Capítulo 1: Diferencias.
El aire en la cámara bajo la escuela era espeso. El espejo frente a mí reflejaba algo más que mi rostro jadeante: reflejaba miedo. El mío, sí… pero también el de quien me enfrentaba.
—Dime qué ves, muchacho —insistió Quirrell con la voz temblorosa, aunque el tono de Voldemort, desde su nuca, seguía siendo gélido como el acero—. ¡Dime si ves la Piedra!
Yo la sentía en mi bolsillo. El espejo me la había dado, como si supiera que yo no la usaría. Como si confiara en mí.
Pero no podía dejar que ellos lo supieran.
—Veo... veo a mí mismo —dije despacio, con un temblor deliberado en la voz— ganando la Copa de las Casas. Todos me aplauden.
Una mentira. Pero una buena.
—¡Miente! —gritó Voldemort desde el turbante. Su voz era un chillido contra el silencio de la piedra—. ¡Lo tiene! ¡El chico la tiene!
Quirrell vaciló. Por un segundo, pareció dudar. Tal vez temía fallar otra vez. Tal vez temía a lo que Voldemort le haría si no actuaba. Y en ese instante, algo dentro de mí se encendió.
—¿Qué esperas, profesor? —dije con los dientes apretados—. ¿Otra vez necesitas que tu amo te diga qué hacer? Qué vergüenza, un adulto siguiendo las órdenes de un parásito…
Su varita se alzó con un movimiento seco.
Y no hubo aviso.
—¡Avada Kedavra! —gritó Quirrell.
El mundo explotó en verde.
No sentí dolor. Solo un tirón profundo, como si algo dentro de mí se soltara. Como si me desgarraran el alma, pero sin violencia. Era más… pacífico de lo que esperaba. Silencio. Oscuridad. Una calidez que no era de este mundo.
Pensé en Ron. En Hermione. En Hagrid.
Y luego… no pensé en nada.
/
El suelo era blanco, y tan suave que no parecía suelo. El aire olía a limpio, pero no a limpieza: a algo nuevo, recién creado.
Harry se incorporó poco a poco, con una mano en la frente. No sentía dolor, pero sí un peso extraño en el pecho. Como si algo lo hubiera dejado… vacío.
A su alrededor, solo niebla y luz, y más allá… una estación. Antiguos rieles metálicos atravesaban un vasto andén, y una estructura parecida a King's Cross —aunque reluciente, impecable— lo rodeaba como una catedral sin sombras.
Estaba solo.
O al menos eso pensaba.
Un sonido húmedo, como un sollozo ahogado mezclado con carne desgarrada, lo hizo girar hacia una esquina del lugar. Bajo uno de los bancos, encogido, casi pegado al suelo como una criatura indeseada, yacía… algo. No tenía forma exacta, pero parecía humano. Un niño, tal vez. Deforme, retorcido, cubierto de una especie de sangre negra que no dejaba de hervir. Respiraba de forma irregular, con gemidos entrecortados.
Harry dio un paso hacia él, pero algo dentro —un instinto, un escalofrío— le impidió acercarse más.
—No puedes ayudarlo —dijo una voz suave detrás de él.
Se volvió de inmediato.
Era una mujer. Joven, pero no tanto. Hermosa, con cabello rojo como el fuego y ojos verdes que brillaban con una calidez imposible. Vestía como si viniera de un lugar que Harry jamás había visitado, pero sus ojos… sus ojos eran iguales a los suyos.
—¿Quién eres? —preguntó con voz temblorosa.
La mujer sonrió, triste.
—Soy tu madre, Harry.
El mundo pareció detenerse.
Harry dio un paso hacia atrás, sin saber si correr o llorar. Su mente intentaba negarlo, pero su corazón… su corazón lo sabía. Era ella. Sin haberla conocido nunca, sin recuerdos reales, sabía que era su madre.
—¿Estoy… muerto?
Lily asintió con suavidad. No había juicio en su rostro, solo pena.
—Sí, cariño. Quirrell te lanzó la maldición asesina. Fue rápido. No sentiste dolor, ¿verdad?
Harry negó lentamente. Todo había sido un fogonazo, luego... oscuridad.
—¿Entonces esto es el cielo?
—No exactamente. Es un punto intermedio. Un lugar entre la vida y lo que viene después —dijo ella, arrodillándose a su altura—. No tienes que quedarte aquí. Puedes volver.
