Disclaimer: Tengo tanto derecho a reclamar como propios los personajes y argumento de Orgullo y Prejuicio, en la misma medida que el resto de la humanidad que no es Jane Austen.
Las situaciones y diálogos, así como los personajes no mencionados en la obra original que a continuación se muestran, son producto de mi imaginación.
Nota: Escribí esto hace meses, cuando volví a darme cuenta que no me gusta que Lydia quede emparejada con Wickham.
Intervenciones y consecuencias
Elizabeth observó cómo Lydia y la señora Bennet hacían planes sobre la invitación por parte de los Forster para acompañarlos a Brighton. Hablaban de vestidos y bailes, de cenas y amigas, de la gran cantidad de soldados que habría ocasión de conocer. Su consciencia le decía que era un error permitir que su hermana menor fuese y así lo expuso a su padre. Ella intentó advertir al señor Bennet de los peligros que tal excursión representaba, especialmente por la naturaleza coqueta de Lydia, no obstante, todos los argumentos que ella mencionó fueron desestimados y su padre le aseguró que la situación de Lydia era tan precaria que no podría inducir al matrimonio a ningún caballero.
Algunos vestidos fueron encargados para que Lydia tuviese ropa adecuada para la vida social de Brighton y, durante las dos semanas previas a la partida de la menor de las hijas, toda la familia tuvo que tolerar las quejas de Kitty y la frustración de Elizabeth por la desidia de su padre.
El viaje de Elizabeth tuvo lugar una semana después de la partida de Lydia, cuando los Gardiner llegaron con sus hijos para visitar a la familia. Cuatro primos permanecerían en Longbourn bajo la atenta mirada de Jane durante el viaje por Derbyshire. Se trataba de un momento feliz para los pequeños, quienes tenían gran afecto por la mayor de las hermanas Bennet y de un momento de descanso para sus padres, quienes esperaban con ansias recorrer aquella parte del país.
El viaje comprendió la visita a sitios como Chatsworth y Dovedale, los cuales Elizabeth encontró admirables al verlos por primera vez. Solo una sombra apareció sobre la grata experiencia de su itinerario, la cual surgió cuando al estar en Lambton, la señora Gardiner sugirió visitar a Pemberley.
A ella le incomodaba la idea de estar a cinco millas de él, del hombre al que había rechazado y al que acusó de forma injusta. La posibilidad de encontrarlo ahí y lo que él pudiese pensar de ella le aterraba; y fue solo cuando una de las mucamas de la posada le aseguró que la familia no estaba en Pemberley que Elizabeth se animó a ir. Todo estaría bien.
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Lo que menos esperaba encontrar ahí era al señor Darcy, y sin embargo así sucedió. La visión de aquel hombre era una que por el resto de su vida quedó grabada en su memoria, y solo después de casados ella se atrevería a confesar lo mucho que su imaginación había viajado en cuanto lo vio.
Elizabeth caminaba por el vasto jardín frente a la casa, admirando la vista de la gran residencia junto al río, era una composición natural y en armonía. En medio de tales reflexiones se encontraba, cuando al voltear hacia donde el río calmaba su cauce encontró la figura del señor Darcy, caminando hacia ella de forma distraída.
Fue la corta distancia lo que hizo inevitable el reconocerse el uno al otro. Darcy se detuvo y trató de mostrar un dominio de sus emociones que claramente no poseía en presencia de ella. Elizabeth, por su parte, intentó con mucho esfuerzo ver el rostro del caballero y no el resto de su cuerpo. Ella trató de no ver el agua escurrir por su camisa, o cómo la delgada tela era prácticamente trasparente y una silueta atlética y bien formada se dejaba ver. Trató de ignorar las ondas oscuras de su cabello o el ligero rubor que tenían sus mejillas. Después de algunas preguntas, Darcy se retiró y Elizabeth sintió que sus piernas estaban a punto de doblarse. Ella se sintió como una tonta por asumir que Pemberley era un lugar seguro para visitar y de inmediato quiso marcharse, pero sus tíos la convencieron de no volver a Lambton y seguir recorriendo los jardines más alejados.
