¡Hola!
Hacía mucho que no escribía algo. Me siento muy contenta de que Inuyasha me haya inspirado para lograr salir del bloqueo.
Espero que disfruten de la lectura.
Primer Declaración.
La noche era cálida y tranquila.
Los únicos sonidos presentes, provenían del trabajo de Kagome.
Agradecía que su madre hubiera guardado en su mochila un frasco con alcohol, pues le era de suma utilidad en momentos como ese, donde, luego de una batalla, alguno de sus amigos resultaba con una o varias heridas.
—Ya te dije que esto es innecesario, Kagome —renegó Inuyasha, por tercera vez.
—No voy a dejarte así estas heridas —respondió ella.
—¡Auch! ¡Eso duele!
Higurashi volteó inmediatamente para comprobar que tanto Shippo como Kirara, no hubieran sido despertados por el grito del Hanyo. Ambos habían terminado exhaustos luego de la última batalla, y no habían tardado en quedarse dormidos.
Kagome evitó soltar un suspiro. Ya estaba acostumbrada a escuchar a Inuyasha minimizando todos sus malestares, pero ella nunca se cansaría de preocuparse por él.
—Listo —anunció luego de terminar el vendaje en su mano.
Tomó un pedazo de algodón limpio y lo untó con un poco de alcohol, luego, sin pensarlo, se acercó a la mandíbula de Inuyasha, donde un corte dejaba ver su piel rojiza y un poco inflamada.
Kagome frunció ligeramente ambas cejas, concentrada en limpiar aquella herida. Pero fue justo cuando se separó un poco para ver mejor su trabajo, que se dio cuenta de lo cerca que estaba de Inuyasha.
Ambos, sentados sobre el verde césped y bajo una luna brillante. Juntos, cara a cara y a una distancia corta, lo suficiente para que, inclinándose tan solo un poco, sus labios pudieran rozarse.
El pensamiento de ambos besándose fue tan repentino e inesperado, que sintió una oleada de calor apoderarse de sus mejillas.
Levantó la mirada, apenada, y, para su mala suerte, él la estaba observando fijamente.
No pudo apreciar mayor detalle, pues el Hanyo se puso de pie.
—Inu... —Las palabras de Kagome se quedaron en un susurro que se esfumó junto con el viento, pues fue interrumpida.
—Miroku y Sango ya vienen.
Fue entonces que recordó que sus dos amigos se habían ofrecido a traer un poco de leña para evitar que su fogata improvisada se apagara.
Kagome abrió sus labios, pues sentía que debía decir algo. Pero, ¿qué?
Inuyasha se encontraba dándole la espalda, mirando en la dirección donde pudo apreciar que sus amigos se acercaban a ellos.
¿Se habría percatado de sus pensamientos?
Quizá lo había incomodado. De ser así debía disculparse.
Era común que Inuyasha se comportara un poco distraído e indiferente cuando ella lo tocaba o curaba sus heridas, pero nunca había actuado de la manera en la que acababa de hacerlo.
Llevaban bastante tiempo conociéndose y compartiendo una aventura y un largo camino. Habían creado un fuerte lazo entre ellos, pues se trataba de una relación más estrecha y cercana de lo que una amistad solía ser.
Podía sentirlo, cada día que compartían, cada momento que disfrutaban. En cada palabra dicha, en cada una de las acciones que uno hacía por el otro.
Una punzada de dolor y preocupación llegó a ella. Quizás Inuyasha se sentía incómodo por sus atenciones, tal vez incluso le molestaban.
Ella nunca había pensado en eso.
Pese a los celos que él solía mostrar hacia ella, sobre todo en las ocasiones donde se topaban con Koga…
¿Realmente le molestaba a Inuyasha que ella…?
—¿Estás bien, Kagome?
La dulce voz de Sango logró sacarla de su ensimismamiento. No había notado que Sango y Miroku ya habían llegado hasta ellos.
—Sí. Me alegra que estén de vuelta. —Se sentía tranquila de que, al menos, lo segundo que dijo era verdad.
—Señorita Kagome, está un poco pálida, ¿está segura de que se encuentra bien?
No tuvo oportunidad de responder, pues, de nuevo, Inuyasha la interrumpió.
