Los personajes principales le pertenecen a Stephanie Meyer la historia es mía queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de la historia sin mi autorización


Outtake.

Edward.

Lo que él silencio puede contar.

"Una vez que tomas una decisión, el universo entero conspira para hacer que ocurra. Ralph Waldo Emerson"

.

.

.

Hubo un tiempo cuando era joven en el que creí que la felicidad estaba en las cosas que brillaban, el valor en los regalos, y no habían escusas para no darlos.

La vida es injusta.

No fue difícil descubrirlo. No cuando por accidente mi padre dejó la puerta de su habitación abierta mientras yo jugaba al escondite y su armario me pareció el mejor lugar para esconderme de mis nanas.

La caja se cayó sin tocarla, parecía que mi padre solo la había dejado allí, medio puesta y que el destino me había empujado la maldita cosa en el rostro como un recordatorio.

Yo no era el mismo chico cuando regresé, aún así habían días como hoy, en los que olvidaba que el mundo podía caerse a pedazos a mi alrededor quitándome la protección.

Los papeles parecían viejos y una fotografía con una mujer hermosa de cabello caoba cargando a un bebé recién nacido me hizo sentarme.

Esa sensación de no pertenecer me hizo leer las cartas de amor celosamente guardadas por mi padre en esa caja.

No era un imbécil, quizás un chiquillo que había dejado de creer en papá Noel y en la magia pero no un tonto.

La mujer con la que mi padre hablaba no era mi madre. Elizabeth como ella insistía en que yo la llamara.

Esme Anne Evenson era la remitente. Muchas de las cartas preguntaban por mi, hablaban de videos que mi padre envío. De mis logros, cosas que había olvidado de mi infancia. Mi primer diente, el secuestro, el como deje de ser quien era y me convertí en alguien más consciente de mi entorno, en cómo me volví más humano. La forma en la que mi padre relataba esas cosas me daban celos, ese niño al que él describía parecía ser un niño feliz.

La sensación de no pertenecer se hizo más fuerte.

Mi padre me confesó un día en una borrachera que a veces el amor solo pasaba una vez tocando la puerta. También me dijo que si no abríamos y se iba, lo perdíamos todo para siempre. No creí que fuera una mentira.

Esme Anne Evenson era mi madre. Ella me trajo al mundo. Elizabeth jamás arruinaría su cuerpo con algo tan "básico" y rural como la maternidad. Ella era frívola. Lo supe porque ella me lo restregó, se burló de lo fácil que fue deshacerse de la mujer que me parió, de lo fácil que fue llenar a mi padre de dudas y de lo influenciables que las personas podían ser bajo su mano. Le creí.

Huí cómo cobarde después de eso. Me alejé tanto como pude poniendo un océano de por medio fingiendo ser quien ella quería que yo fuera, no me rebele a su poder. En mi búsqueda de la pertenencia un día caminando por Londres, junto a mi mejor amigo Jasper, ví a una mujer hermosa alimentar aves sentada viéndose pacíficamente feliz.

Tenía esa sonrisa que mi madre no había tenido jamás y, aunque las arrugas adornaban sus ojos, algo en ella me llamó la atención. No era Isabella.

La Isabella de mis cuentos de hadas. Aquella pequeña que aún en mis momentos más difíciles me acompañaba cruzando conmigo cada segundo de infelicidad.

Pero la sangre llama, escuché a uno de mis amigos un día decir.

La mujer levantó el rostro al sentirse observada e incómoda me sonrió de forma tensa antes de volver a su tarea. En mi mente ocupada y llena de mierda, su cabello brillando al sol de Londres me pareció conocido. Ella me recordaba a alguien y yo quería descubrirlo

Me alejé por educación ese día. Pensando en lo que haría Isabella. Ella no pertenecía a ningún lugar. Su madre había muerto, gusano se lo había dicho a Malik cuando él la recordó. Ella nunca lo mencionó pero ver su resignación y su soledad me había hecho querer ayudarla a pertenecer a alguna parte.

¿Quién olvida a un niño en el infierno?

¿Tenía un padre?

El sentido de pertenecer o querer pertenecer me llevó a buscar a aquella mujer de nuevo entre la gente del parque. Iba todas las tardes. No la vi, ella en cambio sí lo hizo. Era valiente, más que yo, me enfrentó un día cansada de mi acoso.