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Darcy entró a toda prisa a la casa, donde el mozo que había devuelto a su caballo a los establos dio aviso de su regreso y un baño caliente lo esperaba. Bajó con poca gracia y prácticamente corriendo una vez que estuvo listo, lo cual le requirió menos tiempo ya que estaba decidido a volver a encontrar a la señorita Elizabeth. Si el destino la había puesto en su camino otra vez, él no iba a desperdiciar la oportunidad. Fue atento con ella y sus tíos, quienes resultaron ser mucho más agradables que su propia tía, Lady Catherine. Él se atrevió a sonreír y demostrarle que no era el terrible hombre que ella creía. Su amabilidad empezó como un esfuerzo por mostrar que ella se había equivocado, pero cuando Elizabeth le devolvió una sonrisa, él supo que debía intentar ganar su afecto.
El mismo día que Elizabeth descubrió que el señor Darcy era capaz ser gentil con sus tíos e inspirar fantasías no apropiadas para una señorita, George Wickham yacía en una cama en Brighton, sufriendo por el accidente que había tenido lugar antes de que el sol saliera.
La mañana del 27 de julio, George Wickham caminaba cerca del muelle de Brighton mientras entonaba una melodía alegre, él estaba de buen humor. Fue una noche entretenida en la que el alcohol no faltó y hasta tuvo la oportunidad de ganar unas cinco libras en las cartas. El día apenas empezaba y él casi podía paladear la victoria, estaba orgulloso de lo fácil que había sido engañar a Lydia Bennet.
La muchacha era una imbécil si creía que él la haría su esposa por la ridícula noción del amor. Esa misma noche Lydia escaparía con él, ella estaba convencida de que irían a Escocia a casarse, pero él tenía otros planes. La llevaría a Londres para satisfacer sus apetitos, y una vez que la reputación de ella estuviese arruinada, la familia tendría que pagar una sustanciosa dote para convencerlo de casarse con ella; o bien, podía dejarla en la ciudad y viajar a Liverpool, él tenía algunos amigos ahí.
Esto serviría para darle una lección a la señorita Elizabeth. Él creyó que la tenía en el bolsillo, y por un momento hasta se imaginó medio enamorado de ella, especialmente cuando notó las miradas que Darcy tenía hacia la señorita. Wickham conocía bien a su antiguo amigo como para saber que Darcy admiraba a la joven dama, con la satisfacción de saber que ella no retornaba los sentimientos; no obstante, el viaje a Kent cambió algo, Wickham lo supo de inmediato. Ya no había el odio intenso que antes ella había manifestado sino una actitud más cautelosa al momento de ejercer una opinión. Ella se mostró más reacia a sus atenciones e inclusive trató de evitar su compañía. Elizabeth se arrepentiría de haberle dado la espalda, y en vista que Lydia estaba dispuesta a dar libremente lo que él quisiera reclamar, él lo haría.
En estos planes se hallaba Wickham cuando un carruaje a toda velocidad se aproximó por detrás. Parecía que los caballos estaban fuera del dominio del conductor y no importaron los rápidos reflejos que normalmente Wickham tenía. Había tomado un par de copas más que en la taberna le ofrecieron por cortesía y ahora sus reacciones eran torpes. El impacto causó serias heridas pero nada mortal.
Más adelante, el carruaje se detuvo y un hombre de unos veinte años se bajó para verlo. Wickham lo vio fijamente desde el suelo, el joven lo miraba con satisfacción. La voz de él sonaba familiar, recordaba haberla escuchado en algún lado, pero no podía situar con exactitud dónde o cuando.
—Me alegra verle, señor Wickham. Cuando el señor James me escribió que su regimiento estaba por aquí, casi no puedo creer mi buena fortuna—, dijo el extraño.
—Lo hizo a propósito—dijo Wickham jadeando por el dolor— ¿Quién es usted? ¿Qué quiere de mí?