—Deberías ir a descansar, Kagome —recomendó su voz ligeramente ronca, sin embargo, no la miró—. Ahora vuelvo. —Avisó, alejándose de ellos.
—¿A dónde vas? —inquirió Miroku.
—Solo me aseguraré de que no tengamos visitantes inesperados esta noche.
Kagome se quedó mirando por donde se había marchado. Sabía que Inuyasha había evitado mirarla durante todo aquel momento, y eso solo incrementó la incómoda sensación que comenzaba a anidarse en su pecho.
—¿Kagome?
Higurashi supo interpretar la mirada que Sango le dirigía. Su amistad había creado un hermoso lazo entre ellas, así que en ocasiones ya no eran necesarias las palabras para entenderse una a la otra.
Kagome le regaló una ligera sonrisa, y negó suavemente con la cabeza.
—¿Les molesta si descanso un rato?
—No te preocupes —tranquilizó la exterminadora, comprendiendo—, nosotros cuidaremos hasta que Inuyasha regrese.
Al recostarse sobre el saco de dormir que solía llevar a la época feudal, no pudo ignorar el nudo que se había formado en su garganta. Decidió cerrar los ojos, y esperar a que el sueño la rescatara.
Supo que había amanecido, pues sus ojos entreabiertos captaron la brillante luz de sol.
No tardó en encontrarse sentada, para luego tallar suavemente sus ojos.
—Oh —exclamó después de dar una ojeada a su alrededor. Todo estaba bañado con la luz que el sol de la mañana les regalaba. El verde césped brillaba en distintas tonalidades, y su piel podía sentir la calidez donde el sol se colaba entre las copas de los árboles que los cubrían.
—¿Te encuentras mejor, Kagome? —preguntó el pequeño Shippo, quien acababa de dar un salto para aterrizar en sus piernas y mirarla.
Un gemido sorprendido salió de su garganta.
—He dormido de más. —No necesitaba preguntarlo, pues el agua calentándose a unos metros de ella, y las sopas instantáneas que Miroku estaba preparando junto a Sango, le indicaron que era algo tarde.
—No queríamos despertarte. Parecía que necesitabas descansar.
Kagome asintió hacia Sango. No quería preocuparla con algo que a ella le parecía patético. No había tiempo para pensar en esas cosas cuando todo el tiempo tenían que estar alerta ante Naraku o cualquier otro demonio.
—Me siento muy bien. Déjenme ayudarles.
Recogió y guardó su saco para dormir, luego se levantó dispuesta a ir a ellos.
—¡Oye! —La voz de Inuyasha la hizo sentir como si hubieran vaciado un balde de agua fría sobre ella.
—¿Qué sucede? —preguntó sin mirarlo. Un estremecimiento la recorrió.
—¿Estás segura de que te encuentras bien?
Kagome le dedicó una rápida mirada y asintió, luego se sentó junto a Sango y rápidamente se acopló a la tarea que llevaban a cabo.
Sabía que se estaba comportando como una niña. No lograba aparentar naturalidad en ninguna de sus acciones. Pero lo prefería así, si eso ayudaba a hacer sentir mejor al Hanyo.
Inuyasha frunció las cejas. Kagome se estaba comportando de una forma muy extraña. No pudo evitar sentir una incómoda sensación ante su frío trato. Cada mañana Kagome despertaba e inmediatamente lo buscaba con la mirada, luego le preguntaba si había pasado una buena noche. Aquella atención de su parte, le hacía sentirse emocionado, como si algo dentro de su estómago le provocara cosquillas.
Era la primera vez, con condiciones normales y sin que ningún enemigo los interrumpiera, que ella no lo hacía. Cerró los ojos. Era ridículo, pero no podía negarse a sí mismo la intensidad en que aquello le afectaba.
Ella estaba decidida en hacer las cosas más sencillas y cómodas para Inuyasha. Suficiente tenían con todos los problemas que Naraku les causaba.
El ambiente entre ellos era un poco tenso, y todos parecían notarlo. Incluso, comenzaron el almuerzo en silencio. Pero al menos, éste no duró mucho.
—¡Oye, esa es mía! —El repentino grito del pequeño Shippo alertó a todos.
—No, ésta es la que yo siempre elijo —alegó Inuyasha.
—¡Eres un mentiroso!
Miraban incrédulos que una sopa instantánea fuera la causante de una disputa entre aquellos dos.
