Orgullo y Prejuicio pertenece a Jane Austen. El resto es producto de una mente inquieta.
Crónica de una vida inesperada
I
Cuando Lydia Bennet dejó Brighton, ella pensó que en poco tiempo estaría casada con el apuesto soldado del regimiento del coronel Forster. Se suponía que solo estarían de paso por la capital y que después irían rumbo a Escocia. No obstante, conforme transcurrían los días, Lydia empezó a inquietarse. Ella quería salir a divertirse, ir a una fiesta, o simplemente dejar la habitación en la que llevaba días recluida. Cada vez que insistía en saber el momento en el que saldrían de ahí Wickham se mostraba molesto y evadía darle una respuesta certera. Él pedía confianza, la suerte regresaría pronto y entonces recuperaría el dinero que había perdido la noche anterior.
Tal vez fue por el simple gusto de gastar dinero en algo que fuera solo de ella, o porque aún guardaba la esperanza de ir a la frontera norte, pero una tarde, mientras él dormía para recuperarse del estupor del alcohol, Lydia empezó a arreglarse para salir a comprar un sombrero que recordaba haber visto en una tienda sobre la misma calle cuando llegaron. Tenía lazos azules que lucirían bien con el vestido que pensaba usar en la ceremonia y cuando visitara a su familia como mujer casada.
Wickham despertó, notó que Lydia sacaba dinero que él no sabía que ella todavía conservaba y se apresuró a tratar de quitárselo. Si él hubiera mostrado una actitud más tranquila, tal vez ella habría cedido de inmediato, pero él lo exigió con un tono hasta ahora desconocido y la empujó hasta hacerla tambalear.
Aunque Lydia jamás heredaría dinero o una propiedad por parte de su padre, él le había legado una estatura destacable. Ella recuperó el equilibrio, y sin detenerse a pensar en las consecuencias, aprovechó la distracción de él para empujarlo con todas sus fuerzas. Él tropezó hacia atrás y al caer de espaldas, su cabeza encontró la solidez de la madera de una mesa.
Desde el suelo él la miró, llevó su mano hacia su cabeza y notó el color rojo. Se levantó lleno de rabia con intención de agredirla. El aire empezó a faltar en los pulmones de ella, y en un último esfuerzo por liberarse, alcanzó a tomar el atizador junto a la chimenea. El golpe en la espalda fue suficiente para que él la dejara, pero Lydia apretó sus manos alrededor de la herramienta y volvió a golpearlo tres veces más, solo se detuvo cuando una de las puntas del atizador quedó enterrada a la mitad del pecho de él. Cuando Wickham intentó sacarla, la sangre empezó teñir la tela de la camisa.
El atizador cayó al suelo y ella se desplomó contra la pared. Sus cabellos estaban pegados a su frente por el sudor y su pecho subía y bajaba por lo agitado de su respiración.
—
Fitzwilliam Darcy llegó a Londres agotado por el viaje. En su casa de la capital no lo esperaban y eso provocó curiosidad entre el personal, que estaba acostumbrado a las llegadas planificadas. Mientras hacían los ajustes de su carruaje y movían su equipaje, un poco de comida fue puesta a su disposición. Solo por ese momento Darcy se permitió descansar.
Él tenía una muy clara idea de dónde empezar a buscar. Sabía que a las orillas de la ciudad había un par de conocidos con los que Wickham tenía por hábito gastar cualquier dinero que llegaba a sus manos. Y si eso fallaba, todavía quedaba la señora Younge, aunque ella sería más complicada de hallar ya que era muy probable que hubiera cambiado de lugar de residencia. No era pesimista sobre el éxito de su misión, pero era consciente que no sería precisamente fácil.
En cuanto terminó de comer, volvió a dejar la casa. Preparó dinero para comprar información y se dispuso a ir a un lugar que no había visitado en al menos siete años.
Su primer y segundo día de búsqueda fueron infructuosos. El señor Johnson habían muerto tres años atrás mientras esperaba ser juzgado por falsificación de documentos, y el señor Cameron había dejado la ciudad el año pasado sin dar más referencia que el probable Norwich. Se decía que fue partícipe en ayudar a un hombre a falsificar un testamento, y en cuanto el fraude fue descubierto, Cameron dejó la ciudad.
El tercer día fue mejor. El primer domicilio donde buscó a la señora Younge le dijeron que ella ya no vivía ahí y no tenían idea de dónde encontrarla. Trató con los vecinos y el resultado fue el mismo.
—Yo sé de alguien que la conoce—dijo un niño de unos once años que había visto con interés a Darcy andar en un barrio en el que destacaba por su impecable apariencia—Si me da usted un chelín, yo puedo llevarlo.
—Llévame primero con esta persona y entonces obtendrás tu dinero—ofreció él a cambio.
El niño negó con la cabeza y aunque Darcy insistió en que era honesto, el niño no cambió de postura hasta que él terminó por aceptar las condiciones. En el peor de los escenarios, solo perdería una moneda relativamente insignificante para él.
Sobre la misma calle, Tom lo guio a una casa que en realidad era un almacén de telas. En menos de quince minutos Darcy consiguió una referencia sobre el domicilio de la señora Younge y regaló una moneda extra al pequeño. De inmediato regresó a su carruaje y se dirigió a la nueva dirección, donde le dijeron que la señora Younge había salido por un par de días pero que estaría de regreso a la mañana siguiente.
Momentáneamente la noticia frustró a Darcy, que pensó que de haber hallado a la señora Younge, las probabilidades de hallar a Wickham con la señorita Lydia ese mismo día eran más elevadas.
