disclaimer: Inuyasha le pertenece a Rumiko.

Ha pasado un tiempo y espero de corazón que estén bien, el mundo está bastante loco estos días. Esta vez, les traigo un epílogo que es un poco más largo de lo que pretendí en un principio, pero que es un simple regalo, un pequeño vistazo al futuro que imaginé que Sesshōmaru y Rin tendrían en este mundo. La cantidad de cariño recibida por ustedes es abrumadora y es cosa de leer sus comentarios para que me den ganas de seguir escribiendo, cosa que no planeo dejar de hacer; el último tiempo han pasado un montón de cambios en mi vida, pero esta historia y ustedes han sido constantes que siempre esperaba (L)

Me di cuenta también que no había respondido a los reviews que me han dejado, pero sepan que leí CADA UNO. Especial gracias a quienes no puedo contestarles los reviews, y al guest que mencionó que incluso le recordaba a mujercitas: me haces llorar jajajaja (L) Espero que disfruten de este pequeño vistazo al futuro.


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Que mil brotes florezcan

epílogo

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Observa con tranquilidad los bien conocidos campos de trigo que son acariciados por el sol, dándole el aspecto de ser infinito oro ante sus ojos, sus oídos siendo bendecidos por las olas rompiendo con tal fuerza que, pese a no verlas, se hacen presentes. A ello se suma el suave tarareo de la mujer envuelta en un fino kimono rojo a su lado, cuyo rostro está cubierto por un velo que disimula sus facciones y la ha ayudado a pasar desapercibida entre las personas, pero, ahora que se encuentran en un lugar que nadie más que él conoce, Sesshōmaru estira su mano para descubrir su rostro.

No hay necesidad de ocultarse si se encuentran solos.

Es recibido por una mueca de sorpresa que luego se derrite en una sonrisa en los labios sonrosados. Su pequeña mano busca con suavidad la suya, apenas rozando sus dedos, y cuando le habla, sus ojos no están sobre él:

—Sabes que es peligroso que nos vean aquí, Sesshōmaru-sama.

Quien en tiempos pasados había sido el heredero de los Taishō se encuentra en un lugar que rara vez había frecuentado cuando ostentaba el título de príncipe, pero que sabía que solamente él y su hermano conocían. Una pequeña pradera bajo el palacio desde donde se veían los terrenos que hacía tantísimos años que se veía sólo muerte y desdicha, hoy se observaban fértiles campos que daban de comer a los pobladores. Al parecer, el Lord del lugar estaba haciendo un buen trabajo.

—Además —canturrea su esposa, mirándolo con una sonrisa—, si realmente quisieras protegerte, esconderías tu cara. Nadie reconoce la mía. Aunque sé que sería una idiotez proponértelo —suelta con una risa enternecida—, jamás te esconderías en tu hogar.

Sesshōmaru la mira sólo para descubrir que sus ojos no le pertenecen en ese momento, aunque ella entiende que ha dado en el clavo. Sus orbes dorados van a parar donde Rin miraba, y la visión con la que se encuentra hace que roce sus dedos nuevamente.

Juegan en la hierba dos niñas pequeñas, inconscientes del significado que carga el palacio a sus espaldas. Sólo saben que las personas paradas frente a ellas siempre las cuidarán, pero ignoran que, si bien es su madre quien carga con los ropajes de princesa por la ocasión especial a la que han acudido, es su padre quien solía tener una de las sangres más importantes de aquel mundo. Jamás lo sospecharían, no cuando son felices en su casa perdida en el medio de la naturaleza, donde nadie conoce los pasares antiguos de sus padres y nadie sospecha que aquel hombre con porte tan imponente solía ser el heredero de uno de los clanes más importantes de ese tiempo.

