Para Sorarisu, con mucho cariño. Gracias por estar ahí desde el principio.
Estar de vuelta en esta sala de espera inevitablemente le trae una sensación de déjà vu que intenta ignorar a toda costa. Tendría que resultarle sencillo superar su incomodidad. Es más, estar precisamente en este lugar no tendría que producirle ningún tipo de sentimiento. Va contra muchas cosas que es ella. Incluso resulta ridículo por razones obvias. Para empezar, todo es agua pasada. La vida ya ha dado demasiadas vueltas, ella misma ha dado bastantes alrededor del mundo, como para esperar que algo haya quedado, como para esperar alguna continuación. Las cosas han cambiado demasiado desde la última vez que estuvo aquí. Y no sólo se refiere a la remodelación del aeropuerto.
— ¿Es demasiado pedir que España sea puntual? —rezonga Chile, ajeno como el resto a su conflicto interno, buscando al mencionado entre la multitud que espera el aterrizaje de algún vuelo—. El weón se compromete y después se olvida de que tiene familia…
Para variar, no puede permitirse este tipo de sentimentalismo bajo ningún motivo. Todavía menos porque no viene sola. Debido a la importancia de la ocasión, nadie se ha negado a hacer el viaje esta vez. Todos estarán presentes en la reunión familiar, aunque llegarán por escalas. La suya es la primera. Así que cuenta con un poco de tiempo para no levantar tantas sospechas, aunque sería deseable que no levantara ni una.
— Nuestro vuelo llegó antes, Chile. No exageres —le interrumpe Perú al tiempo que desliza los dedos con rapidez sobre la pantalla de su teléfono móvil—. Probablemente ya venga en camino. Tengo un mensaje de él sin leer. ¿A alguno de ustedes también le envió algo?
Finalmente, y siendo realista, no debería sentirse melancólica, ni siquiera agitada, pero no puede evitarlo. ¿En dónde dejó todos sus años de entrenamiento? Quizá devuelta en casa justo cuando supo que debía viajar hasta aquí. Esa parte que nunca aceptó morir en sus años de formación, la misma que tantos problemas le causó aquí, tenía que ser la que le complica la visita desde el preciso instante en que puso un pie fuera del avión. Si lo supiera, su familia estaría decepcionada. Afortunadamente ninguno de los que la acompañan se ha percatado de su estado emocional, ni es telepata o algo así, y el resto no está aquí para verla faltar de manera tan deplorable al legado familiar.
— Será porque eres el único que le importa, Perú. Será mejor que... —empieza a decir Colombia en voz alta, pero pronto se interrumpe a sí misma—. ¿Quién se cree que es ese niño?
Perdida en sus pensamientos turbulentos, ella nunca repara en que un pequeño se aproxima al cuarteto. No hasta que su prima lo hace notar. Se sonroja al pensar en tamaño desliz de principiante que acaba de cometer. Otra razón más para agradecer al cielo que sus mayores no la acompañen en esta ocasión. Sería una vergüenza que lo hubieran presenciado.
— ¿Por qué no quisiste ser mi mamá? —el reclamo hecho con una fiera determinación de encontrarla culpable de algo que definitivamente no fue su culpa la hace volver a la realidad bruscamente y reaccionar a marcha forzada.
De las muchas situaciones para las que está preparada, y eso es decir mucho dado el estilo de vida que lleva, ninguna se parece a ésta. Ningún entrenamiento la preparó para enfrentar a un niño aparecido de la nada que le apunta con un dedo acusador de una culpa que jamás estuvo completamente en sus manos decidir cometer.
— Disculpa, pequeño, no te conozco. ¿Cómo pude haberte ofendido así? —pese al asombro, ella se pone a la altura del niño y responde con tranquilidad fingiendo desentendimiento bajo la mirada suspicaz de sus acompañantes—. ¿Nos hemos visto antes?