Harry la miró, confundido.
—¿Volver? ¿Cómo? ¿Por qué?
—Porque la Piedra Filosofal está en tu bolsillo —explicó Lily con una ternura inmensa—. Te dio una última conexión con la vida. Una posibilidad. Solo si lo deseas. Nadie puede obligarte.
Harry se quedó en silencio.
Miró a la criatura encogida bajo el banco… luego a su madre… y luego a sus propias manos. Estaban limpias. No había sangre. No había quemaduras. Nada.
—No quiero volver —susurró de pronto—. Allá solo me odian. Los Dursley… Voldemort… me quieren muerto. Nadie me quiere vivo, excepto quizás Ron y Hermione. Pero… aquí estás tú. Aquí está papá, ¿verdad?
—Sí —dijo una voz detrás. James apareció caminando con calma, las manos en los bolsillos y una sonrisa apagada—. Estoy aquí, hijo.
Harry miró a ambos, y una parte de su alma —una parte rota desde que era un bebé— comenzó a sanar solo con verlos. Se permitió sonreír… por primera vez en mucho tiempo sin sentir miedo.
—Entonces me quiero quedar —dijo al fin. Y al decirlo, pareció que una puerta invisible se cerraba tras él.
Pero justo cuando Lily iba a extender los brazos para abrazarlo, una nueva figura apareció entre la niebla.
Alto. Sin rostro. Con una túnica negra que no tocaba el suelo, y ojos como grietas en la realidad misma. La voz que habló hizo temblar el suelo, aunque fue apenas un susurro:
—Eso no puede ser.
Lily se puso de pie de inmediato, interponiéndose entre la figura y su hijo.
—¡No puedes obligarlo!
—No lo haré —respondió la entidad con serenidad. La Muerte no necesitaba levantar la voz para tener poder—. Su elección es válida. Harry Potter ha rechazado su destino. Y no puede ser forzado a cumplirlo. Lo respeto.
Una pausa. Algo… cambió en el aire.
—Pero el destino… debe cumplirse. Si él no lo hace, otro lo hará.
Lily pareció entender antes de que la frase terminara.
—¿Qué vas a hacer?
—No puedo obligar a Harry a regresar. Pero puedo ofrecer su lugar. Su cuerpo. Su magia. Su historia. A otro.
Y entonces, una segunda alma fue traída al lugar.
Una chispa distinta.
Un joven, de unos veinte años, apareció de pronto en el andén. Tenía el rostro pálido y los ojos llenos de confusión. Vestía ropa que no pertenecía a ese mundo, y miraba a su alrededor como si acabara de despertar de un sueño... o haber sido arrancado de uno.
—¿Dónde… estoy? —preguntó, con la voz tensa.
La Muerte lo observó, impasible.
—Bienvenido, Miguel. No estás aquí por accidente.
Mike dio un paso atrás, desconfiado.
—¿Quién eres? ¿Qué es este lugar?
—Soy la Muerte —dijo la figura, sin rodeos—. Y este es el umbral entre mundos.
—¿Qué? Espera… esto no tiene sentido. Yo estaba en mi casa. Me estaba durmiendo… —se miró las manos, el pecho— ¿Estoy muerto?
—No del todo. No como los otros. Tu alma fue extraída justo antes del sueño profundo. Porque necesitaba a alguien.
Mike entrecerró los ojos.
—¿Alguien para qué?
La Muerte se giró ligeramente, mostrando a Harry y a sus padres a la distancia.
—Harry Potter eligió no continuar su historia. Renunció a su destino. Pero ese destino aún existe. Y si no puede ser él… debe ser otro.
Mike retrocedió un paso más.
—¿Y tú… me elegiste a mí?
—Sí.
—¿Por qué?
La Muerte inclinó la cabeza.
—Porque no sabes lo suficiente para intentar controlarlo. Pero sabes lo suficiente para no ignorar lo que se avecina. Porque eres una mente joven, adaptable. Y porque llevas dentro el deseo de hacer el bien… incluso sin saber exactamente cómo.
Mike tragó saliva.
—¿Y qué me vas a hacer?
—Nada —respondió la Muerte—. Pero si aceptas… despertarás en su cuerpo. En su mundo. Con su historia. Y deberás vivirla como tuya. Con lo que sepas… y lo que seas capaz de aprender.
