Había una vez, en un reino muy lejano, un rey y una reina que anhelaban tener una hija. Cierto día, durante una tarde nevada, la reina se quedó contemplando la nieve caer y comenzó a soñar con la idea de tener una hija.
—Su piel será blanca como la nieve y su cabello negro como el carbón —le dijo a su esposo, tan concentrada estaba en sus pensamientos que no notó cuando la aguja con la que bordaba se enterró en su dedo. Una gota de sangre cayó sobre su bordado —, y sus labios serán tan rojos como la sangre.
Nueve meses después el rey y la reina se convirtieron en los orgullosos padres de una niña. Desde el momento en que se había anunciado el embarazo de la reina todos en el reino esperaban ese momento y su nacimiento fue motivo de una fiesta que duró por varios días, incluso semanas. Todos fueron invitados, desde los reyes de los reinos vecinos hasta el más humilde de los campesinos.
—Su nombre será Pucca Nieves —dijo orgullosa la reina —, porque su piel es blanca como la nieve y será la más hermosa del mundo.
Pucca Nieves tuvo una infancia tranquila y feliz. Sus padres la consentían en todo lo que podían y todos en el reino la amaban. La reina murió poco después de que Pucca Nieves cumpliera los quince años y poco tiempo después, no más de tres años, el rey había vuelto a casarse. La nueva reina era hermosa, pero lo único comparable a su belleza era su maldad. Celosa de la belleza de su hijastra y del amor que todos en el pueblo le profesaban, buscaba constantemente formas de humillarla y de opacar su belleza.
La hacía vestir con harapos y encargarse de muchas de las tareas domésticas, principalmente las relacionadas con el establo. Ordenó que Pucca Nieves se encargara de los animales y le retiró todos sus vestidos y cepillos para el cabello, sintiéndose cada vez más molesta al notar que sus moños seguían tan redondos como siempre.
Nadie hizo nada por defender a la princesa, ni siquiera el rey. Muchos aseguraban que este se encontraba bajo un hechizo de su esposa y que ese era el motivo por el que le permitía hacer todo lo que quisiera.
La reina tenía un espejo mágico capaz de responder cualquier pregunta que se le hiciera. Todos los días Ring Ring solía preguntarle lo mismo y todos los días obtuvo la misma respuesta. O al menos así era hasta que Pucca Nieves cumplió los dieciocho años.
—Espejo, espejo de la pared, yo te conjuro. Sal de las tinieblas y acude a mi llamado. Dime ¿Quién es la mujer más hermosa de este mundo?
—Bellísima eres en verdad, majestad, pero hay alguien que te supera en belleza. Incluso vestida en harapos es más bella que una estrella.
—¡Imposible! —se quejó Ring Ring —. ¡Su nombre! ¡Exijo saberlo!
—Su piel es blanca como la nieve, su cabello negro como el carbón y sus labios rojos como la sangre!
—¡Idiota, te pedí su nombre, no que la describieras!
—Es Pucca Nieves, tu hijastra.
La apariencia de la reina cambió en cuanto escuchó esas palabras. Unas figuras, como tatuajes se extendieron por su piel, su cabello se alargó y su vestimenta cambió. Atacó al espejo y estuvo a punto de destruirlo, pero se detuvo de último momento, recordándose que este era su posesión más preciada.
—Soy perfecta, no me enojo —repitió como si se tratara de un mantra y su apariencia volvió a la normalidad.
La reina llamó a Dada, el encargado de la cocina. Si el espejo consideraba que Pucca Nieves era la mujer más hermosa del mundo ella estaba convencida de que existía una sola forma de que ella volviera a tener ese título que tanto amaba.
—Quiero que lleves a Pucca Nieves al bosque, lo más lejos que puedas, a un lugar donde nadie pueda escucharlos. Deja que recoja unas flores, que se divierta y cuando menos lo espere… ¡la matarás!
—Pero, su alteza, ella es la princesa.
