¡Hola!
Escribí este Taiora, con mucho amor.
Espero que disfruten su lectura.
Cómplices Bajo La Lluvia
Era viernes y el día estaba hermoso y perfecto… perfectamente caluroso. O tal vez se trataba simplemente de los nervios que estaban comenzando a invadirme.
Eché una rápida mirada al reloj de la pared, fue justo en ese momento que me di cuenta de lo impaciente que me encontraba. Apenas un instante después, verifiqué la hora en mi teléfono y me sentí tonta de inmediato, pero no tuve el tiempo suficiente para darme una buena bofetada mental, pues acababan de llamar a la puerta.
Sequé el sudor de mis manos con ayuda de la tela de mi pantalón, y caminé, o al menos lo intenté, lo más tranquila posible, pero cuando abrí la puerta pude darme cuenta de que una sonrisa ya había acaparado mi rostro. Y una me estaba esperando del otro lado de la entrada.
Sus ojos me observaban con aquella característica mirada castaña que tanto anhelaba ver a diario. Taichi inclinó un poco la cabeza y una de sus cejas se elevó ligeramente.
—Parece esperar a alguien, señorita Takenouchi.
—Verá… espero a mi novio. Eso creo.
—¿Eso cree? —Sus ojos se agrandaron un poco, haciéndolo parecer ridículamente sorprendido.
Reí y luego lo sentí tomar una de mis manos, y sin pensarlo, como si ya estuviera programada para ello, lo jalé al interior de mi hogar.
Nos quedamos de pie a mitad de la sala. Mis brazos parecieron encontrar su camino directo a él y terminé con ellos rodeándolo en un abrazo, al mismo tiempo que los suyos se deslizaban para acabar enredados detrás de mi espalda.
Él se inclinó ligeramente y dejó un beso sobre mi frente, yo cerré los ojos momentáneamente, y al abrirlos pude sentir una oleada de calor acumularse en mi rostro.
Sonreí y parpadeé casi con prisa, tratando de disimular.
—¿Cómo te fue en tu entrenamiento? —pregunté.
—Genial, aunque este clima suele hacerlo algo pesado.
Adoraba escucharlo hablar, que me contara cómo había ido su día, sus entrenamientos o sus clases… todo. Su alegría siempre me era contagiosa y acababa impregnada de su entusiasmo y energía.
—Te extrañé —solté sin más.
No lo pensé ni un solo momento, las palabras simplemente habían salido de mí con total naturalidad. Y no es que fuera una mentira lo que dije, pero ese comportamiento no era nada propio de mí. Yo no solía ser así… bueno, antes no solía serlo.
Me fijé en sus ojos, pues de repente parecieron adquirir un brillo peculiar.
—Yo también te extrañé.
Algo pareció apretar dentro de mí ante su voz ligeramente ronca. Taichi no pareció notar lo extraño que era todo esto, era como si para él fuera algo completamente normal. Y tal vez lo era, simplemente yo me estaba preocupando demasiado.
Pero tenía mucho miedo. No quería que lo ocurrido en el pasado pudiera repetirse.
Quería que esta vez no se terminara.
Pasábamos juntos todo el tiempo que podíamos, pues teníamos demasiadas actividades y compromisos que cumplir. Usualmente todo esto nos acaparaba mucho tiempo y no nos daba la oportunidad de vernos como quisiéramos.
Este día en especial, únicamente teníamos esa oportunidad de estar solos. Él estuvo ocupado toda la mañana, y yo estaría llena de actividades lo que quedaba de la tarde, pues el domingo tendríamos una fiesta en la universidad, donde el requisito más importante era llevar un antifaz. Yo no estaba muy segura de querer asistir, pero al final, Mimi me había convencido, alegando que me vendría bien salir y divertirme.
Mimi llegaría en cualquier momento para comenzar a trabajar en nuestros antifaces, pues no habíamos tenido tiempo de hacerlos.
Taichi me trajo de vuelta al presente al acariciar mi mejilla.
—Pareces distraída —mencionó, mirándome fijamente—. ¿Sucede algo?
No me di cuenta de que me había quedado callada y completamente distraída, así que me apresuré a negar con la cabeza.
—Estaba pensando en los antifaces.
Sentí que su mirada me desarmó por completo, pues sus despiertos ojos cafés habían adquirido una dulzura para la que no estaba preparada.
—Tranquila, quedarán listos.
Yo asentí, todavía afectada. No entendía cómo era posible que tuviera ese efecto en mí. Se trataba de Taichi Yagami, mi mejor amigo de toda la vida, pero parecía que en el mes que llevábamos saliendo, algo había cambiado completamente en mí.
Sentí cómo su mano se deslizó ligeramente y acarició mi labio inferior con su pulgar. Nuestros ojos no se despegaron del otro en ningún momento.
Nunca nos habíamos besado, no al menos desde que teníamos diecisiete años. El año terrible, así era como yo solía llamarle por los sucesos que se presentaron en aquel entonces.
Mismos sucesos que a veces robaban toda mi atención para evitar que yo hiciera algo que los repitiera.
Un toque a la puerta nos distrajo. Ambos giramos para ver.
Mimi Tachikawa estaba parada en la entrada. Una sonrisa apenada adornaba sus tiernas facciones.
—Lo lamento —dijo, entrando y cerrando la puerta detrás de ella—, la puerta estaba completamente abierta.
Sentí mi boca abrirse ligeramente con total desconcierto. Mis ojos dieron una rápida mirada a Taichi, y luego la miré de nuevo a ella.
—No te preocupes, creo que no revisé que estuviera bien cerrada. —Mentí. Ni siquiera me había preocupado de cerrarla, y el conocimiento de esto me aterró.
¿Qué me estaba pasando? Me pregunté.
Mimi dejó una bolsa de plástico sobre la mesita al centro de la sala, luego nos miró. En ese momento recordé que Taichi y yo seguíamos sin movernos, así que deshice mi abrazo con cuidado, caminé hacia la bolsa y fingí comenzar a sacar los materiales de ella.