—Debería sentirme halagada de que un jovencito de tu edad venga al parque a verme darle pan a las aves. Sin embargo también me haces sentir incómoda niño —me regañó , y tuve la decencia de sonrojarme sin saber que decirle. Ella sonrió abiertamente y sus ojos color ámbar brillaban dándome valor al extender su mano hacia mi de una forma confiada presentándose

—Soy Esme Anne Evenson. ¿Te conozco de algún lado? Me recuerdas mucho a alguien.

No quería asustarla. Ver a mi madre biológica, tenerla de frente, encontrarla entre un millón de personas debía ser imposible. Ella podría responder preguntas para las que yo no tenía respuestas

¿Había sido un dolor demasiado grande tenerme?

¿Por qué se había ido?

¿No fui suficiente?

La vida era injusta.

Yo era un niño.

No lo merecía.

No le pedí venir al mundo y ser un estorbo en sus vidas.

Quería decírselo, quería quejarme de que me dejó. Sin más remedio y secretamente sintiéndome un rebelde tomé su mano y la apreté y sin soltarla le dije mi nombre. Cuando su rostro perdió color y me vio como si la hubiese golpeado en el rostro con mi puño me arrepentí, pero luego ella sollozo de una forma que me partió en dos antes de tocar mis mejillas con un amor devastador y hermoso.

Esa fue la segunda vez que pertenecí.

Y las preguntas desaparecieron y se volvieron sin sentido. Dejé el rencor para aquellos que no sabían que el amor existía en muchas acciones.

No creí que la tercera vez fuera tan distinta. El destino se empeñaba en golpearme con fuerza restregándome cosas que me dejaban sin aliento.

Elizabeth quería un hijo cirujano. Yo quería ser fotógrafo. Un artista.

Pero ella era la guardiana de la herencia que el abuelo me había dejado, obedecí, Esme me pidió hacerlo, ella se negó a decirme que pasó entre ella y mi padre. Los absolvió a él y a Elizabeth de cualquier culpa diciendo que la vida no era justa, y que tenía que vivir con eso.

Yo viví con eso.

Pero el declive o la gota que derramó el vaso fue ver a Isabella cayendo sobre mi como una hermosa adolescente. Sin hogar. O eso creí en un principio.

Era imposible no saberlo.

Era irónico no esperarlo.

Mi corazón era suyo después de todo. Yo se lo había cedido gustoso de que ella fuese su dueña.

Había rogado al destino una oportunidad, una sola para poder ver sus ojos grises atraparme en su tormenta de nuevo. Ella era a donde yo pertenecía. Era la primera y quería que fuese la última.

Recuerdo que no me molestó que ambos nos perdiéramos en los ojos del otro. Ella demasiado asustada de verme y yo demasiado feliz de saber que estaba viva.

Tener una navaja en la carótida fue la menor de mis preocupaciones.

Me descubrí lleno de responsabilidades que nadie me pidió tomar pero quería mías en un parpadeó.

Las cosas malas que Isabella había pasado, el dolor, la agonía de saberse abusada fue cómo querer escalar el monte Everest en un día para llegar a ella y salvarla. Quería de vuelta a aquella niña abandonada a su suerte en las manos de un traficante de personas dispuesto a matar por unos dólares. No malinterpreten mis palabras. Leanlas primero.

Ella era inocente, aún en lo adverso, una flor de loto nacida en el pavimento para reparar un error, eso era cuando niña. Sus ojos ahora tenían odio, sentimientos que me obligaban a estremecerme porque era el único con el valor suficiente para ver adentro de ella, de su oscuridad. Era consciente de que ella era agonía, anhelo. Era eso que el amor no podía describir con palabras. Cuando sacó su arma y apuntó la cabeza de Félix sorprendiendolo, realmente creí que iba a matarlo.

Sabía que quien la detuvo ese día en aquel oscuro y sucio callejón de cometer un error o hacerle un favor al mundo fuí yo.

No evité que lo odiara. Me asustaba que su corazón se llenará de todo lo que podría destruirla. Ella me demostró lo contrario con el tiempo. El odio la ayudó a construir un imperio más adelante. La admiré por eso.

