Así era… El destino no era más que una excusa para aferrarse a los sueños, para validar fantasías que no siempre podían ser cumplidas. Había vuelto del pozo, a los brazos del hombre que amaba, esperando que la vida los uniera para siempre tras las experiencias que juntos habían vivido, pero no era tan sencillo. Las cosas no eran como en las películas o los cuentos de amor, que tras haber derrotado a un enemigo en común, todo se tornaba color de rosa. Pese a que InuYasha había finalmente dado el último beso a la mujer que lograba alejarlo de su lado, que al fin se encontraba en un descanso eterno… su memoria no abandonaba los pensamientos del mitad demonio. Kagome aún sentía que competía con la memoria de un fantasma que si bien, ya no andaba vagando por el mundo en busca de resolución, de venganza, de descanso, aún existía en la mente del hombre con quien creía, quería pasar el resto de su vida.

Había dejado todo en casa, su familia, la oportunidad de continuar con sus estudios; las ambiciones modernas que antes de poner un pie en la época antigua alguna vez tuvo. Atrapada en esa era, habían instantes en los que se sentía sola y esa soledad no se espantaba con la compañía de sus amigos y el cariño que a medias sentía de InuYasha. Era vacilante como el viento, caprichoso como las tormentas. Habían días muy buenos pero así como lo eran llenos de paz y afecto, los había con indiferencia, con lejanía. En instantes podía pasarla bien, reír en compañía de Sango, Miroku, Shippo… pero añoraba ese amor y afecto de parte del que amaba. ¿Era acaso mucho pedir?

Se refugiaba en ocupaciones, en aprender tanto como pudiera de la anciana Kaede, en asistir a los aldeanos en sus peticiones, y en llenar el hueco que esa sacerdotisa había dejado tanto en la aldea como en el corazón de InuYasha. A veces recordaba que seguía sintiéndose como un reemplazo, ajena de individualidad, como si su lugar en ese mundo no fuera suyo. Estaba cansada de no poder sentirse como ella misma, como Kagome nada más. Aquellos que no habían conocido a Kikyo le hacían sentir refugiada de esos sentimientos pero era difícil competir con la sensación casi siempre presente de ese sentir.

"No soy ella… No puedo ser ella… No quiero ser ella" pensaba.

Entre las cosas que hacía para distraerse era dándole lecciones a Rin, quien ya había crecido lo suficiente como para empezar a interesarse por más cosas que no fueran las que tuvieran que ver con su protector, Sesshomaru, quien la había dejado al cuidado de todos en la aldea para que pudiera llevar una vida normal, rodeada de otros humanos. Kagome estaba enseñándole a leer y escribir, además de lecciones de arquería puesto que la niña le había tomado una admiración particular que deseaba absorber tanto como pudiese de ella. El youkai no iba tan seguido como la niña quería y en el inicio había sido complicado levantarle el ánimo,pero con el tiempo, empezó a acostumbrarse a la compañía de los demás, encariñándose con todos y cada vez más se sentía parte de esa gran familia que entre todos habían construído.

Para ese entonces Miroku y Sango ya se habían desposado, y tenían su pequeña familia aparte. Dos preciosas gemelas que eran el orgullo y fascinación de toda la aldea. Kagome no podía negar que los envidiaba un poco, porque podía ver que su amor había superado las barreras de la lucha contra Naraku y que pese a los malos hábitos del monje, las cosas habían terminado de forma que empezaron una vida juntos.

Tanto que deseaba que ese fuera el caso para ella e InuYasha…

-Kagome… ¡Kagome!-

La voz de Rin la sacó de sus pensamientos. Más que nunca su mente divagaba hacia rincones oscuros y dolorosos, desconectándola de la realidad en ocasiones.

-Ya terminé de leer esta página… ¿Lo hice bien?-

La mujer asintió arrebatadamente, lamentándose de que había dejado de prestar atención quizá al primer enunciado, ya no recordaba. Sin embargo, la niña era lista y diligente y sabía bien que su nivel de lectura era lo suficientemente bueno con tan sólo pocos detalles a corregir.

