Ranma 1/2 no me pertenece. Este fanfic está escrito por mero entretenimiento.
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—Cero—
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Capítulo 1: No me cuentes cuentos
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Había una vez, en un lugar muy, muy lejano, un joven arrogante.
El joven vivía ajeno a los problemas de los demás, dañando terriblemente con su actitud despreocupada y provocando el caos a su alrededor. Fue por ello que sus padres, cansados de su comportamiento decidieron darle un buen merecido y le prometieron en matrimonio con una inocente aunque tozuda muchacha. Una mujer que no toleraría sus aventuras y destrozos.
Pero el joven no entendía de sentimientos o amabilidad, era demasiado arrogante. Fue por ello que trató a la muchacha con desdén dando por hecho que bastaría con su mera existencia para cautivarla. La insultó, la despreció e incluso la ignoró profundamente. Pero todo era un rebuscado plan para que ella rogara por su compañía, pues cuanto más arrogante se mostraba, más tozuda era ella.
Demasiado tarde descubrió que los insultos no podían competir con la amabilidad, y que las malas palabras permanecían por siempre en el alma, alejando más y más el corazón de su prometida. Pero no rectificó, su equívoco le hizo volverse orgulloso.
Hasta que llegó el día en el que el silencio que se había forjado entre ellos fue más profundo que un océano, más vasto que un desierto. Hasta que un día el joven desapareció de la vida de la muchacha, con su arrogancia y su orgullo, dejando tras de sí el caos que había traído.
—¿Así termina el cuento? —preguntó la pequeña y somnolienta niña, tapándose con las sábanas.
—Sí, cariño.
—Es un cuento muy triste —Se quejó.
—Supongo que lo es —contestó ella.
—Qué tontos —La pequeña hizo un mohín con los labios.
La joven suspiró mientras acariciaba su frente.
—Sí, que tontos.
—Buenas noches, tía.
—Buenas noches, Aya —Se levantó de la silla que ocupaba junto a la cama de su sobrina y con lentitud cerró la puerta tras de sí.
Bajó las escaleras de su antigua casa y se dejó caer de forma pesada sobre uno de los cojines alrededor de la mesa baja del salón. No encendió la televisión, en lugar de eso sacó de su bolso el par de revistas deportivas que habían salido a la venta aquella semana. Siempre compraba las mismas, y había comenzado a pensar que lo hacía como una autómata más que movida por un interés real. Intentó no mirar la portada y pasó el artículo central con cierta rabia, aunque sabía que más tarde, quizás en la tranquilidad de su piso no podría evitar caer en la tentación de leerlo como una triste adicta, como una psicópata obsesionada, como siempre hacía.
Levantó una ceja ante la escabrosa noticia que llevaba resonando varios días en los medios nacionales. Un luchador joven había sido encontrado muerto en una habitación de hotel. Un suicidio. Lo curioso es que el luchador estaba comenzando a destacar en su carrera deportiva y las esperanzas sobre su brillante futuro estaban por las nubes. También la presión, obviamente.
—Ya estamos en casa —anunció la voz de su hermana desde el recibidor.
Guardó las revistas con premura en su bolso y se puso en pié, se dirigió hacia la puerta y recibió a la pareja con una cálida sonrisa.
—¿Lo habéis pasado bien?
—Si, muchas gracias por cuidar de Aya, ¿qué tal se ha portado? —dijo Kasumi mientras se deshacía de sus zapatos.
—Estupendamente, es una niña encantadora.
—Además, adora a su tía —apostilló su hermana mayor, satisfecha—. ¿Cenaste?
—Sí gracias, comí algo de lo que dejaste en la nevera. Bueno, creo que es hora de irme a casa —concluyó la chica tomando sus zapatos, la pareja se miró con preocupación.
—Akane, no hace falta que te vayas a estas horas de la noche. Sabes que puedes usar tu antiguo cuarto siempre que quieras —dijo el doctor Tofu, intentando convencerla.
La chica negó con una sonrisa.
—Me están esperando, hablamos mañana, ¿de acuerdo?
Siempre había tenido la energía de un torbellino, y con los años, aunque aquel desaire adolescente se había visto opacado por el devenir del tiempo, no así ocurría con su espíritu. Era imposible convencerla, cuando se le metía una idea en la cabeza iba a por ella hasta el final.
Salió de la vieja casa y cerró a sus espaldas las dos pesadas hojas de madera maciza que guardaban la entrada. Suspiró y agarró con fuerza el bolso que colgaba de su hombro.
Tenía al menos veinte minutos de camino, pero eso jamás había sido un problema. Vestida con unos vaqueros ajustados y unas simples deportivas avanzaba resuelta por las oscuras calles, encogiéndose en su larguísima chaqueta de punto que llegaba colgando hasta sus rodillas.
Echó el vaho de su aliento sobre sus manos heladas, pronto comenzaría el invierno. Indiscutiblemente miró con nostalgia la alambrada verde, cada vez más deslucida, que acompañaba el canal de agua de la ciudad. Y de allí su vista se perdió en el horizonte.
Intentaba no pensar en él, o al menos hacerlo lo menos posible. Se repetía una y mil veces que no valía la pena, que en su cabeza no podía ocupar parte de sus pensamientos diarios. Intentaba comportarse como una adulta, una responsable.
Al fin y al cabo, ¿cuántas veces habría pensado en ella él? Nunca. Ninguna. Jamás.
Y más desde que comenzó a viajar por el mundo entero con su apretada agenda, ganando torneos internacionales. Ese idiota la había olvidado con la misma velocidad que se había instalado en su vida. Hacía años que no se veían, ya mucho menos hablar.
Ella era la única que continuaba atrapada en el tiempo, congelada absurdamente por su arrogancia. No le esperaba, ya no. Había pasado página, o al menos eso le gustaba creer.
Podía seguir viviendo sin Ranma Saotome.
Aunque en días como aquel… a veces imaginaba que todo podría haber sido muy diferente.
Apretó el paso, más adelante, pegado a la cerca del canal adivinó una sombra agazapada. Según se acercaba comprobó que no era más que un pobre ejecutivo borracho, quien con traje y corbata parecía dormitar en un estado que rondaba la inconsciencia.
Puso mucho cuidado en esquivarle.
—¿Akane?