Kagome estaba dispuesta a que tomaran la suya si eso solucionaba el problema, cuando el más pequeño comenzó a dar saltitos.
—¡Ay, ay, ay! ¡Arde! —se quejaba Shippo.
Un gemido logró escaparse de los labios de Inuyasha. Ambos habían terminado volcando la sopa y quemándose las manos con el agua caliente. Solo ellos habían sido capaces de forcejear con un vaso de agua hirviendo.
Kagome no dudó ni un momento y corrió hacia su mochila. Sacó una pomada especial que su madre solía untarle en las quemaduras ligeras.
—Esto ayudará a que ya no arda. —Con dulzura, tomó la pequeña mano de Shippo, y untó de aquel remedio en la zona que notaba rojiza.
Afortunadamente solo había sido una quemadura muy superficial.
—¡Muchas gracias, Kagome! —Los infantiles ojos de Shippo, brillaron sorprendidos y agradecidos por igual.
—¿Quieres un poco? —ofreció a Inuyasha.
Éste dejó escapar una ligera carcajada.
—Esto no es nada.
—Bien —fue la sencilla respuesta de Kagome, seguido de ésta, guardó la pomada.
Todos se quedaron atónitos ante lo que acababan de presenciar. Incluso Kirara soltó su característico sonido, pues la sorpresa también le había invadido.
No era un secreto para nadie el que Inuyasha siempre se negara a aceptar sus dolencias. Sabían que lo hacía para no preocuparlos y no dejarse ver vulnerable, pero Kagome nunca lo aceptaba, ella siempre estaba dispuesta de ayudarle y curarle.
Inuyasha observó cada uno de los movimientos de ella, pero estaba distraído. Su mente era un caos.
Algo le sucedía a Kagome, pero no podía averiguarlo en ese momento. Necesitaba hablar con ella a solas.
La situación no pareció cambiar cuando terminaron sus alimentos, y con esto, su humor se llenó de una molestia mayor.
Todo empeoró cuando decidieron que era hora de partir.
—¿Por qué irás con Kirara? —Inuyasha decidió ignorar que tenía la atención de todos puesta en él, pues su tono había revelado su molestia.
—Al monje Miroku no le molesta que vaya con Sango.
—Pero a mí sí —respondió sin pensarlo. En otras circunstancias, probablemente se hubiera avergonzado de mostrarse de esa forma, pero encontraba que la situación comenzaba a afectarle cada vez más.
—¿Qué?
—Tú siempre vas conmigo. Mi obligación es protegerte.
Algo asomó en los ojos de Kagome, pero no logró descifrarlo.
—No tienes que hacer nada que te sientas obligado a hacer, Inuyasha.
La molestia se fue enseguida. Su tono vacío solo logró encender una llama de preocupación en él.
—Kagome…
—Abajo.
Ya sabía que aquello no llevaría a ningún lugar con lo tercos que eran ambos, así que Kagome prefirió acabar la disputa de una vez por todas.
Sango y Shippo, quien se había acomodado en el hombro de Higurashi, compartieron una mirada. Sabían que algo sucedía, pero mientras Kagome no pareciera querer compartirles lo que pasaba, ellos preferían darle su tiempo.
Inuyasha supo que Kirara había emprendido vuelo, y eso aumentó su enojo y desconcierto a partes iguales.
Adolorido, se levantó y sacudió la tierra que se había pegado a sus ropas.
—¿Qué rayos le sucede? —preguntó al aire, a nadie en particular.
—Se ve muy molesta. —La tranquila voz de Miroku, rompió la tensión que se había apoderado del ambiente—. ¿Sucedió algo anoche mientras mi querida Sango y yo estuvimos ausentes?
Inuyasha solo necesitó de un momento para captar el doble sentido en la pregunta del Monje.
—¿Qué?
—No te juzgaré, amigo mío. Puedes contarme lo que sea.
Gruñó, y giró los ojos.
—Vámonos ya.
Prefirió ignorar a su amigo, y comenzó a correr para alcanzar a Kirara. Ese pervertido no tenía remedio.
No le agradaba la idea de separarse de Kagome. Así que procuró darse prisa.
Al menos, esquivando ramas, y con la ayuda del viento golpeando su rostro, esperaba poder distraerse un poco.
