Capítulo 2: Entre dos mundos.
El silbato del Expreso de Hogwarts resonó con fuerza, anunciando la inminente partida. Mike, en el cuerpo de Harry Potter, se acomodó en un compartimiento junto a Neville, Hermione y Ron, justo antes de que el tren comenzara a avanzar. Era un día soleado, y los rayos de luz se colaban por las ventanas mientras el tren se alejaba del castillo que ya comenzaba a extrañar.
Hermione sacó un libro apenas se sentó, mientras Ron comenzaba a hablar de lo increíble que había sido que Gryffindor le ganara a las serpientes babosas solo al último minuto y como sus caras habían pasado de una satisfacción a querer llorar con sus mamitas.
Mike solo lo escuchaba asintiendo en las partes justas. Realmente no le gustaba pasar tanto tiempo con Ron aunque eso se debía a que Ron actuaba como lo que era… un niño con mucha energía. Hermione era mas tranquila y madura, enfocada solamente en sus estudios y amigos. Neville era un chico tímido, pero con un gran corazón que en el fondo quería demostrar su valia como mago. Era mucho más sencillo tratar con ellos dos que con Ron
—Oye, Harry —dijo Ron después de un rato, sacando un paquete de ranas de chocolate—, ¿quieres venir a mi casa este verano? Mamá dice que seguro no te tratan muy bien esos muggles, y que podrías quedarte con nosotros unas semanas.
Mike forzó una sonrisa y asintió con la cabeza.
—Gracias, Ron. En serio. Agradezco mucho la invitación… se lo preguntare a mis tíos para ver si están de acuerdo.
No quiso dar una respuesta definitiva, aunque la idea de quedarse con los Weasley no le parecía mala… salvo por un detalle: era muy probable que Dumbledore supiera dónde estaba Harry si iba con ellos. Y después de todo lo que había descubierto y sentido en estos pocos días… no se fiaba de ese hombre. No aún.
Pasado un rato, Ron se durmió contra la ventana y Hermione parecía absorta en su lectura. Fue entonces que Mike se giró hacia Neville, que lo observaba en silencio.
—Neville —dijo en voz baja—. No quiero volver con los Dursley. Ese lugar no es un hogar… nunca lo fue. No me tratan como una persona. Me gustaría pasar el verano en otro lado… con alguien que no me odie.
Neville parpadeó sorprendido, luego su rostro se iluminó con una tímida sonrisa.
—Podríamos preguntarle a mi abuela —dijo con entusiasmo contenido—. Mi abuela me ha contado que cuando mi padre era joven… él y el tuyo, James junto a su amigo Sirius, pasaban algunos veranos juntos. Eran amigos muy cercanos. Estaban en el equipo de la casa.
Mike sintió una punzada extraña en el pecho. Frank Longbottom, James Potter, Sirius Black… los nombres sonaban con fuerza, como fantasmas de un pasado que solo conocía a través de libros y películas.
—¿Sirius? —repitió con tono suave.
Neville asintió, pero bajó la mirada. Su voz se volvió apenas un susurro:
—Sí… bueno… antes de que… ya sabes. Antes de que se volviera… eso. El traidor.
El silencio cayó entre ambos. Mike entendía por qué Neville no quería hablar de Sirius Black. A ojos del mundo mágico, era un monstruo, un asesino, el traidor que entregó a los Potter. Mike sabía que ese nombre sería uno importante más adelante, pero ahora no era el momento.
—Gracias, Neville. En serio. No sabes cuánto significa eso para mí.
Neville se encogió de hombros, ruborizado.
—Me gustaría que vinieras. Nunca he tenido… un amigo así. Sería genial pasar el verano juntos.
Mike sonrió, esta vez con sinceridad. El lazo con Neville se fortalecía, lento pero seguro. Y aunque aún quedaban muchas piezas por encajar, al menos ya no se sentía tan solo.
El tren seguía avanzando, dejando atrás Hogwarts… y arrastrando consigo los primeros pasos de un verano que cambiaría muchas cosas.
/
El Expreso de Hogwarts llegó a la estación King's Cross con el chirrido familiar de los frenos y un leve sacudón. Los estudiantes comenzaron a bajar con emoción y maletas en mano, y el bullicio de padres, tías y hermanos llenó el andén 9.
