Capítulo 2: Nuevas vidas I


Caspar y Bernadetta

En una cabaña de Brigid…

―¡Bernie, eres una genio! ―exclamó muy alegre Bernadetta tras terminar de escribir la última página de su último libro―. Ahora solo necesitas que esos dos lo revis-

La puerta de su habitación se abrió violentamente y un robusto pero pequeño guerrero entró con mucho entusiasmo.

―¡Bernadetta, mira lo que he encontrado! ―gritó Caspar muy emocionado―… ¿Bernadetta?

Caspar miró a su alrededor confuso pues no veía a su prometida por ninguna parte. Tras quedarse varios segundos pensativo sonrió y miró debajo de la cama. Allí estaba agachada y temblando de miedo. Tenía las manos cubriendo su cabeza y los ojos completamente cerrados. También había varios papeles por el suelo.

―¿Qué haces?

―¡No me mates por favor, te daré todo lo quieras!

―Bernadetta, soy yo. ―rió Caspar al ver su reacción.

―¡¿Caspar?! ―exclamó Bernadetta sorprendida. Por desgracia se levantó tan rápido que se dio un golpe en la cabeza al haberse olvidado de que estaba bajo la cama.

ooOoo

―¡Me has asustado! ¡Cuántas veces te he dicho que entres con cuidado!

―¡Lo siento, lo siento! Lo que pasa es que he encontrado un lugar muy bonito que quiero que veas antes de que se haga de noche. ¡Brigid está lleno de lugares maravillosos!

La ira de Bernadetta casi desapareció al oír aquello.

―Vale, te perdono, pero no vuelvas a hacerlo. ―dijo en un tono firme.

―¡Prometido! ―rió Caspar acariciando su cabeza.

―¡Ay! No me toques el chichón. ―se quejó Bernadetta quitándole la mano.

―Lo siento… Por cierto, ¿y esos papeles que hay por el suelo?

―Ayúdame a recogerlos. Son de mi último libro.

Caspar obedeció enseguida y recogió todos los papeles que pudo.

―Sigo sin entender porque usas un seudónimo. ¡Todo el mundo merece saber lo buena que eres!

―¡No, qué vergüenza! ¡Seguro que querrían matarme para quedarse con las ideas que nadan en mi cabeza!

―Pero si te matan no podrán robarte esas ideas ―comentó Caspar confuso―. Además, antes tendrían que pasar por encima de mí.

―No eres muy alto, así que eso no sería difícil.

―¡No necesito altura, soy una pared de músculos! ―dijo Caspar indignado.

―Era broma ―rió Bernadetta―.Ya sé que contigo a mi lado nadie me hará daño. De todas formas sigo prefiriendo que solo Seteth, Sylvain, Yuri y Anna sepan que soy escritora.

―Mientras seas feliz no insistiré. ―dijo Caspar dándole un abrazo.

―Gracias. ―respondió ella devolviéndole el abrazo.


Balthus y Anna

Mercado de Garreg mach

―¡Ya está a la venta la nueva novela de la popular autora Osita! ¡"La habitación impenetrable", cómprenlo antes de que se acabe! ―anunciaba muy feliz Anna, pues estaba ganando mucho dinero gracias a la misteriosa autora que tanta fama estaba teniendo últimamente en toda Fódlan.

Los nuevos inventos como la imprenta y la construcción de numerosas escuelas públicas por todo el continente también ayudaban. Eso y poder llevarse el cuarenta por ciento de lo ganado con cada venta. ¡Menudo negocio!

―Es lo menos que me merezco tras participar en semejante guerra continental. ―comentó muy alegre―. Byleth tiene mucha labia, todavía no sé cómo consiguió convencerme de participar en la lucha.

De repente la alegría y los pensamientos de Anna se vieron interrumpidos por gritos de terror. Un musculoso gigante arrasaba con las tiendas de alrededor mientas corría como si su vida dependiese de ello

―¡Balthus! ―exclamó furiosa Anna al verlo llegar totalmente sofocado―. ¿Ahora qué has hecho?

―¡Nada, lo juro! ―río mientras alzaba las manos en señal de paz. Aunque su risa desapareció al instante al notar la feroz e incrédula mirada de Anna―. Nada malo…

―¿A quién le debes dinero esta vez? ―preguntó Anna tras dar un largo suspiro.

