— Esto no es una propuesta, es un acuerdo definitivo. ¿Cuándo sucedió esto, Preußen? —reclama Austria tratando de conciliar su disgusto bajo una expresión de indiferencia y un tono de voz reposado. Esfuerzo que le está costando mantener mientras revisa una vez más los documentos que le ha presentado su hermano—. No debe ser reciente si ya conseguiste que ella acepte.

El hombre sentado detrás del escritorio lo mira serenamente, sin intenciones de responder a su pregunta. Simplemente Prusia procede a recargarse en el respaldo de su asiento y cruzarse de brazos en un estilo característico de los altos mandos militares. El General ya ha dado su orden, le ha dicho todo lo que deseaba añadir y no le importa mucho lo que él, su hermano menor, opine al respecto. Austria lo mira fijamente. No hay ni un mínimo atisbo de vergüenza en sus ojos. Quisiera decirle unas cuantas cosas porque lo que ha hecho es más que inconveniente, pero no sería apropiado. Quizá nunca lo sea. Debe pensar en otro medio para desahogar su inconformidad. Decir que está furioso es quedarse corto. Cuando su hermano mayor lo mandó llamar de regreso al hogar ancestral de los Germania, y en especial a su despacho, Austria pensó en muchos asuntos delicados en común que tuvieran pendientes. Tras la reciente muerte de su padre, la lectura de su testamento ha dejado muchos problemas por resolver. Por ejemplo: la reorganización familiar; la nueva situación de la viuda, su madre; el reparto de algunos bienes; la revisión de unos negocios; poner al día más documentos. Sólo por mencionar algunos. Su padre tuvo a bien dejar este mundo en tiempos difíciles no sólo para su familia. Austria hubiera entendido si a su hermano le hubiera interesado discutir una vez más las disposiciones de su padre en cuanto a la custodia de la hermana menor de ambos. No hubiera protestado por más que ya lo tuviera harto. Mil veces eso al tema que le ha propuesto tan sólo aparecer en el umbral de la puerta. En efecto, aquí están discutiendo eso. No, qué va. Su hermano mayor, Prusia, ése que ahora es el nuevo cabeza de familia, le mandó venir cuanto antes sólo para avisarle, sin muchos miramientos, que tanto él como la madre de ambos han aprobado y negociado su compromiso e inminente matrimonio con la hija de un hombre que hace años se fue a enterrar vivo en tierra de nadie. En fin, que tampoco es que pueda rehusarse tan fácilmente así como le están describiendo la situación. Es demasiado tarde para evitar llegar a un acuerdo.

— Es algo que hasta Vater hubiera aprobado, Österreich —responde Prusia con parsimonia. Para Austria, su argumento no ha empezado muy bien que se diga—. No ignoras que su amistad con Spanischen Reich era muy estrecha. Sus hijos hicieron algo más que sólo fortuna del otro lado del océano. Lo cual, para nuestro caso, nos permite escoger entre sus cinco nietas para conservar la conexión. Sabes que ninguno de los hermanos Hispania, o alguno de los parientes que les siguieron, volvió. Al menos no lo hicieron definitivamente. Nunca me lo expliqué, pero ha de tener su encanto esa tierra. Ya has visto que hasta Tante Frankreich ha fijado allí su residencia, por no hablar de nuestros queridos primos. Te recuerdo, además, que Tante misma nos recomendó encarecidamente a esta hija suya: es una heredera joven, independiente y educada. Tiene la cualidad adicional de ser agradable a la vista y bastante prudente, aunque reconozco que tiene inconvenientes: su inmejorable posición social y su acertado estilo de administrar propiedades. Como verás, no atraviesa la mejor de las situaciones. Su familia no goza de una buena reputación. Aunque es favorable que ni el padre, ni sus relaciones te darán problemas. Amistades como las de su primo, el Imperio Brasilien Hispania, te vendrán de maravilla. ¿No acaso ustedes dos ya son cercanos? Ahora serán familia. De haber dificultades, la sola mención de nuestro nombre tendría que ser suficiente para la mayoría de ellas. ¿En definitiva, quién mejor que tú, Österreich, para ganarnos una posición oficial en América? —Austria suprime una observación sarcástica, entiende perfectamente a qué se refiere Prusia—. No te preocupes por tu prometida, ella no sabe que tú no has tenido algo que ver en esto. Supongo que cree que realmente te has fijado en ella, o algo cercano a eso. Harías bien en visitarla pronto para cortejarla un poco. Por supuesto que lo harás discretamente en atención a Vater, faltaría más. Avísame cuando partas y lleva contigo al Capitán. Mantenme informado.