Logré que Mimi me siguiera de inmediato, y empezamos a hablar sobre pinturas y plumas de colores, pero no fui capaz de mirar a Taichi. Una punzada de dolor y culpa picoteó en mi pecho, creí que había sido muy brusca.
Saqué un frasco de pintura rosa y lo elevé hacia él.
—¿Qué te parece este color? —le pregunté.
—Encantador, te quedaría muy bien.
Él no parecía molesto ni nada parecido, eso solo aumentó mi sentimiento de culpabilidad.
—¿Y éste? —inquirí con uno de color amarillo.
—Bonito, estoy seguro que también se te vería muy bien.
—¿Aunque sea amarillo? —pregunté, y la sorpresa fue evidente en mi voz.
Él asintió sin pensarlo.
—Eres muy talentosa, harías toda una obra de arte con cualquier color. Un antifaz bonito y una chica hermosa son una combinación perfecta.
Sabía que acababa de sonrojarme, y no estaba muy segura de cómo responder a eso. Afortunadamente, Mimi se me adelantó.
—Estoy completamente impactada, Taichi, ¿desde cuándo te volviste tan romántico? —dijo ella, con sus ojos todavía en los materiales.
Un ligero rubor apareció en las mejillas de Taichi. No pude evitar sonreír.
Él me miró, al parecer sin importarle su sonrojo, y me dirigió una suave sonrisa.
—No tengo idea. —Fue su respuesta, pero pude ver en su sonrisa que había algo más.
—¿Por qué no te quedas y nos ayudas? —pregunté a Taichi. En mi desesperación por la situación, fue lo único que se me ocurrió decir.
Volteé a ver a Mimi, ella se encontraba abriendo los frascos y mirando con atención las pinturas en su interior. Mis ojos, entonces, volaron hacia Taichi, quien, como si hubiera sido atrapado en una travesura, desvió su mirada hacia otro lado.
—No creo tener esos talentos —observó, rascando su nuca con cierta timidez.
—Yamato y tú ya han hecho los suyos.
—Con tu ayuda —me recordó él.
Volví a reír. Eso era cierto, pero también lo era el hecho de que la mayor parte había sido realizada por ellos. Pensé que también debía recordárselo.
—Estando tú —se me adelantó Mimi, nuevamente—, Sora suele aumentar sus niveles de creatividad a un nivel extraordinario. Debe ser que eres su mayor inspiración.
En ese momento sí que me apresuré a mirarlo, él ya tenía sus ojos fijos en mí. Para mi suerte, Taichi decidió hablar primero.
—Tal vez el arte y las manualidades no son lo mío, pero puedo prepararles algunos bocadillos mientras trabajan.
No estoy segura de si él notó algo en mí, pero agradecí que no tuviera nada que contestar a las palabras de mi amiga.
—Acabas de tomar el primer lugar en mi lista —dijo Mimi, luego pareció pensarlo, y supliqué en silencio que no dijera lo que yo creía que estaba por decir—. Novios de mi mejor amiga que más me agradan.
Pensé que no era un comentario tan malo, pero entonces, Taichi pareció muy curioso.
—¿En qué lugar estaba? —inquirió él, con su atención completamente puesta en la castaña.
—En último lugar —respondió ella, como si estuviera contestando una pregunta tan casual como normal.
La naturalidad de esa conversación me estaba asustando.
—¿Por qué en último lugar? —Taichi parecía ofendido.
—Relájate, estabas en último y en segundo lugar a la vez.
Sentí mis ojos abrirse con sorpresa, no podía creer que siguieran hablando de eso, pero no me daban oportunidad de intervenir. O mejor dicho, no sabía cómo hacerlo.
—¿Solo dos? —inquirió Taichi.
—Deberíamos empezar con los antifaces, ya es…
—Obviamente —contestó Mimi, con total naturalidad—, Haru y tú.
La mención del nombre de mi exnovio me causó un ligero escalofrío. No era que mi relación con él hubiera acabado mal, pero no me parecía correcto hablar de él frente a Taichi.
—¿Qué hay de Tadashi?
La pregunta de Taichi no solo me sorprendió a mí, pues Mimi también pareció un poco desconcertada. Y antes de poder evitarlo, yo también me había adentrado a esa conversación, olvidándome de mi incomodidad inicial.
—¿Tadashi? —tuve que preguntar, no tenía idea de a quién se refería. El nombre no me sonaba.
—¿Tadashi Yamada? —Al parecer, Mimi recordó antes que yo.
Vi a Taichi asentir. Pero antes de que cualquiera de ellos dos pudiera decir otra cosa, decidí intervenir.
—Jamás salí con Tadashi —comprendí por fin de quién estaban hablando, y no tenía idea de la razón, pero de pronto sentí la necesidad de aclararlo. Aquel chico había sido uno de nuestros compañeros en preparatoria.
Hubo algo en la expresión de Taichi que me preocupó. Él parecía completamente anonadado, como si hubiera escuchado una respuesta que no esperaba para nada.
—¿En verdad? —me preguntó, con su mirada fija en mí de nuevo.
Asentí.
Deseé que su mirada castaña pudiera darme las respuestas que estaba buscando, pues no tenía idea de por qué de pronto parecía tan… extraño. ¿Por qué preguntaba eso de Tadashi?, y lo más importante, ¿por qué parecía importarle tanto?
Sabía que Taichi era curioso por naturaleza, pero no creí que pudiera interesarse en esa parte de mi vida. No solíamos hablar acerca de nuestras antiguas parejas, donde, en mi caso, solo había salido con Haru, además de Taichi.
—Yo… —medio balbuceó. Sus ojos castaños parecieron dar un recorrido por las paredes de mi hogar—. Bueno, creí…
—Eso hubiera sido poco profesional —dijo Mimi, de repente—. Sora era su tutora.
Mimi odió a Tadashi, por así decirlo. Por aquel entonces, no pude acompañarla a unas vacaciones familiares, pues había tenido que quedarme para no interrumpir mis tutorías con él. Ella nunca se olvidó de eso, al parecer.