Los sentimientos que llenaban sus ojos eran aterradores a veces. Nadie podía leer más allá de su estoica mirada de convicción y destrucción. Mandar a la mierda cada una de sus reservas fue cómo ir de rodillas por la carretera en pleno medio día usando un boxer y sin camisa o como atravesar un desierto sin una sola gota de agua. Una misión suicida.

Esme susurró más tarde esa semana

—No llegas a Roma por tu propio pie en un día. Ten paciencia. Si ella te gusta de verdad la tendrás.

Me convertí en el epítome de la paciencia, en el perseverante más grande, el poeta más patético, fue imposible no hacerlo. Amar a Isabella fue tan fácil como respirar.

Lo difícil fue hacer que ella me amará de vuelta.

No porque no lo hiciera inconscientemente, ella me amaba. Estaba más que seguro que tenía el corazón de esa mujer en mis manos, y que la locura, la oscuridad con la que ella me amaba era indestructible.

Pero ella no aceptaba que me amaba. No en voz alta. Estaba seguro que esa mujer daría a ciegas, y sin pedirme nada, su vida en sacrificio si eso me daba un solo soplo de vida larga y feliz.

Pero ella no entendía que mi felicidad era ella.

Y era un daño permanente a mi ego también. Este se calmo ecuánime de repente cuando ella me gruño inconforme

—El amor es un sentimiento pequeño a lo que realmente siento por ti.

Descubrí en sus ojos que ella lo creía de verdad. Dejé de pedirle con palabras sencillas cosas que no describían lo nuestro.

Me centré en ser su polo tierra.

El destino y su necedad me hicieron alejarme cuando fue demasiado para ella, cuando doblegue su corazón quitándole sin querer su fuerza y tenacidad así que me fui sin tener elección.

Tres años.

Me volví loco, estaba descontrolado. Yo la amaba. La amo.

Cada respiración era como no respirar.

Cada paso era como caminar en el infierno atravesando el calor de las llamas de la separación.

Yo quería a Isabella. La añoraba. Era mía.

Pero Elizabeth aún tenía el control.

No de todo.

Había una cosa que mi "madre" no podía controlar, por eso antes de irme fui valiente y dejé al menos algo de mi en ella. Reclamé lo que era mío por derecho como un neandertal.

.

.

.

—Recibí una carta de la universidad de Aberdeen. Mi madre me está obligando a que vaya.

Hyõ dejó de mover la brocha para escucharme. Era un hombre tosco, pero sabio. Yo admiraba eso, él era bueno, para Isabella, para mí. Pero me aterraba saber que un día podría no estar. Sabía su secreto. Sabía que el cáncer había vuelto. Sin embargo tampoco él había querido decirme qué tan grave era.

—¿Qué quieres tu chico?

—Sé que su propósito es alejarme de Bella. ¿Sabes que vino a verla? ¿Lo difícil que ha sido…?

—Cuando te hablé de mi hija no creí que fueras a ser quien eras —me detuvo y señaló con la brocha con su ceño fruncido —. Mi hija no es un juego tonto y quiero aclararlo.

Asentí mientras él se sentaba sobre una cubeta que no habíamos abierto relajándose sobre una pared sin pintar. Nos debíamos esa conversación. Él era su padre después de todo.

—Õjo es lo contrario a fácil y me alegro que te haga las cosas difíciles, no esperaría menos de ella. Es mía.

—No me estás diciendo nada que yo no sepa Hyõ respeto el hecho de que cuidas de ella. Aún cuando la sangre no los une.

—La sangre nunca fue una excusa de unión para nadie. Cásate con ella antes de irte. Tu madre puede ser una arpía o lo que quieras, acepto eso, pero no puede decidir sobre a quién amas. Y si amas a mi hija —pausó señalándome —, y más te vale que lo hagas, porque ella te ama, entonces haz las cosas bien y deja de quejarte. Vas a romper una parte de ella que no podré reparar si solo te vas despidiéndote de ella con promesas que ella creerá no vas a cumplir. Déjale al menos la razón de verte de nuevo, ya sea porque no la amas lo suficiente y su amor no superará la prueba de la distancia o porque volverás para quedarte cuando sea el momento. Aceptaré y daré mi bendición si la convences.

Lo dicho. Un hombre sabio.

.

.

