Aclaración: La historia original pertenece a la maravillosa NightBloomingPeony, yo solo la traduzco con su permiso. Los personajes son de Stephenie Meyer.

Thanks Bianca for allowing me to translate it.

Nota: contiene escenas sexuales, por ellos es clasificación M.


The Devil Next Door

Capítulo 9. Game

POV Bella

Sentí que me acaloraba al ver a Edward rebuscar entre todos los juegos de bridas, con la seriedad de un hombre que intenta decidir qué va a comer esta noche, sin ningún signo de jocosidad en el rostro. Escogió varios de ellos, utilizando criterios que sólo él conocía, colocándolos dentro del carrito.

―Creía que buscábamos cadenas ―le dije, bajando la voz, porque definitivamente no estábamos solos en este pasillo.

―Y yo creía haber sido claro: eres demasiado blanda para las cadenas, cariño.

Tomó un nuevo juego de bridas que parecían más gruesas, estudiándolas de cerca.

―No soy blanda ―refunfuñé―. Tú eres blando.

―¿Qué ha sido eso?

Volvió a colocar el juego, y sus ojos eran fuego negro cuando me miraron fijamente.

―Era una broma.

Las comisuras de sus labios se movieron en una sonrisa tortuosa.

―Bien. Esta noche me las pagarás.

Me rodeó con el brazo y sentí sus labios presionando mi cabeza. Casi podría jurar que le oí reírse. Avanzamos por el pasillo, sobrepasando a una anciana, y me sentí agradecida por la sensación de normalidad que me proporcionaba esta sencilla ferretería. Cuando me desperté esta mañana, pensé que Edward se había olvidado de la fantasía que había rondado mi sueño.

A medida que avanzaba el día, no volvió a mencionarlo. Fuimos a un restaurante cercano, donde pudimos comer… bueno, yo comí, él miró, porque podía ser así de raro. Después, volvimos a pasear por el parque, y esta vez conseguí convencer al siempre serio Edward de que construyera un muñeco de nieve conmigo. Volvimos a hablar de nosotros; más concretamente, de lo que éramos en ese momento. Parecía casi insultado por mi pregunta. Cuando me dijo: ―Bueno, ahora estamos juntos, ¿no?― sentí que todos los tejidos de mi cuerpo se derretían y que mi corazón se embriagaba de emociones ardientes.

Al caer la tarde, volvimos al restaurante para cenar. Estaba saboreando un plato caliente de raviolis de champiñones cuando me propuso ir a una sex shop cuando acabáramos. Casi me atraganto con la comida en cuanto pronunció las palabras.

―¿Qué pasa? ―preguntó, pareciendo un poco preocupado por mi reacción.

―Nada, es que… me has sorprendido. Pensé que te habías olvidado.

―No ha pasado ni un día, Bella.

―Lo sé, lo sé.

―¿Has cambiado de opinión?

―¡Dios, no! Supongo que no he pensado en la… logística.

―No es que tenga herramientas a mano para inmovilizarte cada vez que te entren ganas.

Levantó una ceja, y parecía un poco divertido por mi absoluta idiotez.

―Por supuesto ―acepté, deseando desaparecer hasta que se disolviera mi vergüenza―. Pero no tenemos por qué ir a un sex shop, ¿verdad?

―¿Por qué no?

―Nunca he estado en una, es como de repente.

―¿Es eso? Puedo ir solo, si no te apetece acompañarme.

―No, quiero acompañarte. Vayamos a otro sitio. Podemos probar tu opción en otro momento.

Y aunque no acababa de verle sentido a mi timidez, estuvo de acuerdo. Por eso estábamos en una ferretería sin nombre, empujando un carrito que contenía dos rollos de cuerda, varios juegos de bridas y un rollo de cinta aislante. Había expectación en el ambiente y me pregunté si le estaría volviendo tan loco como a mí. Cuanto más miraba lo que había en el carrito, más se me calentaba la piel, porque sabía lo que iba a ocurrir a continuación.