—
Lydia miró al suelo y vio el resultado de sus acciones con igual horror que sorpresa, Wickham gemía mientras la vida se le escapaba con cada gota de sangre. Se acercó a él y después solo hubo silencio. Él estaba muerto.
Lo primero que hizo fue tomar un pañuelo y limpiar sus manos, después empezó a dar vueltas por la habitación tratando de pensar en lo que debía hacer. Ella sabía que aquellos que mataban a alguien eran llevados directamente a la corte, donde casi siempre tenían un destino semejante al de sus víctimas. Pensó en huir, pero se le ocurrió que de cualquier forma se enterarían. La tal señora Younge sabía que Wickham estaba ahí con ella, y en cuanto descubrieran el cuerpo, ella sería la primera a quien buscarían.
Fue a refugiarse de nuevo en una esquina del cuarto, lloró de desesperación y maldijo haber huido de Brighton. Así estuvo cerca de una hora antes de decidir que lo mejor sería huir, y tal vez tendría tiempo se recibir ayuda de la familia Gardiner antes de que hallasen a Wickham, eso hasta que recordó que ellos estaban de viaje por el norte. Solo quedaba desaparecer.
Cambió su vestido y arreglo su cabello. Dobló la prenda salpicada de sangre y la hizo un pequeño bulto. Juntó las monedas regadas con el resto de lo que le quedaba de dinero, y cuando estaba lista para salir, la figura imponente del señor Darcy apareció frente a ella.
Darcy empujó la puerta cuando Lydia intentó cerrar y entró a la habitación sin permiso. Usualmente él no recurría a tales actos, pero la situación no podía ser llamada como algo normal.
—¿Qué hace usted aquí?—preguntó Lydia llena de miedo.
—He venido porque su familia está preocupada, señorita Bennet. Sus acciones no solo la han puesto a usted bajo el escrutinio, sino que han causado un daño al buen nombre de sus hermanas. Ahora...
Apenas Darcy estaba por preguntar sobre de Wickham cuando cerca de la chimenea vio una manta oscura que cubría lo que definitivamente parecía una persona. Él se acercó, y sin decir palabra alguna, levantó ligeramente la tela y vio que su amigo de infancia, y villano en la adultez, yacía sin vida. Lydia se recargó de la pared y empezó a llorar pidiendo piedad, declarando que había sido un accidente, que él la iba matar. Darcy no dudaba que todo inició como un acto de defensa, pero Wickham lucía como quien había recibido más golpes de los necesarios, quizás era la sangre. De todos los escenarios que él pensó encontrar, este era el que jamás se le ocurrió.
—¿Cómo sucedió, señorita Bennet?—preguntó Darcy después de un prolongado silencio.
Con lágrimas escurriendo por su rostro, Lydia contó lo que sucedió apenas un rato antes. Habló de su impaciencia por ir a Escocia y cómo los días pasaban sin que Wickham quisiera dejar la capital. Le habló del dinero, de cómo él llegó seriamente afectado por el alcohol y durmió hasta tarde. De un simple deseo de comprar un sombrero que usar el día de su boda, y del miedo a que al despertar tras el primer golpe, él quisiera hacerle más daño.
Tal vez era el afecto que Darcy sentía por Elizabeth, o que las lágrimas de Lydia Bennet le recordaron a las de Georgiana. Tal vez se trató de su sentimiento de culpa por no revelar el verdadero carácter de Wickham antes, o que en la violenta defensa de ella, él vio justicia y venganza para todos los que alguna vez fueron afectados por Wickham. De cualquier forma, Darcy decidió que ayudaría a Lydia Bennet. Todavía no estaba muy seguro de cómo lo haría, pero no la dejaría sola.
—Resolveremos esto, señorita Bennet. Pero usted tiene que controlarse y prometer que guardara silencio sobre lo aquí sucedido, por el resto de su vida—dijo él con autoridad.
Ella lo miró como si no entendiera sus palabras. Lo tenía por un villano en la vida de Wickham y esperaba que él fuera quien la delatara.
—¿Por qué usted querría ayudarme? Wickham dijo que usted le quitó el beneficio de Kympton.
No sorprendido por aquel comentario, Darcy respondió con prontitud.
—Y le di tres mil libras a cambio, más otras mil que mi padre le dejó como herencia. Él no fue dejado a su suerte, señorita Bennet—su tono declaró el fin de aquel tema y se movió a lo más apremiante—¿A dónde tenía intenciones de ir?
—No lo sé. Mis tíos están en el norte con Lizzy. No puedo regresar a Longbourn, señor—dijo ella mirando de reojo la puerta.
La mención de los Gardiner le dio una idea. No podían dejar la habitación sola por si las personas del servicio entraban, pero él estaba consciente que para arreglar todo necesitaba la ayuda de alguien más, y él no dudaba que el señor Gardiner sería alguien interesado en colaborar.
—Necesito que se quede aquí, señorita Bennet. Volveré con el señor Gardiner en un par de horas, él regresó a la capital en cuanto supo de su viaje fuera de Brighton.
Lydia quiso volver a llorar y protestó por la idea de quedarse en el cuarto, pero Darcy, en un gesto altamente impropio, la sujeto de los hombros y la forzó a mirarlo. La mirada ámbar de él era casi negra y reflejaba una severidad que ella jamás vio en toda la vida. Él, a pesar de estar preocupado por la situación, no tenía tiempo para que ella se mostrase tan poco cooperativa.
—Usted huyó de la supervisión de la señora Forster, ha compartido por días la cama con un hombre con el cuál no está casada, lo mató para salvar su vida, ¿Y ahora me dice que no está dispuesta a pasar un par de horas sola para solucionar esto? Es un poco tarde para querer interpretar el papel de damisela inocente, señorita Bennet. Voy a ayudarla, pero usted tiene que escucharme.