Lo que faltaba. Se giró tan asustada como fastidiada, que un borracho del barrio la reconociera a altas horas de la noche no resultaba para nada tranquilizador.
—¿Eres Akane? —volvió a preguntar con su lengua trabada por el alcohol, poniéndose en pie despacio, teniendo buen cuidado de no volcar en ningún momento la lata de sake tibio que sostenía en la mano derecha.
Le observó muda como una tumba, mientras su portentosa altura se alzaba ante ella y poco a poco su cerebro armaba un complicado puzzle haciéndole entender que no se encontraba ante una visión, ni un producto de su imaginación. La voz tomada la había engañado durante un instante, pero desde el principio supo que le conocía.
El traje que llevaba estaba arrugado y su pelo revuelto, como si lo hubiera tomado una y mil veces, maleándolo sin control. Aún así su porte era impresionante. Los músculos pectorales se marcaban sobre la camisa semi abierta, y aquella característica trenza había pasado a armarse como una coleta que caía sobre su hombro igual de desordenada que el resto del conjunto.
Tragó saliva, tan sorprendida como si se encontrara con un tigre en mitad de la calle. Apenas dejó caer la mandíbula articulando su nombre.
—¿Ranma? —dijo, y en respuesta él suspiró y sonrió, obviamente ebrio.
—Te encontré —declaró antes de darle un buen trago a la bebida.
—¿Qué-qué haces aquí? —preguntó incapaz de pensar en nada más, era absurdo, ¡una locura! ¡Hacía años que ni siquiera ella vivía cerca del dojô Tendô! No tenía sentido alguno.
—Vine dando un paseo —declaró apuntando indeciso hacia alguna dirección inespecífica—. Me escapé de Shô, mañana va a matarme —Sonrió como sólo él sabía hacer, con esa petulancia de quien se sabe irresistible.
Sus pies trastabillaron enredados y se agarró torpe a la alambrada con la mano que le quedaba libre, ella se apresuró a llegar a su lado.
—¿Pero cuánto has bebido? —preguntó arrebatándole la lata de sake y echando su enorme brazo sobre sus pequeños hombros. Sintió el peso del chico caer sobre ella como una piedra.
—Yo no bebo —dijo indignado—. Soy un deportista de élite, mi cuerpo es un templo.
Akane rodó los ojos, estaba completamente ido.
—Vamos, necesitas un café —dijo intentando andar con él a cuestas, los pies del artista marcial se posaban indecisos sobre el suelo y una pequeña risa escapaba de sus labios.
—¿De verdad eres Akane? —preguntó como si él tampoco terminara de creer en su encuentro, mirándola de soslayo mientras intentaba caminar.
—Claro que soy yo idiota, ¿o es que después de tanto tiempo se te ha olvidado hasta mi cara?
—Nunca se me olvida tu cara —contestó de inmediato—. Ese es mi problema...
Akane tragó saliva sin hacerle demasiado caso, apenas habían avanzado unos metros y ese hombre pesaba como una tonelada de plomo. Era puro y duro músculo.
Recordó que de camino a la estación se encontraba un pequeño establecimiento que cerraba tarde, uno de aquellos viejos cafés sin remodelar de los años 80 que por añejo casi volvía a estar de moda por resultar "vintage".
A trompicones siguieron avanzando en la noche cerrada, tan solo acompañados del ruido de sus respiraciones. Finalmente, y con mucho esfuerzo, la chica consiguió alcanzar el deseado lugar y prácticamente empujó a su acompañante hacia dentro.
Por fortuna parecía que estaban solos, a su encuentro salió un viejo camarero, de vista cansada y ásperos modales.
—Cerramos en media hora —Les informó asépticamente.
—Sí, Gracias. Sólo queremos dos cafés —dijo Akane arrastrando al perdido muchacho por la sala y dejándose caer en la mesa más alejada y confidencial que pudo encontrar.
Las luces estaban bajas, la mayoría incluso apagadas, y el local tenía un aspecto limpio aunque añejo. La chica se abanicó con una de las cartas, intentando recuperarse del esfuerzo.
Ranma la miró sobre la mesa, con los ojos relucientes y somnolientos.
—Akane Tendô... —pronunció su nombre con una sonrisa infantil, ella le miró disgustada sin entender nada de nada. Era la noche más bizarra que había tenido en su vida.
—¿De dónde te has escapado y cómo has llegado hasta aquí? —dijo evidentemente contrariada, él se encogió de hombros como si aquella pregunta careciese de importancia.
—¿Ya no vives en el dojô? —preguntó acomodándose en el respaldo de su asiento, se quitó la chaqueta y remangó su camisa. Akane alzó una ceja intentando no fijarse en lo ajustadísima que quedaba la tela en sus trabajados deltoides.
—¿Cómo sabes que no vivo allí?
—¿A dónde ibas si no?
En ese instante el camarero interrumpió su intercambio de preguntas, dejando dos cafés sobre la mesa y marchándose tan deprisa como había llegado.
Ella tomó un sobre de azúcar y lo volcó entero sobre su taza, removió el contenido impaciente por tener algo que hacer, para así dejar de jugar nerviosa con sus manos.
Sorbió el aromatizado café cuya suavidad no tenía nada que ver con la del camarero que lo despachaba.
—Vivo en un apartamento al otro lado del canal —dijo ella bajo su atenta mirada—. ¿Y tú? —preguntó con una despreocupación que estaba muy lejos de sentir.
Ranma volvió a encogerse de hombros.
—Alquilo un piso cuando me tengo que quedar algún tiempo en un lugar, si no, vivo en las habitaciones de hotel de mis patrocinadores.
—Pensaba que ahora estabas de gira —intercedió ella mirando hacia un punto inespecífico.
—¿Sigues mi carrera? —preguntó interesado, Akane resopló.
—No puedo evitar enterarme, sales en todas las publicaciones de deportes.
Ranma al fin pareció comenzar a sentirse cómodo con la conversación y le dio un trago a su bebida, sin molestarse en añadirle ningún aditivo. Gruñó al sentir el líquido caliente templar sus ánimos.
—En un par de días voy a presentar mi candidatura para representar a Japón en la exhibición olímpica de artes marciales mixtas, me quedaré en Tokyo una semana. Oye, ¿no tendrás un analgésico?
