso ella con gran molestia empapando su tono. Sesshōmaru había entendido que Rin había rechazado sus sentimientos por la diferencia de sus posiciones e implicancias para ella, mientras que Rin había entendido que el cortejo de Sesshōmaru se debía a la caprichosa necesidad de una compañía—. Soy feliz como soy… pero usted no. Muy en el fondo, desea que cambie. Cree que, de aceptarlo, la gente ignorará mi procedencia y podrá hacerme una princesa. Por más poderoso que sea, Sesshōmaru-sama, usted no puede cambiar mi sangre. ¡Y no deseo que me la cambie! ¿No es mejor buscar otra compañía si es tanto problema mi procedencia?
Sesshōmaru entonces comprendió a cabalidad la impresión que le había dado a Rin al besarla. Ella estaba sugiriendo una idiotez enorme, pero suponía que no se había percatado de los meses eternos en que solo mirarla y no acercársele había sido un gran duelo consigo mismo, que su beso había sido recién el fin del suplicio y el inicio de algo más, no al revés.
—¿Otra compañía? —inquirió él, a lo que Rin paró su verborrea enojada y lo observó por primera vez con todos sus sentidos posibles. Entonces, ¿no lo había imaginado? ¿Su mirada realmente se tornaba suave al posarse en ella?—. Te lo he dicho antes: mis ojos te pertenecen sólo a ti.
Rin se sintió mareada y ni siquiera pudo procesar bien aquello. La confirmación de que Sesshōmaru la amaba también era tan grande que ni siquiera deseó pensar en ella, reponiendo:
—No me quiere realmente si en su interior alberga la esperanza de que cambie quien soy para entregarle mi vida.
Sesshōmaru no la había visto jamás así de aireada, de seguro había tenido un montón de tiempo para ordenar sus sentimientos hacia él y ahora sentía rabia. Aun así, no pudo evitar inquirir sobre el punto que más le había interesado:
—¿Me entregarías tu vida?
Rin se sonrojó al notar que había hablado de más, pero repuso con el ceño fruncido:
—Ese… ese no es el punto…
Sesshōmaru caminó hacia ella. Sabía y entendía que no lo era, él ya había pasado muchísimo tiempo pensando al respecto luego de su conversación con Kikyō. Pero tenerla de frente después de tanto tiempo le hacía inclinarse hacia ella, acortar la distancia y volver a sentir su pequeño cuerpo protegido por sus brazos. ¿Es que acaso no lo podía ver? Él sentía hasta tangible el poder que Rin tenía sobre él.
—¿Qué deseas de mí, Rin? Nómbralo y es tuyo. Castillos, tierras, soldados, ropajes, manjares. Piensa en la locura más grande que haya rondado tu cabeza y este Sesshōmaru la hará realidad para ti.
Estaban tan cerca que Rin no pudo más que poner las manos contra su pecho, recordando brevemente su beso, y al alzar los ojos, se encontró con su silenciosa y potente mirada. Aquello la hizo evadir su escrutinio, ya que estaban pasando tantas cosas que no sabía cómo ordenarlas en su mente, y le musitó de forma sincera:
—No quiero nada de eso, Sesshōmaru-sama. Si… si sus palabras son reales, si alberga por mí lo mismo que yo por usted, tan solo caminar de su mano me haría feliz. Tan solo…
—¿Qué? —instó él al comprender que ella paraba a mitad de frase, mordiéndose el labio y mirando hacia otro sitio, azorada.
—No puedo… —murmuró muy bajito.
—He dicho que sólo es necesario que lo nombres para que lo consiga para ti. Dilo, y haré que pase.
—Tan solo dormir contra su pecho seria suficiente —confesó entonces, dejando a la mitad su verdad—. Aunque sea una mentira.
Se separó de él, yendo con timidez a buscar entre las flores a la indicada que haría llegar con certeza su mensaje: nunca sería suficiente, pues le quería y, aunque él la quisiera de vuelta, sería imposible. Había comprendido que hablaba el mismo idioma que nunca creyó que le interesaría a alguien como Sesshōmaru, y le entregó una peonia rosada.
Te quiero, pero soy demasiado tímida para decírtelo.
—Debo ir al pueblo —le dijo ella, mirándole insistentemente la boca y pensando en besarlo, pero desechando la idea al comprender lo confundida que estaba todavía con toda la situación—. Cuídese, Sesshōmaru-sama.
Sesshōmaru observó, nuevamente, su espalda alejarse.
x::x::x
Rin llegó rozando la noche a su habitación, pues habían llegado varios soldados con quemaduras extensas, los cuales requerían enorme cantidad de cuidados y energía para sanar. Era peligroso vagar por el pueblo cuando oscurecía, pero no tuvo más remedio que quedarse hasta las últimas para asegurar que tuvieran el mejor cuidado posible, disfrutando de los bellos tonos del atardecer mientras caminaba y apresurando el paso cuando ya el sol había dejado el cielo, porque los bandidos que rondaban por el lugar eran temibles.
Al abrir la puerta de su habitación y ver una flor descansando en su almohada, se acercó y con los ojos entornados intentó decidir si aquello era real: una peonia roja depositada específicamente en su cama luego de que le regalara un mismo espécimen a Sesshōmaru aquella tarde.
—¿Qué significa esto? —pensó con un suspiro.
