Capítulo 3: Nuevas vidas II


Ferdinand y Dorothea

Una dulce y muy feliz melodía sonaba por el campo. Incluso los animales se paraban para escucharla con atención, sorprendidos de que tal sonido pudiese ser producido por una persona.

Cerca del lago, una mujer embarazada cantaba mientras que su marido la observaba con cariño y la abrazaba con cuidado. A veces se unía a su canto, aunque por poco tiempo pues disfrutaba mucho más escuchándola.

Después de la canción, volvieron a la mansión para comer. Al contrario que en otras casas nobles, la mesa no era muy grande y ambos comían cerca el uno del otro.

―¿Estás segura de que podrás hacer el concierto con Manuela? ―le preguntó Ferdinand preocupado―. ¿No te estarás exigiendo demasiado?

―Si mal no recuerdo, tuve que pelear la última batalla de la guerra mientras estaba embarazada ―dijo Dorothea mirando con cariño a una niña que dormitaba en una cuna al lado suya―. Esto no es nada comparado con aquello.

Ferdinand se sonrojo ligeramente al recordar aquello. Ninguno de los dos sabía que estaba embarazada. La guerra los había unido mucho y cualquier malentendido o enfado que hubiese entre ellos pasó a ser algo muy secundario.

Aun así, dejarla embarazada cuando ni siquiera sabían si iba a haber un mañana no era algo digno de un noble. Por lo que nada más terminar la guerra Ferdinand le pidió matrimonio y ella aceptó encantada.

Ahora iban a por el segundo hijo y los criados no dudaban de que vendrían aún más viendo lo mucho que ambos se amaban. Ferdinand tenía mucho trabajo como ministro del Imperio, pero siempre hacía lo posible por estar cerca de su esposa.

Se esforzaba en hacer su trabajo lo más perfecto posible para poder ir a su hogar antes. Aunque Dorothea controlaba que no se sobre esforzase.

―Aunque deberíamos dejar de hacer el amor en el campo. ―comentó Dorothea de repente. La joven soltó una pequeña risa al ver como Ferdinand casi escupía el té.

―¡¿C-cómo?!

―Lo hemos hecho dos veces en el campo y ambas ocasiones coinciden con mis embarazos.

―P-pero eso no…―Ferdinand intentó refutar aquella absurda idea, pero al pensarlo bien se dio cuenta de que había cierta lógica en ello.

―Tranquilo, seguro que hay sitios mejores para un noble. ―bromeó la cantante mística al ver la abatida mirada de su marido.

―…¡C-claro! Un noble no debe dejarse llevar por la lujuria de esa manera. El campo no es lugar digno para semejantes…acciones.

Dorothea se aguantó la risa al escuchar aquello. Sabía que con solo un par de gestos tendría a Ferdinand comiendo de su mano en cualquier lugar que ella quisiese.

―Por cierto, pronto celebraré una fiesta del té ―le informó Ferdinand, intentando cambiar de tema―. Hubert, Constance, Lorenz y yo degustaremos el té que nos regaló el profesor durante la boda.

―¿Aun no te lo has terminado?

―Un té de alta calidad debe ser probado solo en las ocasiones más importantes. ―dijo Ferdinand con orgullo.

―¿Quieres que vaya a dicha fiesta?

―Solo si quieres.

―No quiero.

―Eso me ha dolido, pero entiendo que no compartas mi pasión por el arte del té.

Dorothea simplemente puso los ojos en blanco y sonrió ligeramente. A veces creía que su marido solo tenía té en vez de sangre en las venas.

―¿Estás segura de que no te sentirás sola? ―preguntó Ferdinand preocupado.

―No, siempre puedo ir a ver visitar a Edelgard o incluso a Ingrid. Hace tiempo que solo nos comunicamos por cartas.

―Ingrid, ¿eh? No sé si deberías viajar en tu estado…

―Puedo moverme perfectamente, no te preocupes tanto.

Ferdinand acarició el rostro de su esposa con cariño. Le era imposible no preocuparse.

―Te pondré la mejor escolta… ¡mejor aún!, le pediré a Hubert que me preste alguno de sus espías. Son muy buenos vigilando desde las sombras.

Dorothea puso una cara de amargura. No le hacía mucha gracia tener a ese tipo de personas protegiéndola, pero tampoco quería discutir así que lo aceptó. Su marido era muy cabezota cuando se trataba de su seguridad.

―Tal vez la guardia imperial por si acaso, o pedirle al profesor que envía un par de caballeros de Seiros…―Ferdinand seguía divagando sobre posibles medidas de seguridad hasta que Dorothea lo calló con una fuerte y apasionado beso que lo dejó bastante atontado.

―¿Ya te has calmado? ¿O prefieres que siga besándote?

―¡S-sí!...digo, ¡n-no!...¿Puedes repetir la pregunta?

Dorothea solo pudo reír. Realmente lo tenía dominado por completo. Como una sirena a un despistado marinero.

―¿Ya has pensado en qué vamos a regalarles a Flayn y Claude? ―preguntó Dorothea, aunque ya se imaginaba la respuesta.

―¡El mejor té de Fódlan, por supuesto!


Yuri y Constance

Era una casa enorme y lujosa. Con muchas, muchas habitaciones. La mayoría de ellas eran usadas para numerosos experimentos. Los criados habían aprendido por las malas a no acercarse o a entrar en dichas habitaciones, sobre todo cuando Constance estaba trabajando. Algunos de los criados aún se transformaban en ranas los días lluviosos.

Los días favoritos de los criados eran cuando el marido de Constance volvía a casa. Esos días no había experimentos, al menos no de los peligrosos.

En un pequeño salón, Yuri le daba a probar a su esposa un nuevo té mientras charlaban sobre diversos temas.

―¿Y Mercedes y su sombrío hermano? ―preguntaba Constance mientras se sentaba en la mesa y cogía su taza de té.

―Muy bien, nuestras donaciones están sirviendo mucho para mejorar el orfanato ―le informó Yuri con una sonrisa―. Aunque están deseando que los visites.

―¿Emil ha dicho que quiere verme? ―preguntó su esposa sorprendida.

―No ha dicho que no quiera verte.

―¡Por supuesto! ¿Acaso existe alguien que no quiera disfrutar de mi presencia?

―…

―¡Ja! Tu silencio lo dice todo ―dijo Constance con orgullo―. Dime, ¿de dónde has sacado este té? ¡Es más que digno de una noble de mi nivel!

―Es el regalo que Ferdinand nos hizo en la boda ―le recordó Yuri―. Hemos estado tan ocupados que aún hay regalos sin abrir.

―¡También tenemos que probar el té que nos dieron Lorenz y Hubert! ―recordó Constance con alegría.

―Nunca entenderé la obsesión de los nobles con el té.

―¡El té es el símbolo de la más pura nobleza y una alegría para el paladar más fino!

Yuri simplemente rió.

―Mientras te haga feliz, te compraré todo el té que quieras.

―No esperaba menos de mi ruiseñor…Por cierto, últimamente esos nobles que se burlaban de mí a mis espaldas ya han dejado de molestarme ¡Incluso tiemblan al verme! Lo cual me causa alegría pero me pregunto si tu tienes algo que ver.

―No cariño, estoy muy ocupado como para preocuparme por las tonterías de la nobleza.