Mike, acompañado de Neville, Ron y Hermione, arrastró su baúl en silencio. Cada paso que lo acercaba al mundo muggle le pesaba más. Sabía lo que lo esperaba.
Hermione se despidió con un fuerte abrazo, dejando a Mike sin aire por un segundo.
—¡Cuídate este verano, Harry! —le dijo, mirándolo con entusiasmo—. Y me alegra mucho que quieras repasar. Te prestaré todos mis apuntes si quieres. Te los enviaré por lechuza esta semana.
—Gracias, Hermione —respondió Mike, sinceramente agradecido—. Me alegra contar contigo.
Ron apareció justo después, con su madre Molly llamándolo a gritos desde la otra punta del andén.
—¡Nos vemos pronto, Harry! ¡Y piensa lo de ir a la Madriguera! Mamá insistirá de todos modos, ya lo verás.
Mike asintió, disimulando la tensión en su estómago.
—Claro, Ron. Saluda a tu familia.
Una voz firme y algo severa rompió el momento.
—Neville. ¿Ese es tu amigo?
Mike giró y vio por primera vez a Augusta Longbottom: alta, con un sombrero verde llamativo decorado con un buitre embalsamado, y una presencia imponente. Sostenía su bolso con ambas manos y lo examinaba de pies a cabeza con una ceja alzada.
Neville se aclaró la garganta.
—Sí, abuela. Este es Harry Potter… digo, Harry. Mi amigo.
Augusta asintió brevemente.
—El famoso Potter. Encantada —dijo sin mucho entusiasmo, pero con respeto—. Neville me estaba contando que… no querías pasar el verano con tus familiares muggles.
Mike se tensó, pero mantuvo la compostura. Asintió lentamente.
—Así es. No tengo buena relación con ellos.
La señora Longbottom cruzó los brazos y lo evaluó un momento.
—Bueno… veremos. No prometo nada, pero si mi nieto insiste tanto… escribiré en unos días. Ten paciencia.
—Gracias, señora Longbottom —respondió Mike con un pequeño suspiro de alivio.
Neville le sonrió con entusiasmo y se despidió con un gesto mientras su abuela lo apuraba.
—¡Te escribiré, lo juro! —gritó mientras se alejaban entre la multitud.
Y entonces… llegaron.
Petunia Dursley caminaba rígida como un palo, con la nariz alzada como si el andén oliera mal. Vernon, rojo y resoplando, lo miró como si ya hubiera hecho algo malo solo por existir. Dudley, escondido detrás de sus padres, parecía estar rezando por que nadie supiera que tenía un primo mago.
—Ahí estás, muchacho —gruñó Vernon—. Vamos. No tenemos todo el día.
—Ni una carta, ni una visita —añadió Petunia con frialdad y sarcasmo. Aparentando ser una Tía ejemplar en público.—. Te pasaste el año olvidándote de tu familia.
Mike los miró con una mezcla de lástima y desprecio. Contuvo sus palabras. No valía la pena. Solo tenía que aguantar unos días… unos pocos días. Luego, con suerte, la señora Longbottom lo sacaría de ese agujero.
Y si no… encontraría otra forma.
Agarró su baúl sin decir una palabra y los siguió. El mundo mágico quedaba atrás… por ahora.
/
Privet Drive era exactamente como lo recordaba… o mejor dicho, como lo había leído y visto: casas idénticas, céspedes perfectos, vecinos vigilantes y una atmósfera asfixiante de normalidad artificial.
Para Mike, que ahora vivía en el cuerpo del joven Harry Potter, aquello era una cárcel disfrazada de suburbio. Sabía que los Dursley no lo querían allí. No necesitaba poderes mágicos para sentir el desprecio en cada mirada de Petunia, el gruñido de Vernon, o la repulsión que Dudley no se molestaba en ocultar.
Nada más llegar, lo primero que hicieron fue confiscarle todas sus pertenencias mágicas. La varita, su baúl, los libros, incluso el álbum de fotos… todo fue encerrado bajo llave en el armario bajo la escalera, como si eso pudiera erradicar su "anormalidad". Solo Hedwig escapó del encierro, pues Petunia no quería oír los chillidos nocturnos de una lechuza furiosa en una jaula cubierta.
