Los bonsáis gigantes es una obra de Lucía Baquedano Azcona publicada en español por la editorial SM en su colección El barco de vapor. Ésta es una adaptación AusMex / ÖsterMex con un fugaz vistazo de lo que le pudo haber pasado a los personajes originales en el canon.


Al entrar en esta habitación lo primero que sintió fue un fuerte mareo. Intentó aguantarlo hasta que le resultó evidente que no podría más. Seguramente se precipitó contra el piso frente a todos los presentes. Lo único que ella es capaz de comprender es que alguien se tomó la molestia de sentarla en una silla. Desde su asiento, aún sin poder responder, puede apreciar la gama de miradas que los asistentes a la fiesta le arrojan. Seguramente la mayoría la juzgará una loca si dice una palabra de lo que vió en su ausencia. En especial uno de ellos, que la mira fijamente.

«No tenemos tiempo, debes apresurarte.» apremia un anciano a la joven encaramada en una silla. «Ellos vendrán pronto y no podrán descubrir esto.»

Ella está luchando por acomodar algo en el ático de una casa.

«La caja está a salvo. Nadie la encontrará hasta que sea el momento.» asegura ella de vuelta. Por la ventana se pueden apreciar unos bonsáis gigantes alzándose en el patio, ¿o es un bosque?

No se equivoca. Fuera se alzan esos árboles...

Al mirar a su alrededor, no puede ocultar su asombro. Se encuentra en la misma estancia de la visión. Pocas son las modificaciones que diferencian la habitación de su visión de la que actualmente está frente a ella. Esto no puede ser cierto.

— Te encuentras bien, Mexique —Francia la mira con desconfianza—. Estuviste gritando y te sacudiste un poco.

Detrás de ella, otro de los presentes la mira con reserva. Éste no parece tan afectado por su pequeño número, tampoco es indiferente. Perfecto, ahora piensan que está enferma. Lo que menos necesita es que la reporten para obligarla a ir al médico.

—Necesito un poco de aire, es más debería retirarme —replica México.

No necesita la lástima de nadie... Tampoco que alguien la canalice al servicio médico. De tan sólo pensar en lo que podrían hacerle si consideran que necesita un reemplazo tan joven... Prefiere ni pensarlo. Todavía le quedan años para que un órgano comience a fallarle realmente y necesite uno nuevo. En el fondo no desea que eso le ocurra. La vida eterna y artificial en total invalidez no le parece atractiva.

Austria no esperaba encontrarse a la desquiciada de vuelta en este sitio. Algo en su desmayo no le pareció natural, pero no le dio muchas vueltas. Ahora que la ve aquí, tan pensativa, se ve obligado a poner nuevamente frente a sí sus suposiciones.

— ¿Ocurre algo? —se dirige a ella.

— Nada —responde ella un poco alarmada, como si la hubiera pillado cometiendo un delito.

— Es extraño ver personas aquí cuando no hay reunión agendada —la presiona.

Ella permanece en silencio antes de responder. Austria supone que no cualquiera confiaría sus dilemas de inmediato a un extraño. Aceptará su silencio si así lo prefiere.

— Lo mismo diría de ti —observa ella antes de lanzarle una bomba—. ¿Has oído hablar de bonsáis gigantes?

Es turno de Austria para permanecer callado.

— Eso es un disparate. No existen esos árboles…

— Supongo que no hay registro de ellos en toda la isla, pero los he visto. Justo aquí se alzaban... —ella calla en cuanto se fija en la cara de Austria—. Disculpa. Son cosas mías.

— No... No te preocupes. Si quieres contarme, soy todo oídos... Puede que sepa algo al respecto... Quiero ayudarte.

Ella lo mira con la misma desconfianza que hace días un grupo de gente la miró a ella.

— Esto queda entre nosotros. Puedes confiar en mí. No te denunciaré— promete lo más solemne que es capaz de ser.

Quizá al fin ha encontrado a alguien con quien compartir sus inquietudes y dudas acerca del mundo en el que viven.

México nunca pensó que cuestionaría, más allá de la mera inconformidad, el estilo de vida que lleva. Lo tiene más claro que nunca ahora que se dirige a la primera cita para decidir su vida amorosa. Amorosa es un eufemismo, más bien debería decirse armoniosa. Todo se trata de compatibilidad y parecido. Eso no garantiza amor. A México le consta de primera mano. Sus padres eran compatibles y por eso fueron emparejados. Eso hace inevitable que tengan una vida en común agradable y llevadera, pero jamás habrá entre ellos esa chispa que desprende un auténtico amante. Eso es algo que fue erradicado hace tiempo de su sociedad. Algo que México teme estar padeciendo.