Cualquier otra persona se habría creído aquella gran mentira. Pero Constance había aprendido a leer a Yuri como si de un libro abierto se tratase.

―Tal vez debía probar mi nueva pócima de la verdad contigo.

―…Mejor probémoslo con Balthus la próxima que lo veamos ―bromeó Yuri mientras en su cabeza le pedía perdón a su mejor amigo. Ni loco iba a probar otra vez las pociones de su esposa. La amaba más que a sí mismo, pero incluso el amor tiene límites.

―¿Balthus, eh? ―murmuró Constance con una siniestra sonrisa―. No es mala idea, así aprenderá a ir a las bodas de sus amigos.

―Desde luego.

―También he odio unos rumores muy extraños. Dicen que Caspar, Edelgard, Hubert, Ferdinand, Félix y tú hicisteis desaparecer al padre de Bernadetta. Incluso dicen que Seteth y Raphael ayudaron a deshacerse del cuerpo.

―Un complot digno de uno de los libros de Bernie ―admitió Yuri entre risas―, pero me temo que no fue mi mano la que acabó con el pobre conde.

―Entonces tú hiciste el plan y los demás le dieron el golpe de gracia. ―dedujo Constance con una sonrisa triunfante.

―…Me temo que pasar tanto tiempo lejos de mí ha hecho volar tu imaginación, aún más si es posible.

―¡Búrlate todo lo que quieras pero nunca podrás engañarme! ―rió Constance.

―Por cierto, ¿quién ha difundido semejantes rumores?

―Bernadetta ―le explicó Constance. Por unos segundos le pareció ver como el rostro de su marido palidecía ligeramente, pero debía de ser su imaginación―, en su nuevo libro los personajes se parecen mucho a nuestros antiguos compañeros de clases, y entre todos se deshacen del malvado padre de la protagonista. ¡Lo tiene todo! ¡Romance, misterio y traiciones! Será un clásico en el futuro.

Tras el té la pareja disfruto de una semana tranquila en la mansión. Yuri incluso logró que su esposa no probase ninguna de sus nuevas pociones en él o en los criados.


Mercedes y Jeritza

―¿En qué piensas, hermana? ―preguntó Emil al verla algo preocupada.

Mercedes salió de su ensoñación y le dedico una pequeña sonrisa.

―Estoy pensando en a quien puedo dejar como director del orfanato mientras estamos en la boda de Claude y Flayn. Es un trabajo duro y no para cualquiera. Algunos niños aún tienen pesadillas relacionadas con la guerra.

―No hace falta que sigas pensando ―dijo Emil muy serio―. Yo no voy a ir a la boda así que puedo quedarme como director suplente.

Mercedes lo miró sorprendida y preocupada al mismo tiempo.

―¿Cómo que no vas a la boda? Llevamos mucho tiempo sin ver a nuestros amigos ―dijo Mercedes dándole una carta―. ¡Te han dado una invitación y todo!

―Un monstruo como yo no merece teñir de negro un día tan bonito. ―dijo Jeritza tirando la carta al suelo.

Mercedes la cogió y la sacudió para quitarle la suciedad.

―Emil… ¿Cómo puedes seguir hablando así de ti? ¿Acaso un monstruo habría arriesgado su vida tantas veces para salvar a Flayn?

Su hermano la miro sorprendido por sus palabras.

―… ¿C-cómo sabes…?

―¿Qué fuiste su guardaespaldas secreto durante la guerra? Flayn me lo contó ―le reveló Mercedes con una cariñosa sonrisa―. Quería darte las gracias pero como no le dejabas me las dio a mí. Que dulce es, ¿no crees?

―Más motivo para que alguien tan amargo como yo no vaya a su boda. Además, ¿has olvidado que si no fuese por Byleth, la habría vendido a las serpientes?

―No eres el único con un oscuro pasado, Emil. Sin embargo todos estamos superando nuestros miedos e inseguridades ―le animó Mercedes―. No dejes que la oportunidad que nos dio el profesor Byleth sea en vano.

―P-pero…

―¡Pero nada! Tú y yo vamos a ir juntos a la boda y vamos a darles un regalo ―dijo Mercedes con una gran sonrisa mientras agarraba con cariño el brazo de su hermano―. Además, en la carta de invitación dicen que estarán todos tus postres favoritos.

―…Supongo que no puedo negarme después de todo. ―dijo Emil con una pequeña sonrisa.

―Si lo haces tendré que pedirle a Constance alguna de sus pociones. ―bromeó Mercedes.

Emil sintió un escalofrío recorrer su espalda al oír aquello.

―N-no hace falta que llegues tan lejos.

―Una pena, con lo bien que saben…

―¿Cómo sabes eso? ―preguntó Emil. Su hermana simplemente rió.


Dimitri y Edelgard

¿Qué ha sido eso? ―exigió saber Edelgard―. ¡Podrías habernos matado a todos con tu imprudencia!

¡Si tu hubieses muerto nada se habría perdido! ―gritó Dimitri furioso―. De todas las personas que conforman el ejercito de Sothis, tu eres de la menos quiero oír sermones.

La tensión entre ambos llevaba semanas gestándose y por fin había estallado. Las personas a su alrededor tan solo podían observar con horror, aunque los más inteligentes huían de ahí sabiendo que si se daba la peor de las situaciones, era mejor estar lejos.

Sé que me odias con todo tu ser, pero ahora mismo necesitamos trabajar j-

¿Juntos? ¿Es eso lo que querías decir? ―le interrumpió Dimitri en un tono burlesco―. Una vil traidora como tú que quería bañar Fódlan con la sangre de inocentes no merece hablar de eso.

Fódlan debe cambiar y dudo mucho que hubieses aceptado mis decisiones.

¿Tus decisiones pasan por matar a todo aquel que no piense como tú? ¿Ese es el mundo que buscas crear?

¡Busco crear un mundo donde la gente pueda elegir su propio destino!

¿Contigo al mando de dicho mundo, no? ¡Ya he oído suficiente! ¡No vuelvas a meterte en mi camino o la próxima batalla será la última en la que participes!

ooOoo

Gracias por salvarme la vida ―dijo Edelgard mientras limpiaba las heridas de Dimitri. El joven tenía el ojo izquierdo vendado y bastantes cortes por todo su torso. Por suerte estaba fuera de peligro.

―…Tú me salvaste una vez, ahora estamos en paz.

Edelgard lo miró fijamente, dejando a un lado el paño mojado.

¿Es por eso por lo que me has salvado? ¿Por una deuda? ―la joven intentó que la decepción no se notase en su voz. Aunque no sabía porque le importaba tanto la opinión de quien en otras circunstancias sería su peor enemigo.

No…No lo sé ―reconoció Dimitri sorprendiéndola. El joven no se atrevía a mirarla y prefiero mirar hacia la ventana―. Mi cuerpo se movió solo cuando te vi en peligro. Por un momento, dejé la ira y la venganza a un lado. Eso es todo. ¿Y tú, por qué me salvaste la otra vez?

―…No lo sé.

Sí lo sabía. Por un momento el simple hecho de ver morir a Dimitri la había puesto furiosa. Aunque nunca se lo diría.

Recupérate pronto para que podamos ganar esta guerra y traer justicia a nuestros seres queridos. ―dijo Edelgard intentando cambiar de tema.

Justicia, ¿eh? Creía que lo tuyo era más la venganza.