Para beneplácito de Darcy, el regaño funcionó y Lydia se mostró más resuelta a seguir las instrucciones de él.
Mientras Darcy cruzaba la ciudad, Lydia, en su desesperación por distraer su mente, empezó a empacar las pocas pertenencias que habían traído en el viaje. Acomodó las cosas que lucían fuera de lugar, limpió un poco y después no quedó más que esperar. Aunque parecía extraño estar recibiendo ayuda del hombre que jamás fue simpático y que hasta insultó a Elizabeth, pensó que no estaba en una posición de renegar.
—
El recorrido hasta Gracechurch fue largo, ya que Darcy hizo una pequeña desviación para visitar a alguien que podía ayudar con el problema. Se trataba de un hombre que no veía en al menos un año, pero era confiable y con cierta flexibilidad moral a pesar de su formación. La visita lo dejó más tranquilo sobre cómo se solucionaría la parte de Wickham, porque después de eso, estaría pendiente resolver el tema de la reputación de la señorita.
El carruaje se detuvo frente a una casa bien cuidada y un momento después, él se encontraba frente al señor Gardiner.
—Sé dónde se encuentra su sobrina, señor. La vi antes de venir a hablar con usted—comentó él, después de los saludos usuales y una determinada explicación sobre el sentido de honor de ayudarlo por no haber intervenido antes en revelar el verdadero carácter de Wickham.
—¿Está bien? ¿Sabe si el señor Wickham está con ella?—se apresuró a responder el señor Gardiner, y prosiguió a explicar el estado de preocupación general de toda la familia, en especial la señora Bennet.
Darcy lo escuchó por cortesía, prefería enterarse de cómo estaba Elizabeth pero no quiso preguntar. El señor Gardiner se detuvo cuando percibió que el visitante aún tenía algo que decir.
—El señor Wickham está muerto, señor Gardiner—comentó él en voz baja—Ella se defendió cuando él la agredió. Ahora hay un asunto más complicado que la falta de matrimonio.
El señor Gardiner palideció y buscó apoyarse de un mueble.
—Debo ir a verla.
—Ella está vigilando la habitación, señor. No hay manera de hacerlo pasar como accidente.
Eso fue suficiente para que el señor Gardiner entendiera la gravedad del asunto.
—Gracias, señor Darcy. Ha hecho usted más que suficiente, y sé que es pedirle demasiado, pero quisiera que guardase este secreto, por el bien de mi familia. Yo me encargaré de esto a partir de este momento, ella no es responsabilidad de usted.
—Me temo que no puedo hacer lo que usted me pide, señor. Estoy determinado a solucionar esto. Como mencioné antes, esto pudo haber sido evitado si yo hubiera actuado antes, además, ya he solicitado la ayuda de alguien que bajo ningún motivo dirá algo.
El señor Gardiner lo miró con cierta duda, el señor Darcy no le parecía la clase de hombre que se asociaba con individuos dispuestos a encubrir la muerte de una persona.
—Conocí al Doctor Stein hace ocho años, cuando con mi padre estuve aquí en la ciudad y él enfermó. El tratamiento pareció funcionar y mi padre se recuperó lo suficiente como para volver a Pemberley. Se formó una amistad con el señor Stein, y hace unos cuatro años, cuando visité su granja afuera de la ciudad, encontré que él tenía otras maneras de obtener ingresos que, en este caso, ayudarán.
Darcy leyó el horror en el señor Gardiner y se apresuró a hacerle saber que su amigo no era un asesino, solo alguien que creía en la filosofía sobre cómo el fin justifica los medios.
—Pongo mi confianza en usted, señor Darcy—dijo él, y más que nunca, sintió que estaba al borde de un acantilado.
—
Lydia corrió a los brazos de su tío apenas lo vio entrar, no importando si el señor Darcy la veía o el otro caballero que los acompañaba. Ella sentía un poco de alivio tan solo por verlo. El señor Gardiner observó el cuello de su sobrina y sus brazos, las marcas de la violencia eran evidentes. Cuando su mirada se desvío en dirección a la chimenea, un escalofrío le recorrió el cuerpo y dirigió su atención al amigo del señor Darcy.
—¿Cuál es el plan, señor Stein?
—Vaya a mi carruaje y pida a mi muchacho que suba la tabla. El señor Wickham ha caído enfermo de fiebre y será removido a un lugar donde pueda ser atendido de mejor manera. Sus síntomas todavía permiten trasladarlo, por lo que usted y el señor Davies—dijo señalando a Darcy—se lo llevarán de inmediato.
Lydia estaba por seguir a su tío, cuando el señor Stein volvió a hablar.
—Deme las prendas con las que limpió la sangre, y asegúrese de haber juntado todas sus cosas, señorita.
—Ya lo he hecho, señor—dijo Lydia a pesar de no haber sido presentada.
—Entonces usted puede ayudar en lo siguiente.
Levantaron el cuerpo de Wickham mientras Lydia se movía con rapidez para deslizar una manta abajo de este. Cuando los caballeros acomodaban el cuerpo, ella volvió a utilizar la ropa manchada para secar el charco que quedó en el suelo. Ella sentía el estómago revuelto, quería llorar y salir de la habitación de inmediato, pero la presencia del señor Stein era aún más imponente que la del señor Darcy. Su tío lo obedeció sin queja, por lo que ella se sintió obligada a hacer lo mismo.