Definitivamente, su corazón no podía con tantos vuelcos en un día, fue lo que pensó hasta que pegó un enorme respingo al escuchar su puerta cerrarse tras de ella, con el Lord del palacio apareciendo entre las sombras de la noche, cubierto por la nívea luna.
Rin palideció tres tonos del susto, y antes de que pudiera preguntarle qué estaba haciendo allí tan tarde o cómo siquiera sabía dónde era (¿realmente había prestado atención cuando le había descrito su cuarto?…), Sesshōmaru hizo un gesto con su cabeza que hizo que Rin viera una bandeja con un montón de comida que hizo rugir su estómago.
—Tu cena.
Era una idiotez, pero casi sintió que se le anegaban los ojos en lágrimas. Sólo una vez le había comentado que, cuando iba al pueblo a curar enfermos, siempre perdía la cena y moría de hambre hasta la mañana siguiente. Luego de haberle comentado esa tarde que iba al pueblo, Sesshōmaru había tenido presente todo el día aquel detalle y se había preocupado de recibirla a su vuelta con un plato humeante de lo que parecían los mejores manjares del universo en aquel momento —incluso se había preocupado de que la cocina preparara un plato pronto a su regreso para que estuviera caliente.
Sesshōmaru le había preguntado qué quería de él, y Rin pensó con tristeza que ahí lo tenía: quería volver cada tarde a su lado, cenar juntos y repetir esa simple rutina día tras día. Sólo eso era suficiente para hacerla feliz.
—Come —ordenó, aunque fue suave para ser la voz de un general—. No estará caliente por siempre.
Rin no quiso ni siquiera preguntarle si no le parecía inapropiado que comiera ella frente a él sin que él comiera, porque supo de inmediato por la dureza de su mirada que le parecía una estupidez, que simplemente se alimentara. Así que cumplió, saciando su apetito antes de encontrar la estabilidad mental para comenzar a procesar su presencia en su pequeño cuarto.
—¿No le parece…?
—No —interrumpió, y Rin creyó que diría alguna explicación de por qué no era inapropiado aquello, pero no volvió a hablar—. ¿Es de tu gusto el plato?
—Sí —respondió, incapaz de ocultar su cariño. La mirada de Sesshōmaru tenía una suavidad que en un principio no había notado: Rin comprendió que lo hacía feliz que ella estuviera protegida, pese a su silencio.
No había tenido tiempo en el día para asimilar el hecho de que Sesshōmaru le hubiera clarificado que sus sentimientos iban más allá de la búsqueda de una mera compañía, pero el pensamiento volvía ahora que estaban solos nuevamente y cosas malas pasarían si estaban solos. Rin necesitaba tiempo para pensar y asumir que aquello no era producto de su imaginación.
En medio de sus cavilaciones, Sesshōmaru habló:
—Lo que no has podido decirme —Sesshōmaru desvió la mirada hacia la flor que yacía en la cama de Rin—, ¿tenía acaso que ver con eso?
—No… no sé que significa esa flor —tartamudeó con nerviosismo, recordando lo que había sucedido la última vez que uno de los dos le había llevado la cena al otro—. ¿Me ha entendido a mí?
Él asintió. Rin sintió que era injusto que Sesshōmaru había entendido su flor y ella debería leer al día siguiente sobre la de él, se sentía algo así como en desventaja de una manera infantil.
—Di qué sería suficiente para ti —dijo Sesshōmaru entonces.
Rin lo miró con sorpresa. ¿Creía que necesitaba algo de él para aceptar sus sentimientos? No estaba captando nada en absoluto, al parecer. Por lo mismo, necesitaba entender un poco más de los pensamientos de Sesshōmaru, que siempre parecían ser un enigma, y le pidió:
—Quisiera saber por qué. ¿Por qué, teniendo a alguien como Kikyō-sama, me ha elegido a mí? Por lo que me ha dicho… me está cortejando como lo haría para alguien que desea como esposa, no una simple compañía —susurró Rin, incapaz de dimensionar lo que significaba decir aquellas palabras en voz alta.
—No te equivocas.
Sesshōmaru no le dio la respuesta en voz alta de por qué, pero Rin la leyó en su rostro: Porque deseas que sea feliz, incluso cuando eso es innecesario. El Lord no había especificado, porque existían tantas razones de querer estar a su lado que no gastaría tiempo en palabrería inútil cuando podía demostrárselo si lo dejaba.
Si no había sido rechazado, si era sólo el problema que creía estar faltándole el respeto a Kikyō, si no le importaba la diferencia entre ambos…
—¿Qué es necesario? —inquirió él entonces. Había creído que ella lo había rechazado porque no le correspondía, pero ahora entendía que compartía sus sentimientos y que había algo más que lo impedía.
—Kikyō-sama. No le haría eso… Además, usted eventualmente deberá volver a su lado.
—Habla con ella.
Así que sólo era eso. Un simple malentendido era lo único que los separaba de momento.
Y con esas palabras, Sesshōmaru dejó a Rin para que finalizara su comida y con una enigmática flor que, al día siguiente, comprendió su significado: Te deseo de manera ardiente. Envuelta en una nube de vergüenza y abrumada, iba corriendo hacia el cuarto de Sesshōmaru (¿a qué? No tenía idea, pero sintió la necesidad de visitarlo y aclarar aquella flor), pero chocó de frente con nada más y nada menos que Kikyō.