—¿Y si digo que no?
—Entonces volverás a dormir. Tu mundo seguirá igual. Y este… tendrá que encontrar otra alma. Pero no habrá muchas más oportunidades. Ni para él… —miró a Harry— ni para el mundo que deja atrás.
Mike miró a Harry. Al chico. A sus padres. A la estación sin trenes.
Y supo que esa era una decisión para siempre.
No había marcha atrás.
—¿Y si fallo? —preguntó, sin apartar la vista del muchacho que lo observaba con una mezcla de alivio, culpa… y algo más profundo: fe.
—Entonces moriremos todos —respondió la Muerte con una serenidad que helaba la sangre—. Pero al menos alguien lo habrá intentado.
Mike soltó una risa corta, áspera. No era burla. Era esa risa amarga que brota cuando no hay opciones y solo queda fingir que tienes el control.
—Genial.
La Muerte no respondió. No necesitaba hacerlo.
Fue Harry quien dio un paso hacia Mike, con los ojos vidriosos pero firmes.
—Por favor… cuídalos —dijo con voz baja, casi avergonzada por pedirlo—. Hermione… Ron… Neville. Hagrid. Ellos... ellos lo valen. No dejes que mueran por mí.
Mike lo miró por fin, directamente. Ese chico, roto y valiente, le estaba confiando lo único que le quedaba: sus amigos. Su mundo.
Asintió despacio.
—Haré lo que pueda.
Harry intentó sonreír, aunque le temblaban los labios.
La Muerte entonces alzó una mano, y el aire cambió. Más denso. Más… real.
—Tu alma será enviada al cuerpo de Harry Potter —anunció—. Despertarás justo después de su muerte. Pero no habrá descanso. El enemigo aún estará allí. Deberás luchar de inmediato.
Mike frunció el ceño.
—¿Qué?
—Te enfrentarás a Quirrell. A Voldemort —continuó la Muerte sin alterar su tono—. Sin preparación. Sin varita. Solo con lo que tengas dentro.
Mike dio un paso atrás, los ojos muy abiertos.
—¿¡Estás jodiéndome!? ¿¡Esto no estaba en el contrato!?
—No hubo contrato —dijo la Muerte con una sonrisa apenas visible—. Solo elección.
Mike apretó los puños, furioso, impotente.
—¡Hijo de perra!
—Buena suerte, Miguel —dijo la Muerte, mientras el mundo comenzaba a desvanecerse a su alrededor—. Trata de no hacerme una visita tan pronto. No podrás volver a vivir otra vez.
Y lo último que vio Mike antes de ser tragado por la oscuridad…
fue a Harry sonriéndole con gratitud.
Entonces… despertó.
/
Dolor.
No físico… no exactamente. Era como si su alma se hubiera estrellado contra una pared. Como si sus pensamientos no supieran a dónde ir. Un segundo antes estaba en esa estación imposible… y ahora…
Ahora el mundo era oscuridad y fuego.
Mike abrió los ojos de golpe, con un jadeo agudo. El pecho le ardía, la frente le palpitaba. El suelo bajo él era de piedra fría, y el aire estaba impregnado de humo y magia.
Estaba tendido en el suelo de una sala circular, iluminada por antorchas y por el resplandor rojizo de un espejo imponente, de marco dorado y aspecto antiguo.
Y frente a él… alguien gritaba.
—¡¿Cómo es posible?! ¡Debería estar muerto!
La voz era familiar, aunque distorsionada por la rabia. El hombre que hablaba tenía la cara pegada a la nuca de otro: Quirrell… y Voldemort.
Mike —no, Harry, no, Mike, joder, ¿quién soy ahora?— se obligó a incorporarse. Sentía las manos entumecidas, y su cuerpo… más pequeño. Más liviano.
Estaba en el cuerpo de un niño. De Harry Potter.
Y frente a él estaba un psicópata con dos rostros mágicos, uno de ellos literalmente Lord Voldemort.
"Estoy jodido. Estoy MUY jodido."
Quirrell se giró con lentitud, y su rostro —el que aún le quedaba— se contrajo en una mueca mezcla de sorpresa y furia.
—¡¿Cómo… estás… vivo?!
Mike no respondió. Aún intentaba mantener el equilibrio, respirar, entender lo que carajos podía hacer. No tenía varita. No sabía usar magia. No tenía entrenamiento. No tenía nada.