Decide ignorar el comentario socarrón que hace Colombia. Su atención se centra en observar con detenimiento a este niño. No, no le parece haberlo visto antes aunque, a decir verdad, algo en él le parece familiar, aterradoramente familiar. Probablemente se trate del hijo de algún cliente que nunca se enteró de la razón verdadera por la que estuvo a su alrededor y haya concluido algo que nunca existió en primer lugar. No debería ser tan difícil aclarar un malentendido con alguien como este niño.
— Soy Imperio Austro-Húngaro —informa el niño con orgullo, sin darle tiempo a pensar una estrategia. Ella sonríe al pensar que sólo le falta golpearse el pecho para remarcar su importancia—. ¡Y tú debiste de haber sido mi madre!
Esto no es un malentendido ordinario. Se le congela la sonrisa en la cara tras apreciar en todo su esplendor lo que acaba de decir el infante. Esto es grave. Reconoce sin esfuerzo en su nombre algo que creyó que podía dejar atrás. Ahora el pasado la alcanza y le pide cuentas de algo que no debe. La existencia de este niño no le molesta en absoluto, ya lo suponía mucho antes de que todo terminara. Era de esperar por el curso natural de los acontecimientos. Después de irse para no volver supo exactamente cómo terminaron las cosas entre ellos, pero nunca imaginó que esta familia encontraría la forma de seguir sacando de ella su lado más humano. Intenta respirar profundamente. Permanece en silencio mirando al pequeño entre sorprendida por la afirmación y ofendida en nombre de otra persona. ¿En serio se atrevió a hablar de ella con su hijo? ¿Su mujer lo aceptó, es más, lo permitió? ¿En qué estaba pensando cuando lo hizo? Lo creía más inteligente que eso. ¡Pensar que la sigue metiendo en problemas después de tantos años!
— Le pido disculpe su impertinencia, Frau. No es su intención molestarla —se disculpa alguien, ella eleva la mirada para encarar a quien le ha salvado de responder impulsiva e indecorosamente a este niño—. ¡México, qué grata sorpresa! Cuánto has cambiado, créeme que no te había reconocido salvo por... un pequeño detalle.
Sí, cómo no y ella es hija del dios de la guerra. Ya decía que no era tan inteligente como creía. Parece que le dio más crédito del que merecía y le resultó ser lo suficientemente imprudente como para hablar de esa manera. Tampoco le salió tan razonable como creía. Opiniones a un lado, eso no es lo que le importa en este momento. O, casi, porque lo que sí logra descolocarla es la manera en que ha pronunciado su nombre. Eso la deja sin aliento. Después de todos estos años, sigue haciendo el esfuerzo. No acaba de decidir cómo se siente al respecto.
— No te preocupes. Tiempo sin ver a nuestro cliente favorito, Österreich —corresponde en un tono que pueda aparentar que no es nada especial lo que acaba de hacer frente a su gente. Siendo la información de sus clientes clasificada, nadie puede corroborar nada, eso espera. Y agrega volviéndose al niño—. Soy Estados Unidos Mexicanos, pero puedes llamarme México. Es un placer conocerte, Imperio —seguramente el niño sabe más de lo que aparenta. Se incorpora para continuar—. La grata sorpresa es mía, Austria. ¿Cuánto tiempo sin verte? ¿Cómo has estado? ¿Hungría se encuentra bien? —no puede evitar soltar atropelladamente la serie de preguntas. Un carraspeo a sus espaldas le indica que no se está comportando como debería—. ¡Qué mal educada! ¿Recuerdas que te hablé de mis compañeros de armas? Pues aquí está el escuadrón completo. Te presento a mis primos. Chile y Colombia trabajan conmigo. Perú es nuestro manager en sus tiempos libres. Manitos, no sé si recuerden al cliente que logré cuando pasé una temporada en casa de tío España. Él es Austria.
Ahora es Chile quien hace un comentario burlón. México lo ignora. Ya tiene suficiente con el de Colombia.