Estuvo a punto de pedirle perdón por siquiera pensar en su marido de esa forma, pero ella le sonrió con la misma suavidad de siempre, y tomó sus hombros para guiarla a un lugar privado, susurrándole:
—Necesitaba hablar contigo, Rin.
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Rin ingresó en su habitación tan rápido y de manera tan improvista, que olvidó tocar. Con sorpresa comprendió que Sesshōmaru estaba alistando sus cosas para ser empacadas, y corta de aliento, preguntó:
—¿Va… va de viaje?
—Vuelvo a mi hogar.
El corazón de Rin se estrujó contra su pecho; parecía tan triste por la noticia, incluso si era mentira, pero ni a ella podía confiarle asuntos de guerra y decirle que en realidad iba a recorrer terrenos cercanos pues la amenaza de Naraku era cada vez más latente. Sería un par de días nada más, pues su ida definitiva sería en un mes.
Con un tono de diversión, se dedicó a observarla: alguien en definitiva debía enseñarle modales, y fue inesperadamente gracioso notar lo agitada que estaba, con el cabello desordenado por la carrera que había emprendido a su habitación y las mejillas rojizas por el ejercicio.
—Porque es gentil —soltó ella de sopetón, haciéndolo parpadear confundido. Tomando una gran bocanada de aire, prosiguió—. Yo… le he preguntado por qué me ha elegido a mí, y ahora le diré por qué yo lo he elegido a usted, a ver si comprende que lo que deseo no es nada material —dijo con una sonrisa—. Ha estado todo el día en entrenamientos y reuniones sobre la guerra, pero se ha preocupado de tener un plato de comida caliente para mí. Ha elegido flores con cuidado y aprendido su significado para hacerme saber sus sentimientos. Podría haber continuado su cortejo hacia mí sin hablar con Kikyō-sama, pero lo ha hecho. Tiene un corazón noble y por eso lo he elegido.
—Has hablado con Kikyō.
—Así es. ¡Aún estoy mareada por todo esto! Si alguien se entera, sería un escándalo. No es en absoluto algo convencional o lo que deberían hacer.
—Mi matrimonio no se trata de lo que queramos —repuso Sesshōmaru—, nunca lo ha hecho.
Rin entonces sonrió, acercándose a su lado. Su conversación con Kikyō había sido larga, agotadora, bastante confusa y llena de preguntas rectificando si estaba escuchando bien realmente, pero, al fin y al cabo, si tenía la bendición de ella, si él la quería, ¿qué importaba lo que dijera el mundo? Mientras permaneciera en secreto, podrían hacer lo que quisieran, incluso si para siempre era imposible.
—Por esta vez… sí. Hagamos lo que nos dicta nuestro corazón.
Sesshōmaru se sorprendió al sentir un tirón de su ropa hacia abajo que lo llevó directo a sus labios, pero no hubo disgusto alguno por aquella falta de respeto. La tomó entre sus brazos y la besó de la forma que quería hacerlo desde un principio, con libertad, cariño y de una manera lasciva que reservaba sólo para ella, siendo correspondido de manera maravillosa y… ¿cómo siquiera pararía de hacer eso ahora, que sabía que era tan delicioso?
—La flor que me ha dejado, ¿lo dice en serio? ¿Realmente me está diciendo que usted me pertenece por completo?
Como única confirmación, la besó nuevamente, de manera más apasionada si era posible, desordenándole todos los pensamientos. Contra sus labios, la instó a que le dijera qué era realmente todo lo que quería de él:
—¿Y qué sería suficiente entonces?
Fue un murmullo apenas audible, pero para palabras tan magníficas, Sesshōmaru tenía oídos de demonio.
—Cuando llegue el momento… una noche a su lado.
—Todas mis noches serán tuyas —prometió.
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El repiqueteo de la lluvia hacía eco contra sus tímpanos, cantándole un arrullo en el oído. Incluso entre las montañas del clan Higurashi, Sesshōmaru creyó encontrar algo de paz antes de su partida, cuando una semana le quedaba a su lado. Al ingresar a la habitación, captó de inmediato su cansancio, comprendiendo que sus pacientes eran cada vez más, y poco era el tiempo que Rin realmente destinaba a estar en el palacio, pero ambos se buscaban en sus tiempos libres para continuar con esa efímera relación que habían forjado.
Sesshōmaru había tenido intenciones desde el primer momento de cumplir su promesa a Rin, pero ella cada día llegaba más agotada y con simples ganas de dormir, por lo que había disfrutado de compartir el lecho en silencio. Sin embargo, siempre que despertaba, Rin ya se había ido: temía que algún sirviente la viera en las habitaciones de su Lord, y huía en medio de la noche.
—Se me ha hecho saber que deseaba mi presencia —saludó Rin con una sonrisa cansada.
—He de partir —anunció finalmente, a lo que asintió. No le gustaba tener que separarse, aunque entendía que Sesshōmaru tenía otras obligaciones, y, después de todo, ella misma estaba sumergida en trabajo en esos momentos—. Cuando lo haga, vete de aquí.
Rin parpadeó con la boca abierta, incapaz de formular alguna palabra más que por qué, y Sesshōmaru caminó hacia ella, tomándola con suavidad por la muñeca para que expusiera sus ajadas manos.
—Has estado trabajando mucho últimamente.
—Sí, cada día llegan más personas, la mayoría quemadas. Son mucho trabajo, pero me alegro de ayudarlas.