Al poco rato, un golpe en la puerta les indicó que se trataba del señor Gardiner y Samuel. Colocaron a Wickham sobre la larga tabla y el señor Stein procedió a hacer algunos arreglos para que Wickham pareciera un enfermo. Limpió la sangre de la cabeza y lo tapó como lo haría con cualquier otro paciente.
El señor Gardiner y Lydia dejaron primero la habitación y él procedió a liquidar el monto acumulado por los días que fue ocupada. Darcy había insistido en hacerlo, pero él quería colaborar en lo que fuera. Mandó a Lydia a esperar en uno de los carruajes mientras él platicaba con el encargado del lugar. Hablaron hasta que el señor Gardiner vio aparecer en el pasillo a los tres hombres cargando al supuesto enfermo. La conversación sirvió para distraer un poco al empleado de hacer más preguntas y lo dejaron satisfecho cuando entregaron una excelente propina por los servicios.
Subieron el cuerpo con cuidado al carruaje del señor Stein. En cuanto se alejaron de aquella zona, los dos carruajes se separaron. Uno de ellos regresó a Gracechurch, el otro se alejó unas ocho millas de la ciudad. El doctor Stein salió de la vida de Lydia Bennet tan rápido como el señor Dalton pasó a formar parte de la misma.
II
En la tarde del día siguiente, el señor Darcy hizo una aparición en la casa del señor Gardiner con un caballero de unos veintidós años de edad y un fuerte acento del norte. Darcy presentó a William Dalton como el segundo hijo de una familia con una finca de unas dos mil libras anuales. El señor Dalton no heredaría, pero el padre le procuró una comisión en el ejército cinco años atrás.
Lydia sabía la razón por la que aquel hombre fue presentado, él estaba dispuesto a casarse con ella. Su tío le explicó, en un tono no muy amable, la imperante necesidad de un matrimonio. Dalton no era tan guapo como lo fue Wickham, y parecía no ser tan bromista como el señor Chamberlain, pero al menos era un soldado.
Por su parte, el señor Dalton vio como bellas las facciones de Lydia y eso le pareció un punto a favor. Él no sabía nada relacionado con la muerte de Wickham, solo que la señorita necesitaba estar casada lo más pronto posible y que el señor Darcy estaba dispuesto a financiar una mejor comisión a la que actualmente tenía. La señorita Bennet tenía cinco mil libras de dote y era hija de un caballero en Hertfordshire, por lo que se estaría casando con alguien de circunstancias semejantes. Esa mañana, cuando el coronel Fitzwilliam le pidió hablar con él en privado, pero en presencia de otro caballero, no esperó recibir la promesa de promoción a cambio de su aceptación en cierto trato.
El señor Darcy le dijo que había el riesgo de que la señorita estuviera embarazada, por lo que él tendría que tomar como propio al niño, pero si ese era el caso, recibiría una compensación adicional para los gastos del infante.
—
En la casa Gardiner, los dejaron un rato a solas para que se conocieran, mientras que el tío de ella y Darcy hablaban en el estudio.
—Es demasiado, señor Darcy. No considero que usted debería tomarse tantas molestias. Lo de ayer es más que suficiente para compensar cualquier cargo de consciencia que usted pudiera tener.
—No hay nada que pueda usted decirme para cambiar mi opinión, señor. Mi primo me ha dado una buena referencia de él y para los propósitos, es conveniente.
Por un largo rato el señor Gardiner peleó que el señor Darcy lo dejara involucrarse más, y Darcy solo concedió para decirle que ante los ojos de su familia, sería el nombre Gardiner el responsable de haber salvado a Lydia Bennet. Esto inició un nuevo ciclo de protestas, Darcy fue inamovible en ese aspecto, y solo aceptó que el señor Gardiner y su esposa, que llegaría en dos días, arreglarían los preparativos para una ceremonia discreta y otras necesidades para la nueva vida de casada de Lydia.
Ninguno de los dos se detuvo a pensar en si a Lydia le gustaría el arreglo, consideraban su aceptación como una obligación y no algo debatible.
Mientras tanto, después de un rato de conversar con ella, el señor Dalton halló simpática a Lydia. Él no era ajeno a los matrimonios arreglados, y la oferta frente a él era buena. El temperamento de ella parecía mesurado, aunque estaba consciente que podía ser solo una fachada, los beneficios superaban el riesgo.
—Podemos hacer funcionar esto, señorita Bennet—dijo él.
Ella lo observó unos segundos, y le extendió un pañuelo. Él sonrió por la acción, tomó la prenda y asintió. El destino de ella estaba sellado.
Cartas fueron enviadas a ambos extremos del país. Al norte, en Cumbria, los miembros de la familia Dalton se enteraron del matrimonio de William con una muchacha del sur. Era una mujer joven, de alegre disposición, y él estaba seguro de lo que hacía.
A Longbourn las noticias fueron diferentes. El señor Gardiner enteró al señor Bennet de un soldado de otro regimiento que, tras la huida de Wickham, estaba dispuesto a casarse con Lydia bajo ciertas condiciones. El señor Bennet solo debía dar la aprobación para la unión y sería cosa hecha. La señora Bennet maldijo a Wickham, bendijo al misterioso señor Dalton y determinó como algo obligatorio la intervención del señor Gardiner. Por las circunstancias, la ceremonia sería algo muy pequeño y de inmediato, sin tener tiempo para grandes planes que a la madre de la novia le hubieran gustado.
—
La señora Younge supo que algo estaba mal cuando después de tres días no supo de Wickham. Le alteró la presencia de Darcy, pero consideró que no era seguro ir a buscar a su amigo si eso significaba volver a ver al dueño de Pemberley. Eventualmente la preocupación ganó, e hizo el recorrido hasta las habitaciones donde él se estaba hospedando.