Los leones azules sois muy pesados con vuestros ideales anticuados ―dijo Edelgard intentando no sonreír y fallando miserablemente―. Supongo que se me han pegado algunas cosas. Además, ya que últimamente solo hablas de venganza, alguien debe llevarte la contraria.

Dimitri sonrió ligeramente al oír aquellas palabras. Edelgard no pudo evitar pensar que era una sonrisa muy bonita.

ooOoo

Después de la guerra…

Se suponía que Dimitri iba a acompañarla a la tienda de Anna. Sin embargo su paseo fue interrumpido por una mujer. Era muy bella, cabellos largos y rubios que brillaban con la luz del sol, una piel inmaculada y manos de porcelana.

Edelgard se tocó inconscientemente su níveo cabello, el cual había adquirido un tono algo castaño en ciertas zonas desde que recibió el tratamiento de Hannemam. También recordó que su cuerpo tenía varias cicatrices de guerra. No quiso mirar sus manos, pues sabía que no eran las manos de una doncella.

Prefirió seguir observando a aquella bella mujer. Edelgard nunca se consideró una persona celosa, pero no pudo evitar sentirse incómoda.

Al parecer Dimitri ya conocía a esa mujer. Sylvain se la presentó durante la época de la academia, en un vano intento de hacer que Dimitri se "divirtiese" con una mujer.

Al parecer la cosa no terminó bien, aun así la mujer no parecía tener ganas de rendirse. Para gran alivio de Edelgard, Dimitri rechazó sus avances e incluso le dijo que ya había alguien a quien su corazón ya pertenecía.

ooOoo

Muy pocos sabían que ella y su prometido pasaban las noches juntos. O al menos las noches en las que ambos estaban en la misma ciudad. Si los nobles, parte de la Iglesia o el pueblo se enteraban se montaría un gran escándalo, en más de un sentido.

Siendo sincera, a Edelgard le daba igual todo aquello. Nunca había sido una persona que siguiese las normas establecidas al pie de la letra y no iba a serlo ahora.

Dando un pequeño suspiro, tocó con cuidado la cicatriz que había en el rostro de Dimitri. Un doloroso recuerdo de cómo casi había perdido un ojo al salvarla de un traicionero ataque enemigo.

Aun podía sentir la ira recorrer su ser al rememorar aquel momento. Por supuesto, Edelgard se había encargado personalmente de que aquel enemigo quedase irreconocible tras la batalla.

Con cariño besó la cicatriz, despertándolo en el proceso.

―Lo siento, pero ya es la hora. ―dijo Edelgard.

―…Aun es de noche. ―respondió Dimitri abrazándola con cuidado. Siempre tenía cuidado con ella, como si tuviese miedo de romperla con su descomunal fuerza. A Edelgard no le importaba mientras solo la tratase así cuando estaban solos.

―Lo sé, pero si no queremos causar un escándalo lo mejor será que te vayas antes de que vengan las sirvientas.

Dimitri soltó una pequeña risa y comenzó a acariciar su cabello. Antaño níveo, ahora tenía tonos castaños y rubios.

―Linhardt y el profesor Hannemam realmente son genios, ser capaces de combatir lo que te hicieron esas serpientes es algo que aún me impresiona. ―comentó Dimitri.

―Sí, solo necesitaban la información necesaria ―recordó Edelgard―. Realmente se lo agradezco.

Aunque todos los descubrimientos que el par de estudiosos había hecho sobre los emblemas se habían mantenido en secreto. El mundo aún no estaba preparado para semejantes revelaciones, al menos no todavía.

Dimitri se levantó de la cama completamente desnudo y comenzó a vestirse mientras era observado fijamente por su prometida.

―Por cierto, ¿ya tienes el regalo para la boda de Claude y Flayn? ―preguntó Dimitri de repente.

―¿Eh? ―Edelgard dejó de observar su cuerpo para mirarle a la cara.

―Regalo. Boda.

―Ah…sí. Si lo tengo.

―Ahora que lo pienso, hace tiempo que no vemos a nuestros amigos.

―¿Amigos? ―preguntó Edelgard como si aquella palabra fuese nueva para ella―. Todavía no puedo creerme que sea amiga de alguien a quien consideré un monstruo durante mucho tiempo.

―No fue culpa tuya ―dijo Dimitri enseguida―. Todos fuimos manipulados de alguna forma. Pero gracias a Byleth conseguimos ser libres.

―Aun así, no puedo evitar pensar que el futuro que quería construir tenía como pilar los cadáveres de la mayoría de Fódlan ―confesó Edelgard.

―Fuiste manipulada con medias verdades por los agarthianos ―le dijo Dimitri, poniendo una mano sobre su hombro―. Todos los fuimos.

―Eso no escusa que estaba dispuesta a iniciar una guerra en la que habrían muerto cientos de inocentes. Al final no soy tan diferente de aquellas serpientes. Ni siquiera me moleste en conocer a Flayn o Rhea, simplemente creía que eran monstruos que debían ser eliminados a toda costa. Incluso cuando Jeritza la secuestró…Si no hubiese sido por el profesor Flayn había estado sufriendo durante un mes en manos de los verdaderos monstruos.

―… ¿Sabes? Lo de echarse la culpa constantemente y estar deprimido por cuestiones del pasado es lo mío ―comentó Dimitri mientras se sentaba a su lado―. Empiezo a pensar que mi corazón no es lo único que quieres robar.

Edelgard no pudo evitar aquel comentario le sáquese una sonrisa.

―Durante la guerra hubo momentos en los que pensé que ibas a hacer alguna locura. Incluso llegué a pensar que ibas a matarnos.

―…Lo siento. Aun así fue gracias a todos…y a ti sobretodo que mi locura no llegó al punto de causar algo irreversible. ¿Ves? Todos tenemos pecados y culpas. Solo debemos seguir adelante, intentando hacer de este mundo un lugar mejor.

―Para poder así honrar a los que ya no están.

―Y a los que vendrán.

Tuvieron entonces un beso largo y delicado, el cual pasó a ser algo apasionado, como si ninguno quisiese que terminase. Pero terminó y todo gracias a una bola de pelo que saltó encima de ellos.

El gato era negro como el carbón pero sus ojos tenían un intenso tono esmeralda. Edelgard lo había recogido cuando aún era una cría. El gato la seguía a todas partes, sin importar cuanta gente hubiese. Muchas veces parecía más un perro. Había decidido llamarlo Linhardt ya que la mayor parte del tiempo solo pedía comida o estaba durmiendo.

La pareja rió mientras acariciaban al gato y pensaban en cómo podían mejorar le futuro de Fódlan.

El nuevo rey de Almyra, Claude, había dejado la Alianza en manos de Dimitri, aumentando así el territorio del reino. Tal vez en un futuro muy cercano reino e imperio volviesen a ser uno. Edelgard y Dimitri estaba seguros de que había algo irónico y metafórico en todo eso, pero estaban demasiado cansados y felices como para pensar en ello.


Dedue y Shamir

La pareja desayunaba en una pequeña mesa dentro de una habitación bastante austera. Tenía lo justo y necesario sin tener en cuenta todos los tipos de armas que había tanto en los rincones como en las paredes.

En el pasado ambos solían ser personas en constante tensión, siempre precavidas y vigilantes de cualquier posible amenaza. Sin embargo ahora parecían personas muy diferentes, sus rostros reflejaban relajación y dejaban asomar unas pequeñas sonrisas. Aunque seguían siendo igual de peligrosos.