Kirara gruñó, y Kagome supo enseguida que no se había equivocado.
Algo se acercaba a ellas.
—Sango. —La voz de Kagome sonaba decidida, y sabía que no necesitaba decir nada más. La exterminadora también lo había notado.
—Sí.
Kagome apenas pudo poner la mano sobre su arco, cuando los vieron.
Una horda de demonios venía a toda velocidad hacia ellas. Estaban preparadas, sin embargo, no contaban con la gran cantidad de ellos.
—¡Hiraikotsu!
Fue un golpe certero y bastante efectivo, pero los demonios las superaban en número, y comenzaban a rodearlas con rapidez.
—Son demasiados —gritó el pequeño Shippo, justo cuando Kagome lanzaba una de sus flechas.
—¡Cuidado, Kirara! —alertó la exterminadora.
Kirara intentó esquivar a los demonios que las sorprendieron por la derecha, pero fue golpeada en el camino.
A pesar de que no habían estado volando a gran altura, Kagome sintió el fuerte dolor que llenó su costado al caer directo en el suelo. Había algo de césped, pero eso no disminuyó el dolor del impacto.
—¡Kagome! ¿Estás bien?
Asintió hacia Shippo, comprobando que él también se encontraba bien, luego buscó a Sango con la mirada.
—¿Dónde está Sango?
—Estoy bien —respondió la aludida. Parecía adolorida pero logró levantarse.
El grito de Shippo las distrajo. Los demonios bajaban a gran velocidad directo a ellas. Ambas se posicionaron para atacar, pero sabían que solo serviría para unos cuantos, probablemente fueran alcanzadas por algunos.
—¡Garras de acerco!
Kagome abrió los ojos justo para ver los pedazos de demonios caer a su alrededor.
—Inuyasha. —El llamado de Kagome le preocupó.
—¡Kagome! ¿Se encuentran bien?
Ella asintió, un peso invisible pareció dejarla libre en cuanto escuchó la voz de Inuyasha. No tuvo tiempo de decir ninguna palabra, pues cada vez parecían llegar más demonios al lugar.
—¡Agujero negro!
—¡Hiraikotsu! ¡No! ¡Deténgase, excelencia!
Kagome lanzó una flecha de nuevo, los demonios no paraban de llegar, además de que la presencia de insectos venenosos, los ponían más tensos.
—¡Kagome, cuidado! —escuchó la voz de Shippo en cuanto lanzó una flecha más, pero al girar, varios demonios se acercaban a ella, quitándole toda oportunidad de disparar y defenderse. Cerró los ojos esperando el golpe, pero nunca llegó.
Abrió los ojos cuando Inuyasha la llevaba en el aire. La dejó sobre unas pequeñas rocas que bordeaban uno de los árboles.
—Kagome ¿Estás bien? ¿Te lastimaste?
Encontró su mirada. Sus ojos dorados brillaban, pero su rostro denotaba una preocupación latente.
—Estoy bien.
Él asintió.
—¡Hiraikotsu!
La voz de Sango era casi un grito que dejaba ver la urgencia que tenía por acabar con los atacantes.
Inuyasha le dedicó una mirada a Kagome, luego dio un salto posicionándose en uno de los árboles cercanos.
—¡Déjenmelo a mí! —pidió.
Todos entendieron de inmediato. Gracias al tiempo que habían pasado juntos, sabían cómo reaccionar sin ni siquiera tener algo planeado.
Inuyasha se preparó, y posicionó a Colmillo de Acero.
—¿Qué esperan? ¡Vengan y atáquenme!
Los demonios aceptaron la petición y no dudaron en tomar dirección hacia él.
Inuyasha solo esperó unos cuantos segundos.
—¡Viento cortante!
A pesar de encontrarse fuera del camino del Viento Cortante, una fuerte ráfaga de viento alcanzó a Kagome y a los demás, pero no les hizo daño alguno, pues sabían cómo protegerse del mismo.
Una vez se dispersó la gran nube de tierra que Viento Cortante había dejado a su paso, se permitieron abrir los ojos y observar como los demonios caían hechos pedazos.
El lugar se llenó de un horrible olor. Sangre de demonio.
—¿Están todos bien? —Kagome corrió hacia los otros.