La chica rodó los ojos de nuevo, al menos parecía que la borrachera iba remitiendo. Con un suspiro rebusco en lo profundo de su bolso hasta que encontró un envase medio vacío de pastillas.
—Toma, aunque no creo que te sienten bien con todo el sake que has tomado.
—Vaya, gracias mamá —bromeó tragando dos de los comprimidos de golpe, acompañados de un nuevo trago de café.
—Hablando de eso, ¿se encuentran bien tus padres?
—Están como siempre. El viejo cada vez más gruñón y mamá aguantándole como puede.
—Imagino que estarán muy orgullosos de ti— dijo mirándole por encima de su taza, él le mantuvo la mirada con sus penetrantes ojos azules, hasta que Akane se revolvió incómoda en el sitio.
—No sé, últimamente insisten mucho en que debo sentar la cabeza y construir una familia.
—Por suerte nunca te han faltado candidatas —Se apresuró a aventurar ella, consiguiendo que su inesperado acompañante le dedicara una dura mirada.
—Ninguna que me interese —contestó, tras lo cual un incómodo silencio se abalanzó sobre ellos.
Ambos apuraron sus cafés.
—Hay una parada de taxis a dos calles de aquí, puedes llegar caminando sin mi ayuda —Akane sacó la cartera y dejó un billete de mil yenes sobre la mesa—. Es muy tarde, tengo que volver a casa.
—Te acompaño —Se ofreció el chico sin dudar un segundo, poniéndose en pie para enfatizar sus intenciones.
—No es necesario, está aquí al lado —intentó excusarse, esquiva, pero él no parecía tener intención de renunciar a su compañía.
—Es igual, te acompaño —insistió poniéndose de vuelta la arrugada chaqueta que vestía.
Akane se mordió la lengua y se lo agradeció con un seco asentimiento. Salieron a la calle y caminaron en su incómodo silencio. Él parecía tranquilo, pero ella sentía que estaba a punto de explotar.
Su cabeza y su corazón funcionaban frenéticos sabiendo que aquel encuentro no era casual. Apretó los dientes conteniendo su indignación, sus ganas de llorar.
—¿No has vuelto a practicar artes marciales? —Ranma inició de nuevo la conversación, como si en sus pensamientos no hubiera cabida para nada más. Akane pensó su respuesta.
—Nunca fui tan buena como tú, ahora tengo un empleo.
—Ah, qué lástima. Podrías haber llegado lejos en los torneos nacionales.
—Supongo que ya nunca lo sabremos —reflexionó con tristeza, y sin pensarlo mucho detuvo sus pasos.
Habían llegado. Rebuscó las llaves en uno de los bolsillos de su bolso.
—Ha sido agradable volver a saber de ti —Akane sonrió forzada, sin saber qué pensar de aquel encuentro, pero comprendiendo que le daría vueltas en su cabeza durante semanas.
—Podrías… invitarme a subir —dijo él metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón y mirando de soslayo hacia el bloque de pisos. Aquello la confundió por completo.
—No vivo sola Ranma, y dudo que te gustara conocerle —declaró con voz trémula, intentando aguantar de una pieza lo que quiera que estuviera insinuando aquel imbécil.
El artista marcial fijó su mirada en ella de golpe, poniendo la mayor cara de estúpido que había visto en toda su vida. Su perfecta mandíbula tembló y tragó saliva.
—Ya veo, estás con alguien —rio sin alegría, como si acabara de contar un mal chiste—. Entonces se acabó, ¿no? Ya no queda nada.
—¿De qué hablas?
—De nosotros.
Ambos jóvenes se observaron fijamente a través de la oscuridad, respirando agitados.
—Estás más borracho de lo que pensaba —respondió Akane incrédula—. Vuelve a donde quiera que hayas salido y acuéstate.
—Akane… yo…
—¿¡Pero qué te has creído!? —término de estallar, sus nervios no lo soportaban más. Dió un paso hacia el chico con las llaves tintineando en su mano y le enfrentó furiosa—. ¿Crees que puedes presentarte aquí sin más? ¿Después de… seis años? Y además pretender que… no Ranma, las cosas no funcionan así, ¡Las personas no funcionan así! Nunca hubo un "nosotros", ¡Éramos unos malditos críos!
Él se mordió el labio inferior con saña en un gesto que Akane no supo identificar, la miró lleno de pura rabia contenida.
—Sabes que no —respondió con un tono helado, tanto que Akane sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Se encogió en su amplia chaqueta de lana.
—Hace ya mucho tiempo que cerré ese episodio de mi vida, así que no aparezcas como si nada a joder con lo primero que se te pase por la cabeza. Madura de una vez —terminó sin aliento, y la cara de indignación del artista marcial fue su mejor respuesta.
Le dio la espalda y se encaminó hacia su piso, pero entonces volvió a escuchar su voz de trueno bramar en la noche.
—Dime una cosa, ¿eres feliz? —preguntó desesperado, y la muda respuesta de ella no hizo más que sacarle de sus cabales—. ¿¡LE AMAS!? —gritó lo suficientemente alto para ser escuchado por todo el vecindario.
Akane contuvo sus acuciantes lágrimas y se mantuvo imperturbable, le miró con la misma indiferencia que habían mantenido en aquel tiempo separados, con el mismo atronador silencio. Se dio la vuelta y entró en el edificio.
Cuando abrió la puerta de su casa sus manos temblaban sin control, cerró a su espalda y echó la llave, preguntándose qué es lo que acababa de ocurrir.
—Estoy en casa —anunció apenas, prendiendo la luz del recibidor.
Dejó caer su bolso, del cual resbalaron traidoras un par de revistas de deportes, con el conocido artista marcial en la portada.
Enseguida una presencia conocida salió a su encuentro, Akane sonrió y se dirigió a la cocina.
—Ya sé, he tardado mucho, ¿verdad? —dijo mientras cogía un pequeño plato y algo de comida enlatada.
El felino se restregó contra su pierna y ronroneó feliz. Ella posó el platito en el suelo.
—¿Me echaste de menos, Ranma? —preguntó mientras pasaba su mano por su pelaje negro. Continuó acariciando al animal encontrando un extraño consuelo en aquel gesto. —Quizás… yo también necesito madurar —Confesó con mirada triste, dejando caer sus manos y encogiéndose sobre sí misma en el suelo de la cocina.
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..