Lo sentía profundamente, en cada hueso. Y sabía que estaba preparada para ello.

El camino de vuelta al hotel no se me hizo muy largo. Volvía a nevar y la mitad de mi pelo parecía congelado cuando entramos en el vestíbulo. En el ascensor, Edward movió los dedos por los mechones congelados, sacudiéndolos para quitarles la nieve, y en ese momento podría haber hecho cualquier cosa y aún así me habría acelerado el corazón. Estaba lo bastante cerca como para sentir su erección rozándome la cadera, y las ganas de arrodillarme y bajarle la cremallera de los pantalones, dejando que su pene se metiera en mi boca, era enorme.

―¿En qué piensas? ―me preguntó.

―En ti ―admití.

―Necesito que seas más específica, cariño.

Juraría que me estaba leyendo la mente, porque al segundo siguiente se apretó contra mí, sin dejar lugar a sutilezas.

―Si pudiera, te la chuparía aquí mismo, en este ascensor ―respondí a pesar de mi respiración entrecortada.

Su mano se enredó en mi pelo, no para quitarme la nieve, sino para tirar ligeramente de él, obligándome a echar la cabeza hacia atrás y enfrentarme a su mirada.

―Qué tentador ―dijo―. Pero si metes mi pene en esa boquita tan bonita, quiero que la saborees. Y los pocos segundos que nos quedan no son suficientes para saborearla.

Las palabras de Edward me produjeron un escalofrío increíble y, demasiado pronto, las puertas se abrieron y él me sacó fuera, sin darse cuenta de que tenía las rodillas hechas gelatina. Me abrió la puerta de la habitación de par en par, asegurándose de darme un rápido golpe en el trasero cuando entré por ella. Una vez cerrada la puerta, encendió la luz y me quitó la chaqueta de los hombros, inclinándose para darme un beso tan apasionado, tan crudo, que podría haberme desmayado si no me hubiera abrazado con tanta fuerza.

―¿Recuerdas nuestra palabra de seguridad? ―susurró.

No podía olvidarla.

―Azúcar.

―Si lo que hago es demasiado, quiero que lo digas.

Si mi sueño era una indicación, realmente no tenía un límite en lo que se refería a lo que podía hacerme. Pero asentí con la cabeza, demasiado ansiosa por que empezara nuestro juego. Edward me besó una vez más, antes de ponerme las manos en los hombros y empujarme hacia atrás.

―Empecemos con calma, preciosa ―sugirió―. Desnúdate.

Di un paso atrás, intentando no perderme bajo su mirada escrutadora. No era la primera vez que iba a verme sin ropa, pero había una nueva presión en el aire, una que hacía que el dolor entre mis piernas se licuara. Me quité el jersey negro, los vaqueros y los calcetines de un tirón, evitando tropezar con mis propias piernas en el último segundo. Ladeó ligeramente la cabeza, con una expresión ilegible.

―Todo tiene que salir ―subrayó.

Haciendo caso a su petición, me liberé del sujetador y las bragas, dejándolos caer al suelo, tratando de no prestar demasiada atención al hecho de que un fino hilo de mi propia humedad ya había llegado a mi muslo. Pero entonces Edward extendió la mano hacia delante y me agarró los pechos con fuerza, y de repente me resultó difícil ignorar que podría haber hecho lo que quisiera conmigo ahora mismo, porque yo estaba más que preparada.

―Tan hermosa ―murmuró―. Creo que te mereces que se cumpla tu deseo anterior, Bella. ¿Estás de acuerdo?

―Sí, por favor.

―Entonces ponte de rodillas.

Sus manos abandonaron mis pechos, y la insoportable necesidad de volver a sentirlos pareció más fuerte que cualquier otra cosa durante unos segundos, así que me lancé a apretarme contra él. Su rechazo fue instantáneo y surgió de la nada.

Y convirtió cada uno de mis pensamientos en un deseo frenético.

