Aclaración: La historia original pertenece a la maravillosa NightBloomingPeony, yo solo la traduzco con su permiso. Los personajes son de Stephenie Meyer.

Thanks Bianca for allowing me to translate it.

Gracias a EriCastelo por la corrección de detalles

Nota: contiene escenas sexuales, por ellos es clasificación M.


The Devil Next Door

Capítulo 11. Life

POV Bella

La habitación parecía demasiado luminosa, no dolorosamente, pero sí innecesariamente. Parpadeé una vez, sorprendida al notar la abundancia de partículas de polvo que colgaban del techo. Eran casi transparentes, pero podía distinguir perfectamente sus contornos irregulares. ¿Siempre han estado ahí, tan nítidas y evidentes?

Por supuesto, podía levantarme y comprobarlo de cerca, pero me daba miedo mover las extremidades. Cada vez que lo había hecho en los últimos días ―o semanas, en realidad no podía decir cuánto tiempo ha pasado― me dolía demasiado, como si estuvieran ardiendo y alguien siguiera echándoles más gasolina encima, sólo por diversión. Ahora mismo, el fuego sólo parecía persistir en mi garganta, como si se hubiera cansado de atacar cada nervio de mi cuerpo. Los detalles de cómo empezó todo se me escapaban. Recordaba destellos, pero no los suficientes como para que tuvieran sentido. Dos eran más conmovedores que otros: una dentadura y un par de ojos rojos.

Sabía que no estaba soñando, porque no podía cambiar de escenario en absoluto. Y lo había intentado muchas veces. Cuando me quedaba atrapada en un mal sueño, una parte de mi subconsciente tenía este mecanismo de defensa que me llevaba por el camino del sueño lúcido. En cuanto me daba cuenta de que no era real, podía cambiar el sueño por otro más agradable. No ocurría a menudo, sólo lo suficiente como para darme cuenta de que, en este caso concreto, no se podía cambiar lo que estaba ocurriendo, porque todo era real.

―¿Bella?

No era la primera vez que oía mi nombre. En mi estado febril, había llegado a asociarlo con algo relajante, pacífico. Principalmente tenía que ver con el hecho de que podía reconocer su voz en un mar de gente. Y sin embargo… no podía poner nombre a sus matices aterciopelados. Me parecía un hogar cuya dirección había olvidado.

Y aunque no era la primera vez que su voz me llamaba, quizá sí era la primera vez que era capaz de responder sin la amenaza inminente de gritar de dolor a pleno pulmón.

―Bella ―repitió, y de repente ya no pude concentrarme en la capa de polvo que cubría el techo. Porque sobre mí se cernía el hombre más hipnotizadoramente hermoso que jamás había existido. Si una escultura griega de Adonis hubiera cobrado vida, no habría sido ni la mitad de fascinante. Su cara estaba tan cerca de la mía que podía sentir su aliento bañándome en dulces ondas. Lila, miel y sol. A eso olía. Delicioso, reconfortante y familiar. Sus ojos eran inequívocamente carmesí ―o tal vez las conexiones y los conos de mí entrada sináptica me estaban jugando una mala pasada― y parecía… angustiado―. ¿Podrías decir algo, por favor?

Sentí que las entrañas me temblaban de calor, y debí de parecer una tonta por el rubor que seguramente delataba ahora mis emociones. Era demasiado guapo y estaba demasiado cerca, y caí en la cuenta de que no era la primera vez que estábamos tan cerca. Un recuerdo parpadeante de sus manos sobre mí me sorprendió. Pero no fue sólo su evidente belleza lo que me hizo perder la razón, sino también… algo que no podía precisar. Era una sensación, más que cualquier otra cosa; una sensación que me aseguraba que estaba a salvo, y justo donde pertenecía. Como si hubiera estado vagando sin rumbo toda mi vida y no hubiera encontrado mi destino hasta ese mismo momento.