―Aun no sé cómo puedes cocinar tan bien. ―dijo Shamir de repente, tras dar un suspiro de satisfacción. La comida de su marido no era de este mundo.

―Años de práctica… Me alegra ver que aún no te has cansado de mi cocina. ―reconoció el gigante de Duscur.

―No creo que sea posible ―dijo Shamir―. Me pregunto si ya han terminado.

―¿Terminado? ―preguntó extrañado Dedue tras tragar un trozo de manzana.

―Sabes perfectamente de que hablo ―dijo Shamir sin ocultar su traviesa sonrisa―. Creo que ya no hay nadie en toda Fódlan que no sepa de las "largas reuniones diplomáticas" entre el rey y la emperatriz.

―Deben de ser reuniones muy productivas si siguen repitiéndolas. ―comentó Dedue sin mostrar expresión alguna.

―Me alegra ver que tu sentido del humor ha aumentado. ―dijo Shamir. Esta vez Dedue esbozó una pequeña sonrisa mientras la miraba con cariño.

―He aprendido de la mejor.

Shamir rió ligeramente mientras lo observaba terminarse el desayuno. Nunca se imaginó compartiendo su vida con alguien cuyos valores eran tan opuestos a los suyos, o al menos eso creía.

Durante la guerra llegaron a conocerse muy bien y se dieron cuenta de que tal vez no eran tan diferentes. Las parcas conversaciones que tenían se acabaron convirtiendo en divertidas discusiones. Cuando Dedue desapareció es cuando se dio cuenta de lo mucho que disfrutaba de su compañía…Si algo odiaba Shamir de su marido era su capacidad para morir y revivir constantemente.

Hasta cuatro veces habían creído todos que Dedue estaba muerto durante la guerra. Tal fue la situación que incluso Félix llegó a bromear con la idea de que el gigante de Duscur era un fantasma. Un fantasma que siempre aparecía para ayudar en el último momento.

A Shamir nunca le gustó la idea del "Fantasma de Duscur" como le llamaban de broma a su marido. Aun así tuvo que admitir que tenía un poco de gracia, solo un poco. Ahora que estaban casados se iba a asegurar de que nadie lo matase de verdad esta vez.

Dedue por su parte había aprendido a tener más cuidado y a apreciar más su vida. Seguía siendo fiel a Dimitri pero ahora tenía a Shamir y los demás miembros de Garreg March en su corazón. Estaba dispuesto a hacer lo que fuese por protegerlos y por seguir con vida para no hacerlos sufrir, sobretodo a Shamir…

Ya no sabía si daría su vida por Dimitri sin dudarlo dos veces, pero si sabía que lo haría por Shamir, aunque nunca se lo diría pues sabía lo mucho que se enfadaría si lo supiese.

―Su majestad me ha dicho que en caso de que las "reuniones diplomáticas" lleguen a buen puerto, le gustaría visitar Duscur. ―comentó Dedue.

―Tener la Luna de miel en Duscur, ¿eh? Suena peligroso ―dijo Shamir―. Las relaciones entre el reino y Duscur todavía siguen tensas.

―Son mucho mejores que en el pasado, pero es verdad que aún hay cierto peligro ―admitió Dedue algo serio―. Por suerte nos tiene a nosotros como guardaespaldas.

―Cierto. Además, seguramente Hubert y Mónica tengan cientos de planes defensivos. Pobre del desgraciado que intente hacer daño a la pareja real, casi me dan pena.

―Veo que tu nivel de compasión por el enemigo ha aumentado.

Shamir simplemente se encogió de hombros.

―Estar al servicio de lady Rhea durante la guerra me ha ablandado, lo admito.

Dedue sonrió ligeramente pero no dijo nada. Ninguno de los dos dijo nada más pues no era necesario. Podían entenderse perfectamente sin apenas intercambiar palabras la mayoría del tiempo por lo que el silencio era un compañero muy presente en la relación de dicha pareja.

La mayoría de la gente no lo entendía pero a ellos les daba igual. Eran felices y no necesitaban más.


Hubert y Mónica

―¡Hubert, Hubert! ―gritó Mónica mientras entraba rápidamente en la habitación del sombrío hombre―. ¡Se me han ocurrido cien formas de matar a todo aquel que molesta a lady Edelgard en su futuro viaje a Duscur!

Hubert dejó a un lado el libro que estaba leyendo y le digirió una sonrisa condescendiente.

―Ingenua, yo ya he ideado doscientas ―dijo con una triunfal sonrisa mientras veía la ira crecer en el rostro de Mónica―. Pasas tanto tiempo admirando a lady Edelgard que tu cerebro ha perdido habilidad, aunque no puedo culparte por tener tal debilidad.

Mónica parecía a punto de explotar pero para sorpresa de Hubert, supo contenerse bastante bien.

―Todavía queda tiempo, aun puedo ganar.

Hubert soltó una pequeña y seca risa.

―Cuanta ingenuidad.

―Por cierto, he estado hablando con Shamir y Dedue ―le explicó Mónica, ignorando su último comentario.

―Pobrecitos.

―Tengo la sensación de que creen que pueden hacer nuestro trabajo mejor que nosotros.

―La ignorancia es realmente una enfermedad muy común últimamente ―comentó Hubert apenado―. No importa, ese futuro viaje dejará claro que no hay mejores guardaespaldas que nosotros.

―¡Por fin algo en lo que estamos de acuerdo!

Hubert asintió para luego acercarse a Mónica quien lo miró extrañada.

―Por cierto, tengo que asistir a una fiesta de té dentro de poco. Espero que seas capaz de proteger a Lady Edelgard en mi ausencia.

―Tus dudas sí que son ingenuas, Hubert ―respondió Mónica enseguida―. No podrías encontrar a nadie mejor para semejante trabajo.

Por primera vez Hubert esbozó una gran y genuina sonrisa. Lo cual sorprendió bastante a Mónica haciéndola sentir cosas extrañas.

―Lo sé. ―dijo Hubert sin dejar de sonreír.


Hilda e Ignatz

Estaba sentada en una manta roja en mitad de pequeño campo de flores. El lugar estaba rodeado de altos árboles y la luz solo se colaba por arriba, haciendo que la apariencia de Hilda fuese la de un hada del bosque iluminada por el sol.

Solo una blanca manta cubría las partes más íntimas de su cuerpo. Ignatz tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para concentrase en el dibujo. Hilda lo sabía, por eso tenía una traviesa sonrisa que le hacía parecer una diablesa más que un hada.

Ignatz adoraba aquellas diferentes facetas de su prometida, aunque todavía no podía creerse la suerte que había tenido. Siempre creyó que en su camino artístico no tendría tiempo para cosas como el romance y que muchos menos alguien como Hilda se fijaría en él.

Ignatz había estado enamorado de Flayn desde el primer día de academia. O más que amor podría decirse que lo que sentía era algo muy platónico que fue evolucionando con el tiempo. Sin embargo nunca se atrevió a decirle lo que sentía, aunque oportunidades nunca le faltaron pues solía hablar bastante con ella.

Ignatz habría deseado que las cosas se mantuviesen así para siempre, pero todo cambió el día que vio a Flayn besándose con Claude. Aquel día Ignatz se arrepintió de no haber tenido más iniciativa y cayó en una espiral de dolor.