…
La mañana siguiente no sonó el despertador. Akane amaneció por los molestos rayos de sol que se colaban por las cortinas. Con su corto pelo revuelto y desorientada se preguntó qué hora debía ser.
Después de darle un millón de vueltas a lo que ocurrió la noche anterior había terminado por dormirse al alba, completamente destrozada.
Echó mano a su despertador sólo para descubrir que se encontraba apagado.
—¿Pero qué…? —protestó, luego se puso en pie y se encaminó al baño, intentó encender la luz sin éxito—. ¡Venga ya! —exclamó incrédula. Corrió hacia la cocina y con un gemido de desasosiego descubrió un gigantesco charco bajo el refrigerador. Toda su comida se había echado a perder.
Se llevó las manos a la cabeza desordenando su ya de por sí desastroso peinado. Debía haberse ido la luz en plena noche, y aún no se habían restablecido los suministros.
Tiró trapos al suelo y corrió a por la fregona antes de provocar una gotera al piso de abajo. Cuando terminó de limpiarlo todo y tirar toda su comida a la basura dio un largo suspiro y se echó de regreso a la cama. Se permitió cerrar los ojos un segundo antes de que su teléfono móvil comenzara a sonar de manera estrepitosa.
Dio manotazos encima de su mesilla hasta que encontró el maldito aparato.
—¿Si? —contestó poniéndoselo a la oreja.
—¿Akane, sabes qué hora es? —La voz de su compañera de trabajo atravesó su cerebro como una bala, se puso en pié de un golpe comprendiendo que no sabía ni en qué día de la semana estaba.
—¡Tsuda! ¿No es sábado? —dijo apretando los dientes en lo que debía ser la peor excusa de la historia.
—Es viernes Akane, V-I-E-R-N-E-S. La directora está furiosa, de momento lo tengo controlado pero no sé cuánto podré aguantar, ¿estás de camino?
—Eeehhh... casi —dijo ella comenzando a rebuscar desesperada ropa en sus cajones—. Hubo un problema con la red eléctrica y no me sonó el despertador, de hecho la casa es un maldito desastre. ¡Llego en treinta minutos!
—¡Date prisa por favor! —gritó desesperada Tsuda al otro lado de la línea.
Akane se metió en la ducha con la celeridad del rayo, ni siquiera reparó en que el agua salía helada debido a la falta de suministro eléctrico.
—Lo que faltaba —rezongó frotando con rabia su piel. Salió mojada y desnuda, sacudiéndose como un animalillo y poniéndose la ropa de cualquier manera.
Se embutió en sus vaqueros ajustados, un jersey ancho cualquiera y una discreta chaqueta, se calzó con zapatillas de deporte y corrió a toda prisa hacia la puerta.
Cuando llegó al portal tomó su querida y servicial bicicleta y se dispuso a pedalear más rápido que en su vida. Con el cabello aún mojado y respirando agitada volaba por la calle cuesta abajo, hasta que un tumulto le hizo frenar en seco.
Tuvo que bajarse de su bicicleta y acercarse a la algarabía para ver el problema. Uno de los postes de electricidad de la calle estaba partido como si fuera una ramita, totalmente tronchado a la altura de sus ojos, como si alguien... como si alguien... Se llevó una mano a la boca.
Varios vecinos se congregaban alrededor, y dos técnicos miraban el desastre con los brazos en jarras.
—Es como si le hubiera acertado un rayo, no hay otra explicación —decía uno de ellos.
—Es imposible, anoche no hubo tormenta, además habría chamuscado los cables. Esto lo ha tenido que hacer un impacto directo. Un coche estrellándose contra el poste.
—Pero mira la altura, un coche lo habría partido por la base, no por ahí. Parece como si un elefante se hubiera escapado del zoo y se hubiera dedicado a atentar contra el mobiliario urbano.
Akane tragó saliva alzando la vista para contemplar el sendero de destrucción de la calle: un muro derribado, un buzón completamente hundido como si hubiera sido fabricado en papel de plata, y más adelante una boca de incendios arrancada de su base, inundando de agua la calle.
—Qué desastre —gruñó el técnico, pasándose ambas manos por el rostro.
La chica no quiso seguir mirando, se disculpó cortésmente con los vecinos y curiosos e intentó seguir su camino esquivando charcos, cascotes y demás restos de la destrucción nocturna.
Una voz en su cerebro no paraba de gritar, pero se negaba a hacerle caso. Le decía que conocía perfectamente al responsable, e incluso el motivo del desastre. Algo pinchó dentro de su pecho, ¿por qué estaba tan furioso? ¿Acaso los desvaríos de su borrachera le habían trastornado hasta el punto de...? No, no quería pensarlo, no se podía permitir darle más vueltas.
Paró un minuto en un kombini, pasó de forma resuelta delante del distraído dependiente quién leía una revista de manga y se plantó junto a los botes de ramen instantáneo. Rápidamente localizó uno de los calentadores de agua siempre dispuestos para que el público pudiese preparar su comida en el acto. Lo encendió y esperó exactamente un minuto. Ni muy caliente ni muy fría. Se tiró un poco de agua por encima de la cabeza y se sacudió el cabello. Mucho mejor. Con un suspiro abandonó la tienda sin que nadie reparar lo más mínimo en sus actos.
Llegó a su lugar de trabajo y abandonó la bicicleta de cualquier manera en la entrada, llamó al timbre con insistencia hasta que la directora en persona le abrió la puerta.
—Señorita Tendô, llega tarde. Otra vez —dijo cruzándose de brazos.
—Lo sé, lo siento. Hay un desastre terrible en mi calle con los suministros...
Aquella mujer, de gesto duro y boca apretada pareció querer matarla mil veces con la mirada.
—¡Voy de inmediato a mi clase! —dijo Akane echando a correr por el pasillo, abriendo abruptamente la puerta de la clase de preescolar—. Buenos días niños —dijo respirando al fin cuando más de una veintena de ojos se posaron en ella.
—¡Señorita Tendô! ¡Señorita Tendô! —Un montón de críos corrieron a su alcance mientras Tsuda, su compañera de trabajo, ojerosa y agotada la miraba mientras mecía a uno de los niños en brazos.
—Me debes unas cuantas —dijo grave.
—Lo sé, lo siento muchísimo. Anoche... no sé ni qué pasó anoche.