―Um… hola ―logré decir al final, sólo para darme cuenta de que algo estaba mal. Mi voz no era áspera, como debería haber sido después de no hablar durante tanto tiempo. De hecho, ni siquiera era normal. Era… extrañamente melódica, como nunca lo había sido antes, a pesar del persistente ardor en mi garganta.

―¿Sabes… quién soy?

Observé el movimiento de sus labios, hipnotizada por su forma, por su plenitud. Conocía esos labios.

―Creo que sí ―dije―. Pero… está todo borroso… no recuerdo tu nombre. O de qué te conozco.

Aquella mirada angustiada que tenía en el rostro se fundió rápidamente en otra cosa, y quise protestar cuando se apartó de mi campo de visión. Temerosa, moví la cabeza, rezando para que no me doliera, hasta que pude volver a mirarle. Seguía aquí, a mi lado, esta vez sentado a mi lado, sobre la manta que cubría mi cuerpo. Al moverme ligeramente, reconocí la sensación de mi propia piel desnuda bajo el edredón.

―Soy Edward ―dijo al cabo de un rato―. Nos conocimos en junio. Y nos juntamos no hace mucho. Ahora mismo estamos en una habitación de hotel.

Procesé sus palabras en silencio, sorprendida por lo que significaban.

―¿Y qué mes es ahora? ―pregunté.

―Estamos en diciembre.

Diciembre. Bueno, esto no ayudó demasiado, ya que mi sentido del tiempo estaba… inusualmente deformado. Necesitaba más, para entender lo que significaban los flashes.

―Dime qué me pasó.

―¿De verdad no te acuerdas?

―Sí lo recuerdo, es sólo que… todo está tan alterado y borroso, no sé por qué. Y también me siento rara. Me duele la garganta, pero no como cuando tienes gripe.

Edward parecía haber caído en un estado pensativo. Tenía el ceño fruncido y me pregunté qué escondía su mirada contemplativa. Me obligué a recordar más cosas sobre los ojos rojos; ¿habían sido del mismo tono que los suyos? ¿Estaba viendo las cosas correctamente?

―No sé por dónde empezar con esto ―admitió―. ¿Puedes prometerme que escucharás hasta el final, aunque parezca el cuento de un loco?

Asentí con la cabeza, tratando de pensar qué podía ser tan malo como para preguntarme eso.

―Bien, aquí no pasa nada ―murmuró―. No hay forma delicada de decirlo, pero después de nuestro primer encuentro, no perdimos mucho tiempo con cumplidos. Más o menos, pasamos de cero a hacer el amor durante toda la noche. Ambos estábamos en Port Angeles en ese momento, la ciudad donde vives. Yo sólo estaba de paso. Me fui a la mañana siguiente, dejándote una nota para explicar mi repentina marcha.

A medida que hablaba, resurgían más recuerdos fracturados: una casa pequeña, una habitación con paredes de color merengue, una chica rubia con el ceño fruncido y preocupado ―¿se llamaba Angela?― y rollos de cinta adhesiva. Eran sólo fragmentos, pero sabía que, si cavaba más hondo, podría encontrar sus piezas coincidentes.

―¿Por qué te fuiste entonces?

―Porque… no era sólo por ti por quien me sentía atraído. También era tu sangre. Quería consumir hasta la última gota.

Dejó que sus palabras se hundieran, junto con todas las implicaciones.

Lo miré fijamente, buscando cualquier señal de que estuviera bromeando. Pero su expresión era muy seria, casi asustada, mientras estudiaba el suelo, evitando mi mirada. La nueva información coincidía en parte con lo que yo recordaba, pero… ¿cómo? Las criaturas sedientas de sangre no existían, no en mi mundo.

―¿Como un… vampiro? ―Murmuré con incredulidad. Sonaba ridículo decirlo en voz alta, así que esperé el remate. Pero el remate no llegó, porque sus siguientes palabras no hicieron más que confirmar mi suposición.

―Precisamente eso.

―No, eso es completamente…

que parece una locura, pero sí, existimos ―interrumpió―. En las sombras del mundo humano, intentando mantener nuestra existencia en secreto, pero existimos. Si escuchas hasta el final, esto tendrá más sentido al final, te lo prometo.