Austria aprieta la mandíbula para no protestar. Hasta cierto punto es natural que su hermano tome este tipo de decisiones, más si su madre apoya la iniciativa. Lo que es inadmisible es que ambos hayan organizado todo a sus espaldas. Eso es distinto. Comprende que intentaron evitarse dificultades a causa de su no tan accesible, y muy predecible, reacción. Eso no disculpa sus actos. ¿Desde cuándo una antigua amistad es más importante que la oportunidad de conectar con otra familia que aportaría más que eso? Suponiendo que dicha familia existiera, por supuesto. Buenos prospectos de familias políticas escasean, hay que ser sincero. De cualquier manera hubiera agradecido que le avisaran independientemente de su reacción inevitable a tal propuesta. ¿Cómo se atrevieron a concertar un compromiso de ese tipo en su nombre sin siquiera su consentimiento, menos aún su conocimiento? ¿Más todavía, cómo es que los Hispania lo aceptaron sin más, pese a todas las irregularidades e inconsistencias? Austria se reconoce indignado sólo en su nombre por una buena razón: casi alcanza el estatus propio de un Imperio. Lo peor que puede pasarle es que le encarguen a alguien ajeno a su mundo, que no le provee ventaja alguna y encima su posición en la vida es incierta. ¿Es que su propia parentela quiere arruinarlo? ¿Qué le aporta la hijastra de su tía? No entiende todavía cómo es que pueden pedirle que acepte sin más ser arrastrado al otro lado del mundo para casarse con una completa extraña que a todas luces es pobre en muchos sentidos. ¡No necesita una protegida, necesita una esposa! Y no una esposa sin fortuna y ascendencia noble dudosa. ¿De qué sirve que sea una Hispania si su padre a duras penas es reconocido como un Reino? ¿De qué tipo de familia proviene su madre? Con esto, hasta la señorita Hungría de los Cárpatos, una opción que la mayor parte del tiempo no quisiera ni considerar, parece su mejor apuesta. El señor De los Cárpatos, su padre, se la vive insinuando que, de aceptar la mano de su hija, Austria tiene garantizados: un cese a la rivalidad que por años sus familias han mantenido, una alianza política inmejorable y una dote sustancial. Puesto desde ese punto de vista, una candidata a ser su posible esposa es un Reino. Nada mal si opta por ignorar deliberadamente los pequeños detalles.

— ¿Es que no te has oído a ti mismo, Preußen? Tante Frankreich no te ocultó sus inconvenientes. Creo que entiendes a lo que me refiero si te recuerdo que Mutter cuestionó su buen juicio cuando aceptó la propuesta de matrimonio que le hizo Herr Hispania. ¿Qué te hace pensar que esta vez no hay algo por cuestionar? —exclama Austria indignado, intentando defender su causa por más fútil que parezca—. Así como describes a la segunda hija de los Hispania, estás dándome una señorita sin conexiones, sin linaje, sin recomendaciones favorables, sin ventajas. No me asombra que siga soltera a su edad. ¿En verdad la consideras digna de ser una Germania? No tomaría por esposa a una señorita que los demás no han considerado digna para el mismo puesto. Así hasta la hija de Herr De los Cárpatos resulta una opción nada desdeñable.

La mueca divertida de su hermano no opaca la expresión firme de su rostro, misma que le confirma a Austria que es un hecho que se casará con esa joven americana. Al momento comprende que debe tomar una decisión, probablemente apresurada. En definitiva, no se esforzará por el bien de esta unión. Quizá fue muy descuidado de su parte no apreciar debidamente las condiciones de su posición en la familia, pero está a tiempo de enmendar su error un poco. Para cuando se consideró descartable, Alemania recién se había casado y Prusia no daba ni la más mínima señal de querer hacerlo. Seguramente Austria se equivocó en su evaluación de la situación, aunque no del todo. Es decir, al percatarse de que las expectativas estaban puestas en Alemania y que dicho hermano estaba alcanzándolas sin esfuerzo, calculó que él quedaba más lejos de la primera posición de lo que estaba inicialmente. Alemania no tardó en tener los hijos suficientes para desplazar a Austria en el orden de sucesión. Esos niños cargarán algún día con el peso que él alguna vez tuvo sobre sus hombros. En resumen, su familia lo había ignorado por tanto tiempo, pese a sus esfuerzos, que no sospechó que lo mantuvieran en consideración para algún fin. Por tanto, se permitió trazar planes y preocuparse por que dieran resultado y se esforzó por tener bajo control lo poco que preveía que podría estar a su alcance para crear su propia base de poder. Hasta tenía el propósito ambicioso de que todo lo que hiciera no tuviera más referente que él mismo. En otras palabras, planeó separarse de su familia al grado de que no lo relacionaran más con ella. Eso incluyó en su momento hasta el más mínimo detalle. Sus esfuerzos ahora le parecen una tontería, vista la situación que al fin se ha dado. Tendrá que dar marcha atrás en muchos proyectos. De cualquier manera algunos comenzaban a costarle excesivamente.

— No me hagas reír, Bruder —Prusia se permite varias carcajadas después de considerar detenidamente lo dicho por su hermano—. ¿Quieres hacernos creer que elegirías en su lugar a Frau De los Cárpatos? Con lo bien que siempre hablas de ella, ya lo creo —luego adopta un gesto severo—. Eres un Germania, compórtate como uno. Ya sabes que todo lo que hacemos, lo hacemos excelente y en el nombre de la familia. Cuidamos de los nuestros y lo que consideramos nuestro. Dudo que lo hayas olvidado, Österreich. Frau Hispania es lo que nos conviene y eso tendremos. Ésta es tu oportunidad para ser de utilidad a la familia. Deutschland lo hace magníficamente, ha llegado tu turno.