Excepto…
Excepto una orden desesperada: sobrevivir.
Vio el espejo. Recordó las palabras de Lily. La Piedra.
La Piedra está en tu bolsillo.
Rápidamente, tanteó con la mano derecha… y ahí estaba. Sólida. Tibia. La Piedra Filosofal.
Quirrell notó el movimiento y gritó:
—¡DAME ESO!
Corrió hacia él. Mike reaccionó sin pensar. Se echó hacia atrás, tropezando, y levantó la mano como si eso fuera suficiente para defenderse.
Quirrell lo tocó… y gritó.
Un chillido desgarrador, inhumano.
La carne de sus dedos comenzó a arder al contacto. Se retorció, retrocedió como si lo hubieran quemado con ácido.
Mike se quedó paralizado por un segundo, luego… sonrió.
—¿Te duele, bastardo?
Extendió ambas manos.
Quirrell vaciló. Voldemort rugió desde la parte trasera de su cabeza:
—¡TÓCALO DE NUEVO! ¡MATALO!
Quirrell lo intentó. Mike no lo permitió.
Se lanzó hacia él, sin pensar, como en un partido de rugby. Sus manos buscaron la cara del profesor poseído… y el efecto fue inmediato.
La piel de Quirrell chisporroteó, como si lo atravesaran rayos invisibles. Mike lo sostuvo con fuerza, con rabia, con desesperación pura.
—¡Esto es por Harry, hijo de puta!
El cuerpo de Quirrell empezó a desintegrarse bajo sus dedos. Se derrumbaba, ceniza viva.
Voldemort chillaba. Mike no sabía si dentro o fuera de su cabeza.
Una fuerza lo arrojó de espaldas contra el suelo.
Oscuridad.
Frío.
Nada.
/
Luz.
Pero esta vez, cálida. Suave. Real.
Mike despertó con una punzada en el pecho y un pitido constante en los oídos. La sensación de estar en un cuerpo ajeno seguía presente, pero ahora estaba… más asentada. Como si el alma comenzara lentamente a encajar en su nuevo recipiente.
Parpadeó.
Estaba en una cama blanca, con sábanas perfectamente dobladas, y el techo que tenía encima era de piedra antigua. Cortinas dividían otras camas cercanas, y un silencio amortiguado llenaba el aire.
La enfermería.
—Ah, por fin —dijo una voz al costado.
Mike giró la cabeza con esfuerzo. Un anciano de barba larga, ojos brillantes y un sombrero ridículamente puntiagudo estaba sentado en una silla junto a su cama. Tenía una expresión amable, pero en sus ojos había una intensidad que no se correspondía del todo con su sonrisa.
—Buenos días, Harry —dijo Albus Dumbledore.
Mike tragó saliva. Pensó rápido. Muy rápido.
No podía decir quién era en realidad. Nadie debía saberlo y menos Dumbledore, no quería ser la nueva arma del director o el nuevo cerdo que criaría para el matadero.
—¿Qué… qué pasó? —murmuró, fingiendo confusión.
—Me parece una pregunta muy razonable —respondió Dumbledore, cruzando los dedos sobre su regazo—. Derrotaste a Voldemort. O, más bien, sobreviviste a su ataque. Algo que muy pocos pueden decir.
Mike cerró los ojos un instante. Procesaba. Planeaba.
—¿Y Quirrell? —preguntó con voz débil.
—Muerto —respondió Dumbledore, con un dejo de pesar auténtico—. Su cuerpo no resistió el contacto contigo. Fue… extraordinario. Aunque debo confesar que aún no entiendo del todo por qué ocurrió. Tú, probablemente, tampoco. ¿O sí?
Mike negó suavemente. No iba a darle más de lo necesario. No ahora.
Dumbledore lo observó un segundo más, luego asintió.
—Descansa por ahora. Madame Pomfrey estará encantada de seguir cuidándote. Ron y Hermione han estado viniendo a verte todos los días. Los avisaré cuando despierten. Aun quedan unos días para la ceremonia de fin de año. Y tú... mereces más de una ovación.
Se levantó, pero antes de irse, se detuvo en la puerta.
—Harry… —lo llamó sin volverse—. Gracias. Por todo.
Mike asintió en silencio. Dumbledore salió.
Por unos segundos, el cuarto volvió a quedar en calma. Mike hundió la cabeza en la almohada, cerrando los ojos. No lloró. No habló. Solo respiró.
