Capítulo 4: Revelaciones.
El aire estaba tibio todavía cuando Daphne lanzó su pregunta con una voz serena pero cargada de intención:
—¿Quién eres en realidad?
Mike se quedó helado. Por un instante, el mundo pareció detenerse. No por magia, no aún, sino por el impacto emocional de esa pregunta.
Buscó las palabras. Las esquivó. Su mente, tan veloz para la lógica y la estrategia, se vio atrapada entre la incredulidad y el desconcierto. Había subestimado a Neville. Y, sobre todo, había subestimado a Daphne. Tal vez, pensó con una mezcla de resignación y frustración, era esa arrogancia que tienen los adultos al tratar con niños, esa suposición de que no verán más allá de las máscaras. Claramente, se había equivocado.
Cuando por fin iba a responder algo —una evasiva, una mentira piadosa, quizá una verdad a medias—, los tres sintieron un escalofrío atravesarles la espina dorsal.
El mundo a su alrededor comenzó a distorsionarse. Los colores se desvanecieron, como si fueran absorbidos por una sombra antigua. El bullicio de la fiesta se volvió eco lejano. El tiempo se desaceleró, cada movimiento tornándose espeso y pesado.
Y entonces, apareció.
La Muerte.
No surgió de entre las sombras, ni descendió de lo alto. Simplemente estuvo ahí, como si hubiera sido parte del escenario desde el principio y los ojos de los vivos solo ahora fueran capaces de verla. Su figura era alta, cubierta por una túnica oscura que parecía hecha del mismo vacío entre las estrellas. Su rostro era una máscara de hueso y sombra, y aun así, cuando sonrió, lo hizo con una familiaridad incómoda.
—Vaya, vaya —dijo con tono burlón—. ¿Y yo que pensaba que los niños eran fáciles de engañar? Felicitaciones, señorita Greengrass, señor Longbottom. Muy pocos han visto lo que ustedes han visto.
Neville tragó saliva con fuerza. Daphne no se movió ni un centímetro. Observaba con los ojos muy abiertos, pero sin rastro de miedo.
Mike apretó los puños, sin dejar de mirar a la figura oscura.
—¿Vienes por mí? ¿Ahora que me descubrieron?
La Muerte soltó una carcajada suave, casi elegante, como si la idea le divirtiera.
—Oh, no, no aún. Si eso te consuela, diré que estoy impresionado. No vine a arrastrarte a la otra orilla, sino a... informar. Hubo detalles en nuestra primera charla que omití. Y ahora, con tu alma asentada al fin en tu nuevo recipiente, me pareció oportuno visitarte. Además... —su mirada se deslizó hacia Daphne y Neville— estos dos resultaron ser mucho más útiles de lo que pensabas. Honremos esa perspicacia con la verdad.
Mike los miró, tenso. Neville fruncía el ceño, como si no pudiera decidir si tenía miedo o estaba indignado. Daphne mantenía la expresión neutra, aunque sus ojos lo absorbían todo con una intensidad casi analítica.
La Muerte alzó una mano, y con un gesto suave, como quien narra una historia olvidada, comenzó:
—Harry Potter murió. Su alma cruzó conmigo. Pero este mundo lo necesitaba, y decidí que alguien más debería ocupar su lugar.
Neville exhaló en voz alta, como si al fin una pieza faltante encajara en su cabeza.
—Entonces... ¿no es Harry? ¿Ni siquiera un poco?
—El cuerpo es de Harry —corrigió la Muerte—. Pero el alma es de otro. Él eligió esta carga. Y mientras viva, su deber será vivir como Harry... pero con la libertad de decidir qué caminos tomar, aunque el final de estos será el mismo.
Daphne cruzó los brazos, intrigada. Sus pensamientos eran claros y fríos como el hielo: aquello explicaba todo. Desde su llegada a Hogwarts, ella había observado a Harry con atención. No era por simple curiosidad: era un ejercicio inculcado desde la infancia. Su padre le había enseñado a mirar más allá de lo obvio, a cuestionar, a observar con intención. Y Harry Potter era una anomalía andante. El héroe del mundo mágico, criado por muggles, ausente de toda educación mágica formal, falto de modales de sangre pura. No era arrogante, ni altivo. Era tímido, inseguro, torpe. No encajaba con los cuentos. No encajaba con nada.