—¡Silencio! ¡No recuerdo haber pedido tu opinión! Como prueba de que has cumplido mis órdenes, me traerás su corazón. Si desobedeces, será tu corazón el que utilice.
Un charco apareció bajo los pies del cocinero y un sonrojo en sus mejillas al notar lo que había hecho. Ring Ring no lo notó, todo en lo que podía pensar era en una forma de recuperar su título como la más bella y vengarse de Pucca Nieves por haberse convertido en la más bella. La reina moría de celos, algo que nunca admitiría, ni siquiera para sí misma.
—Como ordene.
—¡Ve ahora! —Ring Ring le extendió una daga y una botella de cristal —. ¡Quiero ese corazón antes de la cena! Y dale esta bebida, no la matará, pero sí la hará dormir el tiempo suficiente para que le arranques el corazón.
A pesar de que Dada no quería cumplir con la orden de la reina, no tuvo más opción que hacerlo. Le pidió a la princesa que lo acompañara a cumplir una tarea para la reina y luego fingió permitirle pasear un rato en el bosque.
—Una bebida para su majestad.
Pucca Nieves, que se estaba divirtiendo al poder dejar el castillo por primera vez en mucho tiempo, bebió el somnífero ignorando el peligro que corría. Casi de inmediato se desplomó sobre el suelo. Parecía muerta, pero la forma en que se movía su estómago delataba que respiraba.
Dada tomó la daga y se acercó a Pucca Nieves. Durante unos segundos se quedó contemplándola. Admitía que era hermosa, todos en el reino lo pensaban, pero ese no era el motivo por el que no podía asesinarla. Conocía a Pucca desde que era niña y la había visto crecer. Ella era su amiga y la única persona en el castillo que nunca lo había hecho sentir menos.
Colocó la daga sobre el pecho de Pucca Nieves, tratando de reunir el valor necesario para matarla. Se dijo que, si no lo hacía, la reina lo mataría a él y que, si lo hacía, existía una posibilidad de que ella le devolviera siquiera una pequeña parte de todo el amor que él le profesaba desde hacía años.
No pudo hacerlo. No tenía el valor para asesinar a alguien y menos a una amiga. Lanzó la daga avergonzado por si quiera haberlo tomado en cuenta y tomó una decisión de la que esperaba no arrepentirse después. Guardó la daga en su cinturón y con mucha dificultad cargó a la princesa dormida, conocía a las personas que podrían salvar la vida de la joven.
Llegó hasta el restaurante de fideos que se encontraba en el bosque y llamó a la puerta. Agradeció el hecho de que estuviera cerrado a esa hora. El restaurante, pese a su ubicación, era bastante popular, Dada no habría podido justificar el motivo por el que cargaba a la heredera del reino. Fue recibido por Dumpling. Ho y Linguini no tardaron en reunirse con su hermano.
—¿Qué haces con esa niña? —le preguntó Ho, su tono de voz era severo.
—Nada malo, lo prometo. La reina me ha ordenado que la mate y la traje aquí porque son los únicos que pueden ocultarla.
—¿Por qué?
—No me lo dijo, solo sé que es la princesa.
Ho, Linguini y Dumpling le dieron la espalda a Dada y comenzaron a discutir entre ellos. Dada suplicó mentalmente que ellos accedieran pues de lo contrario no sabría qué hacer. Era consciente de que era mucho lo que les pedía, pero también de que ellos eran su única esperanza.
—Podríamos decir que es nuestra sobrina —respondieron después de una pausa que le resultó eterna.
—Y como pocos la conocen no tendremos problemas en ocultarla.
Dada agradeció por la ayuda brindada y se dirigió al bosque. Odiaba cazar, pero sabía que era la única forma de engañar a la reina por lo que buscó un cervatillo y le sacó el corazón. Cuando se reencontró con Ring Ring tuvo que fingir haber cumplido con su misión. El charco amarillo bajo sus pies era prueba del temor que sentía, algo que la madrastra de Pucca Nieves ignoró, demasiado feliz al ver lo que creía era el corazón de su hijastra.