Fue entonces cuando Hilda apareció como un ángel salvador en su vida. Hilda era todo lo contrario a él, tanto en comportamiento como en mentalidad, aun así su amistad se fortaleció mucho con el tiempo, tanto que Ignatz no quiso volver a quedarse callado con sus sentimientos.

Hilda siempre iba a visitarlo para ver sus nuevas pinturas, no dudaba en gastarle bromas, en ayudarle a entrenar e incluso le salvó la vida varias veces. Ignatz nunca supo en qué momento se enamoró perdidamente de ella, pero si supo que quería pasar el resto de su vida con ella.

El único problema es que antes de hablar con Hilda debía superar el obstáculo que era Balthus. Aquella montaña de músculos y deudas no iba a dejar que cualquiera se acerca a Hilda con intenciones románticas. Por no hablar de Holts, el hermano de Hilda y héroe de guerra. Muchos huían al ver que semejantes titanes eran los enemigos a vencer para poder tener la mano de Hilda. Pero Ignatz no lo hizo, siendo de las pocas veces que su razón perdió ante su corazón.

―¿En qué piensas? ―le preguntó de repente Hilda, sacándolo de sus pensamientos.

―En el pasado y el camino que he recorrido hasta ahora ―dijo Ignatz dejando de dibujarla por un momento―. Jamás pensé que tendría la suerte de esta prometido con la mujer más bella de Fódlan.

―Eres un exagerado ―dijo ella sonrojándose―, pero no me importa, sigue exagerando por favor.

Ignatz rió ante su comentario.

―Aunque también tuve que hacer cosas que nunca pensé que haría para poder estar contigo.

―¿Cómo aquella vez que peleaste contra Balthus? ―recordó Hilda con tristeza―. Realmente fue una tontería lo que hiciste, pensé que iba a romperte la cara.

―N-no me habría dejado pedirte matrimonio de otra manera.

―Podías haber muerto.

―No lo creo, Balthus no es tan malo…Además, ¿no crees que el golpe sorpresa que le diste fue demasiado?

―Solo fue un puñetazo muy débil.

―Le dejaste inconsciente durante un día.

―…Se recuperó muy bien, ¿no? Además, eso le pasa por hacerte daño.

Ignatz sacudió la cabeza mientras sonreía ligeramente. Lo dio todo en el combate contra Balthus y estaba seguro de que podría haber ganado. Sin embargo tampoco le molestaba la forma en la que habían acabado las cosas. Como hijo de mercaderes sabía que siempre había que sacer provecho de la buena suerte.

―Sin embargo, ¿era necesario que destrozases a tu hermano de esa manera? ―preguntó Ignatz confuso.

―Es su culpa por atacarte y por no defenderse de mis ataques.

―… ¿Tanto querías que fuese tu prometido?

―Si no lo quisiese, no habría dejado que me dibujases desnuda tantas veces, ¿no crees? ―dijo Hilda guiñándole un ojo a un muy sonrojado Ignatz.

―Esperemos que tu hermano nunca se enteré de eso. ―dijo Ignatz muy preocupado.

―Se enterará cuando vendas tus pinturas ―dijo Hilda bromeando―, no te preocupes, yo te protejo.

―Prefiero que "nuestras pinturas" se queden en nuestra casa, en un lugar que solo podamos ver tú y yo. ―dijo Ignatz rápidamente, pues lo último que deseaba era tener una muerte dolorosa.

―Ya veo, así que quieres ser el único que disfrute de todo esto ―dijo Hilda señalando de manera muy seductora todo su cuerpo.

Ignatz intentó decir algo pero no le salían las palabras y su rostro estaba tan rojo que podía ser confundido con un tomate.

La risa de Hilda podía ser oída por todo el bosque. Adoraba aquellos momentos de felicidad con Ignatz. Ellos dos solos viajando por el mundo, descubriendo nuevos lugares y gentes…

Hilda nunca pensó mucho de su prometido cuando lo vio en la academia. Incluso llegó a pensar a veces que era alguien demasiado débil como para estar allí. Sin embargo el día que vio una de sus pinturas se dio cuenta de que había algo más allá de su apariencia. Hablando más con él descubrió un alma sensible y trabajadora, alguien que no la miraba como un premio a ganar si no como una amiga.

Le gustaba mucho, demasiado. Tanto que a veces no sabía cómo demostrárselo pero lo intentaba cada día. Hilda no sabía cuándo se enamoró de Ignatz, pero se alegraba mucho de haberlo hecho.


Félix y Annette

¿Por qué lo has golpeado? ―preguntó Annette muy triste―. El ambiente en Garreg March ya es bastante malo y las peleas entre compañeros no van a ayudarnos.

¿Compañeros? El Cernícalo no sabe lo que es eso, Annette ―dijo Félix intentando contener su ira mientras usaba una espada de madera contra un árbol―. Por su culpa mi padre podría haber muerto…No, por su culpa cualquiera de nosotros va a acabar muerto.

―…Sé lo que quieres decir, pero ahora mismo Dimitri…

―…"Está pasando por una situación difícil" ―terminó Félix por ella―, es lo mismo que el profesor Byleth lleva diciendo durante días.

Félix soltó la espada de madera y se sentó bajo el árbol tras soltar un gran suspiro. El hombre exudaba un aura de agresividad e intimidación y cualquiera se habría alejado enseguida de allí.

Sin embargo Annette era capaz de ver a través de todo aquello y sin dudarlo se sentó a su lado. Sus hombros prácticamente se tocaban y sin que la chica se diese cuenta, aquella aura oscura que rodeaba a Félix comenzó a disiparse poco a poco.

Sé que Dimitri odia a Edelgard, la mayoría de nosotros no confía en ella y hacemos bien en no hacerlo ―dijo Félix mirando al cielo―. Pero si Dimitri sigue dejándose llevar por sus sentimientos no podremos ganar esta guerra ni proteger a nuestras familias.

Lo sé, pero por suerte tiene muchos amigos para ayudarle a ver lo que es importante ―dijo Annette poniendo su mano sobre la de Félix―. Seguro que Dedue, Sylvain, Ingrid y tú podéis hacer algo mejor que darle un puñetazo cada vez que haga alguna tontería, ¿verdad?

Félix soltó una pequeña risa.

Sí, darle un puñetazo no fue una buena idea, casi me rompo la mano.

Menos mal que tienes una amiga curandera. ―dijo Annette riendo con él.

Amiga. A Félix no le gustaba esa palabra. Ingrid era su amiga, Mercedes era su amiga, Flayn era su amiga, Dorothea quizás era su amiga, pero Annette…ella era diferente, no sabía en qué sentido pero la palabra amiga no le servía con ella.

ooOoo

Félix jamás olvidaría cuando vio a Annette persiguiendo a un hombre alto de cabellos anaranjados como los de ella. Como el hombre la trataba con cierta frialdad…o tal vez vergüenza. Las lágrimas de Annette después de aquel encuentro.

Félix no dijo nada, pero verla llorar le hizo daño. Extraño, ni siquiera eran tan cercanos. Pero ver a una persona tan buena rompiéndose nunca era algo agradable.

Habían pasado muchas cosas desde aquel día, pero Félix juraba cada noche que jamás dejaría que Annette volviese a llorar como aquella vez. Estaba feliz de haberlo logrado por el momento.