—¿Un chico? —preguntó pícara, olvidando de golpe su mal humor por un buen cotilleo.
—No... bueno sí... no lo sé —dijo tomando a uno de los niños en brazos—. Es complicado.
—Yo lo veo muy fácil —contestó ella con una sonrisa en su cara.
—Con él nada es fácil, y ahora vuelve a tu clase. Muchas gracias por ocuparte, te debo una buena cena.
—Me puedes invitar esta noche y de paso me cuentas lo del "chico complicado".
—Si te digo la verdad, no creo que haya nada que contar, pero sí, esta noche salimos —aceptó guiñandole un ojo. Tsuda siempre era una buena compañía.
La mañana continuó de forma caótica, con decenas de manitas y voces que reclamaban atención y no paraban un instante en su empeño por descubrir el mundo de su alrededor. Akane les contó un cuento y después continuaron con sus juegos en el patio de la escuela, con el resto de las clases. La joven maestra suspiró agotada y Tsuda acudió a su encuentro.
—Oye, ese chico, ¿cómo dices que era?
Akane la observó suspicaz.
—No te lo he dicho.
—¿Puede ser bajito y delgado? No es que esté mal, pero la verdad es que no parece tu tipo…
—¿Qué? —dijo Akane arrugando el entrecejo y sin comprender nada.
Tsuda se encogió de hombros misteriosa.
—Hay un chico en la puerta, pregunta por tí.
—¿Por mí? —Akane le devolvió una nueva pregunta, confusa.
—Y dice que es urgente —Se apresuró a aclarar su compañera.
—Está bien, échales un vistazo durante un instante —Akane suspiró, se quitó el delantal que usaba en la guardería y se apresuró a llegar a la puerta.
Tal y como había dicho Tsuda, un chico la esperaba fuera. Era de complexión delgada y cara afilada, lucía un corte de pelo estricto y no era mucho más alto que ella. Más que esperar parecía mucho más interesado en teclear incesantemente en su teléfono móvil. Vestía de forma deportiva, con vaqueros y una sudadera negra.
—Disculpa, ¿puedo ayudarte? —preguntó ella segura de que no conocía de nada a esa persona.
—¿Akane?¿Eres Akane Tendô? —dijo él levantando al fin la mirada de la pantalla y recorriéndola sin disimulo de arriba a abajo.
Akane no se dejó intimidar, se cruzó de brazos en actitud defensiva.
—¿Quién lo pregunta?
El chico guardó su teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón.
—Necesito que vengas conmigo urgentemente, tengo el coche a la vuelta. Vamos.
—¿Qué? —Casi se atragantó con su propia saliva, estuvo a punto de soltar una risotada de incredulidad cuando se percató de que el tipo que tenía delante no bromeaba en absoluto—. No voy a ninguna parte, estoy trabajando.
—No puedo esperar a que termines —explicó perdiendo la paciencia—. Creeme, si pudiera resolverlo de otra manera lo haría, pero a este paso ese idiota va a echar a perder su carrera en menos de veinticuatro horas.
Akane no pestañeó, estaba claro que sólo podían estar hablando de una persona.
—¿Ranma?
—Estuvisteis juntos anoche, ¿verdad? —preguntó él, aunque más bien lo afirmó, confirmando sus más que congruentes sospechas.
—¿Le ha pasado algo? —dijo ella retorciendo las manos, nerviosa, recordando sus duras palabras, aquel grito desesperado... y los brutales destrozos de la mañana.
—Te lo cuento por el camino.
Akane pareció dudar un momento, miró hacia el interior sabiendo que una falta más en su trabajo no le traería más que malas consecuencias, pero... no podía dejarle así, no cuando peligraba algo en lo que había trabajado tan duro como su carrera.
—Dame un momento —pidió entrando en el recinto, cogió su bolso y ante la incredulidad de Tsuda le pidió que por ese día juntara sus dos clases.
Corrió hacia la puerta cuando la directora le salió al paso.
—Señorita Tendô, ¿dónde cree que va?
—Tengo una emergencia —Se excusó.
—¡Señorita Tendô! —volvió a llamarla al orden.
—El lunes vendré a las seis, ¡Lo prometo! —gritó ya desde la puerta, donde el chico delgado seguía tecleando como un loco.
—Vamos —dijo nada más verla, y ella le acompañó hasta una furgoneta de 9 plazas aparcada tal y como había comentado, a la vuelta de la esquina.
Akane se subió al asiento del copiloto, y nada más ponerse el cinturón el vehículo arrancó a toda velocidad por la calle.
—Lleva cuidado, ¡esto es un barrio residencial! —exclamó ella agarrándose al asiento, hasta el momento aquel muchacho, no mucho mayor que ella le había parecido una persona equilibrada. Todo un salary man, si no fuera por su ropa deportiva.
—Te he dicho que es una urgencia, ¡Joder! —masculló esquivando a un gato callejero y haciendo que el coche derrapara sobre dos ruedas. Dieron un brusco frenazo y cuando el vehículo se estabilizó el muchacho apretó el acelerador camino a la autopista.
Akane soltó un gritito al pasar sobre un badén, intentó normalizar su respiración aún a pesar de que el hombre al volante parecía un energúmeno. Comprendió que ni siquiera le había preguntado su nombre ni ningún dato, bien podría estar siendo secuestrada que ella ni se enteraría.
—Por cierto soy Shôichiro, la niñera de ese capullo —soltó como si le hubiera leído la mente, volvió a dedicar una palabrota seguida de un insulto al adelantar a otro coche.
—¿Niñera? —dijo Akane espantada, dirigiéndole una mirada rápida antes de volver a fijarse en la carretera y en cómo el vehículo esquivaba el tráfico en maniobras prácticamente kamikazes.
—Niñera, representante... qué más dará. ¿Se puede saber qué demonios pasó anoche?
Akane intentaba mirarle, pero el caso es que estaba demasiado pendiente de no estrellarse como para concentrarse.
—Lo encontré borracho y se puso a decir tonterías, ¡cuidado! —gritó, mientras Shôichiro giraba el volante y esquivaba una motocicleta.
—¿Qué mierda le dijiste exactamente?
—Hacía años que no le veía, ¿qué quieres que le diga? —respondió indignada por su falta de modales, ese chico necesitaba una reprimenda y lavarse la boca con lejía y un estropajo metálico.