―Bien, entonces continúa.

Fue un milagro que mi voz no sonara ni la mitad de confundida de lo que me sentía por dentro.

―De acuerdo. Cuando me fui, lo hice para protegerte de mí mismo. Era lo más razonable, ya que tu sangre me cantaba melodías tan tentadoras, como nunca había experimentado. Pero el caso es que… me destrozaba estar lejos de ti, durante tantos meses seguidos. Porque nada era lo mismo, como antes de ti, y no podía entender por qué. Perseguías cada uno de mis pensamientos, aunque ni siquiera estuvieras allí. Seguía preguntándome si estabas a salvo, seguía sintiendo celos al pensar en la posibilidad de que estuvieras con otro hombre, seguía fantaseando contigo, yo… creo que ya me entiendes. Me llevó un tiempo aceptar lo que eso significaba.

Su tono era agridulce, y esperaba que mi corazón latiera más deprisa ante sus palabras, pero no fue así. Era como si se hubiera detenido por completo, demasiado asombrada por la inesperada autenticidad que emanaba de la voz de Edward. Si su historia debía provocarme escalofríos, tuvo el efecto contrario. Sólo hizo que la sensación innata de que estaba en casa se instalara más cómodamente en mis huesos.

―Significaba… que te habías enamorado, ¿verdad? ―Comprobé.

―Absolutamente. Pero al mismo tiempo, era mucho más que eso. Verás, Bella, para los vampiros el amor es un asunto de todo o nada. Porque puedes tener parejas y amantes y todo eso, por supuesto… demonios, incluso yo tuve una hace mucho tiempo, aunque apenas duró. Pero no todos ellos combinados equivalen a tu única y verdadera pareja. La persona a la que perteneces, sin ninguna sombra de duda. Algunos de nosotros nunca llegamos a conocerla. Yo nunca me preocupé por conocer a la mía, hasta… ti.

Había estado evitando mis ojos, pero ahora por fin se atrevía a devolverme la mirada. Me perdí fácilmente en sus profundidades escarlatas.

―¿Así que lo que estás diciendo es… que yo soy eso para ti? ¿Soy tu pareja?

―Estoy diciendo que somos compañeros el uno del otro. Probablemente por eso no has huido todavía. Y es ciertamente por qué te pusiste a buscarme tan pronto como dejé Port Angeles. Los vampiros rara vez, o nunca, encuentran a sus parejas en el mundo humano.

―Entonces, ¿cómo… tú y yo…?

―Supongo que fuimos la excepción ―explicó―. No tenía ni idea de que habías empezado a buscarme hasta que te vi en las noticias, por accidente. Estabas de espaldas a la cámara, pero te reconocería en cualquier sitio. ―Debió de notar el asombro absoluto en mi cara, porque una de sus manos voló para acariciarme la rodilla por encima de la manta: con cariño, con ternura, de una forma que delataba que no era la primera vez que lo hacía―. Estabas en Siracusa, en tu búsqueda personal para encontrarme, y acababas de enviar a un violador al hospital. Comprensiblemente, la gente quería saber cómo lo habías hecho. Resulta que le rompiste un testículo de una patada.

La cabeza me daba vueltas. Cuanto más le oía hablar, más se abría mi propia mente, revelándome cosas que creía haber olvidado. Mis recuerdos no eran tan claros como los suyos, pero existían, tras un panel de cristal empañado, esperando a ser desentrañados. Seguía sin saber por qué existía el panel, pero Edward me había prometido que todo cobraría sentido al final.

A decir verdad, contaba con ello, de lo contrario iba a perder la cabeza.

―Cuando lo descubrí, simplemente… ya no podía justificar alejarme de ti. Quería matar al monstruo que había intentado ponerte las manos encima, pero sobre todo, quería volver a verte. No sabes cómo me ha carcomido estar lejos de ti.