—Le diré mejor quien no soy. No soy el hijo de un administrador que quiso jugar a ser un caballero. No soy el hombre que quiso engañar a una señorita respetable. No soy el hombre que le mintió a Fitzwilliam Darcy, o a su padre. Lo más importante, soy el hombre que de querer hacerlo, podría matarle, señor— dijo con burla— Pero no lo haré, un mes de dolor en esa pierna serán suficientes por ahora. Adiós señor, espero que aprenda a comportarse en el futuro.
El extraño se fue y Wickham tuvo que esperar al menos media hora para que alguien se acercara a ayudarlo. Todavía no salía por completo el sol y la calle estaba vacía. Nadie había sido testigo de los eventos que acababan de suceder y por vez primera, Wickham tuvo miedo. El extraño lo acusó de querer engañar a una señorita respetable, por lo que podía tratarse de un hermano o el prometido de alguna mujer, aunque este conocimiento no delimitaba las posibilidades. Su primer pensamiento fue Lydia, tal vez alguno de los soldados del regimiento estaba enamorado de ella y quería deshacerse de él.
Cuando la ayuda llegó, el diagnóstico fue una fractura en la pierna que de inmediato lo envió a manos de los doctores y a un agonizante reposo por semanas enteras. Lydia pidió visitarlo, pero su petición fue negada de inmediato por el coronel Forster además que el mismo Wickham aseguró que no deseaba verla; la impresión del desconocido de aquella mañana le hizo desear jamás haber tropezado con Lydia Bennet.
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Que Wickham estuviera confinado al reposo no detuvo a Lydia de escapar, después de todo, la más joven de la familia Bennet quería era ser la primera de sus hermanas en entrar al estado de matrimonio y estaba determinada. ¿Con quién lo hizo entonces?, se preguntará el lector. La respuesta es muy fácil, lo hizo con el sargento Sanderson, quien tuvo el honor de compartir la emocionante aventura de un viaje rápido a Escocia tan solo tres semanas después de los planes originales con Wickham y apenas una semana antes de que Lydia estuviese de vuelta en Longbourn.
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De unos veintitrés años y con verdadero gusto por la vida militar, Sanderson siempre había admirado a Lydia, bueno, al menos desde que ella había adquirido una silueta más femenina y voluptuosa. Ninguno de los dos era realmente inteligente, pero se sentían cómodos en la presencia uno del otro. Pare él, ella era divertida y sentía gran admiración por su posición como hombre militar; mientras que para ella, él era guapo y atento. Sanderson conocía a los Bennet de toda la vida y sabía que no tendría una conversación fácil cuando la familia supiera lo sucedido, sin embargo, él no estaba dispuesto a arriesgar al amor de su vida con otro soldado. Si quince minutos de conversación incómoda con la familia Bennet eran necesarios, Sanderson lo haría. Fue una bendición del cielo el accidente de Wickham.
Al principio, Lydia se mostró preocupada por el soldado herido, pero ese día el ejército fue invitado a un baile y ella participó en cada una de las piezas que el grupo de músicos tocó. Dos de los bailes los hizo con Sanderson, quien en ausencia de Wickham lucía más atractivo, incluso sus ojos parecían más brillantes, como si fueran una extensión de la costa de Brighton.
Las semanas posteriores al baile estuvieron llenas de miradas y toques entre Lydia y Sanderson, de comentarios divertidos y sentimientos a medio revelar. Fue justo cuando empezaba la última semana de Lydia en Brighton cuando ella le confesó que sus intenciones el día del baile fueron fugarse con Wickham. Sanderson le propuso irse a Escocia con él y ella aceptó sin dudarlo.
Hijo del dueño de una tienda en Meryton, Sanderson decidió que probaría primero la vida de militar antes que resignarse a trabajar con su padre. Sus dos hermanas mayores ya estaban casadas y poco importaba si su aventura a Escocia dañaba un poco la reputación de ambas familias, después de todo, ellos regresarían como una pareja casada.