―¡Félix, Félix! ―gritaba Annette mientras corría por los pasillos―. ¿Dónde estás?

Félix sonrió al escuchar la voz de su prometida.

―Estoy aquí, Annette. ―dijo en un tono cariñoso que reservaba solo para ella, sobretodo cuando estaban solos.

―…Oh, no te buscaba a ti, si no al gato. ―aclaró Annette enseguida. Unas pequeñas arrugas aparecieron en la frente de Félix al oír aquello.

Annette rio al ver su expresión.

―Vaya, es la primera vez que pones esa cara conmigo en vez de con tus amigos.

La amargura desapareció del rostro de Félix al instante.

―Lo siento.

―¿Tienes envidia de tu gato?

―…Supongo. ―reconoció Félix. Mentir no servía de nada con Annette, siempre sabía lo que le pasaba. Además, era la única persona, junto con Sylvain, a la que Félix sentía que nunca podría mentir.

La risa de Annette le llenaba de algo más que alegría. Félix no sabía el qué, pero sentía que su vida estaba completa con tan solo estar a su lado y escucharla.

―¿Por qué lo buscas? ―preguntó Félix con curiosidad mientras dejaba en un rincón la espada de entrenamiento.

―Quería cantarle una nueva canción ―explicó Annette―. Va sobre un gato que malgasta ocho de sus nueve vidas y tiene que enfrentarse a la muerte.

―Siempre tienes ideas muy…curiosas ―dijo Félix algo confuso―. Yo también quiero escuchar esa canción.

―¡Por supuesto que tienes que escucharla! ―le pidió Annette muy ilusionada.

Justo en ese momento un gato de pelaje corto y azulado entró en la habitación.

―¡Félix! ―exclamó Annette cogiéndolo en brazos―. ¿Dónde te habías metido, pequeñín?

―Ha pasado tiempo desde que lo encontré, ya no es tan pequeñín ―bromeó Félix―. Creo que le mimas demasiado.

―A ti también te mimo mucho y no te veo quejándote.

―…

ooOoo

Ambos estaban acostados en la cama, abrazados mientras observaba la luna llena a través de la ventana.

―Byleth me ha pedido que sea profesor de combate en la academia ―dijo Félix de repente―. Pero voy a rechazarla ya que estaría muy lejos de ti.

―Pues que mal porque a mí me ha pedido que sea profesora de magia, así que voy a estar muy sola en la academia.

―… ¡¿Qué?!

Annette volvió a reír al ver la cara de sorpresa de Félix. Nunca se cansaría de verle siendo tan expresivo. Por supuesto ese mismo día Félix envió una carta donde aceptaba el empleo de profesor. Annette estaba un poco preocupada por los futuros alumnos de la academia. Serían buenos guerreros pero seguramente no querrían volver nunca a la academia.


Sylvain e Ingrid

El amor era algo que Sylvain no quería ni necesitaba, o al menos eso pensaba. Jugar con los corazones de las mujeres era algo que podía hacer con los ojos cerrados. Era mejor herir que ser herido al fin y al cabo. Su emblema, sus hazañas de guerra…pocos lo querían por ser él mismo, aunque casi nunca había mostrado su verdadero.

―Si sigues por ese camino te vas a quedar solo ―le dijo Ingrid muy seria un día. No había amabilidad en su voz ni tampoco ira, tan solo apatía. Lo cual asustó a Sylvain bastante―. No siempre estaré ahí para sacarte de tus problemas. Me estoy cansando de ser "tu madre", Sylvain. Tengo mi propia vida y pienso dedicarla a proteger a nuestro futuro rey. Si eres incapaz de madurar para cuando llegue ese momento, me temo que tendremos que separar nuestros caminos por más que me duela…

El miedo que Sylvain sintió por la posibilidad de perder a Ingrid no era normal. Estuvo varios días teniendo pesadillas y el solo hecho de "jugar" con alguna mujer le producía repulsión… ¿Qué le estaba pasando?

Con el tiempo los extraños sentimientos que tenía por su mejor amiga fueron creciendo sin que pudiese evitarlo y convirtiendo en algo mucho más fuerte y preocupante.

ooOoo

Ingrid estaba confusa. Nunca creyó que sentiría algo más que amistad por su mejor amigo. La vida le quitó a su gran amor pero le dio otro. Aun así no se atrevía a decirle nada, pues no quería acabar siendo otra de las muchas señoritas a las que Sylvain había roto el corazón tras pasar un rato con ellas.

Ingrid tenía claro que si tenía que elegir entre su deber y Sylvain, siempre elegiría su deber. Sería una caballero al servicio del rey Dimitri.

Lo malo es que Sylvain había cambiado y mucho. Ya no coqueteaba con cualquier mujer guapa que veía. Se tomaba sus deberes muy seriamente. Hacía todo lo posible por no enfadarla y por no causar problemas a los demás…Lo mejor eran los detalles que tenía con ella. Le llevaba comida recién hecha, la invitaba a salir y bailar cuando había fiestas en Garreg March…

Ingrid ya no estaba tan segura de lo que quería.

ooOoo

Ingrid nunca pensó que sería una caballero al servicio de la familia Gautier, pero tampoco pensó que Sylvain le confesaría su amor por ella. No coqueteo, no bromeó e incluso la llevó a un lugar bonito y apartado después de invitarla a cenar todo lo que quisiese.

Sylvain había estado muy nervioso, tanto que casi había vomitado antes de la cena. Si no fuese por la ayuda de Félix habría salido corriendo. Aun así consiguió reunir el valor suficiente y darle a Ingrid la mejor noche de su vida. Sylvain nunca creyó en el amor pero cada vez que veía a Ingrid sus ideas preconcebidas eran derrumbadas.

ooOoo

La pareja deseaba salir y hacer algo divertido pero el deber llamaba en forma de papeleo, mucho papeleo. Por suerte estaban juntos en esta batalla.

―Miklan…aun no puedo creer que arriesgase su vida para salvarme ―comentó Sylvain de repente―. Cada vez que intento sacar el tema se enfada y amenaza con matarme.

―No sé cómo ese tipo puede ser parte del ejército real. ―dijo Ingrid frunciendo el ceño al oír aquello.

―Es muy bueno en lo que hace ―dijo Sylvain encogiéndose de hombros―. Y es la prueba de que no hace falta tener poderes divinos para llegar alto en la vida. A la gente le gusta eso.

―Estoy de acuerdo con esa filosofía pero estoy seguro de que personas como Ashe, Dedue o Leonie son mejor ejemplo que él. ―dijo Ingrid. Ya no odiaba a Miklan, ya que gracias a él su prometido estaba allí con ella, pero tampoco iba a fingir que le caía bien.

Sylvain simplemente se encogió de hombros.

―No hay que podamos hacer ya que es la decisión del rey.

―Seguramente está siendo influenciado por Edelgard. ―dijo Ingrid dando un gran suspiro.

―Al menos podemos decir que nuestro rey tiene un buen gusto en mujeres. ―bromeó Sylvain, aunque su sonrisa desapreció al ver la mirada que su prometida le dirigía.

―Los extraños gustos del rey, con los cuales no estoy muy de acuerdo, no son algo de lo que debamos hablar ahora mismo.

―Parece que tus planes agrícolas están dando sus frutos. ―dijo Sylvain intentando cambiar de tema.

―¿Eso era un chiste? ―preguntó Ingrid con una pequeña sonrisa.