Desde ese momento, supo que sería insoportable. A pesar de haber viajado 8 horas en tren, del cansancio del viaje y los últimos, Petunia no dudó en ponerlo a barrer, a lavar los platos, a quitar la mala hierba del jardín trasero, y a pintar una cerca bajo el sol ardiente. Como siempre. Vernon insistía en que "no comería gratis", y Dudley no perdía oportunidad de burlarse o tropezarlo "accidentalmente".
Mike se mordía la lengua. No podía hacer nada, este nuevo cuerpo sufría de una desnutrición y no podía usar magia, no tenia su varita ni los conocimientos suficientes, además tampoco quería alertar al Ministerio y recibir una notificación por uso indebido, lo último que necesitaba era un problema legal con un gobierno que apenas empezaba a conocer.
Los días pasaban, uno tras otro, como en una prisión de rutina absurda. A las seis, levantar. A las siete, limpiar. A las ocho, desayuno que no podía tocar hasta que todos comieran. Luego, más limpieza, jardinería, o cargar cajas solo para entretener la crueldad de Vernon. Dudley miraba la televisión o salía en bicicleta mientras Mike sudaba bajo el sol.
Y lo peor de todo: la impotencia. Había enfrentado a un monstruo en el sótano de una escuela mágica y ahora no podía defenderse de una familia de abusadores suburbanos sin meterse en problemas legales.
Y sin embargo, no todo fue completamente insoportable.
Como estudiante de ingeniería, Mike sentía una pasión sincera por los vehículos, y en una de las tantas mañanas en las que Vernon lo obligó a lavar el coche familiar, encontró algo de consuelo. El auto era un Ford viejo, bien cuidado pero con detalles. Vernon supervisaba con escepticismo al principio, hasta que Mike —con cuidado de sonar como "Harry, el raro", y no como un técnico profesional— hizo un par de comentarios sobre el carburador y un ajuste en las bujías.
—¿Y tú qué sabes de eso? —gruñó Vernon.
—Lo vi en un documental, creo… —improvisó Mike, encogiéndose de hombros.
Para su sorpresa, Vernon se mostró interesado. No amigable, claro, pero sí curioso. Lo hizo acompañarlo al garaje unas cuantas veces, y aunque Mike solo podía ofrecer sugerencias limitadas sin levantar sospechas, esas interacciones le dieron un pequeño respiro. Era lo más cercano a una conversación sin gritos que había tenido con su "tío".
Mike, acostumbrado a su vida adulta y libre, contaba los días. La frustración crecía como una olla de presión. Pensó en escapar más de una vez. Escribió una carta a Neville pidiéndole ayuda, incluyendo la dirección completa de Privet Drive, confiando en que su amigo encontraría una forma de hacerlo llegar a su abuela. Era su única esperanza.
Y justo el séptimo día, cuando ya tenía todo listo para huir en la madrugada, sucedió.
Un golpe seco, autoritario, sonó en la puerta. Vernon la abrió con fastidio, y palideció de inmediato.
Allí estaba ella.
Alta, imponente, vestida con un abrigo formal de tonos oliva, un sombrero con plumas, y una expresión tan severa como un juicio final. Augusta Longbottom no necesitaba gritar para imponerse. Su sola presencia bastaba para hacer retroceder a Vernon medio paso.
—¿Harry Potter vive aquí? —preguntó sin rodeos.
—Eh… sí, claro, arriba… —Vernon intentó recuperar la compostura, pero el traje extraño, el aura mágica innegable, y esa forma tan autoritaria de hablar lo hicieron retroceder mentalmente a las pesadillas que tenía con brujas de piel verde y demonios.
—Vengo a recogerlo. Mi nieto lo ha invitado a pasar el verano con nosotros.
—¡Perfecto! —exclamó Vernon antes de pensarlo—. ¡Petunia! ¡Prepara sus cosas! Si pudiera llevárselo todos los veranos, estaríamos muy, muy agradecidos. Ya sabe… esto no es para nosotros, gente de bien. Fenómenos y todo eso…
—Estoy segura de que no lo es —dijo Augusta, fríamente.