Cuando el coronel Forster y su esposa descubrieron la nota de Lydia, la culpa era difícil de situar. El coronel culpó a su esposa por no vigilar bien a la muchacha y su esposa dijo que él era responsable por no vigilar mejor a los soldados que visitaban la casa. Después de una hora de discutir, ambos decidieron que los enamorados eran los únicos responsables; el coronel mandó a alguien para buscarlos y al final del día escribió al señor Bennet.
La mañana que Fitzwilliam Darcy visitó a Elizabeth en la posada, ella leía una carta de Jane en la que le informaba que Kitty tenía un resfriado y que el perro de la familia Jones tenía cachorros, uno de los cuales estaría reservado para ella; Mary había tenido un par de conversaciones interesantes con el sobrino del boticario y aunque era pronto, Jane le aseguraba que su hermana parecía más feliz en la compañía de él. Solo buenas noticias con comentarios del vecindario y de la casa. Egoístamente, Elizabeth pensó que la noticia del perro era su favorita.
Elizabeth y Darcy tuvieron la oportunidad de hablar sobre diversos asuntos. Empezaron por las buenas noticias sobre el perro, siguieron con los agradecimientos por ser tan buena con Georgiana para finalmente tocar el tema de sus malentendidos del pasado. Ella confesó que lamentaba mucho haberlo juzgado tan duramente y estaba arrepentida por haber creído en las falsedades de Wickham. Él se disculpó por sus rudas palabras y la interferencia entre Bingley y Jane, asegurándole que rectificaría su error. Finalmente, él pidió la oportunidad de cortejarla. Ambos se sonrojaron intensamente, pero ella aceptó con gusto por la oportunidad de conocerlo mejor, él estaba feliz y dispuesto a demostrar que era merecedor de su afecto.
Para sorpresa de los tíos de Elizabeth, recibieron la invitación a quedarse en Pemberley por el resto de su viaje, lo que levantó las sospechas de que su sobrina no había sido del todo honesta al detallar su relación con el caballero. Para evitar especulaciones, Darcy extendió la invitación a través de su hermana, quien estaba feliz por la idea de tenerla cerca. Georgiana veía la admiración en su hermano por Elizabeth y no dudó en ayudarlo; Caroline Bingley era otra historia. Ella estaba enojada e hizo todo lo posible para hacer parecer como inadecuada a Elizabeth, pero sus comentarios no funcionaron, Darcy estaba demasiado complacido en ver cómo cada vez Elizabeth le daba señales de afecto, admiración y respeto.
No era propio cortejar a Elizabeth mientras ella era huésped en Pemberley, pero técnicamente nadie sabía de su arreglo y ambos habían acordado que se conocerían mejor. Su acuerdo duró poco, ya que el penúltimo día de los Gardiner y Elizabeth en el área, Darcy no pudo esperar más y le pidió que lo aceptara como esposo.
Fue una propuesta bastante diferente a la primera, con mucho más humildad por ambas partes y genuino afecto. Ella estuvo conmovida por sus palabras e inclusive el lugar en donde lo hizo. Él argumentó que era un momento perfecto. ¿Cómo podría no serlo? Esa mañana Elizabeth lucía preciosa en su vestido azul, con algunos cabellos rebeldes escapando de su peinado, mientras pasaba sus manos sobre un mar de margaritas. Esa imagen fue crucial para Darcy. Elizabeth no podía seguir siendo Bennet cuando era su destino ser la señora Darcy.
Durante la estancia de Elizabeth en Pemberley, Darcy confesó su interferencia a Bingley, quien dado su apacible carácter perdonó el acto con facilidad. Darcy aseguró que tenía negocios importantes en Londres, por lo tanto no podía seguir como anfitrión en Pemberley y que acompañaría a los Gardiner y la señorita Elizabeth hasta la capital. Sin Darcy en Pemberley, Caroline manifestó que no le interesaba permanecer en el campo y junto con su hermana Louisa y el señor Hurst, fueron a visitar a la familia de él. Lo que Darcy omitió fue que Bingley y Georgiana irían con ellos a Hertfordshire, no Londres.