Shoichirô chasqueó la lengua.
—Necesito unas putas vacaciones —gruñó, luego guardó silencio durante unos diez segundos, durante los cuales Akane intentó no volver a gritar por el tráfico—. Está fuera de sí, jamás le había visto en este estado. He conseguido encerrarle en la suite del Rioku pero es peor que haber metido a un tigre dentro. Los dueños van a llamar a la policía, y ese desquiciado tiene una entrevista con el comité olímpico en menos de cinco horas. ¿Te imaginas su cara en todos los periódicos, saliendo esposado y borracho del mejor hotel de Tokio?
Ella le miró con los ojos como platos, incapaz de entender de qué estaban hablando.
—¿Y yo qué puedo...? —preguntó dubitativa, sin sentirse aún parte del problema.
—Haz lo que sea, me ha costado años conseguir esa reunión y a él toda una vida llegar hasta donde está. Así que no me jodas.
—¡Deja ya de hablarme así pedazo de pirado! —gritó ella, harta de tanta mala palabra—. No tengo nada que ver con Ranma, apareció ayer después de siglos sin saber nada de él y ni siquiera sé qué pretendía. Sí, peleamos, ¡Peleamos! ¡Nosotros siempre peleamos, no sabemos hablar si no es a gritos! —dijo tomando aire, ante la cara inexpresiva del conductor—. Pero si crees que esto tiene algo que ver conmigo estás muy equivoca... —No llegó a terminar la frase cuando el coche aparcó bruscamente delante del hotel y el cinturón se activó, cortándole la respiración y evitando que se diera de frente con el salpicadero. Acababan de llegar.
—Mira, lo voy a dejar muy claro —dijo Shôichiro, dándose la vuelta en el asiento y mirándola serio—. Ese bastardo que está ahí ahora mismo sólo sabe hacer dos cosas: pelear y hablar de ti. Y si por este asunto deja de pelear no pienso aguantar sus gilipolleces.
La chica le observó espantada, sabiendo que no estaba bromeando. Shôichiro se asomó por la ventanilla, como si temiera ver en cualquier momento un mueble volando por la terraza de una de las habitaciones.
—¿Qué sentido tiene eso? —preguntó con miedo de abandonar su asiento, fuertemente sujeta al cinturón de seguridad, en contestación el representante agarró su teléfono y volvió a comenzar a teclear, ansioso.
—Cómo si yo le entendiera… no me paga lo suficiente para hacer de psicólogo. Es la suite del último piso —dijo a modo de despedida, desprendiendo malos modales y abriéndole la puerta del auto, prácticamente tumbándose en su regazo para alcanzar el manillar. Akane desabrochó su cinturón y dio un sonoro portazo.
Le miró furiosa, cosa que él pasó por alto. En su lugar Shôichiro le dedicó una pequeña sonrisa a través de la luna delantera, con las manos apoyadas sobre el volante.
—Tu pareces capaz de enseñarle buenos modales —sonrió para sí.
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...
Akane se sentía estúpida e inadecuada. Con su ropa casual y su cabello sin peinar caminó por el elegante hall hasta llegar al ascensor. Algunas personas le dirigieron miradas expectantes, lo que hizo que se apresurara aún más.
Le temblaban las manos y las rodillas, aún no entendía qué hacía allí ni lo que se iba a encontrar en aquella habitación de hotel. Pulsó de forma temblorosa el botón del último piso y tomó aire.
Cuando la puerta se abrió miró al frente, decidida. Ella jamás había huido de una batalla, mucho menos iba a tener miedo al imbécil de su ex-prometido. Se encontró en un pasillo corto el cual desembocaba en una gran puerta, donde había un par de personas discutiendo.
—Aquí no puede estar —Le dijo un muchacho, parecía trabajador del hotel y en su frente se acumulaban grandes gotas de sudor.
—Vengo a ver a Ranma Saotome —contestó Akane sin más, esquivándole con indiferencia. Un tipo bien vestido la recorrió con la mirada de forma crítica.
—¿Es usted quién va a detener a esa bestia? Le advierto que si no cesa de inmediato llamaré a la policía, ¡Me da igual su carrera o la prensa, no puede hacer lo que le venga en gana en mi hotel!
Ella le miró intimidada, entendía que Shoichirô no había exagerado ni un ápice cuando habló sobre lo urgente de la situación.
—Por favor, no llame a nadie —rogó con sus grandes ojos castaños, haciendo que el tipo le lanzara una mirada interesada—. Le prometo que haré cuanto esté en mi mano —dijo, y miró firmemente hacia la gran puerta. Al otro lado se escuchaban de vez en cuando chasquidos y algunos gritos. Akane tomó aire y apretó los puños.
El dueño del hotel le abrió la puerta con una tarjeta de seguridad y ella se dispuso a adentrarse en la boca del lobo.
—Suerte —Le deseó antes de cerrar a su espalda.
La chica observó sobrecogida la hermosa habitación, bueno, seguro que era "hermosa" antes de que la arrasara un huracán. Miró espantada los trozos de cristal del suelo, los sillones volcados y con las patas rotas, la cortina arrancada de su riel y rajada, a medio tirar por el suelo, colgando lúgubre con un aspecto lamentable.
Escuchó un nuevo vidrio caer al suelo y una voz tomada bramar enfurecida.
—Maldita sea Shô, ¡ya te he dicho que no quiero ver a nadie!
Sin duda era él, su voz venía de la izquierda, donde la suite continuaba y daba lugar a la habitación principal. Akane se asomó prudente por la esquina, observando un colchón volcado, un servicio completo de desayuno tirado por el suelo, prácticamente sin tocar y mantas y sábanas regadas por todos lados, como si la hubieran emprendido a patadas con ellas. Por el aire también volaban algunas plumas, provenientes de uno de los edredones que había sido rasgado sin compasión.
—Al menos espero que hayas traído sake... —La voz se convirtió en un murmuro huraño, de tal forma que la chica siquiera supo cuándo avisar de su presencia, iba a dar un paso hacia la habitación cuando Ranma continuó con su monólogo—. ¿Te he contado la vez que casi me mata a golpes? La muy bruta siempre ha tenido la fuerza de un gorila… obviamente nunca fue rival para mí, pero esa vez conseguimos una especie de traje luchador y no sé cómo, aquello la convirtió en una mala bestia —rió por lo bajo mientras Akane apretaba los dientes—. Al final gané yo, claro… pero quedó resentida. Siempre ha sido una orgullosa sin pechos. Compadezco al pobre idiota que tenga que aguantarla.
