Beso de bienvenida
Los rumores sobre No.6 se extendían como fuego en los eriales. Elyurias había exigido una promesa a cambio de una oportunidad, pero con cada nueva palabra de cómo se llevaban a cabo las gestiones en la metrópoli, Nezumi se cuestionaba en qué momento el caos se desataría de nuevo. Y comprendía que gran parte de ello era su culpa, porque conocía a Shion.
Lo había visto en su máximo esplendor y también en su punto más bajo, allá donde nadie siquiera imaginaba que alguien como Shion pudiera llegar. Comprendía que, quizás, si no lo hubiera dejado solo, los sucesos no se hubieran tergiversado de ese modo. Porque era difícil pensar en las amenazas pasivo-agresivas de Shion, de cómo controlaba la ciudad valiéndose de sobornos verbales y evidencias que Nezumi aún no comprendía de dónde sacaba.
Era como el abogado del diablo, escondido tras su dulce sonrisa y el candor de sus ojos.
Necesitaba reunirse con él, hablar, preguntarle si podía ayudarlo con algo, simplemente estar, como no estuvo en esos años. Además, aparte de su preocupación, quería verlo de nuevo porque extrañaba la calidez de su piel, lo fácil que era para él comprenderlo, las fascinación en sus ojos cuando se encontraba con los suyos. Extrañaba poder ser a su lado.
Su corazón se encogió cuando divisó, en la pequeña casa en que seguía viviendo Shion con su madre, la ventana de su habitación abierta. No le costó trepar por un árbol hacia una enredadera para luego auparse por el alféizar, aunque sí tuvo problemas pasando el cuerpo por el diminuto espacio. Recordó la enorme ventana en Chronos cuando ambos tenían once años, el tifón, lo ridículo que le pareció verlo gritar, cómo los ojos se le anegaron al atisbar un hilo de esperanzas del cual atarse en su trasnparente mirada que evocaba el más cálido de los chocolates.
Ahora, la ventana era pequeña, pero aún podía entrar.
La habitación estaba impregnada con el ligero aroma de Shion, uno que solo le pertenecía y que Nezumi, en su tiempo, le había gustado que se mezclara con el suyo y el de sus libros. La disposición de los muebles era sencilla y solo la colección de libros y una foto con su madre, Inukashi, Rikiga y el pequeño Shion, le dieron la impresión de que estaba en la habitación correcta.
Parpadeó, incrédulo, cuando vio los desgastados tomos de Shakespeare perfectamente colocados en el librero. Una sonrisa de añoranza se pintó en sus labios cuando los asió y pasó las hojas. Estaba en mejores condiciones de lo que recordaba, quizás después de pasar por algún proceso de restauración. Se sentó en la cama, con cuidado de no desarreglar las sábanas alisadas concienzudamente, y empezó a leer, rememorando su tiempo con Shion, cuando empezaba a descubrir el mundo y hallaba belleza en la inmundicia.
No alzó la cabeza hasta que lo presintió bajo el dintel, antes de que él lo viera. Sus miradas se encontraron y a Nezumi le pareció que la expresión de Shion se desarmó con el más leve tremor en sus labios, pero luego se endureció como un animal al que han herido demasiado.
—¿Qué haces aquí? —susurró
—Quería ver si estás bien.
Shion separó los labios y luego los apretó con reproche, quizás reclamándole por todas las veces que él había querido verlo sin estar en las mismas condiciones, sin saber dónde diablos se había metido. Y Nezumi se sintió culpable.
—Ya viste que estoy bien —dio dos largas zancadas hacia la pequeña ventana—, puedes marcharte por donde viniste.
Pero cerró la ventana, frunció el ceño apenas y se cruzó de brazos. Arremetió sus ojos carmesí contra los acerados de Nezumi. La luz del sol del ocaso escindía sobre el cabello de Shion y Nezumi no pudo evitar compararlo con el mágico color de la nieve cuando es rozada por los primeros rayos del sol después de una nevada nocturna.
—Shion —paladeó su nombre y notó el efecto que tuvo en el joven, cómo metió aire por entre los labios—. Lo siento.
Incomprensión. Su rostro lo denotaba en cada pequeña arruga que alteró su expresión. Pero, en la cadena de emociones asomándose en su faz, hubo una que perduró: vulnerabilidad. Era su cara de no comprender la situación, a él, a no sabía qué.
—¿Por qué? —susurró, sus brazos cruzados de repente abrazándose a sí mismo.
—Por no haberme quedado cuando sabía que me necesitabas —dijo Nezumi, levantándose, acercándose una paso a la vez como quien lo intenta con un cervatillo herido—. Por dejarte cargar con esta responsabilidad, con una promesa que nos corresponde a los dos. Por las noches de anhelos, por la ventana abierta... Fui egoísta.
—No... —Agitó la cabeza, alzando el rostro para intentar dilucidar algo en la expresión aún más asertiva, en el rostro bronceado, en la calidez de su mirada—... —De nuevo el ligero tremor y se cubrió el rostro con una mano—. ¡Te extrañé tanto!
Sonó desesperado, a punto de derrumbarse, pero Nezumi acortó la distancia entre ambos para rodearlo con sus brazos, para sujetar los fragmentos que amenazaban con desplomarse. Shion se apoyó de su pecho, su cuerpo sufriendo espasmos, sin llorar las lágrimas que había llorado por muchas noches hacía años antes quedarse seco, como un cascarón vacío.
—Lo siento —dijo Shion, como un niño que admite que se ha equivocado.
—Está bien —Nezumi lo consoló, acarició su espalda y no se separó hasta que él lo hizo, con las mejillas irritadas y los ojos enrojecidos.
—Nezumi, ¿te vas a quedar?
—Por el tiempo que me quieras a tu lado, Shion. Tengo muchas cosas que contarte. Espero que, cuando decidas que debo irme, sea contigo a mi lado.
Shion lo miró con una incipiente llama de esperanza empezando a refulgir en sus ojos. Pese la dubitación, dijo:
—Nezumi.
—Te escucho.
—¿Puedo darte un beso de bienvenida?
Nezumi parpadeó, pero curvó los labios. Habían compartido dos besos, castos, teñidos de inocencia, pero con tintes que anticipaban el inexorable desenlace de los eventos. Besos de despedidas que eran dulces, pero dejaban un regusto amargo al recordarlos. Por eso el corazón de Nezumi se agitó, solo un poco, lo suficiente para que un tenue sonrojo espolvoreara sus mejillas, lo suficiente como para que se inclinara hacia Shion para acortar la distancia y acariciar sus labios en un beso que a ambos les supo a eterno.