-Qué bien. Me gustaría leerle al señor Sesshomaru la próxima vez que venga. Estoy segura que jamás ha escuchado una historia como ésta… Como les dices… ¿clásicos, cierto?-

-Así es- contestó la sacerdotisa finalmente. -Estoy segura que Sesshomaru jamás ha escuchado hablar del Principito…-

-Seguro que no… También estoy segura que se sentirá muy orgulloso de ver cuánto has aprendido Rin… No ha de tardar en venir de visita. Hace un par de semanas que vino por última vez-

-Mh… sí. Me trajo otro kimono y una peineta. Sus regalos son muy bonitos pero me gustaría que se quedara más tiempo…-

-Bueno… es que quizá él es como el zorro del cuento…-

-¿Cómo?- preguntó la niña interesada, poniendo sus manos sobre sus propias piernas para hacerse un poco hacia adelante, manifestando aún más su interés en las palabras de la chica.

Kagome rió por la reacción de Rin, sin embargo, le consintió ir más allá y explicarle. Si bien su habilidad para leer y escribir era digna de reconocerse, aún habían cosas que le costaban trabajo reflexionar. -Pues sí… el zorro no puede jugar porque debe ser domesticado…-

-Ah… Entonces, ¿el señor Sesshomaru ve a los humanos como a todos los humanos…? No nos necesita, como dice el zorro no necesitar al Principito… ¿eso?-

-Tal vez no lo suficiente como para quedarse más tiempo del que lo ha hecho. Eso no quiere decir que no se preocupe por ti, Rin- quiso corregir de inmediato. No quería sembrar ideas en la niña de que el youkai sentía indiferencia por ella y por ende, provocar una herida.

-Mh… habrá que encontrar una manera de hacerlo entonces-

Pese a lo que Kagome pudiera haberse imaginado, aquella analogía más que causar tristeza en la niña parecía haberla motivado de alguna manera. Se puso de pie tomando el libro entre sus manos mientras que la sacerdotisa, comenzó a recoger los apuntes que habían sobre el piso por la lección de esa tarde.

La noche estaba por caer y los aldeanos comenzaban a regresar a sus casas, al igual que sus amigos. InuYasha aún se encontraba fuera, quizá en el bosque talando árboles… no lo sabía. Había días que se iba sin decir a dónde, dejando a Kagome sola y a cargo de Rin quien se había convertido ya casi en su protegida.

-¿Llegará tarde otra vez?- preguntaba la niña mientras se tallaba los ojos. Sentada al lado de la fogata al centro de la habitación esperaba con un plato de cerámica en las manos a qué el estofado que había estado calentándose en la olla sobre el fuego fuese servido.

Mientras tanto Kagome observaba fkn añoranza hacia la puerta principal aún sin percibir la esencia de InuYasha en la cercanía. Se preguntaba qué hacía en esos ratos de ausencia. ¿La pasaría solo? Poco podía pensar puesto que antes la única causa de estás "escapadas" era para encontrarse con Kikyo. Ahora que el alma de la mujer finalmente estaba en el descanso eterno, Kagome se hallaba sin ideas.

-Creo que sí- contestó al fin.

Abrió la tapa del estofado dejando que el aroma impregnara el lugar. La niña olfateo profundamente sin preocuparse de exagerar. Amaba la cocina de Kagome y no se limitaba de expresar cuánto. La sacerdotisa sirvió sobre el plato una porción a la chiquilla mientras que el suyo quedó vacío, dejándolo a su costado limpio.

-¿No tienes hambre?- preguntó Rin mientras llevaba el borde del plato hacia sus labios sin esperar a que la comida se enfriara un poco. Cómo era de esperarse se quemó la lengua y comenzó a agitar las manos del dolor.

Kagome dejó escapar una rodilla, tomando de una de las manos de la niña el plato para que no fuera a tirarlo.

-Se me espantó el apetito- y no era mentira. El malestar de preguntarse qué tanto hacia InuYasha le tenía a la expectativa.

Estaba empezando a sentirse harta de estar presa a esa incógnita e incertidumbre. ¿Cuál era el siguiente paso en su relación? Eran tantas cosas las que la aquejaban y poco podía hablarlas. No podía hablar de estas cosas con una niña de la edad de Rin, la sacerdotisa Kaede ya era una mujer de edad y aunque era sabia, siempre abogaba por la paciencia y el refugiarse en los deberes, y Sango, su mejor amiga, tenía las manos más que ocupadas cuidando a las gemelas que poco tiempo tenían para poder pasar tiempo juntas. No deseaba abrumar la mente de su amiga con sus problemas.

Si tan sólo pudiera hacer algo para recuperar la capacidad del pozo de regresarla a la casa…. Tal vez…

La cena transcurrió y ella no probó bocado alguno, sin embargo Rin se comió dos platos enteros por lo que al poco tiempo cayó rendida en sueño. Kagome se dispuso a limpiar y terminar los quehaceres dentro de la cabaña, parecía que InuYasha no llegaría pronto y esta vez no estaba de ánimos para esperarlo despierta. En cuanto terminó, tendió su camastro e hizo como la niña para intentar echarse a dormir.