―¿Podrías darme un adelanto? ―preguntó Balthus ignorando la pregunta de Anna.

―¿Un adelanto? Ya te he dado cuatro y aun no me has devuelto nada. ¡Se supone que eres mi guardaespaldas pero solo me causas pérdidas!

―Si quieres puedo ayudarte con otras cosas a parte de darte protección.

Un escalofrío recorrió a Balthus nada más terminar de hablar. Quizás la siniestra sonrisa de Anna tenía algo que ver.

―Puedes estar seguro de que vas a ayudarme en muchas cosas y además gratis.

―¿G-gratis? P-pero…

―¡Pero nada! ―gritó Anna furiosa―. A menos que quieras que te deja tu suerte. O tal vez quieras pedirle ayuda a tus amigos.

―No puedo, jamás haría algo tan cruel ―dijo Balthus enseguida―. No puedes hacerme esto, necesito dinero para escap-, digo para el regalo de bodas de Yuri y Constance.

―¡Pero si la boda fue hace meses! ¡Y ni siquiera fuiste porque tenías miedo de atraer asesinos o algo así! ―le recordó Anna.

―¡P-por eso mismo tengo que darles el mejor regalo del mundo!

―Pues ya puedes ir esforzándote con los nuevos trabajos que tengo para ti. ―rió Anna. Aunque su risa desapareció al ver a varios hombres armados hasta los dientes paseándose por la zona.

―¡Maldición, me han encontrado! ―dijo Balthus riendo con cierto nerviosismo―. ¿Un poco de ayuda?

―¿Son asesinos enviados por tu madrasta? ―preguntó Anna con fingida curiosidad.

―No, solo gente a la que debo mucho más dinero que a ti.

―Entonces mi respuesta es no.

Balthus se habría puesto a discutir si no hubiese sentido la muerte cerca, por lo que se escondió detrás de varias cajas que había en la tienda de Anna. Justo a tiempo pues los hombres armados llegaron allí enseguida.

―Bella señorita, ¿ha visto a un hombre muy alto y musculoso pasar por aquí? ―preguntaron los hombres a Anna. No había ninguna amenaza en su tono e incluso le sonrieron amablemente.

―Se ha escondido detrás de aquellas cajas. ―dijo Anna con mucha calma.

Balthus, al oír aquello, salió de su escondite y comenzó a correr como si le estuviese persiguiendo el mismísimo caballero de la muerte.

―¡Traidora! ―gritó el gigante mientras esquiva las flechas y piedras que le tiraban.

―¡Vuelve aquí ladrón, sinvergüenza! ―gritaban furiosos sus perseguidores.

―¡Vamos Balthus, un poco de ejercicio no te vendrá mal! ―reía Anna.


Raphael y Marianne

Restaurante del Pájaro alegre

El hecho de que la futura marquesa de Edmund estuviese trabajando en una restaurante ya daba mucho de qué hablar, sobre todo entre la nobleza. Sin embargo los tiempos estaban cambiando y muy rápido.

Y dicho restaurante era una prueba de ello pues ardillas, gatos, perros, conejos y pájaros rondaban dentro y fuera de ella, como si fuesen atraídos por algo o alguien. Aun así no molestaban a los clientes ni montaban jaleo alguno. Incluso se dejaban acariciar por ellos.

Todo eso, sumado a que el restaurante estaba dirigida por dos legendarios héroes de guerra, podría ser la clave de su rápido éxito, pues El Pájaro alegre era el restaurante más popular del continente.

―Desde que trabajas en mi restaurante viene mucha gente ―comentó Raphael muy feliz―. ¡Realmente me traes mucha suerte!

Un pequeño sonrojo se formó en el rostro de su ayudante, Marianne.

―N-no creo que yo tenga mucho que ver con eso. Debe de ser la deliciosa comida que haces.

―¡No digas tonterías! Es obvio que es ambas cosas. ¡¿Quién no querría comer un buen majar servido por una bonita dama como tú?!

El rostro de Marianne ya no podía ponerse más rojo.

―…G-gracias.

―¡No me las des! Solo digo la verdad. En cuanto a mi comida…Admito que el entrenamiento culinario de Ashe realmente ha dado sus frutos ―rió Raphael.