—Sí —respondió Sango, luego giró hacia el monje—. ¿Cómo se encuentra, excelencia?
Sabían que Miroku había absorbido algunos de los insectos venenosos, los cuales lograban mermar su salud con gran facilidad. Esto era causa de todo el veneno que ya había ido acumulando con el pasar del tiempo.
—Me encuentro bien. —Pese a intentar sonar seguro de su respuesta, no logró ocultar el ligero temblor de su voz. Necesitaba descansar.
Todos se movieron en una sincronía que demostraba el excelente equipo que habían logrado formar.
Sango ayudó a Miroku a subir a Kirara, y, con Kagome y Shippo en la espalda de Inuyasha, se alejaron en buscar de un mejor lugar para descansar.
Todos eran conscientes de que ese tipo de batallas podían presentarse en cualquier momento, era por ello que procuraban estar juntos todo el tiempo. No les gustaba encontrarse en desventaja ante los ataques de Naraku.
No se alejaron mucho, pues realmente necesitaban descansar, especialmente, lo requería el cuerpo de Miroku.
Se encontraron con un solitario y agradable río, su alrededor estaba rodeado de plantas y árboles, así que decidieron parar en ese lugar.
Shippo corrió al agua para poder lavarse un poco la tierra que se había pegado en sus ropas, Kirara prefirió tirarse a descansar sobre el césped.
—¿Cómo se encuentra, excelencia?
—Con estas atenciones tuyas, mi adoraba Sango, comienzo a sentirme totalmente revitalizado.
La exterminadora no tardó en sentir la caricia que le dedicaba la mano del Monje.
Luego del bofetón que Miroku recibió de parte de Sango, Inuyasha supo que ya podían relajarse.
Les daría tiempo a solas a esos dos. Así él también aprovecharía para hablar con Kagome.
La buscó con la mirada, pues se había alejado hacia el río para enjuagar sus manos.
—Kagome.
—Inuyasha… —Fue como un susurro, pero claramente audible para él. Ella lo inspeccionó con la mirada, asegurándose de que no se encontraba mal herido.
No se acercó a él, no tomó su mano. El Hanyo no pudo ignorar aquello, y tampoco quería hacerlo. Apretó los labios antes de hablar.
—¿Podemos hablar?
Kagome parpadeó, confundida por un momento, pero no tardó en recordar lo que había pasado la noche anterior.
Asintió. Fuera lo que fuera que él tuviera que decirle, ella lo soportaría por él.
No le sorprendió que Inuyasha la tomara en brazos, y que luego se alejara unos cuantos metros.
Podían ver perfectamente el lugar donde se encontraban descansando sus amigos, pero era la distancia suficiente para que pudieran tener una conversación privada, pues claramente era lo que Inuyasha deseaba.
Se sentó a la orilla del río, y Kagome supo que tenía una invitación a hacer lo mismo, así que, guardando un poco de distancia, tomó asiento a su lado.
El agua frente a ellos les regalaba un aire fresco y tranquilo. Era un paisaje y ambiente que agradecían luego de haber tenido que librar una batalla.
De reojo, Kagome pudo apreciar un movimiento en su acompañante.
—¿Por qué estás alejándome?
Había un revoltijo de emociones dentro de ella. No esperaba que él fuera tan directo.
—Yo…
—Kagome, mírame.
Rápidamente llevó sus ojos a la mirada dorada y profunda que se encontraba a su lado.
No podía mentirle. No a él.
—Intentaba respetar tu espacio.
Sus pobladas y oscuras cejas se movieron, en un gesto claro de confusión.
—¿A qué te refieres?
No soportó más, así que llevó sus castaños ojos de nuevo hacia el agua que se movía suavemente frente a ellos. Trató de ordenar todo aquello que daba vueltas en su cabeza, necesitaba expresarse lo más claramente que pudiera hacerlo.
—Anoche, cuando estaba curando tus heridas, te apartaste, y luego ya no me miraste. Pensé que te había molestado cuando toqué tu rostro. —Sonrió con ternura—. Me gusta estar cerca de ti, no puedo evitarlo, pero no quiero que toleres eso solo por mí.
—¿Qué dices? —preguntó, confundido.
Se armó de valor y volvió a mirarlo.