—Setsuna, Towa —llama Rin con una sonrisa, pues escucha las pisadas que han estado esperando. Las gemelas corren hacia ella con una sonrisa y la abrazan con una fuerza que anticipa que serán igual de atléticas que su padre—. ¿Han hecho esta corona de flores para mí? ¡Es muy linda! ¿No creen que su padre se vería lindo con ella?

Sesshōmaru frunce el ceño ante la risita melodiosa de Rin, pero sin molestia real. Ahora debe lidiar con aquellos dos pares de ojos que lo miran brillando con aquella idea macabra y se acercan hacia él con la clara intención de depositar en su cabello las flores que han recogido. Son pequeñas todavía, aunque ya rodean los ocho años y siguen produciendo algo en su interior cada vez que las mira, pues ellas son lo imposible…

Las carga en sus brazos y ríen maravilladas. El instante que se terminó volviendo eterno se encuentra entre sus brazos, intentando plantarle una corona de flores a como dé lugar. Rin también sonríe al ver a sus pequeñas en brazos de su padre, pues no deja de enternecerla la vida que han logrado construir, siempre caminando al lado del otro. El febril príncipe de antaño al que había tratado en su malestar ahora resultaba ser el padre de sus hijas, y no desearía que fuera de otro modo.

—Papá —llama Towa, haciendo que Sesshōmaru la mire—, yo también quiero uno.

Setsuna y Sesshōmaru miran con curiosidad silenciosa lo que señala. En su anular brilla el simple anillo que representa su eterna unión junto a Rin, un círculo sin fin que ha dado paso a que florezcan dos brotes hermosos que cargan con sus facciones y actitudes, una mezcla que representa de la manera más tangible posible su cariño. Es una costumbre que no se utilizaba en esas tierras, pero que había llegado a oídos de Sesshōmaru un día y, admirando el concepto, lo impulsó a mandar a hacer un par de simples argollas de oro con las que ambos cargaban.

—Podrás tener uno cuando seas más grande —le asegura Rin, tomándola en sus brazos para que Sesshōmaru no tenga que lidiar con evitar la corona de flores y responder las preguntas de sus curiosas hijas al mismo tiempo.

Setsuna mira atentamente, a lo que, de pronto, pregunta con simpleza:

—¿Cuándo?

—Nunca —es la tajante respuesta de su padre.

Antes de que alguna de las dos pueda reclamar por sobre las risas de su madre, una voz burlesca se alza en el lugar. Las pisadas que Rin ha oído con antelación se concretan en la persona que les sonríe desde lejos, abriendo el portón del lugar; ha construido paredes para asegurar que nadie más visite ese lugar que aquella familia.

—Vamos, Sesshōmaru, no seas tan protector.

—¡Tío Inuyasha! —corean ambas, saltando de los brazos de sus padres para poder abrazarlo.

—Hola, mocosas, ha pasado un montón de tiempo. ¡Están enormes! —Les desordena el cabello con cariño—. Vayan con tía Kagome, las está esperando en la entrada del castillo.

Ambas se miran y corean su sorpresa, corriendo hacia el lugar que les ha señalado su tío. Todo es una aventura, ya que es la primera vez que están allí, pues normalmente es Inuyasha quien va cada cierto tiempo. No sabían que su tío era un príncipe, es lo primero que piensan al ver el gran castillo del que ha emergido el Lord del lugar. Ambos hermanos contrastan, pues mientras Inuyasha está enfundado en los trajes que deberían haberle pertenecido a Sesshōmaru, el mayor se irgue con sus ropajes libres de toda pomposidad exhibida en el pasado. Dos caras de la misma moneda, dos destinos diferentes y un lazo que nunca se rompería por más desagrado que exhibieran por el otro.

—Sabes que no debes venir tan cerca —regaña Inuyasha—. Sólo Kagome reconoce a Rin en el palacio, pero a ti… —suspira—. Aunque, bueno, me alegro de que pudieras hacer que el viejo conociera a sus nietas antes de partir.