Mike bajó con su mochila lista. Sus ojos se cruzaron con los de Augusta y, por primera vez en una semana, sintió que alguien lo veía con respeto… o al menos con objetividad.
—¿Estás listo?
—Más que nunca —respondió él.
Sin despedidas, sin miradas atrás, cruzó la puerta. Petunia fingió no verlo. Dudley se escondió tras una cortina. Vernon le cerró la puerta en la cara a Augusta tan pronto como salieron.
—Le dieron gusto en largarse —murmuró Mike.
—Mejor para todos, ¿no crees? —replicó Augusta con tono seco.
Luego le ofrecio el brazo al joven a su lado y le pregunto.
—¿Alguna vez te has aparecido? —Dijo Augusta al joven Harry.
Mike movio su cabeza en un gesto de no mientras agarraba el brazo ofrecido.
Entonces Privet Drive se desvaneció. Y con ello, un infierno. Pero Mike pronto descubriría que Augusta Longbottom no ofrecía vacaciones, sino disciplina. Y tal vez, justo eso era lo que necesitaba.
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El viaje por aparición fue un golpe inesperado para Mike. Nunca antes lo había experimentado, y en cuanto sus pies tocaron tierra firme en un patio ajardinado con un rosal perfectamente recortado, su estómago se rebeló. Apenas logró alejarse un par de pasos antes de vomitar en una maceta cercana. Augusta lo observó con desaprobación silenciosa.
—Típico —dijo con un suspiro—. Ya te acostumbrarás.
La casa Longbottom era antigua, majestuosa, de paredes de piedra clara y ventanales altos. El aire olía a lavanda y pergamino viejo. Neville los esperaba en la entrada con una sonrisa nerviosa, claramente emocionado por tener a su amigo allí.
Una vez dentro y tras tomar una taza de té en una sala adornada con retratos parlantes de ancestros Longbottom —la mayoría de los cuales lo miraban con juicio silencioso—, Augusta se sentó frente a Mike, con Neville a un lado.
—Dime, muchacho, ¿cómo ha sido tu vida con los muggles? —preguntó con un tono neutral, aunque en sus ojos brillaba la severidad.
Mike dudó un instante. No quería parecer débil, pero tampoco mentirle.
—Ha sido… difícil. Nunca me trataron bien. Ni siquiera intentaron explicarme nada del mundo mágico, ni lo que significaba ser un Potter.
Augusta frunció el ceño.
—Eso es completamente inaceptable —dijo, tajante—. Harry, eres el heredero de una de las casas mágicas más antiguas y respetadas. Los Potter pueden no alardear como los Black, pero su linaje es igual de ilustre. Tus abuelos, Charlus y Dorea Potter, fueron grandes magos. Tu padre, James, fue un joven noble aunque impulsivo… Y yo los conocí bien. Fui amiga cercana de tus abuelos y nuestros hijos —Frank y James— crecieron como hermanos. De hecho, tú y Neville debieron haber hecho lo mismo.
Mike lo procesó con una mezcla de sorpresa y culpa. Nunca había sabido nada de eso. Le costaba conectar ese linaje con el chico que había dormido en un armario bajo las escaleras.
—Me aseguré de que Neville aprendiera nuestras tradiciones. Y ahora haré lo mismo contigo. Ambos lo necesitan. Tienen una responsabilidad con sus nombres.
Entonces sacó un cuaderno de pergamino grueso y comenzó a detallar su plan.
—Aparte de realizar sus deberes que les dejaron para el segundo año, ambos recibirán instrucción en:
Etiqueta formal del mundo mágico.
Historia familiar de las casas Longbottom y Potter.
Identificación de linajes y escudos de armas.
Baile de salón.
Comportamiento en eventos sociales mágicos.
Lectura de protocolos del Wizengamot.
Modales en la mesa según la tradición mágica británica.
Métodos de viaje mágico.
—Además —agregó, mirando a Mike con severidad—, aunque puedes practicar magia esta casa, espero que lo hagas con responsabilidad, no tolerare nada menos que el mejor comportamiento de un invitado de tu categoría. Todas las casas mágicas son imposibles de rastrear debido a los elfos domésticos y los escudos protectores que impiden cualquier rastreo.