―He dicho de rodillas. Ahora.

El hielo de su voz era increíblemente convincente, así que en un abrir y cerrar de ojos, me arrodillé ante él, enfrentándome directamente a su erección. Seguía oculta tras la tela de sus vaqueros, pero su fuerte contorno era evidente. Impaciente, la rocé con los dedos, sintiendo cómo se crispaba y se endurecía.

Pero, para mi sorpresa, Edward me agarró la muñeca y me la apartó.

―Vas a necesitar esas manos para otra cosa. Por ahora, tu boca es suficiente.

Le miré bajarse la cremallera de los pantalones, haciendo todo lo posible por no tocarme cuando se bajó los bóxers y se agarró el miembro erecto con el puño. Era indecentemente enorme, plagado de venas que me llamaban. Sin necesidad de indicaciones, abrí la boca.

―Qué impaciente ―sonrió, pero me dio el gusto, rozándome el labio inferior con su punta fría, demasiado despacio―. Abre más. Sí, así. ―Mis labios se cerraron como un sello alrededor de su circunferencia, y él gimió cuando se empujó más, llegando a mi lengua―. Dios, qué bien te sientes. No cierres los ojos, mírame. Mírame en todo momento a menos que te diga lo contrario. ¿Entendido?

Lo único que pude hacer fue asentir, mirándole a través de unos párpados que me pesaban demasiado. Empujó más profundamente, llegando a un punto que me hizo lagrimear involuntariamente. No moví la mirada, hipnotizada por la forma en que su lujuria cambiaba sus rasgos.

―Lo estás disfrutando ―observó―. Es hora de usar esas manos tuyas, Bella. La mano derecha en tu vagina, quiero oír lo mojada que estás para mí.

Mientras hablaba, se las arregló para introducir su polla más profundamente en mi boca, acercándose peligrosamente a mi garganta. La deliciosa plenitud resonó en algún lugar dentro de mi pecho, en una bola caliente de emociones y necesidad, e hizo que mis movimientos se volvieran temblorosos al meter la mano entre las piernas, moviendo la palma contra mi carne húmeda. El chirrido era ineludible.

Edward me agarró un puñado de pelo y sus ojos ardieron cuando se posaron en los míos.

―Es un desastre ahí abajo, ¿verdad? ―gimió―. Tu pequeña vagina está tan lista para ser tomada, y no hay nada que puedas hacer al respecto hasta que termines el trabajo aquí. ―Empujó sus caderas hacia delante una vez más, con énfasis petulante, antes de retirarse y dar un respiro a mi garganta. Al instante quise que volviera donde estaba hace un segundo―. Usa esos dedos en tu clítoris, Bella. Frótalo bien.

Era todo lo que necesitaba. Tuve que colocar mi otra mano en su cadera, para hacer palanca, pero el resto vino de forma natural. Mis sonidos de placer fueron reprimidos por el pene de Edward cuando empecé a mover el dedo corazón en círculos apretados alrededor de mi sensible manojo de terminaciones nerviosas. Durante un precioso minuto, olvidé todo lo demás excepto el gratificante alboroto que se estaba formando en mi interior, así que seguí frotando, cada vez más deprisa, cabalgando la ola, acercándome a su cresta.

Cuando volví a sentir que me tiraban del pelo, volví a la realidad. Y la realidad era que llevaba un minuto sin mover la cabeza.

―Ahora no quiero que te quedes ahí con mi pene en la boca, cariño ―me recordó―. Chúpalo. Y haz que te vengas mientras lo haces.

Asentí con un movimiento de cabeza, aunque la doble misión sonaba imposible; al fin y al cabo, sólo podía concentrarme en un número limitado de cosas a la vez. El duro miembro de Edward palpitaba en mi lengua, incitándome a darlo todo. Me lancé a la faena con entusiasmo, disfrutando de la sensación de culminación casi tanto como de ver cada una de sus reacciones: la forma en que apretaba la mandíbula, los convulsos músculos de su cuello, la desesperación con que cerraba los ojos con fuerza, sólo para volver a abrirlos, revelando cuánto más deseaba.

