Folclor germánico para abrir esta serie de one-shots/drabbles.
Según los vecinos, habían ocurrido tantos incidentes de ese tipo a lo largo de los siglos que no podían esperar que no les ocurriera algo parecido. Así que les advirtieron al momento en que pusieron un pie en este pequeño pueblo perdido en las montañas con la intención de quedarse definitivamente. Desde entonces escuchó las advertencias de los más ancianos sin juzgar, ni criticar. La advertencia fue clara: la miembro más joven de su familia corría peligro. Ellos podrían interesarse por ella, como habían hecho con otros bebés, y vendrían por ella. A cambio, les dejarían un reemplazo, en el caso de que tuvieran uno a la mano. Lo único seguro es que ellos no desaprovecharían la oportunidad de tener sangre fresca entre los suyos una vez más. A decir verdad, en su familia nadie sabía qué hacer con esa información, pero para ella estaba claro. Algo de cierto debía haber detrás de esas historias. Por lo que debió de haber pensado que sería demasiado temerario de su parte salir al encuentro de lo que sea o de quien sea la causa de esos ruidos extraños a estas horas de la noche sin un plan de acción preciso. Debió de haberse preparado mejor, en todo caso. Sin embargo, lo único que le pasó por la mente antes de salir corriendo de su habitación fue su hermanita. Sus padres podrán fingir despreocupación la mayor parte del tiempo, aunque en el fondo ellos también estén alerta. Ella no planea darse ese lujo, por eso está aquí sin habérselo pensado dos veces. Nadie va a tocar a su hermana menor. Nadie sea este nadie un mito o una realidad. Así que aquí estaba en una noche oscura esperando poder valerse de todos los sentidos que no necesitan de la luz. Las nubes han ocultado la luna llena, así que está a su suerte con sal, arma de fuego, crucifijo y madera de fresno en mano. No está segura qué es más efectivo. Tampoco sus indagaciones aquí y allá han eliminado todas sus dudas. Los vecinos y sus fuentes tienen varias versiones al respecto, algunas incluso contradictorias entre sí.
Sentada en la ventana de la habitación de su hermana, espera a que el intruso (porque está segura de que es un hombre), salga de entre las sombras de una esquina y dé el primer paso. En un principio pidió porque fuera su paranoia o su superstición las que le estuvieran jugando una mala pasada. Ahora la determinación le ha hecho olvidar preocuparse por el simple hecho de que ella es una simple humana. Las leyendas afirman que él es un ser mágico poderoso. Pasan las horas y el trío permanece inmóvil en la habitación. Su hermanita duerme plácidamente en la cuna, ajena a la tensión reinante que la rodea. El intruso permanece en la misma esquina, oculto por las sombras, en que lo encontró al entrar. Ella está entumecida y algo adormilada, pero su atención no ha flaqueado. Necesita permanecer despierta, no puede relajarse. En cualquier momento podría ser demasiado tarde. El intruso menea la cabeza contrariado. Ella no puede ver bien su cara, pero le ha oído suspirar. Se pregunta cuál es el problema con él. Él se nota vagamente más alto y fuerte que ella. Tiene a su favor su naturaleza sobrehumana. Ella le dará guerra con mucho esfuerzo, pero ser una simple humana no le servirá de mucho. Él hace ademán de moverse. Ella se incorpora de inmediato. Pero él no hace ademán de acercarse a su hermana o de atacar a México. No, se limita a pasar de largo de ella y salir velozmente de un salto por la ventana que ella ha dejado abierta. Para cuando ella logra acercarse y se asoma, él ha desaparecido entre los árboles. Entonces lo nota. Los primeros rayos del sol comienzan a filtrarse por la ventana. No puede creerlo. ¿Se pasó la noche en vela mirando a un extraño colado en la habitación de su hermanita? Sí, no cabe duda de ello.
— México, querida, ¿qué haces levantada tan temprano? ¿Argentina ha llorado durante la noche?
La entrada de su madre en la habitación la sobresalta, pero México se las arregla para negar vigorosamente con la cabeza antes de responder.
— Me preocupé innecesariamente, mamá —miente—. Veré si logro descansar un poco antes de que Nicaragua o Chile vengan a buscarme.
— Parece que hubieras visto a La llorona —su madre la mira preocupada.
— No es nada, mamá. Sólo no podía dormir. Arge me da envidia, nada la despierta —guarda para sí el auténtico sentido de sus palabras—. Veré si Colombia me prepara uno de sus cafés cargados, voy a necesitarlo.
Espera que el extraño no haga de su visita una costumbre. Espera no tener que ocuparse de él y los de su tipo nunca más.
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Maldice su jaqueca y su suerte en silencio mientras camina entre los árboles. Ha pasado una semana del incidente con su hermana, pero no se siente tranquila con la victoria tan fácil que obtuvo. No han vuelto por su hermana. Eso es un alivio, pero desde entonces juraría que ella está siendo observada 24/7. Siente una mirada que no es de este mundo a donde quiera que vaya. Si va al huerto a recoger hortalizas para el desayuno, puede sentir que alguien la observa desde algún punto escondido detrás del manzano. Si hace un mandado, la mirada la sigue mientras carga el cubo de la leche recién ordeñada o el costal de harina que hace falta para la tarta especial de su madre. Cuando permanece en casa, siempre siente el impulso de girarse hacia la ventana más cercana y fijarse en algún punto en que pueda ver el inicio del bosque. Cuando sale con los otros jóvenes del pueblo, la sensación de ser vigilada le arruina cualquier momento adecuado para el inicio de una buena amistad. No desea vivir de semejante manera el resto de su vida. Sí, intentó frustrar el rapto, pero no es para tanto. Ella no es rival para un elfo, maldita sea. Si tanto quería a su hermana, ella no era realmente un obstáculo. ¿Que cómo está segura que es él? Fácil. Se trata de la misma sensación que sintió esa noche, así que está segura que es el intruso quien la ha estado siguiendo todo este tiempo o, en todo caso, uno de los suyos.