Mike y Neville intercambiaron miradas. Por primera vez desde su llegada a este mundo, Mike sentía que alguien no lo trataba como un niño. Era exigente, sí… pero también era algo a lo que estaba acostumbrado con la universidad.
Así comenzaba una nueva etapa para Mike, no solo como mago, sino como heredero de una familia mágica. Con Neville a su lado y Augusta como mentora implacable, tenía mucho por aprender… y poco tiempo para hacerlo.
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Pasaron apenas dos días desde la llegada de Mike a la casa de los Longbottom cuando Augusta, fiel a su palabra, hizo los arreglos necesarios para conseguir una tutora que pudiese encargarse de enseñarle a Harry Potter lo que, según ella, todo heredero de una familia antigua debía dominar.
Y así fue como una mañana, justo después del desayuno, apareció en la sala una mujer de rostro elegante, cabello castaño cuidadosamente recogido y ojos que parecían juzgarlo todo. Andromeda Tonks, anteriormente Black. Una sangre pura renegada, sí, pero formada desde su nacimiento en el corazón del elitismo mágico.
—Andromeda fue una de las mejores alumnas en protocolo de su generación —dijo Augusta con aprobación contenida—. Y a pesar de sus… decisiones personales —miró brevemente hacia un retrato que Mike no alcanzó a reconocer—, sigue siendo una de las más capaces en estas materias.
Andromeda lo observó con intensidad.
—Tu postura es inaceptable, Potter —dijo al primer vistazo—. Pero tus ojos muestran atención. Con eso podemos trabajar.
Al principio, las clases eran casi insoportables. Etiqueta en la mesa, saludos formales, genealogía mágica, expresiones correctas según el nivel social del interlocutor, entonación, modales. Mike, como adulto y con una mente analítica, captaba rápido los principios, pero tuvo que adaptarse al tono condescendiente que a veces venía de su instructora. Sin embargo, después de algunos intentos y explicaciones más concretas, comprendió la estructura detrás de todo: era un juego de poder, percepción y respeto mutuo entre casas mágicas antiguas.
En menos de una semana, Andromeda cambió su expresión de exasperación constante por una de genuina sorpresa.
—Con algo de práctica, podrías pasar por un Black si no abrieras tanto la boca —bromeó una tarde, lo que Mike interpretó como un cumplido.
Neville observaba todas esas clases con curiosidad. Ya había recibido parte de esa educación, pero nunca con la firmeza o claridad que Andromeda traía. Augusta insistía en que repitiera las lecciones junto a Mike, argumentando que revisar las bases era útil incluso para un futuro lord de una casa mágica.
Pero más allá del aprendizaje formal, Mike necesitaba algo más. Acostumbrado a tener una rutina activa en su mundo anterior, no soportaba la inactividad. Así que una mañana, antes de que el sol saliera del todo, comenzó a correr por el jardín de la propiedad. Al día siguiente añadió flexiones y sentadillas. Luego, ejercicios de respiración y coordinación.
Neville, al verlo, al principio lo miraba con extrañeza. Pero Mike no tardó en invitarlo a unirse.
—Un cuerpo fuerte puede ayudar a soportar una mente fuerte, Neville. No estamos hechos solo para libros y varitas.
—¿Esto de verdad ayuda? —preguntó el chico mientras intentaba imitar una sentadilla.
—Mucho más de lo que crees. Especialmente si algún día tienes que correr, esquivar o enfrentarte a algo que no espera que sepas pelear sin magia.
Neville accedió, al principio por cortesía, pero con el paso de los días comenzó a levantarse sin que Mike tuviera que llamarlo. Aunque Augusta arqueaba una ceja cada vez que los veía sudando en el jardín, no puso objeciones. De hecho, tras sorprenderlos un día ejecutando una rutina sincronizada, murmuró algo sobre "disciplina de aurores" y asintió con aprobación.
Aunque el verano avanzaba con ritmo constante, no todo era tan sencillo para Mike. A pesar de sus progresos en modales, etiqueta y acondicionamiento físico, había un área en la que no podía evitar sentir frustración: la magia.