Vi a Taichi desviar la mirada a Mimi, luego volvió a llevar sus ojos a mí. Parecía todavía más sorprendido en ese momento.
De nuevo, volví a afirmar con mi cabeza, como si respondiera a una pregunta silenciosa.
Lo observé sacar su teléfono celular del bolsillo, atento a lo que fuera que tenía en pantalla. Tecleó algo y luego me miró.
—Lo lamento, tengo que irme. Mamá necesita que la recoja en el supermercado.
—¿Todo está bien? —pregunté.
El asintió, luego caminó hacia mí.
—Te llamo más tarde —dijo, medio inclinándose y besando mi mejilla—. Les debo los bocadillos.
—No hagas que Yamato llegue tarde, así te perdonaré Yagami —dijo, Mimi.
—Lo recordaré. Nos vemos mañana.
Taichi ya no me miró, simplemente caminó a la puerta y salió. Mis ojos habían seguido todos sus movimientos con tanta atención, que cuando la puerta se cerró detrás de él, sentí que me estrellaba contra ésta, pues un malestar apareció en mi pecho y en mi estómago.
¿Acaso era normal que sintiera que algo extraño había sucedido?
Miré a Mimi, estaba revisando una bolsa llena plumas de colores. No parecía haber notado absolutamente nada inusual.
Un pequeño suspiro escapó de mis labios, sin esperarlo y sin permiso, así como la mayoría de las acciones y sentimientos que delineaban mis días.
.
[…]
.
El día anterior había logrado dejarme tranquila y satisfecha.
Los antifaces quedaron listos y hermosos. Mimi había elegido rellenar todo su antifaz con diamantina dorada, y adornarlo con una pluma amarilla a la que había delineado con el mismo color dorado. Mi antifaz era de color tinto, así que solo delineé su contorno con algunas piedras de fantasía transparentes, y puse una pluma de color negro en una de sus orillas.
Terminamos tan rápido que incluso nos había quedado tiempo de ver una película. Pasar la tarde con mi mejor amiga me ayudó a mantener alejada la punzada de preocupación que comenzó a invadirme y sacudir en mi interior. Pero entonces, la noche llegó.
Me moría de ganas por hablar con Taichi, pues estaba completamente segura de que algo había sucedido durante la tarde. Afortunadamente, él no lo olvidó, y antes de que mi paciencia desapareciera por completo, recibí su llamada. Sonaba tan alegre y natural como siempre, que de inmediato logramos adentrarnos en una conversación que me calmó por completo. Al parecer, al final había tenido que viajar con su madre a visitar a una de sus tías, así que había tenido que pasar ocupado toda la tarde.
Esa noche pude dormir completamente tranquila.
Agradecí enormemente que todo se tratara simplemente de mis nervios, pero la tranquilidad se esfumó al día siguiente, cuando, entrada la tarde, Taichi llegó a mi casa sin avisar.
—Hola —dije, luego de abrir la puerta, y a pesar de todos los sentimientos que me inundaban, una sonrisa se me escapó.
—Hola —respondió, bajito. Sus labios se curvaron en una sonrisa—. ¿Crees que… —Pareció dudar, sus ojos se desviaron un momento hacia el suelo, pero luego me miró de nuevo—. Hay algo que me gustaría contarte. ¿Podemos hablar?
No estuve segura, pero tuve la sensación de que tardé un poco en reaccionar, eso creí cuando lo vi rascar su nuca con una tímida sonrisa bailando en sus labios.
—Claro que sí —respondí, moviéndome hacia un lado—. Adelante.
No era usual que yo me perdiera o distrajera en las situaciones o momentos que solía compartir con él. Tuve que repetirme mentalmente que eso no solía pasarme antes de salir con Taichi.
Cuando cerré la puerta, nuestras manos ya estaban entrelazadas, y caminamos juntos hacia el sofá central, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo previamente. Me mordí el labio mientras nos sentábamos.
Él se estiró un poco y besó mi mejilla sin deshacer el agarre de nuestras manos.
Me di cuenta de que sus ojos parecían revolotear por alrededor de la sala, como si de alguna manera tratara de evitar mi mirada. Yo no podía despegar mis ojos de él, sintiendo un montón de preguntas avecinarse y luchar por salir de entre mis labios, pues estaba comenzando a preocuparme.
—Taichi.
Mi voz fue un susurro débil, pero logré que me mirara.
Acarició con sus dedos el dorso de mi mano. Su toque se sintió cálido pero a pesar de ello no logró tranquilizarme.
Nunca lo había visto así, y yo nunca me había sentido de manera similar.
Un pensamiento llegó a mi mente de la misma forma que una ola se desliza hacia la orilla en una playa, y al igual que la arena queda húmeda evidenciando el paso del agua, en mi mente el recuerdo se alejó pero dejó un rastro tras él.
Tuve que recordarme que sí lo había visto así antes, y el mismo sentimiento que me invadía en ese momento, ya había hecho presencia en mí con anterioridad.
—¿Sucede algo? —pregunté antes de que mi mente jalara con más fuerza el fantasma del pasado.
Su cabello se agitó cuando asintió.
—Tengo un poco de miedo —dijo, mirándome fijamente.
—¿Miedo? —Luego de verlo asentir nuevamente, no pude evitar que mi siguiente pregunta saliera casi sin aliento—. ¿De qué?
—De perderte.
—No entiendo. —Escuché mi propia voz temblar, como seguramente todo dentro de mí lo hacía.
—Ayer me di cuenta de algo. Yo… —Su voz fue ligeramente más ronca de lo normal, y su semblante se había tornado lo suficientemente serio como para comenzar a despertar alarmas en mi interior—. Hice algo muy estúpido.
Fue mi turno de asentir, y justo en ese momento fui plenamente consciente de dos cosas. En primer lugar, del olor de la sopa que había sacado recién del horno de microondas, éste salía de la cocina y nos alcanzaba hasta la salita. Y lo más importante y que me tomó con la guardia baja, era que Taichi se veía preocupado.