La vida aquí es perfecta. Está tan bien administrada y distribuida que da tiempo para todo y es muy provechosa. Su organización se jacta de que ese estilo de vida les permite explotar las cualidades de cada uno sin descuidar ningún aspecto de la vida personal y profesional. México y sus hermanos se levantan todos los días con horarios de clase diseñados para encaminar sus aptitudes y habilidades a su mejor aprovechamiento. Los de sus padres tienen un matiz más exigente y profesional, pero eso no les absorbe demasiado como para no tener una hora o dos libres cada día para convivir en familia. México no ve a su familia reunida más que en esas horas. Tampoco se reúne con sus amigos más que en otro momento del día. El resto se reparte en sus estudios y actividades extracurriculares. La vida está tan controlada que a México no le cabe duda dónde laborará cuando se gradúe, ni teme quedarse soltera o sin amistades. Todo está meticulosamente planeado para que todo resulte razonable y lógico. Tanto así que no encuentra momento del día que pueda apresurar para investigar el misterio de la visión que tuvo hace varias semanas. Tiene las pistas de dónde podría estar la información que le falta, pero ni el apoyo de Austria le ha permitido avanzar como quisiera.

— Hemos encontrado a tu par ideal —le informa la trabajadora social—. Claro está que si algo no funciona, que lo dudo, podríamos intentar con otra persona.

Comprometerse es lo que menos necesita México en estos momentos. No tiene tiempo de atender a un desconocido con quien se podrá entender de maravilla toda la vida. Ya ni siquiera eso puede aceptar ahora que sospecha que ha estado viviendo una mentira como varias generaciones antes de ella. Ahora tiene un enigma que empezó con una visión que se repite a ratos con información nueva de vez en cuando. Esa información a cuentagotas la llevó de un ático a un sótano separados por kilómetros de distancia. Todo eso es de lo más extraño e intrigante, y quiere llegar al fondo de todo. Quizá eso explique muchas cosas, entre ellas, la razón detrás de la afirmación de que son el último asentamiento humano sobre la faz de la tierra tras el colapso de la civilización humana como hasta entonces se conocía. Necesita tiempo para…

— No creo que sea necesario casarme —empieza México con vehemencia—. En realidad, no deseo casarme. Puedo espera...

... ¿Austria? Calla de inmediato. La ha oído decir todo eso. Hasta quisiera retirar lo dicho. Lo mira en silencio. Él la mira desde el otro lado de la mesa sin decir palabra. México busca una manera de enmendar su discurso, pero no le dan tiempo.

— ¿Estás segura, cariño? Nunca hemos tenido perfiles así de compatibles, yo les tendría envidia. Son tantas cosas que tienen en común —suspira encantada mirando sus papeles—. Prueben por un tiempo y luego nos cuentan —insiste la trabajadora social.

— No se preocupe, señora —la tranquiliza Austria—. Buscaremos la manera de resolver esto.

— ¿Y cómo te fue, hija? Hoy te citaron para conocer a tu futuro marido, ¿no es así? No te veo muy animada. Lo dudo, pero ¿es alguien desagradable? —pregunta su madre durante un momento a solas antes de la cena.

— ¡Qué va, mamá! Resultó ser que ya lo conocía y yo... me gusta... mucho.

— ¿Entonces, cuál es el problema? Muchos querríamos tu suerte, hija. No puedes desear algo más —insiste su madre.

México juraría que un destello fugaz de envidia asoma en la mirada de su madre.

— Lo amo, mamá. Lo que me carcome es que tal vez él a mí no.

— Eso no es problema, al sistema eso no le importa.

El razonamiento no le agrada a México.

— A mí sí, mamá. Ése es el problema.

Austria mira el reloj y duda por un momento si seguir esperándola es una buena idea. Tras descubrir algunos detalles bastante reveladores, ambos decidieron que querían arriesgarse a descubrir qué hay más allá del mar que los rodea. Según la historia oficial, el mundo fue destruido hace tiempo dejando esta pequeña isla como el último bastión humano. Con algunos datos que encontraron o, en el caso de Austria, sospechaban por incongruencias que habían atestiguado, las preguntas aparecieron y decidieron que debían salir de la isla. Para eso, tienen que aprovechar el cambio de guardia para asegurar que no los descubrirán antes de poder marcharse. Austria sabe que están arriesgando demasiado. Están dispuestos a abandonarlo todo sólo por descubrir la verdad detrás de una historia que muy probablemente sea falsa. Quedaron de verse cerca del punto más lejano de la red de vigilancia. Puede que ella se haya arrepentido, puede que le haya pasado algo, pero quizás, sólo quizás, no quiso seguirlo. Si se fía de lo que dijo aquella vez frente a la trabajadora social, puede que no vaya a venir... Comienza a caminar. Si no puede estar aquí, debe irse a donde pueda…

— ¡Austria! —escucha que le llaman detrás de él para cuando ha llegado al límite de la zona accesible de la costa—. Espera, por favor.