Austria reprime un comentario mordaz. Preferible guardarse su punto de vista. Sí, alguna vez quiso ser reconocido por sus méritos, mas no de esta manera. Su supuesta oportunidad constituye un insulto en toda regla. Algunas veces se pregunta si haber sido el primer hijo hubiera significado algo, sobre todo algo satisfactorio. Nunca lo sabrá y ni muerto le preguntará a Prusia por su experiencia. Lo único que le queda claro es que su suerte está echada, así que sólo queda arreglárselas con estas nuevas circunstancias. Aceptando que no hay remedio, es fácil formular una estrategia. Si lo piensa con detenimiento, siempre puede dejar a su esposa en casa so pretexto de que hay asuntos más apremiantes por atender en Europa y que obviamente no requieren de la presencia de ella. Con eso garantiza pasar en América el tiempo mínimo indispensable para dejar los lineamientos y las instrucciones necesarios para la administración de la hacienda, que por matrimonio pasaría a estar bajo su poder. Dejando servidores competentes y de confianza al mando, podría marcharse de ese sitio para no volver. Pasado un tiempo y comprobando que todo marche de maravilla, pediría el divorcio. Si no hay consumación, podrá pedir la anulación del matrimonio sin hallar dificultad auténtica y dejar a la joven Hispania con el sustento asegurado. Al fin y al cabo es para lo único que lo quieren allá: para arreglar ese problema, con el adicional beneficio de facilitar el acceso directo a las posibles ventajas que pueda ofrecer América a su familia. Ninguno de los dos saldría sin ganar algo. Austria le cumpliría a su familia y de paso podría labrarse alguna buena reputación como el artífice de un milagro. La señorita Hispania tendría una propiedad digna del título que perdió hace tiempo y quedaría libre de casi todos sus problemas, hasta podría conservar el nombre de Germania y prescindir de la necesidad de un segundo matrimonio. El problema que no podría resolver tomándose tantas molestias es que necesita un hijo legítimo para ser su heredero y la única que podría dárselo sería su esposa. Esperar a divorciarse le quitaría tiempo para asegurar la mano de una mujer de mejor categoría y con conexiones ventajosas. La joven que le designan podrá ser una joya local, según dicen, pero eso no es suficiente. En realidad, no la conoce en persona, pero tampoco se hace ilusiones. Se supone que la conoció hace no mucho cuando su tía la trajo a Europa para presentarla en sociedad. Honestamente no le prestó atención. Ni su falta de educación, ni su miserable dote, ni la fama de bonita que comparte con sus hermanas fueron de su interés. Suficiente. Debe parar aquí mismo. Ya tiene definido el problema y el bosquejo de una solución para el mismo. Austria está impaciente por que esto acabe y ni siquiera ha comenzado.

— Me alegra verte entrar en razón, Bruder —felicita Prusia visiblemente complacido con la desaparición de la tensa postura de su hermano—. ¿No estarás pensando que no quisimos escoger lo mejor para ti también, o sí? La joven elegida será mucho más fácil de manejar que cualquiera otra que hayas podido tener en consideración. Te lo garantizo, Österreich. Los beneficios no costarán tanto esfuerzo y serán mejores que los de cualquier otro trato que te puedan ofrecer. Mutter está muy comprometida con tu asunto, incluso se aseguró de que tu prometida recibiera a tiempo el anillo que le has preparado personalmente.

El ánimo que Austria había logrado levantar a duras penas cae de nuevo, estrepitosamente. Duda poder reponerse esta vez. No sabe si seguir intentando poner cara de póquer o expresar su auténtico sentir. Le debe respeto a su madre, pero cada vez le es más difícil guardar la compostura. ¿Se refiere su hermano a ese anillo, a su anillo? ¿Cómo se enteró su madre de la existencia de éste? ¿Qué quiere decir exactamente con eso de que se aseguró de que lo recibiera a tiempo? Se supone que le corresponde a él dar el anillo. De hecho le correspondía realizar muchas cosas que no le han dado oportunidad de hacer. Ni hablar de usar ese anillo. Ha decidido no esforzarse, tampoco conservar a la señorita Hispania como esposa. Él no pensó ni por accidente en pedir la mano de ella, fue su familia la que arregló la alianza. ¿Por qué se molestaría en usar ese anillo para formalizar el compromiso? Es algo muy personal como para compartirlo con alguien con quien no pretende algo serio. Resultó difícil decidirse por el diseño de la joya, pues quería representarse a sí mismo en la sortija. Por eso le dio muchas vueltas a los elementos que debería llevar. Como no era el momento todavía, siempre tenía en mente mejorarlo. Ahora siente que su esfuerzo será desperdiciado si su madre está tan empeñada en involucrarse, como lo hace ver Prusia. Resulta irónico que en un asunto que debió involucrarlo desde un principio ni siquiera puede decidir si negarse o no a ofrecer su diseño a su prometida, sin importar que lo haya pensado considerando esa situación desde un principio. En realidad nunca sospechó que su prometida resultara ser una mujer como la señorita Hispania. Tendrá que aclarar las cosas en caso de que se dé un mal entendido al no lograr evitar que ese diseño llegue a las manos de esa joven.

— Si debo reunirme con mi prometida lo más pronto posible, asumo que el encargo ya fue hecho al joyero —indaga Austria intentando obtener información.

Prusia mueve la cabeza levemente sin cambiar de posición.

— Incluso ya debe de llevarlo puesto —complementa su ademán afirmativo.

Austria respira profundo. Debe permanecer calmado. No le dicen nada que no sospechara desde antes.

— Si no tienes más que decirme, Preußen, me retiro. Tengo muchas medidas qué tomar para mi inevitable ausencia —se despide Austria y agrega con sarcasmo—. No te preocupes por mí, Bruder. No le fallaré a la familia. Soy un Germania —sale del despacho de su hermano sin dar más explicación.

Algo le dice a Austria que no le agradará el resultado de esta decisión, pero acepta la voluntad de Prusia. De cierta forma y aunque no le satisfaga, le viene bien a Austria tener menos cosas de las qué preocuparse. Le quedan otras cosas por planear a detalle. Una vez de vuelta en su propio hogar, pedirá a Viena que reúna a unos cuantos de sus servidores más competentes, leales y de confianza para un viaje de reconocimiento. De resultar la visita como espera, estará llevando consigo a la futura administración de su también futura primera esposa. Además, debe contactar a su primo el Capitán. No porque su hermano se lo haya recomendado encarecidamente, sino porque en serio necesita hablar con él. Tiene que discernir algunos detalles urgentemente y le vendría bien contar con su opinión y experiencia. No hace falta resaltar que su primo conoce mejor que él a la familia con la que deberá tratar, quizá, durante los próximos años.