—¿Recuerdas cuando… salimos a los dieciséis? —inquirió, pero ya no me miraba, su vista se había trasladado a la mesita de madera frente a nosotros.
—Sí.
Y ya no pude frenarlo más. Los recuerdos cayeron sobre mí como un balde de agua helada, despertando el miedo y el dolor que el pasado traía consigo.
Fue rápido pero dolorosamente claro.
No sé con exactitud cuándo fue que Taichi comenzó a gustarme, lo único que recuerdo con seguridad, es que yo nunca guardé la ilusión de que algo pudiera pasar entre nosotros.
Pero sucedió.
Pasar tiempo juntos siempre había sido bastante normal entre ambos, lo que comenzó a cambiar, fue la manera en que empezamos a comportarnos uno con el otro. Sucedió justo a inicios de nuestros dieciséis años.
Inició con abrazos, luego con caricias en las manos del otro. También llamadas larguísimas y mensajes llenos de coqueteos. Luego vinieron los besos, los cuales me ayudaron a por fin aceptar lo que estaba sucediendo.
Nuestra extraña relación no era un secreto, no tratamos de ocultarlo nunca. Pero Taichi y yo, no lo hablábamos, no al menos con seriedad. A veces me sentía simplemente dentro de una etapa de coqueteo.
Duró poco más de un año.
El final de todo esto llegó cuando comenzamos a prepararnos para entrar a la universidad. Teníamos muchos trabajos, exámenes y presentaciones, así que yo decidí concentrarme por completo en clases y esforzarme todo lo que pudiera para lograr ser admitida.
Nos seguimos viendo, pero no teníamos el mismo tiempo. Todo empeoró cuando me di cuenta de que Taichi trataba de evitarme, así que me hice a un lado para que pudiera concentrarse, pues creía que lo estaba distrayendo y que él quería entregarse de lleno a sus planes para la universidad.
Nuestra amistad siguió, como siempre lo fue, y yo creí que retomaríamos lo que teníamos una vez que termináramos los exámenes.
Pero un día él llegó al salón de clases de la mano de una chica, una de nuestras compañeras de clase.
Y todo entre nosotros se terminó oficialmente.
Seguimos siendo amigos, como si lo que había pasado entre nosotros nunca hubiera existido, pues nunca lo hablamos. Nunca.
—Hice algo muy estúpido. —Era la segunda vez que me lo decía. Traté de prestar toda mi atención a Taichi, pues mi mente se empeñaba en tomar el pasado y no soltarlo.
—Taichi, no te entiendo —dije, negando con la cabeza—, ¿de qué estás hablando?
—En aquel entonces, ¿tú querías que nosotros… que lo que teníamos terminara?
Sentí mis labios abrirse, pero no pude responder de inmediato. Estaba bastante confundida.
Comencé negando ligeramente con la cabeza.
—No —respondí.
Una corriente de preocupación me recorrió.
Soltó el agarre que había mantenido en mi mano y se sentó derecho, luego descansó los codos sobre sus rodillas.
Lo siguiente salió de sus labios, de lleno, casi con prisa, como si en cualquier momento pudiera arrepentirse.
—Salí con Narumi porque creí que estabas saliendo con Tadashi.
En ese momento pude ver nuevamente, con una claridad dolorosa, el recuerdo de Taichi entrando al salón de clases de mano de aquella chica, Narumi, su exnovia. Empujé con fuerza la imagen para sacarla de mi cabeza.
—¿A qué te refieres? —pregunté.
Taichi miró a sus pies por un momento, luego levantó la mirada de nuevo al frente, no hacia mí
—Cuando teníamos diecisiete años…—Lo vi vacilar, pero fue solo por un breve momento—, creí que estabas saliendo con Tadashi, por eso… pensé que lo que teníamos había terminado, creí que tú así lo querías.
Apreté los labios. No podía dejar de mirarlo.
—¿Por qué?
—Tú estabas tan emocionada con todos los planes para la universidad, siempre lo estuviste, y cuando tuvimos que comenzar a prepararnos para los exámenes, yo me esmeré en darte todo el espacio que necesitabas. —Comenzó a contarme. Observé su pecho inflarse y luego sacar el aire en un suspiro que se escapó de sus labios—. Yo quería estar todo el tiempo que pudiera contigo, pero cada vez te veía más estresada y preocupada por los finales y por el ingreso a la universidad. Un día llegaste a clases un poco pálida y con grandes sombras negras bajo los ojos, te veías tan cansada que me sentí culpable, creí que te estaba quitando tiempo, que necesitaba darte más espacio, más tiempo para ti. Para que pudieras descansar más.
—Taichi…
—No quería que te vieras obligada a estar conmigo. Así que puse de toda mi fuerza de voluntad para no molestarte tanto. Un día te vi con Tadashi en uno de los jardines, estaban llenos de libros alrededor y compartían el almuerzo, pero la imagen de ustedes dos juntos se repitió en la cafetería, en la biblioteca… A veces te veía con él en su aula, y a veces lo veía en la puerta de nuestro salón de clases—. Taichi pareció dudar, como si no estuviera seguro de si decir o no lo que tenía en mente—. Creí que estabas saliendo con él.
Salí con Narumi porque creí que estabas saliendo con Tadashi.
Sus palabras parecieron golpear con fuerza cada pared de mi cabeza, causando una mezcla de emociones que me estaba siendo difícil de digerir.
—Y comenzaste a salir con Narumi —dije. Inmediatamente caí en cuenta de que lo que tenía pensado formular como una pregunta, había terminado siendo una completa afirmación.
Taichi asintió y por un momento mis ojos se fijaron en su cabello tan castaño y ligeramente despeinado, que ante su movimiento había provocado que unos rebeldes mechones cayeran sobre sus ojos. Él levantó la mano y los echó hacia atrás, distraídamente.
Nunca lo había visto hablando con tanta seriedad. Y entre todo lo que acababa de confesarme, no sabía qué era realmente lo que más me sorprendía.