―Tal vez. De todas formas espero que nadie se enteré de que tu verdadera motivación con todos estos planes es poder atiborrarte de comida.

―¡Sylvain!

―Lo siento Ingrid, pero no pienso olvidar aquella vez que Caspar, Raphael y tú casi nos dejasteis sin raciones en mitad de la guerra.

Ingrid se puso tan roja que Sylvain pensó que iba a transformarse en una manzana. No pudo evitar reírse al verla así. Al principio Ingrid intentó enfadarse pero al final acabó por reír junto a él. Las risas alegres de la pareja podían ser oídas por todo el castillo y sus habitantes sonreían al escucharlas. Parecía que la casa Gautier estaba en buenas manos.


Ciryl y Lyshitea

―¿Estás escribiendo una carta a lady Rhea? ―preguntó Lyshitea mientras se sentaba a tomar el té junto a su prometido.

Ciryl asintió con cierto entusiasmo.

―He aprendido muchas cosas en nuestros viajes y quiero contarle todo.

Lyshitea sonrió con mucha alegría al recordar que hace unos años el joven no sabía ni siquiera lo que eran las letras. Ahora incluso su letra era mejor que la de algunos antiguos estudiantes de Garreg March.

―También deberías escribirle a Hilda y Shamir, seguro que están muy preocupadas por ti. ―dijo Lyshitea.

―Ya he escrito a Shamir, peor no sé dónde estará Hilda ahora mismo ―dijo Ciryl. El joven dejó de escribir por un momento y miró a Lyshitea fijamente.

―… ¿Qué pasa? ¿T-tengo algo en la cara? ―Lyshitea rezó a la Diosa, deseando que Ciryl no se diese cuenta de que se había atiborrado de dulces antes de venir a tomar el té.

―Tienes mejor cara y tu cabello ya no es tan blanco…

―Parece que el tratamiento de Linhardt y el profesor Hannemam está dando resultados. ―comentó Ciryl bastante feliz.

Lyshitea sonrió y asintió fuertemente con la cabeza.

―Sí…Cada vez me siento más fuerte. Es como si se me estuviese quitando de encima un gran peso.

―Supongo que los tesoros que encontramos con la ayuda de lord Byleth también ayudan. ―dijo Ciryl recordando lo extrañamente bien que se le daba al nuevo arzobispo encontrar lingotes de oro.

―Sí ―admitió ella―. Gracias a su ayuda mi familia no lo pasará mal en caso de que algo me sucediese.

―Yo no dejaré que nada te pase. ―dijo Ciryl muy serio y convencido.

Lyshitea le dio las gracias y acarició su rostro con cariño. Cada día lo quería más y eso hacía que sus ganas de vivir fuesen mayores.

―¿Sigues nervioso por conocer a mis padres? ―preguntó la joven con una traviesa sonrisa.

―… ¿Saben que soy de Almyra?

―¡Pues claro que lo saben! ―respondió muy orgullosa Lyshitea―. Les cuento todo sobre ti.

―Gracias. ―fue todo lo que dijo el joven caballero. La sonrisa y la mirada cariñosa que le dedicó Ciryl en aquel momento le llegaron al corazón.

Intentando mantenerse calmada como toda una adulta, Lyshitea intentó cambiar de tema.

―A veces me pregunto, ¿no preferirías que viviésemos en Garreg March? Así podrías seguir protegiendo a lady Rhea.

―Si me lo hubieses preguntado hace unos años mi respuesta sería un "sí" ―confesó Ciryl―, pero ahora tengo a alguien más importante que proteger.

―…

―¿Qué pasa?

―¡N-nada! Solo estaba pensando en mis cosas ―mintió Lyshitea mientras intentaba ocultar su sonrojo mirando hacia otra dirección.

―¡Pero estás muy roja! ―rió Ciryl―. Sigues mintiendo fatal.

―…Si sigues burlándote de mí le diré a Shamir que estuviste en-

―¡N-no me estaba burlando de ti! ¡Lo prometo! ―dijo Ciryl rápidamente. Esta vez fue su rostro el que se puso rojo y Lyshitea la que rió.


Petra y Linhardt

―Me han vuelto a regañar por quedarme dormida bajo un árbol ―se rió Petra―. No me atrevo a decirles que por tu culpa no puedo dormir mucho.

―Pero eres la reina, deberías poder dormir donde quisieses y cuando quisieses. ―se quejó Linhardt.

―Los de Brigid nunca nos relajamos, somos cazadores a todas horas.

―La sola idea me produce mareos… ¿Quieres que me arrepienta de haberme casado contigo?

Petra rió con más fuerza mientras le daba una fuere palmada en la espalda a Linhardt, quien esperando aquel movimiento consiguió mantenerse en pie.

―En el tiempo que llevamos casados te he obligado a trabajar más que en toda tu vida ―comentó Petra―. Si aún no te has divorciado nunca lo harás.

Linhardt sonrió con cariño mientras la observaba.

―¿Sabes? Ahora entiendo porque la gente hace tonterías por amor. Si no te quisiese tanto seguramente ya habría huido y me habría dedicado a la pesca en algún lugar recóndito.

―Eres muy romántico. ―dijo Petra sonrojándose ligeramente.

―Y eso que ni lo intento.

―Y además has aprendido mi idioma muy rápido y además tus ideas sobre economía y agricultura están teniendo mucho éxito entre mi gente ―dijo Petra orgullosa―. Eres el rey que necesitaba.

―Es porque siento que decepcionarte sería un crimen peor que el asesinato ―se lamentó Linhardt―. Por cierto, últimamente te veo algo cansada.

―No te preocupes, lo que pasa es que he estado peleando durante toda una semana pero ya se ha terminado.

―¿Peleando? ¿Terminado? Tal vez no domino tan bien tu idioma porque no capto lo que me quieres decir.

―Eres muy inteligente y gracioso, así que hay muchas mujeres que te quieren como marido ―le explicó Petra―. Simplemente he defendido lo que es mío.

―…Vaya, solo pensar en el trabajo que te he dado me dan ganas de dormir durante meses.

―¡Ya dormirás cuando seas viejo! ¡Ahora debemos seguir esforzándonos por mejorar Brigid para ser tan grandes como Fódlan y Almyra! ―exclamó Petra muy entusiasmada―. No podemos dejar que Edelgard, Dimitri y Claude nos superen.

Linhardt esbozó una amplia sonrisa al verla tan motivada.

―Eres increíble, tu sola presencia eleva mis ánimos y mis ganas de trabajar… ¿Tengo buena suerte o mala suerte?

Aquello último lo dijo en voz baja y en su idioma natal así que Petra no lo llegó a captar. Aunque en ese momento emitió un sonido de sorpresa y se llevó las manos a la tripa.

―¿Qué ocurre? ¿Te duele algo? ―preguntó su marido preocupado mientras la sujetaba con suavidad.

―…No…el bebé, me ha parecido sentir algo.

―¿No es muy pronto para eso?

―Las mujeres de Brigid somos muy sensibles para estas cosas. ―le explicó Petra muy feliz mientras acariciaba el pequeño bulto de su tripa.

Linhardt no podía describir la felicidad que sentía al verla a ella tan feliz. Iban a ser padres y aun no podía creérselo. En su cabeza se prometió dejar descansar a su mujer por las noches, o al menos intentarlo. La quería demasiado y era tan hermosa, amable, inteligente que no podía evitar…Linhardt suspiró al pensar que se estaba convirtiendo en una versión más inteligente de Sylvain.