Marianne también acabó por reírse aunque no tan fuerte como su compañero. La alegría de Raphael realmente era contagiosa pues la joven ya no recordaba cuando fue la última vez que estuvo triste o decaída.

―Hablando de entrenamiento culinario…Eso me recuerda que le prometí a Petra visitar Brigid para entrenar con su gente ―dijo Raphael pensativo―. ¿Te gustaría acompañarme? No tienes que hace-

―¡Me encantaría! ―respondió Marianne enseguida con tanto entusiasmo que sorprendió a Raphael―. Solo lo pudimos ver un poco durante la guerra pero me pareció un lugar muy bonito. Me gustaría que lo visitásemos con más tranquilidad.

―¡Pues eso haremos! ¡Ya verás que fuerte nos ponemos con el entrenamiento! ―rió Raphael, sin llegar a entender que Marianne no tenía interés alguno en dicho entrenamiento.

Fue en ese momento que Marianne se acordó de algo muy importante.

―Raphael, ¿te gustaría venir a la ópera conmigo? ―preguntó algo nerviosa Marianne mientras sacaba de su delantal un par de papeles pequeños―. H-he recibido entradas para la ópera, al parecer Dorothea y la profesora Manuela van a hacer una nueva actuación con la banda de la Iglesia central.

―¿La ópera? No sé si eso es lo mío ―comentó Raphael poco convencido, sin embargo al ver la mirada triste de Marianne decidió tragarse sus dudas al instante―. ¡Por supuesto que iré contigo! ¡Tampoco puede ser tan malo si le gusta a tanta gente!

―Gracias, estoy seguro de que Maya, tu abuelo y los demás cuidaran muy bien de nuestro restaurante mientras no estamos. ―le aseguró Marianne.

Por desgracias la fuerza de voluntad de Raphael sería puesta a prueba en la ópera y esta vez no estaba seguro de salir victorioso. Bueno, si flaqueaba solo necesitaba una sonrisa de Marianne para levantarse de nuevo. Aunque tuvo suerte ya que la joven no solo le sonrió si no que le cogió de la mano durante toda la actuación.


Byleth y Rhea

Habitación del Arzobispo

Una canción de cuna sonaba en la habitación, completamente iluminado por el sol de la mañana que entraba por sus múltiples ventanas.

Rhea estaba sentada en una gran cama matrimonial, cantando alegremente mientras se apoyaba en el hombro de su marido, quien acariciaba su vientre con mucho cariño. Estando en su tercer mes de embarazo, el bulto era ya bastante visible.

Cuando terminó de cantar, Byleth abrió los ojos y la miró fijamente. Una sonrisa adornada el rostro de la pareja.

―Rhea…―comenzó a decir Byleth, hasta que fue interrumpido por un beso de su esposa. Beso que correspondió enseguida. Lento y suave, poniendo todo su amor en aquel beso y teniendo cuidado de no lastimarle.

Cuando el beso terminó ambos se quedaron mirándose fijamente, en un muy íntimo silencio. El nuevo Arzobispo observaba a la antigua arzobispa, quien lo miraba con tanto amor, pasión y cierta lujuria, que no pudo evitar sonrojarse.

Byleth todavía no podía creer que lo hubiese conseguido, que hubiese logrado salvarlos a todos tras tanto sufrimiento, mentiras y engaños. La oscuridad que acechaba Fódlan había desaparecido. Sus alumnos y amigos podrían vivir sin ser marionetas de gente que era incapaz de dejar morir las rencillas del pasado.

Shez, Edelgard, Mercedes, Shamir y Rhea…esas habían sido sus parejas en sus vidas anteriores. Esta era la última, y siendo la encarnación de Sothis, sería muy larga. Muchos dirían que aquel último detalle fue lo que hizo que eligiese a Rhea como su pareja de por vida. Pero no era cierto, realmente la amaba y la relación que tuvieron en su penúltima vida le marcó demasiado.

Estaba seguro de que si volviese a tener elección, volvería a elegir a Rhea. Aquella longeva, misteriosa, hermosa mujer que a veces le recordaba a un ángel que le protegía de todo mal y otras a una bruja que le seducía y manipulaba a su antojo…Byleth no estaba muy en contra de aquello último.

Byleth regresó de sus pensamientos al notar de nuevo los labios de Rhea, besándole esta vez con mucha más pasión que antes. Antes de quedarse embarazada Rhea era muy…apasionada cuando estaban solos, pero actualmente le costaba un poco controlarse incluso fuera de su habitación.