—Di por hecho que ya no había nada entre tú y yo —soltó con la voz apagada—, y me sentí culpable por nunca hablarlo contigo, por nunca dejar en claro lo que teníamos. Nunca te dije que yo quería estar contigo, que buscaba algo estable, verdaderamente lo quería. La mujer con la que me veía toda mi vida… la había perdido.
Yo también lo quería, pensé, pero no lo dije.
—Sentí muchísimas cosas en ese entonces —continuó Taichi—, me sentía molesto conmigo mismo, decepcionado de —medio balbuceó—, de todo lo que había hecho mal, confundido porque no sabía qué hacer entonces. Deseé tener la inteligencia de Koushiro o la paciencia de Yamato. Me sentía como un imbécil. Te perdí por imbécil.
Él no me miraba, y cada vez lo veía más triste, más decaído.
—Taichi, por favor…
Para… pensé casi con desesperación, pero no logré externarlo.
—Creo que estaba muy dolido y era bastante estúpido. Un día ibas saliendo de la biblioteca con Tadashi, estaban riendo y sentí una molestia interna muy fuerte, así que me giré y comencé a caminar sin rumbo, necesitaba hablar con alguien. Di vueltas por todos los edificios de la escuela, Yamato no me contestaba y Koushiro estaba en un examen. No me sentía cómodo hablándolo con Hikari. Así que fui a la cafetería a buscar algo para comer e intentar distraerme, ahí encontré a Narumi sola en una de las mesas, me saludó y fui directo hacia ella.
Y comenzó toda su historia de amor. Un retorcijón pareció recorrerme ante ese pensamiento.
—Lo único que quería era hablar, quería huir de todo lo que estaba aplastándome por dentro. Distraerme hablando de cualquier cosa que pudiera sacarme de la cabeza las imágenes de ti y de Tadashi —siguió contándome—. No quiero que pienses que utilicé a Narumi, esa jamás fue mi intención. Lo único que quería era seguir mi vida y dejarte seguir la tuya.
Supe que había terminado de hablar, así que me giré ligeramente para quedar de frente a la mesita que se encontraba a unos centímetros de nuestros pies, misma que Taichi no había dejado de mirar desde que comenzó a contarme todo aquello.
No estoy segura de cuánto tiempo pasamos en un silencio tremendamente incomodo, algo completamente inusual, ya que generalmente los silencios entre nosotros me producían nervios pero nunca incomodidad.
—El profesor Murakami me pidió apoyar como tutora de Tadashi. Eso me dio puntos extras para la clase. Todo el tiempo que estuve con él fue para apoyarlo, ayudándole con clases extras, no se le daba nada bien el cálculo —contesté, aunque él no me había hecho ninguna pregunta.
No tenía el valor de voltear a verlo y no sabía exactamente por qué. Fue hasta pasados unos momentos, que me obligué a mirarlo.
Tal vez se debía a que acababa de enterarme, cinco años después, que Taichi lo único que había tratado de hacer en aquel entonces era apoyarme para concentrarme más en mi ingreso a la universidad, y yo nunca lo consideré así, también había malinterpretado mi relación meramente académica con Tadashi, provocando que se alejara más de mí y que saliera con otra persona. Además de todo lo que había pasado y sentido durante todo ese tiempo debido a mí, y yo no tenía idea de nada.
Taichi salió cerca de tres años con Narumi. No pude evitar el recuerdo de lo celosa que me sentí, de toda la tristeza que me había asaltado al enterarme. Ellos sí fueron novios formales. Yo me sentí insuficiente.
Nuestra amistad siguió. Como lo fue en nuestra infancia y como llegué a creer que seguiría siendo para siempre. Creí que lo que había pasado entre Taichi y yo, no había tenido importancia para él. Que él pensaba que era mejor nuestra relación de amigos y me obligué a pensarlo también.
Pasados los meses yo conocí a Haru y comencé a salir con él. Como Taichi lo había dicho, yo también intenté seguir.
—Tenemos veintidós años —dijo, de pronto, tomándome por sorpresa—, perdí casi cinco años. Perdí cinco años que no estuve a tu lado.
De alguna manera, entendí todo lo que sus palabras contenían.
Yo terminé con Haru hacía siete meses atrás. Su relación con Narumi había terminado cuatro meses antes de eso.
No creí que Taichi y yo volveríamos a… tener algo.
Pero ahora estábamos juntos. Éramos Taichi y yo. Lo demás ya no importaba. ¿O sí?
—Oye, yo…
—Sé que ahora mismo debes de pensar lo peor de mí —dijo en voz baja, interrumpiéndome—, pero necesitaba decírtelo. —Por fin me miró—. Yo quería contártelo. Me siento como un completo imbécil.
Un remolino lleno de palabras apareció dentro de mí. Había tantas cosas que quería decirle, pero ninguna de ellas salió de mis labios, en su lugar, éstos parecían haber quedado completamente sellados.
Taichi se veía tan triste, como si todo lo que acababa de decirme le lastimara, y seguramente así era. El usual brillo que sus ojos tenían, parecía haberse opacado, pero su castaña mirada se veía anhelante.
Él quería que yo dijera algo, esperaba una respuesta.
Estaba casi segura de que él tenía una idea completamente equivocada acerca de lo que yo pensaba y sentía de todo lo que acababa de confesarme.
Yo quería hablar, pero había tantas cosas dentro de mi cabeza que me hacían sentirme un poco mareada. Apreté ligeramente los labios y comencé a negar con la cabeza, pero entonces, la puerta de la entrada se abrió y ambos giramos para mirar.
—Hola, chicos. —Era mi madre, cargaba una bolsa en una mano y cerraba la puerta con la otra.
—Buenas tardes, señora Takenouchi —saludó Taichi.
—Me da gusto verte, Taichi, ¿Cómo van tus entrenamientos?
—De maravilla, gracias por preguntar.
—¿Ya están listos?, ¿Qué tal va todo para la fiesta de mañana? —nos preguntó mientras caminaba hacia la cocina.
—Todo está listo. —Esa fue la sencilla respuesta de parte de él.
—Me alegra. —Mi madre se encontraba tan entusiasmada sacando las compras que no parecía notar la tensión que se encontraba entre nosotros. —¿Te quedas con nosotras a comer?
