Capítulo 1: Rutas
Su primera vida fue muy aburrida. No había nada ni nadie que pudiese encender el fuego de su alma. Tan solo sentía apatía cada vez que la sangre de sus enemigos manchaba su arma y muchas veces su cuerpo. Fue en esa vida que conoció a aquella extraña mercenaria…Shezia.
La derrotó y al final le perdonó la vida. No por piedad o misericordia, simplemente había encontrado a alguien que en un futuro podría rivalizar con él. Shezia era muy misteriosa, sobretodo por aquella extraña transformación que poseía…
Dejarla con vida fue un error que le costó la vida años después. La había subestimado y como consecuencia no había mostrado todo su poder. El miedo a la muerte llegó demasiado tarde, justo cuando la espada de Shezia atravesó su corazón.
Su segunda vida fue solo un poco diferente. Por supuesto no sabía que había retrocedido en el tiempo. Solo sabía que tenía la sensación de estar reviviendo algo.
Volvió a encontrarse con Shezia y volvió a perdonarle la vida. Sin embargo esta vez Shezia y él llegaron a ser amigos…y mucho más con el tiempo. Aun así había algo extraño. Una sensación de inconformidad que no le dejaba descansar por las noches.
Algo no estaba bien. El continente, las serpientes que se movían entre las sombras, los tres lores, Rhea… ¿De qué conocía a aquella misteriosa mujer? ¿Y por qué la niña que habitaba en su alma estaba llorando?
Las Águilas Negras
De forma involuntaria y sin saber cómo, Byleth volvió a retroceder en el tiempo. En un intento de encontrar que es lo que estaba mal y arreglarlo. Su memoria desapareció de nuevo pero no aquel malestar interno.
Su tercera vida fue muy diferente de las anteriores. Esta vez sus emociones resurgían con más facilidad. Por desgracia la mayoría eran emociones negativas. La apatía casi había desaparecido, sustituida por ansias de sangre y de encontrar un rival digno.
Shezia no era esa rival, ni siquiera con su transformación, así que la mató. Aquello cambió las cosas del todo aunque nunca llegó a saberlo.
Conoció a Claude, Dimitri y Edelgard. Se vio involucrado en tramas políticas y guerras. Al final eligió el camino de Edelgard, la Emperatriz del Fuego, pues era la única de los tres que le daría lo que su demonio interno buscaba. Tal vez la muerte de Jeralt, su padre, nubló bastante su juicio…
Las Águilas negras tenían potencial para alcanzar grandes alturas en sus vidas, pero les faltaba el conocimiento y la guía necesaria. Byleth estaba dispuesto a darles todo eso y mucho más. Gracias a él se convirtieron en un escuadrón de la muerte, eliminando a todo aquel que se interpusiese en el sueño de un mundo más justo. Aunque Linhardt nunca pareció estar del todo de acuerdo con tanta matanza.
La guerra ni siquiera había acabado cuando le pidió matrimonio a Edelgard. Habían formado un nuevo imperio cuyos pilares eran los cadáveres de cientos de inocentes. Había muchos cabos sueltos y sus queridos alumnos no eran más que marionetas imperiales que casi nunca cuestionaban las medias verdades de Edelgard… o las de Hubert. Irónico, pues al parecer Edelgard también era la marioneta de alguien más…
A Byleth todo eso le daba igual. Kronya, la asesina de su padre estaba muerta y una Fódlan en llamas era un lugar digno para un demonio. Aun así había algo todavía extraño…Más extraño que luchar al lado de alguien que odiaba a la mismísima diosa que habitaba en su interior…
Manipulación, secuestro, asesinato, genocidio, la extinción de los descendientes de la Diosa, las brutales muertes de Claude, Dimitri y Rhea…Rhea, ese monstruo que controlaba el continente con engaños para su propia diversión, porque se creía superior a los humanos… ¿Verdad?
Los Leones Azules
Aquel malestar aumentaba con los días hasta hacerse insoportable, así que volvió a retroceder en el tiempo, sabiendo que sus recuerdos desparecerían más no sus nuevos sentimientos.
Volvió a matar a Shezia, pero esta esta vez eligió el camino de Dimitri. No sabía porque pero había algo en Edelgard que no le gustaba. Una cegadora determinación. Dimitri por el contrario era mucho más tranquilo y dado a la diplomacia, al menos eso parecía pues sus ojos ocultaban algo que Byleth no supo identificar.