Dormitaba apenas pudiendo conciliar el sueño. Los ruidos nocturnos estaban siendo un poco más insistentes que de costumbre, y lograban robarle el sueño a ratos. Sin saber cuánto tiempo había transcurrido ya, fue que finalmente sintió la presencia de InuYasha y que escuchó sus pasos adentrarse a la cabaña. Pudo sentir cómo es que tomó su lugar a su lado, sin embargo no le abrazó como otras veces… Seguro es porque la pensó dormida.

No pudo conciliar el sueño por un buen rato hasta que finalmente sus ojos terminaron cerrándose, rendidos ante ese mar de emociones que chocaban en las paredes de su mente.

La mañana llegó más pronto para todos a excepción de ella. Al encontrarse despierta vio el lugar que InuYasha había ocupado a su lado esa noche vacío y el camastro de Rin sin ella en él. Se levantó con algo de torpeza al sentirse algo mareada por haber dormido un poco de más por la trasnochada y se acercó hacia un cuenco con agua que tenía sobre una de las repisas para lavarse la cara.

Como era de esperarse la actividad en la aldea era como siempre pero esta vez InuYasha se encontraba afuera, acomodando madera bajo el techo que había al costado de su cabaña.

-Buenos días- dijo la sacerdotisa aún con la voz algo ronca.

El hanyou alzó la mirada y dejó lo que hacía para caminar hacia ella. Le vio preocupado pero desconocida el porqué.

-Dormiste más de lo normal, ¿Te sientes bien?- le preguntó mientras ladeaba el rostro como si la inspeccionara.

Queriendo evadir su pregunta, Kagome reparó en que pudo percibir la esencia de Sesshomaru en la aldea. Alzaba la mirada como para ver si veía cerca a Rin, y saber si le leería sus avances al youkai.

-No cambies el tema… ¿Estás bien?- preguntó algo enfadado sobre todo porque el tema tenía que ver con su hermano y aunque había una tolerancia mutua de por medio no se había aún concretado una relación estrecha entre ambos.

Molesta de tener que dar cara a su pregunta, Kagome finalmente miró a los ojos a InuYasha dispuesta a soltar su verdad.

-La verdad no. No estoy bien- le dijo pasándose de largo dispuesta a ir a dónde Kaede y enfocarse en sus cosas.

Pero como era de esperarse, el agarre firme de InuYasha sobre su muñeca la detuvo.

-¿Piensas decirme qué te pasa o te voy a tener que estar haciendo miles de preguntas como siempre?-

Irritada se sacudió de su agarre y le miró con frustración.

-¿Porqué mejor no empiezas tú diciéndome qué te pasa a ti? Todo este tiempo… desde que pudimos descansar de buscar los fragmentos, de librarnos de Naraku… desde que pude volver no has hecho otra cosa que huir a ratos. ¿A dónde vas cuando te alejas? Creo que por ahí podemos empezar-

El joven se quedó perplejo. Sus orejas blancas se bajaron en un momento en el que se sintió evidenciado sin tener una respuesta qué darle tras haber escuchado todo ese listado de obstáculos que en algún momento justificaban el no poder desbordarse en una felicidad absoluta con ella.

Kagome sabía que no habría respuesta.

-¿Por qué soy yo la que tiene que estar mal? ¿La que tiene que tener un problema? ¿No crees que después de tanto espero que seamos felices? ¿Te parece tan increíble que la manera en que te comportas y te alejas me afecte de alguna forma? No tengo qué decirte qué me pasa para que lo sepas…-

-Si te dijera te enojarías como siempre, Kagome. ¿Qué más da que me tome tiempo a solas? Siempre regreso contigo- el chico insistió pero se veía a un salto de romper la cordura.

Estaba cansada de discutir, estaba cansada de las evasivas. Ya ni siquiera pelear le hacía sentir anclada a sus sentimientos por él. ¿Qué había más allá de los recuerdos? ¿Qué había después de la ilusión del primer amor? ¿El primer beso? ¿La primera noche juntos? ¿De qué servía conservar la esperanza por algo mejor si lo que había en el presente no era más que dolor e incertidumbre? Una discusión no era suficiente, ya no bastaba con decir "abajo" y dejar que la tensión hiciera lo suyo. Había muros entre ambos, muros que parecían inquebrantables a sus ojos. No había más qué decir.