Taichi se puso de pie y yo sentí que me había quedado por completo sin habla.
—Se lo agradezco mucho, señora Takenouchi, pero le prometí a Hikari llegar temprano para ayudarle a pintar su habitación.
—Taichi… —dije, pero estaba segura de que él no me había escuchado.
—Hasta luego, señora Takenouchi. —Taichi me miró, con una sonrisa tan ligera que apenas fui capaz de verla—. Nos vemos después.
Mis ojos lo siguieron todo el camino, hasta que la puerta se cerró detrás de él.
—Hija, ¿vas a calentar esta sopa?
Parpadeé con rapidez, pues mis ojos acababan de llenarse de lágrimas y mi garganta dolía. La sensación de querer llorar era gigante, así que fingí recoger unos libros que por suerte había dejado antes en la mesita de la sala.
—No, mamá. Comeré más tarde, quiero terminar mis tareas para no preocuparme durante el fin de semana —dije, casi corriendo hacia mi habitación.
Dejé los libros sobre mi cama y me dejé caer a un lado de ellos.
Saqué mi teléfono de la bolsa de mi pantalón y busqué el número de Taichi, mordí mi labio y suspiré.
No tenía el valor de llamarle, ni siquiera tuve el valor de decir algo cuando lo tenía frente a mí. Decidí dejar el teléfono sobre los libros.
Me puse de lado y cerré los ojos, recargando la cabeza sobre mi mano, cuando la almohada estaba a unos cuantos centímetros, pero no me sentí con fuerza para moverme más.
.
[…]
.
Miraba distraídamente las calles pasar frente a mis ojos, pero mi mente parecía terca en querer recordar todo lo que había pasado hacía tan solo un día.
O lo que no había pasado.
Taichi y yo, no habíamos hablado nada desde que él había dejado mi casa el día anterior. Era algo completamente extraño, pues no recordaba la última vez que hubiéramos pasado tanto tiempo sin comunicarnos. No podía traer a mi mente la última noche en que me hubiera ido a dormir sin tener una llamada telefónica con él.
Mimi y yo íbamos camino a la fiesta de la universidad, pero más allá de sentirme emocionada y relajada, estaba preocupada y ansiosa.
La sentí tomar mi mano y enredar sus dedos con los míos, así que giré mi cabeza para mirarla. Su sonrisa me tranquilizó, siempre lo hacía, la correspondí de inmediato.
—Todo saldrá perfecto hoy, nos vamos a divertir muchísimo —dijo, manteniendo su gigante sonrisa.
—Eso seguro.
Yo asentí, intentando formar la sonrisa más sincera que podía, ya sabía que Mimi era una experta en darse cuenta cuando le mentía o algo iba mal.
No había tenido oportunidad de contarle nada de lo que había sucedido el día anterior, pues tampoco me sentía con la energía suficiente para poder contestar el diluvio de preguntas que ella me haría. Se lo contaría todo al día siguiente, ya que tampoco quería que estuviera preocupada por mí durante la fiesta.
—Sora, ¿pasa algo? —preguntó, bajando la voz, seguramente para que su padre no la escuchara.
El señor Tachikawa se había ofrecido a llevarnos, pues pese a que podíamos llegar caminando, sin ningún problema, Mimi llevaba tacones y el cielo estaba adornado con nubes grises que amenazaban con regalarnos una lluvia en cualquier momento.
Yo negué con la cabeza, y agradecí en mi interior que decidiéramos ponernos los antifaces antes de salir de casa, pues eso ayudó a que no notara mi expresión.
Ella parecía querer hacer otra pregunta, pero el automóvil se detuvo.
—Hemos llegado —anunció el señor Tachikawa, girando hacia atrás para mirarnos, nos sonrió a ambas y luego se dirigió a Mimi—. ¿A qué hora vengo a recogerlas?
—Oh, no te preocupes, papá —respondió Mimi, abriendo la puerta—, Yamato nos llevará de vuelta. Hoy traerá su automóvil.
Él la miró salir del auto, luego apretó los labios.
—No lo sé, cariño…
Mimi me dio la mano y me ayudó a salir, luego rodó los ojos y soltó una risita.
—No habrá alcohol, descuida. Es una fiesta de la universidad, ¿recuerdas? Nos vemos más tarde. Te quiero.
Él no alcanzó a contestar nada, pues Mimi ya había tomado mi mano y me llevaba hacia la entrada del campus.
—Muchas gracias, señor Tachikawa —casi grité sobre mi hombro, luego me dejé llevar por ella.
Caminamos por unos cuantos pasillos, encontrándonos con varios estudiantes charlando o camino a la fiesta. No tardamos en llegar al salón de usos múltiples, pero incluso antes de entrar, la música llegó a nosotras.
Mimi apretó ligeramente el agarre en mi mano y me jaló al interior del lugar.
Un notable olor dulce azotó mi nariz, era una mezcla entre flores y frutas que no supe identificar con exactitud. Las luces principales estaban apagadas y lo que iluminaba el lugar eran luces de colores puestas estratégicamente por todo el salón.
A pesar de que afuera estaba muy fresco, adentro del enorme salón se sentía un ambiente cálido. Entendí en ese momento la razón de que Mimi eligiera llevar un vestido sin portar un chaleco o algo similar. Su vestido azul oscuro parecía tener un efecto especial cuando las luces se paseaban por el mismo. El borde de la prenda le llegaba varios centímetros por encima de las rodillas, y se ondeaba graciosamente por su forma suelta en los muslos. Hacía una combinación perfecta con su antifaz dorado.
Mimi caminaba con mucha rapidez, no parecían causarle ningún problema sus tacones. Agradecí llevar mis converse blancos pese a que elegir usar un vestido liso rosa, y, que a diferencia de Mimi, yo había decidido llevar una chaqueta de mezclilla. Creí que quedaría bien con el color tinto brillante de mi antifaz.
—Ahí están —señaló Mimi, acercándose a mi oído y luego dirigiéndome todavía con su mano.