México aparece corriendo. Se la nota muy sucia y algo maltrecha, incluso sus manos no tienen buen aspecto. Austria se horroriza al ver sus dedos casi destrozados, como si alguien hubiera querido aplastarlos con algo muy pesado.

— Llegas tarde —saluda a su vez—. Está por acabar la hora de relevo —la observa con detenimiento, no le gustaría ponerla en riesgo—. ¿Piensas seguir así?

Podrá estar realmente preocupado, pero la prioridad es dejar la isla sin ser descubiertos.

— No es nada —asegura ella ocultando sus manos—. Nunca pensé en dejarte ir sólo. Estamos juntos en esto. Dije que iría a por los libros, pero alguien también estaba ahí y... Sólo tuve un contratiempo, no pude traer todo lo que hubiera querido.

Austria se guarda el placer que le produce oír eso la primera parte de eso. Es más importante prestar atención a lo segundo.

— Entonces alguien está al tanto. ¿Segura que...?

— Completamente. No pienso quedarme a ver qué me harán si tú ya no estás aquí conmigo o si me atrapan infraganti.

Su última escapada para investigar le está pasando factura. México decidió hacer una última visita a la casa en busca de los libros que la trajeron a esta situación para esconderlos mejor. Ahora entiende más que nunca que no pueden caer en manos ajenas. Hasta cierto punto sospecha que su actividad ya ha levantado mucha suspicacia. Además, debía refrescar la memoria con algunos detalles que pudieran ser de utilidad. Tomar precauciones era primordial. Previó todo, o casi todo. Con lo que no contaba, espera que eso sea lo único que ha ocurrido, era que el personal de limpieza reacomodara precisamente este día los muebles y demás objetos de ese lugar. Tampoco con la imposibilidad de gritar al sentir sus dedos sufrir las consecuencias de su intento por pasar desapercibida. El resultado es que, ahora que llevan horas en el mar, los dedos le escuecen sin piedad. México sabe que no podrá resistir el ritmo de nado y probablemente sólo retrase a Austria, ya acostumbrado a este recorrido. Fue bastante imprudente de su parte no atender sus manos, pero no quería arruinar los planes. No quería estar sin él. Lo que más le preocupa es la situación en que se encuentran. Han vislumbrado un barco a lo lejos, el mismo que esperaban que apareciera a esta hora, pero necesitan velocidad si quieren aprovechar la oportunidad.

— Austria, no me esperes, eso sólo te detendrá. Yo —le resulta fácil decirlo si se trata de él— puedo quedarme.

No quiere arrastrar a Austria con ella a causa de su desgracia. Sabía de antemano que sus manos no se lo perdonarían, pero aún así lo intentó. No podía dejarlo ir sin ella, pero esto es distinto. No puede permitir que pierda su oportunidad por ella. Es entonces que Austria se detiene para caer en la cuenta de que ha estado nadando con varias brazadas de ventaja.

— Me voy contigo o no lo hago en absoluto, Mexiko —responde mientras intenta asirla por la cintura con un brazo—. Estamos en esto juntos. No te contradigas justo ahora.

Cruzarse con el barco fue algo demasiado fácil para ser verdad. Pasada la emoción, Austria se detiene a pensar en lo temeraria que fue su ocurrencia, más aún por aceptar que México lo siguiera en su condición. Una parte de él le recrimina el haber permitido que lo siguiera, la otra le recuerda que eso era meramente imposible. Una cosa era tener que resignarse a que ella no quisiera seguirle, que no quisiera estar con él. Otra muy distinta era renunciar a ella voluntariamente, algo de lo que duda ser capaz. Le hizo inmensamente feliz que ella insistiera en huir con él, sin importar que tuvieran un futuro asegurado, más aún porque ese futuro lo tendrían igualmente juntos incluso en ese mundo... Un mundo que los había criado, que podían entender hasta cierto punto, que les era familiar, conocido. A diferencia de éste que es nuevo para ellos. Parece ser que no consideraron demasiadas cosas antes de salir de la isla. Podrían haber muerto en el mar. Cosa que no ocurrió, pero que igualmente no tuvieron en cuenta. Los tripulantes del barco con que se cruzaron los rescataron, o Austria quiere creer eso, pero ahora está con la dificultad de comunicarse con ellos y hacerles saber su situación. No hablan el mismo idioma, pese a que en la escuela les enseñaron que el suyo era un idioma derivado del más usado en tiempos mejores para la humanidad, antes del apocalipsis. Puede confirmar eso a medias. Algo en el torrente de sonidos que escupen sus salvadores suena parecido a lo que México y él hablan, pero no es ni remotamente cercano. Ha sido muy frustrante para Austria tener que recurrir a las señas para hacerles entender lo básico de la situación. Lo cual es muy poco.