Derrotada, le pasó de largo, dejando al hanyou con el corazón acelerado, dispuesto a seguir luchando por mantenerse en ese limbo de palabras en donde no llegarían a nada. Pero para la sacerdotisa era como si esas peleas, esas tensiones era lo único que los seguía manteniendo juntos. La promesa de un futuro unido parecía tan irreal… y cuando pensaba en ello, se daba cuenta que la ilusión se había esfumado casi por completo. ¿Quería arreglar las cosas a ese punto?

Antes de que InuYasha pudiera tomarla de nuevo del brazo y forzarla a quedarse y discutir, Sango y Miroku se acercaron hacia ellos, sosteniendo cada uno a sus bebés entre brazos. Gracias a los Dioses, el mitad bestia había aprendido a ser un poco más prudente y así como Kagome, dejaban sus disputas fuera del cuadro cuando se encontraban acompañados.

-Buen día- dijo el monje al llegar hacia ellos.

De tantos años de conocerlos podía notar la tensión tan palpable entre sus amigos, sin embargo, él también había aprendido a hacerse de ojos ciegos y oídos sordos sino venían directamente acudiendo por su consejo. Sango llegó instantes después, buscando confirmación en los ojos de su marido notando el mismo aire sofocante entre el par.

-Es bueno saber que tendremos día libre el día de hoy, ¿no Kagome?- intervino Sango queriendo crear una conversación y tal vez así disipar un poco el aire de la escena tan incómoda en la que involuntariamente se habían adentrado.

La chica arqueó la ceja por un momento, hasta que comprendió lo que su amiga quiso decir.

-Ah… Sesshomaru está aquí-

-Llegó poco después del amanecer, yo justo acababa de despertar y lo vi mientras lavaba algunas sábanas en el arroyo. No dijo mucho, sólo que buscara a la niña… Siempre tan platicador- rió incómoda.

-Feh. Lo único que le importa en esta aldea es esa mocosa. No sé por qué ambas se encaprichan tanto con querer sacarle palabras de la boca- masculló InuYasha, devolviéndose a lo que hacía antes mientras se arremangaba su hakama. -Es tan cómodo para él simplemente dejar a la niña aquí, dejarnos a nosotros a cargo y venir cuando le da su maldita gana-

La amargura de InuYasha estaba al pico en ese momento, todos podían notarlo y Kagome sabía perfectamente el por qué. Sabía que él le tenía un aprecio a Rin, y que no se expresaría de esa manera de no ser por la discusión que previamente habían tenido.

-No es como si fuera una molestia para nosotros, al menos no lo es para mí- recalcó la sacerdotisa. Le dio la espalda y se volvió a sus amigos.

-Me da gusto que haya venido. Justamente ayer Rin me decía que estaba emocionada por leerle a Sesshomaru las lecturas que hemos visto durante sus lecciones. De hecho… será mejor que vaya a buscarlos, yo quería consultar con él sobre las lecciones de combate que hemos estado dándole…-

-¿Cree que le moleste?- preguntó Miroku mientras mecía a la bebé en sus brazos quien parecía estar a punto de ponerse a llorar.

Kagome sólo se encogió de hombros.

-Al final de cuentas él ha confiado casi ciegamente en nuestros cuidados pero no veo daño en avisarle nada más… Sobretodo porque ha tomado interés por aprender técnicas de exterminación y Kohaku ya se ofreció-

Sorprendida Sango abrió los ojos. Su hermano no le había dicho sobre aquello pero tampoco le sorprendía. Él le tenía un cariño muy especial a Rin, y esperaba que después de tanto dolor, pudiera hacerse de una vida normal y recuperar un poco de lo que perdió tras tanto tiempo de haberse perdido en los juegos de Naraku.

-Sí bueno… sobre todo porque estoy casi segura que Kohaku tiene un pequeño… ¿cómo le dices tú Kagome?-

-Crush-

-Sí… un pequeño crush con Rin. Tarde que temprano Sesshomaru podrá darse cuenta, será mejor ir preparando el terreno- dijo Sango llevándose una mano sobre sus labios.

InuYasha escuchaba en el fondo, hastiado de esas conversaciones tan insulsas, tan tontas y sobre todo, le hacía hervir la sangre la familiaridad con la que ambas hablaban sobre su medio hermano a quien seguía resintiendo en lo profundo. Aún no se sentía capaz de perdonarle tantas jugarretas y pese a que en algún punto terminaron más aliados que enemigos.