Una vida había terminado.
Y otra apenas comenzaba.
Con magia que no entendía.
Con un mundo que no conocía.
Y una guerra que no era suya… pero ahora sí lo era.
/
—Muy bien, Potter —dijo Madam Pomfrey mientras doblaba una manta con manos firmes—. Estás oficialmente dado de alta. Pero quiero que descanses, y nada de esfuerzos mágicos ni andar por ahí metido en líos. ¿Me entendiste?
Mike asintió, ajustándose la túnica escolar recién lavada. No dolía nada físicamente, pero aún sentía esa incomodidad sutil de habitar un cuerpo que no era suyo. Como ponerse un abrigo prestado: servía, pero todavía no le pertenecía.
Apenas cruzó la puerta de la enfermería, los vio. Ron y Hermione estaban allí, esperándolo. Ron tenía la mochila colgada del hombro y estaba distraído lanzando una moneda al aire. Hermione sostenía un libro, pero al verlo aparecer lo cerró con un suspiro de alivio.
—¡Por fin! —exclamó ella, con una sonrisa que casi parecía querer abrazarlo.
—Vaya, ya era hora —añadió Ron, con una media sonrisa—. Pensamos que te iban a encerrar por el resto del curso.
Mike se detuvo frente a ellos, haciendo un esfuerzo consciente por no parecer demasiado incómodo. Les devolvió una sonrisa leve.
—¿Listos para volver? —preguntó, con tono casual.
—Sí —dijo Hermione—. La torre de Gryffindor se siente muy vacía sin ti.
Mike miró alrededor, con la vista apuntando al pasillo.
—Perfecto. Entonces… ustedes adelante. Todavía estoy un poco aturdido, así que me vendría bien seguir su ritmo —añadió con naturalidad, como si simplemente le costara caminar.
Ron no sospechó nada. Dio media vuelta con paso despreocupado.
—Vamos, entonces. Hay una escalera que no se mueve tanto a esta hora.
Hermione lo siguió, y Mike caminó detrás de ellos, observando en silencio.
Era su primera vez viendo el castillo en movimiento real. Los techos altísimos, los cuadros susurrantes, las armaduras que giraban al paso, las escaleras vivas… Todo parecía sacado de un sueño extraño. Y sin embargo, debía actuar como si ya conociera cada rincón.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Hermione de pronto, sin mirarlo, como si quisiera hacerlo sonar casual.
—Mejor. Solo… cansado —dijo Mike sin mentir demasiado.
—Normal, después de lo que pasó —comentó Ron—. Estar inconsciente tres días no es cualquier cosa.
Ninguno de los dos presionó más.
Siguieron caminando hasta que, tras cruzar una larga galería con vidrieras que reflejaban la luz como fuego líquido, llegaron al retrato de la Dama Gorda.
—¿Te acuerdas de la contraseña? —preguntó Ron.
Mike abrió la boca, pero Hermione se adelantó, impaciente:
—"Espinas de escarbato".
La Dama Gorda chasqueó la lengua y se abrió con un suspiro.
La sala común de Gryffindor los recibió con su familiar calidez: sillones mullidos, la chimenea crepitando, los estandartes colgando como si nada hubiera pasado.
Mike cruzó el umbral y se detuvo un segundo, absorbiendo cada detalle.
Lo logré, pensó. Un paso a la vez.
Ron ya se había dejado caer en un sillón. Hermione lo observó de reojo, como si aún se preocupara, pero sin decir nada más.
Mike subió la mirada por las escaleras que llevaban a los dormitorios.
Solo quedaba seguir actuando. Fingir que todo estaba bien. Aprender. Encajar.
Y rezar porque nadie notara la diferencia.
/
La torre estaba en silencio.
Los rayos de la luna entraban suavemente por las ventanas altas, y las cortinas rojas con bordes dorados colgaban inmóviles alrededor de las camas con dosel. El leve murmullo de la respiración de sus compañeros de dormitorio acompañaba el silencio. Ron roncaba, como era de esperarse. Neville giraba en sueños. Mike, en cambio, no podía dormir.
Estaba despierto, acostado de espaldas, mirando el dosel sobre él, sintiendo el peso de todo lo que había pasado en las últimas horas, y lo que vendría después.
¿Dónde voy a pasar el verano?