Los Leones Azules eran caballerosos hasta la muerte, siguiendo los ideales de justicia, lealtad y bondad. Aun así carecían del poder y la guía para llevar a cabo esos ideales. Byleth estaba dispuesto a darles todo eso y mucho más. Gracias a él se convirtieron en un escuadrón de caballeros legendarios, defendiendo a todo aquel que amenazase con eliminar el statu quo. Aunque Félix nunca pareció estar del todo de acuerdo con dichos ideales.
Durante la guerra Byleth pudo ver de primera mano cómo la oscuridad que ocultaba Dimitri tapaba su juicio, convirtiéndolo en un monstruo sediento de sangre y obsesionado con acabar con Edelgard.
Sus demonios internos provocaron muertes innecesarias y varias tragedias, pero gracias a sus compañeros Dimitri consiguió hacer retroceder aquella oscuridad. Más como bien decía Dedue, la oscuridad siempre estaría allí, acechando…
La batalla final contra Edelgard no fue algo glorioso y emocionante. Fue triste ver como aquella mujer de cabellos plateados se había convertido en un demonio de alas negras, consumida por su testarudez y su incapacidad de ver otro camino que no fuese el suyo.
La vida de la humana que aceptó la oscuridad fue sesgada por el humano que la rechazó. Casi era poético…casi.
El futuro de Fódlan había sido salvado. Las bodas de Byleth con Mercedes y Dimitri con Catherine, tapó un hecho que muchos prefirieron ignorar: El Imperio y la Alianza, que eran culturas muy diferentes, iban a ser asimiladas por el nuevo reino de Dimitri les gustase o no. Con el tiempo aprenderían los valores del reino y como al ser conquistados, estarían mucho más felices. Claro que nadie mencionó que los agarthianos aun seguían vivos y sueltos por todo el continente.
Los Ciervos Dorados
Su quinta vida fue bastante divertida, todo lo divertida que puede ser cuando estás luchando por el destino de un continente. Pero era imposible no divertirse cuando elegías el bastante irregular y confuso camino de Claude.
Era difícil saber que pasaba por aquella carismática cabeza. Incluso Byleth tuvo que tener cuidado de no dejarse llevar por el entusiasmo de aquel ciervo dorado. Una lástima que entre los gustos de Claude no estuviesen los hombres…Sí, esa clase de pensamientos eran normales cuando pasabas demasiado tiempo a su lado.
Los Ciervos dorados eran una clase muy dispar por decirlo de alguna manera. No tenían unidad ni un objetivo común y su filosofía era: "Cada uno a lo suyo y sin molestar a los demás". Byleth les enseñó a ver más allá de sus propios problemas y sueños. Gracias a él se convirtieron en uno de los grupos más unidos y dispuestos a usar sus sueños para cambiar el mundo a mejor. Aunque a Raphael…Bueno, la verdad es que el musculoso joven se pasaba intentando ayudar a los demás.
Por otro lado, la curiosidad de Claude y su afán por llegar al fondo de las cosas, algo que no parecía querer hacer tanto cuando Shezia era su amiga, fue lo que les llevó a descubrir la verdad tras Fódlan, los hijos de la Diosa, las armas sagradas, los diez elegidos, el malvado Némesis siendo un ladrón cualquiera manipulado por serpientes, ect…
Todos los secretos fueron revelados por Rhea tras ser confrontada por Claude. Tales secretos solo serían conocidos por unos pocos, pues tenían el poder de destruir todos los pilares sobre los que se apoyaban las culturas de Fódlan.
Matar a las serpientes de las tinieblas y al zombi de Némesis tras una divina batalla fue el primero de muchos regalos de los Ciervos Dorados hacia el nuevo reino de Claude y su esposa Hilda. La boda de Byleth y Shamir fue otro.
Aun así, Byleth no podía dejar de pensar que si hubiese sabido todos aquellos secretos, podría haber cambiado las cosas. ¿Sabía Edelgard todo aquello? Lo dudada, seguramente ella había sido manipulada al igual que todos en Fódlan. Si tan solo la diplomacia fuese más fuerte que la espada…pero en aquella cultura medieval la sangre era lo único en lo que parecían pensar sus habitantes. Al menos Claude era un regente más que dispuesto a escuchar a otras culturas y romper las barreras del prejuicio.