Y luego cambió. Durante las últimas semanas, Harry había adquirido una postura distinta. Había en su mirada un peso que no se ve en los niños. En la fiesta, se movía como alguien que ya había estado en muchas otras. Como alguien que sabía lo que se esperaba de él... y también cómo subvertirlo.
Y ahora esta presencia, la muerte, le daba forma a todas sus sospechas.
—¿Y qué caminos no puede cambiar? —preguntó Daphne, buscando entender los límites de esta verdad.
La Muerte la miró con una sonrisa hueca.
—Hay momentos en la historia que están anclados en el tiempo. Puntos de quiebre. Sucesos que deben ocurrir, aunque sus protagonistas, formas y consecuencias puedan variar. Puedes evitar una batalla, Mike, pero otra tomará su lugar. Puedes salvar a alguien... y perder a otro.
Mike asintió lentamente, comprendiendo el peso real de sus decisiones.
—Entonces, ¿por qué ahora? ¿Por qué esta charla?
—Porque tu alma ha dejado de luchar con el cuerpo. Finalmente, ha echado raíces. Y eso significa que el cuerpo empezará a cambiar.
—¿Cambiar cómo? —preguntó Neville.
—El alma moldea la carne. No volverás a ser exactamente como eras, Mike. Pero el cuerpo de Harry empezará a adoptar ciertas características tuyas: gestos, estructura, hasta el brillo de los ojos. Sutilmente, poco a poco. Lo suficiente para que quien te mire de cerca... note que ya no eres el mismo niño.
La Muerte miro a Neville y Daphne.
—Y por eso he venido también a dejarles un obsequio.
Tocó el pecho de Daphne y luego el de Neville. Una brisa helada los recorrió, y ambos dieron un respingo.
—Desde ahora, como recompensa por ver más allá de las mentiras, ustedes verán la verdad. A los ojos del mundo, él seguirá siendo Harry Potter. Pero para ustedes dos... siempre será Mike. Su verdadera imagen, adaptada a esta edad, pero inconfundible. Y, por seguridad, sellaré estos recuerdos dentro de ustedes. Nadie podrá extraerlos. Ni un Legeremante, ni un encantamiento, ni una maldición. Este secreto vivirá sólo en ustedes tres.
Neville parpadeó.
—¿Y eso es... bueno?
La Muerte rio suavemente.
—Eso depende de cómo usen la verdad. Algunos secretos son cargas... otros, escudos. Dependerá de ustedes convertir esta verdad en una herramienta de sabiduría o en una maldición.
Y sin más, la figura se desvaneció como la niebla al sol. El color volvió al mundo. El bullicio de la fiesta retornó como un río liberado de una presa. Solo que, para esos tres, todo había cambiado.
Mike respiró hondo. Sabía que esa noche marcaría el principio de una nueva etapa.
Neville aún parecía procesarlo todo, y Daphne… Daphne no le quitaba los ojos de encima.
/
La música cesó. Las luces titilaron como si un viento invisible hubiese cruzado la gran sala. Por unos segundos, todo quedó en un silencio que parecía devorar el tiempo. Luego, como si nada hubiera pasado, el bullicio del Cónclave volvió a tomar su lugar: las risas, los pasos, los murmullos.
Pero para tres personas, nada era igual.
Mike, Daphne y Neville seguían de pie en el rincón apartado del jardín interior, donde la Muerte acababa de desaparecer sin dejar más que el eco de sus últimas palabras. Una sensación extraña los envolvía, como si el aire mismo supiera que algo sagrado —o prohibido— había ocurrido.
Daphne fue la primera en hablar, sus ojos clavados en Mike con una mezcla de incredulidad y temor.
—¿Eso fue... la Muerte? ¿La verdadera?
Neville asintió con lentitud, aún con la piel de gallina.
—Lo sentí... como si todo dentro de mí se congelara. No creo que nadie más pudiera hacer eso.
—Entonces... —continuó Daphne, mirando fijamente a Mike—. ¿Es cierto lo que dijo? ¿No eres Harry Potter?
Mike bajó la mirada por un instante. No había rabia ni defensa en su postura, solo el peso de una verdad que llevaba semanas cargando solo. Levantó la vista con decisión y habló con voz firme:
—No. No soy Harry Potter. Al menos, no el que ustedes conocieron.
—¿Entonces quién eres? —preguntó Neville, su tono más de confusión que de reproche.