Pero sin importar lo que Kagome pensaba, como ya era su costumbre, vaciaría las emociones de frustración en algo más productivo para ella. Se despidió de sus amigos y se encaminó al sitio donde podía sentir la presencia de Sesshomaru. Se trataba de una planicie a las afueras de la aldea a la boca del bosque, donde la niña había tomado como punto de reunión entre ella y su amo. Conforme iba acercándose pudo ver al demonio sentado sobre el muñón de un árbol que InuYasha había talado ya hace tiempo y a Rin sobre el césped, recostada boca abajo leyéndole. Conforme iba acortando la distancia podía escucharla leer las últimas palabras del capítulo que el día anterior le había leído.

-"Soy responsable de mi rosa... - repitió el principito a fin de recordarlo."... y fin… ¿le gustó, Señor Sesshomaru?-

El youkai alzó la mirada al ver en su periferia a la joven sacerdotisa, sin responderle a la niña que a su gesto, miró por encima de su hombro igual para encontrarse con su visitante. Sin pensarlo, se puso de pie y la tomó de la mano para llevarla hasta ellos.

-Justo acabo de leerle al Señor Sesshomaru el capítulo del zorro- le dijo entusiasmada mientras se sentaba sobre el pasto.

Kagome se quedó de pie, cerca pero aún así manteniendo cierta distancia del par. No acostumbraba tener ese tipo de reuniones con ellos ya que prefería dejarlos pasar su tiempo juntos sin interferir ni estorbar. Pero de verdad quería darle un reporte a Sesshomaru, o tal vez quizá, encontrar cualquier excusa para estar lejos de InuYasha y distraerse.

-Me da gusto que…-

-¿Un zorro?- interrumpió él. -¿Me comparaste con un zorro?-

El tono de voz que el demonio había usado era calmo, grave; era complicado saber si lo había tomado como una ofensa o no a lo que Kagome, nerviosa desvió la mirada y rascó el puente de su nariz mientras soltaba una pequeña risilla.

-Sí bueno… No digo que tú seas un zorro sino que eres COMO el zorro- enfatizó queriendo dejarle en claras las cosas.

-¿Crees que debo ser… "domesticado"?- la ceja del hombre se arqueó pintando en su rostro un gesto inquisitivo e incluso sarcástico.

"¿Y ahora qué le digo…?"

-Bueh… yo-

Pero la niña, sin notar lo tenso del aire comenzó a parlotear. Emocionada por poder compartir y enseñarle algo a su amo, se echó al pasto boca arriba, explicando sus teorías y sus entendimientos sobre sus lecturas.

-El zorro quiere ser domesticado porque busca crear lazos, quiere encontrar el el dorado del trigo los recuerdos de su amigo el principito y extrañarlo. Pero aunque quiere ser domesticado pide paciencia para eso… Esperar entre la maleza hasta acercarse más poco a poco cada día-

Kagome carraspeó al sentir la mirada del youkai sobre ella y miró hacia otro lado.

-Es… un cuento para niños…- dijo al fin la sacerdotisa, queriendo aligerar el ambiente sin saber mucho qué decir. Nunca se había sentido con la libertad de expresarle su pensar a Sesshomaru, no de esa forma y no creía que fuera el momento adecuado.

-¿A qué venías, sacerdotisa?-

La mujer suspiró, finalmente dando unos pasos más cerca de él ocultando sus manos entre las mangas de su hakama.

-Te he dicho que puedes llamarme Kagome-

Pero pese al tono hastiado de la mujer, el youkai hizo caso omiso y repitió la misma forma en que le llamaba lo cual no hizo más que sacarle otro suspiro a la contraria, mas ya no le dio batalla por ello.

-Quería hablar contigo un momento… Aunque preferiría hacerlo a solas. Antes de que te vayas, ¿podríamos reunirnos?- al ver el desconcierto del youkai, relajó la postura y le sonrió queriendo apaciguar cualquier idea descabellada que pudiera estarse haciendo. -No se trata de nada de gravedad, son sólo algunas cosas que me gustaría consultarte sobre…-

-Al atardecer-

Satisfecha, Kagome asintió y se alejó dejando de nuevo al par a sus asuntos.

Mientras ella se marchaba, el youkai no le despegó la vista hasta que se perdió en la lejanía de la aldea, preguntándose qué hacía encontrando pedazos de él en los textos que le leía a la niña. Un atisbo de curiosidad se había asentado en su mente, pero no lo suficiente como para mantenerse desconectado de lo que Rin quería seguir contándole.