Lo primero que hizo Pucca Nieves al despertar fue salir corriendo. No reconocía el lugar en el que se encontraba y tampoco tenía deseos de quedarse. Estaba furiosa y quería castigar a Dada por haberla dejado sola. Los chefs intentaron detenerla y, aunque le contaron la verdad, ella los ignoró.
Estaba por dejar el restaurante cuando lo vio. Un joven ninja colgaba su abrigo y gorro sobre el perchero del restaurante. Por unos instantes la princesa se olvidó de respirar, todo en lo que podía pensar era en lo mucho que le gustaba y en sus deseos por estar a su lado y besarlo. No se guardó sus deseos, corrió hasta él y lo besó del mismo modo en que imaginó hacerlo.
No fue correspondida. El ninja no solo movió su rostro lo que le impidió besar sus labios, sino que también la hizo a un lado. Eso no desmotivó a Pucca Nieves, al contrario, se tomó como un reto conseguir su amor y eso le gustaba. Estaba cansada de obedecer a su madrastra, algo que solo hacía porque su madre antes de morir le había hecho prometer que sería una buena hija y una buena princesa.
—Garu, veo que conociste a nuestra sobrina —comentó Linguini tratando de parecer casual —, iré por tus fideos.
La princesa dejó de besar a Garu y corrió hasta la cocina. Estaba convencida de que si ella le servía los fideos estaría más cerca de conseguir su amor, además quería escuchar la historia completa de los chefs, conocían al ninja y eso era todo lo que le importaba.
—Entendemos que estés asustada —en esa ocasión fue Dumpling quien habló —, no nos conoces y te decimos que tu madrastra intentó secuestrarte, pero créenos cuando te decimos que todo es por tu bien.
Pucca Nieves le creía. Ella y Ring Ring habían peleado en varias ocasiones y en todas ellas solo había conseguido que su padre se enojara con ella y que, en el peor de los casos no le dirigiera la palabra en días. Odiaba a Ring Ring, pero el enojo de su padre y la promesa de su madre hacían que prefiriera obedecerla.
—Si regresas ahora te mataran a ti y a Dada por haber dejado que Pucca Nieves escapara.
Pucca Nieves no le tenía miedo a Ring Ring, pero sabía que el temor que Dada sentía por la reina era tan grande como el amor que le tenía por lo que prefirió quedarse temporalmente y darle a su madrastra una falsa sensación de victoria.
—¿Quién es el joven de afuera? —preguntó la princesa.
—Creímos que era tu novio.
—Él es Garu, un ninja.
—No habla porque hizo un voto de secreto.
—Entonces yo también lo haré.
—Le llevaré unos fideos, debe estar hambriento. Apuesto que también debes estarlo —Ho se dirigió a Linguini —. ¿Puedes servirle unos a Pucca en lo que atiendo a los clientes?
Pucca tomó el tazón de fideos que Dumpling había servido y se dirigió a la mesa en donde Garu esperaba por la comida. Colocó los fideos y en cuanto el ninja comenzó a comer, ella lo imitó. Ignoró su mirada molesta y lo besó en varias ocasiones. Le parecía tan bello que no quería alejarse nunca de su lado.
La vida en el restaurante continuó con normalidad. Pucca ayudaba a los tres chefs y ocasionalmente hacía varias entregas, esto último ocultando su rostro. Linguini confiaba en sus clientes, pero sabía que Ring Ring tenía sus trucos y que era mejor no bajar la guardia o involucrar a más personas.
—Debes proteger a Pucca Nieves —fueron las palabras de Dumpling —, se trata de un gran honor.
Garu aceptó dicha tarea, pese a que Pucca Nieves no era su persona favorita. Él quería entrenar, convertirse en un ninja honorable, algo que se le dificultaba con la princesa besándolo constantemente.