La mirada torturada de su rostro me produjo una punzada de arrepentimiento. Sin pensarlo demasiado, liberé una de mis manos de debajo de la manta y me acerqué a él. Quería tocarle, hacerle saber que aún le escuchaba. No dudó en tomar mi mano entre las suyas, dejando mi rodilla en paz.

―Te encontré enseguida ―continuó―. Y cuando lo hice, casi olvidé cuál era mi misión inicial. Te llevé a cenar, e inequívocamente, el deseo por cada parte de ti era igual de fuerte, si no más. Te dije entonces que ya había matado a gente antes, pero no te importó. Estabas demasiado perdida para que te importara, aunque la mayoría de los humanos habrían hecho lo correcto y habrían llamado a la policía. ―Su suave risita no sólo fue inesperada, sino también el sonido más entrañable que jamás había oído. Sin embargo, cuando volvió a hablar, no quedaba ni rastro de diversión―. Acabamos en esta habitación de hotel, cogiendo como si no hubiera mañana.

Los ojos de Edward eran ardientes ahora, y yo estaba convencida de que los míos eran prácticamente iguales. Era lo más fácil del mundo comprender la absoluta incapacidad de resistirse a él. Todo en él era una invitación abierta, irresistible y sensual. El interior de mi muslo, de repente un poco húmedo, sirvió como prueba tangible de ello, y también como recordatorio de que debajo del edredón estaba completamente desnuda. Lo único que me devolvía a la realidad era la persistente llama que me quemaba la tráquea y que parecía ir y venir en oleadas impredecibles.

―Resistirme a tu sangre fue muy duro, pero tuve que controlar mis impulsos ―continuó―. Te confesé mi amor y tú hiciste lo mismo conmigo. El plan era quedarme en Siracusa unos días más y luego volver a Port Angeles contigo. Pero… me desvié.

―¿Cómo?

Sentí su mano apretarse cautelosamente alrededor de la mía.

―De acuerdo, debería haberlo mencionado antes, pero no pretendía ser grosero. Cuando tú y yo hacíamos el amor, no siempre era… un asunto tierno. No porque no me importaras, o porque quisiera verte sufrir, todo lo contrario. Sinceramente, no sabría decirte ni siquiera cómo empezó para mí, pero lo que sí sé es que tenerte bajo mi control, tan confiada y dispuesta a dejarte ir en el momento exacto en que yo te decía que lo hicieras, era… puro éxtasis. La verdad es que había esta… necesidad intrínseca de rudeza, a falta de un término mejor, residiendo en ambos. Y satisfacíamos esa necesidad con juegos.

―Juegos ―repetí.

―Juegos de dominación y sumisión, de servidumbre sádica y masoquismo ―aclaró, enviando una nueva oleada de recuerdos sobre mí. Aunque fuera pálido, era más que suficiente para ponerme cachonda―. Tú disfrutabas obedeciendo y yo mandando, era un intercambio mutuo que funcionaba para llevarnos al límite con una intensidad difícil de transmitir con palabras. Pero salió mal. Terriblemente mal.

Su mano apretó la mía con una determinación inquebrantable, casi como si temiera que huyera, lo cual era una tontería de por sí, teniendo en cuenta lo embelesada que me sentía.

―Te escucho ―le recordé al ver que se había callado.

Cuando por fin volvió a hablar, su voz tenía un tono extraño.

―Hace unas noches, te até las muñecas con bridas. Muy apretadas. Y me perdí tanto en el momento, que no me di cuenta de que el plástico se había clavado profundamente en tu piel… hasta que fue demasiado tarde. Estaba a punto de correrme cuando sentí el olor de tu sangre fresca derramándose. ¿Lo recuerdas?

Forcé mi mente para volver a ese momento, para empujar contra la niebla, pero cada vez me resultaba más trabajoso.

―Es difícil ―admití―. ¿Por qué es tan difícil?

Edward suspiró, pasándose los dedos por el pelo con evidente angustia.