―Te amo tanto…―murmuró Rhea tras separarse ligeramente de él.

Byleth acarició su largo cabello mientras la abrazaba. Aquellas palabras lo llenaban de una inmensa alegría, amor y ganas de protegerla. Nunca pensó que sería capaz de experimentar tantas emociones positivas al mismo tiempo.

Aun no podía creerse que fuese a ser padre. Bastante trabajo tenía con todas las reformas que había hecho a la iglesia y los numerosos concilios que celebraba todos los meses para mantener a las diferentes ramas eclesiásticas unidas. Y a eso había que añadir el gran esfuerzo que habían hecho para hacer del Abismo un lugar decente vigilado por su padre Jeralt…Así podía estar cerca de Sitri.

Aun así, cada vez que estaba con Rhea y su futuro hijo todos aquellos problemas parecían desparecer al instante.

Los pensamientos de Rhea no eran muy diferentes. Durante gran parte de su vida se había visto obligada a crear un exterior duro y fuerte, casi frío en varias ocasiones. Una forma de evitar volver a pasar por el sufrimiento de ver a toda su gente exterminada y usada como objetos de guerra.

Rhea se había resignado a estar sola a pesar de tener a Seteth y Flayn a su lado, pues sabía que algún día deberían separarse. Debía pagar por sus numerosos pecados en la soledad…Hasta que conoció a Byleth.

La primera vez que lo vio desde aquel balcón le recordó demasiado a Sitri, con aquel inexpresivo rostro que ocultaba una gran gama de emociones dispuesta a salir en las circunstancias adecuadas. Nunca se imaginó que aquel joven cambiaría a Fódlan y a sus habitantes para siempre, ni que se enamoraría de él…

Y ahora iba a ser madre, algo que creía impensable. Iban a ser padres y podrían regalarle a su hijo un mundo mejor, sin sectas oscuras o grandes peleas territoriales, sin odio y lleno de esperanza. Rhea dejó que sus besos transmitiesen todo el amor que sentía hacia Byleth, quien la besó con el mismo amor mientras ambos se acostaban en la cama, dispuestos a dejarse llevar por el deseo y la lujuria.

ooOoo

―Seteth aún no sabe nada que Flayn va a celebrar su boda en el monasterio. ―comentó Rhea entre risas.

―Seguramente se desmaye cuando sepa con quien se va a casar. ―dijo Byleth con una pequeña sonrisa.

Los dos estaban en el despacho personal de Rhea. Aunque últimamente Byleth era el único que lo usaba, esta vez su esposa quiso acompañarlo. Incluso habían ordenado poner un sofá para que la antigua arzobispa pudiese estar más cómoda.

Mientras tanto el nuevo arzobispo debía sentarse en una elegante silla y leer y firmar numerosos y muy aburridos documentos. Nadie dijo que la política fuese divertida, solo que daba poder y adicción. Por suerte Byleth no era tan fácil de corromper, todo gracias a sus experiencias pasadas.

―¿No vas a decirle nada? ―preguntó Byleth―. Al fin y al cabo es su padre.

―No, Flayn me envió una carta diciéndome que ellos mismos le avisarían un poco antes.

―Entonces será mejor no meternos. ―bromeó Byleth, ante lo cual Rhea volvió a reír. A Byleth le encantaba oírla reír y empezaba a darse cuenta de que tenerla cerca le distraía demasiado. Aunque nunca se quejaría de ello.

En ese momento Rhea estaba leyendo un libro escrito por Bernadetta, u Osita, como solía llamarse.

―¿Te gusta el libro? ―preguntó Byleth. Rhea levantó la mirada y le sonrió.

―Mucho, nunca pensé que la historia de una hija planeando el asesinato de su padre me fascinaría tanto. Está muy bien escrito.

―Me alegro, no sabía si sería de tu gusto o del de alguien pero parece que esta teniendo mucha fama. ―comentó Byleth aliviado.

―No me extraña, se de mucha gente que se lleva mal con sus padres, aunque por suerte nunca llegarían a tales extremos…Al menos no en esta época de paz en la que vivimos gracias a ti. ―dijo con mucho amor su esposa, haciendo que el antiguo demonio se sonrojase ligeramente.