Se lo llevaron, le dijeron, él estaba gravemente enfermo y lo trasladaron cuando todavía era posible. Dejaron el lugar cuatro caballeros, un enfermo y la señorita que venía con él. Uno de ellos coincidía físicamente con el hombre que ella describió pero no en nombre, y ninguno llegó en algún carruaje marcado o con ropas demasiado elegantes. Sí, la cuenta por la estancia fue cubierta, y no, no les preguntó a dónde llevarían al enfermo.
Ella regresó a su hogar sin poder librarse del mal presentimiento que tenía, y confió en que tarde o temprano, él aparecería.
III
Lydia Dalton viajó a Longbourn acompañada de su nuevo esposo. Era un viaje breve ya que él se incorporaría pronto a su nuevo puesto. Fue recibido con entusiasmo por la señora Bennet y Kitty, y curiosidad por parte del señor Bennet, Jane y Elizabeth. Nadie preguntó por el señor Wickham, y solo fue mencionado una vez para referirse a las deudas que dejó en Meryton.
Dalton les habló de su familia en el norte y algunas de sus experiencias en el ejército. Hablaba con humildad, enaltecía el esfuerzo de sus compañeros y mostraba una gran inteligencia para alguien sin demasiados estudios. Le gustaba bailar, pero en muchas ocasiones solo asistía a esos eventos por la oportunidad de escuchar a los músicos. Él era un hombre muy diferente a Wickham, eso todos podían verlo.
En cierta ocasión, cuando el señor Dalton les enseñaba a los niños de la familia Lucas una secuencia de movimientos con una espada de madera, Kitty, Jane y Elizabeth caminaban con Lydia mientras ella les hablaba de su esposo. No era un secreto entre las hermanas que se trataba de un matrimonio arreglado.
—Cuando mi tío me dijo que de cualquier forma tendría que casarme, pensé que tendría que hacerlo con algún hijo de sus amigos, afortunadamente el señor Darcy llevó al señor Dalton antes de que mi tío buscara a alguien—dijo ella pensativa, ahora que conocía mejor al joven soldado, lo encontraba superior en carácter y aspecto—William hubiera preferido que el señor Darcy firmase como testigo en la boda, pero mi tío decidió que no se debía abusar del tiempo de Darcy y él firmó.
—¿El señor Darcy estuvo en tu boda?—preguntó Elizabeth de inmediato.
Lydia abrió los ojos como grandes platos y con sus manos se apresuró a cubrir su boca. Su expresión era de verdadero pánico y perdió el color de su cara.
—Lo hizo, pero no deben decir nada, por favor. Le prometí que nadie sabría lo que hizo. Lo siento—exclamó ella y se alejó de inmediato, dejando tras de sí tres desconcertadas hermanas.
El señor Dalton alcanzó a ver a Lydia al otro lado del jardín y se acercó para ver qué había sucedido. Ella aceptó la compañía de él, que empezó a hablarle en voz baja hasta que se calmó. La llevó a la casa y no regresó por largo rato. El gesto protector de él fue notado por todas, y solo aumentó la curiosidad de Elizabeth.
Una hora más tarde, cuando Lydia descansaba en la habitación, él fue en busca de Elizabeth y le pidió que la acompañara a dar un paseo por el jardín. Él inició la conversación acerca de su apreciación por el paisaje de Hertfordshire y la gente que hasta ese momento conocía, y cuando consideró que podía hablar con más libertad, abordó el tema que realmente le importaba.
—Usted sabe que no soy el hombre con quien se supone que Lydia debería estar casada, señorita Bennet. No me da pena admitir que acepté ser la solución a un inconveniente.
—No lo vemos de esa manera, señor. Usted ha demostrado ser lo mejor que le pudo pasar a mi hermana—reconoció ella y las palabras hicieron sonreír a Dalton brevemente.
—Agradezco la confianza, de verdad. Le he pedido que me acompañe porque quiero hablar con usted sobre lo que sucedió hace un momento. Desconozco cuál es la impresión que la expresión de Lydia le dio sobre las acciones del señor Darcy, señorita Bennet, pero si esta fuera negativa, debo corregir ese error.
—Hace tiempo aprendí que él es una buena persona. Solo me da curiosidad saber por qué él estaría en esa ceremonia, señor. Él es prácticamente un desconocido para mi familia.
—A él no le gustará saber que estoy rompiendo mi palabra, señorita, pero si debe saberlo, fue el señor Darcy quien encontró a Lydia y me presentó con el señor Gardiner.
—¿Pero por qué él haría algo así, señor?—dijo ella, sin poder ocultar su asombro por aquella revelación, forzándose a no pensar que él lo hizo por ella.
—Esas son explicaciones que no me corresponde a mí darle. Yo solo he venido a declarar que él no ha hecho algo que pudiera dañar a mi esposa.
—¿Qué sucedió en realidad con el señor Wickham, señor Dalton? ¿Estaba mi hermana ya sola cuando el señor Darcy la encontró? Lydia no es la misma persona, algo sucedió allá. Ella está afectada.
—Puedo ver que usted está preocupada, señorita Bennet, yo también lo estoy. Lydia les dirá todo a su debido tiempo, cuando ella se sienta lista.
Elizabeth, que percibió que el señor Dalton estaba por desistir del tema, agregó de pronto:
—¿Fue un accidente? ¿Está el señor Wickham... vivo?—preguntó ella con temor por la respuesta. El señor Dalton desvió la mirada y después, con calma, añadió:
—Hable con su tío, señorita Bennet. Yo solo puedo decirle que el señor Darcy no ha dañado a Lydia y que mi esposa necesita que la dejen tranquila por un tiempo.
