El vaho que salía por sus labios ocasionalmente la distraía de lo que pasaba frente a sus ojos mientras caminaba. Su mirada ámbar, opaca y distante expresaba claramente los pensamientos dolorosos y nostálgicos que rondaban su mente, cualquiera podría decir que esa joven resguardaba una gran tristeza con solo verla a los ojos.

Las personas que transitaban junto a ella en las grandes avenidas empujaban para avanzar hacia su destino. Su cuerpo se movía ante las insistencias de los demás, pero a diferencia de ellos, ella no quería apresurarse para llegar al lugar donde debía estar.

Los pequeños copos de nieve adornaban las amplias carreteras y salpicaban la ropa propia y ajena, aquello le sacó una débil sonrisa; el invierno a pesar de someterlos a un frío a veces insoportable siempre le había gustado porque cubría todo de blanco, le daba cierta paz al entorno que ella sentía en su interior.

Detuvo sus pasos cuando llegó a la cafetería que ella y su novio acostumbraban a visitar y suspiró.

Sus manos estaban congeladas por la ligera ventisca por lo que cuando las apretó en puños pudo percibir el entumecimiento de estas.

Apenas entró su cuerpo fue consciente de la diferencia de temperaturas y se permitió unos segundos en la entrada para calentarse.

Esa era su excusa.

Sus cansados ojos buscaron a su acompañante quien seguramente había llegado antes que ella.

— Miyako, por aquí.

La peli morada se dio la vuelta al escuchar la voz que podría distinguir entre millones, sin embargo, al ver a su novio su sonrisa murió antes de llegar a sus ojos.

Mientras se acercaba comenzó a quitarse los restos de nieve de sus hombros y notó que él había pedido un cubículo privado para ellos.

— ¿Llegué muy tarde?

— Descuida, yo llegué temprano.

Miyako cerró los ojos al sentir el beso de aquellos labios en su frente y al abrirlos la tristeza regresó a ellos.

— Escucha… — Dijo con indecisión.

Él se llevó la mano a su cabello y lo revolvió con frustración — Lo siento mucho. Todo fue mi culpa.

Tomaron asiento uno frente al otro y por acto reflejo el pelirrojo tomó entre sus manos la de Miyako. Ambos observaron esa acción por varios segundos en completo silencio.

— Fue culpa de ambos. No… — Miyako negó y sus cabellos se movieron — No fue culpa de nadie, Koushiro. Solo… solo sucedió así porque era lo que tenía que pasar — Ella retiró su mano del agarre de Koushiro y fue cuando él se percató de lo fría que Miyako estaba.

— Estás congelada — Dijo frunciendo el ceño y con intenciones de volver a sujetar las manos ajenas — Ni siquiera has traído guantes. Deja que te de los m…

— Estoy bien — Lo cortó de pronto. Ella sabía que ese frío que estaba sintiendo no se iría ni con la prenda más cálida del mundo. Odiaba ver los intentos de Koushiro por protegerla, pero detrás de toda aquella preocupación había incomodidad y culpa — Ya me calentaré con la calefacción de aquí.

La camarera entró al cubículo y dejó la orden que previamente Koushiro pidió para ambos.

Un moccachino y un americano.

Koushiro miró al suelo y luego clavó sus tristes ojos en la joven frente a él.

Miyako se había convertido en una de las personas más valiosas en su vida, le importaba más ella que él mismo, pero algo cambió. Los últimos meses su relación se detuvo en el tiempo, las pocas veces que acordaban verse de alguna forma acababan argumentando, él la llevaba a casa y durante el camino no intercambiaban ninguna palabra, y cuando volvían a verse dejaban las cosas fluir como si nunca hubieran discutido.

Sabía que para él era difícil expresarse, desde niño siempre fue así, por eso se esforzó todo lo que pudo por acercarse correctamente a la peli morada quien sí era más abierta con sus sentimientos y opiniones. Aquello fue lo que hizo que se enamorara perdidamente de Miyako. Recordando todo eso… se repetía una y mil veces lo idiota que fue al actuar tan deprisa.

— Kou… — Encaró la expresión de su novia. Ella le estaba diciendo tanto con solo sus ojos. Podía ver tristeza, pero lo que más le dolía era la resignación — Sigo sin entender por qué estamos aquí. Lo nuestro ya terminó; y los dos sabemos la razón.

— No hemos hablado sobre ello, Miyako. Solo discutimos. No soportaría terminar esto con una absurda discusión — Koushiro se levantó de su lugar y fue a sentarse junto a quien fue su novia por más de un año.

— No culpes a nuestra inmadurez — Esta vez fue ella quien tomó sus manos — Y no fue absurda. Incluso si ahora nos parece tonto, en ese momento era importante. Cada momento que he vivido contigo es un recuerdo, no importa cuál sea — Su voz finalmente cedió, su fría mejilla fue surcada por una lágrima que resbaló hasta caer sobre la mano ajena — Te voy a extrañar, Koushiro Izumi — Dijo sonriendo de la forma más brillante que pudo.

— Por favor… no llores — Pidió con el corazón oprimido al ver esa sonrisa tan contrastante con aquellas lágrimas.

— Tú tampoco… — Miyako estiró su mano y limpió una gota cristalina en la tibia piel del pelirrojo.

— ¿Qué… qué pasará con nosotros?

— Seguiremos siendo amigos, Kou. No estamos terminando por un problema mayor… solo…

— Lo sé. No es necesario que lo digas.

— Incluso si seguimos siendo amigos… creo que debemos alejarnos un tiempo. Todo esto no va a desaparecer de la noche a la mañana y los chicos… sé que ya no nos frecuentamos como antes, pero igual será difícil si llegamos a reunirnos.

— Tienes razón.

Lo siguientes minutos quedaron inmersos en sus propios pensamientos o intentando no pensar en nada. Miyako intercalaba su mirada entre la nieve que se veía caer por la ventana y el humo que desprendía su bebida. Por su parte Koushiro se dedicó a pensar en todo lo que habían vivido y en cómo estaban dando todo por terminado.

— ¿Quieres… irte ya?

— Sería lo mejor.

Dejaron la cuenta pagada y salieron de la cafetería. No tomados de las manos como hicieron durante mucho tiempo, si no con una distancia prudente y a propósito entre ellos.

La nevada había terminado, pero el frío seguía calando en sus huesos como si no llevaran ningún abrigo.

— Deja que te acompañe.

— No es necesario. Iré por mi cuenta.

Ella le sonreía cálidamente, como siempre lo hizo. Koushiro no pudo evitarlo y la envolvió en un fuerte abrazo que Miyako no pudo rechazar.

Se aferró a la joven. Esperando que, a partir de ahí, solo hubiera felicidad en su vida. Que conociera a alguien que sea completamente diferente a él, que enterrara sus recuerdos juntos y siguiera adelante. La amaba, de eso no cabía duda, pero ese amor ya no rozaba el que una vez sintió.

En sus brazos sintió a Miyako dejar salir un largo suspiro y entonces sonrió con amargura. Ahora las horas de soledad serían un problema con el que lidiar.

El nudo en su pecho se fue soltando. Sus manos se cerraron en puños entorno a la chaqueta de Koushiro.

— Gracias por todo — Dejó un último beso en la frente de ella — Nunca olvides que te amé con toda mi alma.

Tienes que ser feliz.