Una ola de tranquilidad que se apoderó de mí al darme cuenta de que él se encontraba ahí, pues por mi cabeza había rondado la idea de que tal vez hubiera decidido no asistir. Agradecía que no hubiera sido así.
Mi mirada se clavó de inmediato en él. En mi Taichi.
Se veía tan apuesto en sus pantalones de mezclilla, con la camisa blanca y desfajada rebeldemente, y a pesar de llevar puesto el antifaz negro, sentí derretirme ante esa imagen.
Me di cuenta de que él también me miraba, y de inmediato una sensación hermosa se instaló en mi interior.
Mimi soltó mi mano cuando llegamos hasta Taichi y Yamato.
—¿Dónde quedó la puntualidad? —inquirió Yamato, inclinándose ligeramente hacia Mimi.
La camisa azul de Yamato era del mismo tono que el vestido de Mimi, pero él, en cambio, llevaba un antifaz plateado.
—Llegamos a la hora perfecta —respondió Mimi, mostrándole la pantalla de su teléfono.
—Taichi llegó antes que ustedes, así que me veo en la obligación de recalcar este hecho histórico —bromeó Yamato, tomando la mano de Mimi.
Mi mirada volvió a Taichi, él se encontraba mirándome, no supe si había prestado atención a lo que hablaban Mimi y Yamato.
—Por cierto —dijo ella, mirando a Taichi—, definitivamente estoy sorprendida, Yagami.
Asumí que se refería a que le pidió que ambos llegaran temprano y lo había cumplido, vi que Taichi estaba a punto de responder, justo cuando sentí mi teléfono vibrar en el interior de mi chaqueta, lo revisé.
—Ya vuelvo —medio grité, dándome la vuelta para caminar a la entrada del salón, pues con la música no podría hablar tranquilamente—. Hola, mamá —contesté alejándome del lugar, me avisó que iría a casa de la abuela y pasaría allá la noche—. Entiendo. No te preocupes, traje llaves conmigo. ¿La abuela está bien? —Al parecer solo se trataba de una visita, así que me quedé tranquila—. Te llamo cuando esté en casa. También te quiero.
Cuando colgué y puse atención a lo que me rodeaba, me di cuenta de que había caminado un poco más de lo que deseaba, pues había llegado a uno de los jardines.
Di la vuelta con intención de regresar y me detuve.
Taichi se encontraba apenas unos cuantos metros más allá de donde yo estaba parada, me miraba fijamente y dudoso. Decidí acercarme yo.
Me detuve unos pasos antes de llegar a él.
—Hola —mi voz fue baja, pero noté que sí me escuchó.
—Hola —contestó y sonrió de lado.
Yo no lo soporté más y terminé con la distancia, fui casi corriendo a rodearlo por la cintura, un momento después, sus brazos también me abrazaban.
—Lamento mucho lo que sucedió ayer —solté, de nuevo bajito pero firme.
—¿Qué? El que debe disculparse soy yo, tú no has hecho nada malo —murmuró en mi oído, pude sentir su cálido aliento chocar contra la piel de mi mejilla.
Dejé descansar mi cabeza en su hombro, justo en el hueco de su cuello. Olía delicioso.
—No tuve el valor de decirte nada después de todo lo que me contaste, y realmente hay muchas cosas que yo quiero decirte —también murmuré, pues estaba tan cerca de él que no necesitaba hablar más fuerte.
—No tienes que hacerlo —dijo, acariciando mi espalda con sus manos—, el que se comportó como un tonto fui yo. El que debía las explicaciones era yo.
Me apresuré a negar con la cabeza.
—No eres un tonto. —Estaba consciente de la cantidad de veces que yo misma le decía, de manera cariñosa, que era un tonto, pero de ninguna manera se lo decía en serio, y estaba segura de que él lo sabía—. Y tampoco necesitas ser como nadie más, así tal cual eres, Taichi Yagami, eres increíble, y el hombre con el que me veo toda mi vida. —No me sentí incomoda ni extraña. Recordé todo lo que él me había dicho el día anterior, y no podía simplemente aceptar sus palabras, no cuando se comparaba con otras personas, como Koushiro y Yamato. Para mí, Taichi Yagami estaba perfecto tal y cómo era.
—Creí que ya no querrías estar conmigo. Que iba a volver a perderte. —Su voz fue un susurro, y noté en ella el miedo. Mi pecho parecía apretarse.
Adoraba a Taichi.
—Sí que eres un tonto, entonces. —Separé mi cabeza de él para poder mirarlo a los ojos, pero sin aflojar mi abrazo—. Porque lo que más quiero es estar contigo.
Algo pareció brillar de nuevo en sus hermosos ojos cafés, y mientras yo sentía perderme en ellos, él levantó una de sus manos y acarició mi mejilla.
—¿De verdad?
Asentí.
—Yo también te perdí en el pasado porque nunca te dije nada de cómo me sentía o de lo que quería. Yo tampoco lo hice —expliqué—. Y cuando llegaron las fechas de preparativos para el ingreso a la universidad, me alejé sin darme cuenta de que te estaba haciendo daño, y provocando que me malinterpretaras. Nunca lo quise. Nunca quise perderte, Taichi. Yo también intenté seguir con mi vida. Pero ahora estás de nuevo aquí, conmigo, y me siento la persona más afortunada del mundo.
Él se había sincerado conmigo de una forma que nunca imaginé. Una parte de Taichi que ni siquiera sabía que existía. Y me sentía tan feliz de descubrirla.
—Sora —murmuró, sin dejar de acariciar mi mejilla—. Mi Sora.
—Todo este tiempo tuve miedo de que se repitiera lo del pasado. —Sentí la urgencia de desviar la mirada, pero no lo hice. Deseaba decírselo mientras lo miraba a los ojos—. Creía que… que había hecho algo mal a los dieciséis años que te había hecho querer terminar lo que teníamos. Y me aterraba volver a hacerlo, porque no tenía idea de qué era.