La Iglesia
No pudo ver los fantasmas del pasado que con sus cadenas ataban a Dimitri y lo arrastraban hacia las sombras de la locura. No pudo ver la obsesión de Edelgard por alcanzar la luz del futuro al final del túnel, sin darse cuenta de que atrás había una gran oscuridad a punto de consumirla. No pudo ver como Claude se ponía una venda en el presenta para evitar ver lo que dejaba atrás, sin darse cuenta de que tampoco podría ver lo que había delante.
Aun así en esta vida retuvo algo diferente a las memorias. La tenacidad de Edelgard, la bondad de Dimitri y la curiosidad de Claude. Todos esos regalos de las vidas pasadas de Byleth se quedaron con él eternamente. Y fueron esos regalos los que le ayudaron en su sexta vida.
Volvió a elegir a Edelgard, pero esta vez se dejó llevar por sus instintos y no confió del todo en su mejor y más brillante alumna. Quizás si hubiese pasado más tiempo con ella habría visto la oscuridad que se ocultaba tras su juiciosa mirada.
Esta vez algo aún más fascinante llegó a ocurrir. Conoció al variopinto grupo de renegados de la sociedad llamados Lobos Plateados, lo cual le llevó a conocer el secreto de su difunta madre. Y sin saberlo aquello contribuyó a que lo poco que quedaba de su máscara de apatía se rompiese por completo…eso y su relación con Rhea. Aquellas mañanas y tardes en las que tomaban juntos el té. Aquellas noches en las que hablaban sin parar sobre la Diosa, la Iglesia y los emblemas…
Cuando Rhea le pidió que acabase con Edelgard la respuesta estaba clara. Un rotundo sí. Edelgard estaba aliada con los asesinos de su valiente padre Jeralt, con los secuestradores de la dulce Flayn y con los bandidos que intentaron matar a Dimitri y a Claude…Aunque si no hubiese sido por Byleth los bandidos también habrían matado a Edelgard…No, definitivamente aquello no había sido un buen plan.
Quizás aquello último fue el motivo por el que subestimó a su antigua alumna. Edelgard estaba muy preparada para la guerra y sus siniestros aliados aún más. Durante cinco años Fódlan fue devastada por el águila de fuego y la serpiente de las sombras. Incluso Rhea fue derrotada y atrapada en el corazón del Imperio.
Aun así, la esperanza en forma de Byleth llegó y acabó con las tinieblas que apresaban el continente. Con él, las fuerzas eclesiásticas y las águilas negras derrotaron al Imperio y llevaron la muerte a quienes habían provocado tal guerra. La piedad nunca fue una opción cuando Byleth se encontró cara a cara con quien fuese su alumna más brillante y prometedora.
Salvar a Rhea fue un alivio para el corazón del que fuese en el pasado un demonio. Aun así los terrores que la arzobispa había sufrido le pasaron factura, y acabó convirtiéndose en un monstruo que casi devasta todo el continente. Darle el golpe de gracia fue el momento más doloroso para Byleth. Por suerte Rhea sobrevivió y su recuperación fue más que exitosa.
Los agarthianos estaban muertos. Rhea estaba viva, Claude estaba vivo…Pero Dimitri y Edelgard no. Aun así sus muertes no entorpecerían el nacimiento del nuevo reino unido de Fódlan, al cual había que añadir la muy esperada boda entre el nuevo rey y la arzobispa.
Sin embargo, su alma seguí llorando. Tantas muertes y tantos sacrificios… ¿Por qué? Acaso no había una manera de que todos estuviesen unidos contra el verdadero enemigo. Si Edelgard no hubiese sido tan ingenua y cabezota, si Rhea hubiese contado la verdad a los lores, si Dimitri no hubiese caído en la oscuridad, si Claude no se hubiese mantenido al margen tanto tiempo…
Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que si podía cambiar el destino. Tan solo debía retener sus memorias cuando retrocediese en el tiempo. Era una apuesta arriesgada, y tal vez fuese la primera y última vez que pudiese hacer semejante milagro.
¿Estaba dispuesto a arriésgalo todo para salvarlos a todos? Su vida con Rhea siendo rey de un continente era muy tentador, pero debía parar la guerra. Debía contarles la verdad a todos. Podía hacerlo aunque le doliese en el alma separarse de sus seres queridos.
Ruta Dorada
Habían pasado cinco años desde que Byleth llegó al monasterio. Uno desde que acabó la guerra contra los agarthianos. Byleth no sabía que le deparaba el futuro, solo sabía que lo había conseguido, los había salvado a todos…Shezia incluida.