―Lo estoy consiguiendo ―prometió―. El caso es que… he vuelto a huir. Porque estuve terriblemente cerca de drenarte. Ni siquiera tuve la oportunidad de desatarte las manos, demasiado temeroso de quebrarme si me demoraba un segundo más. Y quería volver, para explicarte por qué lo hice, para decirte por qué nunca podría funcionar entre nosotros. Lo deseaba tanto… pero al mismo tiempo, sabía que necesitaba tener la cabeza despejada para hacerlo. Así que me recordé a mí mismo por qué vine aquí, a Siracusa, en primer lugar. No fue difícil encontrar a ese vil animal que se atrevió a tocarte y matarlo. Todavía estaba en el hospital cuando yo…

―Espera, espera ―dije―. ¿Quieres decir que querías acabar conmigo?

―En cierto nivel, sabía que tenía que hacerlo tarde o temprano.

―No lo entiendo. Después de toda esa charla sobre compañeros y…

―¿Qué hay que entender, de verdad? ¿Cómo se supone que iba a funcionar a largo plazo? ¿Conmigo constantemente atrapado entre quererte a ti y querer tu sangre? ¿Conmigo atrapado a los veinte años para siempre, sin esperanza de envejecer más allá de eso, y contigo envejeciendo y posiblemente queriendo más de lo que yo podría ofrecer en esta forma inmutable en la que estoy atrapado? Piensa en los niños: los vampiros no pueden tenerlos. Nunca.

―Yo… nunca quise tener hijos específicamente ―admití en medio de su diatriba. Había más cosas que quería decir, porque la avalancha de información era abrumadora, pero decidí que primero quería oír el resto de lo que iba a decir.

―La cuestión es, Bella, que sabía que teníamos fecha de caducidad, por mucho que lo odiara. Así que no, no quería terminar las cosas contigo ―no realmente, si estaba a la altura de lo que deseaba― pero al mismo tiempo, era lo correcto. Y era lo que estaba convencido que haría después de matar a tu depredador. Pero volví a esta habitación en la que estamos ahora, y… todo cambió. Todas mis convicciones se disolvieron cuando te vi. Simplemente… se transformaron en otra cosa.

Se detuvo, frunciendo el ceño, pero decidió continuar cuando le rocé la palma de la mano con el dedo. No me pareció extraño, sino algo que ya había hecho antes, así que seguí haciéndolo mientras él hablaba. Además, me distraía lo suficiente de las abrasadoras llamas de mi garganta.

―Te vi inconsciente en el suelo del baño, con las manos aún atadas y un charco de sangre bajo la cabeza. Creo que te caíste, pero aún no sé cómo ocurrió exactamente.

El conocimiento de cómo pudo suceder aquello era frágil, aún se me ocultaba tras un muro mental tan opaco como transparente.

―Eso ni siquiera importa ahora ―continuó Edward―. Porque el hecho es que… te estabas muriendo ante mis ojos. Y el olor de tu sangre estaba por todas partes, tentándome, provocándome… Dios, era una tortura. Me hizo darme cuenta de que, por primera vez, te estaba perdiendo. Y aunque indirectamente, era culpa mía, porque fui yo quien te dejó aquí, con las manos atadas.

Parecía tener más pánico a medida que avanzaba. Instintivamente, mi mano libre se estiró para agarrar mi garganta, comprobando. La piel estaba lisa y sin cicatrices. Sin embargo, el punzante recuerdo de los dientes atravesándome el cuello seguía ahí, en el fondo de mi mente, así que tenía que saberlo.

―Y… ¿qué hiciste? ―pregunté.

Vaciló, pero no por mucho tiempo. No tenía ni idea de qué había cambiado, pero cuando me miró, sus facciones se suavizaron.

―Decidí que no podía perderte. No tan estúpidamente, no después de aceptar lo que éramos, y sobre todo no después de apenas haber tenido la oportunidad de estar contigo como es debido. Así que… a pesar de lo que creía correcto e incorrecto, bebí de ti. Y me detuve voluntariamente justo a tiempo para que el veneno de mis dientes llegara a tu corazón y te cambiara. Tardé días, y tuve que tapar tus gritos con la mano, por lo que te pido disculpas, pero ahora… estamos hechos de la misma tela.

