Los personajes, argumentos y eventos no contenidos en la obra original son el único material que puedo reclamar como propio en esta historia cuya intención es entretener, el resto pertenece a Jane Austen. Y la referencia a la escena de la serie de 1995, esa pertenece a la BBC.


El estado ideal de Lydia

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"La viudez es el estado ideal de la mujer. Se pone al difunto en un altar, se honra su memoria cada vez que sea necesario y se dedica uno a hacer todo lo que no pudo con él en vida."1

Esto le fue dicho a Catalina Guzmán cuando *spoiler* perdió a Andrés Ascencio. Catalina había tenido ya muchos años de matrimonio, varios amantes y su esposo tuvo la gracia de dejarle todas las propiedades; la viudez, para ella, no solo era ideal sino también conveniente. Pero para alguien como Lydia Wickham, que nació más de un siglo antes, se casó a la edad de quince años y enviudó en menos de un mes… el luto era lo último que quería.

Esta breve historia empieza al día siguiente de la llegada de los Wickham a Longbourn, cuando Jane Bennet le pidió a su hermana menor persuadir al señor Wickham para que él desistiera en sus intenciones de usar a Nellie para cabalgar un rato por el campo. Ella conocía bien a la yegua y sabía que Nellie, si bien era un caballo dócil con los criados y ella, era un animal temperamental. Jane jamás había tenido un problema, pero eso se debía a que la había visto crecer desde que salió del vientre de otra de las yeguas de la finca.

Elizabeth, que no tenía gusto por los caballos pero respetaba la autoridad de Jane en el tema, quiso respaldar a su hermana mayor mientras que Kitty solo se quedó callada, aunque en la privacidad de sus pensamientos coincidía con Jane: Nellie estaba hecha al trato de unos cuantos, y cualquiera más allá del selecto grupo, podría correr cierto riesgo.

Lydia estaba en medio de una conversación con Kitty y Elizabeth mientras Jane espiaba a Nellie por momentos. Ella podía ver que la yegua estaba alterada y temió lo peor cuando el señor Wickham quiso ganar velocidad para hacer un salto sobre una alta pila de leña. Nellie solo estaba acostumbrada a saltar con John, el sobrino de la señora Hill que ayudaba a cuidar los establos.

Apenas Lydia terminó de asegurarles que su esposo era un magnífico jinete cuando Wickham ya estaba en el suelo y Nellie continuó corriendo por el campo hasta perderse tras una arboleda. Todas lo vieron, pero solo Lydia gritó.

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Lydia Wickham enterró a su esposo antes de siquiera tener un mes de casada y todo cambió para ella. No viajó de vuelta con el regimiento a Newcastle, no pudo presumir a sus amigas su estatus marital, lo único que tenía era el apellido de su difunto esposo y un poco de dinero que cierto caballero puso a nombre de ella para arreglar el matrimonio. George Wickham no tuvo tiempo de gastar el pequeño patrimonio de ella.

Por insistencia de la señora Bennet, Lydia volvió a casa de sus padres, y el señor Bennet, al que jamás le importó lo que la menor de sus hijas hiciera, en esta ocasión puso atención a la rigurosa observancia de las costumbres del luto. Tal vez la falta de vida social lograría domesticar un poco el carácter de su hija, ya que el matrimonio había fallado antes de tiempo. A la falta de socialización se sumó el usar ropa negra, y Lydia vio con tristeza como algunos de sus vestidos eran teñidos. A los quince sintió que su vida acababa.

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Una tarde, ella les contó a sus hermanas acerca de su boda, de lo mucho que le hubiera gustado la participación de los soldados y no solo ver la cara malhumorada del señor Darcy. Era una pena que una de las más felices memorias tuviera que haber sido compartida con un hombre que trató tan mal a Wickham. El comentario no pasó desapercibido por Elizabeth, quien al día siguiente escribió una carta a su tía Gardiner. Esta no tuvo reparos en halagar las buenas acciones del caballero del norte y hacer alguna que otra insinuación sobre un paseo en Pemberley.

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Luego el señor Bingley regresó a Hertfordshire con el señor Darcy. Y más tarde, el señor Darcy volvió a Londres, pero Bingley se quedó.

Y cuando el luto terminó para los que por algunas semanas fueron suegros y cuñadas de Wickham, Lydia se quedó sola en su aislamiento.