—Rin, ¿por qué crees que ha aumentado el número de quemados últimamente? —Ella no supo responder su pregunta, había supuesto que se debía a las guerras que comenzaban a ser cada vez más brutales, pero los ojos de Sesshōmaru le contaban que debería haberse preguntado también quién estaba provocando eso—. El enemigo se está acercando.
—¡Pero usted viajará pronto! —exclamó con preocupación.
—No te preocupes por nimiedades.
Rin supuso que, anticipando esto, contaba con otros caminos por los cuales dirigirse que evadieran las rutas principales. Agachó los hombros, sabiéndose inútil en ese ámbito e incapaz de hacer más por él que rezar porque volviera a su lado sano y salvo; mientras tanto, ella ocuparía sus conocimientos en la mayor cantidad de personas posibles.
Sesshōmaru sabía que no debía hacerlo, pero de sus labios deseaba escapar el Ven conmigo que tenía atorado en la garganta, pero entonces Rin frunció el ceño y le dijo:
—Ni se le ocurra pedirme que vaya con usted. ¡Quiero ayudar!
Le sorprendió un poco lo mucho que parecía conocerlo, aunque él también la conocía y debió anticipar que se resistiera a aquello. De todos modos, por más que quisiera tenerla a su alcance y protegerla con su espada, sabía que no podía llevarla por otra razón que difería de su relación clandestina: estaba haciendo de carnada para llamar la atención de Naraku hacia él, y emboscarlo con su padre en el castillo Taishō, a muchísimos kilómetros de las montañas donde se encontraban.
Tendría que confiar de momento en el arco de Kikyō para protegerla. Aun así, insistió una vez más:
—Vete de aquí.
—No lo haré. Aquí están las personas que me han criado, con quienes he crecido, este lugar es mi corazón. No puedo prometerle que me iré, pero sí que esperaré a su regreso.
Comprendía sus razones y sabía de antemano que esa sería su respuesta, aunque eso no evitó que la mirara con dureza un segundo por lo tozuda que podía llegar a ser. Sin embargo, su dulce promesa de esperarlo lo instó a atraparla entre sus brazos. No era un ser de piel, pero Rin inspiraba en él algo diferente que no creía tener antes, y si bien era ella quien iniciaba la mayoría de sus contactos, algunas veces se encontraba a sí mismo abrazándola o acariciándole el cabello sin haberlo planeado antes.
Rin suspiró.
—Perdón no ser más útil —susurró ella.
—Tonterías.
Lo eran y ambos lo tenían claro. Rin no había nacido para pelear y no era necesario que supiera hacerlo para que tuviera valía para Sesshōmaru, después de todo, lo había cautivado su gran esfuerzo y trabajo constante, enlodada hasta las rodillas y sonriente pese a la adversidad. Sus manos no estaban hechas para matar, ni dejaría que las ensuciara por él.
Rin, por su parte, sintió una gran pena de pronto entre sus brazos. Les quedaba poco tiempo juntos y aún no habían conversado sobre qué hacer con su relación cuando él volviera de su hogar. Tampoco tenían un título puesto a lo que sea que estaban construyendo juntos, pero ambos sabían bien que compartían sentimientos el uno por el otro, y que la única certeza entre ambos era que eso acabaría. En medio de sus cavilaciones, descubrió algo que sí podría hacer por él:
—Sesshōmaru-sama, ¡ya sé cómo serle útil! Cuando desee llorar, estaré ahí para usted.
—¿Llorar?
—¡Sí! Se supone que los hombres no lloran, pero yo creo que es una estupidez, ¡todos necesitamos llorar de vez en cuando! Cuando sienta demasiada pena como para seguir, mi hombro puede servirle de pañuelo.
La mirada de Sesshōmaru siempre era indescifrable, pero Rin soltó una risita encantada cuando él depositó un beso en su frente. Luego continuó en su mejilla, descendiendo hasta su cuello…
—¿Sólo tu hombro? —susurró contra la erizada piel de ella, jugueteando con sus colmillos y conteniéndose para no dejar aún una marca moreteada allí, a vista de todos, de la que se regodearía secretamente cuando viera y sólo él se supiera el malhechor que había marcado a la pobre damisela—. Dámelo todo.
—Sólo si usted también lo hace.
Ah, pero ella de pobre damisela tenía poco. No había sido necesario que le regalara una peonia roja para que entendiera que ella también lo deseaba de esa manera. Él dejó deslizar su boca contra su cuello, sin ejercer la presión suficiente para marcarla, pero sí para que exhalara de una manera incitante. Sesshōmaru le hizo saber:
—Ya lo tienes todo de mí.
Era maravilloso escuchar aquello en voz alta y Rin siempre atesoraría esas palabras. Eso la orilló a verbalizar su decisión que llevaba semanas pensando y a tomarlo del mentón con cuidado, para poder verlo a los ojos. Él se irguió con la duda pintada en los ojos, y Rin acunó la mejilla de Sesshōmaru con infinito cariño.
—Me debe prometer que no renunciará a nada por mí. Yo renunciaré a usted. Sólo permítame recibirlo cuando vuelva, y entonces separaremos nuestros caminos.
Sesshōmaru la miró en silencio, asintiendo, pero pensando en que ella no estaba tomando en cuenta que, en ese escenario, él también perdía algo sumamente valioso.