Dada había logrado engañar a la reina. Le había entregado un corazón de cervatillo y se sintió sumamente horrorizado cuando escuchó a Ring Ring ordenarle que utilizara ese corazón para la cena.
Dada amaba a Ring Ring, lo había hecho durante años y el hecho de que estuviera casada no había logrado mitigar ese sentimiento, pero no pudo evitar sentirse decepcionado y asqueado cuando la vio cenando, orgullosa al ver al rey cenando lo que, ella creía era el corazón de su hijastra".
Pero el engaño no duró por mucho tiempo. La reina volvió a interrogar a su espejo y la respuesta, para disgusto de la monarca, seguía siendo la misma, respuesta que realmente aborrecía.
En esa ocasión Ring Ring decidió actuar por su propia cuenta. Utilizando uno de sus muchos libros de pociones logró crear un brebaje que hizo realidad uno de sus temores más grandes, ser una anciana. Ring Ring odiaba la imagen que le devolvía el espejo, pero odiaba más que existiera alguien más bella que ella y era un sacrificio que estaba dispuesta a aceptar.
Ring Ring siguió las instrucciones del espejo y llegó al restaurante del bosque. Esperó pacientemente en los alrededores a que Pucca Nieves apareciera. El espejo le había dicho que ella solía hacer las entregas a domicilio y consideraba que ese era el momento ideal para interceptarla.
Pucca Nieves apareció con una canasta llena de tazones de fideos. El aroma que desprendían era delicioso por lo que Ring Ring se dijo que la muerte de la princesa no sería su única recompensa.
—Niña —la llamó y se esforzó por parecer desamparado. Odiaba eso, incluso si era una actuación, mendigar la enfermaba —, esos fideos huelen tan bien y yo no he comido nada en tres días.
La princesa se compadeció de la malvada reina y le entregó uno de los tazones. Ring Ring comprobó que sabían igual o mejor de lo que olían. Mentalmente se propuso llevar a quienes prepararon esos fideos a trabajar al castillo, incluso si ellos se oponían.
—Déjame darte este obsequio como agradecimiento —Ring Ring le extendió una manzana que previamente había envenenado.
Pucca Nieves la rechazó con un gesto de mano y estaba por marcharse cuando la anciana la interrumpió.
—Está manzana es mágica, te ayudará a conseguir el amor.
Pucca Nieves pensó en Garu. Se imaginó al ninja correspondiendo sus besos, cargandola sobre su espalda e incluso se permitió soñar con una boda. Ninguna palabra salió de sus labios, pero su rostro delataba sus pensamientos.
La princesa mordió la manzana y desfalleció casi de inmediato.
Ring Ring se río a carcajadas. Ver a Pucca Nieves había sido gratificante, más de lo que pensó que sería. Le dedicó unas cuantas palabras mordaces y se marchó. Estaba desesperada por volver a ser hermosa.
Garu apareció tiempo después. Los chefs comenzaron a preocuparse al notar el retraso y decidieron enviar a quien consideraban el más apropiado para una misión de rescate.
Garu encontró a la princesa en medio del bosque, desmayada. Lo primero que hizo fue sacudirla, esperando que reaccionara. Notó su respiración, débil, casi imperceptible y decidió probar con algo diferente. Ho, Linguini y Dumpling le habían encargado proteger a Pucca Nieves y él haría todo para protegerla.
Garu comenzaron a aplicar técnicas de primeros auxilios. Pucca Nieves despertó cuando soplaba en su boca y lo sostuvo con fuerza. La princesa lo besó repetidamente, sin darle oportunidad alguna de rechazar sus besos.
Lo siguiente fue castigar a la reina. Pucca Nieves corrió hasta el castillo, dispuesta a pelear. La princesa había desatado toda su furia y la diferencia de poder fue tal que la malvada reina no tuvo más opción que escapar. El exilio fue su castigo y en esa ocasión el rey ni estuvo dispuesto a ignorar todos sus crímenes.