Petra solía reírse de lo energético que era cuando estaban en la cama. Había veces en las que ni siquiera ella podía seguirle el ritmo. Aunque todavía no se había quejado ni una sola vez.

―Cinco. ―dijo de repente Linhardt.

―¿Qué?

―No me importaría tener cinco hijos contigo.

―A mí tampoco, es un buen número. ―respondió Petra.


Flayn y Claude

Al principio era simple curiosidad. Aquella pequeña mujer de cabellos verdes y ojos alegres era todo un misterio. Y Claude adoraba los misterios, sobretodo si eran tan bellos como ella.

Las conversaciones con Flayn eran muy curiosas. La chica era amable, entusiasta y siempre estaba dispuesta a ayudar, pero su forma de hablar era…arcaica. Aunque con el paso del tiempo aquello cambio.

Aun así el misterio no duró mucho. Gracias al profesor Byleth muchos secretos fueron revelados a los pocos meses de comenzar la academia. Entre esos secretos la verdadera naturaleza de Flayn.

Aun así el interés de Claude solo aumentó al saber que Flayn pertenecía a una raza ancestral descendiente de la diosa Sothis. Por lo que las conversaciones aumentaron. Y pasaron a ser citas amistosas, luego visitas nocturnas y finalmente citas amorosas.

Evitar que Seteth se enterase de que estaban cortejando a su querida hija fue difícil pero muy divertido. Claude era un bromista nato y el amor no iba a cambiar aquello.

ooOoo

Al principio era simple curiosidad. Aquel hombre de sonrisa encantadora era todo un misterio. A Flayn le parecía muy guapo y divertido pero también sentía que había algo muy oculto dentro de su traviesa mirada.

Le hacía preguntas muy curiosas y parecía interesado en ella, aunque no en un sentido romántico. Aquello decepcionó un poco a Flayn pero al menos podía estar con alguien que parecía saber mucho sobre el mundo.

Flayn le contó muchas cosas sobre ella y poco a poco Claude le fue contando más cosas sobre él. Flayn fue muy feliz el día que Claude habló sobre su madre, Tiana. Sentía que habían llegado a un punto muy importante de su relación.

Su padre no parecía muy contento de verla hablar tanto con Claude. Según él, era un chico algo problemático. Flayn no le hizo mucho caso, sobretodo porque encontraba muy romántico las visitas nocturnas de Claude y el hecho de que tuviesen citas a escondidas.

Una relación secreta era algo digno de sus novelas favoritas, aunque ya todos supiesen de dicha relación excepto su padre.

Claude, a pesar de que pudiese parecer lo contrario, era todo un caballero y nunca se propasó con ella. La trataba como si fuese una delicada flor a pesar de saber lo fuerte que era. A Flayn le encantaba aquello.

ooOoo

A veces tenían discusiones. Claude podía llegar a tener un lado cruel en sus tácticas de combate. Flayn por su parte podía ser muy ingenua en algunos temas. Aun así no dudaban en hablar sobre sus diferencias y en buscar términos medios. La comunicación entre ellos nunca fue un problema.

Una momento horrible de su relación fue cuando el príncipe Shadid, medio hermano de Claude, había intentado secuestrar a Flayn. El último error de su vida.

El día que visitaron la playa donde estaba enterrada la madre de Flayn, fue cuando Claude le pidió matrimonio. Un día que podría haber sido triste pasó a ser el más alegre de sus vidas. Claude quería darle nuevos y brillantes recuerdos a su futura esposa. He iba a esforzarse todo lo que fuese necesario para ello.

La boda fue por todo lo alto, pues Claude quería que todo el mundo supiese lo feliz que eran ambos. Las personas más importantes de Almyra y Fódlan estuvieron ahí. Por suerte no hubo ningún fuerte incidente gracias a la presencia del lord Byleth y lady Rhea. Además de que los soldados de ambos ejércitos supieron mantener la compostura aunque solo fuese por varios días.

El único incidente fuerte fue cuando Seteth y Claude estuvieron juntos. La presencia de Catherine y el hecho de que era la boda de su hija fueron lo que salvó a Claude aquel día.

ooOoo

Un intenso y dulce olor despertó a Claude. Al girase notó que estaba solo en su cama hasta que se levantó ligeramente y vio a su esposa con una bandeja llena de comida.

―…¿Y esto? ―preguntó el nuevo rey de Almyra algo preocupado.

―¡El desayuno! ¡Me hacía mucha ilusión preparártelo! ―dijo Flayn, incapaz de ocultar lo feliz y orgullosa que se sentía.

Claude tragó saliva y forzó una gran sonrisa.

―Muchas gracias, seguro que está delicioso. ―dijo Claude. Al menos la comida tenía buen aspecto, lo cual ya era decir mucho.

Al darle un bocado la forzada sonrisa pasó a ser genuina. Las tostadas no estaban quemadas, los trozos de fruta no tenían nada de piel e incluso la carne estaba hecha. Claude agradeció en silencio a Dedue y sus clases culinarias.

―¿Cómo está? ―preguntó Flayn algo nerviosa mientras se sentaba a su lado.

Claude rio al verla en ese estado.

―¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes? ¡Me ha salido muy mal, ¿verdad?! ―Flayn se ponía más nerviosa a cada segundo hasta que Claude puso una mano en su mejilla y le besó con cariño en la frente.

―Me rio porque no puedo creer lo hermosa que es mi esposa ―dijo guiñándole un ojo, haciendo que su rostro se pusiese muy rojo. Eso unido a su verde caballera la hacía parecer un tomate―. Y este desayuno es el mejor que he probado en mi vida.

―¡G-gracias por los cumplidos! Pero el maestro Dedue es a quien debes agradecerle pues este desayuno me lo enseñó él.

―Nunca lo hubiese imaginado ―mintió Claude―. ¿Y esto?

―Mi propia receta, ¡pruébalo por favor!

Claude se pasó medio día en el baño después de aquello, y Flayn aprendió que por el momento debía seguir usando solo las recetas que Dedue le había enseñado.

FIN


Me hice fan de Fire Emblem cuando vi varias imágenes de Rhea en Pinterest. Desde entonces he jugado varios juegos de la saga.

Rhea es un personaje muy interesante tanto en diseño como en personalidad y lore, pero por alguna razón apenas tiene interacciones con otros personajes y ni siquiera podemos usarla en la ruta de la Iglesia. Y en Three Hopes es aún peor el trato que le dan.

Un día intenté buscar historias sobre mi pareja favorita (BylethxRhea), pero apenas había en fanfiction e imágenes aún menos. También intenté buscar historias sobre DimitrixEdelgard (no es incesto puesto que no son hermanos de sangre y no se criaron juntos como hermanos), pero las pocas historias que había sobre ellos eran bromas o click baits.

Viendo la situación dije: "Al final voy a tener que escribir yo mis propias historias". Espero que la mía haya inspirado aunque sea una sola persona a escribir más sobre ambas parejas.

Al final no he podido evitar escribir sobre mis otras parejas favoritas así que me ha costado un poco terminarla. Espero que os haya gustado, ¡hasta la próxima!

P.D: ¡BylethxRhea son la mejor pareja de FE!