Las vidas en aquel mundo suelen ser cortas, sobre todo la de generales tan poderosos como InuTaishō. Las enfermedades, heridas y venganzas son pan de cada día en un mundo como aquel, y al conocer la noticia de que su padre ha enfermado con una misteriosa sintomatología, Inuyasha logra convencerlo de viajar una última vez. No ha pisado las tierras donde ha crecido desde que las había dejado hacía tantos años, en una visita que pretendía ser la tumba de Naraku y había resultado siendo la peor de sus decisiones. La brisa del mar y el olor salado del aire es extrañamente reconfortante, y la visión del castillo resulta un tanto nostálgica. Era extraño plantarse frente al lugar que había sido su hogar, acompañado de todas las cosas que juró nunca desear, pero completamente satisfecho con ellas.

Inuyasha debe insistir para que Sesshōmaru cubra su rostro, a lo que éste eventualmente cede en silencio porque sabe con una aplastante certeza que revelar que continuaba con vida podría tener devastadoras consecuencias para la felicidad que tan celosamente ha protegido. Pasear por los pasillos escoltados por el Lord del palacio siempre atrae atención, pero Inuyasha se ha encargado de pedir privacidad. Rin observa con luces en los ojos el lugar donde Sesshōmaru ha crecido, y él está pendiente de que ella esté cómoda; ve la espalda de sus hijas a la distancia, ambas tomadas de la mano de Kagome y yendo en la misma dirección, mientras ríen con Moroha.

Sesshōmaru sabía que sería evidente para Inuyasha la desaparición de Rin, ya que conocía a su hermano muy bien, pero no hizo nada por disimularlo más. Fue algo así como su regalo de bodas el avisar que seguía con vida en algún rincón del planeta, e Inuyasha había emprendido su búsqueda cuando Moroha tenía ya un año. Ella lo había impulsado, pues cada vez que veía sus ojos marrones, no podía evitar preguntarse si acaso su hermano también había formado una familia. Se reencontraron cuando las gemelas ya tenían cinco años, y de ahí pasaron un par más hasta que Sesshōmaru se había decidido a pisar el castillo por primera y última vez. Sabían que estaban en un rincón del mundo, lejos, pero vivos.

Siente cómo Inuyasha contiene la respiración antes de abrir las pesadas puertas que daban a la habitación de su padre, y la mirada que le da de reojo tampoco pasa desapercibida. Incluso dentro de él, algo provoca la visión de su legendario padre enfundado en mantas y recostado; si bien está acostumbrado a verlo de pie —alto, siempre más alto que él— y reconoce en su hermano menor los vestigios de tristeza que trata ocultar, su padre sigue siendo la imponente presencia que es siempre, con el tronco bien erguido pese a su descanso. Alza la mirada al notar que ingresan a su habitación y, mientras abre la boca con sorpresa, Sesshōmaru capta lo marcados que tiene los pómulos.

El parpadeo no se detiene por un par de segundos, como oro tintineante que observa la visión fantasmagórica de su hijo mayor, quien ha sido dado por muerto hace más de un lustro. Sus ojos se deslizan hacia Inuyasha un segundo, quien hunde los hombros a sabiendas de la larga conversación que tendrían después, y finalmente se posan en la mujer al lado de su pequeño. Enfundada en ropajes dignos de una princesa, reconoce el gusto de Sesshōmaru en su kimono, y la suave y tímida sonrisa que le entrega bajo sus sonrojadas mejillas le hacen sospechar quién es, pero sus labios se separan al ver a las pequeñas: sin duda alguna, son los retoños de Sesshōmaru.

InuTaishō al fin habla.

—Sesshōmaru… —menciona, tratando de sacudirse la sorpresa del tono—, renunciaste a todo lo que una vez dijiste desear.