— Es un placer al fin conocerlos. Me encanta la calidad de su trabajo —es la respuesta educada y sobria de Austria. Él se acerca para estrechar las manos de los demás sin hacer gesto alguno que delate su sentir al respecto de este encuentro—. Él es mi hijo. Me disculpo nuevamente por su imprudencia. Ha estado un poco decaído desde que perdimos a su madre.
México intenta recuperar la respiración. ¿Qué busca? ¿Ocasionar una guerra? Desde donde está y sin mirarlo, puede sentir el ceño fruncido de Perú y la mala vibra que despide. Él no será parte del escuadrón, ni de la compañía, pero está tan preparado como el resto para lo que sea. Eso es lo que te ganas cuando toda tu familia está metida en negocios de seguridad dudosa.
— ¡Dios, Austria! ¿Por qué España no comentó nada? Creí que... No importa. Mi más sentido pésame por su pérdida.
La atmósfera que los envuelve es pesada, asfixiante. Ella nota la precaución con la que el niño los estudia y la intensidad con que Austria la mira. No le cabe la menor duda de que su familia ya ha entendido lo suficiente como para tomar una posición al respecto. Una vez más está en la mira de los suyos por algo sin futuro, peor aún, sin presente, ni continuidad.
— ¿Por qué no quisiste ser mi mamá? —insiste el niño acabando con el silencio incómodo, logrando con éxito empeorarlo.
— Yo sólo era la guardaespaldas de tu padre y, por extensión, protegí a su prometida, tu mamá —explica México, quien vuelve a ponerse a su altura. Necesita acabar con esta situación de tajo —. Madre sólo hay una. Hungría fue una mujer maravillosa, la madre adecuada para traerte al mundo, Imperio. Tu padre lo supo en cuanto la conoció. Tu bisabuelo es muy sabio —recalca con algo de fastidio—. Yo no tenía mucho que ver en esa situación. Me pagaron por estar ahí —miente con la mayor convicción que puede.
Chile comenta, casi objetando, algo acerca de unas vacaciones. México suda frío, mas se recompone tan pronto como le es posible. Todo ese asunto del matrimonio por conveniencia le enfermó en su momento, pero su prioridad es autoeliminarse de la ecuación antes de que sea demasiado evidente su auténtica implicación en los hechos.
— Me agradas —sentencia Imperio—. ¿Serías mi mamá ahora? —insiste haciendo un puchero.
— No vas por el mundo preguntando a extraños si quieren ser tu madre, Imperio —protesta México ocultando su desesperación—. Yo tenía y tengo encargos específicos por hacer. No puedo detenerme sólo por petición tuya para ser tu mamá. Que te agrade no es razón suficiente. ¿No le has preguntado a tu papá su opinión? ¿Qué es lo que quiere? Si quieres una mamá, a él también debe agradarle ella. A ella también le deben agradar ustedes —argumenta intentando no dar lugar a réplica y mantenerse cordial y amable—. De lo contrario, tu familia no funcionará como una.
— Pero Vater…
Alarmada por lo que el niño pueda revelar de ellos a personas que es preferible dejar en la ignorancia, México apresura una respuesta.
— Tu padre y yo nos conocimos en nuestra juventud, cierto. El contrato de mis servicios no impidió que llegáramos a ser buenos amigos, pero no hubo más. Hay cláusulas y principios profesionales a respetar —se obliga a improvisar un poco más, aunque no le miente del todo —. Han pasado algunos años desde entonces y no he vuelto a servir a tu familia de esa manera. He hecho trabajo sucio. Ya no somos cercanos. La distancia cambia las circunstancias. El tiempo destroza cualquier edificio. Algún día lo entenderás, Imperio. ¿Por qué no mejor me llamas Tía Mex, por los viejos tiempos? —mira a Austria dubitativa. Él le concede tranquilamente algo más que el título de confianza en silencio—. Suena bien, ¿no crees? Nadie ha querido hacerme tía —y debe aprovechar la oportunidad para desquitarse del trío que se ríe a carcajadas a su costa—. Me rodean aguafiestas amargados y solitarios gruñones. Quiero un sobrino. ¡Qué mejor oportunidad que ésta!