Las horas finalmente pasaron, entre rezos, entre purificaciones y tareas en la casa. Kagome seguía sin dirigirle la palabra a InuYasha quien en esa ocasión no había huido y se quedó en la aldea. Ambos se evitaban con la mirada, y para la sacerdotisa comenzaba a tornarse sofocante el ambiente que se respiraba. No podía esperar a ver los tintes anaranjados en el cielo para permitirse unos minutos fuera de ahí, por lo que, en cuanto el sol comenzó a bajar, salió casi disparada de la cabaña al lugar de encuentro en donde estaba por verse con Sesshomaru. Al llegar, se encontró con la despedida entre niña y youkai, ella envolviéndolo en un cálido abrazo mientras que él, acariciaba con esos gestos delicados y medidos el cabello de la niña siendo esto quizá lo más afectivo que Kagome lo hubiera visto jamás.

-Regresa a la aldea mientras yo hablo con la sacerdotisa- le ordenó y como siempre, la jovencita obedeció a las palabras de su protector, bajando por la colina entre brinquillos entonando sus canciones de siempre.

La mujer finalmente dio unos pasos para tomar cercanía, pensando que conversarían en el mismo sitio se detuvo, pero el youkai se adentró más hacia el bosque. Si bien Kagome no lo conocía tan íntimamente, sabía que él esperaba que le siguiera, así que no lo cuestionó y caminó detrás suyo, hasta que finalmente se detuvieron en un claro más dentro de los árboles, lejos de la aldea, lejos de todo. Podía escuchar tan sólo los sonidos del bosque y eso le hizo sentir tranquila, en paz. Se llenó de ese instante respirando profundo, estirando un poco sus brazos hasta que la voz de Sesshomaru la sacó por completo de ese pequeño ritual.

-Bien. Supongo que aquí te hallarás más en sosiego-

-Yo… ¿cómo?- confundida quiso hablar pero nuevamente el youkai como siempre, se comía sus palabras con las suyas.

-Piensas hablarme de Rin, ¿no es así? Prefiero que lo hagas alejada de toda distracción y que vayas al punto, sacerdotisa-

Claro… ¿Qué podía esperar de un demonio como él?

Terminó por sentarse sobre un tronco vencido sobre el suelo mientras que Sesshomaru se mantenía de pie, aún iluminado por los últimos rayos de sol que se filtraban entre las hojas de los árboles. Pese a que no le tenía miedo, podía reconocer lo imponente de su presencia y pensaba que esta era quizá de las pocas veces en las que se habían encontrado solos desde que sus caminos se cruzaron hace tantos años.

-Entiendo. Sí, claro. De todas formas te lo agradezco… Aquí nadie nos molestará-

-¿Te refieres a InuYasha?- La mujer no dijo absolutamente nada. -Tu silencio lo dice todo. Pues bien… habla-

Sonrojada por ser evidenciada de esa forma, de que sus problemas con InuYasha fueran notados hasta por su emocionalmente desprendido medio hermano ya era el colmo, pero no era por esa razón por la que estaba ahí. No estaba ahí para hablar de él, por más tentador que fuese…

-Yo…- podía sentir cómo sus ojos se llenaban de lágrimas pero luchaba con todas sus fuerzas por no dejarlas desbordarse sobre sus mejillas. En cambio quería anclarse a lo que tenía que decirle. -Sólo quería decirte que Rin está haciendo muchos avances- dijo con voz temblorosa. -Lee muy bien para el poco tiempo que llevamos con las lecciones pero…- nariceó un poco mientras bajaba la mirada, apretando la tela de sus pantalones rojos entre sus dedos, resistiéndose a que el llanto la tomara presa. -Yo he estado también dándole lecciones de arquería… Posee habilidades espirituales que creo que en conjunto con un entrenamiento de exterminador le servirían mucho… Kohaku se ha ofrecido a enseñarle y…- pero fue ahí donde finalmente un par de lágrimas rebeldes cayeron de sus ojos hasta mojar el carmín de sus prendas, oscureciéndose en dos puntos que luego se convirtieron en cuatro hasta que fueron expandiéndose sobre la tela.

Sesshomaru no sólo de escuchar la voz de la mujer pudo percibirla perturbada sino también por el aroma salado de sus lágrimas. Le miraba aún desde la distancia, sabiendo bien que la razón por la que lloraba se debía a su medio hermano.