―No, todo es gracias a ti ―dijo Byleth también con mucho cariño―. Si no me hubieses hecho profesor a mí y a mi hermana jamás habríamos conocido a tantas maravillosas personas ni nos habríamos dado cuenta de lo grande que es el mundo. Tantos pensamientos y tantas formas diferentes de ver la vida…Aun creo que es un milagro que todos consiguiésemos unirnos durante la guerra.

―Tú y Beles tenéis el poder de la Diosa, los milagros no son algo fuera de vuestro alcance. ―bromeó Rhea.

―Cierto…―dijo Byleth pensativo. Se preguntó qué diría Sothis de todo aquello, pero en aquel momento estaba dormida.


Seteth y Catherine

Despacho de Seteth

―Seteth ―dijo Catherine entrando en una amplia habitación―, me ha costado pero he conseguido hacer una reserva en el restaurante del Pájaro alegre… ¿Qué haces?

Seteth estaba de rodillas en el suelo, con su lanza en la mano izquierda y un papel arrugado en la otra

―La carta…

―¿Carta?, ¿qué carta? ―preguntó Catherine aún más confusa.

―¡La carta! ¡Ese desgraciado me las va a pagar! ―explotó Seteth, clavando la lanza en el suelo y dejando una grieta bastante grande―. ¡Lo mataré!

Catherine dedujo que el papel arrugado debía ser la carta que tan de mal humor le había puesto. Sin ni siquiera preguntar se la quitó de las manos y comenzó a leerla.

Hola futuro suegro, yo, el increíble rey de Almyra te invito a una boda real. Boda que ya habrás deducido es entre tu bella hija Flayn y yo. Será por supuesto en el monasterio donde nos conocimos y pasamos muchos momentos juntos antes, durante y después de la guerra. Nos veremos en unos días, futuro suegro.

Catherine tuvo que hacer un gran esfuerzo para no reírse. No lo consiguió. En cualquier otro momento la risa de la guerrera habría hecho saltar de alegría el corazón de Seteth, pero en aquel momento solo lo hundió más en la desesperación.

―¿Entonces cancelo la cita? No pareces muy animado. ―comentó Catherine tras terminar de reír. La cabeza de Seteth decía "sí", pero su corazón decía "no" y por suerte para Catherine el segundo acabó por imponerse.

―No, perdona. Nuestra cita es mucho más importante que mi ira más que justificada contra ese…joven soberano. ―dijo Seteth tras levantarse del suelo.

―No te preocupes, cuando venga le pondré en su sitio para que aprenda a tratar bien a Flayn. ―bromeó Catherine, o al menos intentó que sonase como una broma. Quería mucho a Flayn y si todo iba bien serían familia muy pronto. Sinceramente Catherine aun encontraba un poco raro ser la futura madrasta de alguien que duplicaba por mucho su edad.

―¿Cómo que aprender a tratar bien a Flayn? ―preguntó Seteth indignado―. ¿Acaso ya aceptas su matrimonio?

Catherine se encogió de hombros.

―¿Por qué no? Flayn siempre parecía muy feliz cuando estaban juntos.

―¡¿C-cuándo qué?! ¿Desde cuándo están juntos?

―Durante la guerra se acercaron bastante y luego se veían mucho cuando tú estabas lejos ―Catherine sonrió al recordar los viejos tiempos―. Tendrías que haber visto cómo se miraban cuando tú no estabas mirando.

Seteth casi se cayó al suelo pero Catherine lo sujeto a tiempo.

―¿Cómo sabes todo eso? ―preguntó el decaído sacerdote.

―Todo el mundo lo sabía.

El pobre hombre empezaba a entender porque Flayn había tenido tantas ganas de salir a viajar cuando terminó la guerra. Seteth habría seguido preguntando pero se dio cuenta de que Catherine tenía el hombre derecho vendado. Sus preocupaciones cambiaron al instante.

―¿Te has hecho una herida?

―¿Esto? ―preguntó Catherine mirándose el hombro―. No es nada, un traidor que tuvo algo de suerte, nada más. Le deseo más suerte en la próxima vida.

―Siéntate ―dijo Seteth en un tono autoritario que solía usar cuando daba órdenes―. Estoy seguro de que no te lo has tratado bien. Yo me encargo.