Mike tomó aire profundamente.
—Me llamo Mike. Soy... o era... un estudiante en otro mundo. Uno sin magia. En mi mundo, este —el mundo mágico— es solo una historia. Hay libros, películas... todo sobre Harry Potter. Todo sobre ustedes. Pero ahí, Harry murió enfrentando a Quirrell en su primer año. Eligió irse con sus padres.
Daphne y Neville intercambiaron una mirada de absoluto asombro.
—¿Y la Muerte te trajo aquí? ¿Por qué tú? —preguntó Daphne con seriedad.
—No lo sé con certeza. La Muerte dijo que necesitaba a alguien para ocupar su lugar. Alguien que completara su destino. Acepté... aunque no entendía realmente en qué me estaba metiendo. Al despertar, estaba en el cuerpo de Harry. Sin recuerdos de él, pero con la carga de su nombre.
Neville frunció el ceño.
—Y te acercaste a mí... ¿por qué?
Mike bajó la vista de nuevo, apenado.
—Al principio fue estrategia. Sabía que Dumbledore no podría vigilarme tan de cerca si estaba contigo, bajo el cuidado de tu abuela. Quería alejarme del control de los adultos, y de los Dursley. Pensé que estar a tu lado me daría libertad.
Neville cerró los puños, pero no habló. Mike levantó la mirada, decidido a terminar.
—Pero... eso fue al principio. Las semanas pasaron, y comencé a verte distinto. Ya no eras solo una vía de escape. Empecé a verte como un hermano. Nunca tuve uno, pero si lo hubiera tenido, habría querido que fuera como tú.
Neville se quedó callado un momento, digiriendo esas palabras. Finalmente, asintió, con una expresión solemne.
—Fuiste deshonesto, sí. Pero ya sospechaba que no eras el verdadero Harry. Realmente no me importo ya que no tenías malas intenciones y me diste cosas que nadie más me dio. Confianza. Respeto. Incluso mi abuela ha empezado a creer más en mí. Y eso... eso vale más que tu mentira inicial. Supongo que también te he visto como un hermano mayor, Mike.
Una tenue sonrisa asomó en los labios del joven. Mike le devolvió la sonrisa, aliviado.
Daphne, que había estado observando todo en silencio, habló con tono perspicaz:
—Dijiste que querías huir del control de Dumbledore. ¿Por qué? ¿Qué sabes de él que nosotros no?
Mike la miró con respeto. Sabía que no podía mentirle.
—Porque en mi mundo, todo esto ya pasó. Fue escrito. Contado. Pero no sé cuán fiel sea esa historia al mundo real. Y aunque tenga fragmentos de conocimiento, no quiero arriesgarme a cambiar cosas sin saber las consecuencias. En la historia, Dumbledore es... un hombre con buenas intenciones, pero que sacrifica demasiado en nombre del bien común. Y yo no quiero ser una de sus piezas.
Daphne se cruzó de brazos, aún analizando.
—Entonces si somos parte de una historia, ¿tienes información sobre nosotros?
—Realmente no, ambos no aparecieron mucho, solo se fragmentos de información, la mayor parte del tiempo solo estaban como personajes secundarios que aparecían en el fondo para rellenar la escena.
Daphne frunció el sello, al parecer Mike había tocado un fibra sensible con ese ultimo comentario.
—¿Y qué viene ahora? ¿Cuál es el próximo gran evento que no puede cambiar?
Mike se puso serio.
—La Cámara de los Secretos se abrirá. Ese era el siguiente gran evento en la historia. Pensé que podría evitarlo desde el principio, pero... después de lo que dijo la Muerte —que ciertos eventos son inevitables, aunque sus formas cambien—, ya no estoy tan seguro. Lo único que sé es que debo estar preparado. Y para eso... necesito su ayuda.
Los dos lo miraron sorprendidos.
—¿Nuestra ayuda? —dijo Neville.
—Sí. Ahora que saben la verdad, ya no tengo que fingir. No soy capaz de hacer magia como Harry. Puedo sentir su poder... pero no tengo su conocimiento. Nunca aprendí magia. Todo lo que hago es ensayo y error.
—Muéstrame —pidió Daphne con firmeza.
Mike levantó su varita, dudando, y murmuró:
—Lumos.
Una chispa parpadeó en la punta de la varita, débil y temblorosa, antes de apagarse.