Pero mi cielo se hizo añicos una vez más cuando me agarró con fuerza del pelo.

―Creo que no entiendes cómo funciona esto. ―Había un deje de exasperación oculto en su voz―. Tienes que complacerme a mí y a ti misma. ¿Por qué dejaste de jugar con tu clítoris?

Y sin más, me hizo darme cuenta de que mis dedos permanecían inmóviles entre mis pliegues. Empecé a moverlos de nuevo, sintiéndome atrapada.

―Respóndeme ―me pidió, y esta vez embistió con sus caderas hacia atrás, dejándome la boca vacía y sedienta.

En realidad no tenía respuesta, sobre todo porque sabía que no necesitaría mucho más tiempo para venirme, así que acaricié mi clítoris con más fuerza, con más decisión, concentrada ahora sólo en sus exigencias.

―Bella…

Edward seguía esperando una respuesta, pero mi mente era demasiado frágil para formarla.

―Me… me vengo, yo…

―¡Y una mierda! ―rugió y, sin previo aviso, volvió a meterme la polla en la boca hasta el fondo de la garganta. La brusquedad del empujón volvió a humedecerme el iris y las lágrimas brotaron libremente por las comisuras de los ojos. Intenté parpadear―. O te vienes con mi pene en la boca, o no te vienes.

Estableció el ritmo que más le gustaba, y se aseguró de mantener una palma en mi nuca, como guía. Plenamente consciente de la meta, seguí complaciéndome a mí misma, tratando de hacer exactamente lo que me pedía. Era difícil mantener la concentración en todo lo que ocurría, pero sólo la idea de que se enfadara por no obedecer sus deseos me hacía humedecerme más y ser más capaz de seguir con mi tarea.

Al escuchar los gruñidos de Edward, lo más fácil era perder la razón. Su pene se deslizaba con facilidad dentro y fuera de mi boca, provocando nuevas lágrimas cada vez que empujaba demasiado profundo. Me di cuenta de que no estaba tan lejos de su propio clímax, así que entré con más vigor, con hambre renovada.

Y él parecía adorarlo.

―¡Carajo, Bella, sigue!

Así que hice exactamente eso, asegurándome de no perder el impulso de mis dedos ocupados. En cuestión de segundos, mi ola chocó con la orilla, sin nada que la trajera de vuelta. Me vine con ardor, pero no fue el tipo de orgasmo que me dejó satisfecha y agotada, sino el que simplemente me espoleó. Cerré los ojos, absorta en la sensación.

Cuando volví a abrirlos, todo sucedió demasiado rápido. Edward se sacó la polla de mi boca, sujetándola con fuerza, justo en el momento de su orgasmo. Lo soltó todo sobre mi pecho, y la temperatura refrescó al instante mi piel ardiente. Me decepcionó que no me la hubiera guardado para la boca, pero siempre quedaba la próxima vez.

Esperé a que Edward terminara y seguí acariciándome el clítoris con un dedo mientras lo observaba.

No mucho después, me ayudó a levantarme del suelo, manteniendo una mano en mi hombro y la otra en mi pecho manchado.

―Qué buena chica has sido ―murmuró, dándome un fuerte apretón en el pezón―. Ven aquí.

Me descongelé por completo cuando sus labios chocaron contra los míos, y ansié desesperadamente más. Sentí la punta de su erección rozando mi abdomen, y realmente no sabía cómo era posible que siguiera tan duro. Cuando se retiró, no quedaba ni rastro de la ternura que su orgasmo había dejado en su rostro.

El juego había vuelto.

―Prometí que empezaríamos con calma, y no me has decepcionado. Pero ahora es el momento de llevar las cosas más lejos.