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El aire salado y la brisa marina ayudaba a despertarlo en su cabalgata realizada tan temprano, cuando el sol aún era tímido y no iluminaba por completo todavía. Una rutina casi tan antigua como él mismo, inspirada en un principio por querer imitar las andanzas de su hermano, que se había mantenido hasta el día de hoy. Su antiguo instructor, el viejo consejero de su padre, Myōga, miraba de lejos al pequeño revoltoso recorrer la orilla del mar con la mayor libertad del mundo.
Parecía que nada interrumpiría su paz. Sin embargo, un lejano sonido hizo que volteara su rostro hacia el castillo Taishō.
—Este anuncio… —murmuró él con sorpresa—. Amo Inuyasha…
Inuyasha paró en seco a su caballo, mirando sin palabras el carruaje conocido. En él, la anterior cabecilla del Clan Taishō había desaparecido hacía casi seis meses y ahora volvía cual hijo pródigo a su casa. Inuyasha no tenía idea de que su padre lo había citado, y eso lo hizo decir:
—Sesshōmaru… ha vuelto a casa. —Tomó las riendas de su caballo con fuerza—. Veamos si ese bastardo ha sido capaz de darme un sobrino.
No pudo evitar sonreír un poco ante esa perspectiva, azuzando al caballo para que fuera lo más rápido posible. Entre la cabalgata y los arreglos posteriores en el establo, Inuyasha llegó varios minutos después, procurando borrar su felicidad por ver nuevamente a su hermano antes de realmente encontrárselo, y fue cuando abrió la sala de reuniones sin tocar que cayó en cuenta de que la visita de Sesshōmaru no era una que debiera generar alegría.
InuTaishō lo miró con seriedad.
—Bienvenido, hijo mío —saludó al recién llegado Inuyasha, ofreciéndole una breve sonrisa en medio del caos que se cernía sobre su clan—. No saben cuánto me alegra volver a recibirlos, pero no nos unen asuntos felices. Debemos conversar sobre guerra.
Inuyasha miró con curiosidad a Sesshōmaru, guardando el silencio correspondiente durante toda la reunión. Así que su enemigo se llamaba Naraku y probablemente se dirigía hacia ese lugar, guiado por el gran rumor que habían esparcido de que el heredero de los Taishō volvía a casa a una visita, que supuestamente el fuerte estaba menos protegido que siempre porque sus guardias se habían quedado de lado de su esposa. La emboscada aún no se sabía dónde sería, sus espías todavía estaban definiendo cuáles eran los pasos de Naraku.
Aun así, Inuyasha no pudo evitar alcanzar a su hermano mayor en medio de los pasillos, que se veía tan ajeno en ese paisaje y tan familiar que lo confundía. Después de todo, nunca había dejado de verlo por tanto tiempo, pero tampoco había sido suficiente como para olvidar su serio rostro, y disfrutó del hastío inmediato que mostró al verlo.
—Oye, ¿y mi sobrino? —exigió al acercarse.
—Me he ausentado por medio año.
—¿Y?
—¿Es tu estupidez mayor que los granos de arena que hay en el mundo? No existe mujer que geste tan rápido. —Inuyasha quedó sin palabras, suponía que no había pensado en eso—. Aunque quizás la tuya sí, y debido a eso has salido tan defectuoso.
—Bah, ¿y en cuántos meses llegará entonces?
—Cero.
El hermano menor de los Taishō ladeó la cabeza, confundido.
—¿Es que acaso no se te para?
Sesshōmaru se volteó con tal violencia que Inuyasha vio su muerte prematura pasearse frente a sus ojos, pero fue interrumpido por un agitado sirviente con un mensaje.
—Príncipes, han llegado mensajes desde el Este, a medio camino de aquí hacia las montañas. Nuestros espías han visto a soldados de Naraku alrededor de la zona.
Ambos hermanos se miraron. Inuyasha con alarma y Sesshōmaru con un gesto indescifrable, intentando comprender el significado de esas palabras. Rin había decidido quedarse allá y él se había quedado tranquilo confiando en que era el objetivo de Naraku, en que Kikyō sería suficiente para cuidar a todos de los bandidos que pudieran llegar.
Pero un ataque coordinado, varios soldados…
—Imposible, hicimos bien sabido que Sesshōmaru estaba aquí.
—Al parecer, el enemigo está cerca del castillo Higurashi, a unos tres días. Discúlpenme, debo ir a informarle al resto de generales.
Inuyasha se volteó con rapidez hacia Sesshōmaru cuando el sirviente hubo desaparecido, pero lo encontró más silencioso de lo habitual, pensativo e intentando encontrarle sentido a que Naraku fuera a un lugar donde evidentemente no estaba. Entonces, recordó a un paciente extraño que Rin había tenido, que seguía preguntando por Kikyō, pues lo había cuidado hacía un par de años, y se había molestado al saber que se había desposado y ya no bajaba al pueblo con tanta frecuencia.
—Volvió una vez más, pese a que no tenía ninguna herida —resonaron las palabras de Rin—. ¡Era muy guapo! ¿Quizás un amor antiguo de Kikyō-sama?
No había hecho calzar las piezas hasta ese momento. Ello, sumado a las palabras que alguna vez Kikyō le había dicho sobre un misterioso hombre que solía acosarla, le hicieron notar que la imagen de Naraku le había sido más cercana de lo que había creído en un comienzo.
—Quiere a Kikyō —aseveró Sesshōmaru entonces.