Cada vez que piensa en su compromiso, mira a través de cualquiera de las ventanas de su hacienda en un intento por descubrir la razón que pudo haber convencido a Imperio Austriaco de hacerla su esposa. Desde su perspectiva, México considera que su dote no es muy atractiva, su familia carece de lustre y tiene una hermana que la supera en belleza y personalidad, sino es que en más aspectos de los que reconoce. Dejando a un lado a su poco favorable familia y a su muy competente hermana, México tiene varias razones para poner en duda el atractivo de su dote. Su pequeña hacienda no brilla precisamente por su productividad, pero hay que reconocer que tiene potencial y alguna que otra ventaja en el comercio de la región. Sin embargo, la propiedad de la hacienda no está asegurada. Cualquier pariente varón, por más lejano que sea, podría arrebatársela sin mucha dificultad. Además, los límites del terreno no son claros y se ha visto obligada a vender parte de las tierras para superar situaciones críticas. Con mucho esfuerzo ha salido librada de todos los problemas causados por el mal tiempo o las plagas. Las deudas y el deterioro van en aumento cada día. Cada vez es más evidente que necesita ayuda, en especial protección. Por ende, reconoce que este enlace podría proveer algún alivio. No obstante, teme por lo que pueda deparar el destino. Sus inquietudes no son infundadas. Su futuro esposo ni siquiera la consideró digna de su atención cuando tuvieron la oportunidad de tratarse. En Europa nadie valora algo que no provenga de ellos mismos; en algún sentido ella desciende de ellos, pero no completamente. Cualquiera diría que su situación es desesperada y que no debería darle tantas vueltas si al final va a sacar provecho de ella. Mas también cualquiera podría reconocer que es razonable desconfiar. De no ser por la mujer de su padre, estaría atendiendo problemas más serios y apremiantes; no estas reflexiones intempestivas. Aunque, llegada a este punto, nada se le puede hacer ahora que su suerte está tan bien definida. Su madrastra supo aprovechar la oportunidad cuando se le presentó. La viuda de Britania obtuvo el control de la Casa de Hispania nada más lograr que el padre de México le propusiera matrimonio. Haber jugado bien sus cartas, cuando supuestamente estaba en desventaja, es algo por lo que su hijastra no puede evitar admirarla. Por más que odie las consecuencias de eso, México tampoco puede hacer más que disculpar a su padre. Una mujer considerablemente joven, bonita, amable, influyente y de buena familia fue lo único que vio su progenitor en la viuda que parecía congeniar con él. Al grado de que las fricciones con el difunto marido y con la familia de la joven viuda quedaron en el olvido muy pronto. Fue fácil para el señor Hispania creerse enamorado y afortunado de ser correspondido por quien se convertiría en su segunda esposa.

Desgraciadamente, la ilusión le duró poco. Tras la boda, el señor Hispania no tardó en caer en la cuenta de que había cometido un error. Como medida precautoria había limitado el poder de su actual esposa haciendo efectivo el testamento de la anterior. Pero, por más que su padre hubiera impedido que sus bienes cayeran en otras manos, el simple hecho de que sus hijas estuvieran, como lo están, a disposición de su madrastra anuló cualquiera de sus esfuerzos. México y sus hermanas pronto comprendieron que se encontraban en la mira de los planes de la nueva señora De Hispania. A ninguna le agradó la indiferencia y el abandono de su progenitor ante los avances de su esposa. Pero ésa no fue la causa única de su distanciamiento. Entre problemas personales y las decisiones de su madrastra, hubo razones de sobra para la casi disolución de la familia. Sus vidas fueron alteradas irreparablemente. Para cuando las hermanas Hispania pudieron enfocar su atención en otra cosa que no fuera ellas mismas, no quedaba ni el más mínimo remanente de lo que alguna vez había sido su padre. Adicional a eso, México se encontró prometida en matrimonio a un Imperio del que sabía muy poco. No fue fácil aceptar quedar a la buena de Dios para ella, más porque sospecha que su inminente matrimonio sólo es la tapadera de algo más complejo en la red de influencias de su madrastra. ¿Quién mejor que un sobrino para controlar su vida, y todo lo que la afecte, en calidad de su marido? Los Germania no se han opuesto ni un poquito a la unión, seguramente van a sacar provecho de alguna manera. En conclusión, está condenada.

Sus hermanas comparten con ella su suposición y temen ser las siguientes, pero ni siquiera Cuba es tan imprudente como para desafiar a una mujer tan poderosa como temible. México tampoco espera ayuda de su padre, quien se contenta con leer sus libros y fingir que nada ocurre en el exterior. Nadie ni nada va a impedir que ingrese en la Casa de Germania, a menos que ocurra un imprevisto. Incluso se hubiera conformado con un retraso, pero eso ahora es improbable. Lo único que había inspirado cierta esperanza en que la condena de México no se cumpliera era que su prometido, ese joven Imperio que no se ha dignado dirigirle la palabra, mucho menos una carta, no terminaba de llegar. Había evitado dar señales de vida desde que había empezado la negociación de la unión, por lo que fue toda una sorpresa recibir su primera carta hace poco. En ésta confirmaba su resolución de reconocerla como su prometida y hacerle una visita a su familia. Para mayor indignación de México, lo hacía dirigiéndose exclusivamente a su madrastra. El muy cretino no se había molestado en siquiera mandarle saludos a ella. Ni una mención pasajera a su padre. Nada. Lo que empeoró las cosas fue que el Imperio no consideró venir solo. A México no le hizo ninguna gracia la nueva. Con todo, lo que sienta, opine o piense al respecto de eso no importa mucho ahora. Tiene asuntos un poco menos cruciales, pero más inmediatos por atender. En estos momentos debe permanecer de pie frente al espejo esperando la hora en que su madrastra se digne mandar a llamarla y darle parte de su aprobación. Cosa que aparentemente necesita de un tiempo a la fecha, aunque en realidad no le importe.