Daphne entrecerró los ojos y tomó nota mental de lo que había visto.
—No es que no tengas magia —concluyó—. Es la varita. La varita elige al mago. Y esa eligió a Harry, no a ti. Tal vez por eso tus hechizos salen tan... torpes. No están en sintonía.
—¿Y eso se puede arreglar? —preguntó Mike, esperanzado.
—De momento no —respondió Daphne—. Tendrás que ir a comprar una. Cuando consigas una nueva puedo enseñarte los hechizos del primer año y algunos otros que conozco. No pienso ser un personaje de fondo en esta historia. No soy un personaje secundario que puedan dejar de lado.
Neville asintió con determinación.
—Y yo estaré contigo, Mike. No dejaré que mi hermano pelee solo. Si vamos a enfrentar lo que venga... lo haremos juntos.
En ese momento, se acercó Augusta Longbottom, impecable como siempre.
—Jóvenes, la fiesta aún no ha terminado —dijo Augusta Longbottom, acercándose con dignidad—. Mike, Neville, deben continuar con sus rondas. Hay muchos invitados que aún no han tenido el placer de conocerlos.
Daphne, como si hubiera encendido un interruptor interno, adoptó una postura perfectamente refinada, la de una dama de sangre pura.
—Señor Potter —dijo con voz melodiosa pero medida—, me encantaría tener sesiones de estudio con usted. Le comentaré la idea a mi padre. Estoy segura de que le parecerá apropiado.
Mike, entendiendo de inmediato la excusa velada, asintió con seriedad.
—Claro, señorita Greengrass. Estaré encantado de estudiar con usted.
Con eso, el trío regresó al interior del salón, uniéndose nuevamente a la fiesta. Más tarde, durante la cena, las mesas nobles fueron reorganizadas. Mike se encontró sentado junto a Neville, Augusta y los Greengrass, junto a la familia Bones.
El padre de Daphne, Lord Thomas Greengrass, un mago de presencia sobria y mirada inquisitiva, levantó su copa levemente y miró a Mike con una sonrisa aprobatoria.
—Mi hija me comentó sobre su intención de estudiar juntos, señor Potter. Me parece una idea excelente. Siempre es prudente que los jóvenes forjen alianzas... intelectuales, por supuesto —agregó con un tono ambiguo.
Los adultos de las otras familias intercambiaron miradas discretas, sonriendo con complicidad. Augusta levantó levemente una ceja. Amelia Bones sonrió con una expresión de satisfacción tranquila.
Mike notó cómo varios adultos intercambiaban miradas sugestivas y aprobatorias. Algunos sonreían con una mezcla de sorpresa e interés político.
"Claro… todos creen que me interesa Daphne", pensó, incómodo.
Quiso aclararlo:
—No es lo que parece —intentó decir—. Lo de estudiar con la señorita Greengrass, quiero decir. No es... no hay un interés de ese tipo.
—Oh, claro, claro —interrumpió Lord Greengrass con una sonrisa aún más marcada—. Por supuesto, señor Potter. Nadie lo está sugiriendo.
—Exactamente, querido —agregó Augusta, ignorando por completo el intento de explicación—. A tu edad, lo más importante es la educación y las buenas compañías.
Mike se hundió en su asiento. Quería replicar, aclarar, explicar que para él —un adulto atrapado en el cuerpo de un niño— esa insinuación era más que incómoda: era grotesca. Pero los adultos, con su típica arrogancia y superioridad, no lo dejaban hablar.
Mike suspiró, resignado. Una parte de él sabía que era inútil luchar contra las percepciones de ese mundo.
Los demás adultos asintieron con risitas diplomáticas. Mike se recostó un poco en la silla, atrapado en la absurda situación de parecer un joven interesado en cortejar, cuando en realidad lo único que quería era aprender a lanzar un buen Lumos.
/
Al dia siguiente.
La luz del sol entraba suavemente por los ventanales del comedor principal de la Mansión Longbottom. Mike desayunaba con Neville y Augusta, disfrutando de una tranquila mañana tras la intensidad del Cónclave. Había una sensación de calma en el aire, como si la casa misma respirara más lento.
—Debo decir —comentó Augusta mientras untaba mermelada en una tostada—, que ambos estuvieron magníficos anoche. Sus modales fueron impecables, y su comportamiento, ejemplar. Estoy orgullosa de ustedes.