—Te acompañaré. Salgamos de inmediato.
Sesshōmaru lo miró con lo más parecido a agradecimiento que podría darle, e Inuyasha supuso que, al fin y al cabo, después de tanto despotricar contra el amor, sí lo había encontrado en el palacio Higurashi… sólo que no con la persona que imaginaba.
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Ingresar a su habitación luego de tantos meses se le hizo ligeramente extraño. Su padre seguía siendo el sentimental espécimen que siempre había sido, aparentemente, pues todo estaba en su lugar e impecable. Agotado por el viaje, decidió relajar sus músculos en un baño y mandó a que se lo prepararan, ya que mientras los soldados de su padre se organizaban, tenía tiempo suficiente para un rápido baño y cabalgar toda la noche hasta volver a su lado lo más pronto posible. Habían enviado a las aves más veloces para hacer llegarle el mensaje a Kikyō, ya que a esa distancia sólo podrían llegar como meros refuerzos. Su mente no pudo sino recordar sus últimos momentos antes de partir del palacio Higurashi, aquella noche y aquel amanecer…
Dos semanas demoró en llegar a la costa, recorriendo innumerables paisajes que pasaron sin pena ni gloria por sus ojos dorados. Existían personas que ansiaban cosas como recorrer el mundo completo y conquistarlo, él había creído que ésa era su propia naturaleza por mucho tiempo, pero mientras miraba las lejanas y simples casas de aldeanos, una parte de él pensó en lo mucho que se le antojaba un futuro así de sencillo luego de asesinar a su enemigo.
Luego de ganar la pelea, ¿sería posible para él…?
No quería siquiera completar aquel pensamiento. Aun así, si bajaba la mirada descubriría que en su piel aún quemaban los rastros del cariño de ella, y mientras más se acercaba a su hogar, más lejana parecía la utopía de despertar a su lado sin que nada interfiriera. Por lo mismo, se lo habían prometido: aquella sería la primera y la última vez.
Ahora en su cuarto de baño, al sumergirse en el agua, Sesshōmaru se permitió recordar su despedida con Rin.
—Sesshōmaru-sama… —había saludado ella al escabullirse en su habitación con una sonrisa cómplice pintándole la cara. Encontraba sumamente divertido aquello—, no debería llamarme a estas horas. ¿Sabe lo difícil que ha sido evadir a los guardias?
Sesshōmaru no lo sabía ni le importaba. Caminó la distancia entre ambos sin reparos, pues entre las cuatro paredes de su habitación eran libres, y posó su mano en su mejilla, rozándola apenas, como temiendo que fuera un producto de su mente que podría desaparecer en cualquier momento.
—Has venido.
Rin cerró los ojos con suavidad, intentando esconder el anhelo que provocaba en ella el mero roce de sus dedos.
—Es su última noche antes del viaje —musitó ella como respuesta. Sesshōmaru había solicitado su presencia en último momento y a una hora sumamente inapropiada para que un caballero desposado y una mujer soltera se reunieran, pero esto ya no causaba en Rin el miedo que había causado en un principio. Ahora reía, como si fuera una especie de juego, pues ni él era un caballero tan casado ni ella era tan soltera, y cualquiera que los viera sin conocerlos hubiera asumido su encuentro como una despedida de enamorados—. No sé cuánto tiempo pase hasta que vuelva, pero esperaré pacientemente.
La había llamado para poder verla una última vez, ya que probablemente no volvería al palacio Higurashi en un mínimo de un mes y medio, si es que su estadía en su hogar era tan corta como planeaba. No esperaba, sin embargo, aquellas palabras que prometían que estaría esperando su llegada, sonando como si fuera una promesa de su esposa al ir a la guerra.
A Sesshōmaru le agradó en demasía esa perspectiva.
—¿Me esperarás?
—Kikyō-sama conversa conmigo sobre esto casi todos los días. ¡No sé qué decir! Es verdad que es muy extraño, pero cada vez lo he entendido más, y no puedo negar que es lo que quiero, y yo…
Sesshōmaru interrumpió su parloteo antes de que empezara a desvariar como siempre cuando pensaba demasiado en la clase de relación que estaban construyendo, tirando de ella para acallarla con un beso. No era necesario que hiciera sentido para los demás mientras ambos estuvieran juntos.
—Nuestro tiempo es breve —clarificó él al separarse, pues los ojos de Rin le exigían infantilmente su explicación por su interrupción.
—Lo sé… —farfulló con tristeza, suspirando contra su pecho al abrazarlo—, pero es mejor que nada, ¿no cree?
Sesshōmaru no opinaba igual. Le molestaba que Rin constantemente le recordara que era imposible lo de ellos, por más verdad que fuera, porque no estaba acostumbrado a que su estatus social le prohibiera algo. Le había entregado la mejor educación, al mejor instructor, la mejor comida, ropa, paisajes, pero le impedía estar al lado de la mujer que amaba y construir algo diferente a lo que le habían asignado al nacer.
Si bien Rin, de saberse de su relación, perdería sin duda más que él, Sesshōmaru sabía que él, para estar a su lado, debía renunciar a todo lo que había valorado desde que había nacido.
Y, por un momento, quería olvidar que aquello era imposible. Quería ignorar a todos los que estaban en contra de lo que atesoraba entre sus manos, y demostrarle a Rin que incluso lo efímero podía volverse eterno. Por lo mismo, decidió separarse de ella y caminar hacia su cuarto de baño.