— Señorita, el vestido le queda perfecto. ¡Será una novia sensacional! —exclama Nayarit con entusiasmo después de que Jalisco regresara a la habitación. Con su comentario ha hecho que México salga de su pequeño infierno personal—. Ya puede dejarnos para las últimas puntadas. Doña Francia la espera.

México suspira con pesadez. Su consuelo es que, pese a la actitud que han adoptado, sus servidores no aprueban el compromiso. No servirá de mucho, pero eso la reconforta bastante. Ese Imperio recibirá una prueba de su propio chocolate una vez se atreva a poner un pie en sus dominios. No será bienvenido, al menos no como podría esperarse.

— Efectivamente, acabo de hablar con Rennes. Vamos, señorita, Doña Francia espera hablar con usted antes de recibir a sus visitas —secunda Jalisco, pronuncia con cierta molestia las últimas palabras.

México asiente con la cabeza y permite que Nayarit la ayude a cambiarse. Luego se deja conducir por Jalisco a través de los pasillos de la hacienda. Cómo desearía estar en casa de Perú, pero debe atenerse a algunas costumbres. De ninguna manera desea recibir tan pronto a su prometido en su propio hogar, aunque no le queda de otra. En la sala a que la conduce Jalisco, la misma en que su desgracia le fue anunciada, su madrastra la espera con una sonrisa espléndida. Al verla, México no se hace ilusiones. Todo gesto extremadamente amable sólo es reflejo de la satisfacción personal de esta mujer incansable. No va dirigido genuinamente para México u otra persona. Como su madrastra ya la considera vendida, no hace falta hacer el esfuerzo de guardar las apariencias. Su mirada triunfal lo dice todo.

— Dentro de poco arribarán invitados muy importantes y puede que alguna de tus hermanas consiga aunque sea un pretendiente, Mexique. En atención a eso debes causar una buena impresión —demanda su madrastra con seriedad—. El resto de ustedes, mes filles, no debe ofender a su hermana desperdiciando o arruinando su esfuerzo. ¿Me di a entender, mademoiselles Hispania? Mon mari, su padre, será un caso perdido, pero por fortuna es el único que carece de sentido común y sensibilidad en la familia. Espero que puedan demostrarlo como se debe.

Es hasta ese momento que México deja de centrar su atención en su madrastra y se percata de que efectivamente no es la única convocada a la reunión. Sus hermanas están aquí y no precisamente para ofrecer su solidaridad. México no puede decir que esté feliz por esto. Quisiera rodar los ojos, decir algo sería inadecuado, pero se contiene de eso y más. Le desagrada que esa actitud de su madrastra signifique que ella lleva la ventaja de la edad y de su posición como esposa de su padre. México ha perdido su vida, no tan literalmente, a manos de esa suerte.

— Tienes una belleza natural extraordinaria, hay que reconocerlo, Mexique, pero careces de la delicadeza y la elegancia que confiere la buena educación. ¿Qué clase de salvaje indomable era tu madre que hasta ahora no has podido refinarte del todo? —prosigue su madrastra pronunciando despreocupadamente cada palabra sin ninguna consideración a su auditorio—. Belleza es lo único que pudo haber poseído, pero así son los hombres. Se ciegan por muy poco. Lo que no puedo creer es que monsieur Hispania, siendo hijo de su padre, no les consiguiera una institutriz y varios tutores. Ustedes son lo que queda de su familia y no son dignas de ella —México se muerde la lengua. No es prudente regresar el insulto de alguna manera, no ahora—. Mi preciosa Pérou es la excepción, claro está —la mujer se gira hacia la mencionada, quien se limita a asentir sin comentar algo, ni sonreír amablemente como suele hacer—. Por fortuna eso no me ha impedido lograr concertar tu matrimonio, Mexique. He tenido que redoblar esfuerzos para educarte y mantener las apariencias necesarias para evitar incidentes. Confío en que no me dejarás en vergüenza ni en el primer encuentro con mi sobrino, ni en la celebración oficial del compromiso. Dime, ¿no es fantástico que Autriche haya aceptado casarse contigo en lugar de, por ejemplo, tal vez la distinguida Reino Hongrie?

México no está ni un poquito emocionada por estar a punto de casarse, mucho menos en las circunstancias en que lo hará. Toda mujer debe esperar casarse bien, eso le han enseñado, pero nadie con sentido común aprobaría esto. Lo más que quisiera sería arruinar todo lo que pueda, pero la consideración que le debe a su familia la detiene. Además, no solucionaría en lo más mínimo su problema. Tiene principios y valores inculcados por su madre que su madrastra no valora en lo más mínimo.

— Es un honor, señora De Hispania —responde con el sarcasmo asomando en la reverencia exagerada que imprime a su voz—. ¿Debo postrarme a sus pies por tamaña muestra de benevolencia y misericordia cuando llegue?