Si lo que ambos deseaban era tener su futuro en sus manos, salir de la isla no iba a cambiar eso. El barco tiene un rumbo fijo, un destino señalado. Ni él, ni México pueden decir a ciencia cierta a dónde se dirigen, ni si les conviene o desean ir a dónde van, ni determinar que de hecho están a salvo. De vuelta en casa no usan barcos ni estudian geografía actualizada porque lo demás no existe, no hay más allá, no hay un los otros. Se les dice en la escuela que son lo último que queda de la humanidad, lo que quedó para alcanzar la perfección que su raza no alcanzó después de tantos errores que ellos ya no pueden cometer por el simple hecho de haber aprendido la lección. ¿Por qué molestarse en aprender conocimientos inútiles cuando se tienen asuntos más importantes qué estudiar? Ellos no pudieron encontrar información al respecto, sólo referencias muy vagas de una vida diferente. Se podría decir que se lanzaron a ciegas al mar con la única certeza de escapar de la vida tortuosa, pero perfecta, que había sido planeada para ellos. Ahora vuelven a estar a merced de otros. La desgracia es que esta vez ni siquiera pueden enterarse, mucho menos entender, qué se espera de ellos. Su escape es un desastre. Lo único que les queda es cuidarse el uno al otro y no separarse. Resulta más fácil decirlo que hacerlo. Hay alguien que ha estado atendiendo las heridas de México. Austria le agradece que lo haga, aún así no puede confiar en el tipo. Le parece que intenta llevarse a México lejos de él. Austria no puede permitir eso. Le ha costado mucho hacerle saber al médico eso, pero cuando cree que ha ganado la batalla, se lleva la sorpresa de su vida.

— Veo que no soy el único gato al que la curiosidad ha matado.

Austria parpadea asombrado al darse cuenta de que había comprendido todas y cada una de sus palabras. México, a quien ha intentado mantener detrás de él todo este tiempo, se aferra a su mano en la medida en que sus vendajes se lo permiten. Seguramente está tan perpleja como él de haber podido entender todas las palabras, la oración completa.

— Imposible. No hay registros —escupe Austria aún atónito.

El recién llegado sonríe enigmáticamente.

— Me llamo Roma, un placer.

Austria lo observa con desconfianza. Ya es algo que alguien aquí aparentemente provenga del mismo lugar que ellos. Pero eso no les garantiza nada, así que, sin moverse un centímetro de su posición, Austria hace lo único que le queda por hacer: seguirle la corriente.

— Austria, y ella es mi esposa, México —corresponde él, para su alivio México no protesta por su primera afirmación—. Es gratificante saber que los nuestros producen de vez en vez gatos curiosos dispuestos a sacrificar todas sus vidas por encontrar respuestas.

— Y vaya que son muchos gatos. Supongo que ustedes son recién casados. Apuesto a que los emparejaron en la primera ronda. Vaya manera de pasar la luna de miel —responde Roma divertido—. Sólo esperen conocer a Hélade y Egipto. Estoy seguro que Mesopotamia va a querer aprovechar para... Qué descuidado soy. Primero deben saber algunas cosas.

Austria intenta no dejar traslucir su fastidio. Como suponía. Sólo vinieron a cambiar de orden. Detrás suyo puede escuchar a México decir algo de Guatemala y Guatepeor. ¿A qué viene su prima al caso? Por el tono con que habla, una cosa es segura: están pensando lo mismo. En algo tuvieron razón en la isla: ellos encajan muy bien el uno con el otro. Funcionan perfecto como pareja. Eso le da un poco de esperanza a Austria. Esperanza de que podrán con lo que venga, aún si eso significa que tengan que someterse una vez más a un orden... por un poco más de tiempo.

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