La muchacha cerró los puños hasta que se clavó las uñas en las palmas, ¿para eso había ido hasta allí?¿Para ser humillada? Ese imbécil sin duda hablaba de ella, pero desde luego no cómo le habría gustado. Si quería tirar su carrera por el retrete allá él. Akane comprendió que no pintaba nada en aquel lugar, nada en absoluto. Caminó de regreso a la puerta con la absoluta certeza de que no quería volver a ver la cara de ese desgraciado, cuando de pronto escuchó un estallido, miles de cristales precipitándose sobre el suelo de forma abrupta y un grito desgarrado seguido de un quejido.
—¡JODER! —bramó su voz de trueno.
Se detuvo y miró sobre su hombro asustada, sin duda se había herido de alguna forma. Reaccionó instintivamente, desobedeciendo a cualquier lógica, a lo que gritaba su orgullo y su razón. Corrió hacia la habitación, encontrándola vacía, descubrió que más a la izquierda había una segunda puerta, abierta de par en par. Pequeños trozos, de lo que hasta el momento debía haber sido un gran espejo se esparcían por el suelo, víctimas de un violento golpe.
Akane caminó sobre los cristales y se plantó en la puerta del baño, una estancia de azulejos blancos e igual de destrozada que el resto de la suite. Le devolvió la mirada un espejo astillado, en su centro había un gran agujero y las rajas se extendía como una telaraña de la que aún se desprendían pedazos. Ranma apretaba los dientes mientras intentaba detener la hemorragia de su puño derecho con una toalla, ahora teñida de sangre roja.
—¿Estás...? —empezó ella, pero su voz hizo que el chico se irguiera y girara el cuello en un movimiento veloz, mirándola incrédulo. Ranma vestía como un mendigo, con una camiseta ajustada y sucia y unos pantalones arrugados. Iba descalzo, de tal forma que en cualquier momento podía clavarse un trozo de espejo, víctima de su propia barbarie.
—¿Tú? ¿Cómo has…? —empezó a decir. Sin comprender la presencia de Akane en su habitación.
—No soy Shôichiro, y por cierto, creo que te odia —Se apresuró a aclarar—, aunque tampoco le culpo —añadió como coletilla.
Se miraron durante unos instantes eternos hasta que ella, haciendo de tripas corazón se acercó a él con pasos decididos.
—Déjame ver —pidió extendiendo su mano. Era como tocar a un animal herido y acorralado, Ranma reaccionó retrocediendo, pero ella, testaruda, capturó su brazo y echó una ojeada apartando la ensangrentada toalla—. Ranma, necesitas puntos, hay que coser esta herida.
El chico apartó la mano de golpe, haciendo que pequeñas gotas de sangre volaran suspendidas en el aire.
—¿Qué te importa? ¿¡Qué mierda haces aquí!?
Su aliento olía menos a alcohol que la noche pasada, pero sin duda su juicio seguía nublado. Akane comprendió que muy seguramente se le había gastado el sake hacía horas, y Shôichiro había tenido a bien no proporcionarle más.
—Estás dando el espectáculo, el dueño del hotel va a llamar a la policía —dijo ella de forma seria, en respuesta el artista marcial esquivó su mirada, y caminando sin cuidado por encima de los vidrios salió del baño, airado. —¡Ranma!
—¡Lárgate! No quiero verte.
—Pero qué… ¡sólo he venido porque estaba preocupada, maldito idiota! ¡Si llego a saber que te has convertido en un patético y borracho perdedor ni me habría tomado la molestia!
Ranma pareció saborear el insulto, degustarlo en su paladar y rumiarlo lentamente. Su mano derecha seguía goteando sangre desde sus nudillos, que viajaba de forma rítmica hasta sus dedos y manchaba la alfombra.
—¿Lo sabe él?
—¿Eh?
—¿Sabe él que estás conmigo en una habitación de hotel? —preguntó de forma deliberada, mirándola como si la odiara. A una sola provocación más de saltar sobre ella como una bestia indómita.
Pero Akane no estaba dispuesta a caer en sus etílicas imaginaciones.
—Métete en la ducha y deja que te acompañe a un hospital, das asco —ordenó alzando la barbilla, intentando tomar las riendas de la discusión. Su orgullo mantenía a raya aquella molesta vocecita que intentaba decirle algo, algo importante.
El hombre que tenía enfrente era peligroso, y ella tenía la clave para calmarle, de curar ese orgullo masculino que le estaba conduciendo a la locura al intentar reclamar algo que ya no era suyo.
Akane lo entendía, sabía lo que necesitaba aquel imbécil, pero se negaba a darle una victoria. No después de lo que le había costado olvidarle.
—No pienso salir de aquí, dile a Shô que se vaya al infierno junto con el comité olímpico —concluyó—. Desaparece de una maldita vez.
Akane resopló incrédula.
—Sigues siendo el mayor ególatra que pisa la tierra, ¿qué tiene de malo tener a alguien en mi vida? ¡Tú ni siquiera te has interesado en saber si respiraba!
En respuesta él apretó los dientes, quedándose mudo ante su acusación.
—¡No sabes nada, terca marimacho! ¡Y claro que no me importa, me da exactamente igual con quién te acuestes! ¡Lárgate a hacerle la comida a ese infeliz, a ver si le envenenas!
—¡Pues eso pienso hacer! ¡No sé ni para qué me molesto! ¡Púdrete aquí dentro!
Sus pasos airados la llevaron de regreso a la puerta, no iba a mirar atrás. Tomó la manilla y antes de poder abrir apenas una rendija, la mano ensangrentada de Ranma se apoyó en la blanca e impoluta madera, cerrándola de nuevo y dejando allí su huella, como un mal intento de arte rupestre.
Akane le encaró, más que dispuesta a dar batalla.
—¿¡Y ahora qué!?
—Rompe con él.