— ¡Cuida esa boquita, jeune fille! —reprende su madrastra disgustada. México acaba de hacer gala de lo que precisamente ella no tolera en quienes la rodean—. Deberías estar agradecida. Necesitas ayuda, no sólo para ti, y mi sobrino está dispuesto a asumir la responsabilidad. ¿No te parece estupendo que serás la primera de las hijas directas de Hispania que tenga asegurado un futuro brillante? Tu padre es un Reino que ha perdido importancia. ¡Tú restaurarás el honor perdido! —recalca insultando en el proceso a la familia a la que ahora ella misma también pertenece—. La incapacidad de cada una de ustedes para administrar su herencia es bien conocida. Tú, ma chérie, devolverás la distinción a los Hispania, tanto en América como más allá de Europa. Por supuesto que Pérou les servirá mejor que cualquiera de ustedes, pero eso es algo inevitable.

México mira a su madrastra fijamente y sin expresión. ¿En serio tiene que contenerse? Espera con ansias la hora en que pueda echarla a patadas de su casa. Tendrá que tener una paciencia casi infinita, pero está segura de que la espera valdrá la pena.

— Usted dirá que ha de hacerse, Madre Galia —se decide México dejando que cierta molestia tiña sus palabras.

Su madrastra está por dejarle saber su opinión acerca de su actuar una vez más, pero uno de los servidores de México llega a tiempo para impedírselo.

— El carruaje que mandó preparar acaba de partir y se dirige al puerto, Doña Francia —anuncia Veracruz.

Magnifique ! Tenemos que ocuparnos de los últimos detalles, Mexique. El resto, espero que hayan venido preparadas porque también tengo algo para ustedes —acto seguido su madrastra comienza a dar órdenes para todas las señoritas Hispania.

Ha llegado la hora que México tanto temía, el comienzo de tiempos difíciles de afrontar.

Las cosas no podrían ir peor para Austria. Sin lugar a dudas cometió un grave error el día en que confió en la prudencia de Viena. Al parecer su Capital se tomó muy en serio su encargo y consideró que un miembro de la familia que por tradición siempre le ha proveído de administradores es la mejor opción para también asistirle en su fugaz incursión en esa tierra de nadie a la que se dirige. Cierto, necesita alguien competente, pero no tenía que escoger al más dispuesto a encargarse de su problema. El hombre elegido se ha sacado de quién sabe dónde mucho compromiso y entusiasmo. Peor aún, se lo está contagiando. Su nuevo administrador tiene grandes planes para esa hacienda de la que no sabe nada en concreto y a la cual se dirigen sin más invitación que la de la tía de Austria. El hombre acepta sin reparos su destino. Habla de su nueva encomienda como si fuera un sueño hecho realidad, tanto así que hasta ha enviado cartas por iniciativa propia al temporal administrador que seguramente supervisa la hacienda esperando su llegada. Es incomprensible que se muestre tan optimista cuando el propio Austria le ha advertido de lo incierto de la situación. Siendo honesto, Austria toleraría tan peculiar comportamiento si no fuera porque, de tanto oír a Maximiliano, ya se está replanteando un cambio en sus planes para no estropear los suyos. Quisiera avergonzarse de su flaqueza. La posibilidad de anular el compromiso sin tener que hacer más que negociar una compensación es demasiado tentadora como para descartarla completamente. De concretarse así la anulación, estaría ahorrándose tanto la boda como el divorcio. Así que teme terminar casado con su prometida simplemente porque este administrador suyo logró hacerle cambiar de opinión. Como no parece que Maximiliano vaya a abandonar pronto los papeles en que está plasmando sus ideas, Austria preferiría no seguir escuchándolo hasta que lleguen por fin a tierra firme. Está impaciente por arribar al puerto y poder reunirse con su primo el Capitán. Al menos espera que él pueda ofrecerle otro tema de conversación que no esté relacionado con su prometida y la posible conveniencia que significaría casarse con ella. Por ende, en cuanto el barco ancla en el puerto, Austria se apresura a dejar todo atrás para reunirse de inmediato con su primo, quien lo espera en el muelle junto a un enviado de su tía para recogerlo. Su primo no viene solo, le acompaña un Coronel que parece ser lo suficientemente cercano al Capitán como para que ambos se traten con algo más que la confianza correspondiente a la existente entre compañeros de armas.

— Se nota que el viaje fue agitado, Oncle Austria —saluda el Capitán con un brillo travieso en la mirada—. Bienvenido a América. Ya conoce esta tierra, pero apuesto a que jamás ha viajado con guía incluido. Le presento al Coronel Argentina del Lacio, un viejo amigo. Le he invitado a acompañarnos durante el viaje.

Aunque el tono empleado para señalar su conexión con el Coronel le resulta un poco extraño, Austria lo deja pasar. Tampoco se molesta en corregir el título que le ha dado a él. El Capitán es lo suficientemente mayor como para saber qué hace con su vida y cómo se expresa de los demás.

— Tuve la mejor compañía, Chile —lamenta Austria—. Preferiría no hacer comentarios al respecto. Me alegra verte tan sano y salvo. Lo último que escuchamos de ti no era muy tranquilizador por más que combatir piratas sea lo tuyo. Ahora tengo buenas noticias que enviarle a Preußen con respecto a ti. Es un placer, Coronel Del Lacio. Österreich Germania, creo que conoce a mi hermano Deutschland.

— El placer es mío, Germania —replica el Coronel aceptando la mano que le ofrece Austria—. Alemania es un viejo amigo de la familia, me ha hablado mucho de usted.

Deutschland nunca sabe cuándo quedarse callado. Espero, que no haya dicho nada malo de mí, Coronel —comenta Austria más divertido que preocupado—. Y bien, Chile, ¿qué me puedes decir de la familia que nos disponemos a visitar? Tengo un administrador ansioso por empezar a trabajar —continúa sin algún signo de auténtico interés.