México nota a Austria ansioso, lo compadece. Ella no sería diferente con las personas que los rodean. Lo que la salva de estarlo es que ella está acostumbrada a actuar bajo presiones aún mayores. Él también debería estarlo, pensándolo mejor…
— No quiero una tía, quiero a mi mamá —insiste el niño.
México frunce el ceño disgustada. ¿Qué es lo que no entiende este escuintle impertinente?
— Vas a tener que conformarte, Imperio, tu mamá está muerta —estalla, lo que tiene que hacer para arreglar la situación—. ¿Le has buscado novia a tu padre? Parece que necesita ayuda —sonríe con malicia—. Me sé unas cuantas aplicaciones para buscar pareja. Aunque primero debe guardarle luto a su difunta esposa.
— ¡México! —protesta Austria, pero su hijo le interrumpe.
— No, yo sé cómo hacerlo. Nadie mejor que yo sabe lo que necesitamos —protesta el niño convencido de sabrá Dios qué.
México decide que no puede hacer nada más por la situación y se pone en pie. Perú aprovecha ese instante para intervenir e informar que España al fin se ha reportado para recogerlos. México capta la señal y se despide de inmediato con Colombia y Chile escrutándola con la mirada. Tiene que inventarse una muy buena explicación o estará perdida, literalmente.
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Ajenos a sus planes, los adultos se despiden dando por terminado el encuentro casual. Imperio observa al trío alejarla de ellos. No le ha pasado desapercibida la implícita hostilidad de dos de ellos y el abierto rechazo del tercero. Parece que las cosas siguen igual que como las dejaron antes. Si le había interesado esta mujer cuando su padre le contó de su amor de juventud, ahora que la conoce puede entender muchas cosas. A él también le hubiera gustado que ella fuera parte de sus vidas, en especial, crecer bajo su cuidado. Ahora que ha podido hablar con ella, puede estar seguro que, de parte de ella y de su padre, algunas cosas no han cambiado en lo más mínimo. Imperio se promete en silencio que reunirá a su padre con la mujer a la que sigue amando bajo el nombre de su madre. Jura que lo hará le cueste lo que le cueste. Sabe que su padre terminará ayudándole, sólo tiene que insistir lo suficiente. Así que de eso no se preocupa. Esa mujer será su nueva madre, y quizá hasta le dé un hermano. Tendrá una familia pronto y espera que esta vez dure más tiempo.
— No tenías porqué correr hacia ella, Sohn —lo regaña su padre en cuanto se quedan solos—. ¿Cuántos años tienes? Esto es algo que no te corresponde.
Imperio desearía sentirse avergonzado de sí mismo, pero no puede. Así que disculparse carece de sentido.
— La fotografía no le hace justicia, Vater —intenta compensar su falta de vergüenza, mínimo hacer evidente que reconoce su mal comportamiento—. Siento que la conozco de toda la vida sin nunca antes haberla tratado y sólo tengo cinco años.
— Debí haberme desecho de esa fotografía también —es apenas un murmullo, pero Imperio lo escucha fuerte y claro.
Imperio hubiera estado de acuerdo hace unos meses con eso. Ahora duda que una medida así hubiera sido la decisión acertada.
— Me alegra que no lo hicieras, Vater. Me disculpo, te he incomodado. Solo quisiera que seas feliz. Anya al fin pudo irse, ser feliz. Nunca se cansó de decir que jamás hubo oportunidad…
Imperio calla de inmediato al ver la expresión en el rostro de su padre. Tendrá que ser paciente. ¿Por qué los adultos son tan complicados? Conociéndolos, honestamente no desea crecer. Si no hay remedio contra eso, ¿logrará ser diferente a ellos en el futuro? Espera que sí.
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