—No quiero que estés incomodo por mi culpa. Tampoco que toleres cosas de mí que te molestan. Lo único que deseo es que estés bien. Sé que no estás acostumbrado a ese tipo de atenciones.
Kagome no supo cuánto tiempo pasó, pero no perdió de vista ningún gesto de Inuyasha. Aun con eso, no logró adivinar nada de lo que sus ojos decían.
—Espera, ¿crees que me molesté porque me tocaste?
—¿No es así?
No sabía que le sorprendía más. Si el hecho de que él lo dijera de esa manera tan natural, o que entendió realmente lo que ella no se atrevía a decir directamente.
—No seas tonta, claro que me gusta que me toques.
Sus miradas se quedaron clavadas una en la otra. Parecía como si ambos trataran de procesar todas aquellas cosas que acababan de ser declaradas.
Inuyasha sabía que Kagome no malinterpretaría sus palabras, la conocía demasiado bien. Y ella lo conocía a él.
Además, habían pasado tantas cosas juntos, como para que un malentendido así los distanciara. Entre ellos existía una confianza completa y fuerte.
Kagome se sintió muy apenada. De pronto, todo aquello le había parecido una tontería.
Se había dejado llevar por sus miedos, y por todas aquellas cosas que habían sucedido y que la habían lastimado.
—Lo lamento, creo que exageré mucho las cosas.
Una ligera brisa pasó entre ellos, despeinando y alborotando sus cabellos.
Inuyasha elevó una mano, y acomodó los cabellos rebeldes que se habían despeinado de la oscura melena de Kagome.
—Kagome —Inuyasha guardó silencio por un momento. Todavía le costaba trabajo expresarse con palabras cuando sus impulsos no se hacían presentes—, a mí también me gusta mucho estar cerca de ti. Incluso, cuando —el calor de sus mejillas le avisó de su repentino sonrojo, pero eso no lo detuvo, necesitaba decírselo—, cuando me curas. Amo que lo hagas.
—Inuyasha…
—Anoche tu rostro se puso extraño. Creí que mirar la sangre en mi piel te había afectado, así que preferí alejarme y que no siguieras viendo mis heridas. Sé lo testaruda que eres.
Kagome sonrió.
—Lo lamento…
—No —la interrumpió—, no te disculpes por eso. Kagome, quiero que sepas que me gusta tenerte aquí, a mi lado. Me gusta que me toques, que te preocupes por mí. Mi obligación es cuidarte porque me importas, y no me perdonaría que te sucediera algo.
Inuyasha nunca antes le había dicho algo como eso. Nunca antes se había sincerado y abierto de esa manera con ella. Claro que ya habían pasado demasiados meses desde aquella primera vez que vio a ese muchacho que no confiaba en ella.
Ese chico ahora tenía amigos que se preocupaban por él. Y la tenía a ella, incondicionalmente.
Kagome se acercó más a él, y, sin dudar, recargó la cabeza en su hombro. Se permitió sentir y disfrutar de la calidez y paz que él le transmitía. Sobre todo, en ese momento en que tenía la certeza de que su cercanía no le molestaba.
Inuyasha no dudó en levantar su brazo, y dejar descansar la mano en su hombro. Eso hubiera sido algo impensable para él, un acto que jamás imaginó que se atrevería a realizar. Pero ella le daba la seguridad y la valentía de hacerlo, pues sus miedos lograban desaparecer cuando estaba a su lado. Recargó la cabeza en la sien de Kagome, y se permitió disfrutar del dulce olor que emanaba su cabello.
Ya no hubo más palabras, pero sus corazones se encargarían de encontrar la manera de expresar todo aquello que se encontraba dentro de ellos.
"Siempre estaré a tu lado, Inuyasha."
"Mi obligación es cuidarte, porque me importas y porque te quiero, Kagome."
Notas de la escritora:
Es la primera vez que escribo sobre Inuyasha, y estoy muy feliz con el resultado.
Amo muchísimo el Inukag, se han robado mi corazón por completo.
Yo siento que esto pudo haber sucedido en algún momento entre ambos. Un punto en el que sentían algo muy especial por el otro, pero se dieron cuenta por momentos como éste que ese lazo era muchísimo más fuerte de lo que imaginaban.
Tengo varias ideas para Inukag en mente, espero poder plasmarlas pronto con otras historias.
Un abrazo.
Faty.