Volver con los Dursley no era una opción. Punto. Tal vez para Harry lo había sido por obligación, por miedo o costumbre. Pero él no lo permitiría. Era un adulto, con años encima que esos muggles nunca entenderían ni controlarían. No aceptaría ni un solo maltrato.
Lo que necesito es otra salida. Una excusa. Una invitación. Algo.
Pensó primero en los Weasley. Ron lo consideraba su mejor amigo, era posible que lo invitaran. Parecían una familia cálida, acogedora, de esas que uno no se imaginaba que existieran en realidad.
Pero ahí estaba el problema.
Dumbledore.
Era imposible imaginar que el director no estuviera encima de eso. Si le decía a los Weasley que debía regresar con los Dursley por "seguridad" o "el bien mayor", ellos probablemente lo obedecerían. Quizás con dolor, pero lo harían. Eran leales. Demasiado leales.
No puedo arriesgarme a que me entreguen como si fuera propiedad de alguien.
Luego pensó en Hermione. Sería más fácil conseguir su ayuda académicamente que como refugio. Ella haría preguntas. Muchas. Lo analizaría, cruzaría datos, haría deducciones. Podría descubrir que algo no cuadraba, que él no era el mismo chico que recordaban. No de inmediato, quizás, pero era un riesgo demasiado alto.
No necesito un interrogatorio de verano.
Entonces, su mente aterrizó en Neville.
Neville no parecía tener una relación muy cercana con Harry. Eso jugaba a su favor. Además, era tranquilo, reservado… y su familia era mágica. Eso podía ser muy útil.
Si su abuela —Augusta Longbottom, si recordaba bien— lo aceptaba en su casa, tal vez pudiera incluso practicar magia durante el verano. Algo que con los Dursley era impensable. No tenía detalles de cómo era esa mujer, pero por lo poco que sabía del canon, no parecía ser fácilmente manipulable. Al menos no del tipo que aceptaría órdenes sin cuestionarlas.
Tal vez… solo tal vez, pueda convencer a Neville de invitarme. Será raro, sí. Pero no imposible.
No necesitaba lujos. Solo un techo, una varita… y tiempo para pensar. Para aprender. Para prepararse para lo que vendría.
Porque lo que vendría no iba a ser fácil.
Mike suspiró y cerró los ojos.
Mañana sería un día ocupado.
/
Al dia siguiente.
El sol apenas asomaba por el horizonte, tiñendo de dorado las altas torres del castillo. En la torre de Gryffindor, el silencio reinaba. Casi todos los estudiantes seguían dormidos, sumidos en un merecido descanso tras los eventos caóticos del final del curso.
Mike, sin embargo, ya estaba despierto.
No por pesadillas, sino por costumbre. Su reloj interno, moldeado por años de disciplina y rutinas universitarias, no entendía de vacaciones ni magia. Se vistió en silencio y bajó las escaleras del dormitorio hacia la sala común vacía. Era un momento tranquilo, íntimo… pero no estaba solo.
Ahí, junto a la chimenea apagada, estaba Neville Longbottom, abrochándose la túnica con algo de torpeza.
—¿Neville? —dijo Mike, rompiendo el silencio.
El chico levantó la vista y se sorprendió un poco, pero sonrió—. Oh… hola, Harry. ¿Estás bien?
Mike asintió—. Sí. Me desperté temprano… supongo que aún estoy algo nervioso.
Neville hizo un gesto comprensivo—. Yo también. Iba a bajar a desayunar.
Mike lo dudó un segundo, no sabía dónde quedaba el gran comedor y no quería perderse o deambular por un castillo mágico sin saber usar su varita, así que tomó la oportunidad que tenía enfrente.
—¿Te molestaría si te acompaño?
Neville pareció halagado por la petición.
—Claro. Vamos.
Caminaron juntos por los pasillos aún medio oscuros del castillo. El eco de sus pasos y el canto lejano de algún pájaro mágico eran el único acompañamiento. Mientras bajaban una escalera móvil, Mike rompió el silencio.
—Quería agradecerte, Neville.
Neville parpadeó—. ¿Agradecerme?
—Por lo que hiciste. Cuando trataste de detenernos… lo que pasó con la piedra. Sé que fue peligroso. Y tú fuiste muy valiente.
Neville bajó la mirada, visiblemente avergonzado—. Yo… no lo sentí así. Solo… no quería que Gryffindor perdiera más puntos.