La sonrisa de Rin desaparece un segundo. En efecto, el padre de Sesshōmaru aparenta ser una persona más dulce y gentil que sus a veces toscos hijos, pero aquellas palabras, pese a no haber sido dichas con odiosidad en ellas, casi logran entristecerla un tanto. ¿Es aquel lugar donde Sesshōmaru debería estar? No es que InuTaishō le esté cuestionando algo en absoluto, sino la duda cae en Rin de pronto.

Pero su esposo no titubea en contestar.

—No renuncié a nada.

Inuyasha lo mira de reojo y luego a su padre, quien no tarda en esbozar una sonrisa. Hace el amago de querer incorporarse, pero basta la mirada de su hijo menor para hacerle entender que no está en condiciones, ante lo cual de todos modos abre los brazos para que caminen hacia él. Rin recupera la sonrisa y sus hijas la miran un segundo, preguntándole en silencio si es que está bien acercarse a él, a lo que ella asiente.

—No hay noticia más alegre —susurra entonces InuTaishō, rodeando sus brazos en una alegre Towa y sonrojada Setsuna—. Le contaré a tu madre lo lindas que son sus nietas.

Ambas chicas se miran con sorpresa. ¿Es esa persona su abuelo? De ser así, significaría que estaban relacionadas de alguna manera con aquel castillo… Miran luego a su padre con la duda pintada en el rostro, pero no les da indicio de dar explicaciones. La vida que ha formado con su madre es una larga historia que está reservada para cuando ambas hermanas cumplan cierta edad, y comprendan que la tozudez de su padre dificultó por mucho tiempo su felicidad. Moroha se une al abrazo también y hace reír a InuTaishō, revelando una imagen que Sesshōmaru jamás creyó ver. Su sangre que tan celosamente ha protegido se encuentra frente a sus ojos, dando resultado a aquel bello cuadro en el cual incluso la descendencia de Inuyasha está involucrada.

Es verdad que no tenía las cosas que había creído en un principio querer, pero tanto él como su padre entendían que no eran las que hoy necesitaba.

—¿Cuál es tu nombre, pequeña? —inquiere entonces InuTaishō.

Mira al piso con las mejillas ardiéndole mientras balbucea: —Soy Rin.

La mano de Sesshōmaru roza fugazmente la suya, a lo que Rin recuerda tan valiosas palabras que alguna vez le ha dicho: «Nunca bajes tu cabeza». Se endereza entonces, juntando valor para mirarle a los ojos y dándose cuenta de que, en efecto, es él el poseedor de los mismos ojos de su marido, pero distintos, aunque le inspiran la misma confianza. Se nota que, pese a que sabe que se viene una larga charla con Sesshōmaru a solas, está más allá de las nubes con su visión y que en cierto rincón de su corazón aguanta las lágrimas. Que su primogénito haya podido pagarle una visita con su familia antes de partir lo hacía inmensamente feliz, sobre todo al verlo al lado de Inuyasha y su familia; sus dos hijos estaban bien y eran felices.

—Rin —repite él con una sonrisa—, gracias.

—¿Por qué?

—Por cuidar de mi hijo, por dar a luz a estas hermosas nietas, por venir a visitarme. Por todo.

Inuyasha sonríe algo enternecido por las lágrimas que caen de Rin y Kagome no demora en pasar un brazo sobre su hombro, dándole un apretujón. Sesshōmaru niega cuando las gemelas lo miran alarmadas, haciéndoles saber que su madre está bien. Se limpia con el dorso de la mano y le sonríe, respondiéndole con toda la honestidad del mundo:

—¡Gracias a usted por su hijo!

—¿Te molestaría conversar un poco conmigo, Rin?

—En absoluto. Sesshōmaru-sama puede cuidar de nuestras hijas, ¿no es así, cariño?

Inuyasha se aguanta la burla ante el apelativo y debe morderse la lengua, sobre todo cuando Kagome lo mira con amenaza de no decir palabra.