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Fue con determinación que al día siguiente de llegar a Netherfield, Darcy cruzó el umbral de la biblioteca para hablar con el padre de Elizabeth. El señor Bennet cuestionó cordura de ambos pero aceptó el compromiso una vez que su hija le aseguró múltiples veces que amaba a Fitzwilliam Darcy.
Esa noche se le dijo a la señora Bennet de las buenas noticias y su efusividad por el compromiso fue más de lo que alguien pudo anticipar. Lamentablemente, al día siguiente de la entrevista con el señor Darcy, el señor Benet recibió una carta del coronel Forster, en la cual mencionaba que Lydia había huido con el sargento Sanderson para casarse en Escocia.
Las noticias causaron sorpresa entre todos, especialmente Elizabeth, quien temía que Fitzwilliam quisiera romper el compromiso. Él sonrió cuando escuchó los temores de ella y le dijo que sería capaz hasta de soportar ser cuñado de Wickham si fuera necesario con tal de estar con ella. Sus palabras reflejaban tal certeza que ella quedó tranquila y agradeció las palabras de su prometido con un beso que para Darcy fue demasiado corto pero igual de satisfactorio. Cuando los caballeros regresaron a Netherfield, Darcy mandó a alguien de su confianza a localizar a la pareja y garantizar su regreso casados, sin importar qué; ya que si bien nada impediría que él hiciese a Elizabeth su esposa, los hábitos de interferir son difíciles de cambiar.
Diez días después, el señor y la señora Sanderson regresaron; ella satisfecha por casarse antes que sus hermanas y él por haber probado los placeres carnales con la energética y entusiasta Lydia. No le emocionaba enfrentar a la familia de ella, o a sus propios padres, pero al menos ya nadie le robaría a la mujer que estaba a su lado.
La señora Bennet dudaba entre si sentirse furiosa, decepcionada o contenta, Lydia era su favorita y le dolía no haber estado con ella en tan importante ocasión. Sin embargo, ahora que el señor Darcy estaba comprometido con Elizabeth, la señora Bennet creía que él podía poner a Mary y Kitty en el camino de hombres ricos. De haber esperado, quizá su hija predilecta podría haber hecho una mejor unión.
Lydia quizá haya sido la primera en casarse y al final su madre decidió que estaba contenta, pero la euforia que Lydia esperaba encontrar nunca llegó. Las diez mil libras anuales de Darcy y su estatus como nieto de un conde estaban como primicia, seguidas de cerca por las cinco mil libras de Bingley, quien pidió formalmente cortejar a Jane, dos horas antes de la llegada de la señora Sarderson.
Los Sanderson estuvieron tres semanas más en Hertford visitando a quienes estaban dispuestos a recibirlos, después de todo, no fue posible cubrir por completo las noticias de su escape.
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El lector podría pensar que después de la formalización de las parejas las cosas en Hertfordshire fueron tranquilas, pero no es posible hacer semejante declaración. Tres días después de la partida de Lydia, una visitante reclamó una audiencia privada con la señorita Elizabeth.
Lady Catherine se mostró reacia a esperar a que la señorita volviera del jardín, por lo que caminó por la propiedad hasta donde se suponía que la encontraría. Elizabeth no estaba sola cuando la pomposa dama llegó y en realidad, Fitzwilliam y Elizabeth estaban en lo que bien podría ser una situación comprometedora. Las manos de él se deslizaban con familiaridad desde la nuca hasta la espalda baja de ella, mientras que ella se aferraba con fuerza del cuello de su prometido en lo que era un apasionado encuentro.
Cuando advirtieron la presencia de la tía del señor Darcy, ambos tenían expresiones sonrojadas y parecían estar apenados pero no arrepentidos. A ella la acusaron de seductora y mercenaria, a él de indecente y sin sentido de honor, nada pudo hacer su señoría. Fitzwilliam defendió a Elizabeth con verdadera devoción, prometiendo que cualquiera que tratase a su futura esposa de manera irrespetuosa jamás sería aceptado en Pemberley mientras que Elizabeth defendió la sinceridad de sus sentimientos. Más llena de ira que como había llegado, Lady Catherine se retiró y maldijo desde Hertfordshire hasta Kent. Apenas su tía se marchó, Fitzwilliam le ofreció una disculpa a Elizabeth, ella se encogió de hombros y sugirió continuar con lo que hacían antes de la interrupción. Él estuvo de acuerdo y retomaron dicha actividad con entusiasmo.