Mike sonrió con suavidad.
—Puede que hayas sido el único que actuó como un verdadero Gryffindor esa noche. Solo quería que lo supieras. Y también… perdón. Por haberte dejado atrás, por no explicarte nada.
Neville lo miró un instante y luego asintió, con una pequeña sonrisa. No dijo nada más, pero en su expresión había un brillo de reconocimiento y gratitud.
Llegaron al Gran Comedor, aún medio vacío. Solo un par de alumnos de otras casas estaban comiendo en silencio. Se sentaron juntos en la mesa de Gryffindor, y comenzaron a servirse pan tostado y algo de jugo de calabaza. La conversación se tornó más ligera. Hablaron de las vacaciones, del clima cambiante en Escocia, incluso de las plantas que Neville esperaba cultivar durante el verano.
Poco después, una figura conocida entró apresurada al comedor.
—¡Buenos días! —dijo Hermione, sentándose frente a ellos.
—¡Hola, Hermione! —dijo Mike, con una sonrisa genuina.
Ella lo miró con atención—. ¿Dormiste bien?
—Sí, bastante. Y… quería preguntarte algo —dijo, con el tono cuidadoso de quien lanza una idea que ha meditado durante horas—. Me di cuenta de que este año no me esforcé lo suficiente. Fue… un año muy extraño, pero eso no es excusa. Quiero corregir eso.
Hermione pareció congelarse por un segundo, y luego se iluminó.
—¿Hablas en serio?
—Sí —asintió Mike—. Me preguntaba si podrías prestarme tus apuntes. Me gustaría repasar todo durante el verano. No quiero empezar el siguiente año sin estar preparado.
Hermione se sonrojó ligeramente de emoción.
—¡Por supuesto! ¡Te haré copias de todo! Bueno… si no te molesta mi letra.
Mike rió—. Estoy seguro de que podré con eso.
Luego miró a Neville.
—Y pensé que quizás podríamos estudiar juntos, los tres. Así podríamos ayudarnos mutuamente.
Neville pareció sorprendido, pero asintió con una sonrisa tímida.
—Me gustaría eso.
Hermione los miró a ambos, encantada.
—¡Podríamos organizar un horario! Aunque… eso depende de dónde estén durante el verano.
Mike disimuló su gesto pensativo mientras tomaba un trago de jugo.
—Eso aún lo estoy viendo… pero seguro podremos coordinar algo.
Mientras el Gran Comedor comenzaba a llenarse lentamente, Mike sintió algo parecido a alivio. Estaba sembrando lazos, construyendo una red de apoyo, tomando decisiones activas sobre su futuro. Y aunque sabía que no podía confiar en todos, al menos por ahora… estos dos eran un buen comienzo.
Quedaban menos de una semana para la ceremonia de fin de curso y el comienzo del verano. Debía aprovechar bien esos pocos días.
/
La vida en Hogwarts comenzó a recobrar cierta normalidad con el paso de los días, aunque el eco de los acontecimientos recientes aún se sentía en los pasillos. A falta de clases y deberes formales, la mayoría de los estudiantes pasaban su tiempo entre juegos, conversaciones y descanso. No así Mike.
Desde el desayuno donde tuvo su charla con Hermione y Neville, una nueva rutina se formó. Un pequeño grupo de estudio informal nació en un rincón tranquilo de la biblioteca o junto a una de las ventanas de la sala común, donde el sol bañaba los libros abiertos con luz dorada. Hermione, siempre entusiasta, guiaba los repasos con precisión académica. Neville, menos seguro, escuchaba y aportaba tímidamente, pero cada día hablaba un poco más, se reía con más soltura… y sobre todo, comenzaba a confiar.
Mike escuchaba y tomaba notas. A veces pedía aclaraciones, fingiendo que ciertos conceptos se le habían escapado durante el año. Aunque en realidad, estaba aprendiendo todo desde cero.
/
—¿Sabías que los hechizos con raíces latinas tienen ligeras variaciones según el dialecto mágico de la región? —decía Hermione, emocionada, mientras pasaba páginas con velocidad.
—Ehh… no, pero suena lógico —respondía Mike, esforzándose por seguirle el ritmo.
—Es como la diferencia entre una mandrágora y una alraune —añadía Neville, con una media sonrisa. Mike asentía, genuinamente interesado.