Edward me guió por la habitación hasta la cama, donde me indicó que me sentara. Acepté la invitación y lo observé atentamente mientras volvía al pasillo, donde nos esperaba la bolsa de suministros. La trajo y no pude evitar mirarle. Aún llevaba puesto el jersey negro y los vaqueros oscuros, pero la cremallera de los pantalones se había quedado abierta después de nuestra actividad anterior, lo que significaba que su pene se erguía orgulloso, duro y listo para otra ronda. Aquella gloriosa visión hizo que mis entrañas se estremecieran de expectación, y me pregunté si habría algún final a la vista para la forma en que me hacía sentir.

Me olvidé de mi pregunta cuando sacó las bridas y las cuerdas de la bolsa y las dejó en el suelo.

―Quiero devolvértelo ―me explicó―. Pero será bajo mis condiciones. Así que túmbate y abre las piernas.

Hice lo que me dijo, me acomodé en las sábanas y separé los muslos para poder ofrecerle una visión clara de lo excitada que me hacía sentir. Su lengua rozó su labio inferior mientras me medía de pies a cabeza, pero no dijo nada. Tiró las cuerdas sobre la cama y empezó a atar tres bridas en forma de triángulo.

―Las manos por encima de la cabeza ―me dictó.

Un poco insegura de su nuevo propósito, asentí con un movimiento de cabeza. La incertidumbre me resultaba extrañamente excitante.

Edward me agarró las muñecas de los brazos extendidos y deslizó sobre ellas la formación de bridas.

―Esto te dolerá, preciosa. Si te duele más de lo que puedes soportar, en cualquier momento, dímelo. ¿He sido claro?

―Sí.

No entendí del todo lo que quería decir hasta que empezó a tirar de las ataduras, acercándolas a mis muñecas. Mi primer instinto fue estremecerme al sentir el plástico afilado clavándose en mi piel.

―¿Demasiado? ―me preguntó.

Al mover las muñecas, la presión no fue tan fuerte. De hecho, me gustaba. Quizá demasiado.

―¿Más? ―Respondí.

Si le sorprendió mi súplica, lo disimuló bien. Apretó el agarre hasta que fue imposible apretarlo más. Y aunque me dolía, el dolor no me molestaba, sólo me recordaba lo mucho que me incitaba verle llevar la voz cantante.

―Bien, ahora las piernas ―dijo, y alargó la mano para agarrar los rollos de cuerda, deshaciéndolos sin mucho alboroto.

Me tumbé pacientemente mientras él empezaba a enrollar las gruesas cuerdas alrededor de cada uno de mis tobillos. Aseguró cada cuerda a los postes de la cama, alargando sus acciones cuando notó mi respiración agitada. Cuando terminó, intenté doblar las rodillas, pero me di cuenta de que era casi imposible, gracias a los nudos inflexibles que había hecho.

Edward sonrió al ver mi intento fallido de moverme, pero su atención se centró rápidamente en algo que estaba fuera de mi campo de visión. Casi demasiado rápido para mis ojos, cogió un objeto de la mesilla de noche.

―¿Qué es eso? ―le pregunté.

―El toque final. Cierra los ojos.

Lo hice y oí un ruido seco. Lo siguiente que supe es que me estaba levantando la cabeza de la almohada y colocándome algo que parecía satén sobre los ojos. No tardé en darme cuenta de que había encontrado un uso mucho mejor para los antifaces sin abrir que me había proporcionado el hotel.

―Perfecto, podemos empezar ―dijo.

Con nada más que oscuridad total ante mis párpados, sentir su peso encima de mí me cogió un poco por sorpresa, incitándome a arquear la espalda, a acercarme a él como pudiera. Me mimó, inclinándose para presionar sus labios en el lateral de mi garganta. Toda dulzura desapareció cuando lo hizo, porque le oí gruñir como un animal hambriento. Ansiaba que mordiera ese punto sensible con todas sus fuerzas, pero por una razón u otra, no lo hizo. En lugar de eso, se retiró, dejándome hambrienta y deseosa.