— ¿Todo bien, Mex?
La pregunta la toma por sorpresa, pero intenta disimularlo. La mirada clavada en ella se intensifica. Fue una estupidez ofrecerse a acompañar a Perú y Guatemala en su colecta de leña.
— Sí, Perú. No te preocupes. ¿Cuánta leña más necesitamos? —forza una sonrisa.
— Esto sería suficiente para pasarlo bien hasta que pase la temporada de lluvias —Perú la mira con sospecha—. Podemos volver a casa.
— ¡Ya era hora! No aguanto los brazos... —Guatemala calla de inmediato.
México se alarma cuando clava la mirada más allá de ella. Su ansiedad se dispara cuando Perú deja caer su carga y frunce el ceño, la mano en el revólver que lleva a la cintura. A unos metros de distancia de donde se encuentran, en una zona oscurecida por el follaje tan denso, se alza una figura muy parecida a la que ella encaró unas noches atrás. La misma pose relajada e imponente, la misma complexión delgada y gallarda, esa alta estatura; pero algo ha cambiado. No está segura de cómo sabe todo esto, si nunca pudo verle bien en la habitación. Quizá se deba a su imaginación y al halo apenas perceptible de luz que parece envolverlo hoy. Eso le permite apreciar unas orejas puntiagudas, una cabellera larga, oscura y ondulada. Va armado con un arco en la mano izquierda y un carcaj repleto de flechas a la espalda. Su vestimenta es holgada, ligera y parece flotar a su alrededor en vez de cubrir su cuerpo. Ella no puede apreciar bien sus facciones, pero parecen finas y gráciles. Sus ojos son de un verde profundo, parecido al jade más brillante. Si le hace caso a sus investigaciones, se trata de alguien peligroso. México se gira con aprehensión hacia sus hermanos. No vino tan preparada al bosque. Antes de que Perú reaccione a su gesto, el intruso desaparece en la oscuridad.
— Démosle el beneficio de la duda y marchémonos ahora que podemos —ordena Perú.
México se apresura a obedecer y se coloca a su lado. Su mayor temor ha sido confirmado. Va a pagar caro su intervención, pero no puede permitir que sus hermanos se vean involucrados.
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Era de esperar que el último encuentro la dejara consternada. Lo que no esperaba es que fuera a caer enferma de la preocupación. Tan grave era que cayó en cama una noche y no volvió a levantarse. Estaba tan débil que llevarla al poblado más cercano donde hubiera un hospital que pudiera atenderla adecuadamente se volvió un imposible. Pasaba los días saltando de la conciencia a la inconsciencia sin distinguir bien a nadie. Tras varios días en ese estado, sus recuerdos se vuelven borrosos. Recuerda que gente entraba y salía de su habitación constantemente. Recuerda a duras penas haber oído a su madre hablar con el médico que accedió a visitarla. Recuerda vagamente a la figura familiar, pero imposible de reconocer que entró por la ventana y se inclinó sobre ella... Después no logra recordar algo en específico. No sabe qué fue de su familia, ni de su hermanita querida después de eso. No sabe qué fue del diagnóstico que dio el médico. Si le inyectó algo, si la dio por perdida, si recomendó esperar más o al fin le vio mejora. No sabe qué fue lo que exactamente pasó con ella. Sólo sabe que despertó rodeada de luz. Ahora se encuentra en una habitación cavernosa. Afuera no se escucha ni un alma lamentarse. Dentro todo se encuentra iluminado y limpio. Ella está bien, permanece intacta, como si nunca hubiera estado postrada en cama. Cada cierto tiempo, alguien diferente viene a revisarla, insistiendo en que debe comer algo para reponer fuerzas. Ha ocurrido tantas veces que le parece que han transcurrido días enteros desde que despertó. Él también ha venido a visitarla. Dos veces para ser exactos. No puede negar que se ha mostrado amable, pero no se fía de él.
— Veo que no has probado bocado —una voz interrumpe sus pensamientos—. Ya hemos hablado de esto, Mexiko. Si no comes, no saldrás de aquí.
Su estómago gruñe en respuesta, pero ella lo ignora. Es la tercera vez que viene a visitarla.
— Veo que no te das por vencido. También hemos hablado acerca de lo que eres y las costumbres de tu pueblo —contraataca ella—. He dejado claro que no pienso unirme. Gracias por la oferta, pero prefiero que me hagas otro favor.
— Mexiko —la advertencia es clara, pero ella prosigue.
— Es simple. Algún día se darán cuenta que has dejado un reemplazo en mi lugar y harán lo que corresponda. De no ser así, quiero que tu colega se retire y que mi familia tenga la oportunidad de despedirme apropiadamente. Sólo espero que si se te ocurre ir por mi hermana otra vez, esta vez alguien realmente te detenga, Austria.
Quiere ser libre sin importar las medidas que deba tomar para serlo.
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