—¿Sesshōmaru-sama?
Rin observó la cascada de cabello plateado que caía por la espalda de Sesshōmaru cuando éste la miró por sobre su hombro.
—Asísteme en el baño.
Si los ojos de Rin no resultaban lo suficientemente diáfanos para leer sus pensamientos, Sesshōmaru tenía también sus mejillas espolvoreadas con vergüenza de manera alarmante, tanto que Rin tuvo que llevarse las manos al rostro para cubrirlo. La miró en silencio por un segundo, secretamente divertido del efecto que había tenido su invitación en ella, uno parecido a la cara que había mostrado al descubrir el significado de la peonia roja que le había regalado para clarificar sus sentimientos, sumado a la inocente margarita del principio.
Sesshōmaru quería que entendiera que todo era suyo.
—¿Y bien? —preguntó entonces, a lo que Rin asintió con fuerza, pero con los ojos cerrados como si él ya estuviera desnudo.
Casi logró arrancarle una pequeña risa. Eran detalles así los que le recordaban por qué le gustaría compartir la vida con Rin.
Caminó detrás de él todavía abochornada, pero con la expectación poniéndola nerviosa. Llevaba deseando lo que él le había propuesto hacía bastante tiempo ya, todas las veces que sus besos parecían ser insuficientes o sus manos se detenían antes de llegar donde realmente deseaba que la tocara, pero que no podía decir en voz alta sin sonar demasiado atrevida, pese a desear decirlo. Suponía que Sesshōmaru no le molestaría que le hiciera saber sus deseos, contrario a lo que le habían enseñado que los hombres encontraban atractivo.
Miró en silencio cómo Sesshōmaru se despojaba de sus ropas, con sólo el sonido de éstas llenando el ambiente y Rin mirando por el rabillo del ojo pese a saber que tenía permiso de observar todo lo que deseara. No obstante, notó algo que la hizo reír levemente:
—¿Ya había pedido que le hicieran el baño?
—No iba a pedirte a ti que lo hicieras —contestó mientras tomaba asiento a un lado del baño con obviedad, pero eso hizo que Rin riera un poco más—. ¿Te divierto?
—¡Lo tenía todo planeado! ¿Cuánto tiempo lleva pensando en esto? —El agua debía estar tibia para ese entonces, porque Sesshōmaru había solicitado que prepararan su baño antes de que Rin llegara. Con una sonrisa, ella caminó detrás de él y sumergió un balde en la bañera, llevándolo a un lado de Sesshōmaru y posicionándose detrás de él—. ¿Cómo sabía que diría que sí?
—No lo sabía.
Simplemente, esperaba que dijera que sí y que no se sintiera abrumada por su avance, lo cual conmovió a Rin. No tenía problemas en asistirlo en el baño, pues hacía mucho tiempo que deseaba juguetear con aquellas hebras plateadas, pero no calculó lo poco diestra que sería y terminó vaciando todo el cubo de agua sobre la cabeza del Lord de sopetón. Rin lo miró con la boca abierta, dispuesta a pedir su perdón inmediatamente, pero derritiéndose en una risa a medida que se disculpaba al verlo así, con el ceño fruncido y todo el cabello desordenado y empapado por su culpa.
—Perdón… perdón… es que…
Sesshōmaru tiró de su brazo, y como venganza, la besó de improviso haciéndola sonrojar por lo consciente que estaba de la desnudez de él, mientras la besaba con la cara húmeda y caliente por el agua, y ella hundía sus manos entre el cabello de él haciendo que sus gotas mojaran su kimono progresivamente. Al separarse, Sesshōmaru encontró que Rin era un desastre sonrojado y empapado por su culpa, por lo que susurró contra sus labios:
—Se arruinará tu kimono con esto. Déjame quitártelo.
Rin lo miró con timidez, pero asintió en silencio. Sesshōmaru deslizó su ropa con lentitud, primero descubriendo sus hombros y mirándola un segundo en silencio. La tenía entre sus brazos y era suya, nada más existía que ellos dos en ese momento.
Antes de que Sesshōmaru avanzara más, Rin susurró:
—No es el primero.
Sesshōmaru la miró un segundo, en su rostro no existía trazo de vergüenza. No le estaba pidiendo perdón ni avergonzándose de su pasado, simplemente le informaba que había vivido antes de conocerlo, de formas que probablemente otras mujeres de clases más altas no hubieran experimentado.
Ella tampoco era su primera. En un pasado, le habían enseñado que aquello era importante para las mujeres, eso de guardarse hasta conocer a su esposo, pero Sesshōmaru no pudo sino encontrarlo ridículo al tener a Rin entre sus brazos. ¿Era algo menos real por aquello?, ¿su cariño era menos tangible? Kikyō era su esposa y nadie hacía latir su corazón como Rin.
Por lo mismo, le susurró de vuelta:
—No importa. Déjame ser el último.
Rin le regaló una sonrisa y lo besó con tantísimo cariño que removió algo en el interior de Sesshōmaru: jamás se había sentido tan vulnerable como aquella vez. Esa noche, teniéndola entre sus brazos como había deseado hace tanto tiempo, comprendió la gran extensión de sus sentimientos por ella e intentó no recordar que aquella sería la primera y última vez, pues Rin le había dejado en claro que sabía que para siempre era imposible: no podía pedirle a Sesshōmaru que renunciara a todo por ella, y ella no deseaba que él intentara cambiar su estatus social.