―Así es como va a ir esto ―empezó Edward. Parecía un poco sin aliento, pero no perdió el tiempo y me recorrió el cuerpo con las manos mientras hablaba. Jugó con mis pechos, extendiendo el semen que había derramado sobre ellos hacia abajo, hasta mi abdomen―. Ten en cuenta que me siento muy generoso. Tan generoso, de hecho, que planeo hacer que te vengas hasta que estés a punto de desmayarte. Incluso te dejaré elegir lo que haré después. ―Sus dedos descendieron, encontrándose con la carne resbaladiza entre mis piernas. Se movían lentamente, sin un objetivo, sólo esparciendo mi humedad por todas partes y volviéndome loca―. Pero… hay una trampa. En cuanto te muevas de tu sitio, se acabó el juego. Dejaré de hacer lo que esté haciendo y te pondré sobre mis rodillas, sin excusas ni preguntas. ―Sus palabras bastaron para hacerme gemir, pero entonces me acarició el clítoris con el dedo y casi me vuelvo loca―. Te daré tantos azotes en ese precioso trasero que no podrás sentarte en otra cosa que no sea mi pene durante una semana. ¿Entendido?

Mi aprobación se perdió en otro gemido, una vez que sentí uno de sus largos dedos situarse dentro de mí. Y aunque no me moví, mis músculos reaccionaron bajo la presión de las ataduras. Doloroso, pero muy placentero al mismo tiempo.

―No te he oído ―insistió.

―¡Sí, te he entendido!

―Bien. Si todo está claro, sólo queda una pregunta: ¿quieres esta perfecta vagina cogida o lamida?

Por la forma en que su dedo se movía dentro de mí, mi respuesta fue simple.

―¡Cogida!

―¿Eso es todo lo que tienes? Pídelo amablemente.

―¡Por favor, cógeme, Edward! Necesito tu pene dentro de mí, ¡por favor!

―Buena chica, eso está mejor.

Protesté con un grito cuando su dedo abandonó mi cuerpo, pero entonces sentí esa circunferencia celestial que conocía demasiado bien empujando mi entrada, y al instante dejé de quejarme. Con un movimiento de sus caderas, estaba dentro de mí, de golpe. Maldije en voz alta, el golpe de la culminación me golpeó como un meteoro. Además, maldecir era lo único que me impedía temblar de placer de pies a cabeza.

―¿Qué se siente? ―gimió.

―¡Divino!

Edward se retiró, hasta que sólo su punta estuvo dentro de mí, sólo para empujar de nuevo más profundo, más fuerte, más feroz. Me dolían las extremidades de moverme, de envolverme alrededor de él, de agarrarme a las sábanas, de hacer cualquier cosa, pero me ordené no moverme. Necesitaba ese orgasmo. Lo necesitaba desesperadamente. Ni siquiera las ataduras de cables que se me clavaban en las muñecas podían distraerme de mi objetivo.

Y ahora mismo, estaba a su merced.

―¡Dios, Edward, no te contengas!

Su cuerpo empezó a moverse más rápido sobre mí, completamente desatado. Hice todo lo posible por quedarme quieta. A cambio, mis músculos empezaron a latir con más violencia, en un intento de combatir la tensión, de liberarme de su maldición. El pinchazo en las muñecas se hizo más intenso, pero lo ignoré. Le oí gemir de nuevo, lleno de deseo. Cuando sus embestidas se hicieron aún más rápidas, mi misión de permanecer inmóvil se convirtió en una auténtica tortura. La tensión que se acumulaba en mis células pedía a gritos que me soltara ya.

―Estás cerca, ¿verdad? ―Sonaba como un poseso. Más que nunca, deseé poder verlo en esos momentos―. Puedo sentirlo en tu apretada vagina… tan cerca, y sin embargo no puedes moverte ni un centímetro…

No estaba en condiciones de ofrecer una respuesta coherente. Los únicos sonidos que salían de mi boca eran bruscos, jadeantes y desesperados. Los músculos de mis brazos volvieron a tensarse y, por un momento, la agonía provocada por los cables de sujeción amenazó con vencerme. Me dolía más y más cuanto más seguíamos, pero parar era lo último que tenía en mente.