—Gracias, abuela —respondió Neville, algo sonrojado.
—Fue un evento… único por así decirlo —añadió Mike, sonriendo con discreción.
En ese momento, un pequeño elfo doméstico apareció en un suave "pop". Hizo una reverencia profunda y anunció con voz aguda:
—Milady, el profesor Albus Dumbledore está en la entrada. Desea hablar con usted, si le es conveniente.
Augusta alzó una ceja y dejó con calma la taza de té en su platillo.
—Hazlo pasar.
Instantes después, el director de Hogwarts apareció en el umbral, vestido con una túnica lavanda adornada con pequeñas lunas bordadas. Sus ojos azules brillaban tras los lentes de media luna, y su sonrisa habitual parecía un poco más tensa de lo normal.
—Augusta, qué gusto verla. Muchachos —asintió cordialmente a Neville y Mike—. Espero que no interrumpa.
—En absoluto, Albus —dijo Augusta, señalando un asiento—. Tome asiento. ¿A qué debemos su visita?
Dumbledore se sentó con elegancia medida, pero sus ojos no se apartaban de Mike.
—Imaginé que Harry aún estaría con sus parientes en Privet Drive. Esta mañana me informaron —por medios diversos— que está aquí, bajo su cuidado. Confieso que me sorprendió.
—Entonces debería hablar con su personal, Albus —replicó Augusta con tono educado pero firme—. Harry llegó hace semanas. Como su tutora provisional, he actuado con total legalidad y en beneficio de su bienestar.
Dumbledore inclinó levemente la cabeza.
—No pongo en duda su compromiso. Pero es importante recordar que mientras Harry viva con su tía, la sangre de su madre lo protege de ciertos peligros… Protecciones que no pueden replicarse en ningún otro lugar.
Mike intervino, con voz firme, pero sin agresividad:
—No necesito esa clase de protección si tengo que pagarla siendo tratado como basura. Con los Dursley no estaba seguro. Solo… atrapado.
El director lo observó con una mirada que mezclaba pesar y estudio.
—Lamento que tu experiencia haya sido así, Harry. Pero las amenazas no han desaparecido.
—Y sin embargo, Hogwarts también tiene amenazas —respondió Augusta con una sonrisa helada—. Harry ha sido herido bajo su custodia. Aquí al menos come bien, duerme tranquilo, y nadie lo encierra en una alacena.
Dumbledore pareció considerar sus palabras durante unos segundos. Luego, con un leve suspiro, se levantó.
—Confío en que todos buscamos lo mejor. Si necesitan algo, estaré disponible. Buen día, Augusta. Muchachos.
Salió con su andar pausado, aunque su mente claramente seguía trabajando en múltiples niveles.
Tras su partida, Mike soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo.
—Bueno… eso fue incómodo.
—Dumbledore rara vez viene sin tener algo más en mente —comentó Augusta mientras retomaba su desayuno—. Pero esta vez no obtuvo lo que quería.
Neville soltó una risita nerviosa.
—No puedo creer que mi abuela le hablara así al director.
—Tienes mucho que aprender aún, querido —dijo Augusta con una media sonrisa—. Pero vas por buen camino.
/
Durante la semana siguiente al Cónclave de Verano, la rutina comenzó a asentarse lentamente en la mansión Longbottom. Las mañanas estaban dedicadas a las clases particulares con Andromeda, quien alternaba con habilidad entre la historia mágica, política contemporánea, etiqueta social y teoría avanzada de hechicería. Aunque Mike aún se abstenía de intentar cualquier conjuro —en parte por prudencia, en parte por una verdad que seguía ocultando—, participaba activamente en las discusiones, absorbiendo información con rapidez. Neville, por su parte, progresaba con paso constante, mostrando un creciente interés por los temas mágicos y políticos que antes le intimidaban. Incluso había demostrado una gran habilidad en pociones, parecía que su gran conocimiento en herbología era de mucha ayuda en la materia y como no tenia a un profesor que lo estuviera acosando, podía brillar con el apoyo adecuado.
Las tardes eran para el cuerpo y la mente. Ambos chicos se ejercitaban en los jardines; correr, levantar peso, entrenar reflejos. Mike había improvisado una rutina basada en lo que recordaba de su vida anterior. También compartían tiempo en la biblioteca, jugando algún juego mágico o leyendo juntos. A veces, Andromeda se unía a ellos para corregir posturas, hacer preguntas sobre lo leído, o simplemente compartir una taza de té y alguna anécdota de sus años en Hogwarts.