―¿En serio? ¡Pero si no es nada! ―se quejó Catherine, aunque en el fondo adoraba ese lado amable de su prometido―. Te preocupas demasiado.

―Siempre me preocuparé por ti, sobretodo si vamos a compartir nuestras vidas. ―dijo Seteth muy serio, haciendo que Catherine se sonrojase un poco.

―No creas que vas a conseguir ablandarme con tus zalamerías. ―rió Catherine algo nerviosa.

―¿Ablandarte? Jamás osaría hacer tal ridiculez. ―rió Seteth también.

Tras revisarle la herida la ayudó a levantarse y le dio un suave abrazo.

―Gracias por soportarme ―dijo Seteth con cariño―, se lo pesado que puedo ponerme cuando pienso en Flayn.

―No te preocupes ―rió Catherine, devolviéndole el abrazo con bastante fuerza. Tanta que Seteth sintió que si fuese humano su espalda se habría roto―. Es parte de tu encanto. Aunque espero que tengas otro tema de conversación durante la cena.

―…Sí, tenemos que hablar de lo poco que te cuidas.

Catherine no supo si reírse o darse una palmada en la frente. Así que se decantó por una tercera opción. Le dio un beso a Seteth, haciendo que el hombre se olvidase de lo que estaban hablando.


Alois y Jeralt

Sentados en un banco dos hombres conversaban mientras bebían alcohol. Aún era temprano pero a Jeralt nunca le importó cuando si no cuanto podía llegar a beber. Por supuesto era Alois quien había pagado las bebidas, de nuevo.

―Aun no puedo creerme que vaya a ser abuelo ―comentó Jeralt entre trago y trago―. Y bastante trabajo me da ser el nuevo guardián del Abismo…A lady Rhea y a mi hijo se les está yendo la cabeza con tantas nuevas ideas y reformas.

―Nunca me imaginé verlo como abuelo, capitán. Y mucho menos como guardián de un lugar tan peligroso…Aunque lo más raro debe de ser…ver a su hijo con lady Rhea. ―dijo Alois con una risa nerviosa. Su botella estaba casi llena mientras que Jeralt ya iba por la tercera.

El ex-mercenario simplemente se encogió de hombros.

―Mientras mi hijo sea feliz. Aunque si te soy sincero prefiero no pensar mucho en esas cosas…quiero decir, ni siquiera yo entiendo del todo qué diablos pasa la mayoría de las veces, sobretodo en nuestra familia…

―¿De qué habla capitán?

―Nada, tonterías de viejo.

Los dos se quedaron en silencio contemplado a la gente pasar y hablar tranquilamente, como si nunca hubiese habido una guerra. Jeralt aun recordaba cómo casi murió asesinado varias veces. Por suerte su hijo siempre estaba allí para salvarle…Un regalo de la Diosa sin duda alguna.

―Catherine me contó el otro día que Claude le envió una carta a Seteth hablando sobre su boda con Flayn ―rió Alois de repente, risa que le contagió a Jeralt―. Ese Claude siempre fue un gran bromista, seguramente aprendió de mí, ¿verdad Capitán?

―…Seguramente ―dijo Jeralt para nada convencido. Intentando evitar que su amigo descubriese la verdad decidió cambiar de tema―. Por suerte Seteth tiene a Catherine. Son muy diferentes pero creo que por eso mismo van a tener un gran matrimonio.

―Las malas lenguas dicen que Catherine solo está con Seteth porque no pudo estarlo con lady Rhea.

―¿Insinúas que Seteth es un premio de consolación? ―preguntó Jeralt.

―Solo un idiota insinuaría semejante cosa. Catherine ama demasiado a Seteth y cualquiera que tenga ojos puede verlo…Aunque si le soy sincero capitán, siempre pensé que ella y Shamir…

―…¿Tú también?

Alois simplemente se encogió de hombros. Jeralt no pudo evitar soltar una fuerte risa, para luego ser acompañado por Alois quien rió con aun más fuerza. Tras esto Jeralt dejó la botella y se levantó del banco.

―¿A dónde va capitán?

―A visitar la tumba de mi esposa.

―¿En serio? Pero el cementerio no está en esa dirección. ―dijo Alois confuso al ver hacia donde se dirigía.

―Lo sé. ―fue todo lo que dijo Jeralt.