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El señor Bingley pidió a Jane ser su esposa y un día de octubre, Lady Catherine de Bourgh apareció en la puerta de Longbourn exigiendo ver a Elizabeth. Lydia la miró con curiosidad y le terminó diciendo que su hermana estaba en el jardín. Lady Catherine apenas respondió y Lydia desapareció haciendo comentarios de lo amargada que se veía la visitante.

El señor Darcy regresó días más tarde. Él venía a probar suerte otra vez, en busca de una señal que le indicara que había esperanza para él y el amor que sentía por Elizabeth Bennet.

Fue Elizabeth quien expresó gratitud por las acciones en favor de Lydia, incluso si el matrimonio que salvó el buen nombre de la familia duró muy poco. El comentario creó la oportunidad para que él volviera a hablar de su afecto en mejores términos. Esta vez la respuesta fue favorable, y los dos supieron que serían felices.

El señor Bennet cuestionó el buen juicio de Elizabeth por aceptar la propuesta de un hombre al que él creía que ella odiaba, Lydia hizo comentarios acerca de lo terrible que sería estar emparentada a Lady Catherine. En la privacidad de la biblioteca, Elizabeth defendió a su prometido, y el señor Bennet agradeció no tener que pagar al señor Gardiner dinero que afectaría las finanzas de la finca.

En alguna conversación durante el periodo de compromiso entre Elizabeth y el señor Darcy, ella confesó que lamentaba la tristeza que llevar el luto provocaba en Lydia. Darcy le sonrió de forma discreta y le respondió que aunque él no quería hablar mal de los muertos, la señora Wickham estaría mejor ahora, sin su esposo.

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Lydia Wickham vio a sus hermanas dejar Longbourn para bien. La señora Bennet lloró, Kitty no dejó de sonreír y Mary dedicó el tiempo a seguir dando sermones que nadie quería escuchar.

Cuando se cumplió un año y un día de la muerte de Wickham y su viuda al fin era libre para unirse a la vida social de la región, la atención del señor Bennet había dado frutos. Su hija ahora tenía un conocimiento decente en la cultura general y ofrecía una conversación más variada que solo los chismes de lo que sucedía en Meryton. Aún le gustaban los chismes, pero ahora conocía al menos una veintena de libros diferentes.

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Eventualmente Elizabeth volvió a ver a su hermana y la encontró diferente a la joven que presumió de haber encontrado esposo en Brighton. El cambio fue bienvenido y no solo Kitty tuvo la oportunidad de moverse en una sociedad superior con cada viaje a Derbyshire. Lydia conoció a muchos hombres y rara vez se le veía sentada en un baile, sin embargo, esta vez ella no llevaba prisa por volverse a casar, no fuera a ser que otro marido se le muriera y tuviera que entrar en luto de nuevo.

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Kitty se casó con un caballero del norte de Hertfordshire que conoció en Londres, unos tres años después de que sus hermanas mayores se fueron de Longbourn. Jane y el señor Bingley dejaron Netherfield después de la boda de Kitty y solo Lydia y Mary permanecieron en la finca de la familia. Esto no duró mucho, ya que Mary se casó con un clérigo que llegó a Meryton, un año después.

Lydia Wickham seguía viajando para ver a sus hermanas y cuidando de sus padres. Solo a la avanzadísima edad de los veintisiete años un caballero la convenció que el matrimonio sería buena idea. Para ese entonces los militares habían perdido su encanto, y aunque el señor Sanderson y el señor Denny seguían conservando semblantes atractivos e inclusive avanzaron en rango, ella había tenido oportunidad de reflexionar sobre la cantidad de hombres que morían en la guerra. Su nuevo esposo, el señor Allen, le llevaba siete años, y a diferencia de Wickham, no tenía gusto por saltar a caballo.

Un día de verano, Daniel Allen regresó de un viaje de la capital con un par de caballos de madera para el niño que jugaba en el jardín. Lydia vio las figuras y su mente viajó a Nellie. Recordó como al principio ella odio a la yegua de Jane por haber arruinado su vida a los quince años. Ahora, con el vientre abultado por segunda vez, y viendo a Daniel cargar a su hijo con tanta ternura, pensó que tal vez Nellie le hizo un favor.

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Notas:

1. Tomado de la novela Arráncame la vida, de Ángeles Mastretta, publicada en 1985. (¡Me encanta ese libro!)