El Capitán le dedica una mueca extraña antes de adelantarse en dirección del enviado de su tía que ha venido a recogerles. No emite ni un sonido mientras hace una seña a sus acompañantes para que lo sigan. Austria no cuestiona su proceder y le sigue de inmediato, prefiere saldar este asunto lo antes posible. Para ello necesita información de la que carece y que su primo le puede ofrecer sin dificultad. Quizá lo peor de todo, y de lo que debería avergonzarse, es que no debería faltarle esa información. En sí, no debería resultarle tan ajena la familia en cuestión debido a todas las visitas que ya les ha hecho. Mas, la verdad sea dicha, nunca prestó atención más allá de la sala en que lo recibía su tía. Por tanto, es comprensible, aunque no excusable, que no tenga ni idea de a lo que se enfrenta. Mirará todo como si fuera la primera vez y esta vez pondrá atención.

— Depende de lo que quiera saber, Oncle. Hay muchas cosas por decir de una familia como los Hispania. ¿Qué puedo saber yo que no lo sepa el mundo? —empieza el Capitán sonriendo enigmáticamente una vez acomodados en el carruaje—. Ya sé, ya sé, soy nieto de una Hispania, pero ¿eso debe significar algo? Aquí mi colega el Coronel también desciende de los Hispania y le garantizo que es tan ignorante como yo de muchos de sus asuntos.

Austria se permite observar al Coronel bajo una nueva luz. No se esperaba poder tener más asesoría que la de su primo. Ciertamente el Capitán piensa en todo. El Coronel, por su parte, confirma lo declarado con la cabeza, mas no añade algo. Parece reservado.

— Tenía entendido que eras cercano a los Hispania, Chile. Si no mal tengo entendido, en alguna ocasión asististe a una de las señoritas Hispania —recuerda Austria en un intento por hacer hablar al Capitán.

— No me lo recuerde, Oncle. Llegué cuando la señorita México, su prometida, ya había resuelto su asunto —ríe su primo de buena gana, en seguida su rostro se ensombrece—. Desde entonces no sé mucho de ella. Claro, no coincidimos a menudo porque en realidad me muevo en los mismos círculos que dos de sus hermanas. Las hermanas Hispania son algo independientes entre sí. Como sea, ese par tiene una opinión diferente a la de su hermana. El Coronel puede corroborarlo. Nadie que viva al sur de la región tiene buenas referencias de sus vecinos, téngalo por seguro. Así que no soy un acompañante propiciatorio de encontrarse ellas acompañando a la prometida de usted.

— Aquí todos están emparentados —deduce Austria en un intento por esclarecer una situación que no comprende—. ¿No es normal que en una familia tan grande haya diferencias de vez en cuando?

— Normal no es como lo definiría, Germania. Cada uno de nosotros pertenece a una familia distinta y lo único que nos emparenta es la, o en algunos casos el, Hispania que entró en la familia —interviene el Coronel, de súbito muy interesado en la discusión—. El Capitán no le está ocultando mucho, pero yo optaría por advertirle de que está por ingresar en campo minado. Aquí había un orden que la llegada de algunas familias como los Hispania no hizo desaparecer, más bien lo acentuó y definió. De nosotros podrá esperar cualquier cosa menos lo normal. Si he aceptado la invitación del Capitán, es porque Alemania me hizo saber los pormenores de su venida. Su hermano está preocupado. Las razones son obvias: ya le estarán esperando con una opinión formada de usted, no queremos empeorar la situación.

— Es muy amable de su parte, Coronel —responde Austria confundido.

Lo que le queda claro es que su hermano Alemania ha de tener motivos lo bastante fuertes como para haberse molestado en asegurar que pudiera sobrevivir al primer asalto. Por primera vez, Austria se pregunta por lo que realmente se está jugando detrás de un matrimonio aparentemente insignificante para él.

— Descanse un poco. Nos falta mucho por recorrer —le aconseja el Coronel a modo de respuesta.

Austria decide hacerle caso. No le vendría mal descansar un poco. Su travesía en altamar ha sido agotadora. El camino que les queda por recorrer no podrá ser menos accidentado. Por más que el carruaje provea cierta comodidad, sería imposible conciliar el sueño. Sin embargo, intentará recuperar un poco de energía. Así que se acomoda como puede en su asiento, cierra los ojos y se permite relajar un poco. Permanece de ese modo hasta que, pasado un tiempo, el Capitán llama su atención hacia el exterior.

— Será mejor que despierte, Oncle. Estamos ingresando en los dominios de su prometida.

Incapaz de pensar en otra cosa que no sea todo lo que su hermano le ocultó del lío en que lo ha metido él, su madre y su tía, Austria se acomoda para observar por la ventana. A partir de este momento todo está en sus manos, nadie puede intervenir más en sus asuntos. Su tren de pensamiento se ve interrumpido abruptamente por la escena ante él. No puede evitar asombrarse. Ahora entiende las razones de su tía para ingresar en esta familia. De haber sido hombre, su tía misma hubiera desposado a la dueña, o a cualquiera de las otras hijas. ¿Por qué no involucró a uno de sus hijos? Lo ignora, pero no puede evitar sentirse halagado por la preferencia. Tiene que admitirlo, es una vista agradable la que ofrece el lugar por el que están transitando. Tiene un clima distinto. Árboles frutales y sembradíos algo descuidados que se extienden hasta donde alcanza la vista a uno de los lados del camino. Del contrario, más allá de un conjunto de casas se alza un bosque. Al momento se cruzan con un par de carretas cuyo cargamento no puede provenir más que de una mina. Más adelante puede observar al ganado pastando en la lejanía. Poco después los rebasa otra carreta, ésta cargada de pescado y otros mariscos. Ahora comprende por qué la dueña llegó a ser un Imperio sin esfuerzo. Parece que sólo falta meter orden en todo y nada le impedirá recuperar el título. Él va a ser quien la ayude, no duda de eso.