―¡Más fuerte! ―conseguí al final, aceptando el dolor palpitante y persiguiendo mi orgasmo con avidez.

Pero en algún momento entre el ritmo acelerado de Edward y mi clímax inminente, algo cambió. Me resbalé y mi codo se movió ligeramente hacia un lado, no lo suficiente para llamar su atención, pero sí para que el borde afilado del plástico me destrozara la piel y me hiciera gemir de dolor.

Y ese fue el momento en que se detuvo por completo. Una retahíla de maldiciones brotó de sus labios como por orden suya, y sonaba como si estuviera discutiendo consigo mismo.

―¿Qué está pasando? ¿Edward?

Intenté moverme, pero no fue fácil. Con los miembros bloqueados y la visión obstruida, no podía hacer nada.

―No te muevas, no te muevas, joder ―murmuró, una y otra y otra vez.

¡No puedo moverme! ¡Sólo dime qué está pasando!

―Tú no, Bella… ¡Dios, joder!

Sus últimas palabras fueron brutales y crudas, e hicieron que todo mi cuerpo se estremeciera. Todas sus advertencias pasadas sobre su peligrosidad volvieron a atormentarme, y una en particular brilló más que las demás.

He matado a gente.

Esas habían sido sus palabras exactas en el restaurante, no hacía mucho tiempo. Su propia confesión. Una parte importante de mí había intentado excusar este hecho con otra confesión suya, aquella en la que me dijo que todas sus víctimas habían sido personas viles. Y una parte aún mayor de mí sabía que su pasado no importaba, porque lo que yo sentía por él lo superaba todo.

Además, él no podía hacerme eso. No lo haría. Nos estábamos enamorando, ¿no?

Sin embargo, a pesar de todo, a pesar de mis seguridades mentales, no pude reprimir el miedo repentino. Asomó la cabeza desde mis profundidades más oscuras, haciendo que mi voz sonara débil y coja cuando hablaba.

―Por favor... no me hagas daño, Edward… ¿Edward?

Oí nuevos ruidos: él levantándose, la cremallera bajándose, un violento desgarro, junto con la conmoción de la madera astillándose. Inmediatamente después, me di cuenta de que podía mover las piernas.

―Tengo que salir de aquí.

―¿Qué? ¡No! Tienes que desatarme las manos.

Me puse de pie, pero el movimiento repentino me produjo somnolencia, así que caí de espaldas sobre la cama. Era difícil ―por no decir desagradable― mover las manos, pero me obligué a hacerlo, para poder al menos quitarme el antifaz de dormir de los ojos. Cuando por fin lo conseguí, la luz era demasiado intensa. Mis ojos se acostumbraron poco a poco a los estímulos abrumadores, y fue entonces cuando empecé a ver el desorden circundante.

Los postes de la cama que habían servido de soporte para las cuerdas estaban ahora rotos.

Las propias cuerdas estaban desgarradas, como si las hubiera mordido un animal.

Mis muñecas seguían cautivas, con el añadido de un corte sangrante.

Y Edward no aparecía por ninguna parte.


Hola

Parece que el juego se salió de control, ¿será que Edward se deja dominar por la sed y acaba con Bella, que creen?

Gracias por sus comentarios a: Cassandra Cantu, lolitanabo, mrs puff, Anon1901, jacke94, Sindey Uchiha Hale Malfoy, UserName28, EriCastelo, Car Cullen Stewart Pattinson, Annalau e Iza.

Espero sus comentarios del capítulo, son mi única paga, gracias por tomarse unos momentos más para dejarlo.

Saludos.

P.D. para adelantos visuales en mi grupo de Facebook Fics IsisJanet