Elizabeth admitió derrota en la búsqueda de más información sobre lo ocurrido y se conformó con escuchar al señor Dalton mostrarse preocupado por Lydia. Cambiaron de tema, pero ambos sabían que apenas estuvieran de regreso en la casa, ella escribiría a la familia Gardiner.
—
Elizabeth no se atrevió a cuestionar a Lydia una vez más, no por falta de voluntad sino porque el señor Dalton rara vez la dejó sola. Cuando él se disponía a leer un rato, ella bordaba al otro lado del sofá, si ella quería dar un paseo, él la acompañaba a caminar. Finalmente, al día siguiente de la despedida de los Dalton de Longbourn, ella obtuvo casi todas las respuestas que había esperado, y llegaron en forma de una extensa carta por parte de su tía.
En aquellas páginas, la señora Gardiner hizo mención de lo sucedido el día que fue encontrada Lydia. Se trataba de una situación desafortunada en la que el señor Wickham le robó el poco dinero que ella tenía y la dejó la mañana del día que el señor Darcy la localizó. Al parecer, el caballero de Pemberley dejó su residencia poco después de que ellos dejaron Lambton en orden para ayudar en la búsqueda de ella. Había sido el señor Darcy quien cubrió los gastos para facilitar la unión con otro hombre en ausencia de Wickham, de quién no había indicio de dónde pudiera estar. El señor Dalton había demostrado ser una excelente opción para Lydia, quien durante toda su estancia en Londres jamás dio molestia.
La señora Gardiner elogió la determinación Darcy, y en más de una ocasión cuestionó si los motivos para la intervención eran los que él daba y no algún otro interés. Elizabeth entendió lo que su tía sugería con el comentario y, aunque nadie podía verla, se sonrojó. Ella concluía su carta diciendo que confesar la intervención del caballero le daba gran tranquilidad no solo a ella sino a su esposo, quien no consideraba a correcto tener que aceptar el mérito por las buenas acciones de otro hombre.
Tras la lectura de la carta, Elizabeth experimentó pena y gratitud, y aunque ella sentía que él se tomó todas esas molestias por ella, el recuerdo de Hunsford volvió para apaciguar su vanidad, ya que no era muy lógico que él se hubiese tomado tantas molestias por una muchacha que lo rechazó sin titubeos.
IV
La partida de Lydia sumió a la señora Bennet en un estado de melancolía por algunos días. Ella hablaba de lo triste que era verse separada de una hija y agradecía que por lo menos estuviera a dos días de viaje. No obstante, su pesar no se extendió demasiado ya que pronto empezaron a circular noticias sobre Netherfield Park, que sería abierta en una semana.
A diferencia del año anterior, cuando el señor Bennet fingió que no iría a visitar al señor Bingley pero eventualmente lo hizo, en esta ocasión decidió ignorar por completo la llegada del joven a la región, lo que molestó a la señora Bennet y dio cierta tranquilidad a Jane. Ella, que podía notar como todos la miraban por lo que pudiera pasar al verlo, se empeñaba en ofrecer palabras de indiferencia que nadie creía.
A la tercera mañana de la apertura de Netherfield, el señor Bingley hizo una inesperada visita a Longbourn. Las mujeres de la casa lo vieron desde la ventana y, cualquier calma que Elizabeth pudo tener para ayudar a su hermana, desapareció en el momento que identificó la silueta del señor Darcy.
Bingley mostró el mismo alegre carácter que el año anterior y no tuvo reparos en extender cumplidos a la familia, especialmente hacia Jane. En cambio, el señor Darcy no habló demasiado y su comportamiento fue tan serio como aquella primera vez que estuvo en el condado. Cualquier vestigio del cambio de su carácter en Derbyshire no se manifestó y eso molestó a Elizabeth, que reconoció para sí misma que la presencia de él la ilusionaba.
Gran parte de la conversación fue hecha por la señora Bennet, quien expresó lo mucho que le agradaba tener una hija casada. Habló bien del señor Dalton, el cual supuestamente Lydia había conocido en Brighton y vio más tarde en Londres. El comentario trajo color a las mejillas de Elizabeth, y provocó que Darcy mirase a cualquier otro lado.
—Lo que es muy lamentable es lo que ha pasado con el señor Wickham—insistió la señora Bennet—Lo creímos tan noble, pero dejó muchas deudas entre los comerciantes de la región. El pobre señor Thompson dice que le quedó a deber dieciocho chelines, y al señor Day el monto por unas botas nuevas.
—¿Han denunciado ante Sir William?—preguntó Darcy.
La señora Bennet, entusiasmada por ver que el orgulloso caballero estaba interesado en lo que ella sabía, continuó.
—Tengo entendido que al menos cuatro de ellos se pusieron de acuerdo para denunciar. No todos lo hicieron, como el señor Green, quien es de la opinión que media libra no amerita las molestias. Claro que él puede decir eso porque sus ingresos son mejores que los de otros. Nos enteramos que el último lugar donde fue visto fue Londres, por lo que ya han mandado un aviso a la capital—dijo, omitiendo cómo es que sabían del señor Wickham en aquella ciudad.
A pesar de que Darcy no se sentía cómodo con la señora Bennet, escuchó con atención todo lo que ella tenía que decir sobre los chismes de Wickham, más tarde se haría cargo de esos asuntos.
Elizabeth, que había sido mal informada y estaba bajo la impresión de que Wickham sí había huido, pero conocía de la intervención del señor Darcy, supuso que el interés del caballero era el preámbulo a un último gesto por resarcir los daños que causó aquel hombre, y no pudo sino admirarle.