Edward finalmente se detuvo, y entonces supe que su historia había alcanzado su cenit.

La palabra «cambiado» jugó un rato en mi cerebro, saltando de una cámara a otra, como si temiera sus propias implicaciones. Pero no podía ignorarla, porque instintivamente, lo sabía. Sabía lo que quería decir cuando lo pronunciaba. Y, de repente, empecé a comprender que las afiladas partículas de polvo que llamaron mi atención no hacía mucho no eran una coincidencia. Y tampoco lo eran mis recuerdos borrosos, ni el fuego persistente que residía en mí.

Y aun así, incluso con ese conocimiento repentinamente claro, seguía cuestionándome la realidad.

―¿Es una broma?

Negó con la cabeza y me agarró la mano con más fuerza.

―Lo siento, Bella… por no haberte dicho antes lo que era, por esto… sé que no tenía derecho a tomar una decisión así por ti, pero te estabas muriendo y no sabía cómo explicarte lo que había pasado si te llevaba a un hospital y…

―¿Es esta la razón por la que me siento tan diferente ahora, por la que mi memoria está hecha un lío?

―Sí, forma parte del proceso. Sentidos agudizados, velocidad y fuerza extremas, incapacidad para enfermar o envejecer, recuerdos humanos más borrosos y… bueno, sed de sangre. Por eso te duele tanto la garganta.

La oleada adicional de información se estrelló contra mí, y me pregunté por qué no me había destrozado por completo, sobre todo la parte de la «sed de sangre». Porque, joder, acababa de despertarme en una habitación de hotel con el hombre más guapo de la Tierra a mi lado ―un hombre al que mis sentidos y mis pálidos recuerdos reconocían de algún modo― y ahora me estaba diciendo no sólo que había un nombre para la horda de sentimientos que sentía cuando lo miraba, no sólo que era un vampiro que se había debatido entre amarme y darse un festín conmigo, sino… ¿que ahora yo también era un vampiro? ¿Y de alguna manera nada de esto era un sueño, o una farsa bien ensayada?

Esperé a que cundiera el pánico. Mi sentido común me decía que ésa debería haber sido mi respuesta natural e inmediata. Pero el pánico se negaba a aparecer, completamente inexistente por la forma en que Edward jugaba ahora con mis dedos.

Le miré, intentando comprender. Me preguntaba por qué, en lugar de asquearme, me sentía contenta.

―Lo siento ―repitió―. No sabía qué más hacer. De verdad que no. Y… supongo que ahora tienes todo el derecho a despreciarme.

Sus disculpas siguieron lloviendo, pero no escuché el resto. En el giro más retorcido de los acontecimientos, me di cuenta… de que no importaba. Probablemente debería haber importado, pero no importaba. No había explicación sensata ni cerebral para la certeza que sentía en su presencia. Más fuerte que la certeza de que la Tierra giraba y que el Sol brillaba, la convicción de que estaba justo donde debía estar era innegable, tranquilizadora y poderosa.

Me levanté para ponerme cara a cara con él, sin preocuparme de que la manta se deslizara y dejara al descubierto mis pechos.

―No te desprecio ―le aseguré, poniendo fin a su retahíla de disculpas―. Las circunstancias no ofrecían mucho margen para tomar decisiones moralmente correctas.

Sus ojos se desviaron un segundo hacia mi pecho, antes de posarse en mi cara.

―No lo hicieron ―estuvo de acuerdo―. Pero ojalá te hubiera dicho antes lo que era, para darte una opción real.

Estaba solemne, el arrepentimiento pintaba de oscuro sus facciones.

―Yo también desearía que lo hubieras hecho, Edward. Aunque lo hecho, hecho está.

―¿Cómo es que no estás enloqueciendo ahora mismo?

No tuve que pensar demasiado mi respuesta.