InuTaishō no puede evitar la sonrisa ante la naturalidad con que Rin lo trata y lo cómodo que Sesshōmaru parece al respecto, asintiendo en silencio y estirando el brazo para llamar a Towa y Setsuna. Moroha las sigue de cerca, tomada de la mano de Kagome e Inuyasha, mientras dejan que InuTaishō conozca a Rin y probablemente le hable de un montón de cosas sobre su hijo que nunca esperó tener con quién compartir. Aun así, antes de dejar del todo la habitación, la suave voz de InuTaishō resuena una vez más:

—Luego me gustaría conversar contigo, Sesshōmaru.

Éste asiente en silencio; sabe de antemano que su padre requería la historia y no tenía problemas en dársela. InuTaishō siempre ha sido su modelo a seguir y de las pocas personas a las que escuchaba en aquella vida, una última conversación era lo menos que podía otorgarle.

Las puertas se cierran y Sesshōmaru no se molesta en mirar hacia atrás, pues sabe que Rin está cómoda. Las pequeñas corren juntas y buscan algún lugar donde jugar y siente con prontitud que alguien le tira el velo por sobre la cabeza, fulminando con la mirada a su sonriente hermano menor.

—No te quejes, idiota. Sabes que tienes que esconderte.

No le responde, pero tampoco es como que espere que salgan palabras de aquella boca que parece tan herméticamente cerrada. Lo conoce, como pocas personas en el mundo pueden decir que lo hacen, y sabe que es un gran paso que haya accedido a aquella reunión; no le sorprende del todo —pues ha visitado una vez su casa y sabe que tiene vista al mar, e incluso a él le recuerda a su propio palacio—, pero lo agradece. Sesshōmaru no es precisamente la persona más accesible del universo y su presencia siempre resulta inesperada.

Por lo mismo, no puede guardarse cierta pregunta.

—¿Y ahora volverás a desaparecer nuevamente? —Sesshōmaru lo mira con perspicacia, a lo que Inuyasha se avergüenza un tanto—. Ya sabes, Moroha extraña a sus primas.

Es recibido con silencio, lo cual hace maldecir entre dientes a su escueto hermano, aunque luego Rin le corroborará que sus vidas volverían a cruzarse, vociferando lo que sabía que su esposo sentía en el fondo: «Nuestro hogar siempre tendrá las puertas abiertas para usted, Inuyasha-sama», le diría ella mientras Sesshōmaru estuviera conversando con su padre, pero en ese momento del presente, no obtendría respuesta. En cambio, los misteriosos pensamientos de su hermano le son revelados en otro tema que no esperaba, luego de que inspeccionara sumido en mutismo el palacio donde se había formado.

—Has hecho un buen trabajo.

Inuyasha se sonroja y desvía la mirada. Un halago de su hermano es lo menos esperado siempre, por más seco y escueto que sea al hacerlo, carga una cruda sinceridad que no puede ignorar: Sesshōmaru no diría algo que no considerara verdad.

—Como sea… —Los ojos dorados parpadean un segundo, mirando hacia donde se encuentra un grupo de niños jugando con Towa y Setsuna—. Oye, las niñas.

Los ojos de Sesshōmaru se vuelven al lugar donde ha apuntado su hermano, captando con sorpresa que sus pequeñas llegan a su lado con un mohín que bien conoce, pero que siempre le ha desagradado: la tristeza pinta sus rostros, el de Towa tan expresivo como el de Rin y el de Setsuna tan orgulloso como él mismo. Se plantan frente a ambos Taishō, mirando a su padre con desazón, a lo que Inuyasha capta que es momento de dejarlos solos; camina hacia donde se encuentran Kagome y Moroha, permitiendo que padre e hijas queden a solas.

—No lloren —dice Sesshōmaru con la misma voz del gran general que ha sido toda su vida. No explaya más, pues no es necesario para que sus hijas lo entiendan.

No conoce la razón de su tristeza, pero sabe que no hay cosa que valga sus lágrimas.