— Creo que todo esto no justifica los motivos de Tante Frankreich —comenta Austria en voz alta intentando atar los cabos sueltos que más se pueda, pero el enigma que envuelve los intereses de su familia sigue sin ser descifrado.

— Toda la razón, Oncle. Esta señorita Hispania es de particular interés para Tante. Tenga cuidado al decidir. Aquí nada es como en Europa. Sé lo que le digo. Éste es el último consejo que le daré. De ahora en adelante lo dejo en las manos capaces del Coronel Del Lacio. Debemos separarnos antes de llegar a su destino —el carruaje se detiene para dejar descender al Capitán a una señal de éste—. Tiene suerte que sea Don España, Oncle. No diría lo mismo de sus hijas, ni del resto de la familia, Hispania o no —agrega antes de salir al exterior.

Las palabras de su primo, inexplicables sin un contexto preciso, mantienen entretenido a Austria el resto del camino. El Coronel le hace algunas observaciones de poca importancia, pero no le sirven de mucho. Al llegar a la hacienda, el Coronel y él interrumpen su intercambio. Ambos son recibidos sin mucha ceremonia por los servidores encargados de su equipaje y de conducirlos ante la presencia de la tía de Austria y del señor Hispania. Desde ese momento Austria comprende que debe prepararse para cualquier cosa que no corresponda precisamente a una actitud hospitalaria de parte de la gran mayoría de los ocupantes de la casa.

— ¡Autriche, querido! Me alegra mucho verte de nuevo —saluda su tía saliendo a su encuentro—. ¿Cómo ha estado la familia? Espero que bien. Veo que te acompaña el Coronel Del Lacio. Tiempo sin verle, Coronel. Tenía entendido que se encontraba en campaña. Me alivia que eso ya haya pasado para usted. ¿Cómo han estado su padre y su tío? Hace tanto que no sé nada de Italie. Les presento a mi marido. Monsieur Hispania, él es Autriche, mi sobrino de la Casa de Germania. Ha venido varias veces aquí a visitarme. Le acompaña el Coronel Argentine del Lacio, el hijo de un amigo de mi familia. Seguramente ha oído hablar de él.

Los recién llegados no se molestan en responder el saludo con igual efusividad. En parte, porque no es necesario. Toda la conversación la lleva la señora De Hispania en un monólogo casi ininterrumpido. Es notorio que la única complacida con la situación es la tía de Austria. Nadie más puede mostrarse tan afable, aunque nada supera al futuro suegro.

— Bienvenidos sean a nuestro hogar, Imperio Austriaco, Confederación Argentina —la gélida, pero cordial bienvenida del padre de su prometida le confirma a Austria que, en efecto, sólo su tía aprueba el enlace —. Espero que su viaje no haya sido tan desagradable.

Austria no puede doblar más su alivio. Ya se lo habían insinuado de alguna manera de camino para acá, pero verlo escrito con claridad en el rostro del señor Hispania es otra cosa. Es como si le hubieran quitado un gran peso de encima. La anulación será todo un éxito.

— Mis hijas se nos unirán durante la cena —continúa el señor Hispania sin delatar el nivel real de su desagrado—. Mi esposa y yo queríamos recibirles los primeros y en persona.

— Éste es el hogar de ma fille, Mexique —se apresura a informar su tía—. Me entristece perderla, pero me consuelo al pensar que la dejo en buenas manos, neveu. Sé que cuidarás bien de…

— Llegan a tiempo, chavales —interrumpe el señor Hispania, sin consideración alguna para su esposa, al dirigirse hacia quienes acaban de unírseles, pero que permanecen fuera del campo de visión de los recién llegados—. Caballeros, les presento al prometido de mi hija. Éste es Imperio Austria Germania, y a su amigo, pariente lejano nuestro, el Coronel Argentina del Lacio. Señor Germania, Coronel Del Lacio, ellos son Ciudad de Méjico, la Capital de mi hija, y uno de sus Estados, Hidalgo. Ellos les asistirán en lo que se ofrezca durante su estancia con nosotros. Les sugeriría que descansen un poco, enviaré por ustedes a la hora de cenar.

Austria se da una idea de porqué la falta de amabilidad o de cordialidad. Como él, el señor Hispania no ha podido tomar parte de la negociación de un asunto que le corresponde sólo a él decidir y evidentemente no aprueba el resultado. Bien por ambos. Estará más que dispuesto a escuchar su propuesta, mejor dicho, contrapropuesta. Nunca pensó que fuera tan fácil resolver su problema.

— Señores, sean bienvenidos —la voz de la Capital es agresiva, mira a Austria con recelo. Junto a él, Hidalgo no se queda atrás—. Su equipaje ya ha sido acomodado, hagan el favor de seguirnos a sus habitaciones designadas.

Austria experimenta un perverso goce al atestiguar que no toda la Casa de Hispania aprueba entregarle a una de los suyos como su esposa. Con esto, cada vez se siente más confiado en su resolución de volver a casa soltero y sin compromisos. Una vez sus intenciones queden claras, no tendrá que pasar por el escrutinio de los mejores hombres de, por el momento, su prometida. Es un alivio porque acaban de montar una escena de lo más hostil. Austria no tiene deseos de ser fusilado por estos caballeros. Hasta un salvaje sabe cómo defenderse. Tiene que dejar claras sus intenciones lo antes posible para ahorrarles el ensuciarse las manos en vano. Ya tendrá tiempo de sobra después para consolar a su administrador cuando todo haya acabado.

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