/
Durante las tardes, mientras los demás se entretenían con ajedrez mágico o partidos improvisados de Gobstones, Mike buscaba rincones apartados en pasillos solitarios o aulas vacías. Allí, con la varita alzada y el ceño fruncido, practicaba.
—Lumos —susurraba.
Una chispa, tenue como una luciérnaga cansada, parpadeaba en la punta de su varita y moría al instante. Una y otra vez.
—Vamos… —gruñía entre dientes—. Es solo una luz.
Era frustrante. Su magia, aunque presente, era torpe, vacilante. Pero no se rendía.
Ron notó el cambio.
—¿Desde cuándo te importa tanto estudiar? —preguntó con una mueca, cruzado de brazos frente a él un par de días después—. Te la pasas con Hermione y Neville como si estuviéramos en medio del curso. Ya ni quieres jugar al ajedrez…
Mike solo sonrió.
—Creo que necesito un cambio, Ron. Es todo.
Ron resopló, pero no insistió. Estaba acostumbrado a las rarezas de Harry, aunque esta le incomodaba un poco más de lo habitual.
Mientras tanto, Mike y Neville seguían compartiendo más que libros. Conversaciones ligeras sobre sus familias, sus casas, incluso sobre cómo se sentían en Hogwarts. Mike aún se cuidaba de no revelar demasiado, pero poco a poco, comenzó a verlo no como un compañero incómodo, sino como un amigo en formación. Alguien leal. Sincero. Con buen corazón.
/
La Ceremonia de Fin de Curso
El Gran Comedor lucía espléndido aquella noche. Los estandartes de Slytherin colgaban desde el techo encantado, y el cielo falso reflejaba una noche estrellada y tranquila. Todos los estudiantes estaban reunidos, vestidos con sus túnicas formales, charlando y riendo.
Mike entró junto a Neville y Hermione, observando el salón como si fuera la primera vez. En cierto modo, lo era. Se sentaron juntos, cerca del frente de la mesa de Gryffindor. Ron llegó poco después, algo más relajado.
Dumbledore se levantó, su rostro lleno de esa mezcla de solemnidad y picardía que lo caracterizaba.
—¡Un año más ha llegado a su fin! —comenzó, su voz amplificada por un hechizo—. Antes de despedirnos y disfrutar de nuestro banquete, debemos ajustar un detalle importante: la Copa de las Casas.
Un murmullo recorrió el salón. Todos sabían que Slytherin tenía la delantera. Pero Dumbledore no había terminado.
—En tiempos de oscuridad, la valentía se manifiesta de muchas formas. Algunos actos de coraje merecen ser reconocidos, incluso si no ocurrieron en el aula.
Giró hacia la mesa de Gryffindor.
—A Hermione Granger… por su inteligencia y lógica, que ayudaron a sus compañeros a atravesar grandes obstáculos… otorgo cincuenta puntos.
Hermione se quedó boquiabierta. Los aplausos estallaron en la mesa de Gryffindor.
—A Ronald Weasley… por el temple mostrado en un juego que se volvió una verdadera prueba de estrategia y sacrificio… cincuenta puntos.
Ron palideció, luego se infló de orgullo.
—A Harry Potter… por su valor excepcional al enfrentarse a un peligro que superaba toda lógica… cincuenta puntos.
Mike bajó la cabeza ligeramente, sabiendo que no era del todo cierto… pero sintiendo también que estaba asumiendo el peso de ese nombre con responsabilidad.
Luego, Dumbledore miró a Neville.
—Y a Neville Longbottom… por su valentía al enfrentar a sus propios amigos y defender lo correcto… otorgo diez puntos.
Ese último anuncio fue el que rompió el equilibrio. Los estandartes de Slytherin desaparecieron, reemplazados por los rojo y dorado de Gryffindor. El comedor estalló en vítores.
Neville quedó petrificado un instante, luego fue abrazado por Hermione y aplaudido por todos a su alrededor. Mike le puso una mano en el hombro.
—Te lo mereces —le susurró.
La música comenzó a sonar, y el banquete apareció mágicamente sobre las mesas. Entre risas, comida y fuego en los candelabros, Hogwarts celebraba el fin de un año inolvidable.
Y Mike, aunque todavía no se sentía cómodo al 100% disfrutaba del gran festin y la emoción del gran salón. En verdad todo era una experiencia mágica.
Fin del capítulo.