Creí que me habías cambiado por Narumi, pensé, pero no iba a decírselo. Ya bastante lo había lastimado. Ahora sabía toda la verdad.
—No hiciste nada malo —dijo, frunciendo el ceño.
—Sí lo hice. Mi error en el pasado fue no haberte dicho que te quiero, y que quiero estar contigo para siempre.
Sus labios se separaron ligeramente, me di cuenta de que no esperaba que aquellas palabras salieran de mi boca. Pero él había sido tan sincero conmigo, que sentía la necesidad de decírselo. Quería decirle por fin la verdad.
—Te quiero, Sora, y yo también anhelo pasar toda mi vida contigo. Estar a tu lado para siempre.
Recargó su frente contra la mía y yo cerré los ojos. Nos quedamos así unos cuantos segundos, hasta que frías gotas de lluvia comenzaron a caer sobre nosotros, nos separamos y Taichi me regaló otra de sus sonrisas traviesas. Tomó mi mano y corrimos de regreso. Para cuando llegamos a la entrada del salón de la fiesta, las gotas ya se habían convertido en una fina lluvia.
Antes de pasar por la puerta, sentí a Taichi detenerse, y, todavía de su mano, giré a mirarlo.
Su cabello caía de manera rebelde sobre su frente y pequeñas gotas resbalaban sobre su nariz. Mantenía los ojos brillantes y hermosos, y una sonrisa juguetona en los labios.
Solo me bastó el fijarme en su mirada para comprender.
Una sonrisa se formó en mis labios y asentí.
Él apretó el agarre de nuestras manos y comenzamos a caminar hacia la salida del campus. El agua caía con más fuerza cuando llegamos a las puertas de la universidad.
—¿Cómplices? —me preguntó.
Algo se removió dentro de mí luego de escucharlo. Fue algo que inventamos cuando éramos niños. Uno solía hacer esa pregunta al otro cuando estábamos a punto de hacer una travesura, como escaparnos de clase para jugar un partido de fútbol, o salir en medio de una fuerte lluvia a empaparnos por diversión, justo lo que estábamos por hacer.
—Cómplices —respondí.
Fue ahí que comenzamos a correr.
Estábamos escapándonos.
Para cuando pasamos la primera calle, ya me sentía bastante mojada y fría, pero no me importó. De la mano de Taichi, aquello sabía a una hermosa aventura.
Corrimos por varias cuadras, riendo y saltando charcos. Mojándonos cada vez más y más con la lluvia.
Nuestras manos ya empapadas se resbalaban, pero nos las ingeniamos para mantenerlas unidas durante todo el camino. Taichi era más rápido que yo, por lo que lo sentía jalarme en ocasiones, él giraba y reía, y luego yo soltaba carcajadas.
Para cuando llegamos al parque que se encontraba frente a nuestros departamentos, la lluvia había aminorado lo suficiente para que pudiéramos parar nuestra carrera.
Nos detuvimos de lleno a mitad del jardín, sin soltarnos, pero uno frente al otro, mirándonos y sin poder parar de reír.
Estábamos empapados ya de pies a cabeza, el agua caía en pequeños chorritos de los mechones del cabello de Taichi, y yo podía sentir agua acumulada dentro de mis converse. Solo me provocó reír más.
Tan llena de miedo que me había sentido todas las semanas anteriores, preocupándome por algo que nunca había existido, miedos que yo misma me inventé por malentendidos, que fui consciente en ese momento, de todo el tiempo que había desperdiciando en ello.
Nos esforzamos en normalizar nuestras respiraciones, pero con risas que nos interrumpían a cada momento.
Solo Taichi podía hacerme sentir así de viva, así de feliz… así de plena.
Al parecer, su antifaz se había desamarrado mientras corríamos, pues en ese momento cayó y descansó sobre su nariz y boca, él lo quitó y lo guardó en el bolsillo de su pantalón.
Me miró de nuevo y creí que en cualquier momento podría caerme, pues lo que sentía rebasaba por mucho cualquier otro sentimiento que hubiera aparecido en mí antes.
Taichi llevó su mano libre hacia atrás de mi cabeza y desató el nudo de mi antifaz, lo quitó con delicadeza de mi rostro y también lo guardó en su bolsillo.
Dio un paso más hacia mí, y envolvió mi cintura con sus brazos, yo pasé mis manos por detrás de su cuello. Nos miramos por un momento, y luego me besó. Podía sentir pequeñas gotas frías de lluvia caer sobre mi piel, pero la calidez de los labios de Taichi me envolvió y su suavidad me cobijó.
Me besó con tanta dulzura, que casi me olvidé de que estábamos todavía en el parque debajo de la lluvia. Sentí un suspiro escaparse de entre sus labios, y sonreí, me di cuenta de que él también había estado esperando por este momento.
No quise pensar más en el pasado, pues lo único que importaba era mi presente y quería disfrutarlo.
Quería vivirlo.
Temblé un poco, pues mi cuerpo reaccionó al frío que todavía sentía a causa de la lluvia. Taichi se separó de mí y tomó mi mano, llevándome hacia los departamentos.
Él y yo habíamos sido cómplices desde pequeños. Cómplices de aventuras, cómplices de travesuras, cómplices en el fútbol y podría continuar.
Yo esperaba que nuestra lista de complicidades, juntos, siguiera creciendo. Estaba casi segura de que así sería.
Justo allí, éramos cómplices también.
Cómplices bajo la lluvia.
Notas de la escritora:
¡Hola!
Hacía años que no subía nada nuevo por aquí, y para regresar, obviamente tenía que ser con un Taiora.
Algunas escritoras de Taiora, nos hemos propuesto subir algunos fics, y aunque nos hemos atrasado un poquito, igual estoy segura de que todas los subiremos.
Cómplices Bajo la Lluvia, pertenece al mes de mayo, mismo en el que designamos escribir un fanfic Taiora de romance.
Espero que les haya gustado el resultado.
El próximo fanfic corresponde al mes de Junio: Humor, Taiora.
(Voy atrasada, trataré de que no tarde mucho).
¡Nos estamos leyendo!
Faty.