Tres semanas después, Elizabeth se casó con el hombre que más amaba y dejaron juntos Hertfordshire para volver a Pemberley. La boda de Jane y Bingley tuvo lugar cuatro meses después y, si Jane ya era considerada una belleza, el día de la ceremonia podía ser elevada a la categoría de criatura celestial.
A Mary y el sobrino del boticario, un joven doctor llamado Jonathan Evans, les tomó un año aceptar que tenían sentimientos de afecto mutuo. Cuando esto sucedió, un nuevo compromiso fue anunciado y la señora Bennet volvió a su estado de abrumador entusiasmo por los preparativos.
Kitty fue la última hija en dejar Longbourn, y cuando lo hizo, fue con gran distinción. Un hombre en uniforme al igual que su hermana menor, excepto que se trataba de un capitán, tercer hijo de un conde y gran amigo de la familia de Pemberley. Darcy vio con satisfacción cómo Kitty ayudó a Georgiana a salir de la timidez y aumentó su dote para evitar los rumores sobre el hijo del conde en un matrimonio terriblemente desigual. Nuevamente volvemos al punto que Darcy realmente nunca aprendió a dejar de interferir, solo aprendió a hacerlo mejor.
De Wickham poco es digno de mencionar. El hombre se recuperó exitosamente de su fractura y meses después de esto fue enviado a Francia, donde perdió la vida luchando no contra Napoleón sino contra bacterias francesas, contraídas entre quién sabe cuál de las tantas faldas que levantó en aquel país.
Después de que Lydia se casó con el sargento Sanderson, nadie volvió a mencionar a Wickham. Su recuerdo rápidamente se desvaneció de los Bennet, los Darcy, los siempre amables Bingley e inclusive los Sanderson; a Mary hemos de excluirla porque a ella nunca le importó Wickham.
Sólo de vez en cuando un hombre recordaba a Wickham, tendido sobre la calle y sufriendo por su pierna. Cuando lo hacía, experimentaba la misma satisfacción de un niño que hace una travesura sin ser atrapado.
Henry Cavendish, sobrino del duque de Devon y ahijado de los duques de Norfolk, acostumbraba pasar largas temporadas en Chatsworth, y conocía bien a las familias más respetadas del condado de Derby, entre ellas a los Darcy. Él estaba seguro que un día Georgiana sería su esposa. Él escapó de la universidad por unos días cuando la dama dueña de sus afectos estaba en Ramsgate. Se enteró por sus primas de los planes de los Darcy y la siguió. Fue él quien mandó una carta de aviso a Darcy y funcionó. Georgiana estaba a salvo y él podía regresar a la universidad sin que su padre supiera de su aventura. Un día George Wickham pagaría por intentar robar a la más gentil de las señoritas que Henry conocía.
Fue fácil seguirlo y pagar unas monedas para embriagarlo, Wickham era demasiado predecible. Cuando lo vio caminar cerca del muelle al amanecer, supo que era el momento perfecto. Habría sido más fácil darle la instrucción a alguien más, pero él quería tener la satisfacción de un trabajo bien hecho y eso fue precisamente lo que hizo. Jamás le contó a alguien lo ocurrido, fue un secreto que se llevó con él directo a la tumba.
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La última vez que Henry pensó en Wickham fue el año en el que Georgiana cumplió veinte años. Como su historia jamás salió a la luz, él no conoció el impacto que su pequeña venganza tuvo sobre muchas vidas; poco importaba eso, ya que la persona más importante para él caminaba ahora hacia el altar del brazo de Darcy, donde él la esperaba.
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Saludos a quienes se toman el tiempo de leer esta historia y un agradecimiento a aquellos que extienden un comentario o la agregan a favoritos.
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