La incredulidad se apoderó de cada fibra de su ser, ¿ese hombre que tenía delante era Ranma Saotome?¿Es que estaba sufriendo un episodio de locura transitoria que le abocaba a mostrar un inusitado interés en ella y su vida amorosa? ¿Acaso era tan extraño que pudiera tener un romance? Con ideas vengativas discurriendo por sus pensamientos se dispuso a jugar con él de forma dolosa.
—¿Y qué sugieres?¿Que recoja todas sus cosas, las meta en una caja y le deje junto al contenedor de basura?
—Si no vuelve… —respondió como si la propuesta le pareciera más que correcta.
—Sabe encontrar el camino de regreso al apartamento, además, es ágil, aunque no tenga llaves entra por la ventana. Es muy cariñoso… no soporta dormir solo, siempre me despierta cuando se cuela entre mis sábanas.
La cara del artista marcial se tornó una máscara de cera, se había quedado más blanco que la puerta con aquel último alegato. Sus ojos abiertos de par en par, sus iris azules adquiriendo por segundos tonalidades oscuras, sus escleróticas enrojecidas por la falta de sueño y el abuso de alcohol. Habría que estar loco para provocarle de aquella manera, pero Akane también había perdido la poca cordura que le restaba en las últimas veinticuatro horas. Su mano ensangrentada la agarró impetuosa, los dedos del artista marcial se crisparon contra sus finos hombros, ensuciando su jersey, cómo la víctima de un crimen violento. La empujó contra la puerta, acorralándola, haciendo que Akane se encogiera, de repente consciente de que le había arrastrado hasta la enajenación.
—¡Dime en qué es mejor que yo! —estalló incontenible.
—Al menos está a mi lado —respondió ella con voz rota, amenazando con dejar escapar las lágrimas de dolor y desconsuelo que tanto tiempo llevaba aguantando. Y aquellas palabras no sólo la rompieron a ella por dentro, hasta Ranma sintió que su corazón se hacía trizas.
Akane no lo pudo soportar más, comenzó a llorar inconsolable y sus gruesas y sinceras lágrimas hicieron que el artista marcial aflojara su agarre, tan dolido que ni siquiera pronunció una palabra.
Entre sollozos el cuerpo de la chica se sacudía débil y tembloroso, y él la miraba sabiendo que corría el riesgo de seguir aquel mismo camino, de mostrar su más absoluta debilidad y llorar como un niño perdido.
—Lo siento —dijo volteándose y regresando sobre sus pasos—, nunca quise molestarte.
Y sus palabras eran sinceras, Akane sintió como la asaltaba una nueva ola de dolor, entre la rabia y el enfado, la indignación y la sorpresa. Demasiadas emociones para un día.
—¡ES UN GATO! —gritó abochornada—. ¡Tengo un maldito gato!, ya está, ¿satisfecho? ¿Ya me he humillado lo suficiente? Tengo una vida patética y anodina igual que la de cualquiera. Vivo sola y trabajo en un puesto mal pagado.
Ranma se había quedado estático, dándole la espalda y sin moverse. Congelado como una estatua.
—Así que no me vengas con tus problemas de mierda cuando te emborrachas, o con tu ego herido en busca de a saber qué. ¡No quiero volver a verte en toda mi vida! —gritó histérica, ahora sí, abriendo la puerta y saliendo a la carrera por el pasillo.
A su paso, y mientras se secaba las lágrimas pudo distinguir como el responsable del hotel, así como un par de empleadas de limpieza la miraban pasmados, sin duda habían escuchado su vergonzosa conversación. Cuando llegó hasta los ascensores dio gracias a que las puertas se abrieran de inmediato, Shoichirô salió casualmente después de haber aparcado el coche, la miró alarmado por las manchas de sangre en su suéter claro y los restos de lágrimas en sus gigantescos ojos.
—Todo tuyo —se despidió ella marcando repetidamente el botón de la planta baja.
El representante tragó saliva y caminó por el mudo pasillo. Saludó con una simple inclinación de cabeza a las personas congregadas en la puerta de la habitación y entró cauteloso.
—¿Ranma? —pregunto, encontrando al artista marcial parado como un idiota en mitad de la habitación. Sus grandes hombros temblaban y de su mano derecha goteaban pequeñas gotas carmesí—. ¿Que ha...? —empezó con miedo, pero pronto escuchó una pequeña risa saliendo del aguerrido muchacho.
Ranma se giró para mirarle con un recuperado buen humor.
—Voy a ducharme, luego necesito ver a un médico. Confirma la entrevista con el comité y pide disculpas por este desastre. Pagaré el doble de lo que cueste reparar los desperfectos.
Shoichirô le miró pasmado, casi parecía un milagro. No sabía qué magia había obrado la chica, pero era indudable que tenía delante al Ranma enérgico que conoció hacía años, antes de convertirse en el amargado hombre de los últimos tiempos.
—Además, estás despedido —dijo sin perder su sonrisa, su representante soltó aire y le devolvió el gesto.
—Ya era hora —respondió aliviado.
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¡Hola, hola!
Bien, qué decir. Cero es un fic que llevo ordenando, escribiendo y re-escribiendo desde mucho antes de empezar Diez Primeras Peores Citas. En esta ocasión vuelvo a dar un giro de timón y os presento un drama romántico con notas de thriller. Si tuviera que compararlo con algún otro de mis fics diría que es lo más parecido que he hecho a "Sueño de verano", ya que comparten algunos puntos, o al menos así me lo parece.
Tampoco quiero sembrar expectativas demasiado altas, se trata de un trabajo sencillo pero que por temática y manejo me ha resultado complicado que vea la luz hasta ahora, de hecho, si por mi fuera, seguiría repasándolo y corrigiéndolo hasta el aburrimiento, pero entiendo que llega un momento que eso no es sano y el trabajo debe salir y mostrarse, aunque sea para dejar libre a su pobre autora.
Muchas gracias a mis queridas betas, SakuraSaotome y Lucita-chan, por sus consejos, sus críticas, sus ideas y por aguantar mis paranoias. Sin vosotras todo bubiese sido muchidimo más difícil.
Gracias también a LunaGitana por su precioso arte que encabeza este fic (el cual encargué hace casi ya dos años, jajajaja, perdóname, no me mates :_)).
Y por supuesto gracias a todas vosotras por leerme y continuar apoyándome. Acompañadme una vez más en esta nueva aventura, por favor.
Muchos besos.
LUM