Manuela y Hannemam

Sala de profesores

―¿Qué pasa? ―preguntó Manuela con preocupación fingida―. Tus alumnos dicen que pareces muy cansado, cariño.

Hannemam soltó un pequeño resoplido mientras se restregaba los ojos con cansancio.

―Sabes perfectamente lo que me pasa. Todas las noches Manuela, ¡todas las noches! ¿Es qué no te cansas?

―¿De qué tendría que cansarme? ―preguntó Manuela con cierta indignación.

―…Y-ya sabes…―dijo Hannemam algo avergonzado.

―¿Ya sé qué? No es mi culpa que la edad te esté pasando factura y no puedas seguirme el ritmo.

―¿La edad? ¡Ni que fueses mucho más joven que yo! ―exclamó indignado el estudioso de emblemas―. Y al contrario que tú, tengo mucho trabajo no solo con la academia si no co-

―"Prolongar la vida de la emperatriz y Lyshitea gracias a mis nuevos descubrimientos sobre emblemas" ―terminó diciendo Manuela mientras imitaba su voz―. ¡Ya lo sé, todo el mundo lo sabe! ¡No hablas de otra cosa!

―¡Si ya lo sabes entonces déjame descansar al menos una noche!

―Yo también tengo mucho trabajo ―replicó Manuela con orgullo―. Dentro de poco voy a dar un nuevo concierto junto a Dorothea. ¿O ya lo has olvidado?

―Me es imposible olvidarme de nada de lo que haces ―dijo Hannemam, haciendo que Manuela se sonrojase ligeramente―. Aun así no te veo entrenando.

El sonrojo de Manuela paso a ser uno de provocado por la ira.

―¡Ya he entrenado suficiente!

La discusión se prolongó durante prácticamente una hora y por supuesto toda la academia los ignoró, pues ya estaban acostumbrados. También sabían que aquella noche ninguno de los dos dormiría mucho.


Lorenz y Leonie

Cerca del Pueblo de Sauin

Dos jinetes paseaban montados a caballo mientras observaban el bello paisaje pueblerino. Paisaje que casi había desaparecido durante la guerra.

―No tengo ganas de volver a casa ahora mismo…―comentó Lorenz de repente.

―Pues quédate conmigo, mi casa es lo suficientemente grande como para los dos.

Lorenz negó rápidamente con la cabeza mientras miraba hacia otro lado para ocultar su sonrojo.

―Ni puedo, ni debo. Bastante doy de que hablar al pasar tanto tiempo junto a tu compañía de mercenarios. Mi padre me mataría si además se entera de que paso las noches en la casa de mi prometida.

―No pareces muy asustado. ―notó Leonie.

―En el pasado habría temblado con tan solo pensar en llevarle la contraria a mi padre ―admitió Lorenz mirándola fijamente―, pero ahora sé que hay cosas mucho más importantes.

―¿Cómo cuáles?

―Tú, por ejemplo. ―respondió con una sonrisa que intentaba ser seductora. Leonie lo miró durante unos segundos antes de echarse a reír. Tanto rió que le salieron pequeñas lágrimas de los ojos y casi se cayó del caballo.

―¿Estás intentando ser romántico?

―¿Q-qué tiene de malo? ¿Acaso uno no puede ser romántico con la persona a la que está cortejando? ―preguntó un confuso y algo ofendido Lorenz.

―No tiene nada de malo ―dijo Leonie cuando se le paso la risa―, pero no te sale muy bien.

―Tus sonrojadas mejillas dicen lo contrario. ―le señaló Lorenz con una sonrisa triunfal.

―¡N-no es verdad! ―negó Leonie muy rápidamente―. Estoy sonrojada porque me he reído mucho.

La incrédula mirada de Lorenz indicaba que no estaba para nada convencido. Aun así decidió cambiar de tema.

―He notado que te has vuelto muy popular en toda Fodlan.

―¡Eso es porque soy la mercenaria más fuerte del continente! ―dijo con orgullo―. Después de Beles y Shez, claro.

―Y la más bella. ―dijo Lorenz.

Leonie lo miró con fingida tristeza.

―¿Piensas que Beles y Shez son más guapos que yo?

―¡N-no! ¡Me refería a que eres la más bella de…! ―Lorenz se detuvo al ver como su prometida se estaba aguantando la risa―. ¿Por qué disfrutas tanto burlándote de mí?