Ya se había encargado de que nadie lo molestara la mañana siguiente, por lo que la convenció de dormir esa noche a su lado. Rin cayó dormida en dos segundos, pero Sesshōmaru se quedó mirándola en silencio, pensando en las palabras que Rin le había dicho alguna vez: "se dice que descienden de los demonios y que por eso sus ojos son de ese color". Le gustaría que fuera verdad, así podría oler la sal de sus lágrimas a kilómetros y correr a apaciguarla; podría percibir sus cambios de ciclo e ir a acurrucarla contra su pecho hasta que sus cólicos pararan; podría verla en todo su esplendor y con el más mínimo detalle cuando reía, y detallar hasta lo más ínfimo de sus gestos y ademanes; podría grabarse en el pecho el sonido de su risa, y no quitarse la imagen de sus párpados de lo sensual de sus labios; podría decirle que era un chasquido lo suficiente para volver a su lado; podría ser el primero en enterarse de que cargaba su descendencia…
La primera vez que Sesshōmaru pensó en ser padre, lo tomó por sorpresa.
El orgulloso heredero de los Taishō jamás había sido el tipo de persona que se sometía al autoflagelo, pero aquella clase de pensamientos lograban descolocarlo. Mirando a la chica dormida entre sus brazos, a una simple y humilde mujer que había cautivado su corazón con su sonrisa, se preguntaba cuánto poder tenía sobre él sin que lo supiera.
Aun así, pese a que su mente se las ingeniaba para añorar ese futuro, la única forma de caminar a su lado era renunciar a todo por ella, y él tenía clara su respuesta desde el momento de su nacimiento. No existía nada más importante para él que su lugar en el mundo.
—Porque deseo que sea feliz.
El sonido de la explicación de Rin reverberó en su cabeza y lo hizo entender una vez más que él deseaba lo mismo para ella, por eso debía ser tan honesto como Rin ya había sido. Le había hecho prometer que aquella vez sería la primera y última, que lo esperaría a su regreso, pero que debía cumplir su deber con Kikyō luego de eso, ya que estaban dilatando un inexorable final que debían asumir.
Hacía dos semanas atrás, la mañana había llegado y, con ella, el final de su compañía con Rin que pesaba hasta ese día en Sesshōmaru.
Y en ese momento en el pasado, con el pleno conocimiento de que jamás podría tomar su mano como deseaba, Sesshōmaru dejó reposar la cabeza sobre el hombro de Rin.
Si hubiera sabido el desolador panorama con el que se encontraría al volver, probablemente jamás habría soltado su mano…
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continuará…
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༄Bipo habla:
Antes que cualquier cosa, MUCHAS GRACIAS POR TODO SU AMOR. En serio, estoy muy agradecida y ha sido todo ese apoyo el que me ha permitido escribir tal cantidad de palabras entre pruebas de la universidad, y espero haber llenado las expectativas que tenían para este capítulo. Quería hablar principalmente de los malentendidos entre ambos y de lo conscientes que son de que eso debe terminar, pero es Rin la que siempre mantiene todo a raya más que Sesshōmaru, porque es su cable a tierra que le recuerda que deben ponerle fecha al final de su historia, pese a que él se niegue a aceptar esa realidad. La escena final entre ambos es mi favorita de todo el capítulo, comparten un momento entre las risas de ella y las ganas de no irse de él, y espero haberles transmitido ese anhelo de estar juntos y tranquilos al fin, pero lamentablemente, intentar ser libres tiene un precio para todos los involucrados. Tal como en Yashahime, que castigan a Sesshōmaru por alejarse del camino que ya estaba trazado para él, aquí él debe renunciar a todo para estar al lado de Rin como le gustaría, pero es incapaz de hacerlo (y ella tampoco desea que lo haga).
Como siempre, los invito a revisar mi página de FB Mrs Bipolar (link en mi perfil) para tener más noticias sobre la fecha de actualización y el capítulo final de este fic. Siento que sufriré más de lo planeado con terminar este fic jajaja no creí nunca que recibiría tanto amor y ya estoy emocionalmente atada a él. Por lo demás, ¿quién más cree que llorará con el siguiente capítulo de Yashahime y la aparición de Inuyasha y Kagome? ¡Levanten la mano conmigo! jajaja también estoy 100% disponible para que conversemos los capítulos, teorías y locuras, son siempre bien recibidos y lo haré aunque esté comentando sola (?
¿Qué les gustaría ver en el capítulo siguiente? ¿Creen que quedarán juntos al final, o que cada uno deberá seguir su camino y olvidarse del tiempo que compartieron? También, repetir que fue un esfuerzo tan enorme dejar esto IC jajaja espero haberlo logrado, ponerlo en un ambiente romántico es difícil, pero sabemos que por Rin es capaz de todo ;) Recuerden comentar si les ha gustado, ¡es el incentivo más grande para que siga con esto! Y me encanta leer sus comentarios e impresiones, preguntas y todo sobre el fic, me animan un montón y quiero darles las gracias por darme la oportunidad de ser leída. Ya, dejémoslo hasta aquí, o sino lloraré~
Si hay algún error, ¡háganmelo saber! Ahora necesito estudiar o moriré jajaja así que leeré el capítulo entero mañana recién. Espero de tooodo corazón que les haya gustado.
¡Abrazos!