―Sé que no debería sentirme tan tranquila por esto, pero no puedo evitar pensar que si sintiera una fracción de lo que siento ahora cuando era… ―era raro decirlo en voz alta, pero me esforcé― cuando era humana, no puedo imaginarme queriendo elegir de otra manera. La verdad es que algo dentro de mí te reconoció en cuanto abrí los ojos. Aunque no pudiera recordar tu nombre, era como si las células de mi cuerpo supieran que, en algún momento, todas habían sido conectadas para necesitarte. Cuando desperté, ellas también despertaron, junto con toda el hambre y el deseo que yacían latentes en ellas.

Mientras me escuchaba, vi cómo el asombro sustituía a la preocupación en su mirada. Sentí que sus brazos me rodeaban y apoyé las palmas de mis manos en sus mejillas.

―Ojalá pudieras recordarlo todo ―susurró―. No tuvimos mucho tiempo, pero maldita sea, ¿el poco tiempo que tuvimos? Fue casi la experiencia más intensa de toda mi existencia.

―¿Cuál fue la más intensa?

―Esta. Ahora. Tú. No quiero asustarte, te juro que no, pero he estado guardando estas palabras dentro de mí durante lo que me parece demasiado tiempo, y necesito sacarlas. El hecho es… que te amo, Bella. Más de lo que puedo expresar con estas débiles palabras, más de lo que puedes comprender. Moriría por ti sin pensarlo dos veces.

―Oh, creo que puedo comprenderlo ―me burlé de él. Era muy tonto si pensaba que mis sentimientos eran más débiles que los suyos. Pero también era un auténtico ángel por decir esas palabras en voz alta, y no pude resistirme más. Si se sorprendió cuando acerqué mis labios a los suyos, no lo demostró. Sus brazos simplemente me agarraron con más fuerza, y su boca se abrió para conquistar la mía con su sedosa lengua, haciéndome olvidar por completo el dolor de las llamas. Caímos juntos entre las almohadas, sin interrumpir nuestra misión de redescubrirnos el uno al otro con besos hambrientos y caricias desesperadas, y más imágenes que había olvidado inundaron la superficie.

Un restaurante poco iluminado. Un parque nevado. Nuestras manos juntas. Su lengua entre mis muslos. Sorprendida y abrumada, me sentí a punto de llorar, pero no salieron lágrimas, sólo sollozos.

―Yo también te quiero ―murmuré entre nuestros besos, que sólo sirvieron para que él se volviera más salvaje, mordiéndome los labios y amasando mi carne con un patetismo implacable, en su avidez por conseguir más y más.

A medida que avanzábamos, veía más imágenes tras la cubierta de mis párpados cerrados, imágenes de una vida que tuve una vez, antes de que todo esto sucediera. No pude evitar preguntarme qué pasaría con esa vida… y por qué la perspectiva de dejarla ir no me parecía nada desalentadora.

―¿Edward?

No se detuvo, no realmente. Su boca simplemente divagó, hasta llegar a mi cuello.

―¿Sí?

―Todavía tengo muchas preguntas ―respondí, ahora que podía hablar―. Y necesito seriamente tus respuestas.

Permaneció allí unos instantes más, colmando mi garganta de besos húmedos y lánguidos. Cuando se retiró para mirarme, la lujuria deliciosamente rabiosa seguía allí, oculta en el brillo de sus iris. Pero ahora la controlaba, a diferencia de hace unos segundos.

Cuando Edward volvió a hablar, supe que esta nueva vida ―fuera lo que fuera, implicara lo que implicara, más allá de lo que ya me había contado― merecía la pena si me permitía el lujo de pasar un número incontable de días con él.

―Tus deseos son órdenes, amor.


Hola

¡Bella Vampira!, muchas preguntas por parte de ella y parece que Bella acepto todo muy bien. ¿Será? ¿Qué opinan?

Gracias por sus comentarios a: mrs puff, Cassandra Cantu, EriCastelo, javierashTY, Sindey Uchiha Hale Malfoy, Car Cullen Stewart Pattinson y Annalau.

Espero sus comentarios del capítulo, son mi única paga, gracias por tomarse unos momentos más para dejarlo.

Saludos.

P.D. para adelantos visuales en mi grupo de Facebook Fics IsisJanet