El cumpleaños de ambos, que eran el 30 y 31 de julio, fue celebrado en una tarde dorada de verano dentro del invernadero de la mansión. La decoración, obra de Andromeda, flotaba con gracia entre plantas exóticas y flores encantadas. Un pastel de tres pisos giraba lentamente en el aire, decorado con pequeños fuegos artificiales mágicos que explotaban en formas de dragones y escobas.
—Felicidades, muchachos. No todos los días se celebran vidas tan valiosas para el futuro de nuestra sociedad —dijo Augusta alzando su copa, con una expresión más cálida de lo habitual.
Entre los invitados había algunos familiares cercanos y conocidos del mundo mágico. Mike se mantuvo discreto, disfrutando la comida y la compañía sin dejar de observar con atención cada gesto, cada conversación.
Esa noche, ya en sus habitaciones, Neville se acercó con una expresión seria, pero sin tensión.
—Harr…digo, Mike ¿puedo preguntarte algo personal?
Mike asintió, dejando el libro que leía sobre la mesa.
—¿Cuándo es en realidad tu cumpleaños? Y… ¿cuántos años tienes de verdad?
Mike lo miró por un momento, valorando su honestidad.
—El 12 de abril. Y tengo 20 años.
Neville simplemente asintió. No hizo más preguntas. No necesitaba respuestas completas para confiar en quien se había convertido en su amigo. En su hermano.
Pocos días después llegó la carta de Hogwarts con la lista de útiles escolares para segundo año. Augusta, ocupada con sus deberes en el Wizengamot, encargó a Andromeda que acompañara a los chicos al Callejón Diagon. Mike sintió un leve cosquilleo en el estómago: volver al mundo mágico, pero esta vez con una misión clara y una nueva perspectiva.
La visita a Gringotts comenzó con el estruendo de los portones y la solemnidad de los duendes. Mike, aunque por dentro estaba inquieto, logró mantener una expresión serena. ¿Podrían ellos descubrir su secreto? ¿Sentirían que no era el verdadero Harry Potter? Pero no pasó nada extraño. Los duendes los condujeron con eficiencia, y el recorrido subterráneo en los vagones por los túneles de Gringotts le pareció tan divertido como inesperado.
—¡Esto es como una montaña rusa! —exclamó Mike, riendo mientras el vagón giraba bruscamente.
—Me alegra ver que esto te divierta —dijo Andromeda, sonriendo desde el asiento opuesto.
En la cámara acorazada de los Potter, Mike retiró una suma prudente de galeones y pidió convertir parte en libras muggles. Los duendes no mostraron reacción alguna más allá de su habitual semblante inescrutable.
Mientras salían del banco, Mike se detuvo de pronto frente a la tienda de varitas.
—Andromeda… creo que necesito una nueva varita. Esta… no responde bien. Algo no encaja.
Ella lo miró con atención.
—¿Desde cuándo lo sientes?
—Tal vez desde que terminó el curso. No lo sé. Pero cada vez es más claro.
—Está bien. También quería que Neville considerara esa posibilidad —dijo, y juntos entraron a la tienda de Ollivander.
El anciano los recibió con sus ojos plateados brillando tras el mostrador.
—Señor Longbottom… sabía que vendrías tarde o temprano. La varita de tu padre te ha servido, pero no es la correcta. Nunca habrías alcanzado tu verdadero potencial con ella.
Tras varios intentos, chispazos y explosiones, Neville fue elegido por una varita de roble inglés con núcleo de unicornio, once pulgadas, firme y bien equilibrada. Su sonrisa al sentir la conexión fue evidente.
Luego fue el turno de Mike. Cuando Ollivander examinó su varita actual, frunció el ceño.
—Curioso… muy curioso. Esta varita no te reconoce. Es como si no fueras su dueño en absoluto.
—He cambiado mucho este año —dijo Mike con una sonrisa ambigua.
Ollivander lo observó con detenimiento, pero no insistió.
—Los eventos traumáticos pueden causar desconexiones. Veamos qué te elige ahora.