La señora Bennet, más contenta de sentirse escuchada, se contuvo de comentarios desdeñosos hacia Darcy y les invitó a cenar el martes. Se expresó con igual amabilidad hacia ambos caballeros, lo que Elizabeth agradeció en silencio.
—
Mientras que en Longbourn se compartían las impresiones de aquel primer encuentro, al llegar a Netherfield, Darcy empezó a escribir una carta al señor Stein. Él no dudaba de la capacidad del doctor para guardar el secreto, pero quería estar seguro de que no había riesgo alguno de evidencia suelta. Además, hizo una lista de los nombres que la señora Bennet le proporcionó, y pensó que la visita a Sir William era una necesidad. Si pagando las deudas dejaban de buscar a Wickham, entonces él haría eso.
Sir William estuvo más que satisfecho de ser visitado por el señor Darcy, quien en confidencia, le comentó que el ahora desacreditado hombre fue ahijado de su difunto padre. Ahora, al enterarse del daño que tal hombre había causado en Meryton, él quería resarcir a los agravados por las deudas de Wickham. Sir William expresó que no era responsabilidad de él asumir tales gastos, pero tampoco protestó demasiado ya que varios de sus amigos se encontraban entre los perjudicados.
Durante los siguientes tres días, Sir William se ocupó de hacer llegar las respectivas cantidades a los acreedores. Nadie sabía a ciencia cierta de dónde provenía el dinero y especulaban que se trataba de algún pariente queriendo limpiar el nombre del soldado, de cualquier manera, quienes habían procedido legalmente pidieron retirar los cargos, y quienes no, vieron cubiertas sus deudas con solo presentar los documentos firmados por Wickham.
El mismo día que Sir William le notificó a Darcy que había escrito a Londres, él recibió una respuesta del señor Stein. Él vagamente leyó los saludos y fue directo a lo importante.
"Apenas recibí tu carta, decidí ir al establecimiento en la calle G*. Hablé con el encargado y me informó que la señora Y* fue a preguntar por W* tres o cuatro días después de que todo sucedió. Ella dejó una dirección para avisar si se sabía algo de él, lo que le dio a S* una idea. Él es excelente en la caligrafía.
Debes saber que W* escapó cuando vio que apenas estuviera recuperado tendría que casarse, por lo que viajó a Hampshire sin dar seña específica de dónde encontrarlo. Sugiero que disfrutes tu estancia con tu amigo, por lo menos un par de semanas más, hasta que yo pueda tener la certeza de que la búsqueda se ha detenido."
Darcy dejó escapar un suspiro de alivio y agradeció el esfuerzo de Stein y Samuel. Eso iba más allá de lo que él hubiera esperado de ellos. Si la señora Younge pensaba que Wickham estaba vivo en algún lado del país, entonces con ella terminaba todo. Él sabía que la sugerencia no lo era tal, y más bien se sentía como algo que debía hacer aunque no estuviera de acuerdo. Él pensaba dejar la región después de la cena en Longbourn para darle espacio a Bingley de proseguir con sus planes con Jane Bennet, pero esto cambiaba las cosas.
—
La carta del señor Stein le permitió relajarse un poco más en la cena del martes, y aunque no pudo hablar demasiado con Elizabeth, conversaron brevemente sobre Georgiana. Él, que todavía estaba enamorado de ella, le informó que permanecería dos semanas más en la región. El señor Darcy esperaba que las noticias revelasen un gesto que le diera esperanza, y así fue. Elizabeth sonrió y se atrevió a sugerir algunos paseos por la región que él podría disfrutar. Tal vez otro día él le pediría que lo acompañase.
Después del martes, le tomó una semana a Bingley declarar su amor a Jane. Fue una visita en la que él llegó demasiado temprano que las mujeres de la casa no estaban vestidas para recibir personas. Jane lloró de felicidad, el señor Bennet dio su consentimiento y la señora Bennet declaró que la boda sería espléndida.
V
Cuando llegaban a su fin las dos semanas de Darcy en Hertfordshire, él y el señor Bingley fueron a Longbourn. La señora Bennet mandó al grupo a caminar por el campo y aprovechar el buen clima. Elizabeth, que temía que sus esperanzas hubieran sido en vano y ni siquiera tendría la oportunidad de agradecerle por sus acciones, tomó la iniciativa.
—Señor Darcy, sé que he sido muy egoísta, y por pensar solo mis sentimientos, no he podido considerar cuándo he podido herir los de usted. Ya no puedo seguir postergando el agradecerle lo que hizo por mi hermana. Desde que me enteré de ello he deseado hacerle saber de la gratitud que siento. Si el resto de mi familia supiera, no solo sería mi agradecimiento lo que estaría expresándole.
Darcy esperaba que ella no supiera lo que en realidad pasó con Wickham, por lo que formuló una respuesta con cuidado. Él no solo estaba lidiando con un secreto, sino con el acelerado latido de su corazón por la emoción que ella despertó en él.
—Lamento que haya sido usted informada de lo que pudiera generarle alguna inquietud. Yo no creía que la señora Gardiner fuese tan poco discreta.
—No censure usted a mi tía. Lydia solo hablaba de su esposo y comentó que agradecía que usted hubiera intervenido. Yo no me sentí tranquila hasta conocer más detalles. Permítame que le agradezca, en nombre de toda mi familia, la generosa compasión que le indujo a molestarse tanto en descubrir el paradero de mi hermana. Asumo que ella, cuando se dio cuenta que Wickham la abandonó, no debió haber sido la persona más fácil para tratar. Gracias, señor Darcy.