,

Mi padre me miró por un largo rato, él estaba pensando que quizás estaba volviéndome loco. O quizás me conocía lo suficiente para saber qué estaba hablando en serio. Llevaba meses pensando en que la única manera en la que iba a ser feliz era casándome con la mujer de la que estaba completamente enamorado. Antes de irme tenía que reclamarla. O obligarla a irse conmigo.

Ella era mi todo. Me había salvado la vida entregando la suya a una vida llena de demasiadas cosas malas. Habían buenas Hyõ sin dudas era la primera pero aún así yo quería mostrarle al mundo con su mano aferrada a la mía. No había manera de soltar sus manos jamás. Y con Elizabeth siendo un problema la solución más rápida era está.

—Hijo, me estás hablando de matrimonio. ¿Estas s…

—No voy a dejarla aquí y si quieren que me vaya a Aberdeen lo haré, pero primero Bella será mi esposa.

—Elizabeth..

Mi padre tenía esa mirada de tristeza de nuevo, esa que usaba cuando sabía que por más que lo intentara sus manos estaban atadas. Él había cometido el error de enamorarse de mi madre y Elizabeth nos había encerrado a ambos en una burbuja inquebrantable de mierda. Pero ya no tenía poder sobre mí, ahora yo podía hacer las cosas por mi cuenta.

—Ella no puede evitarlo —me exalté.

—Edward tienes casi veintiuno hijo, pero…

—Puedo casarme. Lo sabes —gruñí molesto.

—No he dicho que no puedes hacerlo. Lo que digo es que ambos son demasiado jóvenes, Isabella no ha cumplido los dieciocho aún y ¿Siquiera se lo has dicho?

—Isabella no sabe de Aberdeen, ni de lo que quiero hacer. Lo sabe Hyõ, él dio su autorización. Hablé con él hace meses cuando recibí la carta.

—No lo entiendo ¿Está embarazada? ¿Entiendes que es ella quien tiene que decirte que si y no su padre?

—No. No está embarazada. Tú no lo entiendes. Elizabeth quiere obligarme a irme porque Katie regresa a terminar sus estudios allá. Yo no voy a casarme con Kate porque no la amo, y la única forma de evitar todo esto es casarme con Isabella. Pedí la licencia de matrimonio hace unos días. No me iré si Isabella dice que no quiere casarse conmigo, no voy a dejarla.

Aunque hubiese deseado que estuviera embarazada porque yo amaría con mi corazón si crearamos algo juntos no estábamos listos aún para ese paso. Mi padre no tenía que saber que apenas y si nos dábamos uno que otro beso. Ella era la menor de edad y no iba a propasarme con ella. No era un pendejo. Carlisle se levantó con una mirada de resignación en su rostro y abrió su gabinete para rebuscar en él, luego sacó una caja negra de entre sus cosas y se giró con ella en su mano derecha.

—Elizabeth rechazó este anillo porque dijo que era muy pequeño. Pero si crees que es suficiente para Isabella, estaré feliz de dártelo.

Tomé la caja entre mis manos y sonreí antes de abrirla. El diamante era pequeño, sí, pero la forma en la que la alianza de plata se aferraba al diamante y el brillo conservador me hizo parpadear. Sin mirar a mi padre susurré

—Es perfecto.

Ahora solo tenía que encontrar la forma de pedirle matrimonio a una mujer que tenía por respuesta un no a todo lo que yo siempre decía.

Pero ella no se negó.

El primer si de verdad me hizo besarla queriendo tocar su corazón.

.

.

.

El destino se empeñó en hacernos daño, en destruirla.

¡¿Es que no íbamos a ser nunca felices?!

Ella triunfó, al costo de la muerte de uno de los dos hombres que estaban dispuestos a dar su vida por ella.

Se volvió poderosa. Incluso más que mi madre. Y yo era su esposo escondido como un sucio secreto.

Sin soportarlo más regresé.

Ella me esperaba, ¿Cómo no iba a hacerlo?

Su corazón estaba más duro pero seguía siendo la misma.

La vida no es justa

¿Lo he dicho hoy?

El silencio que vino después puede contarles el resto de la historia. Ella lo hizo por mí de todos modos.


La mente de Edward es maravillosa, quiero agradecer a mi mejor amiga y editora Joana, quien se encargo de darle sentido a mis palabras, nos quedan dos Outakes. ¿Qué creen que diga Carlisle al saber que su hijo esta vivo? Lo averiguaremos!

¿Reviews?

Ann