Finalmente, una varita de madera de castaño, núcleo de pluma de fénix, doce pulgadas y media, de flexibilidad inigualable, lo eligió. Mike sintió una ola cálida recorrer su brazo y supo, sin lugar a dudas, que esa varita era suya.
—Una varita poco común… y muy poderosa en las manos correctas —comentó Ollivander con un leve asentimiento.
Después de salir, Mike caminó en silencio unos pasos, con la caja en sus manos.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Andromeda.
—Como si… algo encajara al fin —respondió él. Y aunque no lo dijo, por primera vez desde que había llegado a este mundo, sintió una chispa de esperanza mágica dentro de sí.
En Flourish and Blotts, compraron los libros del curso, pero Mike añadió algunos volúmenes extra por su cuenta: teoría de duelo y defensa mágica para principiantes. Andromeda arqueó una ceja.
—¿Esperas derrotar a otro señor oscuro?
—Solo quiero estar preparado para lo que venga —dijo con calma.
Ya de regreso al mundo muggle, Mike insistió en pasar por algunas tiendas comunes. Andromeda accedió, intrigada. Allí, Mike eligió ropa cómoda y moderna: camisas, jeans, zapatillas. Nada que destacara en exceso, pero que se ajustara a su estilo real. También compró una cuerda para saltar, pesas ajustables y un saco de boxeo plegable.
—¿Te estás entrenando para ser auror o boxeador? —preguntó Andromeda con una sonrisa divertida.
—Para ser yo mismo —respondió él, sin perder la sonrisa.
Ella lo observó un momento más largo de lo habitual, y asintió.
—Eres un joven extraño, Harry Potter… pero creo que el mundo necesita un poco más de eso.
/
Esa noche, Andromeda y Augusta les dieron espacio a los chicos para una sesión de estudio práctica, como se había acordado con Daphne Greengrass tras el Cónclave. La sala de estudio de la mansión era cálida y silenciosa, con muebles de madera oscura, paredes cubiertas de libros y retratos que murmuraban entre ellos desde las alturas. Velas flotantes daban una luz dorada que oscilaba con suavidad.
Mike se sentía más nervioso que de costumbre. No por la presencia de Daphne —que estaba impecablemente sentada, con sus apuntes ordenados con precisión—, ni por Neville, que hojeaba un libro básico de hechizos, sino porque era la primera vez que intentaría magia desde que obtuvo su nueva varita.
—¿Estás listo? —preguntó Neville, sonriendo con ánimo.
Mike asintió. Sostuvo la varita frente a sí, apuntando a una pequeña lámpara apagada sobre la mesa.
—Lumos —pronunció con claridad.
La punta de la varita se encendió con una luz blanca y firme, estable como una linterna mágica. Neville aplaudió con entusiasmo.
—¡Eso fue brillante, literalmente! —exclamó.
Daphne lo miró con una ceja ligeramente alzada.
—Nada mal. Esa fue una ejecución limpia. ¿Te sientes diferente con esta varita?
Mike asintió, aún observando la luz en la punta.
—Sí… es como si fluyera. Como si ahora la magia no tuviera que forzarla.
—La varita correcta hace la diferencia —comentó Daphne mientras se acomodaba para sacar su propia—. Pero la intención lo es todo.
Durante la siguiente hora, repasaron algunos de los hechizos fundamentales del primer año. Neville tomó el rol de instructor informal, guiándolo con paciencia mientras Daphne lo corregía con precisión. Alohomora abrió una caja encantada, Nox apagó la luz con suavidad, y Wingardium Leviosa… bueno, casi hace volar el escritorio.
—¡Levanta la muñeca, no el brazo entero! —indicó Daphne, atrapando a tiempo un libro flotante que se dirigía hacia un jarrón.
—¡Ups! —rió Mike, bajando la varita—. Al menos no explotó.
—Todavía —añadió Neville con una sonrisa cómplice.
Entre hechizo y hechizo, surgieron momentos de ligereza. Al final de la sesión, el ambiente se había tornado cómodo y hasta amistoso. Los tres se relajaron con una taza de té que un elfo doméstico había dejado sin que se dieran cuenta.
—No está mal para un repaso —comentó Daphne, observándolo con cierto interés—. Podríamos hacer esto más seguido… si prometes no volar nada.
—Prometo intentarlo —dijo Mike, levantando su taza a modo de brindis.
Neville rió.
—De aquí a septiembre vas a ser un experto.
Fin del capítulo.