-Te traje aquí para que no estuvieras distraída con tus problemas-

-Sí, lo sé- respondió Kagome limpiándose el rostro con la manga de sus ropajes, riendo con algo de derrota a la vez que trataba de mitigar el llanto que la tenía a su merced. -Sé que no es de tu incumbencia, yo sólo quería comunicarte lo que hemos estado enseñándole a Rin y planeamos enseñarle…-

-En eso te equivocas. Es de mi incumbencia- interfirió Sesshomaru, dando pasos hasta ella hasta colocarse justo en frente de donde se encontraba sentada.

Envuelta en confusión, Kagome alzó la mirada, con los ojos amenazando con desbordar más lágrimas, fijando su atención en el youkai quien inesperadamente respondía a sus emociones.

-El trabajo que se ha hecho con Rin es adecuado- dijo sin querer echar tantas flores, no era su estilo, pero lo que quiso decir era más que adecuado, espléndido en realidad. -Pero la clave en esa consistencia es que quienes son responsables que ese trabajo siga siendo así, se encuentren en óptimas condiciones… ¿Cómo planeas instruir y ser un pilar en la educación de Rin si tus problemas con el híbrido logran sacudir tus emociones?-

Aquello logró pinchar en su corazón, sacudir la herida y abrirla. Se puso de pie de manera inesperada, de forma que quedó a poca distancia del youkai. Era quizá que estaba a punto de explotar, era quizá que estaba proyectando la molestia de InuYasha en las palabras que tenía por decir… era tal vez que sólo quería por una vez en su vida que alguien la escuchara gritar y no le dijera nada al respecto.

-¡He hecho lo mejor que puedo! Todo este tiempo, desde que decidiste dejar a Rin bajo mi cuidado, he tenido estos problemas y no he hecho más que dar lo mejor de mí. No condiciones mis problemas con mi capacidad de ver por ella. Me preocupo mucho y la quiero, y no importa cuál sea mi situación con InuYasha, yo jamás, ¡escúchame bien! Jamás permitiría que eso se interponga, ¿entendiste?- el pecho de Kagome se alzaba debido a la alteración del momento. Su rostro y ojos, húmedos estaban fijos sobre los del youkai, a quien veía desde su limitada altura que la hacía tener que estirar el cuello para imponerse en una posición más segura y determinada.

En ese instante, envuelta en aquella maraña de emociones, entre la distorsión de sus labios y lo fiero de sus ojos. Sesshomaru experimentó una chispa de atracción. Sin embargo, calmo en su porte, no hizo más que mirarla, apreciar el momento y la energía que la mujer despedía, que apenas y le causaba un ligero escalofrío.

Ante el silencio del youkai, Kagome de a poco comenzó a calmar su respiración hasta que volvió a sentarse. Respiró hondo y exhaló, no queriendo mirarlo por unos momentos, en primera por vergüenza y en segunda porque no podía creer que le había gritado así sin tapujos a Sesshomaru.

-Yo… Lo siento. No hablo mucho de esto con nadie, estoy cansada. Confieso que estoy agradecida de que me hayas traído hasta acá, para poder gritar en paz… Aún así… Tú no tienes nada que ver con esto y no tienes por qué recibir gritos de mi parte sólo porque InuYasha me saca de quicio- admitió sumisa.

Pero el silencio de Sesshomaru cobró peso en ella, ese silencio que no le daba indicación alguna de si había ofendido o como era de esperarse, fuese algo totalmente indiferente para él. Cohibida por ello, se encogió de hombros, carraspeando un poco mientras sus ojos aún húmedos se alzaron para mirarlo y tratar de encontrar una respuesta de nuevo por sus propios medios. Pero nada, el youkai había desviado la mirada hacia el cielo, donde la luna comenzaba a alzarse sobre ellos, robándose los últimos rayos de sol.

-Supongo que volviendo al tema…- continuó mientras secaba sus lágrimas pero sus manos terminaron rozándose sobre la piel del demonio quien había llevado su dedo índice hacia la mejilla de la sacerdotisa, pretendiendo secarle el llanto en un acto rápido pero que a ella la tomó por sorpresa. Eso no sólo provocó que las mejillas en la humana se tornaran tan rojas que despertaran la envidia de un rosal en primavera pero también hacerle sentir una curiosa sensación en el estómago, una que hacía tanto tiempo no sentía. Queriendo anclarse a dicho sentir, llevó su otra mano sobre la del youkai, sintiendo lo frío de su tez pero a su vez, la suavidad que cubría su piel. -¿Puedes quedarte así un momento?- le pidió mientras cerraba los ojos y se permitía reposar sobre la palma de Sesshomaru.