―Porque me lo pones muy fácil. ―respondió Leonie no sin antes acercarse y darle un suave beso en la mejilla, dejando a Lorenz atontado por el resto del paseo.


Ashe y Hapi

En un lejano bosque

Se suponía que iba a ser una cita normal en el pueblo de Hapi. El castillo de Gaspard era acogedor pero no tanto como un pequeño pueblo de montaña. Además los hermanos de Ashe casi nunca los dejaban solos.

Primero irían a pescar y luego a cuidar las flores del nuevo jardín que Ashe había construido durante la guerra. Recogerían un par de plantas carnívoras y junto a los peces sería la cena perfecta.

Sin embargo la vida de Hapi nunca había sido normal así que tampoco se sorprendieron cuando fueron atacados por varios monstruos, los cuales se encontraban actualmente tendidos en el suelo, bañados en charcos formados por su propia sangre.

Cerca de allí Ashe atendía a Hapi.

―Deberías tener más cuidado ―dijo Ashe mientras miraba su cuerpo, en busca de alguna herida―. Sé que eres muy fuerte pero…

Hapi lo miraba fijamente hasta que esbozó una pequeña sonrisa.

―Te preocupas demasiado por mí, Pecas.

―Eres mi prometida, preocuparme por ti es el mayor honor que podría tener. ―fue la alegre respuesta del joven caballero, quien no vio como el rostro de Hapi se sonrojaba ligeramente.

―Siempre tan caballeroso, es increíble que la guerra no te haya cambiado.

―La guerra solo ha reforzado mis ideales de caballero.

Tras varios minutos de revisión Hapi comenzó a cansarse.

―¿No estarás aprovechando para disfrutar del cuerpo de tu indefensa prometida? ―bromeó Hapi. Ashe reaccionó exactamente como ella esperaba.

―¡N-no, s-solo estaba…! ¡L-lo siento! ―exclamó bastante avergonzado el caballero mientras retiraba sus manos y su rostro adquiría un tono igual de rojo que el cabello de Hapi.

Hapi rió alegremente, y aquella risa era el sonido más maravilloso que los oídos de Ashe pudiesen escuchar.

―…Deberíamos volver al pueblo. ―dijo Ashe aun avergonzado mientras ayudaba a Hapi a levantarse.

La mujer asintió con la cabeza, manteniendo aquella alegre sonrisa en su rostro en todo momento.


Centinela y Shez

Carta del Centinela

¡Saludos, Arzobispo Eisner!

Espero que siga igual de feliz que la última vez que lo vi. Le envió esta carta para informarle de que pronto volveré a mi puesto como centinela de Garreg Mach. Espero que todo vaya bien por ahí, incluido el embarazo de su esposa lady Rhea.

Aun no les he agradecido a ambos que viniesen a mi boda. Al parecer Shez y mi mejor amigo, el centinela del Abismo, lo sabían pero no me dijeron nada para darme una sorpresa, ¡y menuda sorpresa fue! No solo el nuevo arzobispo y la antigua arzobispa, si no también la emperatriz de Adrestia, el rey de Faerghus y el rey de Almyra… ¡Todos en la boda de un insignificante servidor como yo! Aunque la mayor sorpresa fue que mi hermano el imperialista también viniese…

Sin embargo casarme con una mercenaria tan bella, valiente e inteligente como Shezia fue sin duda lo mejor de la boda. Soy seguramente el hombre más feliz del mundo ahora mismo.

La guerra me dejó muy marcado y casi no sobrevivo, pero no me arrepiento de no haberme movido de aquella puerta. Y parece que la Diosa ha compensado mi lealtad y testarudez.

Por cierto, el espía que usted envió al Abismo se ha casado con la espía imperial que Hubert envió. Lo sé porque el centinela del Abismo no deja de enviarme cartas sobre el asunto, al parecer está muy enfadado y se siente traicionado.

No todos pueden tener mi misma suerte supongo. Aunque he oído rumores de que se le pasó el enfado cuando conoció a la hermana del espía.

De todas formas ahora mismo estoy concentrado en ser parte de la banda de música de la Iglesia. Pronto daré un concierto junto a las grandes divas Manuela von Essar y Dorothea von Aegir. Espero que tenga tiempo para verlo junto a su esposa.

¡Nada más que reportar!