—Pero… pero nos han llamado sirvientas —reclama Towa, ojos llorosos. Setsuna está sumida en un profundo silencio, pero Sesshōmaru puede ver la aflicción en sus ojos violetas—. Nos han dicho que si no somos princesas es porque somos sucias. Porque nuestra sangre es sucia.

Sesshōmaru parpadea un tanto. Sus ojos no pueden evitar buscar a Rin ante aquellas palabras pese a que no está dentro de su campo de visión, unas que sí había sentido reales en algún otro momento de su vida, en donde imaginaba un futuro donde quizás él ocuparía la habitación de su padre, el título de su hermano y donde no habría modo en que hubiera conocido a la simple muchacha que lo había hechizado en su súbita fiebre luego de haber cambiado de hogar, dejándolo todo por su clan, por su deber. ¿Qué era lo correcto en aquel entonces y qué había cambiado ahora? Quizás, antes había estado cegado por el brillo del oro de sus barrotes y ahora comprendía que una jaula jamás dejaría satisfecho a Sesshōmaru, por más lujos que encerrara en ella.

La conversación con su padre ha cesado y Rin sale de su habitación, con claros signos de estar feliz de haber emprendido aquel viaje con su familia, aunque su gesto cambia al ver a sus pequeñas con los ojos llorosos y se apresura hacia ellas. Sesshōmaru la mira en silencio. ¿A qué supuestamente había renunciado, si la tenía a su lado? Construían su vida día a día, lado a lado, en un lugar donde nadie conocía sus antiguos pasares, en la vida que habían elegido. Nadie sabía de lo que había comenzado a brotar en invierno en el lejano palacio Higurashi, ni de los secretos anhelos que ambos habían guardado, ni de la sangre derramada o del verdadero precio de la libertad… ni tampoco de su verdadera recompensa. Nadie tenía por qué saberlo tampoco, salvo ellos dos, y si bien le había insistido a Rin que conservara el kimono que vestía en esos momentos —el mismo que le había mandado a hacer hacía tantos años, mientras vivía en el castillo y luego de comprender que no tenía ropas adecuadas—, no deseaba que nada fuera ni un poco diferente a lo que era.

Porque, si bien aquella frase sobre la pureza de la sangre había sido su mantra sagrado por muchísimos años, el destino le había presentado a una simple mujer que cambió su punto de vista con su honrada y esforzada vida. Entonces, antes de que su madre acuda a calmarlas, los ojos dorados se posan en sus queridas hijas.

—Towa, Setsuna, no lloren —reitera Sesshōmaru con dignidad—. Por vuestras venas corre la sangre más noble que puede existir: la de su madre.


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fin


Bipo habla:
(sobre algunos datos de la historia)

Kikyō en un principio iba a morir de verdad, y sólo Sesshōmaru fingiría su muerte a manos de Naraku luego de su batalla por vengarla, pero se sentía injusto. No quería escribir algo así sobre ella, así que mi idea terminó mutando, y si bien su destino sigue siendo injusto, es feliz. Sesshōmaru y Kikyō nunca más tendrían contacto en toda su vida, y Sesshōmaru se llevaría a la tumba su secreto. Si bien, con Rin se cuentan todo, eso no era algo que le correspondiera a él revelar.

Sesshōmaru y Rin nunca volverán al palacio, ni tampoco sabrá la gente que el heredero en realidad está con vida. En un principio, sólo Inuyasha sabría que Sesshōmaru seguía con vida, ni siquiera Kagome y Moroha, pero creí que ambos hermanos querrían (muuuuy en el fondo) seguir teniendo algo de contacto con sus familias.

Con esto, me despido al fin de esta linda historia que me dio tanto cariño (L). Si hay algún error, lo revisaré mañana, espero hayan disfrutado de esto~.

Muchísimo amor para ustedes,
Mrs Bipolar. 15 de mayo del 2021.

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