Cada noche, cuando Neville se dormía o estaba ocupado en sus clases particulares, Mike se encerraba en un rincón privado del invernadero o del desván trasero, con la varita bien sujeta, murmurando hechizos básicos. "Lumos", "Alohomora", "Wingardium Leviosa"… los resultados eran siempre los mismos: chispas débiles, luces parpadeantes, movimientos torpes de objetos.
Era como si algo en él estuviera mal conectado.
Y lo peor era que no sabía si eso era culpa suya, del cuerpo que ahora habitaba, o del hecho de que técnicamente no era "el verdadero Harry Potter". Sabía que no podía pedir ayuda, y mucho menos llamar la atención de Augusta. Si ella llegaba a notar lo pobre de sus habilidades mágicas, pondría en duda todo lo que él era. Y eso, en una casa como la Longbottom, sería un problema.
Así que sonreía en los entrenamientos públicos, respondía con buenos modales, y por las noches intentaba que Lumos durara al menos más de tres segundos antes de apagarse.
Pero no todo era tensión. Tras semanas de obediencia, buenos modales y estudios, Mike logró convencer a Lady Longbottom de que les permitiera salir a visitar el pueblo muggle más cercano, argumentando que, para alguien como Harry Potter, criado por muggles, sería útil poder relacionarse con ambos mundos. Augusta aceptó, con una mirada que parecía decir: "tendrás mi permiso, pero no abuses".
El pueblo muggle, enclavado en los años 90, era un choque cultural inesperado para Mike. Publicidad en papel, autos antiguos, televisores con perillas, ropa con hombreras y música que solo recordaba por haberla escuchado en playlists nostálgicas de internet. Era 1992, y él venía del 2025.
Le fascinó todo.
Arrastró a Neville a recorrer las calles con entusiasmo contagioso. Entraron a una tienda de discos —o más bien, de cassettes— y Mike compró un pequeño reproductor portátil junto a unos cuantos álbumes de rock clásico, algo de pop y hasta una cinta con sonidos ambientales que lo hizo reír. Todo lo pagó con parte del dinero muggle que Harry había cambiado en Gringotts el año anterior.
—¿Y esto… cómo funciona? —preguntó Neville, examinando con curiosidad el cassette.
—Te prometo que te va a gustar más que cualquier canción con flautas mágicas —respondió Mike, poniéndose los auriculares con una sonrisa.
La mejor parte, sin embargo, fue cuando entraron por primera vez a un cine. La experiencia del sonido envolvente, la pantalla gigante y las palomitas con mantequilla dejó a Neville fascinado. Aunque no entendía del todo lo que veía —una película de aventuras con dinosaurios—, se reía cada vez que Mike saltaba en su asiento por un susto.
—Esto es una locura —dijo Neville al salir—. ¡Y los muggles hacen esto todos los días?
—En el futuro incluso más —respondió Mike con una nostalgia que no podía explicar.
De vuelta en casa, Augusta no comentó nada al ver las bolsas con cassettes ni el brillo en los ojos de Neville. Pero sí se aseguró de que sus tareas no se relajaran.
Mike tuvo que aprender los fundamentos del baile de salón. Aunque al principio creía que le iría mal, pronto descubrió que su experiencia con otros estilos —bailes latinos, algo de pop moderno, incluso algo de folklore aprendido por gusto— le daban una ventaja. Era ágil, tenía sentido del ritmo, y Andromeda no tardó en notarlo.
—No eres un desastre, después de todo —comentó en una de las prácticas—. Solo necesitas pulir el porte.
Además de eso, Augusta los hacía estudiar heráldica mágica, redactar cartas formales con pluma y tinta, repasar leyes del mundo mágico, y realizar simulacros de cenas diplomáticas con normas estrictas de etiqueta.
Pero a pesar del ritmo exigente, Mike no se sentía perdido. Estaba aprendiendo, creciendo, y lo más importante, creando un vínculo sólido con Neville. Lo escuchaba más, lo animaba a expresarse y a defender sus ideas, y celebraba cada pequeño triunfo con él. Neville era como un hermano pequeño al que enseñarle las maravillas del mundo y apoyarlo en el camino.
Y aunque la magia seguía siendo un punto débil en la oscuridad, el resto del verano empezaba a brillar.
Fin del capítulo.