El demonio permaneció así, permitiéndole a la mujer aquél atrevimiento, uno que ni él mismo se hubiera imaginado hubiese consentido en algún momento. Pero el verla así como la había visto poco antes, había despertado en él curiosidad y hasta quizá, una fascinación por explorar aún más de las reacciones que había dentro de esa pequeña pero fuerte sacerdotisa.

-Es tan difícil no pertenecer… Es tan complicado querer estar aquí pero, todo parece indicarme que lo mejor hubiera sido no volver…-

-Estoy seguro que hay quienes lamentarían que eso hubiera pasado-

Ella suspiró, aún refugiándose en ese tacto en manos de Sesshomaru que tanto le hacía falta de InuYasha. Abrió los ojos y se encontró con el ámbar que aún en medio de la oscuridad de la noche, brillaban con esa belleza tan característica de ambos hermanos. No podía negar que tenía razón, sabía que sus amigos lamentarían aquello, Rin, la anciana Kaede, y por más que quisiera negarlo, sabía que InuYasha tampoco estaría del todo contento de que se hubiese quedado en su tiempo, haciendo una vida lejos del pasado como si jamás hubiese existido.

-¿Tú lo hubieses lamentado?-

Sesshomaru retiró su mano sin ser brusco, sin embargo, no podía proporcionarle una respuesta a la mujer, no una que fuese reconfortante.

-No he perdido mi tiempo lo suficientemente contigo como para llamarte mi rosa- respondió haciendo una clara referencia al texto que Rin le había leído horas antes.

La respuesta del demonio terminó por hacer que Kagome soltara una sonora risa, y por alguna extraña razón, eso le brindó satisfacción a él. Verla al menos desprenderse de esa melancolía provocada por su hermano; sacárselo del pensamiento aunque fuese sin querer…

Pero aquél ameno momento fue interrumpido por un extraño resplandor, uno que se colaba entre los troncos de los árboles, que causó que Kagome se pusiera de pie. En un acto completamente instintivo, Sesshomaru se colocó frente a ella, preparándose para desenfundar su espada de ser necesario. Podía sentirse un inmenso poder espiritual, uno que ambos lograban percibir cada uno de maneras distintas. La sacerdotisa miró por encima de la manga de quien se encontraba frente a ella protegiéndolo, sólo para observar distintas luces moverse entre la lejanía del bosque.

-No parece ser una amenaza- murmuró en un hilo de voz.

Sin embargo, Sesshomaru desconfiado de aquello, caminó en dirección a dichas luces, siendo seguido por la curiosa Kagome quien en ese instante no cargaba como usualmente hacía su arco y flechas.

-Mantente detrás de mí, sacerdotisa- le ordenó el demonio y ella sin chistar, obedeció.

La caminata transcurrió a lo largo de unos quince minutos en los que el silencio se encargó de hacer el pasar del tiempo más lento de lo usual. Conforme iban acercándose aún más y este resplandor parecía brillar aún más, Kagome sintió un tirón en su estómago que la hizo detenerse. No se trataba de un efecto adverso ante esta luminosidad ni tampoco quería decir que este fenómeno que estaban presenciando tuviese un efecto sobre ella que fuese físicamente o espiritualmente debilitante, no… La cuestión es que era… familiar.

-Es… Kikyo- murmuró.

Nota: Hola soy yo otra vez. Para quienes me conocen, hola, cuánto tiempo.

Tengo demasiadas historias inconclusas y la verdad es que me apena que pocas he terminado por decir que casi ninguna. Sinceramente escribo cuando me llega la inspiración y en esta ocasión, según yo, quería escribir un OneShot que fuera un intercambio sexual entre Sesshomaru y Kagome, pero neta que conforme iba escribiendo me fui clavando en dar detalles y en dar explicaciones... Que bueno, no pasó pero quedó esto. Espero este fic no sea tan largo la neta porque no tengo tiempo para dedicarme a otra historia más que sea tan larga.

Han sido tantos años de estar aquí en Fanfic, empecé cuando tenía como 20 y ahorita ya tengo 33. Mi vida es otra y mis responsabilidades también pero extraño tanto tener el tiempo y la motivación de estar actualizando mis fanfics a diario como solía hacerlo antes... En fin. Me puse a ver InuYasha de nuevo y me acordé mucho de lo tanto que me gustaba pasármela por acá. Escribir fics y leer fics, compartir con la gente las historias, leer reviews en fin... Espero que me tengan paciencia y sigan perdonándome porque muchas de mis historias tienen muchísimo tiempo de no actualizarse. No prometo nada pero no es mentira que tengo deseos de poco a poco retomarlas. Ya veremos si lo consigo o no.