—Si me lo agradece, que sea solamente en nombre de usted. No he de negar que el deseo de traerle tranquilidad a usted añadió fuerza a otras razones que me impulsaron a ello; pero su familia no me debe nada. Aun cuando los respeto, yo no pensé sino en usted— dijo él, un poco más calmado después de que la respuesta de ella confirmó ignorancia de la absoluta verdad.
Elizabeth, que de pronto sintió que perdía el aliento por la seriedad de la declaración, no pudo responder, y fue Darcy quien volvió a hacer uso de la palabra.
—Le pido que sea honesta conmigo y haga usted a un lado cualquier sentimiento de gratitud que previamente expresó. ¿Son sus sentimientos los mismos que en abril pasado? Dígamelo de una vez. Mi afecto y deseos no han cambiado; pero una palabra suya me hará callar para siempre.
—Incluso antes de que usted ayudara a mi familia, mis sentimientos por usted cambiaron, señor Darcy. Sepa que su declaración es recibida con alegría, y el afecto expresado, es recíproco.
Después de aquel intercambio, los dos experimentaron una felicidad jamás conocida, especialmente él, que tras recibir una respuesta favorable, se expresó en términos de un hombre profundamente enamorado.
Siguieron caminando sin preocuparse por el rumbo, y más tarde que el resto del grupo, llegaron a la casa.
Darcy habló con el señor Bennet al día siguiente, y a este no le sorprendió demasiado la petición del caballero, ya que durante el tiempo que él estaba en Longbourn pasaba la mayor parte del tiempo hablando con Elizabeth, o mirando en dirección de ella. Los caballeros estaban en la biblioteca discutiendo de manera preliminar el arreglo cuando Lady Catherine fue anunciada.
La señora Bennet le dijo que su sobrino estaba de visita en la casa, lo que provocó la ira de la dama. Sin saber realmente hacia dónde iba, ella abrió de golpe la puerta y confirmó la presencia de Darcy.
—Entonces es cierto. Has caído por las artimañas de una mujer inferior y te dejarás arrastrar por la señorita Elizabeth Bennet. Caerás en desgracia, Darcy.
Sin detenerse a saludar, o si quiera presentarla con el señor Bennet, Darcy se puso de pie y respondió:
—Soy un caballero, y ella es la hija de un caballero, mi Lady, no veo por qué debería decirse que mi unión es una desgracia. Usted no tiene motivos para objetar sobre a quién tomo como mi esposa.
—¿Y qué hay del decoro, el sentido de honor? ¿Qué hay de mi hija? Es una unión que ha sido planeada desde la infancia de ambos.
—¿Es eso cierto?—intervino el señor Bennet.
Darcy, que vio a Elizabeth aparecer en el umbral de la puerta, la miró a los ojos.
—Yo solo estoy comprometido con la señorita Elizabeth Bennet. Ella es la mujer que tomaré como esposa. Jamás habría hecho un ofrecimiento si me sintiera ligado a alguien más—él volvió la mirada a su tía y continuó—El compromiso del que usted habla jamás tendrá lugar, Lady Catherine. Llevo años diciéndole que debe desistir en sus intenciones.
Lady Catherine estaba por volver a protestar, pero el señor Bennet dio un golpe en su escritorio que silenció a todos.
—Si pretende usted seguir insultando a mi familia, me veré forzado a sacarla de mi casa, Lady Catherine. El señor Darcy ha sido claro.
—Jamás he sido tan insultada, nadie te recibirá después de esto, Darcy. Escribiré a tu tío. Y usted—dijo ella a Elizabeth—¿Así es como agradece mi generosidad cuando estuvo en Kent? La sola presencia de usted será una mancha en Pemberley.
—Lugar en el que no será usted recibida, Lady Catherine, a menos que sea capaz de respetar a la que será mi esposa—sentenció Darcy.
Lady Catherine dejó la casa murmurando más insultos, sin embargo, su presencia fue olvidada cuando la señora Bennet empezó a expresar su alegría por el compromiso de su segunda hija.
VI
Incluso si el señor Stein le escribió para decirle que el asunto de Wickham ya no era un problema, Darcy extendió su estancia en Hertfordshire y manejó sus asuntos por cartas. Las siguientes semanas transcurrieron en preparativos, visitas y más cartas respecto a la boda de las dos hijas de la familia Bennet, a quienes se les consideraba la familia más afortunada por haber atrapado a los ricos solteros del norte.
Fue dichoso el día que la señora Bennet vio partir a sus dos hijas mayores de su lado para formar una vida propia. Dos ausencias destacaron en la ceremonia: la de Lady Catherine y la de la familia Dalton, nadie echó de menos a la primera y hablaron sobre la segunda. Lydia, aunque no pudo asistir a la boda, envió cartas llenas de buenos deseos y felicitaciones.
—
Lydia y William Dalton pasaron de una amable amistad a un amor lleno de respeto y comprensión. Ella no volvió a ser tan alegre como antes de Wickham, y la cautela se convirtió en parte de su personalidad, no obstante, el cambio se reflejó para bien. Ella, a pesar de su juventud, fue admirada por su temperamento y ganó distinción entre las esposas de los militares. La disciplina de William le valió una excelente trayectoria, y juntos formaron una familia que se volvió un refugio para ambos. Tres años después de casarse dieron la bienvenida al primero de sus tres hijos, y fueron, en general, prósperos y felices.
—
La verdad de las acciones de Lydia jamás fue conocida por otras personas más allá de ella y su esposo, los Stein, Darcy y el señor Gardiner. Fue este el único secreto que los dos últimos caballeros ocultaron a sus esposas, hasta el último día en el que dejaron de respirar.