Durante años, se habían evitado, confrontado, insultado. El desprecio entre Hermione Granger y Draco Malfoy parecía grabado a fuego en los muros de Hogwarts, tan habitual como el vaivén de las túnicas en los pasillos o el eco del Gran Comedor. Nadie dudaba de su odio mutuo. Ni siquiera ellos.
Y sin embargo, algo había comenzado a cambiar.
No fue repentino, ni producto de un evento dramático. Fue una lenta transformación, como el crujido de la madera antes de romperse. Como si, en medio del caos que empezaba a envolver al mundo mágico, sus enfrentamientos dejaran de ser tan simples. Había algo en la forma en que se miraban ahora. Más allá del rencor. Más allá de las palabras punzantes. Un filo nuevo, cargado de algo que ninguno de los dos se atrevía a nombrar.
Hermione lo notó primero en la biblioteca, cuando Draco se sentó frente a ella sin decir una palabra y su presencia le erizó la piel. Lo notó cuando, en los pasillos, sus miradas se cruzaban y él no soltaba ningún insulto. Lo notó cuando, en vez de asco, empezó a sentir otra cosa en su estómago: algo pesado, algo denso.
Draco lo supo antes. Desde que Hermione dejó de ser solo "la sangre sucia sabionda" y se volvió una obsesión silente, una presencia inevitable. No podía evitar verla. En las clases, en los duelos, en sus sueños. La detestaba por hacerle sentir cosas que no debería. Y la deseaba por la misma razón.
Nadie lo entendía. Ni ellos mismos.
Y entonces, el castigo.
Un enfrentamiento más entre Gryffindor y Slytherin. Otro estallido de hechizos no autorizados en los pasillos. Castigo doble. Aula cerrada. Cuatro horas limpiando sin magia. Justo ellos dos.
El aula del cuarto piso olía a polvo, humedad y tensión.
—Podrías al menos fingir que sabes usar un trapo —dijo Hermione sin mirarlo, mientras limpiaba un escritorio oxidado.
—Podrías fingir que no te molesta que te mire —respondió Draco desde una esquina, apoyado con arrogancia estudiada.
Hermione giró lentamente, ceño fruncido.
—No me molesta.
—Claro que sí. Como todo lo que no puedes controlar.
Ella apretó el trapo entre los dedos. Él avanzó un paso. La distancia entre ambos, ya de por sí peligrosa, se volvió insoportable.
—¿Por qué haces esto? —preguntó ella, sin voz para la rabia, solo para el temblor.
Draco se detuvo a un par de pasos. La miró con algo crudo en la expresión. Algo que no estaba acostumbrado a mostrar.
—Porque no lo soporto más. Fingir. Fingir que no te veo. Que no me enloquece esta… cosa.
—¿Esto? —Hermione alzó la barbilla—. Esto es una ilusión. Producto del encierro, del cansancio. De la guerra que se acerca.
Draco dio el último paso.
—Entonces dime que no quieres lo mismo que yo.
Hermione no lo dijo. Porque no podía mentir.
Sus labios se encontraron en medio del silencio. No hubo preámbulo, ni dulzura. Solo el choque de dos tormentas que por fin se encontraban. Draco la tomó por la cintura con torpeza y decisión. Hermione lo sujetó por el cuello, atrayéndolo con una urgencia que no sabía que tenía.
Sus bocas se buscaban con hambre. Con rabia y deseo entrelazados. Draco la apoyó contra un escritorio mientras sus dedos recorrían su espalda como si memorizara el camino a tientas. Hermione temblaba, no de miedo, sino de reconocimiento. De entrega.
Las manos se perdían en telas, botones, piel apenas expuesta. El aire estaba cargado de calor, de jadeos entrecortados. Hermione sintió su blusa abrirse entre dedos nerviosos, su falda arrugarse, sus piernas rodearlo sin pensarlo. Draco descendió por su cuello con besos que quemaban, y ella arqueó la espalda, con los ojos cerrados, sin pensar en nada más que en él.
No cruzaron la línea. Pero la rozaron con cada caricia, con cada roce que duraba apenas un segundo más de lo permitido. Sus cuerpos se presionaban, se reconocían, se exigían en el límite exacto del control.
Fue intenso. Rápido y eterno. Sus respiraciones se entremezclaban como si fuera lo único que existía. Sus cuerpos se hablaban sin palabras, sin lógica. Solo necesidad. Solo deseo contenido por demasiado tiempo.
Cuando todo terminó, Hermione respiró hondo. Se bajó de la mesa con lentitud. Recogió su varita y comenzó a abotonarse con dedos algo torpes. Draco se quedó unos segundos más en silencio, con la mirada clavada en el suelo.
—Esto no significa nada —dijo él, como si necesitara decirlo en voz alta para convencerse.
—Lo sé —respondió Hermione, con una voz inesperadamente firme—. Solo fue… algo que pasó.
Se miraron por última vez.
—Un secreto —murmuró él.
—Entre tú y yo —asintió ella.
Y sin decir más, salieron del aula por puertas distintas. Afuera, el castillo seguía con su rutina habitual. Pero dentro de ellos, algo se había quebrado. O tal vez, algo apenas acababa de empezar.